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Ojos

de
plata
Por Gastón N. Flores
1 - El caballero sin feudo

El caballero Fenr había tenido una baronía, que incluía un gran castillo de estilo antiguo,
sólido como montaña, como a él le gustaban los castillos. Había tenido caballos y bosques,
muchos siervos y siervas, todo lo necesario para mantener su armadura y todas sus necesidades
como caballero y barón.
Todo esto había tenido. Había, solo porque un estúpido chambelán del Rey descubrió el error
de un experto en genealogía que ya comenzaba a chochear, o estaba medio ciego por el humo de
las velas de su claustro. Cuando el antiguo Barón de Hag murió, este experto buscó en su árbol
genealógico, al menos quince generaciones hacia atrás, y determinó que el caballero Fenr era el
único heredero vivo. Pues bien, llamaron al caballero Fenr y le dieron posesión de una baronía,
algo que él nunca había pensado en tener.
A los dos meses, el experto murió, y el chambelán del Rey descubrió el error. Y el Rey, justo
como era, no quiso callarlo y lo corrigió. El Barón Fenr volvió a ser simplemente caballero, y
perdió así su castillo sólido como montaña, y todo lo que implicaba la baronía.
Su primer pensamiento fue arrear a tapadas al maldito chambelán, pero luego se calmó. Al
parecer, el mismo que había descubierto el error, había encontrado también la llave para la
solución. Astuto como su Rey, el chambelán previó las patadas y buscó algo que pudiera
contentar al colérico tashk Fenr, quien resultó ser descendiente de Iknm de Grauk, pero no de
Oulm Grauk.
Por su ascendencia, Fenr no merecía la baronía de Hag, pero sí el condado de Taft. El
caballero abrió los ojos muy grandes cuando el Rey le comunicó, personalmente, la noticia. En dos
meses, había llegado a acostumbrarse muy bien a la vida de un barón, teniendo a su disposición
casi todo lo que siempre soñó. Luego de muchos años de servir como un caballero mantenido por
el rey, sin más recursos que los que estaban en su bolsa personal, vivir como un verdadero señor
feudal era como ser el mismo rey.
Pero un condado entero... era demasiado.
Al día siguiente fue citado a una asamblea real, en la cual se reunió toda la corte. Junto al
Rey estaba su chambelán, aquél que había descubierto el error, pero lo había solucionado a
tiempo. Luego de las rutinas de fanfarria y presentaciones de siempre, el funcionario real dijo,
leyendo de un pergamino:
-El condado de Taft comprende cinco feudos, desde las heladas montañas del Lejano Norte,
donde termina el mundo conocido por los hombres, hasta las montañas de Ktol, y el lago Hka,
hacia el sur. Posee ríos de montaña, lagos, nieve y costas al mar, frente a la isla de Mertkn, que
es uno de sus feudos. En él hay grandes extensiones de bosque, así como minas de roca. Los
lagos y ríos son prósperos en peces, y se dice que de allí provienen las mujeres más hermosas y
nobles del reino.
Pero para cuando el chambelán llegó a la parte de las mujeres, Fenr ya se estaba imaginando
pescando en un río, o cazando en un enorme bosque. Así que no le prestó mucha atención.
Le llegó, sin embargo, los murmullos de la corte. Recordó que esas mismas voces había
repetido una verdad que nadie podía confirmar. Aparentemente, había peste en una parte del
condado.
El chambelán estaba todavía describiendo el condado, cuando el Rey le hizo un gesto para
que se callara, y toda la corte obedeció.
-Me ha llegado a los oídos –comenzó su majestad, hablando con su voz lenta y grave- que
existen rumores sobre la peste en ese reino. Rumores que no han sido aprobados por mí, pero
que tampoco he negado. Rumores que he podido confirmar hace pocos días.
El Rey era astuto, y dejó el espacio suficiente como para un silencio de suspenso, sin que
este estallara en nuevos murmullos.
-Sin lugar a dudas, es una situación grave, y por eso he decidido enviarte, querido tashk. No
solo porque sea tu derecho como único sobreviviente de tu línea de sangre, antes tan numerosa y
poderosa. Sino porque ahora tu derecho se enciende como una fogata que parecía apagada.
Porque la peste se ha llevado a tashk Trnak, hasta ahora conde de Taft.
En este punto los cortesanos y otras personas presentes ya no pudieron mantener la
compostura y comenzaron a preguntarse y comentarse cosas entre sí. Fenr no dejó de mirar a su
Rey. Era uno de los pocos que podía hacerlo a los ojos, sin perder la cabeza.
-El mensajero que ha llegado ayer –digo a los gritos el mandatario, callando las voces de su
corte- no solamente envió sus últimas palabras, sino que trajo instrucciones de muchos de sus
funcionarios más allegados. No se trata de una peste común y corriente, y muchos dicen haber
visto un dragón en alguna parte de las montañas. El cual, con su aliento de azufre y muerte,
puede haber ocasionado la peste.
Esta vez, la palabra dragón fue demasiado para todos, y muchos comenzaron a hablar incluso
antes de que el Rey se detuviera nuevamente.
Fenr miró a su alrededor con aires de superioridad, como si estuvieran espantándose por la
repentina aparición de una rata en lugar de semejante criatura.
Esa parte del rumor era desconocida, y cuando Fenr volvió a mirar al Rey, lo hizo con una
expresión mucho más sombría. Los dragones ya no existían... pero en las leyendas seguían siendo
poderosos.
A una orden del Rey, el chambelán hizo silencio golpeando fuertemente su vara contra el
suelo de roca.
-Por eso, tashk Fenr, hijo de tashk Naurp, os envío a que toméis posesión de vuestro condado
por derecho, que mateis al dragón si es que existiera, y que erradiquéis la peste que asola esa
parte del reino.
Fenr escuchó esas palabras como si fueran las más importantes de su vida. Mientras el Rey
había dicho las anteriores, él ya las había prefigurado, pero el sentirlas en sus oídos eran un tema
totalmente diferente.
Al hacer oficiales los rumores de la peste frente a toda la corte, el Rey tomaba una medida
bastante poco común. Pero al hacer eso y darle su misión, también frente a todos, enviaba un
claro mensaje de confianza en él. Lo vio en sus ojos; esos ojos que habían permitido que él se
convirtiera en tashk.
Por fuera de esa mirada, la situación era diferente. Drek, su joven escudero, así lo sintió, y se
mostró un poco presionado por las miradas de la corte. Creyó escuchar murmullos, incluso risas.
A muchos no les gustaban los códigos estrictos del antiguo barón de Hag. Era algo soberbio,
demasiado bueno en las armas como para no despertar celo, y no era del tipo de caballeros que
anduviera persiguiendo campesinas o aprovechándose de sus derechos de nobleza. Para él, la
corte del rey era una acumulación de zánganos, de los cuales pocos valían la pena. Y todos sabían
que él pensaba así, de manera que su sinceridad se convertía en un buen motivo de odio.
Fenr no olvidó nunca ese momento, en el que sintió que podía mirar al Rey como un igual.
Vio cómo el chambelán le acercaba un pergamino enrollado. El monarca lo releyó, volvió a
enrollarlo y lo cerró con su sello. El chambelán se lo acercó entonces a Drek, quien lo tomó como
si estuviera hecho de cristal, sin poder creer todo lo que había escuchado.
Aquel gesto cortó de nuevo los murmullos, y en medio del silencio, tashk Fenr se cuadró,
tomó de manos de su escudero el pergamino, hizo una gran reverencia y dijo con fuerte voz:
-Se hará lo que se ordena, Su Majestad.
Y luego dio una media vuelta, y con paso solemne recorrió el camino hacia la salida. Algunos
tuvieron que contenerse para no estallar en murmuraciones: el caballero Fenr era uno de los
favoritos del Rey.
2 - Camino sin camino

Ya mientras caminaba hacia la salida, Fenr comenzó a elaborar una serie de planes. No por
nada era apreciado por el Rey: si bien era bueno con las armas, no era como muchos otros
caballeros que preferían siempre la pelea. Era cuidadoso al planear las cosas, y eso le había valido
ganar muchos combates y batallas.
Sin embargo, aquello era diferente. No lo esperaban ladrones o gigantes, sino una peste. Una
tragedia que el reino no sufría desde muchos años atrás. Y algo decía, en aquellos rumores, que
esa peste no era la misma de antes, ni similar a la anterior a esa.
Fenr no iba a una batalla sin meditar mucho primero. Y para alimentar dicha meditación,
debía encontrar más detalles. Ningún plan sería efectivo si no consultaba con alguno de los
sabios. Fenr pensó en ir con Uth, el mago jefe de los consejeros del Rey. Ellos dos no se llevaban
nada bien, sobre todo desde que el caballero había dejado entrever que consideraba que la hija
del mago era una zorra inmoral.
Uth le dio la respuesta que esperaba.
-Lamento no poder ayudarte, tashk, pero no ha registros de dragones recientes, ni de
ninguno que traiga pestes. Es cierto que su aliento es contagioso, pero de allí en más... Sin
embargo, muy enterradas en las vagas referencias de ciertos códices, he encontrado el libro de
Eerk, un antiquísimo índice de enfermedades y maldiciones ancestrales. Allí podría estar la clave;
la cura y la descripción del mal. Lamentablemente está escrita en alguna lengua antigua, un
código de magia tan antiguo...
Nada. Del viejo ya no podía esperar nada más.
Ni siquiera intentó con los demás magos de la corte. Algunos compartían con él un desprecio
mutuo, y otros eran obedientes a Uth, de manera que casi con seguridad, aunque tuvieran alguna
pista, no le ayudarían en nada.
Fenr dedicó entonces la mañana a recoger todo lo que necesitaba, organizarlo y darle
órdenes a Drek, su escudero. El rey había dispuesto que una comitiva partiera con él: fanfarrias,
guardias, caballos y mulas con suministros, funcionarios con órdenes reales... Un ejército de circo,
como Fenr solía llamar a aquellos grupos de personas que llegaban luego del combate, a tomar
posiciones en el campo de batalla, y que conocían el metal solamente por el brillo de sus arreos.
El caballero detestaba a ese tipo de personas, tanto como detestaba a los cortesanos, y no tenía
ninguna intensión de ser acompañado por semejante chusma.
-¿Y qué quieres que haga yo con toda esa gente? Tendría que arrearlos como ganado, y
tardaríamos el doble de tiempo en llegar...
-No es lo que yo quiera que hagais, sino lo que el Rey desea. Yo solamente os transmito el
mensaje del chambelán.
-Pues... no, es imposible. Dile al chambelán lo siguiente, y escucha bien. Dile que debo
excusarme de partir con la comitiva real, lamentando mucho no poder gozar de sus beneficios.
Dile que primero debo averiguar con mayor precisión cuál es el problema. Partiremos apenas
termine algunos asuntos menos, y alcanzaremos a la caravana apresurando el paso durante el día
siguiente. Cuando así sea, prometo encabezarla con honor y llevando los deseos el Rey.
Drek envió el mensaje palabra por palabra, enfatizando su seriedad, aunque internamente
sabía que su maestro no tenía ni la menor intención de cumplir cabalmente esa promesa. La
comitiva partió inmediatamente, con un funcionario real a cargo.
El antiguo barón había sido lo suficientemente sagaz como para guardar algunas de las cosas
de su anterior feudo fuera de él, como seguro contra cualquier problema. Cuando el chambelán le
dijo que no había inventario sobre las posesiones del feudo, Fenr se enojó y le ordenó que al día
siguiente comenzara a hacer ese trabajo. Durante la noche, ayudado por su escudero, escondió
todo lo que le pareció potencialmente útil y valioso. La lista incluía muchas monedas de oro y
plata, la mejor espada que había encontrado, un buen escudo y joyas de diverso tipo.
Su escudero había dejado entrever que aquello era robar, pero Fenr lo reprendió diciendo:
-Tonto, ¿cómo puedo robarme lo que ya es mío? Solamente lo estoy escondiendo, por si
sucede algo malo. Siempre hay que estar listo para ciertas eventualidades.
Una vez más, su previsión le había valido la solución de problemas posteriores. No tuvo que
pedir nada prestado, de manera que a nadie le dio el gusto de negarle ayuda. Ser un caballero
mantenido tenía la ventaja de tener pocas pertenencias, y por lo tanto de poder partir
inmediatamente.
Su escudero terminó de acomodar todo en dos cabalgaduras, a los que se le sumó el caballo
de batalla de Fenr, y el correspondiente caballo de viaje. El joven muchacho usaría una yegua,
mientras que la mayoría de la carga iba en un burro fuerte que nadie identificaría como el viejo
burro de Fenr, que había ganado peso pastando en la baronía de Hag.
El caballero salió con su escudero cuando ya era noche cerrada. Como todos creyeron que
partiría al amanecer del día siguiente, casi nadie lo despidió. En realidad esto era lo que Fenr
quería que sucediera. No deseaba que nadie más lo molestara.

Luego de algunas horas de viaje se detuvo donde su escudero le pidió algo de comida y un
poco de descanso. Inmediatamente encendieron un fuego y cocinaron algo de lo que llevaban en
las alforjas.
Drek era un muchacho un poco más gordo de lo que debería para su edad; al menos según lo
que opinaba su señor. Tenía unos quince años, y como era un poco más bajo que otros escuderos,
siempre aparentaba ser el menos esbelto. Llevaba su cabello negro muy corto, no por gusto sino
por obligación. Fenr era estricto en materia de aspecto, y pedía que todo estuviera siempre limpio
y ordenado. Pero, más allá de su pulcra vestimenta, lo que diferenciaba a Drek del resto de los
escuderos eran sus pecas y sus negros ojos movedizos, que no parecían poder posarse nunca dos
veces sobre el mismo punto.
Era escudero del caballero Fenr desde hacía poco tiempo, pero ya se había dado cuenta de
que no era un caballero común y corriente. Le obligaba hacer cosas extrañas. Le daba órdenes
complicadas sin decirle cómo cumplirlas. Le decía que buscara a una persona de la corte, pero no
le decía cómo era, o donde buscarla. Lo hacía entrenar con la espada, la lanza y a veces con una
maza tan grande que apenas podía sostener por unos segundos. ¡Una vez le hizo manejar un
arco! Según creía el joven, su entrenamiento era errático, demasiado informal y sumamente
extraño, y temía siempre tener que enfrentarse a situaciones para las cuales su maestro no lo
hubiera preparado.
Fenr comenzó a comer, y al segundo bocado dijo:
-¿Por qué no has hablado en todo el camino? Ya tendría que haberte mandado callar al
menos una docena de veces.
Drek se había dado cuenta de que los escuderos terminaban pareciéndose a los caballeros
que eran sus maestros. Y eso no le gustaba, porque él no quería ser como Fenr.
-Bueno, maestro, sucede que temo que el Rey nos haya enviado a solucionar un problema sin
solución.
El caballero se tomó su tiempo para responder.
-Cierto, eso puede parecer. Pero no lo creo. El Rey confía en mí, por eso me envió. Cualquier
otro de sus caballeros entraría al condado y trataría de cortar la peste de la manera normal. O iría
pensando en gloria y fama al matar al dragón. Pero yo sé que no hay dragón.
-¿Cómo? Si el jefe de los magos no nos ha podido asegurar nada...
-Sí, pero muchos indicios me lo dicen. Ese cinturón de rumores no son más que habladurías.
Sé cómo surgen; alguien cree ver algo y todos lo creen, porque también querían ser los primeros
que vieron un dragón, o un gigante. La gente, en los pequeños pueblos, hace lo que sea por
llamar la atención. No hay duda de que hay peste, si así el Rey lo ha confirmado. Pero la
presencia del dragón, es otra cosa. No ha habido dragones en siglos. De todas maneras no se
puede ir a sacar la peste como si nada. No es un enemigo común. Pero el rey me conoce y sabe
que yo puedo obtener soluciones para casi todo. De otra manera, hubiera enviado a otro tipo de
caballero... Pero él me envía a mí porque sabe que soy más listo.
-Pensé que el Rey os enviaba porque eras el heredero del condado de Traft.
-Esa es una excusa, y me atrevo a decir que tal vez ni sea cierto eso. No confío en esos
chambelanes, ni en los expertos en genealogía. Pasan demasiado tiempo dentro de los castillos, y
luego se queman la vista con las velas. Deberían salir más, sentir el sol y tomar aire puro.
Había mucho desprecio en las palabras de Fenr, que escupió un trozo de hueso al terminar la
frase. Drek había notado en todo el viaje una transformación de su maestro. Antes de ser
nombrado Barón de Hag, era mucho más hablador, más «aventurero», hubiera dicho su tío. Pero
luego de dos meses de no hacer nada más que sentarse y dar órdenes a otros, había comenzado
a disfrutar de la vida de un señor feudal. Y ahora se lo quitaban todo, de un sólo golpe.
Drek comió un poco más, pero luego volvió a la carga.
-¿Entonces, el Rey os envía porque quiere probaros?
-Exactamente. Está retándome, de alguna manera. Sabe que detesto a la corte, y por eso
hizo el anuncio frente a todos, para que no hubiera vuelta atrás. De otra manera, me hubiera
encomendado la misión en privado, como hizo muchas otras veces.
Drek calló, y luego gritó:
-¡Pero entonces está haciendo lo mismo que vos hacéis conmigo! ¡Os envía a curar una peste
desconocida de la que no hay cura!
Fenr sonrió, bebió un sorbo de vino y luego dijo:
-Drek, tal vez seas lento, pero te estás pareciendo cada vez más a mí. Estoy orgulloso de ti.
El escudero bajó la cabeza, y pensativo, mordió el último trozo de carne de conejo. No dijo
nada más durante toda la noche.

Durmieron allí. Fenr temió que fuera a llover, pero las oscuras nubes se despejaron, dejando
ver una gran luna llena. Decían que era de mala suerte comenzar un viaje con luna llena, pero él
no tenía otra opción.
El caballero Fenr era un sujeto alto; medía casi dos metros. Ancho de hombros, tenía cabellos
castaños y ojos grises. Muchas mujeres le habrían dicho que era apuesto, pero él consideraba que
toda mujer que develara así sus sentimientos era una ramera. Siendo tan frontal en sus
comentarios, no era raro que casi toda la corte lo detestara.
Había pasado los veinte años hacía ya tantos años, que estaba muy cerca de los treinta.
Irónicamente, había quedado huérfano, al igual que su escudero, en la gran plaga que años atrás
había azotado a una alejada región del reino. Había escapado a la muerte, y también al destino.
Su padre era el único descendiente de una antigua y poderosa línea de señores feudales, de las
cuales ahora sólo quedaba el emblema que adornaba su escudo. Fenr, dejando de ser un niño,
había logrado conmover al Rey y, valiéndose de su sangre noble, solicitar ser convertido en
escudero. El Rey había accedido: le debía la vida a su padre.
Sin embargo, muchos caballeros no desearon tomarlo como aprendiz, y solamente uno, de un
corazón muy noble, se apiadó del huérfano y de sus deseos de seguir los pasos de su padre. De
manera que lo tomó casi como su hijo. Así, Fenr había logrado destacar en casi todo, y a su
tiempo había retribuido el gesto a favor de otro huérfano de la misma desgracia.
Desde ese momento, Fenr había sido su tutor, su maestro, un segundo padre para Drek.
Aunque era un padre rudo a veces, como ahora.

El escudero durmió poco esa noche. ¿Se volvería loco su maestro? O tal vez ya lo estaba... Ni
siquiera parecía estar siguiendo el camino para alcanzar a la comitiva... No había dicho nada,
porque a Fenr no le gustaban esos comentarios, y más de una vez había recibido golpes por
mencionar correcciones de rumbo.
Esa noche, Drek soñó con una gran sombra que lo perseguía en la ladera de una montaña,
obligándolo a subir hasta la cima. Llegando allí, veía con decepción que la única salida que tenía
era arrojarse a un abismo en el cual vivía la misma sombra que lo seguía.
Se levantó con la boca seca, y un grito ahogado en la garganta. Menos mal que no desperté
al maestro, pensó. Es lo que más detesta, después de una mala comida.

Al día siguiente recorrieron muchos kilómetros. Fue un trayecto aburrido, porque


absolutamente nada pasó en el camino. Aquél no era el sendero real, evidentemente; no estaban
siguiendo ni de cerca la comitiva enviada previamente. Para peor, a veces, Drek sentía que el
caballero Fenr no sabía qué camino tomar. La duda le duró varias horas, hasta que se animó a
presentarla a su señor.
- Maestro, ¿hacia donde nos dirigimos?
- Anoche estuve pensando que lo mejor sería pedir consejo en alguna de las Academias de la
Magia. Mis enemigos no tienen poder más allá de la corte. Es por eso que nos dirigimos hacia la
Torre de la Luna, que es la Academia más cercana. Con suerte, allí nos orientarán sobre lo qué
podemos hacer.
- ¿Y cuanto falta para llegar?
- Sinceramente, no estoy seguro. Sé que está en esta dirección, y espero encontrar un
poblado o alguien que me diga exactamente donde es.
- Pero maestro...
-¿Otra vez con tus peros? No te preocupes, hay varias Academias en esta zona; si no
llegamos a la Torre de la Luna, podemos preguntar en otra parte. Todas las Academias son
iguales.
- Bueno, maestro, no exactamente. Aria me ha dicho que...
- ¿La hija de Rork el mago?
- Sí, maestro. Ella me contó que...
- ¿Te gusta la muchacha? Pasas mucho tiempo con ella.
Drek palideció y bajó la cabeza. Pensó que Fenr iba a criticarlo por elegir a una ramera más.
- Tomo eso como un sí. Vamos, muchacho, no seas tímido. Esas cosas pasan a tu edad. No es
mala mujer, lo admito. Su familia todavía no la ha estropeado, y su padre es una buena persona.
Sencillo y leal como pocos. Si te parece, cuando volvamos, podemos...
- Maestro, no quiero hablar más del tema.
- Está bien, está bien. ¿Qué es lo que te dijo ella?
- Pues, ella piensa ser maga, como lo fue su abuela. Y me comentó que cada Academia es
muy diferente, porque enseñan distintos tipos de magia, y además tienen estructuras internas
muy complicadas. Son como feudos pequeños...
- Bueno, eso sí tengo que admitirlo. Una vez estuve en la Torre de la Niebla, y casi me pierdo
dentro de sus pasadizos. Por suerte me habían dado un guía... Pero un mago es un mago, y
punto. Son todos más o menos iguales.
Fenr estaba convencido de aquello, y no había sentido en tratar de cambiarlo. Drek sacudió la
cabeza mentalmente, para que su maestro no lo viera. Comprendió entonces, luego de dos horas
más de camino, que aquél había sido siempre la idea del caballero. Prometió aquello de alcanzar a
la comitiva para contentar al rey o para mantener las apariencias y el protocolo; pero en realidad
tenía ya otros planes para no hacerlo. Desviarse para tener más información era una buena
excusa, o en todo caso decir que se había perdido en la oscuridad de la noche. O cualquier otra
cosa; Fenr era ingenioso, particularmente inventando excusas y justificaciones.
Llegaron a una encrucijada de caminos. Uno seguía por casi la misma dirección que tenía el
camino que ya habían recorrido. Los otros dos torcían hacia la derecha. Drek calculó que el que se
torcía más no podía ser el correcto, y pensó en opinar a favor del camino del medio. Su maestro,
sin embargo, se detuvo y, después de meditarlo un poco, tomó el camino de la derecha.
-Maestro –esta vez la seguridad de su criterio pudo más que la amenaza del golpe-, creo que
deberíamos intentar el sendero del medio. Este se tuerce demasiado...
-¿Acaso crees saber más que yo sobre estos senderos? ¿Has ido antes a la Torre de la Luna?
-Pues... no.
-Entonces, calla. Por lo que recuerdo, todavía falta un trecho para llegar a ella. Creo que está
pasando un río, y no escucho ninguno todavía, así que tendremos que seguir al menos un día
más. Si no encontramos el río entonces, daré crédito a tus dudas, volveremos y tomaremos este
camino. ¿Qué te parece?
Drek hizo una mueca de disgusto, sintiendo que el tono de las palabras era totalmente falso y
falto de intensión real. No le quedaba otra más que seguir por el sendero de la derecha.

Terminó ese día, y no vieron ningún río que cortara el camino, ni oyeron algún curso de agua
que corriera paralelo a él. Fenr insistió en seguir un poco el día siguiente, y su escudero no quiso
contradecirlo.
A la mañana, se levantaron temprano, y comieron algo ligero. Fenr sintió, al poco tiempo de
marcha, un ligero susurro de agua, así que espoleó a su caballo de viaje y aceleró el paso. Drek
trató de igualar su velocidad, pero el burro, acostumbrado a pastar en la baronía de Hag, se había
cansado al poco tiempo.
Mientras preparaba todo lo que iban a llevar en el viaje, el escudero de Fenr comenzó a darse
cuenta de que su maestro, tal vez, se estaba convirtiendo en un avaro. No solamente por el
«robo» que había llevado a cabo en la baronía. Se trataba de una acción extraña, injustificada y
exagerada. El chambelán seguramente habría notado la falta de la mejor espada y de las valiosas
joyas, que ahora estaban almacenadas sobre el burro, sobrecargándolo de manera inútil. ¿Para
qué necesitaban joyas de mujer en un viaje para curar una peste y tomar posesión de un feudo?
Si se hubiera robado esa armadura nueva que había en la baronía, hubiera sido mucho más útil...
Pero Fenr siempre se había caracterizado por guardar todo lo que pudiera serle útil, aunque
luego lo olvidara y nunca volviera a usarlo. La diferencia es que ahora parecía enfocarse en
guardar cosas valiosas, aunque no fueran útiles. Drek sospechaba que otras noches, incluso
saboteando el trabajo del chambelán de Hag, había robado más alhajas sin pedirle ayuda a su
escudero. ¿Previsión para los malos tiempo, sagacidad, o simple avaricia? El joven no lo sabía,
pero era algo que le preocupaba.
Mientras Drek pensaba en todo esto, recorrieron unos doscientos metros. El camino se torció
sobre sí mismo, y frente a ellos se abrió el río que tanto habían buscado. Un viejo pero robusto
puente colgante lo cruzaba, y al costado del camino, los árboles crecían altos y fuertes.
-Maestro, menos mal que no tenemos que volver sobre nuestros pasos. Eso nos quitaría
mucho tiempo...
El caballero Fenr hizo un gesto con su mano, y su escudero calló. Pero Drek dejó de hablar no
porque su maestro se lo dijera, sino por lo que vio en el camino.
Cinco figuras salieron del bosque que rodeaba el camino. Cuatro eran pequeñas, pero
robustas. Su piel tenía un tinte rojizo, y parecían cubiertas de tierra. Sus ojos pequeños eran de
un verde luminoso, como si brillaran incluso de día. Tenían cuernos en la cabeza, y garras en pies
y manos. «Como las de los tejones», pensó Drek. Sus rostros eran deformes y estaban sucios de
barro.
Pero lo que más llamaba la atención era la otra figura. Era tan grande, que Drek pensó que
podría haberse comido de un sólo bocado a las cuatro criaturas rojas. Medía al menos dos metros
y medio, estaba cubierto con harapos de piel de algún animal no identificable, y portaba una
improvisada arma, que consistía en una fuerte rama con trozos de metal incrustados de manera
nada sofisticada.
Drek miró a su maestro, pensando que era el único que podría sacarlos vivos de todo ese
problema.
Fenr salió de su mutismo a los pocos segundos, diciendo:
-Pues tenías razón en algo, Drek. El otro camino hubiera sido más corto, aunque ambos,
aparentemente, terminan en la misma parte. Ahora ya no nos queda la opción de regresar, de
todas maneras.
Las cinco figuras no se movieron. Una de los saktn, que parecía un niño por su estatura, se
adelantó y dijo con una horrenda pronunciación:
-Nozotroz zomoz dueñoz del puente, y uztedez tienen que pagar.
-¿Y si no queremos pagar?
Drek pensó sobre si su maestro estaba chocheando porque tenía un problema, o si la edad le
hacía eso a las personas. «¿Cómo seré yo cuando tenga su edad?»
Las figuras dudaron. Los cuatro saktn conversaron unos minutos y luego dijeron:
- Nadie no paga, porque zi no, Grande pelear, y nadie vive después de su golpe. Grande ez
máz fuerte que tú, máz fuerte que armadura. Y nozotroz noz comemoz a tu ezcudero, que pareze
jugozo.
-¿Y si tampoco quiero pelear con él?
Drek casi se desmaya.
-Entonzez... Entonzez... - las figuras conversaron de nuevo entre sí-. Entonzez, azertijoz,
como ziempre. Pero nadie elije azertijoz, ni Grande. Todoz pagan, ez máz seguro, máz rápido.
Drek había bajado de su caballo, y rebuscaba en el burro la bolsa con la monedas de oro.
-Muchacho, más te vale que estés preparando mi armadura, que de lo contrario...
-Pero señor, ¿qué os ha picado?
-La curiosidad, muchacho. Creo que valen la pena esos acertijos.
«¡Condenado avaro, nos va a matar a los dos!» pensó el escudero. «Con dos monedas de
oro, tal vez incluso una, nos dejarían pasar sin hacernos nada. Pero no, ¡él tiene que ponerse a
ahorrar ahora, justo ahora!»
Al parecer, los saktn habían escuchado las palabras del caballero y estaban discutiendo qué
acertijo lanzar. “Grande”, un enorme oatk, se había cansado de estar prado y ahora estaba
sentado bajo un árbol.
-Dices que toda la gente paga por pasar. ¿Han juntado mucho dinero así?
-Ezo no importa, hombre.
-Hagamos lo siguiente. Cada uno de ustedes me hace un acertijo. Si los respondo bien a
todos, lucho con ese ogro que está ahí. Y si lo venzo, ustedes me dan su tesoro.
Las criaturas emitieron una catarata de sonidos que apenas podían llamarse risas, aunque
obviamente lo eran. Drek deseó tener alas y salir volando de allí.
Se rieron durante unos cinco minutos, en los cuales el escudero pensó seriamente en decirle
a su amo que los embistiera a caballo, para luego preocuparse del oatk. Pero lo único que hizo el
caballero Fenr fue desmontar, comenzar a acomodar su armadura y masticar una fruta olvidada
en una de las alforjas.
-Vamos, vamos. Hagan los acertijos mientras mi escudero me ayuda con mi armadura.
Los saktn finalmente se dieron cuenta de que el tashk hablaba en serio. Luego de una
pequeña discusión, uno dijo:
-No tenemoz ningún azertijo. Todoz pagan. Paga y paza. O pelea, pero no azertijoz.
Fenr dirigió una mirada a su escudero, con un gesto de “ya lo sabía” que sin embargo no
ayudó a tranquilizar al chico.
Dos de los saktn protestaron con bufidos, y uno de ellos pateó el suelo y escupió. Drek se
asustó, pero Fenr siguió sacando partes de la armadura de encima del burro, con gran
tranquilidad. A un gesto suyo, su escudero se acercó y comenzó a ayudarlo.
Había comenzado una gran pelea del lado de las criaturas salvajes. Al parecer, un par de ellas
querían matar al caballero y al escudero, haciendo que pelearan con el oatk, mientras que el otro
par quería seguir conversando para ver si podían llegar a un arreglo menos violento, pero más
beneficioso para ambas partes. Tal vez la parsimonia y seguridad de sí mismo de la que hacía gala
Fenr los intranquilizaba; algunos creían que el tashk era realmente capaz de matar o herir
seriamente al ogro, quitándoles así el negocio.
Mientras tanto, el caballero se cubrió de acero. Luego de colocarle las partes principales de la
armadura, Drek sacó el casco, lo pulió con su manga y se lo alcanzó a Fenr. Le dijo que lo tuviera
en sus manos hasta que se lo pidiera. El caballero descolgó del burro su gran escudo de roble y
metal. Mostraba, sobre un fondo rojo, una gran cabeza de lobo, de color negro. Los ojos eran
rojos como la sangre que goteaba de los colmillos. Lo tomó fuertemente en sus manos, lo orientó
hacia el frente, con mirada intimidadora, y dijo con voz grave:
-Bueno, ¿donde está mi acertijo?
«¡Maldito sea, pensé que iba a retarlos a duelo! Va a matarnos a todos» pensó Drek.
Los saktn dejaron de pelear, dedicaron unos segundos a mirar el dibujo del escudo del
caballero y dijeron casi a coro:
-Ya te dijimoz. No tenemoz azertijoz.
-Pero entonces, ¿qué clase de guardianes de puentes son ustedes? No son más que
aficionados ignorantes. Todo el mundo sabe que los que vigilan los puentes hacen acertijos a los
viajeros.
-Tashk, ¡cállate! -gritó el que parecía el lider-. No hazemoz azertijoz; peleamoz.
-Les diré algo, si son tan tontos como para no tener acertijos, les regalaré uno, si pueden
adivinarlo.
-No queremoz azertijoz.
-¿No? Pueden servirles. ¿Cuánto les cobra ese grandulón que está ahí dormido? Seguro que
se come buena parte de la ganancia... –dijo bajando la voz-. Si ustedes tuvieran al menos un
acertijo con su correspondiente respuesta, podrían asaltar a más viajeros. ¡No necesitarían ogros
como ese para hacerlo! Imagínense, cada uno podría asaltar un camino diferente con ese mismo
acertijo. Y luego podrían aprender otros. ¡Cada uno podría asaltar un camino! No tendrían que
repartir la ganancia con nadie, el negocio sería suyo. ¿No les parece conveniente?
Las criaturas se miraron con incredulidad. No podían creer nada de lo que les decía el
caballero. Drek estaba esperando a cada momento que todo aquello se tratara de una estrategia
para atacar por sorpresa: el oatk estaba dormido, o eso parecía, y los saktn seguían discutiendo.
Tomó con fuerza la empuñadura de su espada, y esperó la señal.
Los saktn hablaron por boca de su líder.
- Y cuánto cobraríaz por eze azertijo?
-Casi nada. Si descubren la respuesta, les pagaré como cualquier otro viajero. Pero si no
descubren la respuesta, nos dejen pasar sin pedirnos dinero, ni hacernos daño. Acierten o no,
ustedes ganan un acertijo para poder emboscar a los viajeros sin tener que recurrir a nadie más.
-Eztá bien.
-El acertijo es este: «Para el sabio valgo mucho, y para el tonto no soy nada. Si me nombras
desaparezco; ¿quien soy?»
Los cuatro parecieron confundidos. A los pocos segundos, uno aventuró una respuesta
disparatada.
-Una bolza de oro, de gemas...
-No, no es esa la respuesta. Pero no se preocupen, para que vean que no les hago trampa,
les doy una última oportunidad. Pero piensen bien lo que dirán...
Siguieron discutiendo, luego de patear repetidas veces al que había dado la respuesta
incorrecta. Al poco tiempo, aparentemente con el consentimiento de todos, otro dijo:
-Una de ezaz cozaz para ezcribir... un licro...
-No, esa tampoco es –evitando la corrección y sonriendo irónicamente, pensando en que
semejantes seres no debían ni saber cómo era un libro-. Lo siento.
Los saktn miraron a Fenr con ojos inyectados en sangre. Aparentemente estaban convencidos
de que esa era la respuesta. Drek aferró todavía más fuerte la empuñadura de su espada, y se
colocó cerca de su escudo, para estar preparado a cualquier eventualidad. Estaba seguro de que
su maestro atacaría en cualquier momento.
Una disputa, todavía peor que las anteriores, había estallado entre los cuatro guardianes del
puente. Al parecer, se estaban insultando por no haber pensado mejor las respuestas. Querían el
dinero del caballero, ahora que habían visto su pulcra armadura negra y su escudo.
La riña derivó en una pelea, y rápidamente, en una batalla. Uno saltó sobre otro, con las
garras manchadas de sangre. Las criaturas se tomaron por el cuello, por los cuernos, por las
piernas. Uno de ellos levantó a otro y lo arrojó lejos, hacia donde estaba el oatk. El sakt lo golpeó
en la cabeza, y el monstruo se levantó, asustado. Con un golpe instintivo, lo sepultó en la tierra
blandiendo su mazo de madera.
El sonido de los huesos estallando sonó por todo el bosque. La tierra se sacudió bajo el golpe.
Fenr tomó su yelmo de manos de su escudero, y se lo colocó en menos de un segundo.
Los saktn restantes debiendo creer que el oatk había escuchado su arreglo con el caballero, y
que ahora iba a matarlos a todos. Se detuvieron al instante en ridículas posiciones de pelea. Al
segundo siguiente, su codicia y su rabia se desató contra el oatk. Era evidente que no podrían
ganarle, pero la ira pudo más que la poca razón que les quedaba, y se lanzaron contra él.
Para ese momento, el monstruo se había levantado, y estaba parado en el camino, justo
frente al puente colgante. Cuando vio a las tres criaturas abalanzándose hacia él, no dudó en
tomar su maza y hacerles frente. Pero detrás de ellas, vio a una figura alta, totalmente revestida
de acero negro, con un yelmo en forma de cabeza de lobo, un enorme y amenazante escudo, y se
dio cuenta de que el caballero, y sobre todo su espada ancha, sí hablaban en serio.
Casi sin darse cuenta, dio un paso hacia atrás. Los tres saktn, envalentonados, corrieron
hacia él más de prisa. Uno evadió su maza, lo rodeó y comenzó a patearlo por detrás. El segundo
trató de saltarle a la cara, mientras que el tercero se clavó en su rodilla. Fenr vaciló ante
semejante demostración de idiotez. Si se metía en la pelea, no había manera de saber si las
criaturas rojas lo ayudarían a vencer al ogro, o si todos se volverían en su contra.
No hubo tiempo para que dudara más.
El oatk, sin poder ver gracias al sakt que le arañaba el rostro, y desequilibrado por los dos
que lo pateaban, mordían y arañaban en las rodillas, retrocedió varios pasos. El puente colgante
aguantó por unos angustiosos segundos. Fenr casi suelta su espada, abriendo los ojos como
escudos. Dio un par de pasos, maquinalmente, con un grito ahogado en el pecho, que no podía
salir. Drek se quedó igualmente inmóvil, con su espada desenvainada y el escudo en su mano. Ya
nada podían hacer.
El peso del gigante era demasiado para los maderos resecos. Las cuerdas comenzaron a
ceder, mientras el oatk gritaba de dolor. Las tres criaturas tampoco se habían dado cuenta de lo
que sucedía, de manera que seguían mordiendo y arañando. Pero al quinto paso, el oatk quebró
una tabla, cayó y se enredó con el puente. La tensión fue demasiado y todas las sogas estallaron
al unísono, como una gigantesca cuerda de arco. El amasijo de correas y maderos, enredados en
piernas y brazos que todavía se movían, cayeron al río desde una altura de cinco metros. La
rápida corriente los arrastró, y no volvieron a verlo más.
Cinco segundos después, todavía con los ojos grandes como escudos, Fenr fue el primero en
hablar.
-Malditos idiotas. Nunca pensé que pudieran ser tan ¡estúpidos!
Drek no podía recuperarse de la sorpresa. Había comprendido el plan de su maestro, pero
todavía no entendía cómo había salido mal.
-Maestro...
Fenr había envainado ya su espada y estaba colgando su escudo del burro.
-Bueno, nada se puede hacer ahora. Incluso los planes más inteligentes fallan cuando hay
gente demasiado tonta como para caer decentemente en ellos.
-Maestro, ¿por qué esperó tanto para atacar? Podríamos...
-¿Atacar? Nadie iba a atacar. Esos idiotas tenían que habernos dejado pasar, cuando les
dijera la respuesta. Tendrían que haber estado contentos de sacarse de encima a ese ogro...
-Pero, pensé que...
-No tienes que pensar, querido Drek. Menos mal que no desenvainaste tu espada; los
hubieras asustado inútilmente. De todas maneras, debemos seguir el río para encontrar una
manera de cruzarlo. Seguramente hay un vado cerca, en alguna parte... Vamos, muchacho, deja
ya tu espada y tu escudo, y ayúdame con esta armadura. No podemos seguir viaje así.
Drek obedeció sin decir nada. Al poco tiempo, estaban volviendo por sus pasos, tratando de
encontrar alguna senda en el bosque que les permitiera bordear el río y encontrar un vado.
-Señor, ¿cuál era la respuesta correcta al acertijo?
-El tesoro más preciado de cualquier hombre sabio. Es evidente que semejantes criaturas
nunca podrían descubrirlo.
-Pero, ¿cuál es el tesoro más grande de un hombre sabio?
Fenr llevó su dedo índice a los labios, sin pronunciar una sola palabra, y siguió cabalgando.
3 - Ollas, cuervos y hechiceras

Recorrieron sin demasiado éxito algunos senderos, pero todos terminaban en el seno del
bosque, en lugares por los cuales no podían pasar los caballos. Frustrados, tomaron un descanso.
Comieron algo y volvieron a intentarlo.
Media tarde encontraron el camino que buscaban. Decididos a cruzar el río fuera como fuera,
obligaron a los caballos a pasar entre árboles, arbustos espinosos y plantas de todo tipo. En un
abrupto declive de las barrancas, un remanso del río había tallado una pequeña playa pedregosa.
Del otro lado, la orilla no era tan agradable, pero tampoco era escarpada, y con algo de esfuerzo,
parecía que los caballos podrían pasar.
-¡Cómo me gustaría quedarme aquí pescando, Drek! Pero lamentablemente ya perdimos todo
un día. En fin, concentrémonos en cruzar antes del anochecer. Tal vez podamos pescar algo del
otro lado, si es que la noche trae buena pesca por aquí. Y si no, todavía tenemos algunas
provisiones.
Al escudero no le gustaba mucho la idea, pero no dijo nada ya que no conocía ninguna otra
alternativa. Con cuidado, acomodaron todas las pertenencias en los lomos de los caballos, y
trataron de encontrar algún pasaje seguro entre las piedras.
La tarea era algo complicada, ya que el río era caudaloso. Fenr iba adelante, llevando de la
brida a su caballo de batalla y a su corcel de viaje. Detrás iba Drek, con el burro y su yegua. El
caballero, con más experiencia en caballos y cruces de ríos, pero también por temeridad,
rápidamente se adelantó, mientras su escudero intentaba seguirle el paso pisando exactamente
en el mismo lugar por el que su amo había pasado.
Cuando Fenr estaba por llegar a la orilla, se dio vuelta y vio con terror que su escudero
todavía estaba en la mitad del río. La noche estaba cayendo, el agua estaba fría y para peor,
parecía que la corriente era más fuerte que antes.
-¡Drek, avanza con cuidado, ya voy a ayudarte!
El escudero hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Fenr se apresuró a hacer subir a los
dos caballos por la orilla, y los ató en el primer árbol que encontró.
Drek estaba seguro de que la corriente era ahora más fuerte, y que además el nivel del río
había subido. Para peor, la yegua, poco experimentada, estaba algo asustada, y el viejo burro,
sobrecargado y obligado a una tarea más adecuada para sus años mozos, ahora estaba bastante
cansado.
El joven pensó por un segundo en detenerse y esperar a que Fenr llegara. Inmediatamente se
dio cuenta de que era lo peor que podía hacer, ya que si el nivel del río seguía subiendo, tal vez
ninguno de ellos lo lograra. Así que apuró a los animales como pudo.
El caballero llegó al poco tiempo. Mientras Drek se quedaba con la yegua, Fenr se aventuró a
retroceder más y tomar las riendas del burro, que estaba más espantado y con el agua casi
cubriéndolo. Con gritos y fuertes tirones de las bridas, lograron llegar a la otra orilla, totalmente
empapados, golpeados por las rocas, asustados y cansados.
Fenr tuvo la suficiente fuerza de voluntad como para no caer en la gruesa arena de la orilla,
mantenerse parado calmando a las bestias y atarlas en un árbol, cerca de sus caballos, antes de
dejarse caer.
Drek respiraba con dificultad, todavía incrédulo de su propia suerte. La noche había caído
rápidamente, y ahora solamente podía ver el río por el escaso brillo de la luna y de algunas
estrellas en la corriente.
-Vamos, muchacho, arriba. Hay que hacer un fuego y secarnos. La noche va a ser fría.
El caballero Fenr empezó a sacar de las alforjas lo necesario para la fogata, mientras buscaba
con la mirada algo de leña.
-Afortunadamente puse todo lo necesario en la parte más alta de mi caballo de guerra. Una
vez me pasó algo similar, siendo joven; tenía que cruzar un río y cometí el error de no proteger
bien todo. Y luego me quedé sin fuego por varios días. Así que ya ves como la experiencia le
enseña a todos a no cometer... ¿dónde diablos está?
-¿Qué, señor?
-Las ollas y todo lo demás. Quiero cocinar algo para acompañar la carne seca de conejo
que...
-Eso estaba en el burro, señor. Como era lo más pesado...
Fenr le señaló a su escudero el burro. La mayor parte de sus arreos habían desaparecido.
-Pe.... Pero...
-¡Escudero estúpido, cómo puedes haber olvidado los utensillos de cocina!
-No, señor, estaban en el burro, estoy seguro de que...
-¡Entonces no los aseguraste como debías! ¡Cuantas veces te he dicho que cualquier cosa,
persona o carga, debe estar perfectamente asegurada a la montura si quieres evitar problemas en
el camino!
-Señor, os juro que los aseguré muy bien. El burro debe haberlos perdido en la corriente, y
con el ruido del río, ni cuenta nos hemos dado. No hay otra explicación...
-Y para colmo, creo que también hemos perdido la comida. ¡Cerdo estúpido, con las ollas
estaba la carne seca! Ahora solamente tenemos papas y zanahorias, y ningún lugar donde
cocinarlas. ¡¿Crees que soy un burro para ir por allí comiendo zanahorias crudas?! ¡No puedo vivir
a base de manzanas como si fuera un caballo!
-Se... señor, no sé qué deciros... Los arbustos del camino, deben haber rasgado los arreos...
no se me ocurre nada más. Lo siento. Si os sirve de algo, iré a cazar algo ahora mismo, lo que
sea...
-¿Ahora te crees animal del bosque como para ir a cazar de noche? Vamos, tonto cabeza
hueca, deja te quejarte y enciende el fuego con lo que encuentres. Yo iré a caminar un poco, y si
con suerte no me resfrío, solamente te ganarás como castigo un par de días sin comer.
Mientras decía eso, Fenr se alejó, internándose en el bosque, con su espada y un abrigo que
había permanecido milagrosamente seco. Drek bajó la cabeza y buscó leña para el fuego, que
encendió al poco tiempo. Su amo se tardaba, y eso lo inquietaba. Sin embargo, no había
escuchado ningun ruido que le anunciara nada malo.
Media hora más tarde, el caballero Fenr llegó sigilosamente, caminando como si un ejército
de enemigos lo estuviera rastreando. Drek lo interrogó con la mirada mientras se acercaba a la
fogata.
-Drek, querido escudero, he encontrado una posible respuesta a nuestro problema.
-¿Acaso habeis encontrado las ollas en la orilla del río?
-No, no, grandísimo tonto, ¿dónde has oido que el metal flote en el agua? Tienes menos seso
que un pescado, chico. Nunca volveremos a ver a esas ollas. Pero al menos he encontrado algo de
comida.
-¿Donde?
-Adentro, en el bosque. Incluso alguien como tú podría robarla.
-¿Robarla?
-Sí, y es que está dentro de una tienda. Está vacía, lo he comprobado de lejos. Por eso me he
demorado; estuve vigilándola, pero no hay nadie dentro ni cerca. Un fuego casi apagado la
guarda, pero creo que ya debe haberse consumido. Tú eres más pequeño y rápido que yo, y más
hábil en ese tipo de cosas. Podrías entrar facilmente sin hacer ruido y, al tacto, robar algo que nos
sea útil.
Drek suspiró, contrariado.
-¿Como esa vez que me envió a robar un mapa de la biblioteca del señor Gurt?
-Nunca te he agradecido tanto como esa vez. Y buen chico has sido al copiarlo rápido sin
tener que pedirlo prestado. Aquí haremos algo similar, solamente que dejarás en la tienda el
dinero suficiente como para reemplazar lo prestado, ya que no podemos devolver la comida una
vez utilizada.
El escudero no dijo nada más. Su estómago gruñía, y su cerebro todavía estaba agitado por
el cruce del río. Estaba cansado, pero sabía que no podría dormir sin haber comido.
-¿Pero no os parece sospechoso que haya una tienda vacía? Tal vez hay alguien dentro y no
habeis podido verlo. Y si descubren el robo, nosotros que estamos cerca seremos sospechosos
inmediatamente.
-Chico, ¿qué podrían hacernos? Es una tienda pequeña, no puede haber más que una
persona, tal vez dos. Además, ni siquiera había un caballo cerca. Se nota que es una persona
humilde, ¿cómo se atrevería a sospechar de nosotros y nuestra nobleza? Y si así lo hiciera,
nosotros estamos armados. Podemos dormir en turnos para evitar sorpresas.
Drek pensó en un par de excusas más, pero todas murieron cuando su estómago volvió a
gruñir.
-Está bien. Decidme dónde está esa tienda.

