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Jesús: esperanza para los pobres – Juan Simarro

Protestante digital.

La pobreza: escándalo y vergüenza humana (XLVII)

No es la primera vez que escribo sobre el tema de Jesús y los pobres. De hecho, varios de
vosotros conoceréis mi libro: “JESÚS: Evangelio de Dios a los pobres”. Tampoco desecho
la idea de hacer algún día una serie sobre este tema, pero ahora, unas líneas más. Creo que
es un tema de mucha responsabilidad, delicado y central para la comprensión del
Evangelio. Jesús no fue solamente cercano a los pobres, sino que se comprometió con ellos.
Formaron parte de su comprometido estilo de vida en la tierra.

No es posible entender el mensaje del Evangelio si no se tiene en cuenta el compromiso de


Jesús con los pobres del mundo… y sólo en la persona de Jesús conocemos a Dios, en Jesús
se nos ha hecho cercano. Dios es el Dios de los pobres y no sólo escucha su gemido, sino
que lo asume como propio… porque Dios es un Dios justo que sufre con la causa de la
pobreza: la injusticia.

La clave para entender al Dios de los pobres no es sólo que Jesús nació pobre, que
vivió pobre y que murió desnudo en la cruz, sino que hizo todo esto como mensaje de
amor a los pobres, mensaje a todos nosotros ante la pobreza del mundo, o mejor
dicho, ante los empobrecidos del mundo para que éstos puedan llegar a ser
dignificados y valorados a través de nuestro compromiso. El compromiso que deben
asumir los seguidores de Jesús. Así, no es casual cuando El Maestro comienza su vida
pública citando un texto del profeta Isaías, un texto en el que no solamente se compromete
con los pobres como parte esencial de su ministerio, sino que entronca con los profetas
cuya esencia de su mensaje y su trabajo fue la denuncia de las causas que empobrecen y
oprimen al hombre.

Este es el Programa que asumió Jesús: “El espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me
ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados
de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a
los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor”. (Lc. 4:18-19). Y algunos, a pesar de
ser una cita de Isaías, profeta que clama contra la pobreza y la opresión de su pueblo, se
empeñan en espiritualizar estos términos.

Esta espiritualización puede dar lugar a que la labor de Jesús como Dios, el Mesías con el
que irrumpe en nuestra historia todo su concepto del Reino, un reino cuyos valores y cuyas
parábolas se encarnan en la realidad histórica y en medio de las problemáticas del mundo,
su compromiso a favor de la liberación y dignificación de los pobres, haya quedado
reducido a unos mínimos que no se corresponden con el Evangelio que trajo Jesús.

De ahí que nos hayamos quedado anclados en una parte importante y fundamental del
mensaje de Jesús: Jesús murió por nuestros pecados. Ante esto hay que decir: correcto.
Nadie lo duda. Es una afirmación general que tiene una trascendencia metahistórica y

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eterna. Se da en el plano de la verticalidad que en parte tiene la relación entre Dios y
el hombre.

Sin embargo, también, si consideramos el proyecto de Jesús que consiste en traer al mundo
el Reino de Dios y su justicia, si analizamos ese plano de la horizontalidad y arraigo
histórico del Reino de Dios en la tierra, desde esos valores del Reino que “ya” está entre
nosotros, valores dignificantes, liberadores y de lucha contra la injusticia, podemos ver y
constatar que Jesús también murió por defender la causa de los pobres, por su compromiso
en la búsqueda de justicia para ellos y por su anuncio del Evangelio a los pobres que
escandalizó tanto a autoridades religiosas como políticas que no entendían este mensaje
revolucionario. Quizás en este compromiso radical con los pobres se estaba fraguando su
crucifixión.

Por tanto, yo, personalmente, creo que a Jesús le duele el que no se reconozca que su
muerte se debió también a su compromiso escandaloso con los pobres. No murió solamente
por nuestros pecados, sino por la defensa de la causa de los pobres. Su Evangelio a los
pobres no era solamente un concepto espiritualista, sino en relación con los injustamente
empobrecidos del mundo real en el que vivimos. Porque Jesús no sólo nos enseña que
cuando hagamos banquete -con la importancia que tenía la comensalidad para los judíos
que sólo comían con aquellos con los que podían compartir la vida-, para ser
bienaventurados en esta tierra, llamemos a los pobres y no se llame a los amigos o vecinos
ricos, sino que, además, cuando habla de la parábola de la Gran Cena, símbolo de la
acogida de Dios en el Reino y no solamente en esta tierra, sino con perspectivas
metahistóricas, también se excluye a los compradores de haciendas, a los compradores de
bueyes en tiempos en que tener animales era tener una gran empresa, excluye a los que se
aferran al placer mundano. Así, Jesús, enfadado con ellos da la orden a su siervo: “Ve
pronto por las plazas y las calles de la ciudad y trae acá a los pobres…” (Lc. 4:15-24).

No creo que se pueda interpretar que Jesús está llamando a los espiritualmente pobres,
aunque ésta sea una virtud especial para Dios, sino que el poner el concepto de pobre al
lado de los mancos, los cojos, los ciegos, como se ve en el texto -que también eran pobres
en los tiempos de Jesús-, el tema de la pobreza a la que Jesús se refería queda totalmente
clara.

Yo creo que para cualquier persona que se acerca al Nuevo Testamento queda claro que la
muerte de Jesús estuvo motivada en gran parte por su compromiso con los pobres, sin que
esta afirmación sea excluyente de la que afirma que Jesús murió por nuestros pecados.
Cuando Juan el Bautista le pregunta por su identidad como Mesías, él se identifica de esta
forma tan impresionante y comprometida: “Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y
veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, y a los pobres es
anunciado el Evangelio; y bienaventurado el que no halle tropiezo en mí”. (Mt. 11:4-5).

¿Hallan tropiezo hoy en esta identificación de Jesús muchos de los cristianos de hoy?
¿Nos hemos centrado tanto en un concepto de pecado, también en muchos casos
espiritualizado del que queremos que Jesús nos limpie, que hemos olvidado una parte
esencial del Evangelio de Jesús? Jesús murió por el compromiso asumido por los pobres de
la tierra porque es un Dios justo. Quizás también nuestra vivencia del Evangelio debería

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llevarnos, siguiendo a Jesús, a un auténtico compromiso con los pobres… ¿Hasta la
muerte?

Juan Simarro es Licenciado en Filosofía, escritor y director de Misión Evangélica Urbana


de Madrid © J. Simarro. ProtestanteDigital.com (España, 2010).

Fuente: Protestante digital

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