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Antecedentes de historia regional 7. Genocidio calchaqui: un vacio fantasmal ‘A diferencia de otras zonas, la conquista del NOA durante principios del siglo XVII presenté dificuliades impensadas para los conquistado~ res. No se traté de un territorio sencillo, tanto por las caracterfsticas montafiosas con una sucesion de valles y pasos estrechos, problemas de escasez de agua y sobre todo por la actitud hostil de sus habitantes, ‘que no se resignaron fécilmente ante la presencia del invasor espafiol. La regién habia estado bajo control del Tahuantinsuyo y por ello los conquistadores en muchos casos siguieron utilizando y difundiendo ol ‘quechua como una lengua franca para lograr comunicarse con el mosai- co cultural mal llamado diaguita. No se traté de una colonizacién, como tor ejemplo la ocurrida en Asuncién, a la que se Ilamé el “Paraiso de Mahoma’, debido a los harenes de mujeres indigenas que cada espafol tenja a su disposicién. El NoA, por el contrario, fue muy dificil de paci- ficar, de hecho debié implementarse la paz de los cementerios. Durante largas décadas los valles Calchaqufes permanecieron como un espacio refractario a soldados, misioneros y encomenderos. Constitufan una zona caliente, pues cincuenta afios de malones continuos y entradas represivas de los castellanos habian moldeado la desconfianza en am- hos bandos. De ataques ocasionales contra viajeros solitarios y golpes de mano para capturar braceros indigenas se pas6 a un combate fran- co de unos contra otros que los historiadores dan en lamar “Guerras Calchaquies®. Si bien el motivo de la primera rebelién la encendié el torpe accionar del gobernador Albornoz por mandar azotar y cortar el cabello al hijo del cacique Chalimin, que para colmo habia concurrido ‘con una delegacién para brindarle sus saludos, el desencadenante bien pudo haber sido cualquier otro. Cortar el cabello era una de las afrentas jnas humillantes para el honor indigena. Esta vejacién representaba mas que un forzado cambio de look; constituia una de las peores ofen- sas a la hombria y la dignidad aborigen. De hecho, el cronista Bernabé Cobo en Historia del Nuevo Mundo seiiala que “tienen puesta toda su honra en la cabellera en tanto grado que la mayor afrenta que se les puede hacer es cortérselo”. El voraz ineendio que desparramé este in- tidente, evidentemente torpe aunque menor, demuestra que los autén- ticos motives eran otros. Las verdaderas razones eran las de siempre: Tos abusos y las injusticias que padecian los indios no sélo afectaban a 1a parcialidad de Chalimin; todos los invisibles sufrian del mismo ma- “4 Marcelo Valko estar. El primer gran alzamiento se inicia en 1630, y aunque la guerra propiamente dicha termina en 1636, las escaramuzas y guerrillas de esgaste se prolongarén hasta 1643 (Bazan, 1979: 122). En ese periodo, la ciudad de Londres es destruida por el bravo Chalimin hacia 1632. Los eombates tuvieron alternativas diversas, con éxitos y derrotas de unos y otros. Sin embargo, a la larga la superioridad de los invasores se impuso y la guerra terminé con su victoria. Asi lo informé Albornoz al rey e incluso comenz6 2 empadronar a los indios rendidos a los efectos de contabilizarlos para un mejor rendimiento econémico de las “piezas”. ‘Al afio siguiente obtuvo un gran triunfo tactico y enorme satisfaceién personal al eapturar al eacique Juan Chalimin, Bl rebelde fue conde- jhado sin mas trémite y descuartizado. La cabeza que habia planeado tantos ardides para aniquilar al invasor terminé expuesta en una pica on la Plaza Mayor de la ciudad de La Rioja, ciudad que habia sitiado ¥ atacado repetidamente. Su brazo derecho, el que alz6 Is lanza de la Jesistencia, termin6 clavado en su pueblo natal “para escarmiento de sus iguales”. ‘Los