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LA COLONIZACIÓN

ESPIRITUAL DE EUROPA
POR EL MONISMO.1

Europa ha sufrido desde varios milenios una invasión que, aunque sutil, no ha dejado
por ello de hacerse sentir a todos los niveles y en todas las esferas de las Culturas-
Sociedades Europeas. Si ha sabido pasar inadvertida, la razón está en que se ha
atacado a lo que los pueblos tienen de más íntimo: aquello que Gustave Le Bon
llama: “el Alma de los Pueblos”, ese amalgama variado que conjuga pasiones,
costumbres, hábitos, y que podemos resumir como una cierta manera de concebir (en
general por lo que es de la elite) y vivir el mundo, expresado por símbolos. Las
culturas europeas, de por sus comunes filiaciones con un muy antiguo pasado
Indoeuropeo, han, bajo diversas formas (debido a las condiciones geográficas e
históricas variadas) cultivado la Tríada como símbolo rector y motor, símbolo, por
otra parte, profundamente arraigado en lo Real, puesto que tanto los seres como los
fenómenos son el fruto de elementos variados y a menudo opuestos de los cuales
ellos constituyen la síntesis ternaria. Por otro lado, cada individuo tiene en su seno,
que él lo quiera o no, - y por las simple hecho que es la consecuencia momentánea de
un cierto nivel evolutivo alcanzado por su especie - pasiones, sentimientos y una
inteligencia constituida por facultades potenciales que, según, se desarrollarán o se
atrofiarán a lo largo de su existencia. Esta Tríada se ha manifestado bajo la forma de
mitos y tradiciones ligados a la Naturaleza en sus manifestaciones múltiples,
erigiéndose en una suerte de “Instinto Cultural” que ha permitido a los pueblos
europeos forjarse poco a poco raíces profundas. Sin embargo, mientras que en
Europa, así como en la mayoría de los centros civilizacionales de todo el mundo, se
desarrollaba lentamente este proceso ligado a un medio natural floreciente, otro
símbolo, totalmente diferente en su estructura íntima, se imponía él también y en lo
que se considera hoy como el Cercano Oriente, extendiéndose poco a poco hacia las
regiones más cercanas (Norte de África, Asia Menor). La característica esencial de
este símbolo reside en su unicidad; los caracteres simbólicos de este Único han sido
descritos de manera detallada por Enzo Talarico en “El andrógino” (Libro de
Filosofía Cultural nº 29) y el “Tratado de la Ilusión” (L.F.Cultural Nº 27), nos
ocuparemos aquí de sus elementos religiosos y de su desarrollo a lo largo su
trayectoria histórica, sin dejar de lado, por supuesto, las razones intrínsecas que
permitieron su expansión. A la pregunta de por qué este símbolo Único logró
imponerse,contestamos que todo pueblo, para lograr salir del yugo del instinto que
rige todo los movimientos de los animales, necesitaron un principio rector severo (la
imagen del dios tiránico y terrorífico gobernando el mundo, a fin de impedirle
hundirse en la nada, permanece anclado en lo más profundo del inconsciente
colectivo), de la misma manera que un niño debe pasar por la edad de los “no” (en la
cual se le impide ceder a sus impulsos instintivos y anímicos) para alcanzar la edad