Como lo había dicho el caballero Fenr, la tienda era extremadamente sencilla. Básicamente,
consistía en un palo lo suficientemente alto como para sostener a un metro y medio del suelo una
tela gruesa y pesada, de un color indefinido. El fuego estaba extinguido, como lo había calculado
Fenr. La luna, casi llena, estaba oculta entre nubes, de manera que, si el escudero no hacía
mucho ruido, era bastante probable que nadie lo descubriera.
Pero Drek tuvo una última duda.
-Señor, tal vez sea mejor esperar a que vuelva el dueño. Así podríamos negociar un buen
precio por la comida. Tal vez hasta cocine bien...
-¿Y esperar toda la noche para que vuelva? Ni siquiera sabemos de quién se trata. ¿Qué
persona en sus cabales deja una tienda vacía, con un fuego que se apaga, en la mitad de la nada?
Al menos nosotros vamos a pagarle por lo que le quitemos; cualquier otro simplemente lo robaría.
Fenr empujó a su escudero hacia adelante.
-Vamos, cabeza dura, vamos. Es tu culpa por no asegurar mejor las ollas.
Drek abrió la boca, se tragó sus palabras y comenzó a caminar sigilosamente.
El claro que se extendía entre el bosque y la tienda estaba salpicado, aquí y allá, por arbustos
que permitían que cualquier ladrón razonablemente bueno pudiera avanzar fácilmente y sin
despertar sospechas, aprovechando la oscuridad de la noche. Drek no era mal ladrón, aunque
pocas veces utilizaba sus trucos, y tenía mucha habilidad para caminar en silencio. Como
consecuencia, en unos pocos segundos se encontró a la mitad del trayecto.
El caballero Fenr lo observaba atentamente con un ojo, mientras con el otro vigilaba todos los
alrededores, listo a dar la voz de alarma si algo imprevisto sucedía.
El escudero avanzó hacia otro arbusto. Se escondió detrás, y miró por unos segundos,
calculando la distancia que lo separaba de la tienda. Había otros arbustos en el camino, pero
creyó que sería más rápido y prudente avanzar en línea recta hacia la entrada. Le preocupaba que
el dueño llegara mientras él estaba dentro, y sin posibilidad de escapar.
Se irguió, caminó dos pasos, y allí quedó, paralizado.
Detrás suyo, Fenr pudo ver una explosión de chispas rojas, verdes y azules; un espectáculo
que nunca en su vida había presenciado. La figura de su escudero relampagueó como si un
extraño rayo lo hubiera alcanzado, titiló como una estrella, y se desvaneció en una nube de vapor
plateado.
-¡Drek! -el caballero Fenr saltó al instante, con su espada desenvainada. Algo en él lo había
hecho saltar, aunque cuando estuvo en pie, no supo adivinar para qué le servía eso. No podía ver
a su escudero por ninguna parte. Pero algo le decía que lo estaban observando. Decidió entonces
ir con cuidado hacia donde había visto por última vez a su compañero.
-Detente, insensato. ¿Tú también quieres probar mi hechicería?
La voz era de una mujer, y venía desde cerca de la tienda. Fenr comprendió al instante lo que
pasaba y dijo:
-Dame de nuevo a mi escudero, vieja bruja.
La voz, que antes era de simple advertencia, ahora tenía un tinte de cólera.
-¿A quién llamas vieja, estúpido? Podría convertirte a ti también en un animal, y nadie notaría
la diferencia.
-Devuelveme a mi escudero, quien quiera que seas.
Fenr se adelantó varios pasos más, empuñando fuertemente su espada, con los ojos atentos.
No podía ver a la bruja, pero creía poder escuchar su respiración.
Delante suyo, a tres metros de donde Drek había desaparecido, sintió cómo una repentina
corriente de aire lo golpeó en la cara. El aire se encendió, por un parpadeo, en mil colores
extraños.
-Si no lo hubiera decidido, ahora ya tendrías la forma de tu tonto escudero. Pero veo que eres
realmente un caballero y no un ladrón o un mercenario. Y tienes coraje.
-Es extraño que sepas identificar el coraje cuando atacas por la espalda y ni siquiera te
presentas ante mi vista. No voy a repetirlo una vez más, has que aparezca nuevamente mi
escudero.
Una figura alta y delgada apareció sentada junto al fuego, que se encendió de la nada.
-No puedo traer de vuelta a tu escudero. Ese hechizo no es definitivo, pero demora en
desvanecerse. Tendrás que esperar.
El caballero Fenr se adelantó, tratando de intimidarla con un fiero aspecto. Pero por otra
parte, estaba intrigado.
La mujer debía tener poco más de veinte años, aunque a la luz de la luna y del fuego, a veces
sus facciones la hacían parecer mayor. Tenía un largo cabello castaño, algo despeinado; Fenr no
pudo saber si era ondulado por nacimiento o por descuido del aseo, pero le llegaba casi hasta la
cintura. Era delgada, tal vez demasiado, y sus ojos eran negros como carbones, y brillaban justo
como carbones encendidos en las llamas de la hoguera.
-Él tiene la culpa por tratar de robarme. Como ahora nadie puede viajar solo por estos
parajes, tuve que defender mi tienda de la mejor manera que sé. No te asustes, caballero, tu
escudero no ha desaparecido. Solamente lo convertí en lo que es, una urraca ladrona.
Al costado, Fenr sintió el aleteo de un ave. Todavía confundido, se arriesgó a dejar de mirar a
la muchacha y observó al negro pájaro, que agitaba sus patas y sus alas como si se hubiera
vuelto loco. Cuando el caballero lo miró, el pájaro corrió a los saltos hacia él y comenzó a agitarse
rodeando sus pies.
-¿Lo ves? Todavía te reconoce. Lamentablemente, tardará unos días en aprender a volar, así
que deberás cuidarlo mientras tanto. Luego, creo que él mismo podrá cuidarse solo.
-¿Y cuándo se desvanecerá el hechizo?
-Hecho con esta luz de luna, solo desaparecerá cuando esta misma luna brille la siguiente vez
en el cielo.
-¡Un mes! Maldita bruja, ¿por qué tenías que hacer eso? ¡Es sólo un niño!
-¡Sí, un niño ladrón como todos los que intentan robarme! Y algo me dice que tú lo estabas
apañando, si tu escudero estaba robando, y tu estabas tan cerca, es porque tú estabas enviándolo
a robar. ¡Tal vez tú mereces ser una urraca, mucho más que él!
El caballero Fenr comprendió que no podía seguir razonando con una persona tan suspicaz;
llevaba las de perder. En lugar de eso, decidió tratar de calmar los ánimos exagerando sus
problemas.
-Perdimos la comida y los utensillos para cocinar, cuando cruzábamos el río. No tenemos
nada para comer, y entonces decidimos pedir tu ayuda para continuar nuestro viaje, que nos ha
sido encomendado por el rey. Como tu tienda me pareció sospechosa, lo envié a él, que es más
ágil, para inspeccionarla y asegurarnos de que no fuera una trampa o una guarida de ladrones.
Pero ya veo que era algo peor.
La mujer lo miró fijamente unos segundos.
-¿Qué querías que hiciera, bruja? No hemos comido nada desde que el sol estaba algo en el
cielo, y ha pasado medio día y media noche desde entonces. Teníamos hambre, y ni siquiera pude
sentarme a pescar algo en el río.
La mujer bajó la vista y dijo, mirando al fuego:
-Tú necesitas a tu escudero, y yo no puedo seguir mi viaje sola. No eres el primero que
pretende robarme, y hace poco casi pierdo la vida defendiéndome de una banda de asaltantes.
Ven conmigo y tu escudero volverá a su aspecto normal en un mes; te lo aseguro.
-¿Crees que soy tan tonto como para acompañar a una vieja bruja ambulante?
-¿¡A quién estás llamando vieja!? Si tuvieras una hija, ¡yo sería más joven que ella! Más que
caballero pareces caballo, por tus modales. ¡Soy una dama!
-No, una verdadera dama tiene tantas facultades que tú nunca comprenderás. ¡No eres más
que una serpiente venenosa que ataca a los viajeros por la noche! ¡No eres mejor que una banda
de ladrones, poniendo trampas para los viajeros incautos!
La urraca contempló por un tiempo el patético espectáculo. Nunca en su vida había
escuchado tan enojado a su maestro, y nunca había visto a una mujer que supiera responder tan
bien a sus insultos. El caballero Fenr había injuriado a muchas mujeres en su vida, pero por lo
general, todas eran (y Drek coincidía en ello) «simples doncellas con cerebros de paja», o
«estúpidas hijas de zánganos que, si fueran mágicamente convertidas en bueyes, le serían de
mayor utilidad al reino ayudando a un pobre campesino a arar su campo». Fenr, de hecho, estaba
especialmente enojado por el hecho de que esa mujer evidentemente plebeya lo trataba sin las
debidas ceremonias verbales.
El pájaro intentó por todas maneras de aprender a volar rápidamente, y al poco tiempo pudo
despegar unos metros del suelo. Sin embargo, se sintió cansado, y se posó cerca del fuego, entre
la bruja y su maestro.
El caballero Fenr lo miró y dudó por unos segundos.
-Lo quieras o no, ese pájaro no volverá a ser tu escudero hasta pasados muchos días. No
puedo deshacer el hechizo ahora mismo. Se destejerá solo, cuando la luna tenga otra forma.
Además, tengo comida. No sé hacia donde vas, pero podría serte de ayuda. No te queda otra
opción.
Fenr suspiró sonoramente.
-Está bien, bruja. Pero ni te atrevas a intentar hacer algo extraño conmigo. Te aseguro que
legiones de soldados te perseguirán hasta que caigas sin aliento y perforada por decenas de
flechas.
-Ya, ya, no tienes que presumir de nada. No pienso hacerte maldad alguna.
El caballero la miró de reojo, y luego dijo:
- Debemos volver a mi campamento. El fuego debe estar apagándose, y he dejado mucho
tiempo solas a mis monturas.
-¿Por qué no traes aquí a tus caballos y aprovechas mi fogata?
-¿Y dejar que me prepares una nueva trampa? No, bruja, nunca. Sé poco sobre magos, pero
sé que nunca ninguno ha sido de confiar. Irás conmigo hasta la orilla del río, y cocinarás algo allí.
Y más te vale que no esté envenenado.
La mujer hizo oídos sordos a las paranoicas palabras de Fenr, intentando evitar una nueva
pelea, más por cansancio que por no tener la razón. Se levantó, miró a la mísera tienda y
pronunció unas palabras por lo bajo. Apoyó su mano derecha en la punta del palo que la sostenía,
y como un remolino, la tela se enroscó fuertemente en el madero. Donde antes había una tienda,
ahora solamente estaba la mujer, sosteniendo en su mano un extraño báculo.
Pretendiendo no estar sorprendido, Fenr la observó y la obligó a caminar delante de él, hasta
llegar a la orilla del río. El fuego todavía estaba encendido, y el caballero tomó rápidamente
algunas ramas y las echó dentro. Drek se posó trabajosamente sobre su hombro.
-Pobre muchacho, las cosas que te han pasado en estos días. Si hubiéramos tomado una ruta
más directa no habríamos tenido que llegar al puente ni a este vado. Y menos a esta bruja
tramposa.
Mientras tanto, la mujer había hecho crecer nuevamente su tienda a unos cuantos pasos del
fuego. Se introdujo en ella y Fenr aprovechó para calmar a los caballos y terminar de descargar
los bultos.
-Mucho me temo que no tengo comida para ambos, al menos no de tu categoría, caballero.
Como mísera, tramposa y vieja bruja ambulante, no como más que pan seco y papas -dijo la
mujer, saliendo de la tienda, con aire de sarcasmo marcado en su voz.
-Pues entonces, bruja, consigue algo rápido. Así como conviertes a mi escudero en urraca, y
a tu báculo en tienda, convierte a esta roca en pan, o a ese tronco en un trozo de carne. No me
importa, pero haz algo.
La mujer lo pensó unos segundos, se acercó al río y comenzó a recitar un conjuro. A los
pocos segundos, éste bullía con decenas de peces atraídos hacia la superficie.
-Ven y elige el que quieras, así no podrás decir que lo enveneno.
-Ya me haz envenenado la noche, mujer, así que cállate.
Fenr tomó la jabalina de Drek, le ató un trozo de soga y con gran puntería logró atravesar a
tres peces, que fue colocando sucesivamente sobre el fuego.
Comieron en silencio. Drek comió de las sobras de los pescados, espantado de la idea de
tener que buscar gusanos y otros insectos entre el polvo.
Cuando llegó la hora de dormir, Fenr se sentó mirando hacia el fuego, pero también hacia la
tienda de la mujer. En los árboles más cercanos, las cabalgaduras estaban atadas, y todos los
bultos estaban allí dispuestos. Si los hubiera tenido, el caballero hubiera puesto un montón de
cascabeles sobre los caballos y todo lo demás, como alarma. Pero al no tenerlos, y no tener a su
escudero para montar guardia, tuvo que contentarse con dormir con su mano derecha sobre su
espada.
La mujer lo miró, también desconfiando de él, y le dijo con voz amenazadora:
-Si llegas a cruzar la línea de la fogata intentando entrar a mi tienda y deshonrarme, te juro
que caerás allí mismo convertido en el cerdo que eres.
-Cállate, bruja, que antes que tú, yo mismo me deshonraría si llegara a tocarte un cabello.
Con tales palabras, ambos callaron y se fueron a dormir.
4 - Secretos y preguntas

A la mañana siguiente, Drek tuvo la poca delicadeza de despertar a su maestro de la única


forma que podía: picoteando su cabeza. Instintivamente, Fenr casi lo destroza de un manotazo,
pero el pobre pájaro había mejorado sus despegues y pudo levantar vuelo lo suficientemente
rápido como para evitar tan triste final.
La mujer estaba sentada junto al fuego, cocinando algo en una pequeña olla.
- Pájaro o muchacho, ese escudero tuyo es muy servicial.
Fenr evitó todo comentario, se levantó, se aseguró que todo estuviera en su lugar y fue a
lavarse la cara en el río. La mujer siguió sus pasos con la mirada.
- ¿A donde van con tanta prisa como para cruzar este río de noche? Debe ser una importante
misión de caballero.
- Tira tus sarcasmos al río, mujer. No tengo ganas de desayunarlos.
- No estaba siendo sarcástica. Solamente digo que debían estar apurados. Escucha, no tenía
intención de convertir a tu escudero en pájaro, ¿me oyes? Era solamente una forma de proteger
lo mío. Nunca pensé en perjudicar a nadie.
- De todas maneras, ¿qué hacías dejando sola tu tienda en medio de la noche, en un lugar
tan desierto? Hay miles de cosas extrañas por aquí. Antes de cruzar nos encontramos con un ogro
y cuatro trasgos. Imagino que debe haber más por la zona.
- Ese no es tu asunto.
El caballero Fenr reconoció que tal vez había tocado un punto sensible en la condición
femenina de su interlocutora, de manera que se disculpó bajando levemente la cabeza y no
diciendo nada más. Simplemente se sentó frente al fuego y comenzó a masticar algo de carne
seca que había encontrado en el equipaje.
- Pensé que habían perdido toda la comida.
- Parece que algo sobrevivió, después de todo. De noche es difícil revisar una alforja. De
todas maneras, apenas me alcanza para hoy.
El desayuno, si se podía llamar a eso desayuno, ya que ambos comieron poco y mal, terminó
diez minutos más tarde. Fenr y la mujer solamente intercambiaron algunas palabras en ese
tiempo.
- Deberías partir pronto si quieres aprovechar la luz del día. No sé hacia donde vas, pero...
- No me des consejos sobre viajes, que yo tengo más experiencia que tú.
- Bueno, no sé qué tanto habrás hecho, pero desde niña me he acostumbrado a viajar. En
pocos lugares he estado en el mismo sitio por más de una semana...
- No te preocupes por mí. No es la primera vez que viajo solo, sin tener escudero. Antes de
conocer a Drek, solía salir en peores condiciones. Ya me las arreglaré. Además, adonde voy no
quieren a los de tu clase.
La mujer se quedó callada unos instantes y luego dijo:
- Entonces, supongo que vas a la Torre de la Luna. He recorrido esta zona durante un mes y
en ninguna parte me han recibido mal.
Fenr no había tirado ese comentario en vano. Sabiendo de la encarnada rivalidad entre los
hechiceros y los magos, era evidente que una persona mínimamente despierta hubiera podido
interpretar dicho comentario como lo que era: una prueba. Fenr no estaba dispuesto a dar
información sin recibir algo a cambio, y eso era justamente lo que hacía.
- ¿Y en qué te has ganado la vida durante ese mes?
- Lo de siempre: curar algunas enfermedades del ganado, prevenir tormentas, espantar a
algunas criaturas malignas menores. Incluso pude ayudar a algunos aldeanos que tenía problemas
con un grupo de salteadores de caminos, pero eso casi me cuesta una flecha en un ojo. Suerte
que mi báculo es fuerte.
- ¿Y los aldeanos te pagan bien por todo eso?
- O pagan o me voy, claro está... ¿Qué pretendes, que le paguen en oro a un mago de la
corte de algún señor feudal? Cada uno paga lo que puede... Aunque tengo que decir que no hay
proporción entre el costo y el servicio: nosotros cobramos poco, pero hacemos bien nuestro
trabajo. Los magos reales, en cambio, cobran en oro lo que pueden hacer con un pestañeo.
El caballero Fenr sonrió ante el comentario:
- Una vez, uno quiso cobrarme dos monedas de oro por quitarle una supuesta maldición a un
rebaño de ovejas. Si no hubiera tenido el distintivo real, lo hubiera sacado a patadas. Resulta que
luego las ovejas curaron solas de su supuesta maldición.
- Apuesto a que fue una enfermedad menor, por cuya cura yo suelo cobrar un par de
calabazas grandes o tal vez un pollo. Pero he tenido suerte; en esta zona las personas son pobres,
pero generosas. He juntado provisiones como para no tener que trabajar en un buen par de
semanas.
- Pues que sigas teniendo suerte, mujer. Yo tengo que seguir mi camino.
El caballero Fenr se levantó, y comenzó a acomodar todas sus pertenencias en las cuatro
monturas. Drek deseó poder hacer algo para ayudarle, y solamente atinó a posarse sobre el
sufrido burro, y espantar a las moscas que se ponían a su alcance.
- Lo que quiero decir es que puedo acompañarte si lo deseas. Ni siquiera tienes que darme tu
comida... Bueno, aunque la tuvieras. Además, ¿cómo piensas ir con cuatro caballos tú solo? -la
mujer se había levantado, y seguía a Fenr de animal en animal, tratando de convencerlo de
cualquier manera-. Hasta el ladrón más novato se daría cuenta de que eres un blanco fácil. Con tu
escudero, te dejarían pasar, pero sin él, pueden robarte la mitad de lo que tienes antes de que
puedas matar a uno. Son muy hábiles, te lo aseguro, y la comarca está infestada de ellos; lo he
visto personalmente. Si cada uno va por su lado, te robarán a ti, me robarán a mí, y ambos
seremos desdichados. Pero si te acompaño, al menos podríamos...
Fenr se detuvo en seco, y la mujer se chocó con él al tratar de seguirlo.
- No. No necesito a una mujer llorando detrás mío. Esta no es una misión sencilla.
Por medio segundo, ella pensé en seguir su argumento, pero cuando digirió el verdadero
significado de las palabras de Fenr, estalló nuevamente en gritos:
- ¿Una mujer llorando detrás tuyo? ¡Maldito egocéntrico! Ya veo por qué no te acompaña
ninguna dama de la corte, ni por qué a esa edad no tienes a un hijo que te ayude. Eres un cerdo,
bruto y...
- No me acompaña ninguna dama de la corte, bruja gritona, exactamente por lo que te he
dicho antes. No tengo una misión sencilla, y estoy destinado a entrar en las leyendas. O estaba,
¡al menos hasta que tú convertirse en un amasijo de plumas a mi mejor amigo, el único en el que
puedo confiar, aunque sea un tonto cabeza hueca, porque es bueno con la espada! ¡Has arruinado
mi vida, mi carrera y mi fama, vieja bruja!
Drek no supo si llorar de emoción por escuchar que su maestro lo halaga por su manejo de la
espada y su confianza, o llorar de pena porque siempre lo tuviera como un tonto. Pero como no
podía llorar, solamente levantó vuelo y se posó en una rama alta, fuera del alcance de los objetos
contundentes que, temía, su amo comenzaría a usar si la pelea continuaba.
-... rata sucia y traidora, vil serpiente que dice que sabe de magia y no puede convertir a un
pájaro en lo que es verdaderamente!
- ... que se dice caballero, pero de eso no tiene nada, porque trata a las mujeres, y sobre
todo a las mujeres indefensas, peor que a sus cabalgaduras!
- ... de indefensa nada tienes, bruja, escoria de las artes mágicas, que ni siquiera puedes
hacer bien un conjuro, vé a convertir en pájaros a los verdaderos ladrones, que ojalá te roben tu
mugrosa comida, porque no tienes nada más en tu poder que valga ni una moneda de plomo!

«Drek, sabes que te quiero como a un hijo, y por eso, ahora que llegas a esta edad, tengo
que explicarte estas cosas. Has ido al bosque conmigo, has recorrido muchas millas, y sabes que
cada animal tiene una forma diferente de atacar y defenderse. El oso es peligroso por sus garras,
pero también por su peso y su boca; lo has visto despedazar a un perro de caza, que, incauto, lo
enfrentó solo. Sabes que, acorralado, el jabalí sigue vivo aunque lo atravieses o lo derribes, y sus
colmillos son duros y penetrantes. Cada uno de estos animales tiene una forma de ataque y un
arma favorita.»
«El hombre se distingue de ellos porque puede elegir sus ataques y sus armas; tú mismo vez
que yo soy bueno con la jabalina, la espada, la lanza, el escudo, y puedo elegir cualquier de ellos,
o varios a la vez. En cambio, las mujeres, que no tienen entrenamiento en las armas, tienen otro
tipo de atacar, que les viene de sus madres y hermanas. Has visto como me he enfrentado a
osos, jabalíes, lobos, en fin, todo lo que se encuentra en el bosque. Ahora bien, no has visto cómo
se enfrenta a la otra criatura peligrosa que verás durante toda tu vida, y esta criatura no se
esconde en el bosque, sino en la corte, un lugar mucho más peligroso. Se esconde detrás de
mentiras, engaños y sedas sutiles como sus palabras.»
«Esta criatura, que por si no lo has adivinado, es la mujer, tiene varias armas a su alcance,
así como nosotros tenemos lanzas, espadas y hachas. Ellas también pueden derribar imperios y
conquistar territorios, pero sus armas son, generalmente, mucho más sutiles y traicioneras que
las nuestras. Su primer arma, su favorita, son sus ojos, que encierran su seducción; y bien sabes
que un buen caballero no comparte el lecho con cualquier doncella, sino solamente con esa que
está destinada a ser su esposa. Cualquier otra que use sus ojos en tí, tenle cuidado. Su segunda
arma es su voz, que como una espada, puede parecer brillante y hermosa, halagadora, suave,
incluso tibia. Pero al menor problema, recuerda, es dura y cortante como el acero. En fin, has
visto a la hija de Lnk así que sabes a lo que me refiero; raro es que nadie se quede sordo luego
de escucharla llorar por su prometido que la engañó, o protestar porque su padre no le compra
más vestidos. Mientras sus ojos solamente tienen un propósito, el deseo, este arma de la voz es
como la jabalina: tú puedes usarla para cazar o para pelear. Ellas, justamente, la usan para
procurarse sus deseos, llorando o protestando, pero también la usan para pelear, pues llegan a
proferir tonos tan altos que el hombre no puede alcanzar.»
«Y te estarás preguntan cuál es su peor arma, ¿no? Por que yo dejo lo peor siempre para lo
último. La peor arma, Drek, querido escudero, es cuando usan la violencia. Porque así como
nosotros nos golpeamos constantemente, entrenando o peleando seriamente, ellas no están
acostumbradas a la violencia, y cuando la usan, es porque algo realmente serio está por pasar.
Teme a la mujer que use la violencia, Drek. Témela porque es una mujer en serio. Las
mujerzuelas, las hijas de los cortesanos, de algunos magos, en fin, la mayoría de las mujeres que
conoces, saben que pueden lograr cualquier cosas con sus ojos o con su voz, y siempre usan esas
dos armas, como tú sabes usar la espada y la lanza. El llanto, la simulación, los desmayos; todos
esos trucos son como la daga, el mazo o el borde del escudo. Pero la mujer que es mujer en serio,
la mujer que no le teme al hombre, sabrá usar la violencia cuando sea necesaria. Y cuando lo
haga, ten cuidado. Porque ni cota de malla, ni coraza de cuero, ni nada que imagines te preparará
para lo que una mujer hará.»

La hechicera levantó su mano derecha y descargó una terrible bofetada en el rostro de Fenr,
que solamente atinó a tomarse fuertemente de las riendas del burro.
Drek supo que su maestro haría algo en respuesta. Todavía atontado por lo sucedido, bajó un
par de metros, a una rama en la cual podía escuchar mejor, si ambos dejaban de gritar.
Cuando Fenr se recuperó del golpe, él y la mujer intercambiaron una miradas encendidas de
odio, pero sobre todo de impotencia. El caballero sintió, por primera vez en su vida, ganas de
arrear a golpes a una mujer; hasta ese momento, todas habían sido, en su opinión, tan estúpidas
e insulsas, que había bastado un sarcasmo o un insulto velado para hacerlas correr con las
mejillas enrojecidas, como si hubieran recibido azotes de su fusta. Las más duras requerían de
insultos directos; sin embargo, nunca había levantado un solo dedo contra una mujer.
Obviamente, debido a su condición de caballero, no podía hacer eso, porque si bien él despreciaba
a la gran mayoría de las mujeres, las respetaba o ignoraba lo suficiente como para no haber
hecho nada similar ni con la más simple campesina.
La mujer, por otra parte, tenía ganas de utilizar todos sus conocimientos mágicos para
convertir a ese supuesto caballero en una criatura tan horrenda como su actitud hacia las de su
clase. Pero no podía hacerlo, porque sabía perfectamente que necesitaba la protección de Fenr, al
menos durante algunos días, para salir de esa comarca llena de salteadores.
Drek sintió escalofríos. Fenr y la mujer se quedaron así, totalmente inmóviles, por espacio de
varios minutos. El escudero bajó unos metros más, creyendo que tal vez hablaban tan bajo que
no podía escucharlos. Pero no: ambos estaban en silencio.
Al rato, tanto Fenr como la mujer dejaron de mirarse a los ojos, y repentinamente, cada uno
siguió en lo suyo. El caballero terminó de acomodar el equipaje en cada montura, la mujer
organizó sus cosas dentro de su tienda y volvió a recogerla como lo había hecho la noche anterior.
Fenr montó a su caballo de silla, llevando detrás a su caballo de batalla, y la mujer montó a la
yegua, que guiaba al burro.
Drek casi se cae de la rama ante semejante espectáculo. ¿Su amo compartiendo su viaje con
una mujer, y para colmo, una bruja ambulante? Aunque no tuviera necesidad de seguirlos para
quitarse el hechizo, era algo digno de verse. Aleteó fuerte, y logró posarse con algo de dificultad
sobre la cabeza de su querido burro, allí donde pudiera ayudarle a espantar moscas, y donde
pudiera vigilar sigilosamente a aquella hechicera que lo había convertido en urraca.

Sucedía que ninguno de los dos contrincantes en aquella extraña pelea era tonto. Krirstn
había sido muy obvia al sugerir su compañía; mucho más obvia de lo que le hubiera gustado
admitir. Pero la súbita indiferencia de Fenr la había obligado a usar lo que tenía a mano. No
conocía la importante misión del tashk, pero sí sabía que aquella región era inesperadamente
peligrosa. Ir escoltada por un hombre de armas era la mayor seguridad a la que podía aspirar.
Fenr había jugado mucho mejor para no revelar sus intenciones. Sabía que no podía confiar
en los magos de la corte, y en general, no confiaba en ninguno. Y ellos lo sabían. El viaje hacia la
Torre de la Luna era la última prueba que pretendía afrontar, pero ya la daba por perdida. Ellos no
lo ayudarían, porque también tenía enemigos allí.
¿Y después, qué le quedaba? Si no confiaba en magos, debía confiar en hechiceros. Y los
hechiceros eran maestros de las curaciones. Curaciones reales, no desvanecimientos de jovencitas
impresionadas o delirios de viejos nobles que chocheaban. Campesinos heridos por herramientas
del campo, soldados en un campo de batalla, caballeros con huesos rotos al caer del caballo. Él lo
había visto y conocía su potencial. ¿Quién mejor que ellos para aconsejarlo en la erradicación de
una peste?
Así que era necesario al menos mantener una cierta amistad con aquella mujer, la cual podía
ayudarlo directa o indirectamente. Aunque eso le pesara, no era momento para enemistarse con
todo el mundo. De haber sido otra la situación, ella se hubiera quedado de a pie junto al río.
Cuando, durante el un momento de calma, Krirstn le preguntó sobre su importante misión,
Fenr le relató durante una hora y media todas las cosas que sabía y que le habían dicho en la
corte. No escatimó detalles ni mintió, porque sabía que ella debía juzgar la dimensión del
problema y que sus comentarios le serían útiles. La bofetada le había dicho que, si bien era una
mujer molesta, también era una mujer en serio, una mujer sincera y directa. Algo que él
comenzaba a estimar en ella, secretamente al menos. Después de todo, así era él.
-Así que ahora consultas con los magos para que te den su opinión.
-Sí. Al menos con los que están más cerca. Sé que no van a ayudarme, pero me gusta estar
seguro y descartar las opciones para siempre.
-¿Y no te interesa mi opinión?
La pronunciación de posesivo fue un detalle que Fenr no pudo dejar pasar, aunque fue muy
sutil.
-Claro que me interesa. Por eso te cuento todo esto. Lamentablemente, conozco pocos
buenos hechiceros en quienes pueda confiar. Y todos los hechiceros, buenos o malos, son difíciles
de ubicar.
-Hacemos nuestra experiencia en el camino.
-Ese es el punto. Ustedes más que nadie saben de pestes, heridas de guerra y accidentes.
¿Qué se te ocurre que podría hacer en este caso?
-Pues... sea lo que sea que hay ahí, y descartando la posibilidad del dragón, asunto del cual
deberías encargarte tú... Tienes que comenzar a pensar en muchos hechiceros, y no solo en uno.
Combatir una peste lleva tiempo. Mi maestra hizo su parte en la última peste... y me contó
muchas cosas horrendas. No vale la pena contarlas. Pero lo cierto es que los hechiceros de todas
partes tuvieron que trabajar día y noche. E incluso así, hay cosas que ellos no pueden hacer.
-Si te refieres a cuestiones de organización, de eso pienso ocuparme yo. No lo había pensado,
pero supongo que tienes razón. Debo descartar eso del dragón y pensar en lo que sé que es real.
-Suponiendo que, como crees, en la Torre no te digan nada útil... ¿qué harás?
-Supongo que comenzar a buscar hechiceros en los caminos –contestó Fenr, sin ninguna
malicia.
-Pues... si es así, yo debo responder al llamado. Es mi vocación, después de todo, lo que
debo hacer. Más que nada, los hechiceros estamos para curar a las personas.
-Lo tendré en cuenta. Muy en cuenta.
El viaje hacia la Torre de la Luna fue breve y afortunadamente, no incluyó ningún tipo de
sobresalto. Dos días más tarde, el caballero Fenr y su acompañante podían divisarla desde el
camino, allí donde el bosque raleaba y daba paso a campiñas y cultivos.
Drek estaba agotado, no por el viaje, sino por el increíble grado de aburrimiento que estaba
experimentando. Siendo pájaro no tenía mucho que hacer, salvo comer. Pero como no quería
probar los bocados de sus compañeros alados, tenía que esperar a que su amo o la mujer le
dieran migajas del almuerzo o el desayuno. Mientras tanto, ninguno de los dos intercambiaba más
que breves frases sobre el clima, algún camino peligroso o cuestiones todavía más
intrascendentes. Lo bueno es que no habían vuelto a discutir.
A una buena distancia de la Torre, la mujer se detuvo súbitamente y le dijo a Fenr:
-No es necesario que siga más adelante. Seguramente ellos ya se han percatado de mi
presencia, porque hace rato que noto la influencia de sus poderes. No quiero que te involucren
conmigo. Podría traerte problemas, si alguien quiere creártelos.
Fenr accedió asintiendo con la cabeza repetidas veces, con el rostro preocupado.
- Sí, tienes razón. De todas maneras sé qué debo preguntar. Me llevaré mis dos caballos y
dejaré aquí a la yegua y al burro. Les diré que los dejé con mi escudero -miró a Drek, posado
sobre el burro, y le guiñó un ojo-. Tú preocúpate de todo esto y cuídalo bien.
El escudero aleteó tres veces en señal de asentimiento.
Era todavía media mañana cuando Fenr partió, y no volvió sino luego de muchas horas,
cuando el sol había desaparecido casi totalmente del cielo. Drek y la mujer dedujeron, por su
rostro, que no había obtenido ninguna respuesta favorable.
- Hemos perdidos días y días en búsqueda de algo que no existe. Algunos me dijeron que no
hay tal cosa como esa peste misteriosa y que todos son rumores. Algunos insisten en que puede
tratarse de un dragón, y otros dicen que ya no hay ninguno. He asistido a una reunión de
charlatanes y viejos chochos, que ni siquiera tienen la decencia de comportarse adecuadamente
frente a invitados y huéspedes. ¡Magos! Sí, pero también charlatanes e ignorantes. En fin...
Fenr se sentó frente al fuego que humeaba y sin más, quitó del fuego un trozo de carne ya
cocida.
- No está mal, mujer.
Drek no supo si era su nuevo instinto animal, o solamente algo de empatía, pero supo
instantáneamente que ella iba a decir algo. Y no algo agradable.
- ¿Por lo menos podrías tener la delicadeza de esperar a que esté todo listo? Ni siquiera he
terminado de cocinar y tú ya empiezas a comer. Además, ese trozo de carne era para mí, vago.
Me lo gané con mi trabajo, no como a tí que te cae de la mesa del Rey.
- ¿¡Cómo me dices vago!? Yo también debo trabajar, y bien que me juego la vida cada vez
que el Rey me encarga algo. ¿Cómo crees que he pagado por esta armadura, y todo lo que hay en
estas monturas? El Rey es generoso pero no estúpido, mujer. Además, no tengo por qué darte
cuenta a ti de lo que hago o no hago, eres solamente...
Drek se posó, aleteando sonoramente, sobre el hombro de su amo, pidiendo un trozo de
carne. El caballero interpretó la intención del gesto y se calló. Retomó la conversación con un aire
más tranquilo.
-En fin, nada saben, nada puedo hacer. Esa cosa, exista o no, podría matar a todo el reino y
ninguno de esos supuestos sabios se inmutaría; ni siquiera han movido sus cejas ante mis relatos
y rumores. Lo único que nos queda es seguir hasta el condado de Thaft y solucionar las cosas
como se presenten. Y mientras tanto, buscar hechiceros en los caminos...
La mujer se sentó junto al fuego.
-También puede haber otra solución. Si aquí no pudieron decirte nada...
-No funcionará ir a ninguna de las otras Academias de Magia. En todas nos dirán lo mismo.
-No me refiero a eso. Hay un lugar en el cual podrías aclarar todas tus dudas, si te apresuras.
Todavía estamos a tiempo. Pero si te llevo allí, debes prometerme algo.
El caballero Fenr se tomó unos segundos para masticar y dijo:
-Bueno, supongo que es justo, una cosa por la otra. Así cada cual hace lo suyo. Pero díme
qué quieres.
-Poder acompañarte de manera que ambos podamos ayudarnos, ya que yo necesito una
escolta que me proteja, y tú necesitas a alguien que sepa de hechicería y pueda ayudarte en esos
menesteres. Eso en primer lugar. Y también...
-Oye, una cosa por una cosa, no dos.
-En segundo lugar, no pido más que lo que es justo: que me trates con respeto, como lo
merece toda dama.
Nuevamente, Fenr y la mujer intercambiaron miradas llenas de pensamientos y sentimientos
contradictorios. En el medio, el fuego parecía chisporrotear todavía más violentamente, atrapado
en medio de dos voluntades tan fuertes.
-Estaré de acuerdo si tú haces lo mismo conmigo y me tratas con la dignidad y el respeto que
mi posición merece. De esa manera, el trato es justo ya que hay dos cosas por dos cosas.
-De acuerdo -dijo la mujer-. Me llamo Krirstn.
-Yo soy tashk Fenr, heredero del condado de Thaft. Si puedo quitarle de encima lo que sea
que lo cubre.

-La historia es la siguiente. Hace ya mucho tiempo, uno de los más grandes hechiceros del
mundo, Orlek el Impredecible, tuvo deseos de formar una familia y tener descendencia. Pero
todos sus años de magia lo habían convertido en un ser consumido y muy débil. Por lo general, la
magia y la hechicería suelen hacer eso, y Orlek había abusado en muchos sentidos de todo tipo de
hechizos. De manera tal que tuvo que desistir de tener descendencia de la manera tradicional.
»En cambio, tomó uno de sus instrumentos y, al observar cómo un rayo de luna era
mágicamente convertido en luces de diferentes colores por dicho aparato mágico, decidió tener
siete hijos, que serían siete hechiceros muy poderosos. Aunque serían como humanos, su
naturaleza especial los haría superiores en muchos aspectos. De esta manera, envejecerían y
morirían de una manera muy particular.
»Cada uno de estos hijos nació de un color de ese rayo de luna, que era dividido por la
hechicería del sabio. Eran siete en total: violeta, azul oscuro, azul, verde, amarillo, naranja y rojo;
tal como aparece en el arco de la lluvia, cuando sale el sol luego de la tormenta.
»Fueron grandes hechiceros, y al comienzo crecieron mucho más rápidamente que los
hombres nacidos de mujer. Cuando su padre murió, luego de diez años, ellos ya tenían más de
veinte, y conocían todos los secretos de su arte.
»En ese punto, los siete hicieron un juramento: que recorrerían el mundo aprendiendo todo
aquello que pudiera ser aprendido. Dignos hijos de su padre, encontraron que su ansia de
sabiduría era todavía mayor, y nunca estaba satisfecha. El juramento decía que, luego de vagar y
aprender, cuando todos sintieran la necesidad de regresar al lugar de su nacimiento, lo harían, y
allí morirían.
»Pero ninguno tenía deseos de que tanto conocimiento se perdiera. De manera que, luego de
siglos y siglos de vagar, todos retornaron a su lugar de nacimiento. De la torre de su padre
solamente quedaban las piedras inferiores, tapadas por la hiedra, formando un círculo perfecto.
En ese lugar se acostaron a dormir un sueño que, según dicen, es casi eterno.
»En cada tumba, dejaron como guardianes a una planta especial, que solamente ellos y muy
pocos hechiceros conocían. Esta planta es un fuerte demonio, porque si alguien intenta arrancarla
o dañarla, perece inmediatamente, espantado por el grito inhumano que emite.
»Cada año, cuando la luz de la luna es esa misma de la noche en la cual fueron creados, cada
una de las plantas hace florecer una flor de diferente color. En esa flor se puede ver el rostro del
hechicero que está sepultado debajo, y estos rostros pueden responder a cualquier pregunta, por
difícil que sea. Sólo piden a cambio conocimiento, leyendas, información sobre lo que ha pasado
durante el año... cualquier cosa que los haga aprender. Algunos dicen que el día en que las flores
no puedan responder a alguna pregunta, una enorme catástrofe caerá sobre el mundo, que lo
cambiará para siempre.

El viaje duró tres días, en los cuales las monturas fueron forzadas muchas veces a transitar
por senderos llenos de rocas, barro o espinas. Según Krirstn, la fecha del nacimiento de tan
mágicas flores se aproximaba, y aunque no conocía la fecha exacta, sabía que sería muy pronto.
Fenr no tenía nada que perder, ya que el camino no lo alejaba demasiado de su condado, aunque
sí de de la ruta de la comitiva. De manera que puso también mucho empeño en llegar lo más
rápidamente posible.
Luego de intercambiar nombres, las relaciones entre el caballero Fenr y Krirstn no mejoraron
mucho, pero fueron algo más cordiales. Al menos, las conversaciones no eran ya tan neutras o
marcadamente hostiles. A veces la mujer sonreía ante alguna anécdota especialmente graciosa de
Fenr, aunque Drek pensó que lo hacía más que nada para evitar enfrentamientos, ya que dichas
anécdotas, ya conocidas por él, era invariablemente exageradas y aumentadas para hacer
destacar su ingenio, fuerza y experiencia.
El escudero sospechaba la verdad: que ambos no hacían más que representar papeles en una
obra que habían acordado interpretar. Fenr era muy bueno negociando, y que hubiera aceptado
de tan buena gana, y tan rápidamente, la propuesta de la hechicera, significaba que estaba
dispuesto a cumplir y no le parecía algo excesivo. Igualmente, la mujer había ido al grano, y eso
era algo que Fenr apreciaba en una negociación. En realidad ambos necesitaban del otro, y los
dos lo sabían.
Drek no pasaba ya tanto tiempo con ellos. A veces se iba por horas, practicando sus lecciones
de vuelo, y luego bajaba nuevamente a acompañarlos, cuando los ubicaba. Estar siempre parado
sobre un hombro o un burro no era vida para un pájaro, y él había terminado de aceptar este
hecho. A pesar de que todavía tenía miedo de alejarse mucho, a veces lo hacía. No tenía duda de
que, durante sus ausencias, su amo y Krirstn pelearían como siempre; a veces cuando retornaba
los encontraba callados y serios. Pero se sentía dichoso de no estar atado al suelo, afortunado de
no estar obligado a presenciar esas peleas. En otras palabras, estaba contento de ser pájaro, al
menos en ese aspecto.

