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EDUARDO ZIMMERMANN

La sociedad entre 1870 y 1914


En: Academia Nacional de la Historia – Nueva Historia de la Nación Argentina

Buenos Aires, Planeta, 1997

SE TRATA DE UN TEXTO EMINENTEMENTE DESCRIPTIVO DE LA SOCIEDAD ARGENTINA (ENFATIZANDO LA PORTEÑA) ENTRE


1870 Y 1914, ÉPOCA DEL SURGIMIENTO DE LA “CLASE MEDIA”. HACIA EL FINAL DEL CAPÍTULO SE EVIDENCIA LA
HIPÓTESIS DEL AUTOR, CONSISTENTE EN LLAMAR L A ATENCIÓN SOBRE LA NECESIDAD DE CONJUGAR DOS VARIABLES (UNA
“ESTRUCTURAL” 0000000000000000000000000000000000
Y OTRA “IDEOLÓGICA”, POR LLAMARLA DE ALGUNA MANERA) PARA EXPLICAR CÓMO SE FORJÓ ESA IMAGEN
DE UNA ARGENTINA INTEGRADA E IGUALITARIA. ES DECIR, SE DEBE RASTREAR NO SÓLO EL IMPACTO DE LOS PROCESOS
MATERIALES Y CULTURALES (INMIGRACIÓN, URBANIZACIÓN, DEMOCRATIZACIÓN DEL CONSUMO, ETC.) QUE TRANSFORMARON
A LA SOCIEDAD, SINO TAMBIÉN EL ORIGEN DE ESA CONSTRUCCIÓN CULTURAL, DE ESA IMAGEN.

Lugar común el proceso de transformación de la estructura social argentina impulsado por la


avalancha inmigratoria y el sostenido crecimiento económico durante este período dio como resultado
una sociedad nueva. Su carácter de sociedad abierta y pluralista, y su capacidad de integración de
los distintos sectores a las posibilidades de ascenso social, mantienen su atractivo y son recordados
casi nostálgicamente.
Las bases de ese proceso de transformación: el cambio demográfico impulsado por una
corriente inmigratoria de enorme magnitud, acompañado por un llamativo período de crecimiento
económico, un creciente desarrollo de los centros urbanos y una paralela transformación en la vida de
los sectores rurales; el surgimiento de una estructura social más diferenciada y compleja, donde
nuevos grupos y sectores encontraron rápidamente sus propios caminos de organización, de
integración y de sociabilidad.
Argumento e hipótesis: tanto factores objetivos como subjetivos los que operaron en este
proceso, porque más allá de lo que indicaban los parámetros objetivos en cuanto a los indicadores de
ocupación o ingresos de los distintos grupos sociales, también sus propias percepciones, valores y
actitudes respecto del lugar que ocupaban en la sociedad fueron factores determinantes en la
constitución de la estructura social emergente. Por lo tanto, al estudiar la estructura social argentina
es necesario interrogar sobre la vinculación entre los cambios materiales que operaron en el
surgimiento de la sociedad argentina moderna, y los factores culturales que participaron en ese
mismo proceso.

Procesos materiales que comenzaron a operar desde el último cuarto del siglo XIX:
inmigración, crecimiento demográfico y urbanización. Según Gino Germani “la Argentina moderna no
puede ser comprendida sin un análisis de la inmigración masiva y su impacto”. Durante este período
el incremento de la población y el peso de los flujos migratorios dentro del mismo aumentó y se
aceleró notablemente; la población del país creció de más de 1 millón 700 mil según el Censo
nacional de 1869, a más de 7 millones 800 mil, según el tercer censo nacional de 1914. ese
incremento, en parte explicado por un crecimiento natural (registrados los cambios en las tasas de
natalidad y mortalidad), obedeció principalmente al impacto del flujo inmigratorio. Tanto factores
locales como grandes “revoluciones globales” operaron para producirlo. En Europa la progresiva
liberalización de los marcos institucionales que permitiría una erradicación de los frenos al libre
movimiento de las personas; la revolución agrícola (de una agricultura de subsistencia a una
agricultura comercial); la revolución industrial; y por último, la revolución tecnológica en los medios de
transporte (navegación y ferrocarriles), que haría posibles tales desplazamientos. Estas variables
ayudan a entender la magnitud alcanzada por los flujos migratorios, de la misma manera en que la
dimensión “microsocial” del fenómeno, las redes o los patrones de asentamiento, ayudan a entender
las decisiones de cientos de miles de individuos y familias en torno de este fenómeno.