1 Publicado en el Libro de Filosofía Cultural Nº 30. París, 2003.


de los “por qué?”, edad en que debe (debería) desarrollar poco a poco su conciencia,
sus sentimientos su sentido moral. Este dios inmemorial, que encontramos aún entre
las tribus primitivas, cedió poco a poco el lugar a una pluralidad de divinidades en la
medida en que los pueblos que lo invocaban sufrían una evolución en sus tradiciones
y en la textura íntima de sus sentimientos, en su Alma. Bien evidentemente, esta
evolución estuvo, en todo tiempo, sujeta a una elite tanto sacerdotal como política, a
veces integrada y a veces en pugna, pero ligada al símbolo triádico. Sin embargo,
halláronse algunas elites que juzgaron más simple y más eficaz de mantener este
principio, simple eslabón de una cadena evolutiva, en una rígida unicidad al mismo
tiempo que se erigía ella misma en una fuerza político-religiosa respaldada por ese
respeto mezclado de miedo hacia lo que es Sagrado, propio al humano. Estas elites
se abocaron a desarrollar los elementos formales de este principio, elaborando una
lógica cuantitativa y una razón matemática que serán puestas al servicio de una
astucia y de una ambición desmedida. El único, como símbolo, permite efectivamente
de encuadrar y condicionar la Voluntad de aquéllos que aceptan su Ley, haciéndolos
“funcionar” de manera uniforme por el simple control y direccionamiento de sus
fuerzas internas (a través del muy antiguo sistema de “la zanahoria y el palo”, dónde
deseo y miedo se hallan sabiamente dosificados) para activar actitudes reflejas, las
cuales no son más que el eco del instinto animal que nos permitió sobrevivir en tanto
que especie (esto explica el poder que ejerce sobre cada cual). Esta elite puede llegar
así a sus fines sin que sea necesario que se desarrollen en el individuo grandes
sentimientos, un sentido crítico agudo o una comprensión conceptual, lo que
implicaría que sus impulsos anímicos sean frenados desde el interior, o a lo menos
encaminados a serlo. Esta simplificación simbólica que constituye el único conlleva
una gran eficacia puesto que, sujetando las Voluntades, puede moverlas y dirigirlas
sin encontrar una oposición que lo cuestione en tanto que símbolo. Este punto es
muy importante porque explica por qué ese sacerdocio del único ha podido imponerse
a través del tiempo cambiando simplemente de aspecto, de máscara, reemplazando
una forma por otra cuando la anterior haya perdido su eficacia; son precisamente esos
distintos disfraces adoptados por este símbolo, elaborados por una elite en la que hay
que reconocer una Voluntad persistente en el Tiempo que nos proponemos describir a
continuación.

*************

Es en el Antiguo Egipto que podemos constatar la primera afirmación de este


principio en tanto que único. En el panteón propio al templo de Ounou (Héliopolis,
como la nombra Heródoto) el dios Atoum, primer eslabón de un linaje de 9 dioses
extendido en tres generaciones, se transformó en Amón en el templo de Tebas, y la
Eneada de la cual es la cabeza se transforma primero en una Octoada (ocho dioses),
reducida luego a una diada (Amon y Amenhoüet, su esposa) para terminar en una
unidad: Amón-Rà; Atoum, dios del sol en sus tres manifestaciones (Atoum-Khépri:
sol tirado por un escarabajo; Atoum- Horakhty: el halcón que sube en el horizonte;
Atoum-Rê: el sol visible) es entonces convertido en un dios omnipotente, lo que
manifiesta por supuesto una toma del poder por un sacerdocio que de ahí en adelante
mantendrá bajo su tutela la casta político-militar. En sus primeros pasos, este
sacerdocio monista, demasiado imbricado en la política, asumirá un papel para el que
no es apto, debilitando entonces la casta políticomilitar, encargada no sólo de dirigir
sino también de defender el país, lo que explica la derrota frente a los guerreros
Hyksos, venidos del Nordeste. Sin embargo, cualidad propia a una casta que debe por
esencia dedicarse a pensar, este sacerdocio sacará importantes lecciones de sus
errores, pero una perversión se habrá instaurado en su seno, fruto de la eficacia que
ese control provoca, tanto sobre los político-militares como sobre la masa de los
productores; de este modo, en lugar de contentarse con asumir su función en tanto
que forjadores de los principios que deben regir la sociedad, y reconstituir de esta
manera el Pacto Fundamental con las dos otras Castas, este sacerdocio se encerrará
aún más en él-mismo y desarrollará esa lógica formal de la que hemos hablado más
arriba y de la cuál guardará celosamente las claves. Esta vía simbólica es retomada2
después por Hosarsiph, iniciado del templo de Tebas, hijo de una princesa egipcia y
sobrino del Faraón Ramsès II; el que pronto tomará el nombre de Moisés (en
egipcio:“el salvado”), desterrado por su primo el Faraón, pero en realidad por el
sacerdocio que se halla tras éste último y contra el que se rebeló3, toma refugio en el
país de Madián donde encuentra una terreno propicio para el proyecto que tiene en
mente: extender en el mundo entero el principio Único que le ha sido inculcado en lo
recóndito de los templos amonianos. Madián, santuario establecido entre Egipto y
Arabia, al pie de los montes Horeb y Sinaï, ya era desde hacía varios siglos el centro
místico de un culto monoteísta dónde se adoraba aelohim, bajo el nombre de Osiris.