Para Krirstn, irónicamente, aquella tortura que significaba la compañía del caballero resultó
una doble y oculta utilidad. En realidad ella estaba allí para buscar aquella leyenda que podía ser
realidad, la de los siete hechiceros convertidos en plantas. Había gastado muchos meses en llegar
a la zona, y se había arriesgado a mucho, enfrentándose incluso a salteadores de caminos y otros
problemas inesperados. Nada menos que para pedirles consejo.
En un punto pensó que no lo lograría, pero con la aparición casi mágica de Fenr, la esperanza
creció. El caballero, ciertamente, no venía a sacarla de un apuro como en las leyendas. Pero si la
escoltaba, al menos no tendría que pensar en ciertos asuntos. Tal vez llegara tarde, por
equivocación de cálculos. Tal vez no encontraría la base de la torre. Pero estaría segura con un
hombre de armas a su lado, alguien a quien pedirle ayuda en caso de necesidad.
Y realmente, aquello era difícil de encontrar en su caso. Como muchos hechiceros, no contaba
con aliados ni con amigos que estuvieran cerca, y la mala suerte acechaba en los caminos. Una
mano amistosa era algo que la muchacha realmente apreciaba. Krirstn no intentaba ocultar su
edad, pero sí su inexperiencia. Era joven para la profesión que decía tener, y el viajar sola le
había enseñado mucho, pero no demasiado. Su maestra había muerto hacía un año, luego de una
larga vida acrecentada por la hechicería.
Eso hubiera desengañado a espíritus menos decididos, pero no a Krirstn. Con enormes
esfuerzos había continuado por su camino, sabiendo que su entrenamiento no estaba terminado.
De su maestra había heredado aquél báculo maravilloso, que era una excelente carta de
presentación. También había aprendido varios hechizos poco ortodoxos, como el que había
convertido a Drek en pájaro; poderes antiquísimos que pocos conocían ahora. Sin embargo, todo
fallaba en las bases, y la joven era conciente de que necesitaba alguien más que continuara
enseñándole. Y que la acompañara, pues ahora comprendía completamente porqué los hechiceros
no viajan solos.
Era por eso que, habiendo escuchado la leyenda de los hechiceros de boca de su maestra,
había decidido buscar en ella la solución. De tan grandes sabios pretendía oir alguna palabra de
ánimo, de ayuda, de consejo. Nadie mejor que ellos para lograr lo imposible: que ella se
convirtiera en una hechicera por mérito completo.
Incluso si no era así, las noticias de la peste le daban una nueva razón para esforzarse. Si
bien no se consideraba una buena hechicera, su vocación por lo que consideraba su deber la
impulsaba a seguir, incluso aunque tuviera que hacerlo a la saga de semejante tashk. No
solamente era, para ella, una obligación. Era, también, una prueba. Algo por lo cual medirse el día
de mañana.
El lugar al que llegaron esa noche era sombrío, y parecía más oscuro que el resto de los
caminos que habían atravesado. Krirstn había hecho varias preguntas a los aldeanos que encontró
durante esos días, y apuraba a Fenr porque estaba convencida de que el lugar no solamente
estaba muy cerca, sino que esa misma noche era la noche precisa en que las mágicas plantas
florecían.
Fenr estaba hambriento, mal aseado, con la barba apenas cortada y con la ropa sucia. Pero
había sido tan o más estricto que Krirstn a la hora de acelerar el paso para no demorarse,
llegando al punto de descuidar algo tan importante como su aseo personal diario. Drek veía a su
maestro y no podía creer que fuera la misma persona que había sido una semana antes. A pesar
de todo, se lo veía animado con una nueva luz, una esperanza, algo que no había visto
recientemente.
El sol había caido un par de horas antes, pero ninguno estaba pensando en la cena. Los
caballos, cansados, piafaban, nerviosos, y el pobre burro parecía al borde de la muerte. Pero ellos
siguieron adelante.
La luna se escondía detrás de las nubes, de manera que Krirstn encendió una antorcha. A los
pocos pasos, distinguieron algunas viejas piedras que sobresalían entre la maleza. Si no hubiera
sido por el fuego, las habrían pasado de largo.
- Aquí es, estoy segura. Estas deben ser piedras de la vieja torre de Orlek.
Un amplio círculo de rocas, de unos quince metros de diámetro, surgía en una zona de
maleza un poco más baja.
Dentro del círculo, siete extrañas plantas era todo lo que se mantenía vivo. Las cabalgaduras,
incluído el fiero caballo de batalla de Fenr, no quisieron avanzar y se quedaron allí, a diez metros
de las rocas. Krirstn los tranquilizó y los ató a unos árboles.
Las plantas parecían viejas, y estaban retorcidas sobre sí mismas. Tenían un color gris
oscuro, casi el mismo que el de las rocas. Parecían más esculturas que plantas. Nada florecía en
ellas, ni tenían hojas o tallos.
- Hemos llegado a tiempo. No creo que haya pasado todavía la noche. Tal vez me equivoque
y sea mañana, pero no ha pasado, de eso estoy bastante segura.
- Espero que no te hayas equivocado.
Fenr se sentó en el suelo, a una sabia distancia del círculo. No sabía nada de magia, pero
comprendía que el asunto era serio, y todo le parecía muy misterioso.
- Dejad que yo les hable, de hechicero a hechicero.
- No, es mi misión. No es necesario, creo que puedo manejarlo. De todas maneras tú presta
atención a lo que digan.
Krirstn dejó todo en manos del caballero. No quería comenzar una nueva pelea justo en ese
momento.
Comieron algo ligero mientras esperaban. Habían conseguido algo de pescado ahumado y
tenían algunas frutas que era mejor consumir pronto, antes de que se echaran a perder. Mientras
tanto, ninguno quitaba la vista del círculo de piedra por más de diez segundos.
Hacia la medianoche, Kristn se levantó como movida por un rayo.
- Está por pasar. Lo siento, algo se agita bajo la vegetación. Esta es la noche.
El caballero Fenr se levantó más lentamente, y se acercó al círculo. En ese momento, pudo
ver que las plantas parecían moverse lentamente. Krirstn se puso a su lado y contempló el
misterioso espectáculo.
Como si fueran madres pariendo, las siete plantas comenzaron a agitarse, temblar y
moverse, a un ritmo muy lento. En un momento, se detuvieron en seco, y surgieron grandes
hojas negras, que brillaban a la luna como si estuvieran recubiertas de aceite. En cada planta,
nació en ese instante una flor enorme, cada una de un color diferente. Eran flores enormes, del
tamaño de pequeños escudos, y se enfocaban hacia el centro del círculo.
La hechicera, movida por un impulso que no podía resistir, se introdujo inmediatamente en
él. Estaba, lo sabía, en presencia de un acontecimiento que tal vez nunca podría volver a ver.
Fenr la imitó, dudando sobre qué hacer primero.
Las flores, ahora pudo verlo, tenían rostros. Todos muy similares, pero en ellas había ojos
cerrados, bocas, incluso pequeñas narices. Los rostros, como si fueran de niños dormidos,
sonreían ligeramente, pero Fenr pudo adivinar un gran poder detrás de ellos. Miró a Krirstn y vio
que parecía temblar. Instintivamente le cedió su capa, pero ella la rechazó con un gesto serio en
su rostro.
Las caras en las flores se abrieron todas al instante, y dijeron:
-Bien, un año más ha pasado.
-Sí, y yo he dormido muy bien. ¿Cómo han descansado vosotros?
-Perfectamente -respondieron las otras seis.
-Vaya, veo que tenemos visita -dijo la Flor Roja, que miraba a los viajeros con una sonrisa en
el rostro-. Y parece que son viajeros algo cansados. Pero creo que tienen muchas cosas que
contarnos, ¿no es así?
La hechicera intentó hablar, pero algo se lo impedía. Temblaba y sus labios no se abrían.
-En efecto, nobles señores, tenemos muchas historias para contaros, si es que así lo deseais.
Hemos venido de muy lejos para poder conversar con vosotros, ya que sabemos que sois muy
afectos a las historias de todas las comarcas.
-Ciertamente mis hermanos y yo compartimos ese defecto, que nos ha acompañado desde
nuestro nacimiento. Culpa de nuestro padre, supongo.
Algunas risitas surgieron de los rostros.
-En fin, veo que nuestra visitante no ha dicho nada. ¿Acaso no tiene nada que decir?
Krirstn se sintió aludida y, esforzándose, intentó una entrada tan lustrada como la de Fenr,
que parecía mucho más capaz de pasar de los insultos y las palabras comunes al lenguaje suave y
amable de una corte.
-Es que, sus señorías, me veo seriamente... abrumada por vuestras presencias. Nunca pensé
en poder observaros tan de cerca...
Un murmullo de aprobación y comentarios. Hasta ahora, solamente la Flor Roja había
hablado, pero a partir de ese momento las demás dejaron oir sus voces de vez en cuando.
-Esta noche no es muy larga, así que no debemos perder tiempo en comentarios vanos -
exclamó, con tono serio, la Flor Azul.
-Hermano, todos los años es lo mismo. No nos dejas divertirnos -replicó la Flor Amarilla, con
una sonrisa-. Deja que nos cuenten por qué han venido aquí, ya que parece que no lo han hecho
por casualidad.
-Es así en efecto, nobles señores -comenzó Fenr-. Una importante misión me ha traido aquí y
lamento tener que molestaros en esta noche para pediros consejo sobre dicho asunto.
Antes de que Krirstn pudiera agregar algo, una catarata de frases y gestos salieron del
caballero, quien comenzó relatando todo lo que había pasado desde que le habían asignado la
baronía de Hag. Ante tremenda verborrabia, la hechicera pensó que las siete flores lo detendrían
para pedirle que fuera más específico en su pedido, pero ella pudo notar que la historia los
intrigaba, los entretenía y también los sorprendía. La capacidad histriónica del caballero le
permitía contar las cosas casi como lo haría un juglar, pero con el acento cortés y deferente de un
verdadero noble.
Fenr se tomó una buena hora en contar toda la historia, incluyendo cómo Krirstn había
convertido a Drek en urraca por accidente, y cómo ahora lo acompañaba para aconsejarlo sobre la
peste. Ella estuvo a punto de intervenir en varios puntos para corregir malas interpretaciones de
Fenr, pero no se atrevió. Finalmente, el caballero concluyó la exposición del problema, y las flores
se quedaron en silencio, pensativas. Luego, sorpresivamente, estallaron en una conversación
extremadamente rápida, acercando sus pétalos lo más posible y hablando, a veces, en lenguajes
totalmente incomprensibles tanto para Krirstn como para Fenr. Volvieron al silencio al poco
tiempo, y así se quedaron unos minutos.
-Grave es, en efecto, lo que nos cuentas -comenzó la Flor Verde-. No por lo que crees, pues
todas las pestes son graves. Es grave porque hace tiempo que venimos sintiendo lo que yace
debajo de esa peste. No se trata, como lo cree tu Rey, de un dragón. En eso son acertadas tus
predicciones. Pero lo que realmente es...
-Es obra de alguien muy poderoso –interrumpió la Flor Amarilla-. Evidentemente, pero no sé
si es mago o hechicero.
-Hermano, esa es una afirmación apresurada –respondió la Flor Azul-. En mi opinión, no
tenemos suficiente información para decir a ciencia cierta qué es...
-¿Y qué otra cosa puede ser? Es un poder Ksanbstnka, de manera que debe ser alguien. En
otra época existían personas capaces de semejante demostración de poder. El mundo era joven y
las artes de la hechicería también. Pero ahora no hay magos ni hechiceros lo suficientemente
poderosos como para hacer frente a un problema de este tamaño. Por lo menos, yo no conozco a
ninguno que pueda serlo.
Las demás flores se miraron entre sí, como sin poder decidir si meterse en la discusión o no.
Finalmente, la Flor Verde retomó el discurso.
-Aunque estamos muy lejos, podemos sentirlo a través de la tierra. Una mancha de
corrupción, de muerte. Es algo de tamaño inusual, pero bebe de las raíces de la magia y la
hechicería.
-Por lo tanto, debe tratarse de un Unbkn. No hay otra explicación.
La nueva interrumpió enojó visiblemente a la Flor Verde, pero además, encendió la polémica
entre el resto del grupo. Las flores que estaban calladas, pensando o esperando su turno para
hablar, comenzaron a hacerlo todas al mismo tiempo.
-Ciertamente tengo que decir que sobre este tipo de leyenda poco o nada se sabe. Nadie ha
visto nunca a ninguno, y se dice que no existen desde hace generaciones, o incluso milenios.
Existen muchas teorías sobre ellos, pero ninguna ha podido ser probada...
El grito de la Flor Azul fue rápidamente callado por el estrépito de las demás, y los dos
invitados al círculo se miraron, claramente confundidos por el escándalo.
-¿De qué están hablando?
-Pues... no lo sé. No comprendo la palabra que han usado. O es muy antigua, o está más allá
de mis conocimientos sobre la hechicería y el Kisanbstnka, que es lo que nos da nuestro poder.
-Están... están discutiendo sobre qué causa todo esto.
-Así es –dijo Krirstn, asintiendo con la cabeza.
Para ese momento las flores volvieron a conversar en lenguas muertas, rápidamente, sin
siquiera escucharse entre sí. Como hermanos que eran, y todos emparentados también por la
misma extraña profesión, cualquier motivo podía ser usado para una disputa. Sin embargo,
aquella discusión acalorada parecía fundarse en algo realmente profundo, en arraigadas
convicciones acerca del tiempo, del mundo, de la naturaleza de las cosas.
El interés profesional de la hechicera era grande, y siendo que entre los idiomas muertos se
colaban frases que ella podía entender, sintió la tentación de dejar correr aquél debate. Sin
embargo, las miradas reprobadoras de Fenr, cuando pasaron varios minutos, la hicieron cambiar
de idea.
Carraspeó por lo bajo, y las flores volvieron a prestarles atención.
-Maestros, no deseo interrumpir tan urgente debate, pero ya que no están seguros sobre la
naturaleza de nuestro problema, tal vez podríamos conversar sobre las posibles soluciones.
Todos murmuraron entre ellos y finalmente la Flor Roja dijo:
-¿Y cómo pretendes solucionar un problema que no sabes cuál es?
-Pues... pues... yo... la peste, al menos, debería tener una cura. O algo que podamos hacer,
alguien a quien podamos acudir. Dicen que es fuerte, y que tiene raíces en el Kisanbstkna.
Entonces, debería poder ser vencida por la magia o la hechicería. Aunque fuera una muy fuerte.
-De hecho, debería ser realmente fuerte...
Las flores volvieron a hablar rápidamente, pero ahora sin tanto ardor. Aparentemente el
argumento de la joven los había apaciguado, pero además, había incentivado a dejar el debate
teórico y volver a lo práctico.
Al poco tiempo la Flor Roja dio su veredicto.
-Como mi hermano ha dicho antes, casi no existen ahora poderes que puedan enfrentarse a
semejante misterio. Y los pocos que pueden o están muy lejos... o simplemente desconocemos
donde se encuentran. Siendo así, el asunto está sellado. Nadie puede ayudarte, noble caballero.
Lo hecho con Kisanbstkna sólo puede ser reparado con Kisanbstkna. O así dice el dicho. Los
magos que has consultado no tienen nada contra ti, sino que son tan ignorantes en el asunto
como nosotros. Lo cual nos entristece, tengo que decirlo. No nos gusta reconocer ignorancia.
Krirstn comenzó a temblar, de manera tan repentina que casi cayó al suelo. Fenr la pateó
ligeramente, creyendo que estaba haciendo alguna broma, y luego exclamó:
-Pero es que debe haber alguna forma, incluso una muy arriesgada, que se pueda tomar.
Algún camino indirecto, alguna estrategia dilatoria. Algo que nos haga ganar tiempo.
Disculpadme, mas no puedo aceptar que nada pueda hacerse.
Las flores conferenciaron un buen rato. Mientras tanto, el caballero tomó, de manera muy
poco cortés, a Krirstn por los codos, y apartándola un poco del centro del círculo, le dijo al oído:
-¿Qué diablos estás haciendo? Te ofrecí mi capa por si tenías frío, pero...
-No es eso... La profecía, la profecía. Si ellos no pueden contestarte esta pregunta, si no
pueden resolver este problema, algo muy malo va a suceder. Lo sé, estoy segura de ello, y no
quiero verlo. ¿Qué puede ser peor que un dragón? Mi maestra me contaba desde pequeña las
leyendas... No puede haber nada peor que eso... Piénsalo, si ellos no saben cómo solucionar esto,
todos moriremos tarde o temprano...
Una voz que antes no habían escuchado surgió del círculo.
-Yo conozco a alguien que puede ayudarnos. Bueno, algo, en realidad.
La Flor Violeta. Las demás la miraron, nada sorprendidas.
-Hermano, siempre eres el último en despertar... Debes tener el sueño duro como la roca en
la que te apoyas. Pero vamos, dinos a quién conoces, o qué.
-Hace mucho tiempo, antes de llegar aquí -comenzó a narrar la Flor Violeta, arrastrando las
palabras, como si tuviera sueño-, conocí a un hechicero muy particular, llamado Theor el Práctico.
Muchos dirían que era un hechicero muy extraño, porque no ejercía su oficio de la manera
tradicional. A él le encantaba impregnar de hechicería todo lo que tocaba, y rara vez hacía
hechizos que se desvanecieran. Ah... su casa era hermosa. Los muebles eran obras de arte, él
mismo los había tallado, y obedecían como cachorros las órdenes de su hacedor. La chimenea se
encendía si él lo pensaba, y las puertas se abrían a su paso. Si quería, podía desarmar su casa de
piedra y volver a armarla de otra manera, porque cada piedra, que había sido cortada por él, era
como una mascota. Realmente me costó mucho despedirme de él y de esa casa, porque es lo más
maravilloso que he visto en mi vida...
Todos creyeron que la Flor Violeta comenzaría a llorar en cualquier momento. Krirstn
aprovechó para calmarse un poco, aceptar la capa de Fenr y cubrirse con ella. Sin embargo, lo
que la Flor contaba la agitaba de otra manera. Estaba hablando de vieja hechicería. Hechicería
prohibida, perseguida. Kshtar, el más viejo Kshtar.
-Pero un día, antes de irme, él me contó sobre algo especial que estaba haciendo. El proyecto
me intrigó tanto que lo usé de excusa para atrasar mi partida. Se trataba de una espada muy
particular. A él le encantaban las espadas, pues de pequeño había comenzado siendo escudero de
un caballero, que luego, al ser deshonrado en un combate, murió. Él había pasado a ser aprendiz
de un poderoso hechicero, pero nunca había olvidado esos tiempos de combate y lucha. Como
veis, era una persona muy particular, sobre todo para ser un hacedor de hechizos.
»En definitiva, se había cansado de crear objetos que obedecieran sus órdenes. Tenía una
cantimplora que iba a buscar agua por su cuenta, una bolsa de oro que, si era robada, golpeaba al
ladrón hasta dejarlo inconsciente; una despensa que lloraba si era vaciada, libros que se leían
solos y actuaban las leyendas con sus voces. Él, en cambio, había llegado a desear otra cosa.
»De sus años mozos, el deseo de blandir una buena espada y salir a correr aventuras todavía
le temblaba en sus recuerdos. Tenía espadas en su casa, algunas muy buenas, pero ninguna lo
suficiente. Con los años, había aprendido herrería de uno de los mejores hacedores de espadas de
la zona. Y luego de algunos ensayos desafortunados, había comenzado a crear una nueva. Pero él
no quería que fuera una simple espada que obedeciera sus órdenes, no, porque sabía que en
algún momento él moriría, y entonces la espada podría ser tomada por cualquiera, incluso por
personas malvadas, para satisfacer sus ansias de poder. Por eso, pensó que lo mejor sería crear
una espada que pudiera elegir a su dueño.
»«Entiende», me decía, «que no es lo mismo hacer un bastón que te sigue, o una silla que se
coloca allí donde a ti te gusta. Esas son herramientas que no pueden hacer ningún mal, y están
pensadas para servir al hombre. Pero una espada es diferente, y eso es algo que me enseñó muy
bien mi maestro, y que pagó con su vida. Una espada es en sí algo maligno, que muy pocas veces
puede ser usado para el bien. Si yo hiciera una espada poderosa, que solamente fuera una
herramienta sin mente, como esas cosas que has visto en mi casa, sería la ruina de todo. Es lo
peor que podría hacer».
»Y sabias palabras demostraron ser, sin duda. Durante varios meses pude ver como Theor
todos los días dedicaba horas enteras a forjar esa espada. Fueron días en los que apenas comía, o
dormía. Pero cuando terminó, el resultado fue soberbio. Se trata, sin duda, de la espada más
hermosa que he visto en mi vida. Fuerte, sólida, hecha de un acero perfecto, pero al mismo
tiempo, delicada y liviana, decorada con exquisitas incrustaciones de oro y plata.
»Él quedó muy contento con ella, y estoy seguro de que la consideró su más grande y
querida creación. De hecho, creo que sintió algo similar a lo que nuestro padre sintió esa noche,
hace incontables años, cuando decidió crearnos. Sin duda alguna, Theor la trató como una hija, a
pesar de que su forma no era humana. La llamó Astridr, y de hecho me dijo que pensaba que era
un bello nombre «para una niña tan hermosa».
»En esos días, tuve que retirarme de su casa por razones que no vienen al caso. Lo hice con
gran dolor, pero al mismo tiempo con gran dicha, por haber podido conocer a tan gran persona
como era él, y haber podido compartir esa parte tan importante de su vida. Pude sentir una gran
fuerza en Astridr, y también que la fuerza de Theor había disminuido. Noté entonces que, como
todo padre, había sacrificado mucho en el cuidado de su hija. Parte de su ser estaba ahora en ella.
»Antes de irme, tuve una conversación con él. «Debo pedirte un gran favor», me dijo, «y te
lo pido a ti porque tal vez seas el único que pueda llegar a cumplirlo». Le pregunté qué deseaba, y
él me dijo que necesitaba que cuidara a Astridr, tanto como fuera posible. Theor había notado que
sus días se acortaban, y que aunque podría enseñarle muchas cosas a su hija, seguramente
tendría otras muchas por aprender en el futuro.
»Le hice esa promesa, y la cumplí hasta donde pude, porque un juramento mayor me
impedía seguir adelante. Por mucho tiempo, pude seguir su historia, y tengo que admitir que
resultó ser una niña muy testaruda, como lo era su padre, y cometió muchos de los errores que él
esperaba que ella cometiera. Pero hasta donde pude, impedí que realizara acciones todavía más
fatales.
»Theor hizo famosa a Astridr llevándola, como amenaza, hasta la famosa batalla de Kilinr,
pero nunca blandiéndola, pues todos saben que a un hechicero le está prohibido. Cuando su padre
murió y yo me enteré de esto, llegué rápidamente hasta allí y pude saber que el joven príncipe del
reino, ahora rey luego de la muerte de su padre, la había tomado, y se había enamorado de su
bella hoja en un instante. Pude quedarme en su corte como consejero, y logré que usara la
espada para el bien. Creo que, si no lo hubiera logrado allí, ella se hubiera torcido completamente
y para siempre, así como es muy difícil enderezar un árbol que desde retoño es azotado por
vientos fuertes. Luego de muchos años, el rey murió, y la espada fue pasando de generación en
generación, por lo general sin siquiera tener que ser sacada de su vaina o ser blandida en
combate real. Fue una sucesión de reyes y reinas justos, y me tranquilizó el saber que podía
seguir mis viajes sin preocuparme mucho por ella. Sé que aprendió mucho de todos esos
maestros, los cuales conocían las capacidades especiales de esta espada.
»Pero luego el reino fue invadido, la corona usurpada y Astridr no fue más que otro trofeo de
guerra. Al menos, hasta que Tarkka, el rey invasor, se percató de sus poderes y su linaje, y la
tomó como su espada principal. Allí no pude hacer nada por defenderla; incluso mis poderes
estaban fuera de su alcance, ya que el reino de Tarkka era muy maligno y poderoso en esa época.
No me rendí, y logré que al poco tiempo él fuera asesinado y la espada volviera a manos dignas.
Fue lo único que pude hacer, y no solamente la espada me lo agradeció, ya que era un tirano
sanguinario y cruel. Pero en esos años ella aprendió cosas que nunca debió aprender, y vio otras
que siempre quiso olvidar. Presenció ejecuciones, y probó demasiada sangre humana. Sangre de
malvados, pero también sangre de inocentes, mujeres y pobres condenados a muerte. Y,
pudiendo a veces evitar ese derramamiento de sangre, no hizo nada para evitarlo, algo de lo cual
se arrepintió siempre.
»Incluso cuando yo la porté, durante unos veinte años, parecía soñar despierta con esas
atrocidades. Hice todo lo que pude por aconsejarla, ya que lo había prometido, y consideré que lo
mejor era que yo mismo la cargara; era la mejor manera de cumplir mi juramento. Ya no confiaba
para nada en los reyes de esos días, ni en algunos magos tampoco. Todos estaban concientes del
poder de Astridr, y no la buscaban por su belleza, por su sabiduría (fruto de incontables años de
buenos maestros en las artes humanas, la poesía, la retórica, las leyendas): solamente querían el
poder que representaba. Frente a sus ojos codiciosos la escondía siempre que era posible, porque
en muchos lugares hubieran intentado asesinarme de saber que yo era su poseedor.
»Ya ese tipo de hechicería, que brindaba vida a los objetos, había sido denunciada por los
magos de las cortes reales, y no todos la veían con buenos ojos. Y los que así lo hacían,
arrastrados por el ansia de poder y dinero, solían mirarla con ojos demasiado buenos, si
comprenden lo que quiero decir. El Kshtar era, entonces, tan maldecido como deseado, y casi
siempre mal usado, lo cual hizo todavía más oscura y sangrienta a esa era de luchas y conquistas.
»Yo traté de hacer todo lo posible para iluminar aquella época, y una parte de ello era cumplir
mi juramento. En esos veinte años, la pobrecita me contó muchas veces lo que Tarkka había
hecho, y lamenté mucho haberla descuidado. Sé muy bien que lamentará esas cosas durante toda
su vida, y que incluso ahora puede estar soñando con esos días llenos de sangre y dolor. Había
probado demasiada sangre humana en poco tiempo, y eso le había gustado, en alguna parte de
su ser. Como los buenos hombres, que, incluso siendo nobles y justos, a veces sienten tentación
de abusar de su poder y liberar su voluntad de toda traba, todo código y toda enseñanza, ella, de
joven, había experimentado esas tentaciones y las había aceptado como normales, pensando,
como todos los que la deseaban, que ella, siendo una espada, solamente servía para matar. Y al
haber probado esas tentaciones, ahora le resultaba difícil no liberarlas nuevamente. En más de
una ocasión, me animó a que enfrentara a mis enemigos directamente, blandiéndola, cuando
sabía perfectamente que eso me era imposible. A veces su hoja se iluminaba con un brillo rojizo,
y yo sentía que clamaba por sangre. En esos días ni siquiera me hablaba, enojada con mi actitud
de negarle vidas humanas.
»Fueron veinte años muy buenos, pero como todo, tenía que terminar. Al finalizar ese
tiempo, me vi obligado a cumplir mi juramento más importante, ya que tenía que regresar aquí
junto a mis hermanos. De manera que medité un buen rato sobre qué hacer con Astridr. Ella se
había vuelto sombría, caprichosa, inestable. Algunos días lamentaba su suerte y casi lloraba, y
luego me pedía por favor que entrara en un combate para poder beber sangre. «Tengo sed», me
decía, «y tú me maltratas, no me das de beber». Esos años de sed fueron sin duda muy duros
para ella. Yo no conocía a nadie a quién encargársela, porque sabía muy bien que o ella lo
pervertiría hasta convertirlo en un asesino, prometiéndole poder, o cualquier rapaz más poderoso
la robaría y la usaría para sus planes de conquista. Además, en ciertos reinos habían comenzado a
perseguir a los hechiceros que podían conjurar un Kshtar, y yo temía tanto por mi vida como por
la suya, ya que ciertos magos habían logrado enormes poderes que esgrimían contra nosotros. De
manera que, luego de meditarlo, y sin encontrar una mejor respuesta, decidí hacer lo siguiente.
»Tenía yo un escondite secreto, un taller que había usado muchas veces para aislarme del
mundo, estudiar y crear maravillas. Era un sitio muy inaccesible, en una cadena montañosa; todo
me indicó que yo solamente conocía los senderos adecuados. Sin embargo, me preocupé por
borrar mis huellas, y de sellar mis pasos con ciertos hechizos, para despistar más a determinadas
personas, sin que ellas se dieran cuenta. Mis estancias tenían pocas comodidades, pero muchas
herramientas. Sellé con hechizos todo el lugar, escondiéndola en una de mis habitaciones. El lugar
estaba a mucha altura, y tanto ella como yo sentíamos el frío intenso. Me rogó que no la dejara
allí sola, pero yo le dije que no podía hacer nada mejor. No sé si fue mi mejor decisión, pero fue la
única que pude tomar en ese momento. Sabía que había asesinos detrás de mis pasos, mandados
por ciertos señores, encargados de matarme y robarla.
»Ella lloró, gritó, chilló, en fin, protestó de todas las maneras que pudo. Había aprendido
mucho en todos esos años, no solamente poesía, tradiciones, y muchas otras cosas; también
sabía manejar algo de hechicería. En ese momento intentó desafiarme a un duelo, pero le advertí
que si lo hacía me vería obligado a destruirla. De manera que, sollozando, dejó que me fuera.
»Tuve cuidado de no tomar nuevamente mis pasos, y hasta donde yo sé, nadie nunca más la
encontró. Volví rápidamente aquí, pues mi juramento me llamaba y aquí me quedé junto a mis
hermanos.
Todos hicieron un largo silencio luego del relato, y esperaron que la Flor Violeta volviera a
hablar. Como no lo hizo, la Flor Roja retomó la conversación:
-De manera que tú crees que con ella podría ayudar. Pero, ¿cómo?
-Ciertamente no podría curar la peste, pero al menos nos daría una oportunidad, y nos
permitiría ganar tiempo. Es teóricamente imposible acercarse a un poder tan terrible y corrupto
como el que sentimos moverse desde aquí. Para cuando llegues a esa zona, las dimensiones del
desastre no tendrán nombre. Sin embargo, Theor hizo a su hija de una manera especial. Esta
espada podía proteger a su portador, lo cual hizo que muchos la llevaran consigo, aunque luego
nunca la sacaran de la funda. Me han dicho que salvó a reyes de flechas envenenadas, y a
muchos caballeros de muertes horribles. Aparentemente tiene el poder, que ella no puede
controlar, de desvanecer las enfermedades y los venenos; nadie que la haya portado ha muerto
violentamente, salvo Tarkka, para quien tuve que desarrollar un plan especialmente complicado
que los separara. Si no hay ahora poderes lo suficientemente fuertes como para enfrentarse a esa
mancha, solo queda recurrir al Kshtar, aquella hechicería imperecedera que tanto dolor nos ha
costado.
»Lamentablemente, esa es toda la ayuda que puede darte, aunque no es poca. Si tuvieras a
esta espada, podrías, teóricamente, acercarte lo suficiente a tu condado como para evaluar la
situación. Una vez allí todo correría por tu cuenta. Dependería de ti y de ella el superar las
dificultades, averiguar qué es lo que sucede y obrar en consecuencia. Pero por lo menos podrías
hacer algo. Nada más puedo decir, porque no hay seguridad de nada pasado este punto.
Nuevamente reinó el silencio, y el caballero Fenr fue el encargado de romperlo, minutos más
tarde:
-Señores, me habeis hecho recuperar la esperanza, y por eso os estoy eternamente
agradecido. Lo único que nos queda, entonces, es partir en la búsqueda de tan maravillosa
espada. Os prometo aquí mismo, solemnemente, usarla solamente para conquistar este dilema, y
para nada más. Una vez recuperado mi condado, volveré a colocarla en su lugar de descanso, o
donde sea que ustedes me lo indiquen.
-Si realmente la encuentras, y ella os autoriza a usarla, y puedes sobrevivir con su ayuda,
entonces deberás devolverla al santuario de donde la saques -exclamó la Flor Violeta, movida por
fuertes emociones-. Debes prometerme que la dejarás allí mismo. O en su defecto, si alguien os
siguiera, o hubiera algún peligro de perderla o cualquier otra situación que no pudieras controlar,
deberás dejarla en el centro de este círculo, de manera tal que estas plantas que son nuestras
anfitrionas, y nuestra propia hechicería, la custodien. No habrá ya otra manera posible para
defenderla.
-Así os lo prometo fielmente, nobles señores, devolver a Astridr, hija de Theor, a su lugar de
encierro, o traerla en su defecto ante vuestras presencias, a menos que sea muerto resolviendo
esta cuestión. De otra manera, que caigan sobre mí sus poderes, sean cuales sean.
Las siete flores asintieron gravemente.
-Que así sea entonces -dijeron al unísono.
Y el resto de la noche pasó entre anécdotas y preguntas de todo tipo.
5 – Cambios de rumbo

Durante la conversación con los espíritus de los hechiceros, Krirstn había pasado por gran
parte de las emociones humanas. Ansiedad, miedo, alegría, asombro, terror, intriga,
inseguridad... Cuando se enteró de que los hechiceros tenían al menos una respuesta para su
problema, había respirado mucho más aliviada, sabiendo que la profecía tardaría un año más en
concretarse.
Los hechiceros les habían dado todas las indicaciones necesarias para llegar a la cadena
montañosa en la cual se escondía Astridr.
-La peste, lo sentimos, ya está en el agua. Los ríos que nacen de tu comarca, tashk, la
llevarán allí donde viajen. De manera que procuren evitarlos, y cabalguen hacia donde los vientos
no pueda mezclarse, pues pronto, lo presentimos, la peste puede hacerse más peligrosa. Si van
directamente hacia el norte, tendrán problemas. Mejor sería que llegaran a las montañas desde el
este.
Fenr había asentido de la misma manera que lo hacía cuando conferenciaba con otros
caballeros. Todo aquello tenía sentido. Varios eran los ríos que surgían de las altas montañas de
su nuevo condado... y casi todos llegaban hasta el castillo del rey. El caballero se turbó, pero no
dejó que aquello se notara.
Ahora, aquél capricho de no ir con la comitiva real cobraba un nuevo significado. El camino
que habían tomado iba directamente al condado de Taft, cortando en dos la enorme planicie que
regaban los ríos de las montañas y el gran lago Terr. Aquellos hombres, lamentablemente,
estaban adentrándose más y más en la pestilencia. Con las indicaciones de los hechiceros, Fenr
comprendió que lo mejor era ir en otro sentido, hacia el este, describiendo una especie de
medialuna, rodeando la región afectada y de paso llegando al hogar de tan maravillosa espada.
A Krirstn, los hechiceros le habían explicado todo lo necesario para evitar los fuertes hechizos
de sello que prohibían el paso.
-Ante todo, debes comprender que no debes perderte en las montañas. Tómate tu tiempo
para guiarte, siguiendo mis instrucciones. Recuérdarlas y repítelas constantemente, pues son un
laberinto y mis hechizos lo han exacerbado.
Era hechicería muy poderosa, antigua... incluso prohibida, temió. La joven escuchó con el
rostro impávido, pero con el corazón impaciente y asustado. Temía no estar a la altura del reto, y
ahora esa idea de ayudar en una situación tan peligrosa e importante le parecía una idiotez de
niña caprichosa. Hubiera dado cualquier cosa para evadirse o buscar la ayuda de alguien que
pudiera traducirle muchas de las indicaciones de aquellos seres. Sin embargo, no quería parecer
abrumada por todo, por un orgullo que ella luego maldeciría y lamentaría.
Pero lo que más le preocupaba era la conciencia de que aquella dificilísima situación debía
afrontarla con ese caballero violento, insolente y poco amable, el cual, si bien parecía ser
inteligente, no lo parecía demasiado. Ahora ya no lo ataba solamente la desgracia de su escudero
y la obligación profesional de salvar vidas, sino que debía acompañarlo muchas leguas, hasta
montañas que nunca había visitado, evitar poderosos hechizos de protección, encontrar una
espada que de seguro les traería problemas...
Era demasiado.

Llevaban ya varios días de camino. Como antes, se habían manejado con una gran cantidad
de paciencia y algunos estallidos de furia e insultos, que generalmente terminaban en un día sin
intercambiar palabras. Drek había observado que ambos eran como agua y aceite: nada malo
sucedía si cada uno permanecía dentro de su respectivo recipiente. Pero el desastre se desataba
si, por alguna razón, algo o alguien los mezclaba, y los embarraba. Esto había sucedido cuando un
campesino algo tosco, con el seso demasiado seco debido al sol, había sugerido, nada
cortesmente, que Fenr debería haber elegido a una mejor esposa y no a una que pareciera una
vagabunda.
El caballero le aplicó su conocido remedio contra la insolencia: un terrible golpe a la quijada,
que derribó al mercader. Luego desmontó y lo arreó a patadas fuera de su vista. Lo nuevo fue que
a sus insultos de siempre agregaba otros de diferente cosecha, como «yo casarme con esta bruja
ignorante, claro, como si tú te hubieras casado con una princesa. ¡Seguro que tu esposa es
todavía más horrenda que esta!» o «antes que casarme con una comadreja como ella, le hubiera
regalado mi armadura a un idiota como tú, para que la usara como adorno».
Krirstn aplicó una medicina semejante ante la reiterada insolencia del caballero, esperándolo
junto su caballo y moliéndolo a golpes de báculo. Aprovechó, como siempre, el conocimiento de
que como caballero él no podía responder de la misma manera, pero de todas maneras evitó no
parecer demasiado masculina en sus insultos y acciones, evitando por ejemplo los escupitajos que
Fenr había utilizado contra el campesino. La furia de Krirstn era doble, por la insolencia del
campesino y del caballero, pero solamente la recibió el segundo, ya que el primero se fue
arrastrando hacia el interior del bosque.
Sin embargo, estos incidentes eran aislados, y mientras cada uno de ellos permaneciera en
su montura, separados por unos cuantos metros (lo suficiente como para murmurar insultos y
maldiciones sin que el otro escuchara), nada malo sucedía.

Después de ese incidente, no ocurrió nada fuera de lo normal en un par de días. Sin
embargo, Krirstn y Fenr tuvieron que evitar el siguiente pueblo, en el cual la gente los observaba
de manera poco amistosa. No estando en tierras conocidas, era lógico que Fenr intentara hacer
preguntas aprovechando su rango, pero la hechicera lo disuadió de buena manera. Notaba algo
extraño en aquella hostilidad, pero al mismo tiempo, algo comprensible.
-Tal vez piensas que vienes de parte de su señor, a cobrar más impuestos o algo así.
-¿Y yo qué tengo que ver con ese señor? Ya he perdido la cuenta del señorío en el que
estamos. Ojalá los ladrones se ceben en ellos, por no respetar el código de la hospitalidad.
Krirstn recordó que no era fácil hacerle comprender a Fenr que la gente tiene otras
motivaciones además de los códigos de caballería, que por otra parte tal vez ni siquiera conocen.
Así que se calló la boca y siguieron cabalgando.
En el siguiente pueblo, una multitud, es decir la mitad del pueblo (que serían unas veinte
personas), los esperaba en los lindes del bosque. Sin esforzar mucho la vista pudieron ver que
algunos llevaban piedras en sus manos, y que los campesinos no empuñaban sus hoces como
herramientas, sino como potenciales armas.
El caballero Fenr se adelantó, molesto ante semejante recepción, pero seguro de poder
dispersarla con sus órdenes.
-¿Qué sucede aquí, que los forasteros son tan mal recibidos? Si es por salteadores de
caminos, ya ven que nosotros no lo somos.
El grupo de gente no supo qué decir ante eso, ya que no tenía un líder, pero los dos pudieron
entender que estaban discutiendo sobre si Krirstn y Fenr eran o no ciertas personas.
-Creo que ya sé lo que sucede aquí, y no es nada bueno. ¿Nunca pensais antes de golpear a
alguien? Deben estar enojados porque golpeasteis al campesino ese otro día. Tal vez era alguien
importante...
-¿Pero cómo podrían haberse enterado, si no hemos parado de cabalgar?
-Os sorprendería saber lo rápido que corren los rumores entre las aldeas. Por eso en la
anterior nos trataron tan mal. Pero tal vez ahora podamos...
Un sujeto gordo, con ropas algo más vistosas que las del resto del grupo, increpó a Fenr:
-¿De donde vienes y qué pretendes hacer aquí?
-Hemos venido por este camino desde hace días, y mi destino no puedo rebelarlo. Pero
solamente pretendemos pasar aquí un día o dos, para descansar y comer algo de vuestra comida,
que seguramente será excelente.
Krirstn se sorprendió ante la amabilidad de Fenr, teniendo en cuenta que la pregunta del
gordo había sido más que insolente. Comenzó a comprender que el caballero era impulsivo, pero
que también tenía algo de seso bajo el yelmo.
-Entonces son ellos, los que golpearon a Gror... -el murmullo lo inició un joven que portaba
un gran palo.
Krirstn vio algunos brazos que comenzaban a sopesar las piedras y se adelantó:
-No sabemos de qué hablan. Nosotros no nos hemos encontrado con nadie llamado así...
-Si no fueron ustedes, ¿entonces quiénes? Hace un día, nos llegó la noticia de que él había
sido golpeado brutalmente por un caballero, el cual no se presentó, y que luego de ser aporreado,
insultado y escupido, una mujer lo había golpeado nuevamente, aprovechando que estaba tendido
en el suelo.
La hechicera ardió de furia en su interior, al escuchar semejante mentira. Solamente atinó a
decir:
-Yo no he golpeado nunca a ningún campesino, y mucho menos en estos días.
-Eso es cierto, señores. De todas maneras, es terrible lo que nos cuentan. Tal vez no era un
caballero el que lo atacó, sino un vil bellaco con su acompañante. Si nos dijeran algo más sobre
ellos, podríamos darles caza y asegurarse un merecido castigo. Pero también hay que tener en
cuenta que es posible que vuestro amigo haya ofendido a dicho señor, quien entonces hubiera
estado en su derecho de responder a la agresión.
Algunos dentro del grupo estaban impacientes por comenzar la golpiza y la lluvia de piedras,
pero otros, viendo el porte de Fenr, lo pensaban dos veces y querían asegurarse de no
equivocarse y tener problemas con su señor.
-Ni qué ofensa -dijo el joven del palo-. Solamente le dijo que debería haber elegido a una
esposa más linda. Y el canalla comenzó a golpearlo diciendo que no era su esposa, y luego la
mujer también lo golpeó.
El hombre pretendía seguir hablando, pero antes de que alguien sacara más conclusiones, o
hiciera más imprecaciones, Krirstn reaccionó. Un poco envalentonada por el buen uso de la
palabra que tenía Fenr, y viendo que él era bueno inventando historias y retorciendo la realidad,
dijo lo primero que se le vino a la cabeza:
-Pues entonces eso es imposible, pues nosotros estamos casados desde hace años.
Fenr la miró con el infierno en los ojos. Hasta ella sintió ganas de patearse por haber dicho
algo así. Suspirando y tragando saliva, continuó:
-Es por eso que nosotros no podemos ser quienes ustedes están buscando. Mi señor nunca
hubiera podido decir que no estaba casado conmigo, porque lo está. Aunque reconozco que si
alguien hubiera insultado mi belleza yo mismo, o él antes que yo, lo hubiera golpeado, ya que es
muy celoso de cómo la gente se comporta conmigo. Además, insultar la belleza de una dama no
es algo que un caballero pueda dejar pasar así como así.
El populacho los miró unos segundos, sin saber qué hacer.
-¡Pero tienen que ser ellos! Si nos dijeron que habían pasado por el pueblo anterior... - el
joven del palo comenzaba a sopesarlo agresivamente.
-¡Sí! Si es su esposa y es tan celoso, ¿por qué no tienes mejores vestidos, damas de
compañía y todo lo demás? ¿Si es un caballero, donde está su escudero y sus sirvientes?
-¡Son mentirosos, vamos, muchachos!
Krirstn pensó que su intento de burlar a las personas había fallado definitivamente, y no supo
qué decir. Pero Fenr tenía mucha más experiencia en inventar mentiras, y su lengua era tan
rápida como su espada. Levantó la mano en gesto pacífico y dijo:
-Por favor, señores, no incurran en un error que luego no podrán reparar. Todas esas
preguntas pueden ser respondidas aquí ya que sus respuestas están entrelazadas como el mimbre
de una cesta. Ahora entiendo que quienes ustedes están buscando tan afanosamente no
solamente son sus enemigos, sino los nuestros. Trágica es nuestra historia y sería conveniente
que la escuchen antes de proceder a arrojarnos piedras.
Sin hacer pausas, antes de que alguien pudiera decir algo más, Fenr continuó con su espurio
relato.
»Los personajes que ustedes buscan son en realidad muy similares a nosotros, ya que
pretenden engañar a todos para desacreditarnos y robar nuestra identidad, para así continuar
cometiendo maldades en nuestro nombre. Sucede que son parientes nuestros que, al no haber
recibido la parte de herencia que consideraban correcta, nos han importunado durante estos años.
»Como mi querida esposa ha dicho antes (Fenr casi escupe las palabras, sin poder creer, él
mismo, lo que estaba diciendo), nos hemos unido en matrimonio años atrás. Pero allí comenzaron
nuestras desgracias, ya que estos parientes nuestros comenzaron a hacerse pasar por nosotros,
abusando de la hospitalidad ajena a nuestra costa. Cuando lo descubrimos, decidimos vengarnos
con la espada, pero solamente ahora hemos podido darles alcance. Lamentablemente, unos días
atrás nos emboscaron con su pandilla, matando a mi escudero y a parte de mi escolta, y
dispersaron al resto. Robaron los atuendos de mi esposa, que tanto me habían costado y que tan
hermosa la hacían de noche y de día. Solamente por eso los odio más. Nos dejaron casi como
pordioseros, solamente con la vida y con esta espada que seguro los partirá en dos muy pronto.
Salvamos la vida de milagro, y ahora, suceda lo que suceda, pretendemos cazarlos como los
animales que son y ejecutarlos allí donde se escondan.
Krirstn se asombró de la terrible habilidad que tenía Fenr para inventar todo tipo de historias
en un par de segundos, agregando gestos, ademanes y todo lo necesario para hacerlas más
creíbles. Casi parecía un actor o un juglar interpretando una balada, aunque sin música.
La mayor parte de la gente creyó, al menos en parte, la primera parte de la historia, y estuvo
dispuesta a seguir escuchando. El resto se quedó, dispuesto a actuar si la segunda parte no era
tan convincente.
-En definitiva, esos canallas que han golpeado a su amigo han de ser estos parientes
nuestros, cometiendo una tropelía más en nuestro nombre. De esta manera nuestra venganza y la
suya se mezclan y nosotros seremos los encargados de cumplirla. Es evidente que han de haber
tomado algún atajo en el bosque para despistarnos, ya que son muy hábiles en eso. Nosotros los
hemos seguido por el camino, para poder preguntar por su paradero; en el pueblo anterior nos
hemos encontrado solamente con hostilidad, fruto de la confusión. Pero afortunadamente, ustedes
son más amables, y antes de recibirnos mal, nos han preguntado por nuestra identidad, lo cual
nos da la oportunidad de lavar nuestro nombre.
El grupo comenzó a deliberar, y admitieron que era posible que los otros forasteros hubieran
tomado un atajo en el bosque, ya que había muchos de estos caminos en esa zona. La hostilidad
se convirtió en duda, y finalmente el pueblo los dejó pasar, aunque observándolos con mucho
cuidado.