Rasgos peculiares del caso argentino: casi el 80% del total de los inmigrantes registrados en
1914 provenían de España y de Italia. Germani llamó la “doble concentración”, concentración de
integrantes en las categorías de PEA, y la concentración en determinadas zonas del país, en
particular ciudades.
Respecto de lo primero, se destaca la exitosa integración de los inmigrantes en las categorías
ocupacionales más relevantes. Hacia 1914, el 60% del personal empleado en los establecimientos
del comercio e industria del país estaba formado por inmigrantes. Este porcentaje crecía hasta el 70%
cuando se trataba de la presencia de los inmigrantes entre los propietarios de dichos
establecimientos. Es decir, los inmigrantes se insertaban fuertemente en las nuevas categorías de
ocupación que surgían a raíz del crecimiento económico. Tenían menos éxito en lo que hace a las
categorías asociadas a las actividades más tradicionales, en las que la población nativa retuvo una
participación mayor: las agropecuarias, empleo público, participación en el sistema educativo. Esto se
reflejaría tanto en la mayor concentración de los inmigrantes en los centros urbanos como en la
estructura social que se iría conformando a lo largo de ese proceso.
Respecto de la concentración geográfica de la inmigración, el crecimiento experimentado por
las grandes ciudades se debió en buena parte al asentamiento de flujos migratorios. Al desarrollo de
las grandes ciudades –Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Santa Fe, Bahía Blanca- ,lo acompañó la
multiplicación de centros urbanos de menor tamaño en las áreas rurales, impulsada por la expansión
de los cultivos cerealistas en la que se apoyaría el nacimiento de la “pampa gringa”. Estos procesos
generaron serias consecuencias sociales, problemas comunes a los surgidos en otras ciudades
occidentales. La urgencia por solucionar las necesidades básicas de los inmigrantes y de esa nueva
población urbana en general en materia de vivienda, salud y condiciones de trabajo pasó a constituir
el núcleo de la llamada “cuestión social” del período.
En la ciudad de Buenos Aires, donde el impacto de la inmigración se hizo sentir más
fuertemente, la mejora en las condiciones de salud pública acompañó el crecimiento de la población.
A partir de 1880 la construcción y operación de las obras de salubridad, primero por compañías
privadas y luego por la Comisión de Obras de Salubridad, que se convertiría en Obras Sanitarias de
la Nación, mejoró notablemente las condiciones de higiene de la ciudad. La tasa de mortalidad por
enfermedades infecciosas disminuyó.
La provisión de servicios sanitarios eficientes fue acompañada por el crecimiento en el
número de instituciones hospitalarias, y la creación de un sistema de asistencia médica gratuita para
los más necesitados. Hacia fines del siglo XIX, Buenos Aires contaba con una estructura de
asistencia médica diversificada en instituciones públicas y privadas, basada en cuatro pilares
principales: la Sociedad Nacional de Beneficencia, creada en 1823 por Bernardino Rivadavia; las
asociaciones creadas por la comunidad de inmigrantes, que mantenían sus propios hospitales y
sistemas de asistencia para los miembros de las distintas comunidades; las instituciones privadas y
religiosas de caridad, que se dedicaron a la asistencia sanitaria, y por último las instituciones
municipales, como el PADELAI, creado en 1892 por la municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, y
la asistencia pública de Buenos Aires.
Estrechamente vinculado al tema de salud pública, se encontraba el problema de la vivienda
disponible. La presión ejercida por la inmigración masiva sobre la oferta de vivienda urbana en un
período relativamente corto, llevó al surgimiento de los conventillos como una primera respuesta; la
proporción de moradores fue disminuyendo aproximadamente hacia 1919, hecho facilitado por la
forma en que el crecimiento de la construcción de viviendas siguió el crecimiento demográfico;
Introducción de sistemas de loteos y ventas por pagos mensuales; el desarrollo de un sistema de
transporte eficiente y barato hizo posible la expansión geográfica de la ciudad, con el consecuente
aumento en la oferta de vivienda en áreas menos congestionadas, a menor costo y con mejores
condiciones de vida. Pese a los indicios de que Buenos Aires estaba enfrentando exitosamente el
desafío lanzado por la rápida urbanización, la visión de la vivienda como un agudo problema social y
la vinculación entre la vivienda y la salud pública continuaron en el centro del debate sobre la cuestión
social.
Aumentos registrados en las estadísticas oficiales en áreas como la criminalidad urbana, la
prostitución, la mendicidad y el alcoholismo agregaron una dimensión moral al debate sobre la
influencia de la inmigración en el surgimiento de esa cuestión social. La participación de los
inmigrantes en las primeras asociaciones obreras generaron las primeras expresiones de protesta
social. Servía además para establecer en observadores una vinculación directa entre la inmigración y
las amenazas al orden público, las huelgas o los atentados anarquistas. Muchos de estos
enfrentamientos fueron respondidos desde el Estado por una política en la que se postulaba como
una cuestión de orden público el tratamiento diferencial entre extranjeros y nativos, postulaciones
frecuentemente inspiradas en un variado universo de doctrinas raciales y biologicistas primero, y por
el emergente nacionalismo cultural argentino después, pero para el grueso de los grupos dirigentes, y
para la opinión pública en general, la inmigración continuó siendo uno de los motores del progreso
argentino, y como tal no podía ser puesto en riesgo por medidas que buscaran restringir el carácter
fundamentalmente abierto de la política migratoria.
A su vez, este proceso de crecimiento de los sectores urbanos impulsado por la inmigración,
estuvo fuertemente marcado por una particular configuración geográfica. Este crecimiento explosivo
de las grandes ciudades y de la participación de los extranjeros en ese crecimiento, se concentró en
la zona del litoral pampeano, afectando principalmente la Capital Federal y las provincias de Buenos
Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos. Esta concentración geográfica tendría efectos de largo
alcance sobre la estructura social del país, al contribuir a la profundización de desequilibrios
regionales, que si bien tenían su origen en procesos anteriores a este período, se volverían más
pronunciados luego del proceso del impacto inmigratorio.