A esa lógica matemática y esa fría razón que le transmitió su educación en Tebas,
Moisés va a agregar los elementos religiosos y mitológicos que le transmite Jéthro
(sacerdote del templo de Madian con cuya hija, Zéphora, se casará, por otra parte) y
que él también sacará de los dos libros cosmogónicos que él menciona en el Génesis:
“Las guerras de jéhova” y “Las generaciones de Adán”. Una vez elaborada la
doctrina, Moisés la impondrá al pueblo judío a través de ese dios tiránico que lo
plegará a su ley por medio de los famosos Mandamientos (esas reglas rígidas que
buscan activar condicionamientos reflejos, sin modificar realmente la interioridad de
los creyentes). De este momento, el único en tanto que símbolo va a emprender su
expansión en Europa y su acción se va a desarrollar según dos vectores (íntimamente
vinculados, por supuesto): uno, teórico y más esotérico, actuará sobre las élites
pensantes y sobre las altas esferas de la política, y el otro religioso y condicionante,
teniendo por objetivo de encuadrar las masas, atacándose a sus tradiciones, valores y
costumbres, y destruyendo o desvirtuando éstos a fin de imponer su moral
condicionante.
2 Entiéndase: transmitida y perfeccionada.
3 Esa “rebelión” debe ser entendida como una nueva trayectoria que toma la élite de ese
sacerdocio, al percatarse que su lógica templaria y su organicidad, en ese momento histórico, son
demasiado rígidos y además inadecuados para imponerse en otros pueblos; sin embargo, su
propia estructura, justamente por su rigidez e intereses creados, le impide adaptarse, por lo que
opta (como lo hará muchas veces, tal como lo veremos más adelante) por crear
(doctrinariamente aparentes) disenciones. Recalcamos que estas disenciones nunca atacan el
símbolo único, sino que plasman simples cambios político-doctrinarios: las Formas del Único
se suceden sin alterar el Principio único.
Seguiremos en primer lugar el desarrollo de la acción teórica de este símbolo
en la Grecia Antigua. Numerosos son entre los pensadores griegos presocráticos los
más conocidos que han sufrido una influencia o han sido directamenteeducado en
Egipto: Pitágoras “participó a la escuela de los egipcios y fue el primero en
introducir la filosofía en Grecia” (Isócrates) (cita que muestra bien, por otra parte, la
mentalidad, muy difundida, según la cual la filosofía llegó a Europa a través de
griegos iniciados en Egipto e impone por la misma ocasión lo que debe ser
considerado como la filosofía: el único y sus espejos); Thales de Mileto "... no tuvo
maestro sino es que habiendo ido a Egipto, frecuentó allí a los sacerdotes..."
