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Los actores políticos en el sistema español actual: partidos, grupos de

presión y movimientos sociales

Profesor: Jaime Pastor Verdú


Sesión 2 – Los grupos de presión
Se tiene como objetivo analizar la evolución de las relaciones entre grupos de presión,
partidos, gobierno y opinión pública, con referencia a casos concretos
Vamos a seguir profundizando en los instrumentos necesarios para en el estudio de la
evolución de los principales partidos y del sistema de partidos, así como de su relación
con los grupos de presión y los movimientos sociales. Una constante del curso es hacer
especial referencia al proceso de transición política así como a la caracterización de los
distintos ciclos políticos y de movilización vividos desde entonces, con el fin de
proporcionar el marco adecuado para el análisis de casos prácticos. En está segunda
sesión es inevitable un cierto solapamiento temático con la primera bajo cuyo tema, Los
partidos políticos, la transición y las relaciones con el electorado ofreciamos el marco de
análisis necesario para interpretar el comportamiento de los partidos políticos desde 1977
hasta la actualidad, tanto en su relación con el electorado como en su vida interna, así
como las características del sistema de partidos que se ha ido configurando. Y en esta
segunda sesión abundaremos en esa relación con el electorado a través del control que
éste ejerce sobre los partidos, bien de la manera convencional de agencia, bien a traves
de grupos de presión, así como los mecanismos de que disponen los partidos políticos
para manipular la opinión pública.
En este sentido es brillante la exposicion que hace J.M. Maravall en El control de los
políticos donde analiza los puntos débiles de una teoría minimalista de la democracia
puesto que ésta no atiende a las consecuencias de las asimetrías de información entre
ciudadanos y políticos. La teoría minimalista concibe la democracia como un régimen en
el que los ciudadanos pueden desechar gobernantes por razón de su mala gestión y en
los que, debido a ello, existen incentivos para que los gobernantes sean representativos.
Esta concepción de la democracia resulta para Maragall demasiado complaciente: Si las
elecciones constituyen el fundamento de la democracia, los ciudadanos deben tener
capacidad real de premiar o castigar a los gobernantes. Si estos últimos disponen de
mayor información que los votantes, el control de los políticos mediante las elelcciones se
hará difícil. El control de los políticos analiza qué estrategias típicas utilizan los
gobernantes para sobrevivir en el poder cuando sus políticas son impopulares. Estudia
también si los votantes premian o castigan a los gobiernos según los resultados de su
gestión. Si el destino de los gobiernos no dependiese de tales resultados, debido a las
estrategias de los políticos o a las consideraciones de los votantes, no existirían
incentivos para la representación política democrática. La política interna del partido en el
poder puede proporcionar información a los ciudadanos sobre la actuación del gobierno.
En tal caso, los votantes preferirán partidos internamente democráticos. Pero puede
suceder, por el contrario, que partidos disciplinados y monolíticos garanticen mejor la
capacidad del gobierno. ¿En qué medida, por tanto, la organización interna de un partido
le ayuda a permanecer en el poder? Por último, en ciertas circunstancias, estrategias de
poder pueden utilizar la relación entre el Estado de derecho y la democracia para
judicializar la política. Cuando tal cosa sucede, los votos o las leyes se convierten en
armas de los políticos que socavan el entramado del régimen democrático y del Estado de
derecho. La discusión de este conjunto de cuestiones, con datos referidos tanto a España
como a otros países, da lugar a un penetrante replanteamiento de los mecanismos de la
democracia representativa.
Sin embargo, me resulta curioso que Maragall participe de la idea, no por más extendida
menos peregrina, que el desarrollo de la democracia, “el osar más democracia”, según la
máxima de Willy Brandt, es patrimonio exclusivo de la izquierda. Si bien,
afortunadamente, el libro no está transido de esta idea parece mentira que un politico de
la talla de Maragall no advierta que muhos son los intelectuales comprometidos desde la
derecha en la regeneración democrática. Es más, ese exclusivismo pone en entredicho su
talante democrático.
Como un ejemplo de los planteamientos de Maragall en orden a la manipulación
partidista, la existencia de grupos de presión partidarios de las privatizaciones y en como
el parlamento ha dado paso a los medios de comunicación como foro de debate de la res
pública, o incluso los juzgados, se nos ofrece el artículo de Juan Pan Montojo Las
privatizaciones en el debate publico español, 1996-2000 .
Si bien este autor reconoce que el proceso de privatización proviene de la etapa
socialista no hace la mínima mención a que en aquella etapa predominaba las
injerencias de los grupos de presión, ávidos de carroñear las privatizaciones y de