oficiales de la Corona, en las zonas de conflicto solian implemen- tar una solucién préctica y eficaz. en virtud de los eseasos efectivos. Es- tablecieron una serie de fuertes presidios para acordonar las regiones problematicas. Una suerte de panéptico a gran escala. Algo parecido Yeremos mucho después, con la frontera propuesta por el ministro de Guerra Adolfo Alsina, consistente en la famosa zanja escalonada por ‘una linea de fortines que, mas que impedir las correrias del malén, para lo tinico que sirvi¢ en forma efectiva fue para marcar elaramente 21 limite entre nosotros y ellos. Fue una suerte de geografia o mapa- Snundi de la barbarie delimitando el pais del bien del territorio del mal, cl salvajismo de la civilizacion. El indio no sélo era un habitante de una frontera bestial, sino que su misma humanidad constituia una suerte de limite biolégico que era necesario mantener separado y Ia zanja fue titil en este tinico sentido (Valko, 2007b: 35). Volviendo a nuestra zona, Ta ereccicn de fuertes-presidio fue la estrategia empleada por el general Jeronimo Luis de Cabrera para pacificar a tanto indio rebelde. Ast, le- ‘Vant6 una serie de reductos en los puntos que consideré apropiados, que tran unos rudimentarios campos de concentracién rodeados por el de- ‘Serto, Un primer fuerte lo emplazé en San Lucas de Nonogasta, donde quedaron sometidos los indigenas eapayanes, guadacoles y famatinas. ‘También hacia 1632 se confiné a los indios de Los Sauces y Aimogasta en la prisién de Machigasta a la que llamaron “Espiritu Santo”. Finalmente, a 12 leguas de Pomén para el afo del Sefior de 1633 se establecié el gran presidio del Bafiado del Pantano. Alli condujeron prisioneros a alrededor de 1.200 indfgenas del campo de Paleipas 0 Pa- ‘ipas, que habfan sido derrotados en los recientes combates o que se ha- Antecedentes de historia regional 6 bian rendido antes de correr peor suerte a manos de los pacificadores. Obviamente no constituian un grupo homogéneo culturalmente, sino do lo contrario, En ese campo de concentracién confinaron a distintas pareialidades veneidas, Para el invasor, los indios eran todos iguales. Asi, gradualmente se fue delineando nuestra regién. La segunda guerra calchaqui ocurrida entre 1658 y 1666 fue todavia ‘més encarnizada que la primera y dejé secuelas mas trauméticas y pa- raddjicas, pues Ilegé hasta la deportaciGn de poblaciones enteras como cl caso de los quilmes. De estos bravos combatientes apenas quedaron algunos apellidos, el nombre de una cerveza popular y la denominacién Gel paraje donde los confinaron, hoy un partido del Gran Buenos Aires. La segunda guerra calchaqui se traté de un combate de exterminio, un tipo de confrontacién verdaderamente desconocida por los indigenas. Los conquistadores aplicaron la téetica de tierra arrasada y por ello “se le talaron todas las comidas” para rendirlos por hambre (Boman, 1918: 22). Las sociedades indigenas, incluso hasta los belicosos incas, suspendian las hostilidades para atender las cosechas, como sucedié en. Ia guerra contra los chaneas. “Asi como en el primer gran alzamiento Juan Chalimin fue la cabeza visible de la resistencia, durante la segunda guerra el “protagonista” serd el falso Inca Pedro Bohérquez. A este individuo le dedicaremos cierto espacio porque se inscribe en ese viaje o busqueda del paraiso a cualquier precio. ‘Pues bien, el asunto del llamado Inca-Huallpa o Falso Inca Pedro Bohérquez fue “el mas raro y ruidoso... una tan singular novedad que no tiene ejemplar en las Indias” (Lozano, Historia de la conquista, V: 5). Su verdadero nombre era Pedro Chamijo, natural de Cadiz. Otros desmienten esa procedencia y afirman que se trataba de un mestizo nacido en Quito; ineluso existen versiones que lo pintan como un gi- tano andaluz que logré burlar los filtros aduaneros