(Diógenes Laërce); Jenófanes de Colofón era discípulo de la escuela Pitagórica y
tuvo entre otros discípulos a Parménides cuando, desterrado, tomó refugio en Eléa,
Asia Menor (éste ultimo elaboró los conceptos del Ser y del no-Ser de los cuales
hablaremos más adelante (Cf. "El Tratado de la ilusión" de Enzo Talarico). Estos
individuos, iniciados en los misterios del único, van a encargarse de diseminarlos en
toda la Grecia rodeándose de discípulos pertenecientes a la flor de la aristocracia,
discípulos que, después, iban a asumir importantes cargos políticos (Épaminondas,
por ejemplo, quien fue el personaje más importante en la historia de la ciudad griega
de Tebas, fue educado por el pitagórico Lysis). Pitágoras se estableció en la Magna
Grecia dónde funda la primera Escuela Pitagórica en la que eran practicados los ritos
egipcios, así como la doctrina según la cual “los números gobiernan el universo"
(uni-versus: una sola cara, visión, perspectiva, etc.) y “todos están en el Uno”, propio
al templo de Tebas (Egipto). Su escuela será quemada por la turba agitada por una
elite que busca defender sus intereses políticos y no por un sacerdocio que,
percatándose de una invasión simbólica, establecería una respuesta - ella también
- simbólica; en efecto, sólo un símbolo puede derrotar un símbolo y, como lo hace
bien notar Enzo Talarico, las elites pensantes europeas, debido a un orgullo milenario,
se alejaron poco a poco de sus raíces Indoeuropeas (Cf. el texto de Richard Glize
sobre “Los Conceptos fundamentales del pensamiento hindú.” en cuanto a estas
raíces); ocupándose de la organicidad práctica y de esa “micro política” que iba a
llevarlos a disputarse entre ellas por pedazos de territorio, estas élites dejaron sus
pueblos reproducir en su cotidianidad ritos cada vez menos cargados de mito
(símbolo), lo que facilitó la colonización espiritual del único. Parménides, discípulo
como lo dijimos de la escuela Pitagórica por Jenófanes (y de otro Pitagórico:
Amnias), viaja a Atenas en 440 antes de J.C y trae la doctrina del Ser y del no-Ser,
una adaptación para Grecia del único amoniano, disfrazado de esta manera bajo una
forma “perfecta, eterna, invariable", propia a seducir el esteticismo griego al mismo
tiempo que instaurar un orden en su pluralismo anárquico y desordenado; la doctrina
de Parménides encontrará de este modo un gran favor en Atenas en primer lugar y
después en toda Grecia a través de sus discípulos. Sócrates, que será uno de ellos,
adoptará esa lógica y la difundirá al mismo tiempo que predica una moralidad que los
ateniense, corrompidos por la sofística (que por lo demás, sólo es otra forma del uno,
introducida para instituir la confusión en el espíritu), ya no pueden asumir; su muerte,
por efecto de culpabilización, impulsará la expansión de esta manera de ver las
cosas. Desde aquel momento, el equilibrio de fuerzas, en esta guerra secreta que
desde varios siglos se llevaba entre los escasos pensadores ligados a las tradiciones
Indoeuropeas y los iniciados en Egipto, se rompe: Platón4, sucesor de Sócrates, funda
la Academia y desarrolla la doctrina de las Ideas que son, como ha sido estudiado en
textos anteriores del Libro de Filosofía Cultural (Cf. Nº 23 a 29), la manifestación de
los múltiples aspectos-formas de Uno, lo que Aristóteles, discípulo a su vez de
Platón, llamará “la alteralidad del ser”, y que desarrollará en la famosa lógica que
lleva su nombre. Notemos que Aristóteles, llamado por Filípo de Macedonia para
que eduque a su hijo, el futuro Alejandro el Magno, llevará a Macedonia, parte de
Grecia aún “bárbara” del punto de vista de la expansión teórica (pero no religiosa,
como lo veremos más adelante) del uno, los desarrollos alcanzados en Atenas. La
Grecia Antigua, muy sensible a las estética y a la belleza de las formas de lo
Manifestado, habrá sucumbido en la ilusoria perfección prometida por el Ser (“el que
es”) y su lógica cuantitativa: “lo que es” (vale decir, lo que una fuerza político-
religiosa subyacente se ha propuesto imponer) barrerá poco a poco “lo que debe dejar
de ser": el pluralismo cualitativo. Los discípulos de Platón, tales como Carneades,
se abocarán a la tarea no sólo de difundir su doctrina en toda la Grecia, sino también
en la Italia romana (tarea ya empezada por la escuela Pitagórica), en ese pueblo de
guerreros que eran los romanos, dotados de una moral fuerte pero desprovistos de
raíces teóricas profundas que les habrían permitido defenderse frente al ácido
disolvente que traen las lenguas debidamente formadas en Atenas. A esto se une la
corrupción de las costumbres romanas, fruto de las inmensas conquistas de Roma y
su consecuente enriquecimiento y brasaje con el exotismo desenfrenado de sus
colonias medio-orientales (muchos cultos dedicados a divinidades orientales
aparecerán en Roma; entre otros el de Dionysos-Baco, Mithra e Isis) serán el
fermento que usará el Cristianismo para desarrollarse; que Pablo el Tarso haya
conquistado sus primeros y principales discípulos en Atenas es, en esta perspectiva,
lejos de ser un azar...
