Ultima noche en Manizales
Sus manos estaban abombadas y canéticas como un néufrago que ha pasado dias
absorbiendo el mar salitre, y cada pliegue de sus palmas despuntaba en callos duros y
afilados; las yemas de los dedos tenian el amarillo del pegante industrial. Tomé una pipa
hecha de un rollo fotografico y un cilindro de acrilico, toda negra excepto en los bordes del.
platillo, que eran grises por incontables generaciones de ceniza calcificada. Yo esperaba la
transformacién monstruosa de la que muchos mehabian advertido, y anhelaba estudiarla.
Pero sus ojos seguian tan vivos como siempre, con destellos intermitentes de lucidez y
orgullo. Hinché las fosas alargadas de esa nariz.que heredé-y que tanto he detestado-, puso
fuego sobre la mezcla ocre que aguardaba en el viejo tubo de fotografia, y aspiré con
potencia. No hubo temblor ni agitacion. Surgié un olor a brea recalentada, y después de una
exhalacion muy lenta y paladeada, siguié tarareando la pieza de musica clasica que brotaba
con timidez. del radio. Los vapores quedaron suspendidos bajo un bombillo débil de luz
ambarina, y senti un zumbido muy tenue vibrando en las sienes.
Miré mis propias manos, rosadas y acolchadas con los dedos un poco gordos, como los de
un chimpancé. Yo s{ temblaba. Unos minutos antes habia tenido el brazo envuelto en
llamas. Estabamos fundiendo algo de plata en un crisol, él con un poderoso soplete
industrial que vomitaba una largaflama azul, y yo con uno més pequeito, portatil, de joyeria,
que por tener una fuga nos parecié razonable usarlo conectado a una lata de combustible.
Siempre he sido muy torpe y temeroso del fuego, y por eso no lo sostuve con firmeza. Mi
padre apagé las llamas que envolvieron mi manga con un trapo sucio que calentaba para
ponerme en la espalda cuando el dolor de la hernia era insoportable; con ese mismo trapo
ahuyentaba a Robin, nuestro gato negro, el pequetio amigo, un verdadero diablo que vivia
haciendo dafios, escapando de noche y volviendo ala madrugada con pajaros o ratones entre
las fauces ensangrentadas. Ponia la presa de caza sobre el mesOn, junto a las jarras de acido
sulfirico y los frascos de soda céustica. Nos miraba con orgullo, Luego maullaba diciendo
algo asi como «aqui les traje, coman. Yo ya estoy lleno»,
Nosotros no estdbamos llenos. Comiamos muy poco, pero ya levabamos algunos dias
cocinando con gas, y no en el miserable reverbero de alcohol que dejaba la comida
impregnada de un sabor que evoca una pobreza humillante y triste. El consiguié el gas por
mi, aunque la fundicién dela plata parecia un pretexto adecuado; esto mi hermano no lo
disfrutaba porque era un espartano indiferente a los vapores del cocinol. «Te falta comer
vitamina Mp, me decia.
«{Qué es eso?»
«Pues vitamina mierda, agiievado. Eres muy mimado. Y llegaste de Bogot hablando como
gomelo, quépereza».
«Bs que todo queda oliendo y sabiendo a gasolina, y me da mareo».
Reimos con tanta gana por el incendio que lo despertamos, y aparecié en la cocina todo
lagatioso y malhumorado. Como un padre que regaita a dos nitios impertinentes que pasan
sus horas en juegos ridiculos y proyectos imaginarios, nos recordé que tenia que madrugarpara ir a la universidad. Que le bajéramos al radio, que esas no eran horas. Que callaramos
‘a ese granputo gato. Nuestro padre se hizo el loco y esquivé el regafio, que me cayé todo a
mi;naturalmente, ellos estaban més tranquilos antes de que yo llegara. Hacian sesiones de
canto e iban con el coro de la sinfénica juvenil a presentarse ante el selectisimo piiblico
manizalefio, e incluso fueron a orinar las paredes del edificio de la alcaldia como protesta
cuando la ciudad estuvo dos semanas sin servicio de agua.
Intentamos bajar el volumen, y ahora yo me esforzaba por agudizar cada uno de los sentidos
para hacer mio todo el panorama, guardar los detalles de esa imagen que habria de ver
muchas veces mas en circunstancias distintas: él, Jorge, mi padre, su frente cansada
cubierta de sombras y sus manos viriles sosteniendo la pequefia pipa que él mismo fabricé
con la mistica con que hacia todo, soltando el humo negro con los ojos cerrados mientras su
voz. acompafiaba alguna melodia de Beethoven o de Mahler, o de quien estuviera de turno
en la emisora, La puerta de la cocina daba aun patio inferior de ladrillos palidos cubiertos
con una telilla de musgo fino ennegrecido por los gases del fogén de lefia que usaron hasta
poco antes de mi llegada. Por esta puerta entraba el viento fresco de una clara noche de
julio, que, sin embargo, era lo bastante frio para forzarmos a usar sacos: yo le pedia prestado
un pantalén de mezclillay un suéter de lana, mientras é1 empujaba su esqueleto dentro de
un cuello de tortuga verde. Que un hombre tan resistente al fracaso ylos vilipendios de su
familia, el hambre y la soledad, necesitara siempre abrigarse del frio, me lenaba de una rara
tenura.