Los cambios en la estructura social


Durante este período se produjo un proceso renovador de la
estructura social tradicional, asentada en un modelo dual de clases –la gente decente y la gente del
pueblo, según el esquema repetido en las sociedades latinoamericanas del siglo XIX-, que obedecía
a un patrón de diferenciación social basado en criterios tales como los antecedentes familiares, la
educación, la ocupación y el nivel de ingresos, fuertemente relacionados entre sí. Una participación
relativamente poco significativa de sectores medios polarizaba la población en esas dos categorías,
de las cuales la clase popular ocupaba una muy alta proporción de la población total, en un contexto
general de poco dinamismo económico en el que el empleo público parecía ser el único canal de
progreso posible.
Este modelo tendría cierta persistencia en las provincias del interior. La mayoría de sus
ciudades capitales mantuvieron su carácter, personalidad, estilo de vida y estructura social
tradicionales, en gran parte porque el ritmo de crecimiento demográfico y de cambio económico fue
mucho más lento que el de las provincias del litoral. En el interior, la confluencia de la propiedad de la
tierra, el prestigio social y el poder político –acompañado por la preeminencia de la Iglesia Católica,
que preservaría una posición mucho más sólida que en el Litoral, donde el liberalismo y la
secularización cobrarían mayor impulso-, mantendría a las familias tradicionales de cada provincia en
la cúspide de una pirámide social que probaría ser sumamente resistente al cambio.
Las oportunidades económicas, la inmigración y el proceso de urbanización, en cambio
transformarían dramáticamente ese esquema en la región del Litoral. El surgimiento de importantes
sectores medios, facilitado por un fenomenal proceso de movilidad social ascendente, fue
acompañado por una creciente diversificación en la composición tanto de los sectores nuevos como
de los estratos más tradicionales.
Esa emergente “clase media” de comienzos del siglo fue formada principalmente por quienes
habían desarrollado las actividades económicas “nuevas”, esto es, pequeños y medianos empresarios
que impulsaban el crecimiento del comercio y la industria. La aparición de las asociaciones
representativas de los grupos industriales reflejó la capacidad de estos nuevos sectores para
agruparse y formar nuevas organizaciones en defensa de sus intereses. En 1875 se fundó el Club
Industrial; años más tarde se creó una cámara disidente en el Centro Industrial Argentino, y
finalmente ambas instituciones se fusionaron en 1887, dando origen a la Unión Industrial Argentina
que mantendría de allí en adelante una prédica en defensa de los intereses industriales, tanto en lo
referente a la protección arancelaria como en su oposición a muchas de las demandas que exigían
los sindicatos y las asociaciones gremiales. Para estos sectores las oportunidades económicas
ofrecían, además, un atractivo camino de ascenso social, dado el progresivo desvanecimiento de los
límites precisos entre los distintos grupos sociales.
Para otros grupos que también engrosaban las filas de esos sectores medios –trabajadores
dependientes de “cuello blanco”, empleados y funcionarios tanto del sector privado como de
organismos públicos, pequeños profesionales- el desarrollo de una identidad propia se confundió
frecuentemente con la de los sectores populares urbanos de los que muchos de sus miembros
provenían. La expansión de esos sectores tendría importantes consecuencias para la renovación del
panorama político argentino: el “reformismo”, moderado y gradual, pasaría a constituirse en un
lenguaje compartido entre los distintos sectores que buscaban cambios, y esa expansión en los
sectores medios estaba en la base de esa predominancia de una opinión pública moderada.
A su vez, los nuevos sectores populares urbanos fueron progresivamente desarrollando una
identidad propia, forjada en redes de asociaciones mutuales, cooperativas y sindicatos obreros, y en
torno a una cultura popular distintiva. Entre los grupos inmigrantes, las colectividades española e
italiana agruparon a una gran cantidad de miembros en sus asociaciones mutuales. Las sociedades