Nadie los trató con una marcada hostilidad, pero fueron menos fríos que en el pueblo
anterior. Comieron poco, para no llamar la atención. Se cuidaron de no hablar ni siquiera en voz
baja sobre el engaño, para evitar oídos indiscretos.
Luego de la cena, les cedieron una pequeña pieza en la cima de una antigua construcción,
antes pensada para la defensa, pero ahora destinada a la acumulación de granos, verduras y
otros productos de la región. La puerta daba a una ruidosa escalera de madera algo podrida, que
hubiera denunciado a cualquiera que quisiera espiar su diálogo.
-Todo esto sucede por golpear a ese campesino. ¿Alguna vez pensais antes de golpear a las
personas que están en los caminos?
-Por lo general nadie los conoce tanto como para armar semejante escándalo. Nunca me
había pasado algo así en mi vida.
-Tenemos que irnos rápido que de aquí, antes de que descubran algo. Debeis haberle
quebrado uno o dos huesos; de otra manera seguramente ya estaría aquí para identificarnos.
-¿Uno o dos? Tiene las costillas como una bandera desflecada.
-Eres un maldito sádico –dijo Krirstn, olvidándose de la forma cortés de sus palabras, que
había mantenido a duras penas en las últimas horas.
-Y tú una desagradecida, después de que defendí tu integridad...
-¡Me insultaste más que el maldito idiota!
La discusión llegó a su fin cuando vieron a una pequeña figura posarse en la única abertura
del lugar, un ventanuco alto frente a la puerta. Era Drek.
En ese momento tanto Fenr como Krirstn se dieron cuenta de que debían compartir un
espacio físico tan reducido que los obligaba a respirar uno sobre el otro. A menos que quisieran
dormir de pie.
-Esto es de lo peor.
El suelo de madera sucia servía de base para un montón de paja, que era la cama
improvisada por los aldeanos. Y ni siquiera era paja nueva; estaba seca, sucia y posiblemente
llena de piojos u otros insectos. Fenr dedujo que esa habitación debía ser usada cada tanto por los
aldeanos para colocar vigías que custodiaran al menos una parte del bosque y del camino, para
defenderse de los bandidos.
Fenr creyó adivinar una sonrisa irónica en el rostro de ave de Drek. Sabía que el pícaro
escudero debía estar muriéndose de risa dentro de sus entrañas de pájaro, y que no lo expresaba
a riesgo de ser reprendido. Fenr se había especializado en los últimos días en arrojarle rocas para
castigar sus pequeñas insolencias.
-Muchacho, no tengo problemas en que te quedes allí en la ventana, pero no confío en esos
aldeanos. No nos dejaron subir todo nuestro equipaje porque dijeron que estas tablas estaban
muy viejas. He traido lo necesario para defenderme si lo necesito, pero no quiero que le hagan
nada a nuestras monturas y el resto del equipaje. Mejor ve a dormir junto a los caballos, que te
conocen mejor y no estarán tan nerviosos. Si ves, escuchas o sospechas algo, grita y vuela hacia
aquí para decirnos. Es lo mejor que puedes hacer.
Drek obedeció emprendiendo el vuelo, pero dando demasiadas vueltas en el aire.
-Estúpido mozalbete, voy a dejarlo sin comer por unos días, a ver si luego de verse obligado
a masticar gusanos se le quita lo insolente.
-¿Por qué no lo dejas en paz? Es un niño...
-Niño sería si no lo hubiera educado. Es un hombre ahora y debe comportarse como tal. No le
enseñé a ser cínico...
-Ya veis que cada uno es como lo hacen.
Krirstn ya se había acomodado en una mitad de la montaña de paja, dejando a su lado, como
una especie de división, su báculo y algunas cosas más. Fenr se acostó en la otra mitad.

La noche fue todo menos un momento de descanso. Krirstn no durmió casi nada, debido a los
insectos que, según ella, caminaban por todas partes. Asquerosas cucarachas que recorrían su
cara y se mezclaban con sus cabellos. Mosquitos, pulgas y hormigas que recorrían sus piernas.
Toda una colección de torturas.
Fenr, claro, no pudo dormir porque ella no pudo dormir. Cada hora aproximadamente, cuando
el caballero lograba dormirse, la hechicera estallaba en un nuevo grito al descubrir que algo
caminaba sobre ella. La mitad de las veces, era simple paranoia, y el resto, Fenr no pudo
encontrar nada fuera de lo común, al menos para él. En sus viajes por todas partes, habían
caminado sobre él arañas, cucarachas, una rata había tratado de comerse un dedo lastimado de
su pie, serpientes venenosas habían transitado entre sus piernas y hubo una vez en que un jabalí
casi se hecha a dormir a su lado.
-¡Mujer, tanto escándalo por un par de insectos!
-Es que son enormes...
-¿Vas a decirme que nunca dormiste en un granero, o a la intemperie?
-He dormido en graneros, pero este es un verdadero asco... Además, siempre llevo mi
báculo, o hay una habitación limpia a mi disposición...
-Ah, claro, olvidaba que la vagabunda lleva su habitación de princesita a cuestas...
Las ganas de dormir resultaron ser más poderosas que los insultos y las ganas de tomarse
por lo cabellos y lanzar al otro por el ventanuco (por el que ninguno hubiera cabido) o por la
escalera de madera podrida. Pero a la hora siguiente, todo volvía a suceder.
-¡Ah!
-¿Qué, qué, es Drek?
-No, creo que fue una rata... O una cucaracha muy grande.
-No sé si acuchillarte a ti o a la paja, para que veas que no hay ratas aquí...
Nueva media hora de descanso, hasta que...
-Mujer, ¡ya cállate!
-Te digo que estaba tratando de meterse en mi boca... Era asquerosa...
-El sabio dicho reza: «en boca cerrada no entran nada»; en este caso puede referirse a las
cucarachas. Pero ese no te lo han enseñado nunca, creo yo, porque no paras de hablar nunca, ni
siquiera cuando duermes...
El canto del gallo los encontró, entonces, tratando de dormir.
A los pocos minutos, cuando intentaban autoconvencerse de que el cacareo había sido un mal
sueño, Drek llegó volando ruidosamente y los despertó definitivamente con sus graznidos.
-Qué sucede, muchacho... ¿Algo malo con los aldeanos?
El pájaro asintió con la cabeza.
-Bueno, no te preocupes. Les diremos que ya nos vamos, antes de que quieran echarnos.
Guardamos algo de comida de la cena, desayunaremos sobre el caballo.
Bajaron cautelosamente la escalera. Al salir del edificio, los campesinos estaban ya atareados
con las labores de todos los días. Algunos los miraron raro, otros con más desconfianza que antes.
-Buenos días a todos ustedes, amables señores y señoras. Les agradecemos nuevamente su
hospitalidad, pero debemos partir para cumplir con nuestra venganza, y la vuestra también. Nada
debe detenernos mucho tiempo en el camino.
El joven del palo estaba cerca, aparentemente con ganas de buscar pelea.
-Oye tú, no quieras mentirnos de nuevo. Esa no es tu mujer y tú has golpeado a Gror.
-¿Cómo te atreves a llamarme mentiroso? Reafirmo nuevamente que esta es mi mujer, y que
nunca he golpeado a esa persona, ni la he visto.
-Entonces, ¿cómo puedes tratar tan mal a tu mujer, si dices que la quieres tanto? Hemos
escuchado toda la noche los gritos que ambos intercambiaban en la torre del ahumadero. No nos
mientas más, que solamente nos dará ganas de romperte más huesos.
-Ay, mi amigo... Si gritos han escuchado, no han sido más que los desgarradores llantos de
mi esposa, lamentándose por nuestro destino... Y los míos, maldiciendo una y otra vez a los
monstruos que han usurpado nuestro nombre y fama, arrojándolas al suelo y pisoteándolas. Nada
más que eso, y como verás en nuestro rostro, nuestras desgracias no nos han dejado dormir.
Algunos aldeanos hicieron callar al joven, conmovidos por las palabras y los emotivos gestos
del caballero Fenr. Solamente le faltó llorar, aunque eso estaba más allá de sus capacidades
actorales. Sin embargo, el aspecto terrible que tenía en rostro, él y Krirstn, convenció a las
ancianas que tan excelsa y pobre criatura no podía más que ser una noble dama en apuros.
Algunas hasta le regalaron algo de comida para el viaje.
Luego de ese incidente, Fenr no dijo nada más, y rápidamente revisó el equipaje, lo colgó de
las monturas y comenzó a salir de la aldea. Krirstn lo imitó, tratando de no revelar la alegría que
le provocaba irse antes de ser linchada por el populacho.

-Todavía no puedo creer todo lo que hicisteis. Nunca me habían tratado tan mal en mi vida.
Siempre que llego a un pueblo, todos me reciben de buena gana.
-¿De qué me acusas ahora? Si nos saqué de una situación tan mala...
-¡Tú nos metiste en esa mala situación! Hubieras dejado al idiota sin quebrarle nada. Tienes
que dejar de patear aldeanos así como si nada...
-Lo haré cuando ellos se comporten con respeto. No voy dejando campesinos golpeados por
allí sin ningún motivo, si eso es lo que piensas. La mayoría de ellos son respetuosos y no reciben
mal trato de mi parte.
Krirstn abandonó la conversación, asqueada del tono que estaba tomando.
Drek los seguía desde el aire. Habían avanzado mucho desde la aldea, y no había
posibilidades de que los hubieran seguido, pero quería descubrir caminos alternativos en los
bosques, por los cuales los aldeanos pudieran comunicarse con la siguiente aldea. Podía verla, no
muy lejos, y temía que ya estuviera avisada de todo lo ocurrido. Sin embargo, todo parecía estar
en orden. Al menos hasta el momento.
Pero luego del almuerzo, el escudero convertido en urraca logró divisar algo extraño. Figuras
muy rápidas se movían bajo los árboles, y no eran animales. En un par de ocasiones, logró divisar
el brillo de la punta de una espada, o de una flecha.
Inmediatamente bajó para avisarle a su maestro. Lamentó no estar con su forma habitual;
sintió que hubiera podido hacer mucho más.
06 - El bosque de las sorpresas

Fenr ya lo sabía. Conocía bien al muchacho, y aunque éste fuera ahora un pájaro, sus
pequeños ojos seguían permitiéndole una pequeña comunicación. Cuando su escudero bajó del
cielo y se posó en su hombro izquierdo, dando dos picotazos sobre él, supo que los emboscados
atacarían por ese costado.
A los pocos metros, una pequeña loma en el camino impedía ver lo que estaba más adelante.
El caballero consideró la situación. En otro momento, hubiera decidido anticiparse y atacarlos por
la espalda, arruinando su sorpresa. Pero no podía dejar sola a su compañera. Lo quisiera o no, era
la única que podía ayudarlo con el problema de la peste. Y si uno solo de los maleantes se
escapaba... ¿Era ella capaz de actuar ante esa sorpresa, con la fuerza necesaria?
Fenr sabía muy bien que los magos y hechiceros tenían prohibido el causar la muerte de
otros. Su magia podía ser enorme, pero no podían usarla para la muerte. Y eso podía hacerlos
muy débiles, en determinadas condiciones.
Por otra parte, si le decía algo a Krirstn, los salteadores de caminos sabrían que estaba
advertida. No había tiempo para...
Sin quererlo había aminorado el paso, para demorar el momento de la subida y tener una
respuesta al dilema. La hechicera lo estaba mirando, algo sorprendida, varios metros más
adelante. Se había adelantado ya con su caballo, y estaba subiendo la loma.
-Lo siento -dijo Fenr-, estaba pensando en otras cosas. No te preocupes.
Espoleó agresivamente a su caballo. Si ella llegaba primero a la trampa...
Subió la loma y la bajó. Del otro lado, un árbol derribado cortaba el camino, que se curvaba
fuertemente más adelante. Comprendió entonces que eran salteadores inteligentes.
No llevaba puesta su armadura; ponérsela por su cuenta, sin la ayuda de Drek, era
complicado y lento, y esa mañana había privilegiado la velocidad a la seguridad. Por otra parte, no
podía llevar siempre puesta su coraza de metal, y la suplía con la siempre presente armadura de
cuero y ropas gruesas.
Drek comenzó a graznar. La flecha en el arco salió medio segundo después que se escuchara
el chasquido de la cuerda al ser estirada.
Fenr tuvo tiempo de subir su escudo lo suficiente como para cubrir su cabeza; la saeta se
aferró fuertemente a la madera. Inmediatamente espoleó a su caballo. Lo arriesgaba mucho, pero
no tenía tiempo de desmontar...
Detrás de él, Krirstn había llegado a la cima de la loma, intrigada por el repentino
comportamiento del caballero. Justo a tiempo, pudo ver la flecha llegar al escudo y su carga hacia
el interior del bosque. Y entonces hizo lo que pudo...
Fenr sabía lo que arriesgaba. Si había más de un arquero, era hombre muerto. Y si había
solamente un arquero, pero era bueno, entonces también. Debía localizarlo rápidamente y
eliminarlo. Incluso con su armadura, a esa distancia, estaba muerto. Lo mismo que su caballo. Y
necesitaba y quería tanto a su caballo...
Cruzó la línea del camino y comenzó a notar algo raro. Nadie le disparaba. Llevaba su escudo
y había desenvainado su espada; estaba esperando al menos una flecha más.

En el camino, Krirstn terminó de bajar la loma, manteniéndose cerca de las monturas y de su


carga. No era la primera vez que era asaltada por salteadores de caminos, y lamentablemente no
sería la última vez. Creía que también era el caso de Fenr, y sin embargo su carga hacia el bosque
había parecido casi suicida. Si no se le hubiera ocurrido algo rápido, ¿quien sabe? En estos casos,
le había enseñado su maestra, siempre era mejor improvisar. Pensar en el hechizo perfecto era lo
peor, porque uno perdía tiempo valioso; lo que había que hacer era usar el instinto, como hacían
los animales. A ella siempre le había funcionado. Pero esperaba haber hecho lo correcto, y que él
supiera aprovecharlo.
Por lo demás.... ella sabía cuidarse sola.

Algunas flechas pasaron cerca suyo, pero no lo suficiente. Una más se incrustó en su escudo,
pero en un ángulo completamente inverosímil.
-Como si no pudieran verme bien… -pensó Fenr.
En ese segundo comprendió que había subestimado a su compañera. Después de todo, si
podía convertir a un muchacho en una urraca, tal vez podía obrar ese otro milagro.
Refrenó a su caballo, conciente de que sus enemigos debían estar tratando de ubicarlo por el
sonido. La última flecha había venido de un grupo de arbustos cercanos.
Tratando de conseguir una vía más directa para llegar, Fenr hizo que su caballo rodeara un
árbol y luego lo espoleó repentinamente. Una figura se movió en la mancha verde, disparó una
flecha con mala puntería, y al tratar de escapar se enredó con las ramas.
El caballo de Fenr lo atropelló, haciendo que cayera dentro de la masa de arbustos. El ladrón
ni siquiera supo qué lo había golpeado, ni tuvo tiempo de gritar.
Pero su compañero, ahora entendiendo mejor de qué se trataba todo, sí tuvo tiempo de
lanzar una flecha.
Sintió el hierro clavarse en su hombro, e instintivamente subió un poco más su escudo. No
tuvo tiempo, sin embargo, para preocuparse por su gravedad; algo le dijo que ahora ese hombre
podía verlo.
Sin pensarlo dos veces, espoleó a su caballo y luego se lanzó desde él, hacia el ladrón. Era
joven y aparentemente no muy experto, pues intentaba huir mientras de cargar nuevamente su
arco. Antes del impacto, pudo ver al hombre abrir los ojos como dos manzanas, seguramente
sorprendido por una movida tan poco ortodoxa. No hizo falta más; e mismo impacto del caballero
y su caída al suelo lo dejaron sin aire.
Una rama se quebró a un costado, casi a su espalda.
Con un pie sobre su enemigo inconsciente, Fenr se levantó mientras tomaba firmemente su
espada. Justo en ese momento, vio el brillar del acero frente a él.

Cuando Fenr salió del bosque, llevando a su caballo por la brida y recuperando un poco el
aliento, se detuvo ante el espectáculo que sus ojos descubrieron.
Gran parte del bosque que estaba del otro lado del camino alimentaba enormes llamas. Una
gigantesca columna de humo se levantaba de la vegetación, mientras dos figuras humanas,
también en llamas, corrían hacia la loma dando toda clase de gritos. Una vez que desaparecieron
detrás de ella, el caballero divisó a Krirstn, tranquilamente sentada sobre su caballo, mientras
trataba de calmar al resto de las monturas.
Parecería excesivo decir que Fenr estuvo a punto de soltar su espada. Pero no fue así. De
hecho, su mano izquierda dejó de asir el escudo, que no cayó al suelo gracias a la agarradera del
antebrazo. Años de instinto le dieron a su mano derecha la capacidad de decidir por sí sola, y el
acero no tocó la tierra.
El incendio amenazaba con devorar medio bosque, pero ella permanecía tranquila como una
tarde de primavera.
Nunca supo porqué, pero en ese momento Fenr recordó una visión de su juventud. Su
primera batalla, sus primeras muertes, el castillo de Erkrlenr semiderruido por los atacantes, y la
gigantesca marea de fuego originada en los establos y la herrería.
Y la vieja maga Arkla, que venía a negociar la paz entre los dos bandos, lo miró con ojos que
contenían un fuego más poderoso, por su eternidad, que aquella simple fogata mundana.
Krirstn giró la cabeza en ese entonces, de manera similar a como lo había hecho Arkla. En
sus ojos se reflejaba ese incendio, pero la gran diferencia era que su cara se iluminaba desde
dentro, con una torcida sonrisa de satisfacción. Los maleantes ya no se veían y casi no se
escuchaban sus gritos.
Apenas sus ojos hicieron contacto, el bosque se apagó. O mejor dijo, nunca ardió.
La hechicera lo miró inquisitivamente.
-¿Podemos irnos ya? –dijo con un gesto confiado.
Fenr recuperó su postura erguida. Hacía rato que no veía semejante demostración de
hechicería. No los comprendía y generalmente los odiaba o detestaba, pero muy de vez en
cuando, un mago o un hechicero lo asombraban y lo dejaban sonriendo como si fuera un niño.
El caballero no respondió, pero caminó junto su caballo y se subió a él. Comenzó a cabalgar
hacia el otro costado del camino, para flanquear el árbol derribado que había servido para plantar
la emboscada.
En ese momento, la hechicera notó la punta de flecha clavada en su hombro. Fenr pensó que
le daría algo de impresión, pero por el contrario, se enojó.
-¿Acaso no ibais a decirme que estabais herido?
Él no supo si sonreír o si decir algo más. Ella insistió.
-Si vais a decirme que no queríais asustarme…
El caballero comprendió para donde iba la conversación, y recordó que ella no era una mujer
como las que había conocido hasta ese momento.
-Para nada. Es solo que recién ahora está doliéndome de nuevo. Me olvidé de ella en el
combate.
Cabalgaron unos metros más, para alejarse del sitio de la emboscada, desmontaron y ella
trató la herida. Fenr soportó la extracción de la flecha sin emitir un sonido, y torciendo apenas el
rostro por el dolor.
-Supongo que no es la primera vez que te pasa.
-No.
-No solamente lo de la flecha, lo digo por los salteadores de caminos.
-Tampoco. He tenido que viajar mucho, y son frecuentes...
-Pues para mí tampoco son nuevos.
La conversación se agotó allí, cuando Krirstn terminó de anudar el vendaje y ambos se
levantaron.
-Disculpad que no pueda hacer más, pero me ha agotado tanto…
-No te preocupes. Y gracias por eso. Aunque podrías haberme avisado…
-No veo como, si ya estabais dentro del bosque... ¿O hubierais preferido que os gritara
“cuidado, sois invisible” para que los demás me escucharan y..?
-Bueno, bueno, mujer, ya está bien…
Krirstn odiaba que la llamara “mujer”, y más cuando lo decía de esa manera. Pero lo dejó
pasar por esa vez.
Cabalgaron lentamente y al poco rato Drek volvió a posarse sobre el caballero; ahora sobre
su hombro sano. Esta vez, sin embargo, se quedó quieto allí, sin mostrar ninguna señal de
peligro. Fenr le dedicó una mirada de gratitud. No acostumbraba a darle mucho más que eso,
incluso cuando había sido humano.
Al poco rato desmontaron en un pequeño claro al costado del camino. Allí se sentaron a
comer, permitiéndose un poco más de tiempo para descansar y porciones más grandes, que
masticaron lentamente. Lo hicieron en silencio, como si el hecho de salvarse el uno al otro los
excusara temporalmente de lanzarse insultos y reproches.
Fue en ese silencio total en donde destacaron algunas tímidas pisadas. Eran, sin embargo,
demasiado obvias como para ser una sorpresa desagradable.
Fenr tuvo tiempo de alistar su escudo y su espada, mientras Krirstn hacía lo mismo con su
vara.
Desde el camino, entrando al claro por un lugar diferente al que ellos utilizaron, apareció una
niña, que no llegaba al metro y medio de estatura. Estaba cubierta con harapos y su cabello
castaño oscuro colgaba de su cabeza como las enredaderas en las laderas de las colinas. Aunque
no estaba particularmente sucia, su aspecto era bastante triste.
Como si el caballero, la hechicera y las monturas fueran algún tipo de ilusión, la niña se
quedó congelada, con un pie en el aire, sin saber qué hacer. Pero cuando sus ojos lamieron la
comida que estaba tan cerca, instantáneamente volvió a la vida y, dando dos grandes trancos,
quedó justo detrás de Krirstn, alargando un brazo hacia un trozo de pan sobre el cual descansaba
algo de queso de cabra.
Tal vez fue el gesto serio de Fenr, o el brillo de su espada, que seguía estando,
semidesenvainada, en su mano derecha. O el silencio sepulcral del momento. O la expresión de
sorpresa completa de la hechicera con su enorme báculo. O todo eso junto. Pero la niña volvió a
quedarse petrificada por unos instantes, parpadeó y luego se sentó a llorar.
Aquello fue demasiado para los dos. Krirstn dejó su báculo y se acercó a ella lentamente,
ofreciendo sus brazos como lugar seguro.
Fenr, por su parte, envainó su espada y, superado por todo aquello, tomó del suelo su daga y
continuó cortándose trozos de carne seca mientras masticaba algo del pan casi rancio que les
quedaba.
Durante los siguientes diez minutos, la hechicera hizo todo lo posible por consolar y
tranquilizar a la niña. Le habló despacio al oído, la abrazó repetidas veces y le dio palmadas en la
espalda, le prometió cortarle el maltratado cabello y conseguirle mejores ropas, y cuando le
ofreció algo de comida la niña se comió el pan rancio como si fuera un puñado del mejor postre
alguna vez horneado para un rey.
Al principio Fenr trató de ignorarlas, aprovechando el momento para comer las raciones
mejores mientras Krirstn hablaba con la niña. Pero al poco tiempo, haciendo una muesca de asco,
se levantó murmurando:
-Que las mujeres se ocupen de las mujeres.
Solamente Drek escuchó el comentario, pero para la hechicera el simple gesto de levantarse
fue como si lo hubiera hecho. Le dedicó una mirada furiosa, pero enseguida la ablandó para
continuar hablando con la recién llegada.

La niña comió, se tranquilizó, habló un poco con Krirstn y finalmente se durmió sobre la
hierba. Era ya media tarde y Fenr seguía revisando los arreos de las monturas y el contenido de
las alforjas, verificando que todo estuviera en su lugar.
Lo había hecho ya una docena de veces cuando la hechicera se le plantó en frente con un
rostro bastante desencajado por la molestia.
Sin embargo, lo que más preocupó a Fenr no fue su rostro sino su silencio. Por un momento
pensó que lo había dejado sordo con algún hechizo, pero luego vio que sus labios seguían sin
moverse.
Claro que sin escucharla, él sabía lo que quería. Pero no estaba dispuesta a ceder. No podía
convertir su misión en una caravana de gente vagabunda. La tarea le había sido encomendada
directamente por el rey, y en ella se jugaba no solamente su destino sino también el futuro del
reino entero… Y no era cuestión de…
En ese momento se dio cuenta de que ella probablemente estaba dando sus argumentos
mentalmente, dentro de aquella pequeña cabeza recubierta de largo cabello oscuro, y llena
aparentemente de…
Su mirada seguía clavada. Pasaron cinco minutos de silencio, más duro que el acero de la
espada más dura.
-Dice que no tiene a nadie más en su familia.
Fenr ni se movió.
-Esos bandidos mataron a sus padres hace casi un mes, y está aterrada. No podemos dejarla
aquí. Y hay mucho camino hacia el siguiente pueblo. Nunca se arriesgará a hacerlo sola.
Fenr recogió algunas cosas que estaban sueltas y las guardó en un bolso en la montura de
Drek.
-Mejor partimos ahora que está dormida; no quiero que nos siga.
El caballero sintió como si le hubieran dado una gigantesca cachetada. No físicamente, pero sí
dentro de su cabeza. Detrás suyo, Krirstn tenía los puños blancos; toda la sangre que había huido
de ellos al apretarlos estaba ahora en su rostro.
-Tashk Fenr, caballero del Rey, si os vais de aquí sin la niña, también os vais sin mí. Y no os
imaginais la maldición que pondría en vuestra cabeza.
Fenr se volteó lentamente, algo molesto porque ella hubiera utilizado su nombre y su título
para amenazarlo.
-Pues si tienes ganas, hazlo. Cualquier mago del Rey podría quitármela.
-Tal vez podrían, pero ¿querrían hacerlo? Seguramente os llevais con ellos como con todos
los demás hombres de este mundo. Ni hablar de las mujeres. Me sorprende que ninguna maga o
hechicera no os haya maldecido antes…
- Pues sí me han maldecido… ¡¡¡con su presencia y su terquedad!!!
El rostro de la hechicera alcanzó una variante de rojo que pocas veces se vio en ese mundo.
- ¡¡No eres más que un bruto ignorante!! ¡Ya entiendo porqué tu rey te envía a la muerte, es
porque no te soporta!
- ¡Quién eres tú para mencionar a mi rey, sabio entre pocos, bruja descarada! ¡Quién te crees
que eres! ¡Deja de seguirme y comerte mi comida!
Krirstn chilló todavía más alto:
-¡De no ser por mí te estarías muriendo de hambre porque ningún aldeano querría honrarte
con su hospitalidad!
Inevitablemente la niña se despertó al segundo grito. Drek, que la observaba desde una
rama, escuchó que decía, casi riéndose:
-Igual que mamá y papá.
Sin embargo, a los pocos segundos, seguramente recordando a sus padres, comenzó a llorar.

La tregua llegó con las lágrimas de la niña, que se llamaba Ulr. Krirstn había acudido a
consolarla y calmarla, y Fenr se quedó sin interlocutora. Por otra parte, no podía negar que en ese
momento, al comprender realmente que ella era huérfana, se sintió algo conmovido e identificado
con su tragedia.
Tenía largos cabellos castaños, bastante sucios y maltratados. Aunque ahora estaba escuálida
por la mala alimentación, no parecía que en otros momentos su contextura física hubiera sido
muy diferente. Todavía tenía en su rostro una gran sensación de ternura e inocencia aniñada, y
sus manos y pies pequeños y sus ojos inquietos resaltaban esta parte de su aspecto.
Krirstn tenía una razón más para sentirse identificada con ella: más o menos a esa edad, ella
había acordado huir de su aldea con quien sería su maestra en las artes de la hechicería, la vieja
Finrik. Una invitada siempre bienvenida en la zona, había aceptado perder ese privilegio
protegiendo a una niña maltratada por sus padres y despreciada por sus hermanos mayores. Una
niña sola incluso en medio de su familia.
Más que la soledad de una niña huérfana, ella venía ahora el dolor de una niña, comenzando
a ser mujer, abandonada en el mismo mundo cruel que ella había experimentado hacía ya muchos
años. Ese mundo en donde solamente brillaba la luz de Finrik, quien la adoptó como su hija y
discípula. Y se decía una y otra vez que nada ni nadie la separaría de ella, mucho menos en medio
de un bosque desconocido.
Fenr se limitó a sentarse mientras las dos conversaban, a veces en voz alta, a veces en
susurros; Drek ocupó la rama más cercana. La niña había vivido en el bosque pero no había
logrado un camino, y no se animaba a tomar ninguno temiendo encontrarse de nuevo con los
bandidos que habían matado a sus padres.
-Si hubiera podido los hubiera matado a todos. Espero al menos haber vengado a tus padres
–acotó el caballero en ese momento, pensando en contentar en algo a la niña. Ella o no lo
comprendió, o no sintió nada especial por el anuncio-. Lamentablemente ella dejó escapar al
resto... aunque no puedo culparla, después de todo no es su trabajo.
La niña siguió mirándolo con la misma cara de nada que tenía desde que él había empezado a
hablar. La intervención de una voz extraña en su relato solamente contribuyó a su reiterado
mutismo, y los adultos tuvieron que desistir de obtener más datos sobre su tragedia.
Krirstn continuó mostrándose amable, pero Fenr perdió su interés y continuó afilando su daga
y revisando su espada. Comprendiendo que no lograría nada más ese día, que ya tocaba a su fin,
se levantó.
-Sería mejor que nos pusiéramos a pensar en la cena y en el fuego…
Diciendo esto, se sentó a un lado del pequeño campamento y siguió charlando con la niña.

Después de acumular un buen montón de leña, el caballero encendió una gran fogata, que
alegró mucho a Ulr. A los dos les sorprendió saber que ella había sobrevivido casi un mes en un
ambiente tan hostil, particularmente cuando el clima seguía haciéndose más frío mientras se
acercaba el invierno. Ella les respondió que se había acostumbrado a dormir en árboles altos para
evitar a los lobos, y que afortunadamente su ropa era abrigada… Ropa que evidenciaba ya un uso
para el que no había sido concebida.
Luego de la comida, Krirstn se dedicó a la tarea de improvisar con lo que tenía algo de ropa
para la niña. Achicando una de sus camisas, la hechicera logró obtener suficiente tela como para
remendar la que estaba usando Ulr.
-Y cuando quieras puedes usar esta –le dijo ofreciéndole su vieja camisa-. Cuando lleguemos
a la ciudad veré si puedo comprarte otra falda, pero ahora no puedo hacer nada más.
Con una enorme sonrisa en los labios, la niña la abrazó como si temiera que pudiera
desaparecer, como una ilusión que se desvanece de pronto.
Fenr apenas pudo esconder una sonrisa de gusto. Lo único que pudo hacer fue darse vuelta,
terminar de acomodar su bolso de dormir y meterse en él.
07 - La marcha de los huérfanos

Al día siguiente, Fenr siguió con la rutina de siempre. No ignoró a la niña; sencillamente la
trató como si toda la vida hubiera estado allí. Pelear nuevamente con Krirstn no tenía sentido, y
más allá de si podía convencerla o no, la mantendría contenta hasta Zkart, llevando a aquella
huérfana, a quien luego pretendía dejar en algún lugar conveniente.
Las prisas no le permitían pensar en pasar por otro pueblo, y además Fenr no conocía tanto la
región como para buscar uno. Tal vez una aldea sería un mejor lugar para dejar a la niña. Pero
comenzaba a ver que en su camino las conveniencias estaban cruzadas.
Zkart era la ciudad más grande de la región y tenía una naturaleza particular, ya que estaba
algo alejada de la capital y de otras ciudades importantes. A veces despreciada y a veces ella
misma despreciativa, era la ciudad más importante de la parte oriental del reino, por donde
cruzaban otras modas, otros gustos por las mujeres, otras especias y telas, otras monedas... y
otras formas de ver el mundo. No eran pocos los casos de revueltas o traiciones que habían
surgido de esta ciudad tan cosmopolita.
La ruta los llevaba lentamente hacia el noreste. Después de todo, tal vez eso era mejor, para
mantenerse alejado de las posibilidades nefastas de la peste. En Zkart, calculó, todo estaría más
organizado. Si los rumores se comprobaban ciertos, la ciudad tenía la capacidad y la autoridad
para cerrarse a los viajeros y sobrevivir con lo que tenían almacenado. Además, en esa región los
ríos derivaban de otras aguas. Fenr confiaba en que la ciudad estaría demasiado lejos de la peste.
No era, en definitiva, mal lugar para terminar después de tan complejo y accidentado viaje.
Fenr repitió en su mente toda la serie de encuentros, errores propios y ajenos, coincidencias e
imprevisiones que habían derivado en estar viajando sin escudero, con una hechicera de lengua
viperina y... una niña huérfana hallada en un bosque!!! La cual, para peor, calificaba ya para
mujer, convirtiendo su escolta en una suma de inutilidades de todo tipo, de tal manera que... era
mejor no pensar en todo aquello. Extrañaba tanto los comentarios tontos de Drek...

Sin mucho que discutir ni nadie con quién hacerlo, los días pasaron. La niña se encariñó con
las bestias de carga, algo que a Fenr no le hacía ninguna gracia. Particularmente porque la
hechicera y la niña montaban a la yegua como si fuera de su propiedad. Aquello sí que parecía ya
una familia... pero el todavía no nombrado Conde de Taft nunca había deseado aquello: ni mujer
ni hija. Y lo más cercano a un hijo revoloteaba muchos metros por encima de su cabeza.
El sendero era, evidentemente, utilizado cada tanto por caravanas de mercaderes,
posiblemente también por salteadores. Cada tanto encontraban rastros de aquello: el esqueleto
de un burro, muerto hace años; restos de fogatas y comidas de semanas atrás a la veda del
camino; ropa rasgada por la vegetación, abandonada u olvidada. La niña les había marcado su
comienzo y muy pocas veces tenía que resolver alguna encrucijada. Fenr temió que todo aquello
fuera alguna fantasía de ella, ya que no había ningún tipo de marca o hito, y el sendero siempre
cruzaba el bosque; no había allí nada más que arroyuelos.
A pesar de que parecía alegre para la niña, cuando ella dormía o comía, Krirstn estaba
bastante turbada. Fenr lo notaba y solamente durante la tercera noche la hechicera accedió a
conversar seriamente sobre aquello.
-Todo esto se complica... Cuando empezamos a recorrer juntos este camino, ya había tenido
esta sensación antes. Pero los ataques de los ladrones y todo eso me habían puesto a pensar en
otras cosas... Ahora que sé a qué nos enfrentamos, mi intuición pesa de otra manera en la
balanza.
-¿A qué te refieres?
-A la peste... a una sensación cada vez mayor de muerte y dolor. Puedo sentirla, muy
levemente, desde hace tiempo; pero como digo, otros asuntos han dejado de lado estas
premoniciones. Ahora ya no puedo hacerlo. Siento cada vez más cerca nuestro la presencia de
algo doloroso, mortal, como si a cada paso pudiera olerlo más fuerte en el aire.
-Tiene sentido, si es cierto lo que nos han contado aquellos extraños hechiceros. Dijeron que
la peste podía hacerse más peligrosa, si lograba viajar por el aire.
Ambos callaron un rato, sumidos en sus pensamientos. Habían terminado de cenar y la niña
roncaba levemente, acurrucada en improvisadas mantas. La fogata iluminaba a las dos siluetas
que conversaban.
-Lo sentí más fuerte en la última aldea, pero no le presté mucha atención. Todo coincide con lo
que me mantiene inquieta desde hace tiempo. Si esto sigue así...
-En Zkart todo será diferente. Allí estaremos a salvo, podemos descansar un poco, comprar lo
necesario para el resto del viaje... –Fenr evitó hablar de sus planes para la niña.
-¿Descansar? No, no... la peste crece cada día; lo siento cada vez que despierto. Pronto estará
cerca del castillo de vuestro rey... si es que no está ahí ahora mismo. Y no es el aroma del aire lo
que me preocupa, sino el agua. Decís que en vuestro condado surgen muchos de los ríos que
bañan estos bosques y praderas; cualquiera que tome de esa agua caerá enfermo, o muerto. Es
una peste realmente terrible... hay que encontrar rápidamente aquella espada, y partir hacia
nuestro objetivo final.
Nuevamente callaron. El bosque estaba tranquilo, incluso demasiado callado. Drek,
emplumado pero con mucho frío, se colocó entre el fuego y la niña, a quien miraba intrigado, de
tanto en tanto, con sus ojos de ave.
-Tienes razón... Lo mejor será pasar poco tiempo en Zkart, solamente lo indispensable.

Los siguientes días confirmaron de manera brutal lo que Krirstn sentía. Por el bosque se
deslizaban algunos arroyuelos, y la hechicera percibió en ellos la influencia de aquella extraña
fuerza. Ulr los vio fascinada y corrió hacia ellos, entusiasmada con beber agua fresca y divertirse
mojandose. Krirstn lo impidió como si aquella fuera su hija, con un grito desesperado. La
reprendió, le explicó lo que sucedía, y ambas se pusieron a contemplar aquella agua grisásea,
algo viscosa, que corría sobre un lecho de tierra y rocas ennegrecidas.
-Es la peste... Debemos mirar con cuidado. No nos conviene ni siquiera tocar esta agua, ni que
los animales la tomen. Puedo sentirlo desde lejos, aunque es obvio cuando la miras con cuidado.
Tal vez no sea mortal, pero sí es peligrosa.
Aquello preocupó mucho a Fenr. Tenían agua para ellos, pero los caballos eran otro problema.
¿Y si la hierba cerca de los arroyos estaba también contaminada?
Siguieron dos días lentos, aburridos y tristes. Krirstn temía incluso que lloviera agua de aquél
color, y los gestos de preocupación de la hechicera se convertía en tristeza en los ojos de Ulr. La
niña ya no desmontaba de la yegua para juguetear al paso de la pequeña caravana.
La opresión que le causaba aquella sensación de muerte y dolor fue en aumento, y pronto
Krirstn sugirió firmemente un cambio de rumbo, más hacia el este que hacia el norte. Fenr decidió
seguir los consejos de la hechicera y las dejó a ambas en un pequeño campamento, y se dedicó a
explorar un poco.
Cerca de un kilómetro al norte, encontró un sendero que dejaba el bosque, y huellas de
leñadores. Llegó entonces a un claro, en donde se levantaban algunas construcciones: un
aserradero y un molino movido por el agua de un riachuelo caudaloso. Pero el molino giraba en
vano, y no había señales de los leñadores que debían arrastrar y moldear los varios árboles
derribados días antes. El caballero pasó a través de esas construcciones, oliendo la pestilencia de
la muerte. Del otro lado había un poblado, igualmente gris y seco, y algunas tierras de cultivo.
Más allá, la planicie y lo que parecía un hermoso y soleado día; allí cerca, una gigantesca tumba.
Temiendo enfermarse, a pesar de que no había desmontado de su caballo, regresó a galope
tendido, y solo a último momento recordó aparentar algo de indiferencia que tapara su turbación.
Krirstn lo vio envuelto de un aura de muerte, y no permitió que se acercara a ella antes de
pronunciar una bendición. La niña jugaba más allá con unos pájaros y bellotas, y permaneció
ajena al suceso.
Fenr le contó en pocas palabras lo que había visto y sentido, y luego callaron. Continuaron
caminando por el sendero, pero decididos a torcer hacia el este apenas se les presentara la
oportunidad.

Finalmente encontraron un camino más o menos confiable. Ulr recordó haber pasado por allí
anteriormente, con sus padres. La mención de esas dos palabras, mis padres, no hizo más que
entristecerla nuevamente. Y ni Fenr ni Krirstn tenían nada con qué alegrar a aquella niña.
Tampoco hizo falta. La mente de tan pequeña criatura, torturada por la violenta muerte de sus
padres, era flexible y fuerte como las ramas de los jóvenes árboles. Y ahora un arroyo caudaloso
que crujía escandalosamente sobre un grupo de rocas, a unos cien metros al costado del camino,
logró el efecto indicado.
Olvidando los consejos tan estrictamente recitados previamente por la hechicera, Ulr se lanzó
a la carrera, olvidando también la posible aparición de animales salvajes, rocas traicioneras en el
camino o cualquier otras cosa. Parecía ser aquella la primera cascada que veía en su vida.
Fenr miró, intrigado, a Krirstn.
-No es nada. Aquí siento algo diferente. Esta agua llega de otra parte, no del norte. Dejadla
desahogarse.
Así la observaron durante unos minutos, hasta que Ulr comenzó a desnudarse y Krirstn se
apresuró a impedírselo, de acuerdo a las normas más elementales de decencia femenina. Estaba
dejando de ser una niña desde hacía tiempo, pero aparentemente nadie se lo había hecho notar
últimamente. Fenr se alejó un poco del camino, atento al silencio del bosque. Todo estaba en
calma.
Faltaba poco para el mediodía; Fenr ubicó un pequeño claro desde donde la cascada no se
veía, pero lo suficientemente cercana como para escuchar lo que allí sucedía, siempre que
superara el ruido del agua al golpear las rocas. Dejó que las monturas se hartaran de pastos
frescos y bebieran agua de una pequeña derivación de aquél arroyo. Las bestias se lo
agradecieron con sus enormes ojos lentos.
Revisó las raciones, cansado ya de la carne seca. Estaban haciendo un buen ritmo, incluso con
la niña y sus travesuras; en gran medida se debía a que ahora Krirstn comprendía cabalmente la
gravedad de todo el asunto. Sin embargo, aquél ritmo lo alejaba de las cosas buenas del camino:
la ocasional caza de piezas grandes (y no de pequeños conejos), más riesgosa y costosa en
tiempo; las largas charlas, ¡con Drek! luego de un gran y lenta cena; los baños.
Mientras preparaba un pequeño fuego, meditó sobre aquellos pequeños placeres. Eran, tal
vez, los que más se alegraba de poder poseer, cada tanto. No gozaba con la vida en los castillos
(al menos en los castillos ajenos), sino con la aventura de estar en el camino, comiendo en el
camino, luchando en el camino... Siempre en el camino. Recordando su fugaz paso por la posición
de barón, se preguntaba cómo sería aquello de vivir en un castillo propio, con sirvientes, una
pequeña corte (con la habitual proporción de cortesanas cabezas huecas), los tributos en forma
de cerdos, vacas, pollos, pavos, corderos, ovejas, pescados de río y de mar, y todo aquello que
pudiera comer. Ya no más caza en el camino, sólo o con Drek; ahora solo podría hacerlo con su
habitual escolta de mastines y caballos y sirvientes. Ya no más cenas bajo las estrellas; ahora
tendría que compartir todo con aquella corte, seguramente mezquina y rastrera, a la cual le
tomaría un tiempo domar. Ya no más...
Todo eso, claro, si conseguía derrotar a aquella construcción teórica, ahora vuelta tan real
como el agua que escuchaba reir, junto con dos voces femeninas, del otro lado de la loma
arbolada. Parecían estar divirtiéndose, aunque él no les había dado permiso para bañarse. Pensó
que tal vez dejar a la niña en Zkart pondría de demasiado mal humor a Krirstn, y que al fin y al
cabo ahora, recuperado su aspecto más saludable, no comía demasiado ni tampoco entorpecía la
marcha de aquella caravana tan heterogénea. Y si mantenía ocupada a la hechicera, al menos eso
le daba algo de tiempo para él mismo, y también para estar con Drek, aunque fuera él todavía un
pájaro. ¿Dónde podría estar aquél pilluelo, ahora que requería sus ojos de ave para vigilar el
camino y estar totalmente seguro de que estaban solos?
Krirstn rodeaba la loma, revisando su ropa mojada y dirigiéndose directamente al fuego.
-Veo que los dos teníamos la misma idea. Esta vez no quiero comer nada frío...
Fenr tenía los ojos clavados en el fuego. Pensando en cómo sería todo, en cómo había sido,
pero particularmente, en cómo quería que fuera...
-Repentinamente Ulr se ha vuelto tímida; tal vez todavía no me tiene tanta confianza. Quería
bañarse en serio, más que jugar con el agua. Le he dicho que yo podía acompañarla pero no
quiso...
Nada como comer un jabalí, pensaba Fenr. Su caza y su carne favorita... quería matarlo con
sus manos, como siempre.
Se levantó lentamente, mientras buscaba con la vista su lanza. Necesitaba hacer eso.
-¿Qué sucede?
-Vuelvo en un rato. Cuida de la niña; ya sé que puedes cuidarte sola. Y si ves a Drek dile al
inútil que me busque.
Con gesto hosco se alejó con dirección al espeso interior del bosque.