peninsulares para embarcarse a las Indias. La confusién respecto de su origen es signi- ficativa ya que contribuye a mantener un halo de misterio en torno al personaje y permite que se echen a correr distintos relatos que no hacen mds que fomentar el mito, Lo cierto es que en 1620 se encuentra en Perd, donde arrastra durante veinte afios una vida de pobreza. En ese tiempo comienza a escuchar una cantidad de historias sobre tesoros © tapados. Los relatos que le causan mayor embeleso son los que se refieren a lo ocurrido en el momento del asesinato de Atahualpa a ma- nos de sus secuestradores tras haber cumplido escrupulosamente con el pago del rescate de las dos habitaciones repletas de oro y plata. En aquella instancia fatidica, los porteadores incaicos que llevan el reseate reciben la orden de ocultar los objetos preciosos que ya no conseguirian salvar al Seftor del Tahuantinsuyo, De alguna forma Bohérquez obtione | i | { e ‘Marcelo Valko mapas de las antiguas rutas y comienza la bésqueda de los tesoros que no llegaron al Cuzco. Incluso convence al virrey conde de Montesclaros aseguréndole que habia encontrado el fabuloso pais de Enin y recorri- do sus palacios repletos de oo, esplendores y riquezas sin cuento. El virrey, que no estd tan desquiciado como su interlocutor, sospecha del sujeto, pero también tiene interés en no quedar fuera de ian importante ‘empresa que, en caso de ser verdadera, lo llenaria de gloria y riqueza. ‘Nos puede asombrar que un funcionario de la envergadura de un virrey se interese en semejante asunto, pero hallar el pais de Enin o Eldorado era en aque] entonces una posibilidad verosimil. Decide auxiliarlo y le destina una partida de soldados. Bohérquez, en lugar de despejar el camino a Eldorado, utiliza a los hombres para cometer tantas tropelfas y robos en la zona de Jauja y Tarma que termina preso por orden del jrismo hombre que le habia facilitado la tropa. Individuo incansable y de notables recursos personales, por no decir infinitos, Bohorquez con- sigue escapar de la prisién, No se sabe bien cémo, pero lo cierto es que mas tarde aparece en los valles de Salta, Catamarea y La Rigja. Hasta ‘aqui su historia es similar a la de tantos otros aventureros inescrupu- losos y rapaces que habian enfermado por el hambre de oro, el aurea fumes del que nuestro continente padecis tantisimos ejemplos. Pero en ste punto al llegar al NOA se produce el viraje que lo hace ingresar en la historia y en el campo de lo legendario. Bohérquez, Chamijo o como quiera que fuese su nombre, en lugar de buscar Eldorado, actividad en la que habia fracasado repetidamente, reguelve inventarlo. Acompafiado apenas por su mujer, que tenia fama de bruja, y Tisapanaco, un “lengua” o intérprete de los dialectos loca- les que, con las deformaciones fonéticas del caso, legaria su nombre al salar de Pipanaco, se presenta ante los calchaquies. La personalidad avasallante de Bohérquez, su falta de escrépulos y su sangre fria le vienen de maravilla para plantarse frente a los indios como el Inca Hualpa, descendiente directo de Atahualpa, de quien afirma ser nieto. ‘Su conocimiento del quechua le facilita la comunicacién con Jos curacas. ‘Los calchaquies estén desconcertados ante ese hombre que aparece de ja nada, sin més escolta que una hechicera y un indio viejo que habla como loro. La situacién es tan extrafia que resulta verosimil. Con voz solemne, asegura que llega para conducirlos a la vietoria definitiva con- tra los espaiioles. Resulta admirable que, en lugar de que su cabeza acabe ornamentando una lanza, comience a ser visto como la encarna- ign del Inca. En 1656 lo encontramos visitando el presidio del Pantano, donde reine a los confinados y se proclama por vez primera como el legitimo Inca (Quiroga, 1896: 505). Me interesa esta historia donde