En el crisol reposaba un redondel de plata refulgente. £1 puso la pipa en una repisa alta,
detras de unos tubos de ensayo, y atin hoy me pregunto por qué la escondia, si nadie nos
visitaba, si mi hermano y yo sabiamos todo, Ese pudor me conmovié. Muchos afios después
yo iria a desahuciarlo del apartamento de mi abuela, y entre las cajas lenas de latas de
cerveza y chatarra y las resmas de cartones que llegaban al techo, tendria que ver que habia
tendido con meticulosidad el colchén, que cuidaba de mantener las matas rozagantes y
bellas, que se habia afeitado con esmero, que tenia los zapatos bien lustrados y la camisa
perfectamente planchada.
Después de la tltima exhalacién, la voz se le engrosaba atin més, y yo creia estar escuchando
al mismisimo Ivan Rebroff. Con las pupilas temblonas me miraba como extrafiado de
encontrarme ahi, como si yo acabara de aparecer y él hubiese estado solo todo el tiempo.
«Pepino» ~me dijo~ «estamos haciendo plata, parcerito. Mira esa belleza».
«Creo que me chamusqué el pelo».
«No te lo habia dicho, pero est4s muy mechudo, Aunque si asi te gusta, qué carajos».
.
Aloirel chirrido de los goznes, Robin y su amigo amarillo intensificaron los maullidos. Jorge
los amenaz6 con el trapo sucio: «no sefiores, no me van a dar un concierto a estas horas
¢Concierto para delinquir? No me miren asi, Cémanse su puta mierda, y a dormip», y en
diciendo eso esparcié unos cuantos granos de cuido por todo el estrecho piso de la cocina.
Eran muy pocos, pero el objetivo era mantenerlos entretenidos un buen rato buscando la
comida. Repiti6 varias veces «cémanse su puta mierda», mientras sonreia al verlos cascar
con sus colmillos las pepascon forma de hueso, Pronto sacé una mantecada de una bolsa de
papel, la parti6 en dos y me alargé el trozo mas grande. A través de una sonrisa sin dientes
murmuré «no le digamos a Blas».
Al fin un poco de calma. Engullila torta en un solo bocado y retomeé las fotocopias. Empecé
a hablarle de lo que lefa, mientras él asentia o complementaba la informacion con algiin
dato curioso que tomaba de la enciclopedia de su cabeza. De una gaveta muy alta sacé un
frasquito de alcohol desinfectante y sirvié una cuarta parte en un vaso; llené el resto con
refresco de maracuyé diluido en agua, y mezclé la bebida con cuidado y paciencia. Seguia
sonriendo.
«{Qué estaba sonando ahorita?», le pregunté al verlo animado.
«La Trucha, de Schubert».
«No, antes. Ya conozco La Trucha. Lo de ahorita con un final muy potente>.
«Pini di Roma, de Ottorino Respighiy, respondié con parsimonia, exagerando la doble t en
Ottorino, Abrié el horno y sac6 un Pielroja. Solia calentar los cigarrillos para suavizarlos. Se
dio fuego y antes de soltar el humo, continué: «un compositor menor, si me lo preguntas.
Muy monétono para mi gusto. Es de esos que el tio Carlos Gémez detesta, asi como detesta
con el alma a Stravinski>.
«Carlos Gémez es un viejo cascarrabias, sno
«Si y no», respondié soltando el humo. «Nadie sabe tanto demisica clasica como él. Tiene
una importante coleccién de vinilos». Tomé un poco del refresco etilico y siguié fumando,exhalando anillos azulados, con los ojos entrecerrados, imaginando, o envidiando tal vez, la
gigantesca coleccién de vinilos de Carlos Gomez.
«Papi, el otro dia viel Pajaro de Fuego con Blas. Lo dirigia ese que es muy joven y mechudo,
gcémo es que se llama?... :Dudamel? Lo vimos en Film&Arts, y nos gusté mucho».
«A mi si me gusta Stravinski, y Dudamel es un putas. Lo que pasa es que con los afios uno
se vuelve mafioso, quisquilloso, llevado de su parecer. Ahora, vaya usted a saber si uno no
se amarga criando a dos hijos especiales como el Gordo y Ramiro. Son unas almas de Dios,
pero también son retrasaditos».