Tardó mucho más que un simple rato en regresar. Krirstn, acurrucada junto al fuego y todavía
secándose de su reciente baño, lo vio emerger del bosque como una criatura salvaje. Embarrado
aquí y allá, con la ropa rasgada en algunas partes y con la piel raspada (y sangrando) allí donde
no había ropa. Los cabellos estaban mojados y sucios, y de ellos colgaban restos de hierbas y
hojas secas. Sus manos estaban vacías, a excepción de la lanza que había llevado; pero su rostro
estaba sobrecargado de alegría.
-Se ha escapado por poco... muy poco, en realidad. Rayos, hacía tiempo que no se me
escapaba uno, pero ha dado pelea... en un momento pensé que realmente podía llegar a
ensartarme con esos colmillos.
La hechicera lo miraba como si se tratara de una ilusión incoherente creada por un colega
borracho.
-Bueno, no pudo ser. Seguiremos comiendo conejos y pescado. Pero apenas tengamos un
poco más de tiempo... ya volveré y arreglaré cuentas.

Ulr se despidió de la cascada sabiendo que tardaría mucho en ver otro arroyo semejante. Sin
embargo, encontraron aquí y allá pequeños cursos en los que los caballos podían remojar las
lenguas y ellos rellenar las cantimploras.
Todo aquello los había empapado, por así decirlo, de un nuevo espíritu, una nueva forma de
ver las cosas. Url sabía ahora lo que era bañarse a lo grande, algo que nunca había hecho en su
vida. Krirstn se sentía como una especie de madre, y aunque no había pensado mucho en aquello,
le agradaba tener a la niña cerca, ya que creía que suavizaba el rudo comportamiento de Fenr. Y
el caballero, liberada aquella tensión por volver a sus viejos hábitos, enfrentaba ahora con la
mente despierta la gran preocupación que suponía tener que pensar en esta situación tan
desesperada.
Cruzaron los últimos tramos del bosque con aquél nuevo espíritu, hasta que llegaron a la zona
controlada por las autoridades de Zkart. Y allí Fenr tuvo que ponerse a pensar.

En primer lugar, estaba la niña. ¿Debía siquiera pensar en la posibilidad de dejarla en la


ciudad? No se trataba ya de abandonar un problema, sino de evitarlo. El camino no era lugar para
ella; mucho menos lo era aquella región y aquella misión. No quería tener en su conciencia la vida
de una pequeña. Pero, ¿cómo convencer a Krirstn? Necesitaba a la hechicera si quería seguir
adelante. Pero no quería seguir adelante con la niña... ¿Y donde podía dejarla?
No tenía muchas opciones. Pocas veces había estado en Zkart, y conocía la región solamente
de paso. Estaba, claro, el caballero del Péndulo, duque de Kztr, pero aquello los llevaría
demasiado hacia el este. Una verdadera lástima, considerando que era uno de los pocos
caballeros del reino que realmente admiraba por su respeto a las costumbres y su buen corazón,
todo lo cual compensaba sus excentricidades. Realmente no le hubiera venido mal visitarlo y
pedirle consejo, pero como bien había dicho Krirstn, quedaba poco tiempo.
El problema seguía latente, sin solución. Qué hacer con la niña. Cuando se cansó de darle
vueltas, pasó al siguiente. Encontrar alguien que pudiera aconsejarlo, ya que tampoco podía ser el
caballero del Péndulo.
Allí había un problema grande. Zkart era una ciudad traicionera, extraña y poco común. Habría
muchas cosas que necesitaba, pero no gente confiable. En primer lugar, porque nunca los había
habido. En segundo lugar, porque toda la zona debía estar cerrada al paso; no sería nada raro que
les negaran el paso o los demoraran para asegurarse de que no cargaban la peste.
Podía razonar con Krirstn y lograr que dejara a la niña en alguna parte. Pero aquello sí que era
problemático. Apenas conocía la región, los caminos, las tradiciones poco usuales de aquellas
personas... Y encima estaba la peste y la prisa.
En eso estaba pensando cuando vieron de lejos las murallas, los caminos empedrados, los
campos de cultivo. Ulr aplaudió, emocionada y contenta, desconociendo aquello que estaba en la
mente de los dos adultos que la acompañaban. Drek se posó en el brazo del caballero. Para él,
que no tenía que preocuparse de nada, cada día era una buena noticia, porque lo acercaba al día
de su liberación. Pero para Krirstn y Fenr, cada día era una fuente más de preocupaciones, dudas
y peligros.
08 – Soluciones inviables

Ulr había estado antes en Zkart; pero mientras ella miraba y recordaba su anterior estancia,
Fenr y Krirstn avanzaban lentamente, con cuidado. Temían ser detenidos en cualquier momento,
o auyentados por las noticias de la peste. La gente, en realidad, los miraban intrigados ya que
habían salido del bosque, y no venían ninguno de los caminos marcados. De no haber sido por la
armadura de Fenr, la riqueza que todavía podía verse en los arreos de las cabalgaduras y otros
detalles, se habrían preguntado realmente si estas personas eran confiables.
Continuaron observándolos con aquella mezcla de recelo y curiosidad, mientras cruzaban el
terreno entre cabañas y cobertizos y se dirigían directamente al camino principal.
Dejaron que la niña desmontara y jugueteara libremente con los niños y niñas que encontraba
a su paso, mientras correteaba y recogía flores o trataba de atrapar insectos. Krirstn fue la que
comenzó la conversación.
-¿Tenéis alguna idea de qué ayuda podemos conseguir en este lugar?
-Poca, o ninguna –aceptó Fenr luego de un tiempo de silencio-. Conozco la región y la ciudad,
pero solo superficialmente. Más allá de algún caballero o funcionario real, no recuerdo que haya
aquí nadie que me conozca personalmente, y mucho menos alguien en quien yo pueda depositar
mi confianza.
La hechicera asintió gravemente. Paranoico como era Fenr, sabía que si él confiaba en alguien,
ella también podía.
Los ojos del caballero estaban ahora posados en la danzante y sucia Ulr, a quien ya le iba
siendo recomendable otro baño, luego de rodar por la paja y el polvo de los caminos trazados
entre trigales. Krirstn suspiró.
-Yo también he estado pensando en ella. No sería conveniente llevarla más lejos... pero temo
que tampoco podemos dejarla aquí. Incluso si ella quisiera quedarse...
-Tiene que quedarse –los ojos de Fenr giraron ahora hacia la izquierda-. Estoy dispuesto a
arriesgar a Drek. Es casi un hombre de armas, y es su trabajo. Pero ella apenas es una niña, y no
sabe nada sobre el mundo. Llevarla más allá de esta ciudad sería... no es algo con lo cual yo
querría cargar en mi conciencia.
-No estoy en desacuerdo con eso –dijo la hechicera, suavizando su voz para tratar de hacerse
comprender sin volver a los gritos de las semanas previas-. Solamente digo que será difícil
encontrar una solución a esa cuestión. Yo tampoco conozco aquí a nadie de confianza.
Fenr meditó en silencio las dos cuestiones. Comprendió entonces que la cuestión no era
pensar en una sola solución, sino en sendas respuestas, y que él no podía ocuparse de ambas.
-Como ya lo has dicho, no tenemos mucho tiempo; la peste avanza. Por mucho que me
gustaría quedarme aquí unos días y disfrutar de una cómoda cama y cenas más abundantes, no
podemos hacerlo. Debemos partir, pronto, por la ruta más rápida y directa, sea la que sea.
Tenemos un día, o un día y medio, y no más que eso.
Ella asintió, comenzó a decir algo pero se calló al ver que él continuaba hablando.
-Por lo tanto, debemos resolver por separado estos dos grandes problemas. Hay poco tiempo,
y solamente somos dos. Y manejar niñas no es mi especialidad.
Krirstn no dijo nada.

Para cuando llegaron a las murallas, había un pequeño grupo de personas que los seguían con
algo más que con sus ojos. Extranjeros, creían ellos, y venían de una zona de la cual se
sospechaba la peste. Pero no parecían estar enfermos. Tenían muchas preguntas y, algunos,
también mucho tiempo libre.
Los guardias los interrogaron amablemente, aunque Fenr, acostumbrado a tratar con tropas
de todo tipo, pudo ver que estaban cansados y algo nerviosos. Supo que, de no haber sido por su
condición, no lo hubieran tratado tan bien, y tal vez lo hubieran mandado a paseo. Pero luego de
algunas respuestas firmes, los dejaron pasar con la promesa de llevarle noticias a los funcionarios
locales.
Cruzadas las murallas, los curiosos campesinos se fueron parloteando, de nuevo a sus labores,
y el grupo se vio ahora huérfano de miradas y de cierto recelo. Dentro, todo era similar a una
colmena. Nadie les prestaba atención, nadie los miraba por más de unos segundos.
Se detuvieron unos momentos para contemplar la ciudad, recordando cada uno la última vez
que habían estado allí. Finalmente se dividieron como habían acordado. Ulr y Krirstn fueron hacia
la plaza mayor, donde la hechicera creía poder encontrar algunas personas conocidas. Mientras
tanto, Fenr, guiando las cuatro cabalgaduras como podía, siguió la ruta que le habían indicado
hacia la residencia de Tashk Nmnak, regente de la ciudad y parte de la zona aledaña.
Aunque Fenr estaba en camino de enfrentar un peligro más serio, agradecía no estar en sus
botas.
Al presentarse, lo guiaron hacia un establo en donde dejó a cargo de un paje las monturas. Le
dejó una moneda como agradecimiento, aunque lamentó que fuera poco dinero. Le gustaba
ganarse la confianza de los pajes, algo que antes le había servido de mucho. Uno nunca sabía
cuando lo podían sacar de un apuro.
Dos sirvientes lo guiaron a través de puertas y pasillos, claramente vacíos de soldados. En ese
momento Fenr comenzó a notar aquella reiteración: pasillos sin ruidos de botas, pocos guardias
en las calles, pero, en cambio, muchos funcionarios o sirvientes disponibles, como demostrando
que aunque el poder militar no estaba, había ojos vigilantes en todas partes.
En la puerta que daba al salón sí había guardias.
Tashk Nmnak se presentó como una persona bastante amable. Alto y delgado, aparentaba
haber perdido aquél toque de caballero habituado al combate. Durante el primer intercambio de
saludos y formalidades, Fenr se preguntó si él se convertiría, con el tiempo, en algo así. Un buen
caballero, pero más un administrador que un guerrero.
De cabello cano y algo escaso, pero un grueso bigote bien cortado, el regente de Zkart era
solamente un caballero con mayor rango, pero no tenía un título nobiliario. Era, simplemente, un
tashk como Fenr, aunque sus condecoraciones, edad y servicios al rey eran mayores.
El regente lo invitó a tomar asiento en un cómodo sillón dispuesto para los invitados. El salón
era bastante lujoso, como el resto de la residencia; Zkart era una ciudad rica gracias al comercio
y las grandes tierras de cultivo circundantes. Era tierra de mucho tráfico de dinero y también de
raras ideas. Hacía tiempo que no estaba dentro de un feudo ni a cargo de un noble, ya que estos
siempre terminaban corrompiéndose y provocando revueltas e intentando hacerse con el trono.
En cambio, el abuelo del actual rey había instituido un sabio sistema, en el cual se declaraba a
toda la región como un territorio real especial, poniéndose a cargo del mismo a un tashk de gran
honor y buena foja de servicio, que podía ser rápidamente removido del cargo si había algún
problema. Nmnak podía estar seguro de que muchos de sus sirvientes eran agentes de la corte
que la mantenían informada de todo.
Terminados los saludos y fórmulas de cortesía, comenzó la verdadera conversación. El regente
se refería a él como un igual, lo cual cayó muy bien a Fenr.

El mercado le parecía extraño, por alguna razón. Había pasado bastante tiempo desde que
había visitado Zkart, pero tenía buena memoria. En ese tiempo, ella todavía era discípula y no
una verdadera hechicera; mucho más joven y con menos experiencia, aquella le había parecido
una ciudad única por su energía y su brillo.
Brillo y energía que parecían haberse esfumado, posiblemente a causa de todo lo que sucedía
fuera de las murallas. Se veía a la gente intranquila, comprando poco, a veces irritada.
Durante el trayecto había cambiado de idea y había tomado otras rutas, buscando a dos de las
pocas personas que recordaba bien desde su última estancia. Plokr el herrero y su hija, que debía
tener más o menos su edad, ya no vivían allí; se habían mudado hacia el este, nadie sabían bien a
donde. Ella recordaba la afabilidad del anciano y sus tremendamente delicadas creaciones. Su
hija, inquieta como pocas, había sido una de sus mejores amigas en su relativamente larga
estancia hace ya muchos años, y tenían espíritus muy similares. Krirstn lamentó no haberla
encontrado, al menos para saludarla y compartir unos minutos de charla.
Sí había encontrado a Vwotar el talabartero, y sus hijos gemelos Jist y Greevg. Muchachos
robustos y algo tontos como su padre, que no habían encontrado todavía esposa seguramente a
causa de lo segundo. La mujer de Vwotar, sin embargo, había muerto ya hacía algunos años, de
la misma enfermedad que casi había matado a su marido. Amable como pocas y tremendamente
generosa, Krirstn había confiado en que ella pudiera mantener en su casa a Ulr por un tiempo al
menos. Era su carta más fuerte, y ya no estaba. La hechicera lo lamentó doblemente, porque era
una mujer como pocas.
El desvío la había confundido un poco y se sorprendió al encontrar algunas calles donde creía
que no debían estar. Recordó repentinamente que se encontraban demasiado cerca del Barrio de
las Luces, cerca de la muralla este... Lugar de casas de citas, tugurios de todo tipo y bares
bastante oscuros. Era de día, pero le habían advertido mucho de aquél lugar en su última
estancia. Y no quería repetir las experiencias de otros.
Dudando incluso sobre preguntar el camino, se detuvo un momento, tratando de recordar
hacia donde daban aquellas callejuelas. Uno de los problemas con Zkart era que no había sido
oficialmente fundada por algún funcionario real o algún caballero, sino por varios. En aquella
época lejana, diferentes señores se habían disputado la región, creando aldeas demasiado
cercanas y trazando límites totalmente arbitrarios en la tierra, en lugar de usar líneas de bosques,
montañas o ríos. Décadas después, un rey mucho más sabio unificó toda la región bajo un mismo
feudo, y las estrechas y torcidas calles de ciertas aldeas se unieron lentamente a las rectas y
empedradas avenidas de otras. Como resultado, algunas partes eran fáciles de transitar, y otras
eran casi un laberinto.
Estaba en eso cuando vio que Ulr se había alejado un poco, hacia unos canteros llenos de
flores que estaban desperdigados aquí y allá. Eran señales informales que marcaban el inicio del
Barrio de las Luces, región no delimitada formalmente, pero conocida por todos en la ciudad.
Aquellos faros de color estaban solamente para los extranjeros que llegaban por primera vez.
La amonestó desde lejos. Pensó en cómo la habrían educado sus ya difuntos padres; aquella
niña no tenía control de ningún tipo. Los primeros días lo había disculpado y todo el asunto le
había parecido tierno y maternal. Pero últimamente tener que pensar por las dos la sacaba de
quicio, y no podía hacerle comprender a Ulr que ella era ya responsable de muchos de sus actos.
La niña había vuelto con una rosa; enorme y casi sin espinas, la flor era más grande que las
manos de la pequeña, quien la guardaba como un tesoro. Krirstn ni siquiera intentó quitársela;
aquello solamente la hubiera puesto más rebelde. La tomó fuertemente de la otra mano mientras
se metía en una callejuela y le explicaba seriamente sobre el peligro de alejarse y hablar con
extraños en una ciudad tan grande y desconocida.
Habían llegado así al mercado casi por azar, viendo algunas calles con marcas de carros que
iban ensanchándose y congregaban a más y más gente. Faltaba poco para el mediodía, y sin
embargo había bastantes personas.
Pero el brillo había desaparecido. Aquella sensación especial que había sentido, más joven, ya
no estaba. Ahora la ciudad se le presentó solamente como un grupo de personas yendo y
viniendo.
Mareada por el paso de tanta gente, recordó ahora que ella misma casi se había perdido
antes, también entusiasmada como Ulr. Zkart había sido la primera ciudad grande que había
conocido a esa edad, y se sintió un poco arrepentida de algunas de las palabras que le había
dirigido a la niña, quien ahora estaba callada y firme a su lado, tomando la rosa como si fuera una
tabla de madera en medio de un naufragio. Krirstn cambió repentinamente su rostro, de una
sensación de agobio y arrepentimiento, a una sonrisa de oreja a oreja, casi demasiado actuada.
La niña la miró con ojos vacíos.
Algunos de los rostros de aquella época se habían esfumados; a otros tal vez no podría
reconocerlos por el paso del tiempo. La joven lamentó no haber aprendido aquella hechicería que
permitía buscar personas en la multitud, que su maestra Finrik había estimado tan necesaria. No
es tan llamativa como las ilusiones, ni tan contundente como las maldiciones y las bendiciones,
había dicho, pero puede ahorrarte muchas horas si entras a una ciudad o te pierdes en ella. Tenía
toda la razón, claro está, pero solamente ahora lo comprendía.
A Krirstn no le gustaban particularmente las ciudades, y por eso las había evitado tantas
veces. En ellas los hechiceros podían ganar más dinero, pero necesitaban quedarse por un tiempo
largo, pagar costosos alojamientos (comparándolos con los de las aldeas) y tenían fuerte
competencia de sus camaradas. Ni hablar de los magos. Las ciudades solían estar llenos de ellos.
Y aunque no les quitaban clientes, a veces traían problemas. Un hechizo mal hecho, un
comentario fuera de lugar o un entredicho significaba que era mejor abandonar el lugar. Después
de todo, los magos respaldaban el poder de los nobles y los reyes, y tenían gran influencia en lo
que respectaba a las decisiones, grandes y pequeñas, que éstos tomaban.
Le costó mucho tiempo recorrer aquél mercado y encontrar de casualidad el puesto de telas de
Vkaanw. Cabello castaño claro, ojos saltarines y algo hundidos, boca pequeña, alta y casi
escuálida. Tal como la recordaba.
-¿Krirstn? –la vendedora exclamó luego de algunos segundos de escrutinio.
Habían pasado unos diez años.
-¡Vkaanw!
Se abrazaron y comenzaron a hablar rápidamente, mientras la hermana menor de la zkartiana
miraba al suelo agitando la cabeza, se colocaba en el centro del puesto y comenzaba a observar
atentamente a los clientes, uno de los cuales había estado a punto de aprovechar la oportunidad
para intentar hacerse con un trozo de tela.
Luego de los “cuanto tiempo” y “cómo has estado” llegaron los “qué estás haciendo ahora”. La
respuesta de la delgada vendedora de telas fue bastante obvia, al menos para la hechicera.
-Me casé con Eirq, no creo que lo recuerdes... En fin, eso fue hace ya siete años... Tenemos
dos hijos y una niña. Debe estar por allí, jugando con los niños de otros tenderos... Ella es la
mayor, los dos más chicos están en mi casa, con mi madre, como siempre... Seguramente todavía
te recuerda...
-Mándale mis saludos a ella, a toda tu familia, aunque no me recuerden. Dile que mis
bendiciones estarán siempre con ustedes.
-Lo haré, gracias. En fin, ahora mi hermana me ayuda con la tienda, sobre todo los días con
más clientes... No como ahora, aunque ese es otro tema...
Krirstn detectó allí una repentina sensación de recelo y misterio. La peste no había llegado,
pero ya estaba en las mentes de toda la ciudad. Sin embargo, evitó tocar el tema, que debía ser
tabú. Había aprendido a dejar que la gente hablara de lo que quería, y luego obtener lo demás de
la forma en que lo decía.
-De manera que todo está muy bien. Mi esposo trabaja en el bosque, siempre hace falta
madera aquí, para un cosa o la otra... Creo que no podríamos pedir nada más, ni nada mejor,
como decía mi abuela... Y tú, ¿qué te trae de nuevo a Zkart?
La hechicera dudó un poco al comenzar, y trató de disimularlo buscando a Ulr. La niña se
había cansado de la charla de los mayores y estaba escuchando cómo Pnai, la hermana de
Vkaanw, regateaba con los clientes y les presentaba la mercadería.
-Pues... es algo complicado de decir en pocas palabras. He tenido problemas últimamente, y
he podido solucionar la mayoría... Pero los más grandes requieren que viaje mucho, y a lugares
que no conozco.
-¿La niña? No se parece a ti... ¿es tu aprendiz?
La hechicera sonrió irónicamente, por dentro.
-No... Creo que no estoy lista para eso, todavía. Recordarás a Finrik, mi maestra, pues, ella
partió hace tiempo, y a veces siento que no me enseñó todo lo que ella hubiera querido... Pero así
son las cosas.
-Lo siento mucho. De verdad. La recuerdo como una de las personas más dulces que he
conocido.
-Lo era, es cierto. No, no es mi aprendiz –Krirstn vio como la niña se alejaba un poco, jugando
y charlando con otros niños, y ahogó una llamada de atención. No quería hacer una escena en
frente de nadie, y confió en que Ulr sabría no alejarse demasiado-. Aunque a veces pienso que no
le vendrían mal unas lecciones... El problema es que, verás, me preocupa la niña, pero no puedo
arrastrarla por el mundo en este momento. Más allá de los... problemas que hay ahora, yo tengo
los míos propios. Y si fuera capaz de aprender hechicería, pues lo pensaría, pero ella parece estar
pensando en otras cosas.
-Así son los niños. Es una lástima que ustedes no puedan tenerlos.
Aquello tocó una fibra sensible en Krirstn. Ciertamente, los magos y hechiceros podían tener
hijos... solo que no siempre. El Kisanbstnka que los rodeaba no se los hacía fácil, y eso era algo
conocido por muchos. Se dio cuenta, repentinamente, de porqué quería tanto estar con Ulr.
-No siempre es una lástima. A veces es una necesidad, con la vida que llevamos. En algunas
partes se hace... complicado. Y no quiero que ella corra esos peligros, si puedo evitarlo.
Había logrado encauzar la conversación, pero no sabía como sacar sutilmente el asunto. La
mujer había sido su amiga, cierto, pero mucho agua había pasado por debajo del puente, y de
pronto comprendió que no podía hablar con tanta confianza. De manera que pensó en hacerlo de
manera un poco más directa.
-Esa es mi principal preocupación ahora mismo... mi trabajo está bien, pero tuve que llegar
hasta aquí en poco tiempo, y ella ya ha sufrido bastante. Ha perdido a sus padres; eran
comerciantes y no han tenido suerte con los ladrones de caminos. No me molestaría hacerme
cargo de ella en el futuro, pero tengo que partir muy pronto y no sé qué hacer con ella. Y no
conozco nadie cerca de aquí en quien confíe tanto como tú.
La zkartiana dudó, mostrando un gesto de inesperada novedad. Los tiempos no eran los
mejores, menos para tener huéspedes. Pero, ¿cómo decirle que no?
Krirstn no era mala leyendo rostros.
-Ya sé... las cosas no están tan bien aquí, lo noto. He oido las noticias, sé cómo se siente la
gente. Y yo vengo a traerte más problemas...
-No, no es un problema –interrumpió la delgada mujer-. Yo estaría contenta de ayudarte,
créeme Krirstn, si pudiera... Pero es cómo dices, las cosas no están bien. No puedo prometerte
nada, mucho menos hacerme cargo de una niña. Y tengo tres en casa, y con eso es bastante. Mi
esposo me mataría, y aunque mi abuela estaría encantada, ella no está en edad de cuidar niños. Y
la comida... hay muchos rumores...
-Sé que no lo haces por esto, Vkaanw, pero puedo conseguirte dinero. Lo suficiente como para
pagarte las molestias y lo que le haga falta a ella. Y no hablo de dinero de hechiceros... hablo de
dinero, de unas buenas monedas. Lo suficiente para varios meses, tal vez incluso un año.
Krirstn prometió eso sin pensarlo mucho. En otros casos, no se hubiera atrevido a arriesgar
una fecha de regreso. Sin embargo, como estaban las cosas, sabía que si no volvían pronto,
sencillamente no lo harían. Estaba yendo a un lugar en donde el fracaso no era una opción
considerable. Tenía que pensar en lo peor, al menos por unos momentos. Tal vez pudieran frenar
la peste, pero ella no pudiera volver. Y en ese caso debía pensar en Ulr y su futuro. Aunque creía
que Fenr no tenía ese dinero, sabía que podía conseguirlo. Lo pagaría gustoso si eso le
garantizaba poder desentenderse de la niña.
-Mira, no sé qué decirte... yo lo aceptaría, pero ahora tengo una familia... –Vkaanw suspiró y
comenzó a hablar casi en susurros-. Y no creo que ellos estuvieran de acuerdo. Incluso con el
dinero, ¿qué haríamos si de repente llegara aquí la...? Quiero decir, hay rumores de
racionamiento, de saqueadores y bandidos en los bosques... Todos los días me levanto de la cama
con la preocupación de que mi esposo pueda no volver cuando sale de las murallas. Ya están
aumentando los precios de muchas cosas...
La hechicera no detectó falsas excusas; todo aquello era evidente. No había estado nunca tan
cerca de una peste, pero recordaba haber estado en regiones infestadas, y las historias que le
contó su maestra. Aquello sucedía, y si todo iba mal, no quedaba nadie en la zona.
Lamentablemente, pensó Krirstn, esto no tiene arreglo. Sencillamente habían encontrado a Ulr
estaba en el peor momento y en el peor lugar.
Había sincera tristeza en el rostro de Vkaanw. Krirstn pensó que la gente debía reprimir todas
sus preocupaciones, todos los días. Los temas tabú funcionaban así: la suciedad se esconde
debajo de la alfombra, y luego el suelo debajo se hace inestable.
La zkartiana no temía tanto que la hechicera le recriminara la falta de ayuda, pero le dolía el
hecho de no poder ayudar a una amiga debido a la situación.
-Vkaanw, no tienes más que decir. Comprendo lo que estás pasando, aunque no puedo
imaginarme en tu lugar. Realmente te agradezco el tiempo que me has dado. Yo también sufrí
mucho en el camino hasta aquí, y encontrar a alguien como tú me ha hecho muy bien. Lo digo
sinceramente. Te deseo lo mejor y espero que pronto podamos encontrarnos de nuevo, con más
tiempo y mejores noticias.
Se abrazaron, al borde de las lágrimas. Las dos pensaban que cualquier cosa podía suceder en
sus vidas, impidiendo aquél reencuentro; pero solamente Krirstn comprendía la totalidad del
peligro.
Mientras Krirstn conversaba con la tendera, Ulr se dedicaba a mirar todo lo que la rodeaba.
Pocas veces había estado en un lugar con tantas personas. Altas, bajas, gordas, flacas, feas,
agradables, jóvenes, viejas... ¡Y muchos niños y niñas! Todas estaban ocupadas, exceptos estos
últimos, los cuales, al igual que ella, creían tener todo el tiempo del mundo.
Ulr agradeció el descanso que le daba la hechicera, aunque no sabía a qué se debía tanta
charla. Todo aquello la estaba molestando. Se habían divertido mucho en el camino, y el caballero
no la reprendía; simplemente la ignoraba. Cosa que no hacía Krirstn, con quien todavía tenía
algunas discusiones o malos tratos. Ulr tenía la impresión de que la hechicera se las tomaba con
ella en compensación, particularmente desde que se había acercado a la ciudad. Ahora todo eran
órdenes, firmes sugerencias, prohibiciones... Recordó con alegría el arroyo y la cascada, cuando la
habían dejado sola para jugar con el lodo, el agua, las flores y los pocos pájaros que no logró
auyentar con su presencia y las piedras.
Lamentablemente, los niños y las niñas de allí estaban de paso, y sus madres los mantenían a
raya de cualquier juego, principalmente con niños desconocidos. Luego de algunas charlas e
intentos frustrados, decidió no alejarse tanto, a fin de evitar posibles regaños. Krirstn y la tendera
continuaban hablando, en voz un poco más baja de lo normal, le pareció. Se preguntó de qué
hablarían, pero no tenía ganas de espiar.
Al parecer las tiendas cercanas eran aburridas, y en ellas los dueños no tenían hijos o no los
habían llevado, lo cual tampoco le dio muchas esperanzas. Se entretuvo mirando el suelo,
intentando buscar alguna moneda perdida o cualquier otra cosa de valor que nadie hubiera
reclamado. Recordó que sus padres solían manejar bastante dinero, y cada tanto a alguno se le
caía una moneda, la cual ella tomaba inmediatamente. A veces las devolvía; otras veces las
conservaba. Pero siendo que casi siempre sus padres le dejaban quedarse con las que pretendía
devolver, no le parecía algo injusto.
Aquél súbito recuerdo de sus padres ya no le trajo lágrimas, como había sucedido antes. Se le
cerró la garganta, parpadeó un poco más, su nariz se preparó para aquello, pero nada sucedió.
Lentamente la sensación bajó hasta su pecho y allí se quedó. Sus padres eran buenos; siempre lo
habían sido. Eran generosos y no la trataban mal. La dejaban ir y venir a su antojo, aunque a
veces le pusieran algunos límites. Podía tener, además, la ropa que quisiera, ya que ellos las
comerciaban. Recordó su casa y todo lo que había dejado en ella: juguetes, ropa, paredes
dibujadas, amigos y amigas, tesoros escondidos en un árbol hueco o en un pozo cavado a tal fin...
Y nuevamente las lágrimas debieron haber llenado el vacío mar que representaba aquellas
pérdidas, pero no aparecieron. Ella no supo porqué, lo cual la puso de peor humor. No comprendía
qué pasaba; de repente no solo sus padres morían, sino que desaparecían todas las personas que
conocía y quería. En el bosque había llorado durante días enteros, ¿porqué no podía hacerlo
ahora? Y para colmo, aquellas personas la llevaban de aquí para allá, sin decirle nada de hacia
donde iban y con qué motivo, qué iban a hacer con ella, y le prohibían esto y aquello...
Era demasiado, y ella era muy joven.
Encontró algunas monedas pequeñas y sucias en las junturas de los adoquines de la plaza, y
las guardó como si fueran las llaves de un paraíso. Extrañaba a sus juguetes, especialmente a su
muñeca. Por lo menos podría hacer algo con aquellas monedas, pensó. Comprar algo que sea mío
y de nadie más.

Krirstn también tenía algunas monedas, más que útiles en aquella situación. Ella siempre
había viajado con lo justo, y ahora tenía que pensar en ella y en una niña, y compartir cosas de
las cuales Fenr no iba a preocuparse, como ropa. Así que aprovechó para mirar telas y comprar
prendas para ambas. Vkaanw le hizo, cortesmente, un buen descuento al agregar al lote una
manta pequeña pero gruesa. La hechicera pensó que la niña se lo agradecería más adelante,
cuando llegaran al norte y tuvieran que subir las montañas.
La escuálida mujer la despidió de manera un poco más fría, pero Krirstn interpretó aquello no
como una descortesía, sino más bien como un acto de desprendimiento.
El mercado estaba ahora mucho más vacío que antes, y al caminar algunos pasos alejándose
del puesto de telas, notó que aquellos pequeños pasos no la acompañaban.
Ulr no estaba por ninguna parte.
Aterrorizada, volvió sobre sus pasos hacia el puesto de telas, y se detuvo, avergonzada. ¿Qué
dirían de ella si les decía que había perdido a la niña que trataba de proteger? No, además Ulr
estuvo en el puesto todo el tiempo, casi todo el tiempo... Ella debía haberse ido antes de la
despedida, y seguramente no estaba allí.
La había visto jugar con varias niñas, y, conociéndola, debía haberlas seguido mientras ellas
se iban con sus madres. Podía estar en cualquier parte...
Se maldijo por no conocer los hechizos de búsqueda, se maldijo una y mil veces y decidió
aprenderlos apenas pudiera.
Pero aquello no solucionaba nada. Tenía que buscarla.

La ciudad, vista desde arriba, era todavía mucho más interesante de lo que había pensado.
Las urracas tienen muy buen ojo; eso y volar era lo único que lamentaría perder al deshacerse el
hechizo. Ah, y ser tan poco visible, porque nadie le presta atención a un pájaro.
Aquello era enorme. Las murallas parecían hechas de virutas de madera; los hombres como
diminutos insectos. Bajó un poco más, recordando los lugares en donde había visto al resto del
grupo. Fenr seguramente seguía dentro del edificio principal, aunque no podía asegurarlo ya que
sus monturas seguían en el establo cubierto. El tráfico de personas en el mercado estaba
disminuyendo, y pudo encontrar a Krirstn en el mismo lugar que antes.. Bueno, no exactamente.
Incluso volando a muchos metros, la notaba algo extraña... Y entonces se dio cuenta de que Ulr
no estaba con ella.
Dando círculos, comenzó a buscar entre todas las cabecitas de niñas y niños que deambulaban
por las calles cercanas.

Más que nada, aquello le daba vergüenza. Buscó en la plaza, pero no se animaba a gritar su
nombre. Igualmente trataba de contener las lágrimas y los gestos de incertidumbre, pero era más
difícil que recordar un hechizo medio dormida.
¿Porqué los niños de la ciudad no se perdían pero sí ella? Supuso que no tendría tanta
experiencia dentro de las ciudades; tal vez sus padres no la habían llevado nunca a un lugar tan
grande. O tal vez lo hacía como una travesura, para llamar su atención, y luego se había perdido
en serio.
Continuó pensando en media docena más de “tal vez”, hasta que descubrió que eso solamente
acentuaba su sentimiento de vergüenza: conocía tan poco a la pobre que ni siquiera podía
imaginar en qué estaría pensando.
Miró hacia arriba, pensando en una última esperanza, ¿dónde estaría Drek?
Y entonces se le ocurrió. Era una pista tonta, pero la única que podía seguir.
Volvió a recorrer el mismo camino que habían transitado desde el Barrio de las Luces, tratando
de tomar las mismas calles y revisando cada pórtico, cada arco, cada puerta y cada lugar que
pudiera esconderla. Incluso se atrevió a preguntar a un par de personas que parecían frecuentar
algunas esquinas, como un aguatero o una vendedora de manzanas. Pero nada.
Los primeros canteros con rosales la tranquilizaron; debía prestar más atención a partir de
entonces, si su intuición era correcta. Y si no... era una buena intuición, o al menos tan buena
como cualquier otra.
Nunca había estado realmente dentro del Barrio de las Luces, y no tenía tiempo para apreciar
la arquitectura o el buen gusto de las decoraciones. Vio carteles y paredes con dibujos, muchos de
ellos obscenos. Algunas de las habitantes de las posadas y burdeles estaban en la calle, charlando
a viva voz, comprando cosas a comerciantes ambulantes...
Pero ninguna niña.
Aminoró el paso. No quería llamar demasiado la atención.
En una esquina encontró a tres mujeres conversando; por sus atuendos no podían ser otra
cosa que prostitutas o meseras de algunas de las tabernas cercanas. No era su condición social lo
que la perturbaba, sino el tener que reconocer ante alguien, fuera quien fuera, que había perdido
a una criatura tan inocente que estaba bajo su control.
No esperaba una respuesta positiva.
-Sí, hace poco había una niña más o menos así sentada frente a esa casa; tenía un par de
flores en la mano. Pero no sé donde ha ido.
-Creo que se fue hacia allí, bajando esa calle, pero no puedo asegurarlo.
Krirstn les agradeció efusivamente, perdiendo parte de la compostura y deseando poder hacer
algo rápidamente por aquellas mujeres de vida tan poco recomendable. Recitó unas bendiciones
mientras se alejaba en la dirección indicada.
Luego de algunos metros, vio desde una esquina un grupo de mujeres que parloteaban
alegremente, aplaudían y se reían. Pensó en acercarse para continuar sus pesquisas, cuando el
círculo, formado por siete mujeres, se abrió y mostró en su interior a Ulr, sonriendo con el rostro
colorado y con las manos llenas de rosas y otras flores.
El grito interrumpió la conversación. La hechicera se arrojó corriendo hacia la pequeña, que no
alcanzó a reaccionar ante el abrazo.
El grupo de mujeres se abrió un poco más, mirando con sorpresa la escena, entre tierna y
cómica, a juzgar por el rostro de la niña.
-Estábamos por ir a jugar y comer en la casa de Rkva –informó como si todo dependiera de
ello, o fuera lo primero que le apareció en la mente.
Recuperándose de la sorpresa y con lágrimas en los ojos, la hechicera se irguió ante el grupo
de mujeres, tomando firmemente una de las manos de la niña.
-No, no podemos. Debemos volver a la plaza. Fenr puede estar buscándonos.
-Pero...
-No, no hay peros. Lo siento, es que con tanta gente en el mercado... –comenzó a ensayar
una excusa acerca de su descuido, como si la aquellas mujeres estuvieran a punto de juzgarla-.
Deja de moverte, no podemos ir, tenemos que...
-¡No! ¡Yo quiero ir a casa de Rkva! Estoy cansada y quiero comer y dormir en una cama...
-Ya lo haremos más adelante, pero ahora...
-¡No! ¡No! Quiero ir y voy a ir, tú no eres mi madre para estar ordenándome cosas...
Aquello golpeó a la mujer como una daga en el pecho.
Habían pasado varios días desde que aquella niña caminaba junto a ella y Fenr. A pesar de no
buscar aquél sentimiento, desde el principio había comenzado a pensar en ella como en una hija
que tal vez nunca tendría. Así como su maestra había encontrado en ella una discípula, ella había
deseado siempre encontrar a una niña a quien ayudar, a quien darle un oficio, un sentido en la
vida. Cierto que Ulr no podía tomar el camino que ella había seguido. No tenía la habilidad
necesaria y Krirstn no se sentía calificada para tener a una aprendiz. Pero al menos deseaba
llevarla por un buen camino, ayudarla a tomar las decisiones más importantes de su vida.
Y ahora aquella niña derribaba su sueño con esa frase.
Las lágrimas corrían ya por el rostro de Ulr antes del golpe. Krirstn lamentó la escena toda su
vida, y se alegraba de que los únicos testigos fueran aquellas mujeres desconocidas. Miró su
mano y el rostro de la niña, colorado como una manzana, como si quisiera deshacer el violento
cruce del segundo anterior, y rearmarlo como una caricia. Pero era tarde.
Las prostitutas estaban comenzando a recriminarle aquella forma de tratar a la niña, y todo
aquello saturó a la hechicera.
No era frecuente ni deseable que pasara, pero un mago o hechicero podían perder el control
de su poder, que se manifestaba en aquella sensación de peligro en las personas más cercanas.
Los cabellos de la nuca se erizaban, y algunos decían que todo el cabello lo hacía, y que el cuerpo
de los testigos se agarrotaba. Algunos aseguraban haber visto pequeños relámpagos salir de la
cabeza de ciertos magos legendarios. Otros recordaban una sensación de opresión en el pecho,
como si algo invisible los empujara.
En aquél momento, fue todo mucho más sutil; tanto que ni siquiera las prostitutas pudieron
describirlo luego, y trataron de olvidarlo rápidamente. Ulr ni siquiera se dio cuenta.
Retrocediendo unos pasos, las mujeres se alejaron lentamente de la escena. Krirstn,
serenándose al repetir un antiguo ejercicio de su entrenamiento, comenzó a gritar por encima del
llanto, preguntándo a la niña cómo se había perdido y diciéndole lo preocupada que estaba.
Ulr lloraba como nunca lo había hecho en su vida.
-¿Sabes el momento que he has hecho pasar? Creyendo que te habías perdido, que te habían
raptado... no son lugares para hacer travesuras...
En la mitad de la frase, Krirstn suavizó la voz, pero aquello era inútil. La niña no la escuchaba.
En su casa, a ella le hubieran dado una buena cachetada, o un empujón demoledor, para hacerla
callar. Ahora no sabía qué hacer.
Consultó la hora mirando al sol ladeándose en el cielo. Tenían que ponerse en marcha. Ella dio
dos pasos; la niña se mantuvo llorando de pie y diciendo cosas inentendibles.
Krirstn suspiró. Aquello era ya ridículo.
-No quería tener que hacer esto, pero tenemos que irnos...
Susurró las palabras con una mezcla de amor y lástima.
Luego partió sin siquiera mirar atrás.