de resistencia y los sindicatos también fueron formadores de esa nueva identidad, ya que parte de la
misma fue también política, y como actores en esa “cuestión social” del cambio de siglo, los sectores
populares urbanos se agruparían en torno al anarquismo y al socialismo para denunciar al orden
establecido a través de nuevas expresiones de protesta social. La participación de los trabajadores
urbanos organizados sindicalmente en las huelgas de comienzos de siglo, y la importancia que
adquirían las federaciones obreras de uno u otro signo, ofrecían una demostración de la capacidad de
esos sectores nuevos para hacerse oír y para elegir autónomamente sus mecanismos de
representación. Sólo recientemente la historiografía se ha ocupado del papel de las mujeres en esas
instituciones del movimiento obrero organizado. La UGT (Unión General de Trabajadores) agrupaba a
los sindicatos de tendencia socialista, y la FOA (Federación Obrera Argentina) a los anarquistas, y en
1904 tomaría el nombre de FORA (Federación Obrera Regional Argentina). Una significativa
población femenina se ocupaba en establecimientos comerciales e industriales, pero también existían
categorías de ocupación típicamente femeninas, como el servicio doméstico, costureras, modistas,
lavanderas, etc., en las que el hecho económico-social del empleo femenino se conjugaba con una
serie de valores y actitudes de fuerte arraigo en la sociedad, tales como la vinculación entre mujer-
maternidad y mujer-hogar, que impulsarían desde distintos sectores una fuerte demanda por la
intervención estatal para la regulación del trabajo femenino.
Durante 1913 disminuyó el ingreso de capitales, debido a las restricciones monetarias
europeas, a lo que le siguieron las malas cosechas europeas de 1914 y el estallido de la Primera
Guerra Mundial, factores que fueron los detonantes de una profunda crisis económica. Las
exportaciones declinaron, la construcción sufrió una impresionante caída, y la caída del producto
bruto durante esta crisis fue muy superior a la de la Gran Depresión el desempleo en todo el país
creció en pocos años en forma abrupta, afectando seriamente al movimiento obrero.
Procesos similares tenían lugar en el mundo rural; la modernización de la agricultura y los
cambios en la estructura de las empresas agrícolas produjeron una caída en el empleo de los
trabajadores rurales, correlativa al aumento en la ocupación en los nuevos sectores económicos
desarrollados en la región del Litoral. En las áreas rurales, los grandes propietarios ocupaban el lugar
de la “clase alta” tradicional, y fue muy escaso el impacto que la inmigración tuvo en este dominio. Sin
embargo, también en esos sectores tradicionales se experimentó un proceso de renovación y
modernización, tanto económico como social. En la Pampa bonaerense, la modernización económica
estuvo impulsada por factores tales como la estabilidad generada por el marco institucional, el
impacto del ferrocarril el telégrafo, las nuevas inversiones de capital que redundarían en las mejoras
en las construcciones y la expansión del uso de alambrados y molinos, con lo que las estancias se
convertirían en empresas más eficaces, modernas y rentables. La estructura social, lejos de
mantenerse en un esquema simple, polarizado entre un pequeño y poderoso grupo de estancieros
por un lado y la masa de trabajadores rurales por el otro, y donde tradicionales lazos de paternalismo
operaban como la única forma de vinculación social, la pampa bonaerense conformaba una
sociedad móvil. También los sectores medios rurales se convertirían en una característica distintiva
de la estructura social argentina; una pequeña “clase media” rural alcanzaría cierta prosperidad y
posibilidades de progreso económico. La creación de la Sociedad Rural Argentina, a comienzos del
período, simbolizó el afianzamiento de los ganaderos de la provincia de Buenos Aires como grupo
influyente, mientras que hacia fines del mismo la creación de la Federación Agraria Argentina –que
agrupaba a los arrendatarios de la región cerealera- marcó la extensión de ese proceso de
representación de los intereses sociales a estos nuevos sectores.