«Y la Beba es como agiievada, gno?>
(Uf... Llave, la propia gtieva. Pero no hablemos asi de ellos, que han sido muy queridos
siempre». Fumaba lejos de los frascos de quimicos, pero a veces se acercaba a inspeccionar
algin recipiente, agitar un liquido, raspar metales de un fundidor, o destinaba algunos
minutos a una reparacién cotidiana. Se jactaba de nunca haber contratado aun electricista,
plomero, herrero 0 mecénico, pues todo podia componerse si se entendia el funcionamiento
de las cosas. Y si bien arreglaba cada cosa que se dafiaba en la casa, también es cierto que
desarmé y daiié muchas cosas que atin servian, o que incluso estaban nuevas, pues lo
asaltabaun afan irrefrenable de entender cOmo funcionaban. Su escritorio de trabajo estaba
eno de tuercas y tornillos, cintas aislantes, trozos de cable, varillas de soldadura, pomadas,
tarjetas de circuits, y desde hacia poco tenia también frascos repletos de pasto elefante y
placas radiograficas recortadas alli donde habia més sales de plata que podriamos lixiviar
para fundir, soplete en mano.
Después de poner unos puntos de soldadura en el walkman de mi hermano, tante6 la repisa
alta buscando su pipa. Me dijo que iba a darse «un toquecito», a lo que respondi que queria
ver todo el proceso. Miré hacia el patio unos segundos, y luego asinti6 con algo de pena, una
emocién muy rara en él, pues siempre condujo su vida con cierto desdén aristocratico hacia
las opiniones y prejuicios de los demas, y aun ponia una nota de orgullo en su voz cuando
pedia algo fiado en las tiendas 0 «ejecutaba» a sus amigos solicitando dinero prestado, las
mis de las veces regalado. Logré murmurar que no me importaba que lo hiciera, que no iba
a juzgarlo, Eso parecio darle mas pena atin.
«Yo esto lo tengo controlado, hermano. Hay unos pelaos que fuman y se desesperan, les
entra la ansiedad, se asustan, y luego quieren pegarse de la pipa toda la noche».
Su voz tomé el color de los afios de docencia, cuando enseiaba francés en la Alianza.
Hablaba desde la experiencia, pero con el desapasionamiento de quien alecciona sobre el
‘uso del modo subjuntivo.
«Juan David es uno que empieza a temblar y se pone paranoico. Ya le cogi pereza a fumar
con él. Todo, Pepino, hasta esta vuelta, hay que hacerlo con método. No quisiera que uno
de ustedes lo haga y termine llevado. Pero bueno, pille pues».Agarr6 la pipa por el cuenco y rasp6 los detritos con un mondadientes. Sacé de la billetera
una pequeia papeleta con un polvillo amarillento: la bicha. Esparci6 con cuidado el polvo
dentro del platillo, dejé caer algo de ceniza del Pielroja por encima —de ahi el tono griséceo
del borde de la pipa-, llevé el pitillo a sus labios, hizo fuego y aspiré con calma. Los vapores
inundaron las membranas de mi nariz, que se encontré con un olor a ropa vieja y himeda,
olor a ropa guardada sin ventilaci6n, con cierto gusto de caucho quemado y querosene.
Volvié el zumbido a mi frente. Conteniendo el humo en los pulmones, dijo «y eso es todo».
«Qué se siente?»
«Nada, Esto es una maricada», respondié atin sin exhalar.
Estaba a punto de amanecer. Siguid bebiendo su refresco, callado, con los ojos ya vidriosos
y la nariz enrojecida. Sacé un pliego del cuarto util y empez6 a leer algunos de sus poemas
en voz muy baja, como si estudiara la obra de alguien mas, En algunos pasajes subia la voz
de repente, con sobrada teatralidad; en otros aceleraba el ritmo y se le enredaba la lengua,
hasta que suspiraba, con lagrimas en los ojos.
«gists bien
No me oia.
«Papi, equé pasa?»
Rompié en llanto como quien se encuentra soloy puede gimotear sin pudor. Como quien se
siente solo. Caminé con sigilo hasta el cuarto y me acosté junto a mi hermano, que
instintivamente hizo espacio en el colch6n sencillo. Un gran mapa Kenwood cubria la
ventana sin cristal, pero por los bordes lograba colarse el viento himedo y helado. Pensé
que esa podria ser la vida de ahi en adelante. Dias de lectura perezosa en el sof, entre las
tresy las seis, cuando se iba la luz natural. Luego, a las ocho, él vendria a empatar los cables
del transformador, abriria el registro del agua y tendriamos algo para comer y conversar. El
redondel de plata me animaba, y de algin modo pude reparar el computador para jugar,
escribir y diseviar el sello que habrian de llevar los lingotes de plata. También habia disefiado
el logo de la cerveceria: el fondo de una barricacon un trébol de cuatro hojas tallado en la
madera, Uniendo todos esos pensamientos en una confusa bruma cuyos hilos iban a
mezclarse con el vaho de neblina que se escurria por la ventana, y que por momentos
tomaba a forma del pajaro tuerto, me fui quedando dormido.