lo legen- dario provoca un extrafio movimiento coreografico. Bohérquez acaba la cabers sacarles en algun entender recto de espafols con el au tesoro a2 como Pri modo ter ofrecido Historia adopter, de prine raraye! perdicia Ie boca estaré e de los sin para Tlegé a I elo Valko soros que stesclaros y recorri- mento. El pecha del sportante “siqueza, zn virrey Eldorado iarlo y le =pejar el sropelias cden del sable y 22 con- es que = Hasta =scrupu- al aurea cesar en =gar de mente, ia fama os loca- validad tria le el Inca = nieto, aracas. gitimo legen- Antecedentes de historia regional a mintiendo a unos y otros y tal vez, a fuerza de repetirlo, asume como cierto su propio relato y termina embaucéndose a si mismo. Uno miente ser y los otros desean creer en la mentira. El poder de convencimiento del impostor Bohérquez es inmenso. Durante cierto tiempo mantiene un doble juego muy riesgoso al persuadir también a las autoridades virreinales, fundamentalmente al gobernador Alonso do Mercado y Villacorta, un militar cuyos aires de literato parecian haberle volado Ja cabeza. Lo persuade de ser 61, Bohérquez, el hombre indicado para sacarles a los indios el seereto de la ubicacién exacta del tesoro oculto en alguna remota quebrada. Resumo la historia por si alguien creyé entender mal. A los indigenas los convence de ser un descendiente di- recto de Atahualpa que habia venido para liberarlos de la explotacién espaficla. A su vez, al gobernador lo persuade para que le siga el juego con el que habfa embelesado a los indios, y asi obtener la ubicacién del tesoro que permanece oculto. Le solicita ai gobernador que lo recenozca como principe del Tucumén y asf impresionar a los nativos, que de ese modo terminaran por confiarle sus secretos ya que “los indios le habfan ofrecido descubrirle los tesoros y riquezas que tenian ocultos” (Lozano, Historia de la conquista, V: 32). Villacorta duda, no sabe qué actitud adoptar, comprende la gravedad de tratar publieamente con el titulo de principe a semejante advenedizo, pero al mismo tiempo advierte la rara y efectiva ascendencia que cjerce sobre los indios y no quiere des- perdiciar semejante oportunidad de enriquecimiento. La baba le eae de la boca imaginando el oro del rescate que no legé al Cuzco y que pronto estard en sus manos. Todavia estaba humeando en su mente la imagen de los nueve hornos que durante cuatro meses estuvieron encendidos sin parar para fundir el tesoro del rescate de Atahualpa. El oro que no egé a la capital incaica estaba oculto en alguna cueva de esos malditos valles y quebradas, Finalmente el gobernador accede y le concede el titulo y protocolo solicitado. “Parece que apostaban Bohérquez a mentir y el gobierno a creerle” (fdem, V: 110). Se comprende que més alld de sus caracteristicas de personalidad, de poco le hubiera servido ser el sujeto més persuasivo del mundo si en el imaginario indigena no flotara la certeza del retorno del Inca, Pero el tiempo pasa y en lugar del tesoro sobreviene el escdndalo, Resulta inad- misible que un representante de la Corona haya reconocido como prin- cipe a semejante bellaco. Toma interveneién el virrey de Lima, conde de Allba Liste, y ordena la captura del falso Inca sin prever las consecuen- ias que implicarfa tal maniobra. Pronto comienzan las hostilidades. El falso Inca tiene bajo su mando una treintona de caciques y mas de ocho mil guerreros de la zona de Calchaqut, Yocavil, Hualfin y la quebrada de Humahuaca. Se libran distintos combates pero nuevamente la suer- te es adversa a los indigenas (Bazin, 1979). 