en definitiva, durante el período comenzaron a esbozarse en la estructura social los primeros


rasgos que señalaban la progresiva conformación de una sociedad más compleja, en la que el
tradicional esquema dual de dos clases rígidamente polarizadas era progresivamente superado
–particularmente en la región del litoral pampeano- por la aparición de sectores medios
importantes, tanto en las áreas urbanas como rurales, y por notables procesos de movilidad
social que tornaban más dificultosa la distinción entre los distintos grupos; el crecimiento de los
centros urbanos y las transformaciones económicas que estaban en la base de ese proceso de
modernización social, y la creciente diversificación de los grupos sociales se expresaba en la
aparición de nuevas formas de sociabilidad y de representación de los distintos intereses
sociales. la creciente complejidad de las gradaciones sociales, dada la ausencia de límites
claros entre las clases, se convirtió en uno de los rasgos de la sociedad argentina de
comienzos de siglo más fácilmente perceptibles para los viajeros europeos que actuaban como
observadores ocasionales.

La aparición de nuevas fortunas asociadas al crecimiento económico erosionaba


incesantemente la posición de los sectores tradicionales; una verdadera batalla simbólica entre las
fuerzas de la diferenciación y las de la imitación social se desplegaría entonces como otro factor
determinante de la estructura social del período.