Tocamos aquí el otro vector de expansión del único: el religioso y destinado a
encuadrar las conciencias más elementales, aquellas que, sumergidas en su
cotidianidad, verán (o más bien vivirán, sin darse cuenta de ello) sus tradiciones,
mitos y divinidades desaparecer (y/o ser deformados en su esencia), hostigadas por
esa fuerza que, habiendo conquistado sus elites, las utilizará por medio de la
estructura política cuya expresión más acabada es el Estado. Como lo dice bien
R.Glize en “El Estado y la Nación", “El orden etático (cuantitativo) está opuesto por
esencia al pluralismo (cualitativo) de la Nación (que es fruto de la Cultura, cada
Nación estando ligada a una determinada Cultura: un pasado ligado a tradiciones y a
ciertas fuerzas anímicas predominantes). Hicimos referencia anteriormente a la
educación de Alejandro el Magno por Aristóteles, sin embargo, el futuro conquistador
del Imperio Persa ya era el fruto, elaborado desde su nacimiento, del sacerdocio del
único, puesto que su madre, Olímpia, era una sacerdotisa de uno de los numerosos

4 Platón decía que las obras de Demócrito, así como las de varios otros opositores teóricos, debían
ser quemadas, lo que muestra esa guerra simbólica que a menudo ha pasado desapercibida o
vista de modo pacífica (casi folklórica...), y a la vez recalca una de las características tanto de las
doctrinas monistas como de su plasmaciones religiosas: la de atacar ferozmente lo que no le
pertenece o no está bajo su dominio e infuencia. El único, a diferencia de la pluralidad, sólo
puede ser único, y en su lógica debe destruír o absorber (truncándolo) lo que no es él.
templos de Zeus-Amón diseminados en toda la Grecia; como lo enuncia M.Druon
(en su biografía del conquistador), Alejandro, constantemente guiado por Aristandro
de Telmessos (un sacerdote de amón que se encargará de barrer el camino del joven
hacia el trono haciendo asesinar su padre Filípo por Pausanías en 356 antes de J.C, y
envenenando a sus hermanos y hermanas) se volverá de más en más conscientemente
el brazo armado de amón (él se coronará Faraón además más tarde5), imponiendo su
ley, primero en Grecia, y luego en Persia; no logró invadir la India porque allí
encontró (y detrás de él al sacerdocio que lo apoyaba) una oposición política pero
sobretodo religiosa y simbólica. Hay aquí un elemento importante que subrayar:
Alejandro constituye el primer exponente (conocido) en Europa de esta concepción
del monismo en la política: la idea del Imperium que hallaremos nuevamente en
Roma a partir de Julio Cesar (el cual lo recibirá de la egipcia Cleopatra con quien
tendrá Cesarión: “el que debía unir bajo su cetro los dos mundos”) y de Octavio
Augusto, se impone entonces como un objetivo a alcanzar para todo político que
posea condiciones; esta perversión encontrará un eco, aún después de los doce
Césares (entre los cuales hallamos los tristemente famosos Nerón y Calígula) y de la
caída del imperio romano de occidente, en las realezas europeas que tenderán todas
(estimuladas y/o presionadas por el cristianismo) hacia la monarquía (µονο αρχη:
principio único) cuya culminación será Luís XIV (“El estado, soy yo”) y más tarde
Napoléon Bonaparte emperador. Como lo muestra E.Talarico en “La Obra de
Merlin”, el sacerdocio celta, que sufrió un ataque sistemático del monismo a través
del cristianismo (sus santuarios siendo constantementedestruidos y perseguidos sus
druidas, sin contar la deformación de sus mitos y de sus ritos por los predicadores
que los “recolectaban” y los “cristianizaban" (Cf. la confusión del mítico rey
Conchobar con el Cristo, o los menhires con una cruz clavada en su cima, etc.)), este
sacerdocio druídico buscará formar un baluarte político oponiendo a la concepción
(monocrática) del monarca, la de un pacto que, ligando individuos fuertes alrededor
de un rey, del cual se volverán los vasallos: el rey Arturo y sus caballeros de la Mesa
redonda (mito y/o realidad) no significan otra cosa. Empero, el cristianismo
responderá aliándose el rey (por presión a través de la turba sujeta religiosamente, y
también por el interés), “monarquizándolo” y tirándolo contra lo que debería ser su
aristocracia (“el poder de los Mejores”). La lucha en Francia entre la realeza y los
Duques de Borgoña (que continuará hasta Luís XIV, llevada a cabo con mano maestra
