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Las reglas de la casa

Ella sabe que cuesta acostumbrarse a su vino. A ella misma le fue difcil paladear lo
dulce en su sabor cido por sorpresivo, extendindose con amargura por las papilas
gustativas.
Que a pesar de haber pasado el tiempo correspondiente bajo tierra, siga caliente como
cuando ocupaba sus venas, no ayuda.
Pero an as, sigue invitando comensales con la esperanza de que lo disfruten, al igual
que desea que encuentren el encanto de la carne de sus muslos, la de sus senos en salsa
roja o acaso la de sus mejillas ahora esquelticas.
La seora est dada a su tarea como posadera aunque la peste haya mermado los
animales de sus terrenos y luego a ella misma. Pobre mujer que tan sola, insiste en
arreglrselas como puede y con lo que tiene.
Ese es su mayor orgullo.
Por desgracia, sus invitados no son tan agradecidos como ella deseara (Y eso que es
muy paciente y atenta con ellos, esperando sus elogios para devolverles frases
igualmente halagadoras por modales que no tienen.) y son pocos los que se atreven a
tenerle suficiente confianza como para beberse de una vez sus obsequios, adems de
empujarse por el esfago cansado hacia el estmago hambriento los platos que ha
preparado con tanta diligencia.
Lo demonaco es mejor que nada.afirman ofensivamente algunos y lloran al
levantar la copa o empuar los cubiertos.
La seora llora sangre por esas infamias y cuando caen muertos los ingratos
comensales, no vacila en usar sus restos para el siguiente grupo de invitados.
Hay que aprovechar hasta lo ms indigno, ese es su lema.

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