Consumo, estilo de vida y clases


El modelo dual del siglo XIX estaba caracterizado por un rasgo
particular: esas categorías no denotaban una condición transitoria, sino que tenían una fuerte
connotación de permanencia e inmutabilidad, vinculada al carácter y los antecedentes familiares; uno
nacía o no nacía decente. Ese status era imputado, no adquirido, lo que reducía las posibilidades de
ascenso social. Los procesos de expansión de los sectores medios constituían una amenaza
permanente a las barreras de diferenciación social tras las cuales los grupos más tradicionales
buscaban preservar su posición. La riqueza jugó aquí un papel ambiguo: para algunos, la posesión de
las nuevas riquezas fue el camino para adquirir la posición social y el estilo de vida asociados a la
pertenencia a las capas superiores de la sociedad; la distinción podía ser adquirida a través de una
educación en los gustos y en la transmisión de los hábitos de cultura social. Para otros, el dinero no
sólo no podía ser considerado como determinante del status social, sino que por el contrario debía
preservarse la diferenciación entre las familias tradicionales y los titulares de las nuevas fortunas que
pretendían acceder a l elevación social a través de la exhibición de su riqueza material.
Además de los hábitos de consumo, la creciente ocupación de los espacios públicos y las
formas de esparcimiento se constituyó en otro ámbito de disputa entre las fuerzas de la igualación y
las fuerzas de la distinción. El desplazamiento de los ámbitos privados de la sociabilidad de la élite,
por el ascenso de una sociabilidad de los espacios públicos, contribuyó a mejorar las posibilidades de
quienes aspiraban a ascender socialmente, pues no dependían ya de invitaciones a reuniones
exclusivas sino que podían interactuar más abiertamente con los mismos grupos a los que buscaban
emular. En la Buenos Aires de comienzos de siglo, la vida social porteña giraba en torno a los
encuentros públicos que se daban en las carreras o el teatro; en definitiva, una “sociabilidad de la
apariencia”, donde los distintos grupos buscaban ver y ser vistos.
El veraneo marplatense se convertiría en otro ejemplo del avance de la democratización en
los espacios públicos: de balneario exclusivo de la aristocracia porteña a centro de atracción para
sectores cada vez mayores de la sociedad argentina. También aquí la apariencia jugaba un papel
importante en la sociabilidad, porque tanto en un lugar como en otro la ostentación, la simulación y la
apariencia reflejaban esa pugna entre quienes buscaban ascender socialmente a través del
lucimiento de sus nuevas fortunas y los intentos de diferenciación de quienes se refugiaban en el
linaje familiar. La sociabilidad de los espacios públicos aparecía como una oportunidad para que los
distintos grupos redefinieran sus identidades y sentidos de pertenencia a través de ese contraste.
El contraste era más notorio en la sociabilidad de las élites en las sociedades más
tradicionales del interior del país, donde en toda ceremonia pública en plazas, parques o iglesias la
delimitación entre clases continuaba marcada por los espacios diferenciados que le asignaban a los
distintos grupos de acuerdo a su ascendiente social.
Dentro de la capa superior de la estructura social argentina del cambio de siglo surgen
entonces dos vertientes contrapuestas: por una parte, los grupos capaces de exhibir los beneficios del
progreso económico mediante un estilo de vida refinado, cosmopolita y hasta ostentoso, que usaba a
la riqueza como medio de adquirir distinción, y, por lo tanto, las credenciales de pertenencia a esa
capa superior; y por la otra, una cultura tradicional, austera, desconfiada de los nuevos cambios
sociales y económicos, y crítica de la manifestación de opulencia que los nuevos ricos llevaban
adelante. Una “aristocracia de la sencillez” intentaría erigir un modelo que debía ser transmitido a la
clase media y los sectores populares como una manera de preservar los valores tradicionales. La
moderación en los consumos, la preocupación por el cuidado del presupuesto familiar, la austeridad y
el orden ocuparían un espacio importante en la legitimación de una “economía doméstica” asociada a
la respetabilidad de los sectores medios.

La emergente clase media y los sectores populares en tanto que “consumidores” eran los que
Impulsaban el surgimiento de una naciente industria nacional, transformando las características del
mercado de consumo local: las nuevas campañas publicitarias facilitaron el surgimiento de una
sociedad de consumo masivo, y en el cambio de siglo se produjo una explosión en el consumo de
artículos como cigarrillos, fósforos, cerveza, vino, zapatos y ropa, que empezó a producirse en serie y
a menor precio. La circulación de diarios, revistas y libros reflejaba esa expansión en el consumo,
asociado no sólo a cambios tecnológicos, sino también a la expansión de la educación y el
alfabetismo.

en resumen, mientras que la cultura de élite se dividía entre una vertiente más tradicional y
austera, y otra cosmopolita y de consumo refinado, los sectores medios y populares avanzaron
sobre formas de sociabilidad y consumo que antes parecían reservadas exclusivamente para
esos sectores de’elite, y al hacerlo, se convirtieron en impulsores de estilos de vida que tendían a
la masificación y a la democratización de la estructura social argentina.