compartir sus pingües beneficios con los políticos como queda acreditado en El
saqueo de España de Isabel Durán. Y todo ello han sabido venderlo a la opinión
publica como una especie de deuda histórica por haber perdido la guerra civil, en
comentario ciertamente críptico de Alfonso Guerra.
Es cierto que entre 1996 y 2000, la primera etapa del Partido Popular en el poder,
tuvo lugar una vasta operación de venta de empresas públicas, que redujo
sustancialmente el tamaño del sector público empresarial español. Sin embargo, eI
proceso de privatizaciones se realizó desde la más estricta ideología liberal y de forma
mucho más eficaz para las arcas españolas que en los gobiernos socialistas, siendo
presentado como eje de la gran reforma de la economía española finisecular.
Una operación de tan amplio calado debería haber suscitado una gran polémica
pública. De hecho esta tuvo lugar, pero se urdió alrededor del cómo y no del porqué de la
privatización como programa global. Los periódicos registraron una presencia masiva de
artículos de opinión, así como una no menos masiva " rutina informativa", que daba por
supuesta la obsolescencia de las empresas públicas, mientras que el eje del debate se
desplazaba a cada operación de venta y al futuro de los sectores en los que actuaban las
empresas privatizadas.
En mi opinión, sin embargo, la escasez del debate se debió a la carencia de
auténticos liberales, con bagaje intelectual suficiente para encarar una campaña de acoso
en un país donde se había asentado la socialdemocracia del hiperintervencionismo
estatal. Y es que, el mercado ha concitado desde siempre la sospecha y el desdén,
cuando no la ira, de políticos, empresarios, sindicalistas, intelectuales, periodistas,
religiosos y artistas, grupos todos ellos poderosos e influyentes.
Por eso, en esa línea acomplejada del comportamiento de los partidos (el PP, de
hacer sin explicar y el PSOE de callar, pues había dejado el erario público hecho unos
zorros) es interesante ver el tratamiento periodístico de las privatizaciones para esbozar
algunas reflexiones sobre el impacto del proceso y de los discursos creados a su
alrededor en la opinión publica y en, lo que podríamos lIamar la "cultura político
económica". Con este fin Pan Montojo realiza, en primer lugar, un acercamiento global a
las privatizaciones en Europa entre 1981 y 2000, que habían sufrido igualmente la
políticas intervencionistas. A continuación evalúa los artículos aparecidos en la prensa
sobre la enajenación global de empresas y participaciones estatales en España a partir de
1996. En tercer lugar efectúa ciertas consideraciones sobre la configuración de la opinión
pública y su relación con las opiniones en la sociedad. Por ultimo se valora la política de
privatizaciones a la luz de lo anterior, subrayando las asimetrías entre su presentación
programática y su desarrollo en términos discursivos.
Resulta bastante habitual que identicas medidas de politica economica se
enmarquen en discursos muy diferentes. A lo largo de los ultimos setenta años, la
creacion de empresas publicas ha sido en unos casos presentada como una via de
redistribucion del poder y de transformacion sustancial del sistema economico y en otros
como un expediente destinado a alcanzar fines mucho mas restringidos: el desarrollo de
sectores estrategicos, la preservacion de actividades basicas en peligro, la mayor
eficiencia productiva o asignativa de la economia ... Lo mismo se puede decir de las
privatizaciones, que han sido la otra cara de la fundacion de empresas publicas a lo largo
de la historia contemporanea.
La presentacion de una medida politica como componente de un programa de
reforma global del sistema economico o como solucion pragmatica a un problema
especifico no es sin embargo indiferente. Una politica calificada como sistemica tiene
mayores efectos sobre las expectativas y por tanto sobre los comportamientos de la
sociedad. Su anuncio como tal constituye ademas un indicio claro de la voluntad de
transformacion de la cultura politica, de rehacer en el imaginario social las fronteras de lo
posible y lo bueno en las actuaciones politicas, es decir, lel desarrollo de la ideología
liberal. Es una llana y simple provocación que a esta actitud refrendada por las urnas, que
abogaron por el cambio de política económica, entre otros desmanes, nuestro autor se
asombre de que el PP le llame "modernizacion».
Las privatizaciones alcanzaron en la prensa el papel central que se les habia
asignado por parte del Gobierno y que desde esta perspectiva el Partido Popular logro un
gran exito. No hubo, lamentablemente, por el contrario un debate sobre el fondo de la
propuesta de las dimensiones que cabria haber esperado. Y ello porque el Gobierno y la
prensa renunciaron por lo general al cuestionamiento de la empresa publica y al tiempo
lograron transmitir la inevitabilidad de su privatizacion, en especial con la referencia
constante a un proceso general, europeo, que normalizaba la enajenacion del sector
publico y es que la derecha no acaba de librarse de sus complejos para explicar la