por Richelieu y luego Mazarino (el cual derrotará la Fronda: últimos estertores de
una aristocracia vuelta gozadora y acostumbrada a las maniobras políticas, pero
cortada de sus raíces6)); el mismo fenómeno es observable en los países germánicos si
uno estudia la lucha que opone los Landers al poder monárquico y luego imperial en

5 Luego de aplastar el Imperio persa de Darío, cuna del dualismo monista persa, que deberá
esconderse para reaparecer y expandirse a través del Islam. Sobre el dualismo persa y su
monismo teleológico, leer al respecto la Carta Abierta de Enzo Talarico dirigida a la publicación
de estudios Célticos: Ialon Clairière.
6 Si se estudia la “aristocracia” francesa en la época de La Fronda, se observa que su falta de
realismo político y de arraigo nacional-cultural es patente, y explica su derrota puesto que su
poder tradicional se ha diluído, merced de la acción monárquica, clerical, masónica, financiera,
etc.
crecimiento, desde Federico Barbaroja y sobre todo su nieto Federico II,
respaldados constantemente por el monismo religioso. Aquí debemos hacer notar otro
punto importante al cual hicimos referencia en la introducción: el único, en su
expansión, se ha visto forzado a elaborar numerosas formas a fin de poder imponerse,
sin embargo estas formas, sostenidas y desarrolladas a lo largo de la historia por
Voluntades Fuertes adoctrinadas en el cuadro del uno, han todas tenido tendencia a
desarrollar una autonomía y disputarse las unas a las otras el predominio
(manifestado prácticamente por lo que se llama políticamente hablando: el Poder).
Esto explica la aparente contradicción que constituye el hecho que en Europa se
hayan opuesto de manera sangrienta las diferentes ramas del Cristianismo: católica,
ortodoxa, protestante (bajo sus múltiples formas: el luteranismo, zwinglerismo,
calvinismo, etc.), anglicana, así como todas las otras ramas religiosas emanadas del
mismo tronco común. A esto, hay que agregar el hecho que el monismo político
encarnado por el monarca, habiendo servido a imponer en profundidad (a través,
como lo dijimos más arriba, la estructura política7) la lógica del Uno, se vuelve para
su sacerdocio un freno que se propondrá eliminar, puesto que éste tiene tendencia a
tomar una peligrosa autonomía. Esto explica la revolución de 1648 (un siglo después
del reino del famoso Enrique VIII, padre de la futura reina Elizabeth, que fundó el
anglicanismo en el cual, como se sabe, el rey era al mismo tiempo el sumo pontífice)
y la francesa de 1789. En esta perspectiva, “el inter-reino” de Napoléon I no es un
azar (como tampoco el hecho que durante su viaje en Egipto, visitó el templo de
amón y la tumba de Alejandro, asegurando que “retomaba la antorcha”, o sus
contactos con la francmasonería, otra máscara del único que jugó un papel importante
en la revolución, y continúa haciéndolo en la actualidad, aunque aparentemente en
menor medida). Napoléon, emperador, tendrá como misión de destruir las monarquías
europeas todavía firmes, aunque debilitadas por siglos de luchas intestinas y entre
ellas, a fin de dejar el lugar a las nuevas fuerzas surgentes, movidas por otras formas
del único, renovado, y que la caída del emperador no hará más que justificar. La
mascarada que constituye la consagración de Napoléon así como, literalmente, el
secuestro del papa después de la ocupación del Vaticano (1804) llama la atención
sobre otro elemento: el catolicismo, como todas las otras ramas religiosas del
monismo, es también una forma habiendo tomado una autonomía que, a la larga,
debía perturbar la acción esotérica del uno, más aún con el hecho de que, como lo
muestra E.Talarico en “La casta financiera”8, esta religión, a fin de imponerse en
Roma, tuvo que hacer, en su misma constitución, concesiones de las cuales la
Trinidad (reflejo falseado de la Tríada) es una de las manifestaciones: el cristianismo
se diferencia de las otras religiones abrahámicas tales como el judaísmo y el islam,
debido a los elementos Indoeuropeos que debió asimilar, desvirtuándolos, para poder
ser aceptada, sin contar los ritos y las tradiciones que tuvo que
incorporarimponiéndoles su sello (unicista); este mismo autor subraya, por otra parte,
ue incluso los santos de la iglesia no son sino una incorporación de genios europeos