Fenr había hecho un buen relato de todo lo acontecido desde que había partido del palacio.
Claro que había dejado fuera de la conversación algunas cosas, como la transformación de Drek
en urraca, el encuentro con Krirstn y casi todo lo que derivaba de eso. Lo que no podía ser
explicado fácilmente fue omitido o explicado de manera ligeramente adornada, pero nunca
cayendo en la mentira descarada.
Fenr sabía mentir y actuar, y muy bien. No gozaba haciéndolo, y se trataba solamente de
movidas tácticas en conversaciones como esa. Sin embargo, no era partidario de mentirle a un
colega o un superior, incluso cuando corría peligro su estrategia. Se iba su honor en todo aquello,
y por lo tanto prefería la omisión o la hipérbole. Se lo conocía por un caballero de muchas
palabras, y sabía alargar un relato podado por él mismo de manera que pareciera completo y
coherente, a pesar de los huecos en la historia.
Tashk Nmnak escuchó con gesto cada vez más grave. No se había sentado, y cada tanto
caminaba hacia la ventana y miraba los edificios de la ciudad y la gente que transitaba.
Interrumpía frecuentemente el relato, de manera cortés, para profundizar en algún aspecto o muy
críptico o muy interesante.
Al comentar su descubrimiento del poblado arrasado por la peste, del cual había huido
rápidamente, el regente dejó mostrar su pena y preocupación. En ese punto Fenr había
comentado ya varias veces que viajaba solo, y el caballero decidió preguntar a qué se debía esto.
¿Para qué mentir y meterse en problemas? Seguramente le habrían comentado ya que Fenr
había ingresado a la ciudad sin escudero y acompañado de una mujer y una niña desconocida.
Ninguna de las cuales estaba incluida en su relato anterior.
-Mi escudero... lamentablemente no está conmigo. Los problemas y peligros del camino han
sido muchos, y la mayoría inesperados. La mujer que llegó conmigo y la pequeña son víctimas
también de esos mismos peligros; he tenido que protegerlas para honrar mis votos de caballero.
Tal como lo sospecha, más allá de los bosques, la situación es al menos inestable.
Como única respuesta, Tashk Nmnak volvió a caminar unos pasos hacia la ventana, y luego de
regreso.
-¿Pretende continuar así el camino?
-Es una orden real. Y es mi responsabilidad, ya que se trata de mi feudo. No veo otra salida.
-¿Ni siquiera quedarse aquí buscando una mejor solución?
-Eso solamente empeoraría las cosas. Hasta donde sé, el castillo real puede estar también en
peligro. La peste es muy fuerte; lo he visto con mis propios ojos.
En ello Fenr tampoco mentía. Y se notaba.
Tashk Nmnak asintió, como terminando de encajar el rompecabezas.
-No me queda más que creer esa historia y buscar su resolución. No puedo volver al castillo, y
nada puedo hacer por los enfermos de la peste. Mi camino es claro, aunque difícil. No me vendría
mal algo de ayuda.
-Lamentablemente –Nmnak reanudó la conversación a los pocos segundos- no puedo dártela.
O al menos, no puedo ayudarte todo lo que me gustaría. Tengo aquí muchos soldados, pero no los
suficientes. Deben cuidar las fronteras y evitar cualquier infiltración de la peste. Y, también,
mantener un cierto orden a fin de evitar problemas.
Caminó lentamente hasta la ventana, miró hacia fuera y volvió, como si temiera que alguien
pudiera escuchar sus palabras. Fenr se mantuvo silencioso, esperando el resto del relato.
-Como lo dices, el castillo real está en peligro. No tenemos pruebas, pero no nos hacen falta.
Es por eso que la gente está tan inquieta. Mantenemos, hasta donde se puede, la ilusión de que
todo está bien... pero no es así.
Se alejó un poco del caballero, se sirvió algo de agua y continuó.
-Hace unas semanas, los rumores de la peste se hicieron reales. Nadie llegó aquí enfermo,
pero las noticias se colaron por las fronteras. Los señoríos más al oeste se vieron inundados de
campesinos que huían. Tuvieron que tomar medidas extremas y cerrar todos los caminos. Ellos
enviaron mensajeros para mantenerme al tanto. No tienen noticias del palacio ni de los señoríos
cercanos. Nada sale, ni nada entra. Incluso ellos se han comprometido a no dejar salir a nadie de
sus feudos. De todas formas, tengo a mis tropas en la frontera. Si ustedes no vieron a ninguno de
mis soldados, es porque tengo pocos y están todos en el oeste. Nadie esperaba gente desde el
sur...
Hizo un gesto cómplice mientras bajaba el vaso vacío.
-Es algo bueno, pues de otra manera ustedes no hubieran podido entrar. Ya la gente debe
estar llevando la noticia de que ha llegado un caballero desde fuera. Tal vez eso les traiga algo de
esperanza.
-¿Crees que la hay?
-No lo sé. Más allá de que lo que te han dicho sea cierto, y puedas hacer algo, toda peste es
difícil de contener. Y sin la ayuda real, ¿qué nos queda? He enviado mensajes a los señoríos más
al este, para que tengan noticias frescas y no simples rumores. Ya sabes la reputación que tiene
esta ciudad. No faltarán nobles que quieran tomar el control de algo más que sus propios
feudos... Pero mi autoridad está con el rey, de eso quédate seguro.
Remarcó la frase mirando directamente a los ojos del otro tashk.
-Sin embargo, eso mismo limita otras decisiones. No puedo ordenar ni sugerir medidas a otros
nobles, pues no soy superior a ellos. Así que cada uno está decidiendo qué hacer...
Afortunadamente las cosechas fueron buenas y tenemos comida para unos meses, pero debemos
ser cuidadosos. Además, hay algunos nobles que me han prometido su ayuda en forma de
soldados y comida. Tomarán algunos días más en llegar, calculo.
-¿Ellos no han dicho nada?
Fenr enfatizó la primera palabra.
-¿Los magos? Si la peste tiene el origen que te explicaron, hace tiempo que deben saber la
realidad. Pero no han hecho nada. Lay dos Torres relativamente cerca, aunque ninguna lo
suficiente. He enviado emisarios, y han vuelto con promesas de ayuda, afirmando que sus más
sabios líderes estaban analizando el problema. No es que lo dude, pero son pocos y tienen sus
propios... intereses –al decir la palabra, Nmnak dejó escapar una pequeña sonrisa irónica y miró
directamente a los ojos de Fenr-. Tú ya sabes como son. Se encerrarán en sus torres y se
tomarán su tiempo, porque no les gusta dar pasos en falso. Mientras tanto, posiblemente ellos
sean inmunes a todo esto y no dirán nada. Sobre todo siendo que no tenemos noticias del palacio,
y que sus máximos líderes están en la corte del rey.
-Así que... ¿no sabes nada del palacio?
-Nada. Obviamente, les decimos algo muy diferente a todos. Por un tiempo más, lo creerán.
Después, no lo sé.
-¿Has pensado en recurrir a hechiceros?
Fenr lo dijo pensando en muchas conversaciones que había tenido con Krirstn. Pero en
aquellos ambientes, estos personajes no eran tan bienvenidos.
-¿Para qué? Además, aquí no ha llegado la peste. No todavía. Sí nos han dicho que hay
muchos más en la ciudad y en los pueblos vecinos. Ayudan a mantener tranquila a la gente, y es
todo lo que necesito.
Hubo un silencio incómodo. Fenr sabía que el regente no iba a decir ni hacer mucho más.
Ambos habían compartido mucho y podían confiar en que ellos no dirían nada a terceros.
Siendo así, se había terminado aquella formalidad, esa visita protocolar que tanto había
deseado no tener que hacer. A Fenr no le gustaban mucho las formalidades, salvo cuando tenían
que ver con la tradición y con cuestiones útiles. Sin embargo, ahora hubiera dado cualquier cosa
por alargar aquél momento y tener una excusa para sentarse y charlar algo con Nmnak, conocerlo
mejor, tal vez almorzar con él. Parecía un buen caballero.
Pero realmente no había nada más que decir.
Fenr comenzó con las formalidades destinadas a despedirse de aquél camarada.
-Siendo que tengo que continuar mi camino, agradecería mucho me informaran de alguna ruta
lo suficientemente segura, si es que conocen alguna.
-Solamente puedes ir al este –Nmnak no lo meditó siquiera.
-¿Y porqué no ir directamente hacia el norte, cruzando el bosque?
La pregunta tomó por sorpresa al regente.
-Pues, es obvio... pero claro, olvido que tú no eres de aquí y no conoces la zona. Nadie que
sea responsable te dejaría ir directamente hacia el norte... No, no, lo mejor es ir por el este.
Rodea el bosque y ve hacia el norte cuando lo creas necesario... Pero no puedes entrar en el
bosque. No es buen lugar para... nadie, digamos.
Fenr no contestó a aquello ni trató de forzar una respuesta más detallada. Más bien asintió con
gesto serio, mesándose la barba que hacía tiempo poblaba su rostro. Intentó parecer lo más
comprensivo posible, y finalmente concluyó.
-Entonces realmente no hay nada más que discutir. Agradezco profundamente vuestra ayuda;
aunque es lamentablemente escasa, lo es no por algún defecto sino por circunstancias ajenas a
vuestra voluntad.
Nmnak sonrió y dio algunas órdenes a sus allegados. A Fenr se le dio agua, todo tipo de
alimentos y algunas cosas más que él requirió.

Impaciente, el caballero no notó la curiosa escena. Krirstn caminaba con paso acelerado, el
rostro encendido por el esfuerzo y los pies dando grandes zancadas. Detrás suyo, Ulr caminaba, o
más bien corría, con mares desbordándose sobre sus también rojas facciones. Los pies parecían
moverse como por voluntad propia, de manera tan violenta que adelantaban al resto del cuerpo y
la dejaban constantemente al borde de una caída. Cuando Krirstn se detuvo bruscamente, los pies
de la pequeña se clavaron mágicamente al suelo, arrojándola hacia delante como una ola avienta
un trozo de madera a la playa. Una vez en su lugar, continuó inundando la ciudad con sus
berrinches.
Fenr suspiró y murmuró alguna maldición mirando hacia el cielo, antes de darse vuelta y
enfrentar a las dos mujeres.
Miró a Krirstn y luego a la niña, sin decir una sola palabra tomó las riendas de su caballo de
batalla y el de paseo, y comenzó a caminar hacia la puerta del este.

La hechicera estaba contrariada. Se sentía inútil y, para colmo, se sentía inútil frente a un
inútil. No solo no había encontrado un lugar para la niña, sino que ahora esta volvía chillando
como una recién nacida. Incluso al ver a su querido burro y montarse en él, luego de que Krirstn
deshiciera el hechizo, continuaba diciendo cosas por lo bajo y llorando.
Tanto estaba pensando en eso que no se dio cuenta de la dirección que habían tomado, hasta
que el gran portalón de la entrada este se cerró a sus espaldas. Fenr y ella, junto con la niña,
estaban dentro de un grupo más grande de gente, la mayoría a pie, pero algunos en humildes
monturas. Volvían a los campos y las casillas de afuera de la ciudad, una vez vendidas sus
mercaderías y sus servicios. Fundidos en aquella masa de gente, apenas se notaba la presencia
de un caballero. Y nadie notaba a una hechicera, incluso con una niña chillona detrás suyo.
Krirstn se acercó lentamente a Fenr.
-¿No crees que deberíamos tomar inmediatamente hacia el norte?
-Todavía no.
Fenr la miró, con ojos cansados y lánguidos. La hechicera no lo había visto nunca así: era el
rostro de un hombre que ha aceptado errores, pero también el rostro de un hombre que lo ha
intentado todo y se ha rendido ante el peso de algo que nunca podría cargar. Pensó si ella tendría
un rostro similar, habiendo funcionado ese día como frustrada madre. Pensó también,
fugazmente, si tendría ojeras, surcos de preocupación y cansancio y el cabello demasiado agitado,
como sucedía con el caballero, y su sentido de la coquetería se vio asaltado momentáneamente
por la vergüenza.
Al menos estaban parejos.
-El norte no nos está permitido –dicho el caballero en un susurro, mirando sutilmente a las
personas que los rodeaban-. Luego te lo explicaré, cuando nos alejemos de la vista de los
guardias de las torres.
El grupo de campesinos, artesanos y comerciantes se fue disolviendo; a una buena distancia
de las torres de las murallas, Fenr, Krirstn y Ulr se dejaron caer detrás de un árbol. Drek se posó
en una rama cercana, mirando caer el sol. Era el único que había descansado un poco en todo el
día; había comido tanto que apenas se sentía con fuerzas para volar.

Ulr no habló. Miraba a Krirstn con ojos llameantes y se fue a dormir rápidamente luego de
comer algo. Fenr no tocó el tema; simplemente no era su problema.
-Para ser una comarca tan poco tradicionalista, mantienen muy bien las costumbres en cuanto
a las leyendas.
-No veo qué tiene que ver una cosa con otra.
-Veo que no has preguntado por rutas rápidas, ni te has encontrado con ninguno de los tuyos.
No podemos ir hacia el norte porque hay un bosque que está prohibido. Encantado de alguna
manera, aparentemente.
La hechicera asintió a los pocos segundos, primero levemente, luego con fuertes inclinaciones
de cabeza, mientras masticaba un trozo de pescado seco que había salido de las viandas
otorgadas por el regente de la ciudad.
-El bosque de Yjtr, es verdad. Cuando vine aquí por primera y única vez, hace ya mucho
tiempo, mi maestra me lo mencionó. Sin embargo, no dijo mucho. Y no hacía falta. Mencionó la
palabra “prohibido” y yo no pregunté más.
Fenr dejó el pescado a un lado.
-¿Pretenden detenerme con simples prohibiciones? Acaso...
-¿¡Simples prohibiciones!? Lo dice alguien que no sabe nada de Kisan...
-Un momento, un momento. Acepto el poder de magos y hechiceros, aunque muchos de ellos
puedan ser charlatanes. Pero no he visto en mi vida, ni he escuchado de fuentes fiables, de
lugares enteros que sean dominados por esa fuerza que les da sus poderes.
-Pues yo tampoco los he visto. Y no me hace falta.
Estaban demasiado cansados para discutir. Los dos dejaron a un lado las sobras de la comida.
Krirstn miró con envidia a Ulr, acurrucada en su manta recién comprada.
-Ahora que lo pienso... Zkart ni siquiera tiene una puerta que dé al norte.
-Exacto. El bosque ya estaba allí cuando amurallaron los pueblos centrales. No quise torcer el
rumbo hacia el norte para no preocupar más al regente con mi decisión. Es una buena persona y
tiene demasiadas cosas entre manos. Además, muchas personas nos estaban viendo. Hubiéramos
llamado la atención si nos veían tomar esa ruta. Preferí mezclarme con los campesinos y girar solo
cuando estuvimos solos.
La hechicera hizo una seña de aprobación.
-Además, aunque confíe en él, Zkart no es una ciudad confiable. En otros tiempos, con o sin
peste, aislados de la corte real, ya estarían tramando algo. Hay muchos ojos que no pertenecían a
campesinos curiosos.
A eso afirmación, que excedía los conocimientos de Krirstn, la hechicera no dijo nada, y
simplemente respondió haciendo un saludo con la mano y cubriéndose con su manta.

Drek despertó y lanzó algunos graznidos. Fenr se había acostumbrado a que su escudero, que
era ahora una urraca, funcionara oportunamente como gallo. Pero eso no quería decir que lo
agradeciera, particularmente cuando las noches se hacían cortas comparadas con un día largo y
agotador. Era una tarea poco glamorosa, incluso peligrosa teniendo en cuenta el temperamento
del caballero. Pero era algo que siempre había formado parte del extenso repertorio del fiable
escudero, incluso cuando tenía forma humana.
Lentamente todos se levantaron y comieron algo, ocupándose de los asuntos personales como
mejor pudieron. Ulr seguía sin decir palabra, y ese detalle fue la única novedad, habida cuenta la
siempre presente ebullición de sus labios.
Se encaminaron hacia el norte, tomando un camino que serpenteaba entre casas aisladas,
campos de cultivos y pequeños grupos de árboles cortados por leñadores.
La noche había sentado bien a la pequeña huérfana, que volvía ahora a corretear entre árboles
y espigas, saludando cada tanto a algún campesino. Krirstn no dijo ni hizo nada, incluso cuando la
paciencia del caballero Fenr se colmó y le exigió que impusiera algo de orden.
-No me hará caso –le reconoció en un momento, cuando la niña se alejó para observar un
árbol enorme que nunca antes había visto de cerca-. Tuvimos una pelea. Está enfadada conmigo
porque le... puse ciertos límites. Si le dijera algo, temo que se enojaría más todavía.
Fenr asintió con aire serio.
-Entonces no la reprendas.
Siguieron así, en el silencio del viento, las pisadas de los caballos y el susurro de las hojas. La
hechicera comprendió entonces que las palabras del caballero tenían un posible doble significado,
algo en lo cual él era un verdadero profesional. Cuando llegaron al árbol que Ulr había ido a
investigar, la niña se había trepado a una rama, y estaba un poco por encima del nivel de visión
de Krirstn. Entonces la hechicera pensó en algo que podría, o no, ayudar.
-Ulr, ¿sabes hacia donde estamos yendo?
La niña giró sorprendida la cabeza, y pasó un tiempo sin contestar. Los caballos siguieron de
largo, y la mujer no prestó atención al hecho de que dejaban atrás a la niña. Ulr, eventualmente,
bajó y se acercó corriendo a la yegua sobre la que cabalgaba Krirstn.
-¿A donde?
-Te lo diré si te subes y prometes prestarme atención a lo que tengo que decir. Y también si
prometes no decirle a ninguna persona que se cruce en nuestro camino. Es un secreto –murmuró
con un gesto confidente.
En eso tuvo un gran acierto; a los niños les gusta parecer importantes y adultos al serles
referido un secreto.
La niña trepó a la yegua y se aferró a Krirstn, mirando el tranquilo paisaje. La vista se
extendía por muchas leguas, salvo en los lugares donde la hierba alta o los árboles quebraban el
horizonte.
-¿Vamos a las montañas? ¿Por eso me compraste una manta tan abrigada? Tenía un poco de
calor, pero no quería destaparme para no enfermarme... ¿Vamos hacia una de esas montañas tan
altas que tienen nieve en la cima? ¿Vamos a ...?
-Sí, vamos hacia las montañas, aunque primero pasaremos por un lugar muy especial. Pero no
te contaré nada si no me dejas hablar.
Krirstn trató de moderar su tono y parecer más juguetona que seria, o enfadada. Pensó que lo
hacía, ahora, mejor que antes, pero comprendió que tenía que actuar muy bien a partir de
entonces, si no quería que la niña se enfadara completamente con ella y luego la rechazara. Sabía
que necesitaba obediencia de parte de ella, principalmente en esa parte del trayecto.
Dejó que pasaran unos pocos segundos, asegurándose de que Ulr no contestaba de manera
insolente. Finalmente comenzó su actuación.
-Vamos a un bosque encantado.
Ante la mirada de asombro de la niña, Krirstn recordó la promesa de no decir nadie a la gente
que pudiera encontrar en el camino.
-¿Algunas vez has visto de cerca un bosque encantado?
La niña respondió con su cabeza que no, mientras su rostro se encendía de alegría y sorpresa.
-Pues vas a ver uno, entonces. Desde adentro y desde afuera, aparentemente...
-¿Y tú has entrado alguna vez en uno?
Krirstn dudó.
-Pues... no. No personalmente.
-¿Y cómo son?
-Pues.. nadie sabe mucho. Son lugares muy misteriosos, y peligrosos.
-Entonces no sabes cómo son... –súbitamente la niña perdió el interés, y Krirstn sintió que eso
no era bueno. Así que improvisó.
-¡Claro que no! Eso es lo más divertido. ¡Podemos conocerlo juntas! ¿Qué te parece? Además,
si yo supiera algo y te lo dijera... ¿qué gracia tendría?
Al menos eso la entusiasmó en algo más, dejando de lado el rechazo hacia la hechicera. Al
poco rato Ulr se cansó de saltar por el campo y se subió, cansada, a la yegua. Reanudaron el
camino y lentamente se durmió, aferrándose a la capa de Krirstn.
-Supongo que se cansó de saltar y parlotear.
La mujer estaba absorta contemplando, de reojo, el rostro pacífico de la niña, así que no notó
el tono un poco burlón del caballero.
-Sí...
Supongo que no todo lo que hago es malo, pensó.
Ambos quedaron en silencio. Krirstn volvió súbitamente a la realidad sobre la cual cabalgaba.
-¿Estáis seguro de que deseais hacer esto? Hay una razón por la cual el bosque está prohibido.
Son lugares peligrosos... por eso nadie sabe nada de ellos.
-¿Y tú, qué sabes?
-Pues... se dice que hay presencias allí. Presencias que pueden volverte loco, o impedirte salir.
O ni siquiera dejarte entrar. Tal vez estamos cabalgando inútilmente...
-Esperemos que no. Hay que atravesar rápidamente ese bosque. No quiero molestar a quien
sea que está ahí... tal vez tú puedas hablarles, decirles algo. Tú eres la experta.
La palabra le quedaba muy grande. Demasiado.
-Pues... no sé si sé qué hace falta. Trataré de pensar en algo, aunque..
Miró de nuevo a Ulr, de reojo. Sabía una posible solución, pero era... no, no quería decirla
ahora.

No pasó mucho tiempo antes de que el grupo llegara a los lindes del bosque. La hechicera
había sentido previamente la presencia de una gran fuerza, pero al ver la roca detuvo la marcha y
alertó al caballero.
-Aquella piedra es el límite; no hacemos nada bien al cruzarlo sin el permiso de lo que mora
dentro.
Era casi de noche. Un bosque ligero los rodeaba, formado por jóvenes árboles, arbustos y
matas de gruesa hierba. Más allá de la roca se extendía la oscuridad.
-¿Y cómo se supone que golpeamos a la puerta?
Krirstn lo pensó antes de decir algo.
-Creo que sería mejor que cenaramos aquí. Pero con cuidado; sería prudente que ellos notaran
nuestra presencia pero sin llamar demasiado la atención. Mañana, en todo caso, veremos con
detalle qué es conveniente y qué no lo es. Necesito consultarlo con mis sueños.
Aquello era una mentira a medias. Intuía, sin tener que soñarlo, qué podía ser necesario...
pero temía decirlo.

La bruma lo cubría todo. Krirstn finalmente se durmió. Cuando despertó, creyó que aquella
oscuridad flotante era parte del sueño. Pero Fenr ya estaba despierto y la estaba llamando, un
poco alarmado.
La hechicera se levantó lentamente y se calmó. El sueño había sido claro y quería ponerlo en
marcha antes de olvidar algo.
Ulr no quería salir de su manta.
Krirstn volvió a ensayar lo del día anterior. Pero esta vez no le gustó hacerlo.
-¿Sabes qué? Van a dejarnos entrar... pero tú tienes que ir primero. Quieren verte... en
serio... me dijeron que fueras. No te miento. De otra manera no podremos entrar y no podremos
conocer el bosque...
Al poco tiempo la niña estaba de pie y arreglándose el cabello. Su entusiasmo contrastaba con
la preocupación, apenas escondida, de Krirstn.
-Ahora recuerda, sé buena chica y no hagas travesuras. Explícales cuántos somos, díles que
queremos pasar rápidamente por el bosque, sin molestar a nadie. Diles que es importante que
crucemos para llegar hasta las montañas... ¿De acuerdo?
-Sí.
-¿Me lo prometes?
-Sí, te lo prometo.
Fenr lo recordó siempre como una de las visiones más extrañas, tiernas, emotivas y
temerarias de su vida: una niña entrando a la bruma y desapareciendo detrás de la roca que
marcaba el comienzo del bosque prohibido.
Muchos caballeros darían sus castillos por no tener que hacer algo así.
-¿Porqué la envías a ella?
Al principio la mujer no respondió. Incluso después de que pasaron varios minutos, siguió
mirando la oscuridad hipnótica.
-Porque... ellas me lo dijeron.
-Pero tú ya lo sabías.
Fenr la estaba mirando a los ojos.
-Yo no cuento leyendas y cuentos de viejas, pero los escucho.
-Yo... no quería hacerlo. No sé qué encontraremos aquí. Ya bastante difícil es traerla... Y más
difícil es enviarla así. Pero solamente aceptarán a una persona como ella. Lo dicen las leyendas.
Sólo los inocentes, los puros de corazón o los muy sabios pueden pasar por estos lugares. Lo que
vive en estos bosques juzgan esas cosas. Ella es una niña... y una de las niñas más inocentes que
conozco, tengo que decirlo.
-Ya veo, ya veo. Entonces debemos esperar que vuelva con un permiso para cruzar el bosque,
y luego...
A pesar de que apenas podía ver su rostro a un brazo de distancia, el caballero notó que la
hechicera no estaba totalmente contenta con la forma de armar esa oración.
-No cruzar, sino entrar. Debemos pedir y obtener permiso para entrar; luego, pedir y obtener
permiso para salir. Así es como funcionan las cosas en estos territorios. Lo que vive dentro puede
hacer lo que quiera con nosotros.
Fenr estaba abriendo la boca para responder, cuando oyeron los pasos de la niña.
09 – El bosque de las preguntas

Interrogar a la niña no fue necesario. Había vuelto corriendo y saltando, repitiendo una rima
con su tierna vocecita infantil pero sin mucha gracia, ya que no parecía tener la facilidad del
canto:

¿Es necesario más permiso para entrar?


¿Acaso los mortales no aceptan el reto?
¿Acaso temen tener prohibido cruzar
la puerta de roca de nuestro territorio?
¿Porqué no pasar y así averiguar
lo que esconde este bosque sin final?

Krirstn tomó con fuerza las riendas de la yegua, ahogando en el gesto una gran duda.
Cuando la niña se calmó y dejó de respirar agitadamente, recuperando su color habitual, la
hechicera le preguntó.
-¿No han dicho nada más?
-No. Hice todo lo que me dijiste, y las voces del bosque me dijeron que les repitiera la
canción... pero después de hacérmela memorizar, se callaron. El bosque es raro. ¡Vamos,
entremos de nuevo, tal vez ahora podamos ver quienes son los que hablan!
La mujer no tenía muchas esperanzas de lograrlo. Algo que, por otra parte, era totalmente
irrelevante para poder cruzar. Sin embargo, le sonrió a la niña, para ocultar sus pensamientos.
-Sí... tal vez podamos.
Fenr no contestó, pero esperó a que las damas cruzaran primero la frontera.

Resulta difícil explicar la enorme mezcla de sensaciones que cada uno de los ingresantes tenía
al pisar aquel bosque. Fenr se sentía particularmente desnudo; Krirstn lo había convencido de
dejar su espada y su daga en el caballo, junto con su armadura. Como siempre, desconfiaba de
casi todo, por ser ese casi todo algo poco conocido (y por lo tanto, potencialmente peligroso) o
muy conocido (y por lo tanto, debidamente clasificado como peligroso, ya que nadie era
totalmente confiable). Sin embargo, la cuestión de que el bosque estuviera encantado superaba
aquella paranoia normal en él, creando un cielo encima de otro cielo: un recelo todavía mayor,
por cuanto era un tipo de bosque más desconocido que el resto del mundo. De manera que es
poco probable que alguien pudiera hacerse una idea exacta de la sutileza de sus movimientos, de
la profundidad de su mirada al escrutar cada hoja y cada rama, esperando algo que desconocía.
Krirstn, por otra parte, se sentía sepultada por el enorme peso de aquella situación. El
Kisanbstnka que formaban al mundo y circulaban por él eran la fuente de su propio poder. Eran
una realidad imposible de negar. Pero nunca se materializaban de la manera en que lo prometía
un bosque encantado. Eran presencias reales, pero tan alejada como el sol, y tan misteriosa como
el fondo de los mares. Como hechicera y manipuladora de aquél Kisanbstnka del mundo, no era
necesario creer. Pero nunca había estado tan cerca del ver, o del sentir tan cerca... casi como si
pudiera tocarlas.
Ulr era, con mucho, la más entusiasta. Encabezaba la marcha, saltando suavemente por la
hierba, esquivando con gracia las enredaderas y las raíces de árboles que los otros dos, más
grandes y recelosos, evitaban con movimientos lentos. Mientras tarareaba la rima que las voces le
habían dado como bienvenida, pensaba que nunca en su vida había creído posible aquello. Entrar
a un bosque encantado. Le habían advertido que nunca lo hiciera, pero es sabido que a los niños
les atraen más las cosas prohibidas que las permitidas, así como las moscas molestan una y otra
vez la misma oreja, sabiendo que la misma mano volverá a sacarlas de allí.
Y ahora, la niña quería ver o escuchar eso que no había visto ni escuchado en su primera
entrada. Pensaba que, al adentrarse más, mayores serían los prodigios que vería. Y si ella era
curiosa de por sí, aquella curiosidad de lo prohibido ardía todavía más fuertemente en sus ojos.
Las monturas avanzaban sin ninguna de aquellas preocupaciones o alegrías, aunque notaban
un cambio general, benéfico, en el ambiente. Ellas sí que no tenían nada que temer. Drek, en
cambio, estaba confundido por el hecho de que las demás aves no parecían reconocerlo como uno
de los suyos. Aquel hecho era realmente extraño: en todos los casos nadie había nunca dudado de
su naturaleza animal, ya fueran hombres o bestias. De manera que se dedicó, extrañado, a
sobrevolar al grupo pero sin bajar demasiado.

Cruzada la línea de la roca, con los primeros pasos dentro de la floresta, Krirstn volvió a
insistir:
-Recordad lo que os he dicho: ante todo, paciencia. Lo que sea que habita estos bosques,
prefieren la paz, el silencio. Si llegan a hablarnos, responded con cuidado. Se sabe que juzgan a
los que entran por lo que dicen y lo que hacen... y más nos vale que nos dejen salir.
Con esa advertencia se adentraron en el bosque, que no presentaba nada inusual a primera
vista. Sin embargo, había allí un aire llamativo, algo que los impacientaba y no podían definir.
Fenr se pasó la mañana echando miradas furtivas a todo lo que se movía o parecía dispuesto a
moverse. Esto incluía a Ulr, quien seguía encabezando la caravana como un heraldo desaforado.
Hasta que el caballero la amonestó y Krirstn, haciendo de apaciguadora pero agradeciendo
internamente la crítica de Fenr, la subió a la yegua y pudo concentrarse realmente en lo que
pasaba por su cabeza.
Fue una espera inquieta, que no llevaba a nada. El sendero que transitaban era uno como
muchos otros. El bosque era bastante denso, aunque permitía la orientación. Pero la frase final de
la rima no era muy alentadora, recordó la hechicera. Sabía que dependerían, eventualmente, de
la guía de esas voces, y de su aprobación para poder seguir su camino.
La charla era esporádica y rondaba sobre ese mismo tema, una y otra vez.
-¿Hay algo que no nos convenga hacer dentro de este bosque? Ya que debemos dar una
buena impresión...
Krirstn miró hacia el cielo, como haciendo memoria, mientras movía nerviosamente sus dedos.
-Sí. Principalmente, no dañar ni matar nada de lo que está aquí dentro. Y te lo digo a ti
también, Ulr. Es en serio. Nada de romper los árboles; más te vale que no te vea escalando uno.

Pararon para almorzar, y luego siguieron adelante. La tarde se les hizo larga, cansadora,
aburrida y metódica. Hasta los caballos parecían hartos de repetir siempre los mismos pasos, y
estaban como listos para salir al galope. El aire que respiraban era fresco, pero de alguna manera
embriagador. Se sentían, a veces, un poco eufóricos, sin saber porqué.
Una fogata cuidadosamente preparada hizo que esa noche no pasaron frío. Aprovecharon la
oportunidad para comer algunas de las raciones que les habían dado en Zkart.
La marcha continuó por varios días. El bosque constituía un atajo importante, pero aún así la
distancia a recorrer era mucha. El tiempo, sin embargo, transcurría de manera poco común. El
primer día era tan parecido al segundo como el cuarto al tercero, y el sendero era siempre el
mismo. Cada tanto debían tomar una bifurcación, confiando en el sentido de la orientación de
Fenr, quien dormía hacia donde estaba, o creía que estaba, el norte.
No sería raro pensar que, al segundo día de todo aquello, Fenr tenía ganas de encontrar
montar a galope, dejar atrás a las dos mujeres que lo detenían, y olvidarse de todo aquello,
asiendo fuerte las riendas de su caballo de batalla para no mirar atrás. Krirstn pensó que tendría
que apaciguarlo de alguna manera, inculcándole paciencia, y dedicó algún tiempo en eso. Pero
luego vio que no le hacían falta. El agua hervía dentro de la olla, pero no se derramaba. Y tocar
aquél metal caliente solamente hubiera terminado en una quemadura dolorosa. Así que
simplemente puso la mejor cara que pudo esbozar.
Pasaron tres días, o al menos así les pareció. Fenr no parecía pensar en ello, y la hechicera no
se lo preguntó. No podía recordar si ciertos eventos habían pasado el primer día o el segundo.
Drek sencillamente había desaparecido, lo cual preocupaba al caballero, que estaba taciturno y
silencioso. De haberse atrevido a desenfundar su espada y su daga, estaría ocupado en aquél
gesto nervioso e impaciente, aquella limpieza y aquel afilado casi paranoico. Pero por esa misma
paranoia, decidido a jugar incluso con reglas que no estaban escritas, las fundas permanecieron
llenas de acero, mientras el caballero tenía una coraza de paciencia que encerraba un interior de
ansiedad.
Ulr era, sin embargo, la que más preocupada a Krirstn. Después de algunas horas de no ver a
nadie, ni escuchar la presencia de los seres sobrenaturales que imaginaba, se vio decepcionada.
Se había vuelto un poco hosca y quisquillosa, sobre todo con ella, posiblemente recordando el
incidente en Zkart. A veces, durante el almuerzo, desaparecía por un rato y luego volvía, todavía
más decepcionada. Casi no le hablaba y lo hacía de manera poco amable.
Krirstn pensó varias veces en amonestarla por aquellas escapadas, en las que temía que
pudiera estar creando problemas para todos. Más allá del grave problema que sería el perderla en
semejante bosque. Pero aquello, nuevamente, hubiera sido peor. La hechicera se encerró en sí
misma, no pudiendo hablar ni con Fenr ni con Ulr, quienes estaban dispuestos a estallar en
cualquier momento.
Sin embargo, fue justamente Ulr y sus escapadas el motivo que inició aquél asunto. Al menos
así lo recordaba Krirstn. Había sido el tercer o el cuarto día; algunos elementos del recuerdo
estaban desencajados. Aquello era cosa del bosque, lo sabía. Cada vez que trataba de
desenrollarlo, algo sucedía y tenía que volver a comenzar de cero.
Fuera el tercero o el décimo día, los resultados fueron los mismos. Ulr no estaba cuando
despertaron en su campamento. Los caballos estaban allí firmemente atados, ya que Fenr tenía
miedo de que algo pudiera espantarlos durante la noche.
El caballero no se preocupó, como otras veces, demasiado del paradero de la niña, pero sí lo
hizo la hechicera. Perdió varias horas buscándola, sin alejarse demasiado, hasta que decidió
volver a pedir ayuda, bastante más preocupada.
Fenr accedió sin mucho que decir. Pasaron varias horas, y cada tanto tenían la sensación de
estar retornando al mismo lugar, sin estar totalmente seguros. Los árboles eran similares, y
también los caminos y las rocas que los bordeaban. Sin embargo, los desorientaba que una gran
roca que habían tomado como referencia no estuviera en el mismo lugar, y llegaron a pensar que
no era la misma roca, ya que cada vez era ligeramente diferente en algún detalle.
Totalmente cansados y con Krirstn a punto de estallar de la agitación, Fenr consiguió hacer
que se quedaran en el siguiente claro, apoyándose en una gran trozo de roca que emergía del
suelo.
-Se ha perdido. Soy una idiota... tendría que haber sido más firme con ella. Nunca la
volveríamos a ver... Debe estar perdida...
-No era nuestra de todas maneras.
El comentario fue al azar, pero la hechicera lo tomó muy personalmente.
-Tengo razón. Tú la considerabas tuya. Yo siempre quise dejarla a un lado, era lo más seguro.
Comprendo que no hubo otra opción, pero es así. Ha pasado lo que temíamos. Debiste haberte
preparado.
-Nunca la quisisteis, siempre...
-Siempre quise dejarla en otra parte, en un lugar que sí fuera para una niña. Como no quedó
otra opción, lo acepté, pero conociendo los riesgos, riesgos que ella no podía asumir debido a su...
condición. Pero nunca la tomé como si fuera una hija, cosa que sí has hecho tú.
Hacía tiempo que Fenr no mencionaba el tema de la... condición de Ulr y Krirstn, y aquello fue
suficiente como para encender la mecha.
-¡Condición! –la hechicera se levantó, furiosa y con las manos crispadas junto a sus piernas.
En aquellos momentos, ellos no lo notaron.
-Me refiero a su edad, no a su femineidad. Tú has demostrado que puedes defenderte sola, y
lo respeto. Pero ella no puede. Depende de los dos, principalmente de ti. Ha pasado lo que tanto
temías; se ha descontrolado más de la cuenta, en el peor momento y en el peor lugar.
-¡Tú también podrías haberme ayudado a cuidarla!
La roca se estaba moviendo.
-Cómo crees... –Fenr se levantó lentamente-. Nunca he tenido una hija.
La roca se levantó. Y eso sí lo notaron ambos.
Nudosa y carcomida por heladas, soles y luz de luna, el enorme promontorio tenía todo tipo de
esquinas, aristas, recovecos y salientes. Rápidamente, todas se reconfiguraron formando una
figura ligeramente humanoide, de unos tres metros de alto, con piernas del grosor de caballos y
brazos como árboles.
No hizo falta más que eso para que ambos comenzaran a correr, sin tener mucha idea de
hacia donde lo hacían.
Se preciaba Fenr de ser un verdadero caballero, y como tal tenía una obligación ante las
mujeres. Sin embargo, en aquel punto su mente encontró un factor interesante. En su
vocabulario, mujer era un concepto abstracto que englobaba, particularmente, la holgazanería, la
total indefensión (por cuestiones de falta de voluntad, y no de falta de experiencia solamente) y
otros temas que (al menos en ese momento) no venían al caso. Krirstn era un caso extraño, en
donde la holgazanería y la indefensión no eran un tema principal, de manera que si bien
técnicamente era una mujer, no era necesario ayudarla para saltar raíces tramposas, ni avisarme
de ramas en el camino, ni nada similar. No fuera a darse el caso de que ella, más tarde, se lo
reprochara por pensar que era una inútil.
De manera que con más años y un peso mayor, se abrió paso entre la generalmente espesa
vegetación, mientras la hechicera lo seguía, pensando en si hacer algún conjuro dentro del
bosque, incluso uno pequeño, sería o no una complicación.
Ulr se les unió al poco tiempo, o más bien ellos la encontraron, trepada a un árbol, por pura
casualidad. La niña vio al gigante y bajó chillando, pasando a formar parte de aquella caravana
alocada que huía de la criatura, la cual no tenía problemas en arrancar árboles, pisotear arbustos
y cortar enredaderas a su paso.
Sin pensar por donde iban, tomaban uno u otro camino, intentando no atascarse en la
vegetación. Ulr, usando sus manos y piernas, logró adelantar a Fenr. Krirstn y el caballero
llegaron al pequeño claro unos segudos después, pero encontraron el mismo escenario.
Un anciano pequeño, vestido de pardo, leía un libro sobre un gran sillón de madera oscura,
reclinable, meciéndose a destiempo de las olas del viento. A su alrededor, grandes estantes y
bibliotecas destacaban por sobre el pasto, llegando a abarcar varios metros de alto y de ancho.
Los anaqueles estaban repletos de todo tipo de libros: grandes, pequeños, gruesos, delgados...
El anciano siguió leyendo, sin gafas, hasta que Ulr, con mucho la más impertinente del grupo,
se acercó a su biblioteca. El caballero y la hechicera habían quedado mudos, casi petrificados, a
varios metros, pero la niña, que no había visto un libro en su vida, quedó maravillada de
encontrar tantos en tan poco espacio. Así que intentó tomar el más grande y vistoso que pudo
encontrar.
Sus dedos pequeños y rápidos no llegaron a acercarse más que un par de centímetros al lomo
de la criatura, la cual se convirtió en un enorme pájaro gris, que salió despedido por el aire como
si hubiera estado enjaulado por días. Medio segundo más tarde, todos los demás libros lo
imitaron, convirtiéndose en un enorme montón de plumas y alas que se agitaban casi con el
mismo compás, buscaron refugio en los árboles cercanos. Los estantes desaparecieron de manera
similar, sólo que las aves que de ellos surgieron eran más grandes, del tamaño de águilas y
halcones.
En ese punto, el anciano levantó discretamente la vista. Krirstn, todavía procesando aquella
maravillosa muestra de hechicería, pensó que vería ira, pero en su lugar encontró la tranquilidad
de un lago de montaña. El libro temblaba en sus manos, como temeroso e intentando seguir el
camino de sus hermanos, pero indeciso ante la negativa del anciano.
El viejo miró a Ulr, quien ahora sí estaba totalmente espantada y clavada al suelo, pensando
que recibiría una terrible reprimenda. Sin embargo, el anciano vestido de pardo sonrió
afablemente y silbó una pequeña melodía.
Los pájaros volvieron a su lugar, abandonando las ramas tan rápida y bruscamente que
algunas de ellas chasquearon ruidosamente. La biblioteca regresó así a su estado anterior.
Ulr se tranquilizó y se quedó inmóvil, apenas respirando. El anciano bajó la mirada, terminó de
leer un párrafo y luego la levantó de nuevo, mirando esta vez a la hechicera y al caballero.
Krirstn despertó allí de su sueño.
-Kshtar... –murmuró. O más bien intentó murmurar, porque en su completa sorpresa y
estupefacción, había olvidado cómo modular la voz, y en realidad lo dijo casi en un grito,
reteniendo un pequeño ataque de histeria. Había tenido ya demasiadas emociones fuertes para un
solo día.
Fenr la miró. Aunque él no sabía nada de magia o hechicería, reconocía que aquello era algo
realmente fuera de lo común. Y si su compañera de viaje estaba tan sorprendida y asustada,
resolvió estarlo él también.
Ulr no se movía, esperando una reprimenda; Krirstn no sabía qué hacer, o decir, frente a tan
diestro exponente de aquella hechicería prohibida. Fenr, más que nunca, había aprendido a no
hacer nada que pudiera o no pudiera hacer enojar a alguien dentro de ese lugar tan extraño,
donde las piedras tenían vida y los libros podían ser pájaros.
El hechicero, finalmente, quería terminar de leer aquél capítulo.
Un minuto o unos segundos después, sonrió ligeramente, cerró el tomo, lo acarició y se lo
acercó a Ulr, quien pestañeó varias veces hasta comprender el gesto. La niña lo tomó
suavemente, y lo miró. Lo acarició de la misma manera tierna y sutil con que el hombre lo había
hecho, como si se tratara de una mascota, y luego lo abrazó. Era pesado para ella, y temió que se
le cayera. Entonces vio que el anciano le señalaba un estante en donde había un hueco, y con
algo de trabajo la muchacha lo dejó allí.
Cuando Krirstn buscó con los ojos a Fenr, lo encontró sentado sobre una roca, cruzando los
brazos. Aquello la dejó sin palabras, o más bien, acorraló muchos insultos en su garganta, que no
podían salir por respeto a los presentes. Su mirada sobre Ulr tuvo más efecto: la niña se sintió
inmediatamente atraída hacia aquellos brazos que la habían tratado antes como a una hija.
El viejo miró la escena sin ningún gesto en particular. Cuando Ulr estuvo ya en brazos de
Krirstn, dijo, levantando la mirada hacia los árboles que habían estado cargados de sus libros.
-Ah... hace tanto tiempo que no escucho esa palabra. O cualquier palabra que salga de bocas
humanas. Palabras que no forman preguntas.
Sus ojos ahora miraron a Krirstn.
-Veo que no estaba equivocado, alguien más había entrado a este bosque. Supongo que no
buscándome, ni buscando refugio como yo lo hice.
Sus ojos miraron el acero que colgaba de la ropa de Fenr.
-No... en otro tiempo, caballeros como vos me perseguirían, y hechiceras como tú buscarían
una alianza para evitar la muerte... y las niñas no vendrían solas a un bosque como este. Extraña
alianza esta, de hechicería, acero e inocencia. Casi como la de los viejos tiempos... ¿Son viejos,
verdad? He perdido la cuenta de los años que pasé aquí, y son años ciegos, años de bosques,
años de leyenda.
-Disculpadme si lo he asustado, noble señor, pues sé muy bien que a los magos y hechiceros
no les agrada ser interrumpidos cuando leen. Nuestra aparición tan repentina fue totalmente
involuntaria.
Sonrió el viejo, y se hamacó levemente en la silla.
-No hay ningún problema con ello. No me habéis asustado. Me habéis traído algunos malos
recuerdos, pero nada más. La presencia de esta niña, sin embargo, ha calmado cualquier
sospecha que pudiera tener... no, no me refiero a la pequeña, sino a ti, hija de la hechicería.
Krirstn se había relajado ante todo aquello, pero el ser llamada niña por aquél anciano la
descolocó un poco. No parecía tan viejo, aunque teniendo en cuenta que el Kisanbstnka podían
alargar la vida... pero el Kshtar...
-Siéntate, como hizo tu compañero. Y deja que la pequeña vague por allí, si quiere. El
atknastla me teme, así que no se acercará. O, si lo prefiere, puede quedarse a jugar aquí junto a
nosotros.
La hechicera le obedeció, en lugar de tomarlo como una sugerencia. Se sentó a dos metros de
Fenr, en el suelo. Ulr, sin embargo, prefirió quedarse parada, apoyada en un árbol y detrás de una
rama, como si pudiera servirle de escudo en caso de necesidad.
-Sí, Kshtar... una palabra que trajo muchos problemas. Pero tú conoces qué es, y de alguna
manera, estás en contacto con lo que significa... así me lo dice tu báculo. No lo has hecho tú,
¿verdad? No, claro que no. Temo que con el tiempo se haya perdido bastante de ese
conocimiento. ¿Cuántos años han pasado? No has respondido mi pregunta.
-Muchos... muchos –confesó Krirstn, tomando aire y tratando de tranquilizarse. Miró por el
rabillo del ojo a Fenr, como pidiéndole ayuda, y él, con un gesto de hombros, pareció decirle “oye,
me dijiste que estos temas eran tuyos, así que no me pidas ahora una mano”-. En realidad, creo
que muchos han perdido la cuenta. Pero las historias dicen que han pasado al menos doscientos
años desde que el último gran hechicero capaz de conjurar Kshtar fue muerto a manos de las
tropas de un rey.
El anciano dejó de hamacarse súbitamente cuando escuchó aquél número.
-¿Tanto? Hubiera jurado que era la mitad, o menos, de ese tiempo... Y eso, contando que yo
llegué aquí cuando todo aquél asunto estaba emergiendo...
-¿Se refiere al Kishantnarma?
-¿Así lo han llamado? Pues sí. Todos despertamos un día y nos sentimos extraños. De a poco
nuestros poderes dejaron de funcionar... ¿Sabes lo que es para un mago o un hechicero que nada
de lo que ha aprendido le sirva? No, tú no puedes entenderlo, niña. Vos, tashk, veo que habéis
cruzado muchos campos de batalla. ¿Alguna vez habéis quedado en medio de un combate, sin
vuestra espada y de a pie, sin un caballo cerca, o teniendo lejos a vuestro escudero? El cual no
veo por aquí... oh, bueno, supongo que estará por allí... –sonrió cínicamente, mirando por un
segundo a Krirstn, y luego al cielo-. ¿Pequeña travesura, verdad?
Los dos adultos se dirigieron miradas llenas de preguntas ante una parrafada de semejante
tamaño. El anciano hablaba rápido y con un acento un poco extraño, arcaico. Ulr, un poco más
lejos, no pudía escuchar ni entender mucho de lo que decían, y todavía parecía esperar la
reprimenda del hechicero.
-No es bueno que pase, claro –comenzó Fenr, excusándose-. Pero sí, ha habido casos en
donde me encontré en ese grave problema. Los caballos son derribados; las espadas pueden
salirse de nuestras manos. Y en ese momento, si no tienes un escudero, o una buena daga...
-¿Estás en problemas, verdad? Supongo que puedes intentarlo contra otro caballero o una
persona no muy capaz... un puñetazo de acero debe doler. Pero ya no te sientes tan seguro, y no
sabes qué hacer, o donde recurrir... Pues eso fue el Kishantnarma para nosotros. Peor, incluso.
Porque nuestro poder, teóricamente, no podía escapar de nuestros cuerpos, como un caballo o
una espada. Era inconmensurable, eterno, insondable, intocable para cualquier otro que no fuera
mago o hechicero... y luego algo nos lo arrebata. Hubo muchos que creyeron que era algún tipo
de shanktka, un poder ideado por los magos. Pero no era así. Yo lo supe, y muchos como yo
sencillamente lo aceptamos. No habría más shanktka ni kabstm. El Kisanbstnka ya no estaba.
-Pero... ¿cómo pudo aceptarlo? –había una completa incredulidad en la voz de Krirstn.
-No fue fácil... imagina que tu compañero tenga que pasar de caballero a campesino... es
risible, ¿verdad? Él se ríe con sonrisa de superioridad, pero en esa época, era un mal chiste.
Nosotros estábamos junto a los reyes, y no faltó el que se animara a llevar una espada. Fuimos
demasiado lejos, fuimos demasiado orgullosos. Y fuimos castigados. Muchos de nosotros se
convirtieron, lo he visto, en carpinteros, campesinos, vagabundos, herreros o zapateros.
Desistieron de seguir intentando, a riesgo de volverse locos de desesperación... Supongo que
éramos un poco adictos al poder. Sí, algunos se volvieron locos, no es una historia de viejos. Yo
huí de varios, de hecho, y todo eso me trajo a este bosque. Sabía que estaba prohibido, y que
nadie querría adentrarse aquí. Las voces me dejaron pasar. Yo era un gran hechicero, y muy
bueno con el Kshtar. Era conocido y aquello me hacía un blanco para la persecusión. No había
construido las monstruosas máquinas de guerra que algunos habían ideado... –bajó la cabeza y la
sacudió, como tratando de despegar de su memoria un recuerdo muy doloroso-. Pero ellos no lo
sabían, o no les importaba. Todos los hechiceros poderosos éramos peligrosos para los magos, y
para los reyes. Y cuando perdimos la influencia que teníamos ante los poderosos, cuando
perdimos nuestros poderes y la gracia de nuestros mecenas, todo se desarmó. Los magos
comenzaron a perseguirnos y ellos tomaron nuestro lugar en las cortes. Lentamente fuimos
desapareciendo, eliminados o arrojados al viento. Y así fue terminando todo, supongo.
Calló por unos segundos, abrumado por un dolor interno. Krirstn se dio cuenta de que debía
estar pensando en todos los amigos perdidos en aquella época oscura, de la cual su maestra
también le había hablado con gran dolor. Ayudados por los magos, los reyes habían cazado a
todos los hechiceros capaces de darle vida a las cosas inanimadas. Eventualmente el Kisanbstnka
retornó, luego de muchos años. Para ese entonces, los magos se habían ido estableciendo en las
actuales Escuelas. Con una gran influencia sobre los diferentes monarcas, construyeron torres en
todos los reinos, formando una organización autónoma que aconsejaba a los poderosos y los
protegía. Los hechiceros, relegados y malditos, volvieron a aparecer, pero con su poder
disminuido. Ahora su vida era de naturaleza vagabunda, dando bendiciones y tradiciones orales a
los campesinos y humildes. Eran hijos bastardos, campesinos empobrecidos, huérfanos y toda
clase de gente perseguida y perdida que encontraba en la hechicería la única forma de vida digna
e interesante.
De alguna manera, por como lo decía ahora aquel hechicero, el destino de los de su clase
parecía justo.
Mientras el anciano pensaba, Fenr llamó la atención de la hechicera.
-He escuchado algo de todo esto que dicen, porque hay leyendas de los reyes y los caballeros
de esa época. Supongo que muchas de las leyendas, transmitidas por los magos, no son
totalmente ciertas... y sabes que ellos no me caen muy bien. Confío más en la gente sin humos
en la cabeza, ya que por lo general esos humos le nublan la vista. Me cae bien el sujeto.
-No tiene porqué caeros bien, o no... es... ¡tiene más de doscientos años! Imaginad todo lo
que sabe, todo lo que ha aprendido... ¡Ha estado doscientos años en este bosque, vagando, sin
saber lo que existe fuera! ¿No lo encontrais al menos interesante?
El caballero se encojió de hombros.
-Claro. Pero la edad no hace sabia o mejor a una persona.
Ella lo miró como si hubiera dicho la estupidez más grande del mundo.
-¡Un hechicero de más de doscientos años que vivió antes del Kishantnarma, y sabe conjurar
un Kshtar tan poderoso! ¡Imaginad lo que debe saber! ¡Imaginad cómo puede ayudarnos..!
-Eso... eso no necesito que me lo digas. Pero tú estás pensando en todo lo que puede
enseñarte. Yo estoy pensando en todo lo que puede ayudarme a conseguir.
Fenr levantó una ceja y vio que el viejo, al escuchar de nuevo la palabra maldita, había salido
de sus pensamientos. Krirstn calló.
-Habeis hecho una pregunta, sin realmente hacerla. Sería descortés no deciros quienes somos
ni qué hacemos aquí, ya que vos nos habeis contado tu historia.
-Supongo que sí. Pero la cortesía humana...¿qué precio tiene aquí dentro? Han llegado hace
poco tiempo, ¿verdad? Y deben estar ya algo inquietos por salir. Yo entré con otras ideas...
pensaba más en que los soldados no pudieran entrar, sin preocuparme por mi salida. Nunca creí
que aquí dentro escaparía también de la muerte. Y ahora, sinceramente, el pensar en irme me
resulta arriesgado... ¿Y qué si el Kisanbstnka se desquita conmigo? Pero ustedes sí quieren salir,
creo yo. Como decía, extraña alianza... para un extraño fin, supongo.
-Pero necesario. Muy necesario.
El viejo lo miró con gesto serio.
-Si me lo permitis, necesitamos vuestra ayuda para al menos, salir de aquí. Y si lo deseais,
para ayudarnos en algo más... difícil. Algo que sinceramente, ninguno de los dos creemos poder
manejar, llegado el momento.
Krirstn asintió ligeramente, casi sin darse cuenta de que aludía a una inseguridad que no
estaba preparada para revelar explícitamente.
-Ah, una misión difícil... –la exclamación del hechicero sonó un poco sarcástica-. Supongo que
no tendrá que ver con la conquista de algún reino o territorio... como era en aquellos tiempos.
-No se puede conquistar algo que ya es propiedad de uno mismo -las miradas del caballero y
del viejo hechicero se pusieron un poco gélidas-. El condado de Taft es mío, pues así me lo ha
otorgado por herencia el mismo rey. Sin embargo, hemos descubierto que sobre la zona pesa una
situación más que complicada...
-¿Algo como un Unbkn?
Silencio. Mucho silencio.
-Ah... Ahora todo encaja, claro. Es eso, ¿verdad? Puedo sentirlo, y ellas, ellas también pueden.
Por eso están tan inquietas y quisquillosas. No saben qué es, pero saben que está allí. Yo tampoco
estaba seguro, pero ustedes vienen aquí a confirmármelo.
Recién en ese punto Krirstn tuvo coraje suficiente como para abrir la boca.
-No, niña, no he visto a ninguno. De hecho, nadie ha visto nunca ninguno, y nadie sabe
realmente qué es... es solamente una teórica sin ninguna prueba física. Se trata de algo tan
legendario, que solamente sucede cada muchos siglos, incluso cada varios milenios... es por eso
que las leyendas escritas no pueden contar algo así. Desde que el hombre y la mujer han
descubierto el mundo, el fuego, la madera, el metal... o los principios de la magia y la
hechicería... ¿quién sabe cuántos de ellos han aparecido y desaparecido? Hemos de pensar que
hay algo que puede destruirlos, o que ellos simplemente se esfuman al llegar a cierto punto, pues
de otra manera el mundo ya no existiría.
-Maestro... –interrumpió tímidamente Krirstn, haciendo un gesto con las manos-. ¿Qué es un
Unbkn?
La pregunta quedó colgada del aire como si la mujer fuera una niña de cinco años que
preguntara qué es un árbol.
-¿Cómo decírtelo? Nadie lo sabe, como lo he dicho antes, pues se trata de una construcción de
la mente, con diferentes teorías y suposiciones lógicas, derivadas de muchos años de
conocimiento acumulado y discutido sobre el Kisanbstnka. Que ahora no conozcas la palabra habla
a las claras de cómo ha caído nuestra profesión... –el anciano sacudió la cabeza, obviamente
dolido por esa realidad que anticipaba-. En fin, ¿qué puedo decirte? Unbkn es una brecha, una
rotura. Algo que modifica el mundo de una manera tan drástica que éste deja de funcionar.
Muchos dijeron que el Kishantnarma era un Unbkn. Otros no estuvieron de acuerdo. Unos dicen
que estas situaciones serán terminantes, que destruirían el mundo. Otros dicen que solamente lo
modificarán; otros creen que pueden ser temporales y no cambiar nada de manera definitiva. En
esa época, reunir a diez hechiceros implicaba reunir a veinte opiniones diferentes. Lanzar el tema
en una la conversación llevaba a una discusión de semanas. Cada uno tenía sus ideas, y estaba
dispuesto a defenderlas...
Fenr y Krirstn escuchaban atentos cada palabra, pensando en cómo serían las cosas en esa
época, trescientos o cuatrocientos años atrás. Mientras tanto, Ulr estaba preocupada viendo a una
ardilla comer una nuez.
-Algunos de mis colegas llegaron a pensar en una especie de círculos de creación y muerte,
pues insistían en que, si el Unbkn existía, el mundo completo debía morir cada cierta cantidad de
tiempo... para luego resurgir nuevamente. Y allí, en esa época de oscuridad luego del doloroso
parto, la humanidad volvería a reencontrar el amor, la madera, el fuego, el metal, y por lo tanto
las guerras, y luego el shanktka y el kabstm... Y luego otros contestaban que no era un círculo lo
que se trazaba, sino una espiral, pues cada generación era superior a la anterior, y lograba
descubrir más sobre su condición humana, el shanktka, el kabstm y la tecnología, antes de que
llegara nuevamente la muerte absoluta, y todo volviera a empezar... Y unos, finalmente, se
preguntaban si habría en aquella espiral un estadio en el cual el hombre y la mujer pudieran
prevenir y evitar la aparición del Unbkn, o incluso derrotarlo, ya sea mediante las artes del
Kisanbstnka, o mediante otros métodos. A los cuales otros contestaban que en realidad aquello
podría ser un grave error, porque atentar contra un orden tan perfecto y milenario solamente
podía traer el caos, pues, si alguien detenía al Recomienzo, ¿qué haría entonces la Creación, para
mantener el paso? Y los primeros respondían que exactamente, tal vez el paso de la Creación
fuera llegar a un punto en el cual los hombres y las mujeres fueran dueños de sus propios
destinos, incluso más allá de la vida y la muerte... pero muy pocos creían que el hombre y la
mujer estuvieran hechos de la madera fuerte que requieren el tomar las riendas de una vida sin
límites de tiempo o de poder.
Ulr estaba ya lejos, tratando de buscar la familia de la ardilla, trepando como una de ellas, a
tres metros de altura de donde conversaban los adultos.
Krirstn estaba fascinada en lo profesional, pero obviamente alarmada hasta los huesos. Para
Fenr, lo último se daba en ambos casos.
-¿Estáis diciéndome que tengo que dejar que mi condado y mi reino, y todo lo que me rodea,
incluso yo mismo, mueran por causa de esa indefinida construcción teórica?
-¡NO! –exclamó el anciano, saltando de la silla mecedora, con tanta fuerza que ésta cayó de
espaldas-. ¡Estoy diciendo que finalmente podré probar quién tenía razón!
Los pájaros dejaron de piar, los ciervos corrieron, y el atknastla se escondió ante la magnitud
del grito del anciano hechicero. Todo el bosque cayó en el mayor de los silencios, y en ese
momento, el graznar de Drek fue como el estallido de un volcán.
Ulr fue lo siguiente que se oyó, mientras se aferraba a una rama luego de perder asidero con
los pies.
Fenr se levantó de un salto, buscando la mejor posición para atajar a la niña cuando cayera.
Krirstn estaba canalizando sus impulsos para tejer algún hechizo que pudiera servir, pero quedó
paralizada al sentir a sus espaldas algo que desconocía.
A una orden verbal del anciano, la silla mecedora se había convertido en una gran bestia,
mezcla de lobo y león, que saltó varios metros y tomó suavemente con sus dientes a Ulr, cayeron
a tan poca distancia del atknastla que este tembló sensiblemente, y luego emprendió la fuga.
Una vez en tierra, antes de que la niña pudiera comenzar a patalear, el ser la dejó y volvió
mansamente a las manos de su dueño, quien lo recibió con los brazos abiertos y le acarició la
melena color noche.