La construcción cultural de la estructura social argentina


Vale aclarar que la idea misma de “clase
social” es una abstracción, resultado de una operación mental, irreductible sólo a las
manifestaciones materiales de un período en particular. Durante el período, las ideas de clase social
operaban como construcciones ideológicas a través de las cuales se realizaban operaciones
clasificatorias que respondían a una determinada visión de la sociedad y de las relaciones sociales
dentro de la misma; los hábitos de consumo y esparcimiento y los estilos de vida en general influían
en la manera en que las clases sociales se concebían y representaban a sí mismas, generando una
idea de estructura social que se constituía como un producto del imaginario colectivo, con tanta o más
fuerza que la de los parámetros de la ocupación o el ingreso.
Ya en 1955 Germani insistía en que los determinantes de la clase social deben buscarse
tanto en criterios estructurales como en criterios “psicosociales”, entre los que se incluyen la
autoidentificación de los miembros de cada grupo con determinada clase. Donde se detecta una
diferencia sustancial entre el enfoque de Germani y estudios más recientes es en que mientras que
para Germani las clases eran un objeto con “existencia sociológica real”, esa imagen está más
estrictamente imputada a la estructura que asumida por la misma; en definitiva, las posibilidades de
que la percepción de las diferencias sea fácil o difícil depende de lo que distintos actores, a través de
sus condicionamientos culturales, quieran o puedan ver. En cambio, los enfoques más recientes en
historia social buscan precisamente dejar de lado esta idea de que las clases existen “realmente”, y
presentan la idea de clase como una construcción retórica. Las clases son un esquema ficticio
utilizado para clasificar con algún propósito particular, y de ello se deriva que esos esquemas pueden
diferir de acuerdo a quiénes sean los que realicen las clasificaciones, los propósitos que los mueven o
las circunstancias en que esos esquemas son desarrollados.

entonces, las claves para entender los cambios en la conceptualización de la sociedad no residen
solamente en las transformaciones subyacentes a la estructura social, sean éstas materiales o
culturales, sino también en las cambiantes configuraciones políticas e ideológicas de quienes
interpretan esos procesos sociales.
la extendida convicción de que durante este período se fijaron las bases para el
surgimiento de la sociedad “de clase media”, integradora, igualitaria, que se convertiría en un
rasgo de la evolución argentina, se apoya tanto en ciertos procesos económicos y sociales como
en una acumulación de procesos culturales y políticos que constituyeron una visión particular de
la sociedad argentina, apoyada en un consenso básico en torno a ciertos valores.
por lo tanto, se deben rastrear no solamente el impacto de esos procesos
materiales y culturales que transformaron la sociedad, sino también el origen de esa
construcción cultural que permitió conceptualizarla: ¿cuándo, cómo y por qué surgió en la
sociedad argentina esta creencia en una sociedad que se caracterizaba por la integración,
ascenso de la clase media como sus rasgos distintivos?
estos interrogantes aparecen entonces tan legítimos como aquellos referidos a
los fenómenos materiales y culturales.

Cabe entonces preguntarse por las razones por las que esa imagen de estructuración de la
sociedad argentina moderna ha persistido a lo largo del tiempo; en este sentido, los censos, los
mapas y los museos actuaron como instrumentos complementarios del papel
que la educación pública jugó en la conformación de una imagen determinada de la sociedad
argentina. Especialmente los Censos nacionales, cuyo panorama de los éxitos de los inmigrantes en
la Argentina y de su integración a la sociedad local coincidía con el mensaje que desde la estructura
administrativa se utilizaba para atraer a los inmigrantes al país. Es decir, los censos operaron no sólo
como registro estadístico y de medición de la realidad argentina del período, sino que también
establecieron una manera de proyectar hacia el futuro una determinada imagen de la sociedad.

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