que, bajo Otro Cielo, se habrían convertidos en héroes teniendo su lugar en la
mitología cerca de Herácles, Mucio Scaevola, Sigurdo-Sigfrido o Cuchûlainn . El
7 Prefigurando el Estado y su mecanísmo intrínseco.
8 In “Libro de Filosofía Cultural Nº23”, París, 1994.
monismo, frente a sus variadas manifestaciones, adaptadas cada una de ellas a las
características culturales propias a las diferentes sociedades en las cuales se imponen,
actúa hacia ellas según el principio darwiniano de la selección natural, ocupándose
sobre todo de que los principios de base de los cuales ha trazado las líneas sean
respetados; si se nos permite esta analogía, es un poco como si se permitiera a los
participantes de un juego de disputarse la partida a fin de alcanzar la victoria, pero
que les fuese prohibido cambiar las reglas. En la perspectiva general de la expansión
del monismo, la proliferación de ramas surgidas en su seno ha constituido por
consiguiente una importante fase puesto que, íntimamente vinculadas a los
acontecimientos y fuerzas políticas que ellas provocaron, combatieron o
contribuyeron al desarrollo, han instaurado una suerte de anestesia y de amnesia
ligadas a las raíces de los pueblos Indoeuropeos, al mismo tiempo que imponían un
conjunto de condicionamientos reflejos que la ciencia moderna sistematizó de
manera, precisamente, científica. Conjuntamente a esta acción teórico-religiosa, el
sacerdocio del único, a través de su rama financiera, ha financiado y controlado, por
medio de sus préstamos, estas mismas doctrinas y organizaciones políticas (desde las
financiamientos a los reyes para sus expediciones militares o de defensa, a aquéllos
de las sociedades secretas, movimientos de masa, partidos políticos y/o
revolucionarios ,etc.), lo que le permitió a la vez imponerse simbólica y
prácticamente, en la cotidianidad: en el ahora inmediato de cada individuo, puesto
que los ritos (consciente o inconsciente) que seguía cada individuo a lo largo de su
vida y que transmitía a sus descendientes por el simple hecho de actuar de una cierta
manera, multitud de gestos y no-gestos (gestos “que no había que hacer”), actitudes
“buenas” o “malas” a seguir o aborrecer y rechazar, fruto de un encaminamiento
cultural pluri-milenario, perdieron su significación o más bien y más grave aún: el
asentimiento que les era dado; en efecto, en última instancia, lo que hace que una
norma ética merezca ser respetada es que es “buena” en el sentido que contribuye a
una evolución personal e individual, y por allí de Especie (como dice E. Talarico en
“La Vía y la Moral Imperecedera”: ella hace “más fuerte”, más apto en todos los
planos). El recurso (degradante) mayor del único fue por consiguiente de romper este
nexo a fin de hacer desaparecer el CONCEPTO de una Escalera Evolutiva (hoy, ser
evolucionado es “estar con su tiempo, estar en el progreso" (ese famoso tren de
M.Laguerre que “no puede ser detenido”)), roto ese nexo, la humanidad se halla
rebajada al rango de hormigas sumidas en su labor diaria, movidas por el muy
antiguo sistema de “la zanahoria y el palo” (Cf. “La Possession”, in Libro de
Filosofía Cultural Nº30), y las elites pensantes se hallan obligadas, sea a plegar la
cabeza (como ocurre con la mayoría de los intelectuales, hoy más que nunca,
transformándose en ideólogos y propagadores del símbolo único), sea a permanecer
en la sombra esperando tiempos más propicios, o bien a preparar las condiciones para
que la evolución continúe....