Todavía estaban asombrados por todo aquello, cuando el anciano se les acercó con los brazos
abiertos, con el rostro afable de un abuelo que no ha visto a sus nietos en años, y los abrazó uno
a uno, comenzando por Fenr y terminando por la pequeña Ulr, a quien reprendió con un fuerte
pellizco en la mejilla y una mirada de complicidad.
-Ay, los niños... ellos sí que nunca cambian, siempre preocupando a sus mayores... Soy Ngr,
para lo que pueda servir conocer mi nombre. Y les agradezco desde el fondo de mi corazón el
darme una oportunidad de hacer algo realmente interesante después de tantos años... Por
supuesto, primero deberemos convencer a nuestras compañeras de que nos dejen ir, pero no creo
que eso sea gran problema.
Todos se presentaron, con una sonrisa nerviosa en los labios.
El anciano accedió a seguirlos a su pequeño campamento, el cual localizaron para la hora de la
cena. Durante la comida, Fenr narró una parte de la historia, y luego lo hizo Krirstn. No
escatimaron detalles, a pedido del anciano, y la saturación de emociones que Ulr había
experimentado, sumado al cansancio físico, la llevaron a dormirse mucho antes de llegar al
encuentro entre sus dos protectores. Ellos también tenían ganas de dormir, pero soportaban por
respeto al anciano, el cual les preguntaba y repreguntaba constantemente sobre todos los
pequeños detalles.

Al día siguiente, el tema que había estado en la mente de todos por días y días volvió a
aparecer, y parecía mucho menos importante.
-¿Dónde están? Pues no lo sé. Ciertamente nunca las he sentido tan... silenciosas. Cuando
entré a este bosque, tuve que pedirles permiso, y ellas aceptaron. Dijeron que podía ir y venir por
él, e incluso salir cuando lo considerara necesario. Claro que nunca lo hice, porque temía la
persecusión. Me dejaron usar la hechicería, y cuando volvieron mis poderes, me dediqué a
mejorarlos todavía más. Eso fue lo suficientemente entretenido como para olvidarme de todo lo
demás... como ya podrán imaginar.
-¿Cree que su silencio se deba al Unbkn?
-Evidentemente. Como dije, nunca las había visto tan calladas. Hay un lugar, en lo profundo
del bosque, en donde se reúnen. O al menos así lo creo yo, porque su presencia es muy fuerte, y
por respeto nunca me he acercado demasiado. Sin embargo, sus voces se escuchan en todo el
bosque; cuando comenzamos a sentir esta fuerza extraña, lentamente dejaron de hablar, y dejé
de sentirlas cerca mío. Así que supongo que estarán... debatiendo.
Para su sorpresa, o no tanta, Ulr escuchaba cada palabra atentamente. La confirmación de que
aquellos seres existían y podían ser sentidos, escuchados, incluso tal vez vistos, hizo que sus ojos
se volvieran tan grandes como su atención hacia el anciano.
-¿Te gustaría verlas, verdad pequeña? Claro que sí... Pero creo que ningún ser humano podrá
verlas nunca. Así que no te preocupes si no las encuentras.
El hechicero sonrió mientras pellizcaba tiernamente la nariz de Ulr, quien sonrió y luego lo
abrazó.

Ngr los guió por los senderos, caminando lentamente, como si no hubiera apuro de ningún
tipo. Pero al poco tiempo notó la incomodidad de Fenr, y dijo:
-Lo olvidaba, lo olvidaba. No tenemos tiempo... que curioso suena decirlo. Aquí yo he tenido
todo el que he deseado, pero no puedo prestároslo, ni llevarmelo. A veces un segundo vale más
que una montaña de oro. En fin, las épocas de abundancia terminan siempre, porque la
abundancia no suele ser abundante... y por lo tanto no es eterna.
Aquello convenció a Fenr, al menos hasta que vio que, horas más tarde, que el anciano no
había apurado el paso.
-Maestro, ¿conoce usted estos caminos? Quiero decir, ¿sabe cómo salir del bosque? Dijo que
nunca lo había hecho...
-Pero eso no significa que no sepa cómo hacerlo, ¿verdad? Uno puede ver la puerta, tocarla,
girar los postigos... pero no cruzarla.
Eso tenía sentido, pensó Krirstn.
-Algo debe ser dicho. No todos tienen la llave de esa puerta. Y hay una cerradura diferente del
lado de adentro, que no se parece en nada a la cerradura del lado de afuera.
Eso tenía sentido... un sentido misterioso. Fenr miró furtivamente a la hechicera. Pero ella
estaba viendo el gesto silencioso del anciano. Y al caballero le devolvió una mirada negativa. No
se atrevía a preguntar más allá.

Así, el tiempo continuó corriendo de manera discontinua. La charla era mínima; el anciano,
antes parlanchín y exigente con los detalles de las historias, solamente cabalgaba sobre su bestia
encantada. Krirstn y Fenr decidieron llenar el vacío, pero después de algunas horas o días, no
tuvieron más temas de qué hablar. El caballero, particularmente, encontró con que ya había
contado la mayor parte de sus anécdotas divertidas. Le quedaban las tristes o trágicas, que no
quería contar frente a la niña, y las meramente graciosas. Y, viendo que el camino seguía y
seguía, decidió guardar algunas para más adelante.

La noche caía siempre sobre la bruma. Era la señal, bajo el cielo encapotado de hojas oscuras,
para sentarse a encender un fuego, alejar el frío y la humedad, y comer algo caliente.
El anciano seguía callado.
Cada uno se fue a dormir. Fenr, como siempre, fue el último, porque así se lo decía su
instinto.
El sueño le vino como la bruma; de no haber sido porque no encontraba la fogata ni a sus
compañeros, hubiera pensado que se había despertado. No veía casi nada, pero las figuras de
más allá, inalcanzables, parecían ser árboles.
-¿Porqué estás aquí?
Miró hacia todas partes. La voz venía de ahí afuera, pero de ningún lugar en particular. Se dio
cuenta de que estaba listo para saltar sobre algo o alguien, como si fuera un campesino tonto a
punto de cazar un conejo. Se sentó y dijo:
-Porque debo cruzar.
-¿No te parece una respuesta demasiado corta y obvia?
-Pero no deja de ser cierta.
-¿Debemos suponer que preguntarte porqué quieres cruzar dará lugar a una respuesta igual
de corta?
-No necesariamente. Pero ya que estamos en eso... quiero cruzar porque debo ahorrar todo el
tiempo que pueda. Rodear el bosque hubiera sido un verdadero problema. Es importante que
llegue a las montañas, y rápido.
-¿Y qué buscas allí? ¿Qué buscas más allá?
-Más allá de las montañas... no sé que busco, porque todo lo que pudieron decirme es vago e
impreciso. Así que no busco nada en particular, y me contentaré con lo que encuentre. En las
montañas, busco ayuda. Algo o alguien que puede ayudar a mi reino...
-¿Solamente a tu reino?
Las preguntas ya sumaban demasiadas. Siempre le molestaron los preguntones. Y también le
molestaban...
-Nadie hace nada solamente por otros. Todos queremos algo para nosotros.
Le pareció que la niebla sonreía, pero si lo hizo, sucedió en silencio.
-¿Has estado antes en una situación como esta?
-En algunas muy malas, sí. Pero esta es mucho peor. Dicen que incluso puede morir el mundo
entero... no solamente mi reino.
-¿Y a ti te interesa tu reino?
Creyó ver que, allá atrás, una figura se acercaba.
-Claro que sí.
¡El trono! ¡El rey!
-¿Y no crees que debería interesarte más todavía tu misión, tu reino...?
Podía reconocer la voz, y también la silueta del trono. Y había una figura oscura sentada en él.
-¿... y tu rey?
Estuvo en silencio, arrepintiéndose de algo. Pero luego lo escupió:
-¿Se puede acusar a un hombre de tener hambre, de tener sed, o de querer tener algo que
llamar propio?
Silencio.
-Creo que no. Ya lo dije antes. Nadie hace todo por los demás. Eventualmente, hay que hacer
algo para comer, para conseguir una mujer que se desea, para tener un lugar donde sentarse...
-¿No crees que es hipócrita lo que dices?
-¿Porqué?
-¿No recuerdas los mendigos...?
-Esos no son mendigos, son vagos. Y bien que se lo he explicado a la mujer... he ayudado a
los leprosos, a los inválidos. En la corte hay sirvientes que los sacan con palo... Esos sí que no
pueden trabajar, y yo los he ayudado.
-¿Y acaso tu rey es un vago?
La figura del trono se levantó. La voluntad de Fenr tembló. Estaba desnudo frente al rey.
-No. Eso es otra cosa.
-¿Y cuál es el problema, entonces? ¿Porqué no hacerlo por tu rey? ¿Porqué no hacerlo por los
demás?
-Porque...
Se acomodó. Su posición en el suelo le resultaba ya poco cómoda.
-Porque nadie puede obligarme a sentir eso.
No se dio cuenta de que era la segunda vez que dejaba en silencio a la voz.
-¿Y se supone que es una excusa?
El rey salió de la niebla. Y era real.
Instintivamente se escurrió hacia atrás. Era el rey, pero hacía años que el rey no se levantaba
de su trono de esa manera. La actitud...
Se rehizo. Puso una rodilla en tierra y le respondió.
-Hay diferencia entre una excusa y una realidad. Si le pides a un hombre que saque agua de
una roca, no podrá. No hay excusa que dar, porque la realidad es que la roca no tiene agua. De la
misma manera, no puedes pedirle a este hombre que saque de su interior algo que nunca ha
tenido.
Aunque él no pudo verlo, el rey sonrió. Era el tercer silencio.
-¿Conoces los sacrificios que deberás realizar para completar tu trabajo?
-Los intuyo como creo ver árboles detrás de esta niebla. Pero tal vez, en lugar de árboles son
personas... ¿cómo puedo saber? Me preparo para lo peor, evidentemente.
-¿Y si los demás deben hacer un sacrificio?
-No he obligado a ninguno.
-¿Y la mujer?
-Ha venido por decisión propia y se irá cuando quiera hacerlo, si lo desea.
-¿Te preocupa tu escudero?
-Claro que sí.
-¿Porque es tuyo?
Levantó el rostro y miró al rey a los ojos.
-Nadie es dueño de nadie. Nadie puede elegir como nace, pero sí como vive, y como muere. Él
ha decidido ayudarme, y lo he aceptado. Me preocupa porque...
-¿Por qué?
Había algo de ansiedad en la voz.
-Porque es el único que se ha preocupado sinceramente por mí.
La figura del rey desapareció, al igual que el trono. Ahora la bruma no lo dejaba ni verse las
manos.
-¿No crees que es un poco pesimista pensar así?
-Ya lo dije antes. Nadie hace nada por los demás. Hay casos aislados, momentos especiales.
Pero en el fondo, todos pensamos solamente en nosotros.
Sintió que la niebla lo encerradaba, y creyó escuchar que las voces decían:
-Estás equivocado, pero estás sinceramente equivocado.

Ulr había soñado con aquellas presencias desde que habían dormido frente a la roca que
marcaba la frontera. Todas las noches las veía y jugaba con ellas, imaginandolas siempre de una
manera ligeramente distinta. Su imaginación volaba, y el hecho de que, durante el día, no pudiera
ver lo que deseaba ver, pues las presencias no aparecían por ninguna parte, solo profundizaba su
deseo.
A veces las veía como niñas; a veces eran mujeres jóvenes. A veces eran criaturas totalmente
no humanas, pero lo suficientemente similares como para no inspirar miedo. A veces iban
desnudas y a veces estaban cubiertas de hojas; a veces volaban y tenían alas de mariposas o de
pájaros. Pero una cosa era siempre igual. Todas las noches, ellas la ayudaban a salvar a sus
padres del grupo de salteadores de caminos. A veces no lo lograban, y el día siguiente, aunque
Ulr no recordara el sueño, su ánimo se resentía marcadamente.
Y es que en realidad Ulr no solía recordar ni los buenos ni los malos sueños, pero el buen
ánimo general que tenía durante esos días dentro del bosque era resultado de esas visiones
enigmáticas.
Pero aquella noche el sueño fue diferente. Despertó y se frotó los ojos. Buscó en la oscuridad
a las criaturas pequeñas, como de su estatura, que llegaban volando para llevarla por el aire y
mostrarle la copa de los árboles. Pero no vio nada. En la niebla, tropezó con algo y cayó. Estuvo a
punto de llorar, pero aguantó el dolor. Vio que sus piernas estaban desnudas, al igual que sus
brazos y su cuerpo. Una extraña sensación de incomodidad la asaltó, y recordó las palabras de
Krirstn cuando se quitaba las ropas cerca de la cascada, y en otras ocasiones en las que habian
charlado sobre esos temas. Buscó en todas partes, pero su ropa no estaba allí.
-¿Qué buscas, pequeña?
Era una voz grave, no era una voz como las de sus sueños.
-¿Qué buscas, pequeña?
-Busco mi ropa... tiene que estar por alguna parte.
-¿Tienes frío?
-Sí, y... vergüenza...
Por ambas cosas estaba sentada en el suelo, abrazándose fuerte.
-¿Buscas algo más?
Siguió tratando de localizar la voz. Pero esta vez no se repitió la pregunta.
-Busco a... a papá y a mamá... Ellos...
La niebla se arremolinó. Ella era el centro de una tormenta.
A tres metros, pudo ver a sus padres. Voltearon y la vieron. Sonrieron, y su padre abrió sus
brazos.
La voz no tuvo que decir nada. Ulr comenzó a correr, pero pronto vio que sus piernas no la
llevaban a ninguna parte.
-Papá, mamá...
Su padre seguía esperándola, y su madre tenía una manta en los brazos. Como cuando salía
del baño y la secaba con fuerza, pero con amor.
-¡Papá! ¡Mamá!
Con gran esfuerzo llegó hasta ellos. Su madre la cubrió con la manta, y de pronto sintió una
gran comodidad. Ellos sonreían, pero no decían nada. Todo era real... y Ulr comenzó a contarles el
cuento, como si fuera un sueño. Sus lágrimas se perdían a mitad de camino, en la niebla, antes
de tocar el suelo.
Un grito partió el momento. Sus padres miraron hacia lo más espeso del bosque. Unas siluetas
oscuras se abalanzaron sobre los tres. Su madre la empujó fuerte, lejos, y ella cayó y rodó. Se
levantó, perdiendo la manta, y pudo ver cómo dos figuras les clavaron sus puñales. Su madre la
llamó a silencio con una mano. Estaba muy lejos. Ella gritó y se lanzó para detener a las figuras...
pero ya no estaban allí.
Su padre y su madre estaban en el suelo. Sus finas ropas, inundadas de sangre. Todo otra
vez.
-¿No tienes lo que buscabas?
Ella tardó una eternidad en responder. La eternidad que tardan los niños en dejar de llorar
cuando lo que les duele es algo más que una rodilla raspada. Algunos lloran toda la vida.
-Papá... mamá... no los quiero muertos... tienen que estar vivos... vivos...
-¿Buscas a tus padres vivos, y sabes que están muertos?
Tardó en comprender algunas cosas. Pero respondió más rápido, casi como un adulto.
-¿Porqué haces esto? Quiero verlos, quiero que estén vivos y vivamos juntos... como
siempre... haría cualquier cosa... díme que tengo que hacer...
Entre cada pequeño silencio, cada enorme sollozo, la niebla callaba.
-¿No ves que hay cosas que no pueden cambiarse?
Ella estaba mirando el rostro de su madre. Lo recordó. Recordó el verdadero rostro de su
madre, cuando la empujó fuera del camino. Le había dado un beso un instante antes; un beso
enorme en la nariz, como a ella le gustaba. Y cuando los salteadores aparecieron, ella la rechazó
como si fuera una carga. Cayó a una hondonada llena de hojas, y no vio la masacre.
Pero sí los ojos de su madre en el último momento.
-¿No ves que ellos hicieron todo para salvarte?
Ojos de felicidad. En la muerte, ojos de felicidad. En la muerte, un rostro tranquilo.
-¿Porqué te empecinas en atrapar el aire en tus manos?
-¡Mis padres no son aire!
-¿Y qué son, entonces?
-Son... mis padres...
-¿Acaso no lo ves?
-¿¡Qué maldición quieres que vea!?
Su padre hablaba así, a veces. Y su madre se enojaba mucho cuando decía esas palabras
frente a ella.
-¿Porqué no lo piensas?
Recordó las maldiciones de su padre. Lo miró a la cara. Cuando pasaron los salteadores, ella
se animó a ir hacia él. Había muerto de espaldas a su mujer, protegiéndola como pudo. Él sí tenía
maldiciones en el rostro. Había muerto peleando.
-Yo... papá... yo quería que escaparan conmigo...
-¿Crees que hubieran podido?
Cayó de rodillas en medio de ellos.
-No sé...
-¿Sigues sin verlo?
Ella no respondió. El llanto la derrumbó, y se recostó junto a su madre. Recordó cuando lo
hacía en su enorme cama, y ella le hablaba y la consolaba. Se sintió de nuevo cómoda, hasta que
vio que aquello que le daba calor era la sangre en el vestido. Se levantó espantada.
-Mamá...
Vio de nuevo sus ojos llenos de alegría.
-Ella me salvó... Me lanzó lejos porque quería salvarme... pero no vino conmigo... la hubieran
visto...
Los murmullos despertaron de nuevo a las voces.
-¿Sabes que tu madre sangró así cuando naciste?
Negó con la cabeza.
-¿Sabes lo que es ser madre?
No. No lo sé, pensó. Soy una niña... no, soy una mujer, pensó. Krirstn dice que ya soy una
mujer. Pero no sé si tiene razón... yo no sé si tiene razón. Pero...
-¿Sabes lo que significa sacrificarte por alguien más?
Esperó para responder.
-Sí.
Vio la sangre derramada en el suelo. En un charco se unían la de su padre y la de su madre.
Vio que su cuerpo seguía desnudo, pero estaba teñido de ese color punzante, pegajoso y eterno.
Se agachó y besó a su padre y a su madre.
-Papá... mamá... perdonen... no pude hacer nada... yo quería, pero no pude... los quiero
mucho, pero ahora... ahora ya no puedo estar con ustedes...
Lloró, y las lágrimas borraron la sangre.
-¿Todavía no lo ves?
-Creo que sí...

Krirstn no había soñado nunca con aquellas presencias. Pero sí con la bruma. Y, a diferencia
de sus compañeros, que comenzaron viendo ese sueño solamente como un sueño más, ella sentía
otra cosa. Los movimientos. La certeza. Ese algo que separa un sueño normal de uno influenciado
o creado por el Kisanbstnka.
También estaba esperando las voces.
-¿Quién eres?
-Yo... soy Krirstn, hija de Murrn y Kr...
-¿Quién eres?
-..., hechicera aprendiz de Fin...
-¿Pero quién eres?
Los ojos de la mujer se quedaron abiertos, inmóviles. Por dentro la llama de la duda creció.
-Soy... una mujer...
-¿Pero qué mujer?
¡Aquello era el colmo! Se sintió, de pronto, como Fenr, y recordó sus gestos de furia y falta de
paciencia. ¡Fenr! Si él también...
Se dio cuenta de que lo estaba buscando, inconcientemente, con la mirada. Ni Ulr ni Ngr
estaban por ahí. Dio un paso y sintió de que sus pies estaban descalzos.
Aquello no la sorprendió, pero la incomodó mucho. ¿Y si...?
-Soy –dijo finalmente, tratando de serenarse- una hechicera. Una mujer que desea aprender
la hechicería para curar, para ayudar a los demás.
-¿Por qué?
-Porque... nadie me ayudó a mí cuando yo no podía ayudarme.
-¿Eres realmente una hechicera?
¿Qué clase de pregunta era esa?
-Sí. Aunque puedo comprender que... vosotros se hayan acostumbrado al enorme poder de
vuestro huésped. Pero ya no hay hechiceros tan poderosos afuera... en el mundo de los humanos.
Y además yo... mi maestra murió cuando yo estaba aprendiendo.
-¿No crees que siempre se está aprendiendo?
-Sí, claro, pero... a veces siento que ella tenía mucho más para enseñarme. Pienso mucho en
eso, últimamente.
-¿Por qué?
-Pues porque... porque sin desearlo me vi atada a ese caballero, a su escudero y Ulr... y el
camino que tenemos que recorrer es muy peligroso. Temo no poder ayudarla.
-¿Solamente a la niña?
No había querido dejar afuera a Fenr y a Drek, pero en definitiva, ellos siempre decían que...
-Pueden cuidarse por su cuenta. Ella es muy pequeña, inocente. No conoce los peligros del
mundo...
-¿Y tú los conocías, a esa edad?
Tragó saliva y escondió una pequeña lágrima.
-No.
Las voces callaron por unos momentos. El muro de niebla era impenetrable a la vista, y ni
siquiera atinó a tocarlo. Miró hacia arriba. Tampoco había estrellas.
¿Qué había dicho su padre aquella vez? La había acusado falsamente frente a la familia. Pero
ella no dijo nada. Sabía qué decir, y tenía las ganas de gritarlo. Pero no lo hizo.
-¿Y ahora los conoces?
Dudó, pero la verdad era que...
-No lo sé...
El silencio no le gustaba, pero temía empeorarlo todo.
-¿Entonces tu miedo es no saber lo suficiente como para ayudarla, si ella lo necesita?
-Sí.
El gesto de su cabeza era evidente, pero quería remarcar aquella verdad. Algo totalmente
cierto, pero que nadie más había escuchado nunca. ¡Y se lo decía a una voz en un sueño! Le
hubiera encantado poder contárselo a otra persona...
-¿Y qué crees que le pasaría a ella si no la ayudas?
Ahora sí tenía ganas de llorar. Se agolpaban en ella los recuerdos y las angustias del ahora.
-No... no lo sé. No hay forma de que pueda saberlo. Supongo que tengo que aceptar que
puede pasarle algo, en algún momento, y yo no podré hacer nada por ella. Pero es difícil. Una
vez, mi maestra me contó sobre un matrimonio que tuvo una sola hija. Y la cuidaron
excelentemente, pero luego murió por accidente. Ella estaba cuando sucedió, y no pudo hacer
nada. Fue muy rápido. Y que eso la marcó para toda la vida...
-¿No quieres quedar marcada por el dolor?
-No se puede escapar del dolor. Es la espuma de las olas. Siempre está ahí, flotando. Pero los
hombres y las mujeres tratamos de sufrir lo menos posible...
-¿Quieres salvarla para no sufrir tú?
La habían interrumpido.
-No... quiero estar allí para ayudarla, y que ella no resulte lastimada. No quiero que sufra lo
que yo sufrí. Al menos en lo que sea posible... Pero su dolor es mi dolor, también.
-¿No te parece egoísta?
-No sé si lo es. Ya no lo sé.
La voz se le quebró en esa frase. En algún momento se había arrodillado, y ahora sus piernas
estaban dobladas bajo su cuerpo. Hacía mucho que no lloraba tanto; recordó cuando tuvo que
sepultar a su maestra. No había llorado cuando abandonó a su familia para ser hechicera, y los
recuerdos del dolor de la niñez ya debería ser polvo.
Pero sus ojos derramaban dolor acumulado durante años sobre sus desnudas piernas. El dolor,
pensó. La marea alta, la tormenta. En el peor momento. Como en el mar. Uno no sabe cuando
puede tocarle.
-¿Cómo piensas ayudarla, si nadie te ayuda a ti?
-Yo... hago lo que puedo.
-¿Y si no es suficiente?
Era demasiado dolor.
-¡Entonces no sé! ¡La perderé, morirá, no lo sé!
La voz calló, pero no para darle tiempo a que dejara de llorar. Sentía sus rodillas, húmedas,
junto a sus mejillas. Sus manos tocaban nubes. Aquello era tan irreal...
-¿Cómo piensas ayudarla, si ni siquiera te ayudas a ti misma?
-Hago... lo que puedo... –murmuró.
-¿Cómo pretendes que aprenda, si tú no aprendes?
-Voy a... cuando salga... voy a aprender hechicería... le pediré consejo a Ngr... y si él no me
ayuda, se lo pediré a alguien más... a las Hechiceros de la Torre... a quien sea...
-¿Realmente crees que solamente te falta aprender hechicería? ¿Piensas que con ella podrás
salvarla de cualquier cosa que pueda sucederle?
Pensó que tenía algo en las manos. Creyó que había podido escarbar a través de la niebla y
que había tomado dos puñados de barro. Pero no. Abrió sus manos y ni siquiera pudo verlas.
Niebla sobre niebla.
-La hechicería... es lo único que me queda...
-¿No quieres reconocerlo?
-...no tengo a nadie...
-¿No tienes a la pequeña?
-Ella... no puede ayudarme...
-¿No puede enseñarte nada? ¿Porque no sabe hechicería?
-Solo así podré protegerla.
-¿Así como te proteges de ese dolor que no nombras? ¿Existe esa hechicería?
Sombras en su mente.
-Nada te protege del dolor. Nada... no se puede escapar...
-¿Y sigues sin darte cuenta?
-¿De qué?
El silencio duró mucho. Ella tomó aire, se tranquilizó. Se secó las lágrimas como pudo. Se
sentía desnuda por dentro, y le resultaba totalmente humillante tener que hablar de estas cosas
con alguien que no la conocía, y que le exigía respuestas inmediatas. No eran humanas. No
podían entender. No podían comprender sus dudas, principalmente aquella que roía una parte
extraña de su corazón. Ulr estaba allí, sí. Era importante para ella. Tal vez quería escuchar eso...
no lo había dicho todo.
-La quiero, la quiero mucho. No sé si es egoísta o no. Pero veo en ella quien fui yo en otro
momento, con mucho dolor y nadie que me ayudara a seguir adelante. En ese momento apareció
mi maestra. Ella me adoptó, y huimos de mi casa. Ella me quería. Fue la única, verdadera madre
que tuve. Ulr no puede aprender hechicería. Pero puedo tratar de ser su madre... tratar al
menos... pero temo no ser suficientemente buena... temo ser tan mala madre como resulté ser
mala hechicera...
No supo de donde, pero consiguió fuerzas para levantarse. Miró hacia todas partes, y algo le
dijo dentro suyo que con su mirada estaba desafiando las voces.
-¿Qué más quieren que diga? Yo no busqué esto. Tuve que seguir a ese estúpido caballero
para ayudarlo en una tarea en la que hubiera fracasado de no ser por mí. Y ahora tengo que
seguirlo porque soy la única que quiere ayudarlo, y para colmo no puedo ayudar a nadie más, ni
siquiera a Ulr... Hago todo lo que puedo, y no es suficiente... ¿Qué más quieren que haga?
-¿Es eso todo lo que encierra tu corazón?
Ella no comprendió la frase, al menos al principio. Levantó la vista, pensando en encontrar
ojos, rostros... pero no había nada. Nada más que niebla gris.
-Siento... siento que soy tan poca cosa... era una aprendiz, no soy una hechicera –recordó las
lágrimas de su maestra al morir y de nuevo sus ojos temblaron-. ¿Quieren saber quien soy? Soy
nadie, soy una mujer inútil e ignorante, que no sabe qué hacer de su vida, ni cómo cuidar a una
niña, ni cómo puede ser tan estúpida como para pensar que él...
-¿Por eso crees que nadie puede amarte?

Los ojos de Ulr rodaban como locos. Frente a ella estaba Fenr, con un gesto serio, demasiado
serio. Casi de muerte. Pero eso era más o menos común en él. Los ojos de Ulr nunca habían
rodado así.
De esta manera encontraron sus ojos a Krirstn, hecha un ovillo sobre el suelo de hojarasca.
Dio dos pasos para acercarse a ella, pero entonces el bosque habló.
-¿Por qué no se retiran?
La repentina realidad de las voces, las mismos voces de sus sueños, los despertaron
definitivamente.
-¿No ven que ella no puede acompañarlos? ¿Porqué no se van con el anciano hechicero?
El rostro de la mujercita se llenó de sorpresa, y después de algo que se parecía al dolor.
-¿Cómo que no puede venir con nosotros? ¿Porqué?
Fenr observó la escena, con un rostro todavía más serio. Buscó a Ngr, pero no estaba. Aquello
olía muy mal.
-¿No comprendes que no nos ha respondido sabiamente? ¿No vez que nos ha mentido? ¿O
acaso crees que llora de alegría?
-¡No!
Ulr se acercó corriendo a Krirstn, ignorando las advertencias de las voces. Una bruma
comenzó a espesarse junto a la hechicera. Era casi translúcida, pero también casi sólida. Ulr
quedó a un metro de la mujer.
-¡No! ¡Krirstn! ¡Levántate, vamos!
La hechicera se incorporó un poco, pero no se levantó del suelo. La miró con ojos llenos de
lágrimas.
-No hay nada que puedas hacer querida. Vete, sigue. Ngr te cuidará, lo sé. Y el caballero
también, aunque no quiera hacerlo. Eso me lo debe.
Hablaba pausado, sin ánimo, casi sin gastar aire. Fenr, más lejos que Ulr, ni siquiera escuchó
lo que decía.
-¡No! Siempre me dices que te haga caso, pero ahora no. No puedo irme sin ti...
La niña no tenía ya lágrimas. Las había derramada recordando a sus padres, y se sintió
culpable por el gesto. Sus mejillas estallaron de color.
-Vamos... levántate... ¡Déjenla ir! –dijo mirando a su alrededor y a la copa de los árboles.
-¿Así como así, sólo porque tú lo dices?
-No les hizo nada malo... por favor, la quiero mucho... no puedo seguir sin ella... sin mis
padres... por favor...
Krirstn, instintivamente, quiso acercar la mano para acariciarla. La niebla, sin embargo, era
sólida como una pared de piedra.
-¿La quieres?
-¡Sí!
-¿Qué tienes para ofrecer?
Fenr quería intervenir. Pero algo le decía que no debía hacerlo. Era algo que le hablaba dentro
suyo, pero no sabía si era su corazón o una de las voces del bosque.
Hubo silencio de parte de Ulr. Después miró a Krirstn con la mirada más seria que había tenido
en su vida.
-No tengo nada... solamente la tengo a ella. Y a mí misma.
-¿Crees que es suficiente?
-¡Sí! Déjenla ir, y yo...
-¡No! Ulr, deja de decir tonterías. Yo también voy a extrañarte, pero no tienes que hacer
esto... ellos te cuidarán, y encontraras a alguien que sea mejor madre que yo... te quiero... eres
como una hija para mí, no puedo dejar que hagas esto...
La niña se secó las lágrimas con el reverso de la mano. Buscó algo que pudiera lanzarle a las
voces, desesperada, pero no había nada allí.
-¡Malditos! ¡Dejenla ir! ¡Yo me quedo, pero déjenla ir!
Hubo silencio en el bosque. Repentinamente, una brisa se llevó la niebla. Ulr comenzó a
caminar hacia la hechicera, pero Krirstn se lanzó hacia ella como si fuera una leona. La abrazó y
acarició su cabello mientras le besaba la mejilla.
-Eres una tonta... siempre fuiste una tonta...
-Lo debo haber sacado de ti... –las risas agudas de la niña rompieron el silencio frío del
bosque. Fenr tiritó; apenas se veía algo de luz solar.
-No puedes hacer esto... yo fui la que falló, tú tienes una vida entera por vivir...
-¿Y tú? No eres una vieja sin dientes...
La hechicera se incorporó de un salto, protegiendo a Ulr con sus manos.
-Bosque –gritó-, es injusto que la retengan a ella por mi culpa. Déjenla ir, yo me quedaré. Es
lo que debe ser.
-¿No ves que ella ya ha pagado el precio?
-No, no lo acepto. No pueden retenerla. Déjenla ir, y yo me quedaré aquí todo el tiempo que
quieran.
Ulr quería hablar, pero Krirstn no la dejaba. La apretaba tan fuerte contra su cuerpo que la
niña apenas podía respirar.
-¿No ves que ella ya ha pagado el precio?
Fenr apartó la vista de la tierna pero terrible imagen de una mujer a punto de perder a su hija
adoptiva. No por esconder las lágrimas, que se juntaban con el rocío. Buscaba al viejo.
-Pero...
La niebla huía del sol renacido.
Fenr localizó al anciano hechicero junto a un árbol, bastante lejos. Parecía absorto en lo que
veía, pero el caballero sabía que si él lo había descubierto, era porque el viejo no le preocupaba
que alguien lo hiciera.
Un rayo de sol se coló por las ramas, y llenó de oro los ojos de Krirstn. Sus lágrimas se
descongelaron al instante. Mientras se cubría el rostro con una mano, la voz dijo nuevamente:
-¿No ves que ella ya ha pagado el precio?
Pero lo que la voz dijo dentro de su corazón, eso fue algo que solamente ella escuchó.