ideología que subyace en sus actuaciones, aquella ideología por la que han sido elegidos.
Ahora bien, esa normalizacion pasaba por la identificacion de la promocion de la
competencia como el objetivo central de las privatizaciones (según Pan Montojo
evidentemente no era ni podia ser tal el resultado de la mera transferencia de titularidad
de empresas publicas o mixtas, sin embargo, sí se produjo una dispersión de empresas
que propiciaron esa competencia y, por tanto, un aumento en la eficacia, lo que no se
puede conseguir en un régimen de monopolio o de competencia asimétrica a base de
insuflar subvenciones y dinero público que distorsionan el mercado), una identificacion
que produjo un debate creciente alrededor del conjunto del proceso.
A faIta unicamente de vender algunas compañias menores, las privatizaciones se
hallaban practicamente culminadas al terminar el primer trimestre de 1999. Por ello tanto
la SEPI como el propio Gobierno se mostraron especialmente propensos a los balances
finales y, como es logico, a los balances autolaudatorios. Esas visiones se sustentaron en
dos tesis: en primer lugar, en la afirmacion de que las privatizaciones se deben entender
como un instrumento de politica industrial, como la culminacion de un proceso de
constitucion de empresas viables, capaces de reforzar la estructura industrial y financiera
de la economia espanola; en segundo lugar, en el enfasis otorgado a la eficacia de las
privatizaciones emprendidas por el Partido Popular, como fuente de ingresos y de ahorro
para el Estado. Este discurso sin duda reflejaba con exactitud dos objetivos del Programa
de Modernizacion del Sector Público Empresarial. Pero no todos. Eludia la cuestion
central del fomento de la competencia que habia sido en la fase algida del proceso el
movil aducido para la apuesta privatizadora. Un silencio significativo porque ese objetivo
habia dado pie junto con los importantes movimientos en el paisaje empresarial espanol,
en particular las fusiones bancarias y las iniciativas y proyectos de fusiones y alianzas de
companias del sector energetico a la polemica y desde luego a la critica periodisticas.
Efectivamente, las aspiraciones a constituir proyectos empresariales espanoles de
envergadura y a maximizar ingresos pueden presentar un cierto grade de incompatibilidad
entre si, pero no son contradictorios como ocurre con ambos y la consecucion del tercer y
fundamental fin declarado de las privatizaciones: el incremento de la competencia efectiva
en los mercados de bienes y servicios, en los que opera ban las empresas publicas.
Maximizar ingresos implica vender las empresas sin reestructuraciones previas
destinadas a disminuir su poder de mercado, porque de lo contrario se rebaja su precio de
venta. La enajenacion sin “cirugia industrial", ademas de contribuir a elevar los ingresos
publicos facilita la consolidacion del proyecto empresarial ya que reduce las
discontinuidades entre la empresa publica y su sucesora privada y aprovecha al maximo
las ventajas obtenidas por la primera a lo largo de su trayectoria anterior. La concentra
cion del poder economico se vino por ello a convertir en el principal argumento de la
critica a las privatizaciones.
Frente a esa dimension mas aprehensible de la cuestion, hay una segunda menos
evidente. EI aparente consenso de la opinion publica sobre la obsolescencia de la
empresa publica podria interpretarse como un giro liberal de la opinion social en materia
poIitico economica. Pese a sus referencias a un nuevo ciclo en politica economica, el
Partido Popular no quiso, a diferencia de lo pretendido por Margaret Thatcher o Ronald
Reagan, o no pudo (no se atrevió) a poner en marcha una revolucion conservadora.
Desdibujado el rechazo de la empresa publica por su caracter de tal en los discursos
politicos y en el grueso de la informacion periodistica (no obstante la reiteracion del
binomio publico-ineficaz), las privatizaciones sistemicas anunciadas pasaron a ser en su
explicacion cotidiana privatizaciones estrategicas, con lo que dificilmente podian producir
una ruptura en las opiniones sociales.
Surge asi la paradoja de que las privatizaciones, presentadas como un corte
historico, fueron en realidad justificadas sobre todo por factores externos (Ias exigencias
europeas) y orientadas a la ampliacion de la competencia, no a clausurar un cicIo político-
economico. Probablemente porque tal cosa suponía en Espana el alejamiento del centro
politico, asociado a la cultura democratica gestada en la Transicion: una cultura que no
admite la dejacion, negacion o limitacion del derecho y capacidad colectiva para intervenir
en los procesos economicos con todos los instrumentos politicos posibles, incluidas las
empresas publicas.
Como se ve, Pan Montojo hace una interpretación muy libre y personal, quizá
convincente para algunos de cómo el Partido popular supo vender a la opinión pública la
necesidad de las privatizaciones y cómo los electores comprendieron que se trató de una
maniobra necesaria, limpia y eficaz.

Elche, para Madrid, abril de 2005

Fdo. Enrique Centelles Forner

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