48 Marcelo Valko Una ves derrotados los rebeldes, se produce la tremenda vengan7a. de Villacorta. Por momentos parece que su excesiva erueldad encubre ae aevnerte de autorastigo, que se inflige contra su propia credulidad rumillada, Con respacto a los rebeldes sobrevivientes, serdn desterra ve las eladades de Catamarea, La Rigja, Cordoba y también a Buenos Sates, donde se funda en 1666 Ia Reduccién de la Exaltacién dela Csuz aaries Indios Quilmes. Allf internan a alrededor de doscientas familias delos quilmes. Cabe sefialar que su ubieacién en un terreno pantanoso, thaawia hoy inundable, que contrasta diametralmente con las serraniee Jia sequedad de sa habitat, formaha parte del eastigo, A partir de 1700 2 ee cram alli a indios guaranies y pampeanos e incluso alguna barraca alberga hasta esclavos africanos. ‘El desarraigo de la zona ealchaqui, si bien despuebla de braceros la zona, pone broche final al ciclo de rebeliones. En el futuro, s6lo las piedras y los fantasmas hard sentir su vor. Bohérquez mo corre me, Jor suerte. Aunque acepta la amnistia, lo trasladan a Lima donde se ser ia un largo juicio con resultado cantado. Es ejecutado en 1667 sao traidor al rey, terminando asi su delirio y también el sueito 4e co cguidores que por un momento creyeron reeuperar él poder ¥ 18 Su jad del gran imperio para derrotar a los invasores con un heredero Je low ineas, Las consecuencias de la pacificacién mediante matanzas y deportaciones en masa para realizar reasentamientos estratégicos, Jostificadas por juristas, tedlogos y funcionarios, que algunos autores gobiemos todavia hoy definen eusfemisticamente como encuenin de Serna’, asombré hasta a sus mismos operadores e ideélogos. Em 1750 crite de un jesuita deja al descubierto el siguiente panorama deso- lador: De manera que de cuarenta mil indios que tenia el valle y Ta sierra de Calehaqui s6lo se eonservan las reliquias de los quilmes Ae Buenos Aires, en los calchaquies de Santa Fe, en algunos po- Gos de choromoros, otros del Pantano hacia Londres. (Citado por Rafino, 1988: 231) ‘Unos afios més tarde, para 1768, el obispo del Tucumén, ‘Manuel ‘Abad Illana, se sorprende ante tanto silencio y auseneia en Ios valles Calchaqu‘es y brinda un testimonio estremecedor cobre Ta extermina- cién de estas comunidades: He pasado a pie y a caballo el paraje en donde segtin el hit: torindor Herrera estaban poblados los diaguitas. Y aunque hablé tortano de dicho paraje con todos Tos sujetos précticos en él, nadie sacyamé en boca a los diaguitas... {Qué se ha hecho Sefor de Antecodentes de historia regional ry ‘tantos indios? ;Yo pregunto leo e inquiero y no puedo hallar sino ‘sus nombres? (Citado por Rafino, 1988: 231) Serdin esos nombres fantasmas las presencias que legardn hasta no- sotros. Apenas la toponimia. Los invisibles son pura ausencia. Por eso es imprescindible cl reseate cultural de lo que todavia queda en pie. Los frentes para abordar son multiples, tanto de los aspectos legendarios que quedaron flotando y siguieron su viaje de generacién en genera- cidn, como las distintas erénicas que habré que exhumar en archivos provinciales, nacionales y eclesidsticos. ‘También es imprescindible la proteccién y el rescate de los vestigios arqueolégicos, los ceramios, los ajuares funerarios y las creencias asociadas que ain tienen la palabra. Ciertamente se trata de una voz marginal, una palabra construida en Ja invisibilidad y el silencio de los que habitan al margen de la historia. Pero es una palabra que todavia conserva su voz ancestral y de ahi su Tiqueza. Pienso que, pese a la carencia de recursos de nuestros paises, es una tarea impostergable que debe Ilevarse a cabo para elaborar la historia de la América profunda que postulé Rodolfo Kusch en su mo- mento, Por lo pronto, los valles Calchaquies quedaron pacificados, vacios pero pacificados, poblados apenas con el eco de tesoros escondidos, cus- todiados por fantasmas errantes vagando en poblaciones desiertas que poco a poco fueron invadidas por la nada.

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