Lo que llamamos “la Humanidad”, en la óptica unicista, no puede más que ser una
negación del individuo puesto que, transformada en una gigantesca reserva de energía
para la cual las urbes son los centros de bombeo, su gregariedad cultivada asegura su
fácil control. Todo cambio real es ante todo individual. Por esta razón, cada cual debe
imponerse a sí- ismo una disciplina de estudio y física, disciplinas que mostrarán
rápidamente la escasa consistencia que tiene ese “Yo” al cual esta resumida nuestra
individualidad, y que es, en el fondo, lo que el exterior nos ha dejado de nosotros
mismos; alguien dijo que “diós nos hizo lo mínimo posible” y efectivamente, el
pensamiento único y el “sacerdocio” que se halla detrás de él ha instaurado un étos
condicionante y reductor (del cual la educación escolar, universitaria y mediática son
los principales instrumentos (sin negar la buena fe de algunos integrantes de sus filas
que actúan como instrumentos ciegos)) con el fin de dejar de nosotros sólo lo que le
sirve: en ultima instancia, nuestra energía vital (vampirizada en forma constante por
una maquinaria económico-financiera implacable). Desarrollar esa disciplina va a
implicar de desarrollar una independencia, primero psíquica en relación con el
ambiente que nos rodea (lo que nos va llevar a poner a prueba nuestras amistades y
“amistades” en relación a nuestro desarrollo individual y al suyo: la confusión y la
banalidad gregaria permiten un ambiente andrógino que impide todo crecimiento
individual). Esto va a implicar también une independencia física respecto del sistema
de vampirización financiera que nos controla mediante la dominación de nuestras
necesidades vitales; en ese plano, devenir autónomo significa reducir esas
necesidades a vuestra capacidad real de satisfacerlas (evitando contractar deudas,
créditos, prestamos que los llevarán a deber algo que tendrán que retribuir con un
esfuerzo que ya no les pertenece), significa también de trabajar lo menos posible a fin
de poder dedicar vuestro Tiempo y vuestra energía al desarrollo de vuestras
facultades, de buscar estimular y reunirse con individuos que sigan o quieran seguir
esa vía individual y de oponerse por todos los medios a la instauración de esta
esclavitud física y espiritual que, silenciosamente pero con una gran eficacia, nos es
impuesta como especie. Se debe romper con el pensamiento único expresado en las
múltiples doctrinas monistas y monoteístas (“todo viene de diós, del único, ser,
jéhova, etc”) y optar por los orígenes múltiples y sucesivos manifestados como
pluralismo orgánico, pluralismo que debe ser integrado en el sí-mismo, rompiendo el
empate y la ambivalencia andrógina en sí y en todas sus manifestaciones en nuestro
entorno, dejando de lado miedos y prejuicios que este pensamiento único
precisamente cultiva y utiliza para debilitarnos. Los seres androginizados que nos
rodean deben ser alejados sin temor a el “¿Qué dirán?” porque, en última instancia,
ellos han elegido una vía y “cada ser busca permanecer y reproducir su ser”: somos
su “mal” como ellos son el nuestro; alejarlos es impedir su acción disolvente sobre
nosotros y obligarlos a definirse, diferenciarse. Se debe desarrollar un modus
vivendi disciplinado en lo cotidiano: el ejercicio se vuelve hábito y el hábito crea un
ambiente, lo que hace que hasta las críticas se vuelvan innecesarias; se debe
influenciar en la familia, los amigos, en los círculos de trabajo, de estudio, etc., y
desechar los movimientos de masas pues la influencia que se pueda desarrollar sobre
ellas es esporádica, contingente y fácilmente manipulable. Sólo el individuo puede
crecer y ser libre porque sólo él busca serlo.

Luigi Talarico
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