Pasó un tiempo hasta que Ulr comprendió aquello. Se había preparado para todo, menos para
ver a Fenr llevando a los caballos de la brida y dándole los buenos días a Ngr. Se había pegado a
Krirstn como un clavo se pega a la madera, esperando que las tenazas implacables del bosque
prohibido se la llevaran lejos. Pero no. Su nueva madre continuó acariciando sus cabellos largos,
maltratados y sucios, por un buen rato.
Fenr quería desayunar fuera del bosque, irse lejos, cuanto antes, mejor. Pero aquello era
nuevo, incluso para él, que era un hombre de mundo, un hombre curtido, duro y particularmente
cínico. Ver tanta alegría junta, alegría tan pura y sincera, tan tierna y tan frágil, pero justamente
por eso tan fuerte, era algo que no había tenido oportunidad de ver. Y contrastaba
maravillosamente con tantas escenas de batallas, madres sin hijos e hijos sin padres, gobernantes
corruptos y ambiciosos, mujeres traidoras y lascivas, y toda la plétora de criaturas de la corte,
mucho más detestables que todos los oatkn y saktn del mundo.
Y aquellas dos mujeres abrazadas, compartiendo una alegría eterna, en ese bosque
supuestamente prohibido, era posiblemente la visión más tranquilizadora que había tenido en
toda su vida. Sobre todo teniendo en cuenta que no había recibido ninguna noticia buena en
mucho tiempo.
Así que las dejó allí, en medio del claro, llorando, conversando y abrazándose, y decidió
desayunar junto a sus animales, que se despidieron a dentelladas del pasto aquél lugar
encantado.

Fue así que los cuatro salieron del bosque, con Ulr y Krirstn cerrando la pequeña caravana. Las
dos compartían ahora una mirada secreta, una complicidad y confianza que se extendía más allá
de sus dedos entrelazados y sus palabras más suaves. Las dos mujeres ya tenían lo que habían
querido desde el momento en que se conocieron.
10 – Escalando los cambios

Salir del bosque fue un alivio para todos, pero es difícil decir para quién fue más importante la
despedida. Para Fenr, significaba recuperar su libertad, de golpear, matar, maldecir o maltratar a
quien le pareciera, de la manera más adecuada. Para Krirstn, era recuperar el aliento, largamente
contenido ante entidades que no conocía, pero cuyos poderes debía temer. Y, ahora, representaba
la vuelta a una Ulr atenta, gentil y, casi se podría decir, adulta. Lo cual también le permitía
respirar un poco más tranquila.
Para Ngr, sin embargo, aunque no había melancolía en su partida, sí existía un sentimiento
inasible, difícil de definir, y totalmente nuevo, lo cual él disfrutaba hasta cierto punto. Abandonar
el bosque era como dejar el útero; era alejarse de lo seguro, aquello que lo había abrigado por
siglos imposibles de narrar. Era comenzar una nueva aventura, algo que no hacía en muchísimo
tiempo; pero era también una aventura poco común, posiblemente la última, y requería una serie
de desafíos y retos para los que, si bien sabía que estaba preparado, era imposible estar
totalmente alerta. Implicaba, finalmente, volver a un mundo humano nuevo, totalmente
desconocido, en el cual su misma naturaleza era una anacronía e incluso, un anatema.
Ulr era un caso aparte, pues todos enfrentaban nuevamente dudas y sentimientos de
responsabilidad, pero era ella la que los experimentaba por primera vez. Al menos, de manera
profunda y sincera. Sentía que en sus últimas decisiones había algo nuevo, algo que establecía un
punto de quiebre entre su pasado y su presente y futuro. Algo que, la llevara a donde la llevara,
establecía una irreversibilidad fundante. No era, como temía, el enterramiento de su pasado, sino
el recomienzo de un proceso interrumpido por la violenta muerte de sus padres. Tal vez, pensó,
se trataba de ese precio que las voces habían mencionado una y otra vez. No alcanzaba a
comprender todo aquello.
Con todo, era Drek el que acogió con mayor alegría aquella partida. No porque le desagradara
el bosque, lo cual era cierto, sino porque sentía finalmente que el tiempo y el espacio reaparecían
en su justa dimensión. Algo dentro suyo lo hacía conciente de que se acercaba el momento del
retorno a su condición natural; pero dentro del bosque ese sentido, similar al que tienen los
pájaros para ubicar los puntos cardinales, se había visto desorientado. Y eso no le hacía,
precisamente, nada de gracia.

Los flecos del bosque trepaban las hendiduras de las colinas, totalmente cubiertas de verde.
Aunque no tenían muchas ganas, debían recorrer lentamente aquellos caminos ya perdidos,
buscando pasajes accesibles para los caballos. Fenr estaba particularmente ansioso, ya que veía
en la compañía de Ngr la pieza faltante en el rompecabezas. Ahora sí creía poder enfrentar a su
oponente, quien quiera que fuera, o al menos morir dignamente en el intento. No podía pedir más
que aquello.
De manera que el caballero se adelantaba siempre que podía, acompañado por el fiel Drek. El
resto del grupo avanzaba solo, a un paso menor. Durante estas largas horas, Ngr hablaba con
Krirstn y le contaba todo tipo de historias de su época. La hechicera hubiera deseado que su
compañero le diera clases intensivas, pero las insistencias de Ulr pidiendo anécdotas graciosas o
haciendo preguntas, a veces bastante impertinentes, agotaban todo el tiempo del anciano.
Claro que ella se dejaba vencer. El tono tranquilo, pero melancólico y lastimoso que tomaba la
voz del viejo hechicero era más que atractiva, ya que cuadraba perfectamente con la historia que
contaba. O tal vez era una digna creación de esa historia experimentada de primera mano y no
por boca de otros. La suma de esos y otros elementos seducía a cualquier espectador, y las dos
mujeres no eran la excepción.
Sin embargo, Ngr sentía claramente los deseos de Krirstn, y veía en ella la inexperiencia que
deja una maestra prematuramente muerta. La hechicera tuvo tiempo de contar grandes partes de
su historia, incluso aquellas un poco más íntimas, y a su vez el viejo lo incentivó. Con el tiempo,
entonces, Ngr fue aceptando el pedido de Krirstn, llenando los huecos que habían quedado, aquí y
allá, en sus enseñanzas. Los hechizos tardarían su tiempo; pero mientras tanto ella se fue
abriendo a muchas posibilidades que había pensado eran imposibles para su arte.
Durante el día estas charlas se veían interrumpidas cada tanto por el retorno de Fenr, quien
les indicaba qué camino debían tomar en la próxima vuelta. El caballero se sentía, igualmente,
revitalizado en aquella nueva soledad, pues ya podía dejar de lado a hechiceros y niñas, y volver
a hablarle a su escudero, y todo lo demás que hacían antes de encontrar a Krirstn. Drek, mientras
tanto, seguía esperando la luna correcta.
Las noches eran algo diferentes. Fenr estaba cansado de tanto trajín, pero Krirstn y Ngr
continuaban conversando y practicando pequeños trucos de todo tipo. Ulr, a veces excluida del
dúo, se sentía sola, pero convertía aquello en un buen momento para meditar en todo lo nuevo
que sucedía dentro suyo.
Krirstn estaba al tanto de aquél proceso, y vigilaba a la joven. No era necesario ya aquella
incómoda duda permanente, sobre si hablar o no, sobre si retar o no, sobre si dejar pasar o evitar
algún comentario. Ambas se debían, de alguna manera, la vida. Pero ahora la hechicera podía
pensar más claramente su nuevo rol de madre. Un rol que, sinceramente, no había pensado
encontrar tan pronto, pero que nunca había querido evitar.
Recordó a las muchas madres que conoció durante sus viajes, buenas y malas. Y también
recordó a las muchas hijas, ella incluída, y los problemas que al principio le había traído a su
maestra. ¿Qué pasaría ahora? Lo mismo de siempre, desde que el mundo era mundo.
Krirstn había entrado al bosque con una niña compañera, y había salido con una muchacha
que era casi su hija. Y si antes ya había dedicado tiempo y esfuerzo a explicarle muchas cosas de
la vida, que caían casi siempre en saco roto, vio ahora la oportunidad perfecta para quitarse el
miedo de una vez por todas y tratar a Ulr como lo que ella veía. Un lugar que era, por otra parte,
en el que la niña ya se estaba ubicando. Nunca la llamaría madre, pero ese detalle ni siquiera
tenía importancia.
Era, por tanto, el momento justo para una charla de mujer a mujer, con Ulr más atenta y
responsable, y por lo tanto más receptiva. Pero Krirstn no veía la forma de balancear el tiempo
que pasaba con Ngr, tiempo más que necesario para su vida diaria, y el tiempo que requería su
nueva responsabilidad.
El anciano tenía, de todas formas, una facilidad innata, pulida durante siglos, de reconocer
aquello que escondían gestos, palabras y miradas. Así que, luego de varios días de lecciones
intensivas, despidió momentáneamente a su nueva aprendiz.
Durante esos días, Krirstn se dedicó totalmente a Ulr, mientras Ngr se tomó tiempo para
conversar con Fenr y acompañarlo en sus cabalgatas. Zkti, la bestia sobre la cual cabalgaba el
hechicero, había asustado en un primer momento a los caballos debido a su aspecto felino, pero
luego habían congeniado. Era tan fiel como incansable, de manera que no temía subir las más
empinadas cuestas, ayudando así a la exploración. Otro tanto hacían la bandada de pájaros del
anciano, el cual lamentó no poder volver a armar su biblioteca, al menos por un buen tiempo.
En uno de esos paseos alejados de la otra mitad del grupo, surgió en la conversación la
cuestión del estado actual de Drek. Fenr le contó al hechicero su versión, dando indirectamente
como falsa la que pudiera haber narrado Krirstn. La mujer no había hablado sobre el tema,
principalmente porque tenía cosas más importantes e interesantes que decir. Ngr alabó
interiormente el hechizo que presentía en el asunto, pero dijo:
-Faltan, creo, pocos días para que ese hechizo se deshaga por su cuenta.
-Sí. No los he contado, esperando que la luna me lo diga. Igualmente, Drek debe estar más
interesado que yo en el tema. Y siendo que yo tengo más preocupaciones...
-Pues claro, claro. Y no son preocupaciones menores. Incluso yo me pregunto cómo será lo
que venga... Ansío conocer a esta hija del Kshtar que están por presentarme. Debe ser realmente
una obra maestra... Pero debemos estar prevenidos, si es cierto lo que me ha contado Krirstn.
Recuerdo algo sobre ella... leyendas de mi época, relatos que la muestran como sanguinaria,
perversa... Habrá que ver cómo domarla.
Fenr lo miró, un poco intrigado.
-¿Qué acaso creías que habiéndome encontrado a mí ya habías solucionado todo? No... me
parece prudente seguir el consejo de aquellos hechiceros. Grandes han sido, ellos aparecen en las
leyendas de manera imponente. Espero un día poder ir a saludarlos... si salimos de esta enteros.
-Tengo que admitir que seguí dicho consejo sin ninguna otra opción a mano, en un momento
de desesperación. Dicen que portándola no podrá dañarme ni la enfermedad ni el veneno, sea lo
que sea que azota mis tierras. Y que así podré acercarme al centro del problema... Pero una vez
allí, ¿qué haré? Nadie sabe qué encontraré... Y si una espada no es suficiente contra..?
-Ah... gran pregunta es esa. De todas maneras, siempre es mejor tener listas armas de todo
tipo. Tú no vas a la batalla con una ballesta, ¿verdad? Pero le pagas bien a alguien para que la
dispare por ti... Así como pagaban a gente como nosotros para crear ciertas... criaturas
peligrosas. Y aunque yo siempre prediqué en contra de esa práctica, me intriga conocer a esta
dama. Pero ante todo, debemos tener en cuenta muchas cosas... yo más que nadie sé lo que es
estar encerrado por tanto tiempo. Y mi encierro fue voluntario, tanto en el acto de ingresar como
en mi permanencia diaria. Quién sabe lo que debe haber sufrido esta criatura en siglos de encierro
obligado...
Luego de eso Ngr masculló algunas cosas más y se quedó, pensativo, mesándose la barba.
Fenr no dijo más.

Un poco más abajo, Ulr y Krirstn conversaban.


-Estás creciendo, y esos cambios serán cada vez más importantes a partir de ahora. Estás
convirtiéndote en una mujer, y debes comportarte como tal. Hay cosas que pueden perdonarse,
pero otras son de niños. Tienes que entender eso. Una mujer debe defender su decencia. No sé si
tu madre ha hablado de esto contigo... Perdona que toque el tema, pero tengo que hacerlo.
-No... no te preocupes. Creo. Ya no me... duele tanto.
-De todas maneras, cambiemos de tema, ¿quieres?
-Sí.
-Pues, como decía, tienes que entender que ya no eres una niña, y que lo que haces trae
consecuencias.
Ulr meditó en eso un tiempo.
-¿Cómo... como tener hijos?
-Bueno, sí, es un ejemplo. Si recuerdas la historia que te conté hace unos días, verás que hay
mujeres decentes y otras que no lo son. Así también, no todos los hombres son igual de
honorables, como el protagonista de esa historia. Hay caballeros, pero también hay rufianes. Y no
se diferencian por la ropa, te lo digo.
-¿Porqué, has visto uno desnudo?
La niña se rió sonoramente.
-Mírate, ya haciendo bromas al respecto... No, todavía eres demasiado pequeña para saber si
lo he hecho o no. Más adelante tal vez te cuente lo que sé al respecto... si es que sé algo. Pero
hablo en serio.
-Está bien, te entiendo. Tenía una amiga... más grande que yo, y ella me contaba cosas.
-¿Ah, sí? ¿Cómo qué?
-Como que... los chicos besan lindo... pero no todos.
-Ah, pues entonces ya sabes más que yo sobre el tema. A ver, cuéntame, así tal vez aprenda
algo –dijo la hechicera sonriendo.

Los días comenzaron a ser más difíciles. Cada vez más frecuentemente había que desmontar y
llevar a los caballos por la brida. Las montañas eran sorprendentemente verdes, incluso a esa
altura, y grandes eran también el Kisanbstnka que los dos hechiceros sentían. En parte, creían,
por influjo del bosque encantado; pero también, presentían, por los fuertes sellos mágicos que
precedían la presencia de Astridr.
Verde o no, el paisaje era complicado de transitar. Con los pies, claro, pues era hermoso a la
vista. Afortunadamente los riachos eran abundantes, y daban una buena ocasión para el descanso
y el agua fresca.
Fenr y Ngr ya no iban a la vanguardia, porque los caminos eran demasiado lentos. De día y de
noche se compartía un mismo espacio, y todos estaban a la vista del resto, un poco más adelante
o atrás del sendero.
Drek era el único que prestaba atención al detalle.
Aquella era la noche y pensó, un poco ingenuamente, que su maestro lo recordaría. En
realidad, Fenr, como ya le había dicho a Ngr, estaba preocupado por otros asuntos mucho más
importantes, y no estaba seguro si faltaban uno o dos días.
La noche los sorprendió en un pequeño valle, en el cual se amontonaban las olas de un
pequeño arroyuelo. Con el frío sobre ellos y una abundante provisión de leña en las cercanías,
crearon rápidamente una buena fogata. Se sentaron a comer, en silencio, cansados por un día
especialmente duro de caminata.
Evidentemente el escudero percibía el cambio cercano. Krirstn también, y fue ella la que, al
levantar la cabeza, hizo el gesto que despertó la curiosidad de Fenr.
-¿Qué sucede?
-Es hoy... es esta noche. No puedo creer que haya pasado solamente un mes... es tan poco
tiempo para tantas cosas...
Ngr se alistó a presenciar el evento, mientras Ulr miraba, cansada, mucho más cansada que
intrigada.
Abrieron el círculo y se ubicaron a unos metros de la enorme fogata, que iluminaba todo el
lugar. Mientras la joven se quedaba en su lugar, los dos hechiceros y el caballero hicieron un
nuevo círculo, de pie, dentro del cual se posó Drek.
Las nubes le dieron algo de suspenso, pero eventualmente se desgarraron y demostraron que
era la noche señalada.
Ulr se levantó, dispuesta a ver de cerca eso que interesaba tanto a los adultos. Pero al
acercarse, vio algo que la interesó a ella de otra manera.
Y todos vieron lo mismo: una urraca que se posaba sobre la tierra, y que bajo la luz de la luna
se convertía en Drek, el escudero de Tashk Fenr, conde de Taft.
Todos escucharon el grito de Ulr.

La hechicera la miró, alarmada.


-¡Ese pájaro...! ¡Ese pájaro me estaba mirando!
Eso es todo lo que lograba pronunciar la joven, mientras Drek bajaba la cabeza y se ponía
rojo. Fenr suspendió su abrazo y se quedó mirándolo con ojos ensombrecidos. Ngr, tal vez
intuyendo lo que sucedía, sonreía de manera burlona.
-¡Ese pájaro me miraba en la cascada!
Los esperados regaños y retos de los mayores llegaron tarde. Ulr había entrado en el círculo y
pateaba y golpeaba al escudero furiosamente.
De haberse tratado de una ofensa menor, o una cuestión cómica, Fenr hubiera reido ante la
situación. Pero no le había costado mucho sumar dos más dos. Y espiar a una mujer mientras se
bañaba era siempre una ofensa inexcusable.
De manera que, a diferencia de Krirstn, el caballero se alejó un poco de las escena, pensando
que aquello era suficiente por el momento, aunque solamente fuera una pequeña parte del total
del castigo.
La hechicera intentó, en primer momento, controlar a la joven, quien ahora se aprovechaba
del hecho de que Drek, viendo alejarse a su maestro, había caído en un desánimo total, quedando
de rodillas en el suelo. Sin embargo, a los pocos segundos, viendo que Ulr era incontrolable, y
poniéndose en su lugar, tuvo que controlarse para no hacer algo similar.
Eventualmente la joven, extenuada por los días anteriores, se mostró tan cansada que ya no
pudo moverse, y se quedó sin aliento. Para ese entonces Krirstn la tomó en sus brazos y la alejó.
Todos escucharon como lloraba.
Aquella noche Drek durmió lejos de la fogata. Con la ropa que llevaba puesta, y sin mantas.

Ngr tenía una forma curiosa de ver estos eventos. Había vivido muchas vidas, vidas alargadas
por la hechicería, vidas en las que había amado, ganado, odiado, perdido... Vidas en las cuales
habían desfilados cientos, tal vez miles, de personas de todo tipo, desde sus primeros enfermos
hasta sus perseguidores, en los últimos días de su vida con los humanos. De manera que pocas
cosas lo sorprendía, porque ya las había vivido directa o indirectamente. Y aunque la forma de
espiar de Drek era bastante novedosa, no era la primera vez que un joven espiaba a una chica
mientras tomaba un baño. Y tampoco era la primera vez que resultaba descubierto.
Lo que siguió le permitió conocer, sin embargo, a sus compañeros de viaje de manera mucho
más profunda que antes. Pues el cambio es el motor de más cambios.
Fenr no siquiera hablaba con el escudero, lo que lo afectaba enormemente. Sencillamente
señalaba un caballo, y Drek ya sabía donde moverlo. Hacía un gesto con las manos, y él iba a
buscar leña. Lo miraba de cierta manera para indicarle que ayudara al burro a salir adelante. Todo
aquello había crecido entre ellos en años de servicio gustoso, aunque pesado; pero ahora los
gestos eran toscos y la falta de palabras entre ellos era como una puñalada. Para colmo, Fenr le
dio las tareas más pesadas, peligrosas y odiosas, las que todos venían realizando en grupo en los
últimos días. Acomodar los pertrechos en las monturas, limpiarlas, preocuparse porque comieran
y bebieran, cargar todo lo que ellas no podían llevar, volver a bajar la carga para que pudieran
pasar por una cornisa, cargarlas nuevamente... El terreno, ahora sí, se hacía más frío y
pedregoso, y al poco tiempo el chico estuvo a punto de quebrarse.
Ulr, como era obvio, se sentía ultrajada en su fibra más íntima. A veces ni siquiera lo miraba,
y otras veces lo hacía con odio, y parecía lista a tomar una roca y lanzársela. Krirstn la observaba
atentamente, así como Ngr observaba a su aprendiz.
La joven, sin embargo, había controlado sus llantos, y generalmente se mostraba altanera. El
desprecio también se colaba por sus ojos, y no había allí nada de la antigua Ulr tímida y jocosa.
En ello, Krirstn veía parte de su nueva personalidad, que ahora afloraba como un manantial.
En cuanto a la hechicera, conocía poco y nada a Drek, y el suceso le había dejado una mala
impresión. Sin embargo, no olvidaba que el joven les había salvado la vida al menos una vez, y
que podría haberlo hecho varias veces más, de haber tenido oportunidad. Conociendo a Fenr,
sabía que era totalmente leal y obediente, además de capaz.
Lentamente la sensación de justicia, y hasta de revancha, que experimentaba hacia los
castigos del caballero, fue mutando. Fenr era realmente duro, y estaba enfadado hasta los huesos
con su escudero. El verlo tropezar, temblar de frío, lastimarse las manos y las rodillas, la fue
llevando hacia pensar que el chico no tenía mucha conciencia de lo que había hecho, así como Ulr,
en su momento, no tenía conciencia de muchas cosas que había estado a punto de hacer.
La ferocidad de Fenr, a pesar de todo, la mantenía a raya. No se animó a pedirle que
suavizara sus tratos, porque eso le ganaría su enemistad y la de Ulr. En todo caso, y sabiendo que
su nuevo maestro lo percibía, creaba, aquí y allá, la situación perfecta para un hechizo de
curación, o uno que le diera más ánimos al pobre joven, los cuales él agradecía con la mirada.
El colmo era la costumbre de obligarlo a dormir solo, lejos del fuego y casi sin abrigo. La
enfermedad era ya visible en el pobre chico, pero ella no podía hacer nada sin que fuera evidente
para todos.
Ngr, habiendo observado el comportamiento de la hechicera, esperó a que ella se le acercara,
lo que sucedió una noche, cuando Ulr se fue a dormir y Fenr salió a recorrer la zona.
-Maestro, esto es demasiado. El pobre chico puede morir si sucede algo. No soporto más verlo
así. Pero me temo que no puedo decírselo al tashk... no me haría caso. Ya hemos peleado por
cosas así, y me dirá que es su escudero y su responsabilidad.
-¿No dirías lo mismo tú, si tuvieras que castigar a Ulr?
-Pero, yo no...
-Ya sé que no harías eso. Pero si él quisiera corregir tu forma de tratarla...
-Él nunca lo haría.
-Quien sabe, quien sabe...
-Bueno... lo ha hecho. Pero en ese caso tenía mucha razón. Antes, Ulr era bastante...
incontrolable. No digo que lo que hizo el muchacho esté bien. Pero creo que está por pasarse de la
raya.
-Comprendo... veré qué puedo hacer. Pero no prometo nada, ya que es una persona tan dura.
-Gracias maestro, no puedo, realmente, pedirle nada más que un intento. O dos.
Ngr sonrió secamente, mientras pensaba en una excusa para, sutilmente, deslizar el tema al
día siguiente, después del desayuno.

En la mañana, el hechicero y Fenr se adelantaron, como casi siempre, con Drek yendo todavía
más adelante o cumpliendo todo tipo de tareas pesadas. Las mujeres avanzaban a pie por el
camino escarpado que les había tocado esos días, conversando de su vida. Lo cual, para Ulr, era
algo muy sencillo, pues no había vivido demasiado.
-Veo que tus padres, entonces, te quisieron mucho. Algo que no puedo decir de los míos.
-Ya me has contado de eso, no tienes que repetírmelo.
Krirstn sonrió, mirando tiernamente a la chica.
-No pienses que me duele ahora. Ya pasó hace tiempo. Pero no te conté todo; más adelante
tendré más historias de todo tipo. Tristes y no tan tristes.
-Y... ¿no tienes ninguna que tenga a un chico?
La curiosidad de la muchacha era más que evidente, y la hechicera sonrió de oreja a oreja.
-¿Insistes en preguntarme eso?
-Sí.
-Pues... sí, hubo algunos chicos que me hicieron girar los ojos, y la cabeza. Pero no tuve
tiempo de conocerlos mucho... A veces, mi maestra los desaprobaba, y tenía que dejar de verlos.
Supongo que tenía razón, pero en esa época yo no lo sabía. Una vez no le hice caso, y no sabes
cómo se puso. Me encontró en un claro del bosque, casi besándolo, y me tiró tantos insultos que
creí que me abandonaría... me arrastró de la oreja fuera del pueblo. Nunca más le desobedecí.
Tenía miedo de que, la próxima vez, me lanzara hechizos en lugar de insultos... quedé muy
asustada.
Ulr se rió, hasta que recordó el incidente en Zkart.
-Así que... ¿nunca lo besaste?
-No, y a ningún otro, por lo que debes saber.
-¿Así que nunca... estuviste con alguien que te hiciera girar la cabeza?
-No.
-¿Y no quieres encontrar a alguien así? ¿Qué hacen las hechiceras si se cansan de caminar?
-Pues... dejamos de caminar. A veces está la tentación de quedarse en un pueblo, o una
ciudad... algunas lo hacemos. Los hombres no lo hacen tanto, aunque no he conocido a muchos
hechiceros.
-¿Y si te casaras con uno?
-No lo sé, no lo creo. Aunque podría parecer romántico trabajar juntos...
-Pero si tuvieran hijos, sería un problema. Entonces tendrían que quedarse en un pueblo.
-Bueno... eso no me preocuparía tanto.
-¿No?
-Mucha gente no lo sabe, pero en realidad ni los magos ni los hechiceros solemos tener hijos.
Es algo que sencillamente pasa.
-¿Ni siquiera uno?
-Ni siquiera uno. He conocido casos en donde una hechicera ha tenido un hijo, luego ya no ha
tenido ninguno. Y sucede lo mismo con los magos. Por eso toman a sus aprendices como hijos.
-Como... ¿como yo?
La mujer sonrió. Pensó que nunca iba a poder decir lo que quería decir, que nunca se
animaría. Pero ahora tenía la oportunidad perfecta.
-Tú no puedes ser mi aprendiz. No puedes manejar la hechicería. Pero, por todo lo demás,
para mí eres una hija.
Ulr sonrió y la abrazó fuerte.
-Gracias. Por todo. Te quiero.
-Yo también. Pero no me hagas repetir lo de Zkart, ¿quieres? Odio tener que retarte. Me duele
hacerlo. A partir de ahora, me gustaría que habláramos todo como ahora. Como amigas.

-Se acerca la cima. O la cima se acerca a nosotros. Depende de cómo lo veamos.


El anciano rió por lo bajo. Era una frase que un amigo suyo había dicho casi trescientos años
atrás.
-Sí. Pero me preocupa el ritmo que llevamos.
-¿Lo dices por las mujeres?
-No, lo digo en general. Ellas ya se han acostumbrado. Y Krirstn finalmente ha podido
arreglarse con esa mocosa. Menuda paliza que le dio a mi chico. Yo que pensé que era una
llorona. Pero después de esa noche, realmente creo que están hechas la una para la otra, como si
fueran madre e hija.
Dejó que la monotonía de la piedra y el ritmo de los cascos llegaran el ambiente, antes de
introducir la pregunta.
-Y su escudero, ¿teme usted que no salga a su imagen?
Fenr lo miró casi como se mira a un vagabundo insolente.
-Temo que no salga como un hombre honorable. Si yo lo soy, o no, ese es otro tema.
-Ah, pues me parece excelente respuesta. Muchos hombres y mujeres creen que sus hijos e
hijas son de su propiedad. Y quieren moldearlos como si fueran de arcilla... pero los hombres y
mujeres, al menos los buenos, son duros como esta piedra que pisamos. Eso es lo que los hace
buenos, la dureza.
-Exacto. Por eso debo ser duro con el muchacho. No es una travesura de niños. Ha puesto en
duda el honor de una muchacha. Y aunque eso fuera una travesura, él ya no es un niño.
-Pero la piedra también se rompe bajo el peso excesivo.
El anciano lanzó la frase como quien deja caer una pluma sin saber que ésta provocará una
tormenta.
Sorprendemente, Fenr no contestó, y miró hacia arriba, donde la cima se cobijaba en nubes.
-Hay gente que no nace para ciertas cosas. No quiero que él sea un caballero más. No quiero
que sea como uno de esas sabandijas que persiguen campesinas y tienen amantes. O es un buen
tashk, o no lo es.
-Pero hay muchas formas de que una persona se quiebre. Y ahora, el chico puede realmente
quebrarse... sus huesos, quiero decir. O su salud. Lo cual nos demoraría más, y nos traería
problemas en el futuro. Al menos debería pensar en eso.
Ahora Fenr lo miró a la cara.
-¿Su alumna le dijo que hablara conmigo?
-Eso no es relevante. Tal vez lo dijo, tal vez no. Tal vez lo dijo con gestos y no con palabras;
tal vez lo dijo y yo no la escuché. Pero la realidad es esa. Como muestra de obediencia y
expiación, creo que el muchacho ya ha hecho mucho, tal vez demasiado. Además, siempre podrá
reprocharle esa falta más adelante, y alargar su castigo. Eso no lo critico, será cosa de verlo
entonces. Tal vez a partir de ahora se enderece y ya no le dé problemas.
Fenr asintió lentamente, pesando mentalmente las rocas sobre las que caminaban sus
monturas. Ese fue el último día de su castigo severo, pero los días que vinieron, si bien para el
chico fueron un necesario descanso, a todos menos a Ulr le parecieron una sentencia de castigo
más propia de un prisionero que de un escudero.

La primera nevada los tomó desprevenidos; no la esperaban como parte del desayuno. Ulr
nunca la había visto, y al principio se alegró y se divirtió un poco con Krirstn. Pero cuando se
había acumulado una capa de varios dedos, horas después, comprendieron que no era juego.
El tashk había dejado de exigirle a su escudero las tareas más duras y complejas; lo dejaba
descansar más tiempo, comer un poco más y abrigarse durante el día y la noche. Pero eso no
implicaba que lo tratara mejor, al menos no en lo personal. Seguía sin hablarle. Drek se fue
recuperando, pero temía que su maestro volviera a forzar su situación. No lo hizo, pero amagó lo
suficiente como para volver loco al muchacho.
El principal problema de la nevada era, sin duda, la comida de las monturas. Durante el
ascenso habían recolectado todo tipo de vegetales, y Fenr había podido cazar un ciervo. El
pescado ahumado de Zkart todavía podía durar, al igual que la carne seca; pero apenas había
hierba debajo de la nieve. Sólo rocas y tierra suelta.
Ngr pasaba gran parte del tiempo en una especie de trance. Krirstn sabía a qué se debía; los
sellos estaban allí, y ella podía detectarlos. Eran atrayentes a sus sentidos, como el aroma de la
miel. Sentía que, de caer en ellos, se perdería, y comprendió al poco tiempo que de eso se
trataba. Recordó que las directivas del hechicero habían sido a veces muy precisas, pero también,
en ciertas partes, muy vagas. Pensó que no tenía sentido revelar todo; tal vez ese antiguo
camarada de su maestro compartía ese gusto por el descubrimiento y la sorpresa que Ngr quería
impartirle también a su alumna.
Muchos lugares rituales, o prohibidos, eran marcados por magos o hechiceros para prevenir o
atraer a otros. Sin embargo estas marcas eran borradas, con el tiempo, por el mismo ritmo de las
lunas y los soles.
La montaña, a esta altura, hervía en señales, algunas de ellas contradictorias. Un hechicero o
mago poco atento, o que no conociera el truco, fácilmente podía caer en aquella trampa,
perdiéndose en las montañas, llegando a ninguna parte luego de mucho tiempo.
En realidad, se trataba de una hechicería muy fina, sutil, antigua pero peremne. Durante el
viaje había pensado en ilusiones, barreras, encantamientos y todo tipo de posibilidades.
Comprendía ahora que este tipo de hechicería eran los despojos de un pasado mucho más
brillante, y que si bien parecían poderosas para los actuales caminantes, eran niñerías para los
antiguos maestros del arte. Los sellos y barreras la superaban completamente porque eran de una
naturaleza totalmente desconocida, y agradeció el haber encontrado a alguien que pudiera
compenderla.
Mientras el anciano vagaba y trataba de trazar un sendero entre las marcas mágicas, Drek vio
la oportunidad de ganar puntos para su maestro buscando la solución al problema del alimento
para las monturas. Los pobres animales habían saludado el regreso del escudero, y durante los
duros días en los que nadie le dirigía la palabra, Drek los había tomado como amigos, llegando a
realizar algunas tareas con gusto, al estar en contacto con ellos todo el tiempo.
El escudero observó que en algunas partes de la estribaciones florecían ciertas plantas, que él
desconocía pero que podían mitigar al menos la situación casi crítica de los caballos. Fenr no
dejaba que los animales se alejaran del camino, y el escudero vio que los ojos de los animales
observaban aquellas plantas con evidente apetito. De manera que una noche se dedicó a cavar y
desenterrarlas, descubriendo curiosas raíces con las que el burro, su mejor amigo, sació su
apetito.
Sin mucho que hacer cuando nevaba, ya que el grupo solía parar para descansar, Drek
comenzó a alejarse más y más en busca de esas flores. Fenr pensó que exploraba, pero al verlo
regresar varias veces y alimentar a las bestias, alabó interiormente la astucia de su muchacho,
quien seguía tratando de mejorar su imagen frente a todos.
Aquello, evidentemente, lo llenó de un poco de orgullo, del cual no podía presumir ya que
seguía sin hablarle. Pasaron dos días de esta manera, y los trances de Ngr duraban menos, y eran
menos intensos. Krirstn también notó el cambio, pues lo que fuera que había en aquella zona que
los desorientaba estaba desapareciendo.
Esa noche Drek se alejó como siempre, armado con una simple tea, en busca de las plantas.
Ngr, más descansado que los días previos, conversó un poco con Ulr y luego se levantó para
charlar con el caballero.
-Veo que, como os había dicho, vuestro escudero es más útil entero que en partes.
Fenr asintió con pocas ganas.
-Hace bien las cosas para las que fue entrenado.
-Espiar no era una, ¿verdad? Supongo que no –continuó sin importarle la mirada del caballero-
. Pero sí lo es explorar, aunque nadie se lo pida...
-No está explorando. Busca comida para los animales.
-¿Comida, aquí?
-Lo hubiera visto si no estuviera tan... dormido. Descubrió algunas hierbas que crecen entre
las rocas. A los animales parecen caerles bien.
Ngr contestó con el silencio.
Al poco tiempo Drek llegó, ojeroso, tiritando y tropezando, con un manojo de hierbas en una
mano, de las cuales colgaban raíces y tierra.
El hechicero lo detuvo antes de que pudiera dirigirse a los animales, y tomó una de las raíces.
-¡Por todos los hechizos! ¡Claro que sí!
-¿Qué sucede?
-Hechicería viviente... ¡Es tan vieja como estas montañas! Las leyendas nos hablaban de ella,
claro, pero nunca pensé en verla y sentirla... claro que a las monturas les encanta. ¡Esto es lo que
no estaba desviando y haciéndonos perder el tiempo!
Krirstn, alertada por el tono de la conversación, se acercó; Ulr se mantuvo lejos de la escena.
Nunca estaba a menos de dos o tres metros de Drek.
-Mira, querida niña, mira y aprende –le dijo el hechicero a la mujer-. Aprende, pues no verás
nada así nunca más. Nosotros, ególatras, egoístas y falsos hechiceros, diciendo que éramos
poderosos porque le dábamos vida a las cosas que no la tenían. Pero ellos, ellos sí que eran
grandes... podían hacer crecer la vida de la forma que mejor les convenía. ¡Hermosas flores,
incluso, hermosos colores! Y crecen en la nieve, casi sin tierra... Oh, gloriosos poderes, tan sutiles
y misteriosos, lo que daría por saber algo de ellos... Terrible desgracia, terrible destino el no
poder aprenderlos, incluso teniendo varias vidas...
Krirstn se había acostumbrado ya a la forma de hablar de su nuevo maestro. Sin embargo,
aquella charla en la que él, tal vez el mayor hechicero del mundo conocido, se menospreciaba de
tal manera, cruzó una línea.
-Maestro...
-Sí, mi niña, sí, lo sé... Pero es que es tan, tan hermoso... Mira, toca las flores y siente ese
poder tan sutil, tan preciso...
El anciano tomó las manos de su alumna y la obligó a tocar las hierbas, mientras le explicaba
todo tipo de cosas. Drek se mantenía parado, como clavado al suelo, movido apenas por el viento
y el tintineo de sus dientes.
Fenr se alejó, buscó una manta y se la puso sobre los hombros. Y aquello fue todo entre ellos.
Ulr, al verlo, los insultó por lo bajo y se fue a dormir.

Fenr volvió a hablarle a su escudero a partir el día siguiente. No lo hacía con palabras suaves,
ni suaves eran sus modales; pero una simple sílaba era todo lo que Drek quería. Aquello le
levantó tanto el ánimo al chico, que a pesar de continuar en pésimo estado de salud, hacía las
cosas con una sonrisa.
Ulr no estaba, obviamente, tan contenta, y descargaba sus quejas en Krirstn.
Pasaron dos días más; el clima no empeoró, pero tampoco mejoró. Más despejado de mente,
Ngr y Krirstn se dedicaron a seguir los pasos indicados por el hechicero que había encerrado a
Astridr. Al tercer día, llegaron a una encrucijada de caminos a enorme altura. El problema, ahora,
era que los caminos resultaban demasiado angostos para los animales.
Aquella situación era una buena excusa para detenerse, sentarse y comer algo. Así que se
tomaron otro día para descansar. Cada uno repasó el papel que debería tomar en el siguiente
paso, y porqué debía ser parte del grupo que escalara hasta la cima.
Fenr debía ir porque se suponía que aquella sería su espada, y era la llave para salvar su
condado. Drek, ahora en forma humana, debía acompañarlo al ser su escudero. Ngr debía ir, pues
era tal vez el único hechicero que podría descubrir y destrabar los últimos trucos que encerraban
a la criatura, forjada en el Kshtar. Y Krirstn, como su alumna, debía acompañarlo para asistirlo y
aprender en el proceso.
Ulr estaba un poco en desventaja. Krirstn fue la que tuvo que darle la noticia.
-¡¿Pero porqué tengo que ser yo la única?!
-Hija, querida, escucha... Es peligroso. Todos aquí hemos corrido ya nuestra buena parte de
aventuras... conocemos los riesgos. Tú no has escalado nada en tu vida, al menos nada que sea
de piedra. Y además, te cuesta mantener nuestro ritmo. Estás cansada y pálida.
-Pero... –la joven terminó la frase con una mirada de gran desaliento.
-Ya sé que no te gusta quedarte aquí sola, pero no te preocupes. Te dejaré mi báculo, así
podrás descansar en una carpa, un poco más cómoda y abrigada. No tendrás que preocuparte de
nada, salvo mantener juntos a los animales y vivo el fuego.
-Pero... ¿porqué no se queda... él?
-Porque tiene un deber que cumplir con alguien más, al igual que yo. Y tú tienes un deber que
cumplir: quedarte aquí a cuidar de todo esto. Es un trabajo como cualquier otro, y es importante
para el grupo. Es la primera gran responsabilidad que te dejo, y espero que te comportes como es
debido. Iremos y bajaremos en poco tiempo, lo prometo.
11 – Una princesa de acero, en una jaula de hielo

La cornisa era realmente peligrosa. Les tomó al menos una hora transitarla, bajo la mirada
escrutadora de Ulr. De manera que, para cuando llegaron a la caverna que les había sido
indicada, estaban totalmente cansados. Se reunieron en la entrada para recuperar el aliento,
constatando que el viento no lograba pasar más allá del primer recodo. Se sentaron allí y
encendieron una antorcha. El viento silbaba, y el frío era intenso. En cualquier momento podía
comenzar a nevar, lo cual dificultaría más el regreso. Llevaban puesto toda la ropa de la que
disponían, algo que les había entorpecido la ascensión. Sin ella, sin embargo, hubiera sido
imposible llegar.
Ahora más tranquilos, los dos hechiceros se pusieron a conversar, en vos baja, sobre lo que
sentían.
-Es fuerte la presencia. Suerte que no había hechizos en la cornisa. Pero están aquí dentro.
-Ciertamente. Grandes hechizos de restricción. Lógicos, por otra parte, teniendo en cuenta lo
que pretenden guardar... Me hace acordar a esa canción... cómo era...
El anciano comenzó a recitar, mirando hacia el techo de la caverna, como buscando la letra
grabada en la roca:

Una princesa de hielo,


En una jaula de acero.
Con un rostro severo
Y un corazón sincero.

No le falta ya valor,
Pero no le sobra calor.
Nunca entregó su amor,
Mas conoce bien el dolor.

-La melodía ha cambiado algo, pero la letra es la misma. Aunque aquí podríamos decir mejor:
una princesa de acero, en una jaula de hielo...
-Pues claro, por eso lo he mencionado... –sonrió el anciano-. Es algo irónico que lleguemos a
este punto. Pero bueno, ya hemos descansado suficiente, ¿verdad? Y todos estamos ansiosos por
encontrar lo que sea que vayamos a encontrar. Así que mejor nos levantamos y seguimos
adelante...
Fenr apoyó la moción, intentando pasar primero por el estrecho corredor.
-Os dejaría, caballero, pero todavía debemos cuidarnos de la hechicería que custodia este
lugar.
El tashk lo dejó pasar delante de él, y se quedó también detrás de Kristn. Su mente bullía con
imágenes de cómo podía ser aquella espada tan maravillosa. Al final de la fila, Drek observaba
todo lo que sucedía, presto a hacer lo que fuera necesario para ayudar.
Detrás de ciertos recodos, había, en efecto, enormes fuerzas que hubieran detenido a casi
cualquiera. Ngr, alertado previamente por Krirstn, se tomó su tiempo para recordar lo
conversado. En el aire, invisibles, había puertas de hechicería que impedían el paso, y que solo se
abrían ante ciertas palabras y gestos combinados. El gran hechicero fue sorteando las
restricciones una a una, ingresando más y más en la enorme caverna.
Finalmente llegaron a la última habitación, la que encerraba a Astridr. Ngr se detuvo en seco.
-Es aquí, como te han dicho. La siento.
Giraron el recodo, y allí había una enorme caverna, casi esférica, evidentemente tallada por
potente hechicería. En ella ardían dos antorchas de luz imperecedera, nuevas evidencias del
enorme saber del constructor, y había una mesa de piedra, vacía.
Fenr se adelantó a mirar, y estuvo a punto de cuestionar aquella ausencia.
Y entonces la vieron.

La figura era esbelta, alta y de aspecto sigiloso. Obviamente los estaba esperando, ya que no
había sorpresa en sus ojos. ¡Sus ojos! Eran plata pura, ardiente como lava por la luz de las
antorchas. Ojos fríos y duros como la nieve compactada bajo el peso de varios inviernos, en los
glaciares del otro lado de las montañas. Los interrogaban, pero de manera despectiva, como
usurpadores y no como liberadores.
Alta y hermosa, su cabello de oro era largo como el viento, delgado como los suspiros... La
capucha caída dejaba ver totalmente su rostro, de un color plateado homogéneo. Sus labios
también eran dorados, y tenían la firmeza de un castillo, cerrados eternamente a los oidos
humanos. Sus rasgos eran finos, como esculpidos por un experimentado artista, pero un artista
sin sentimientos, sin calor en su corazón, sin amor por su arte, como un simple copista de los
rasgos de otras mujeres hermosas vistas aquí y allá.
Sus ojos parpadearon. Supieron que estaba viva.
Fenr dio un paso adelante, arrobado por la situación. Ngr extendió un brazo y le impidió
avanzar, sin decir palabras y sin dejar de mirarla.
-No puedes salir –dijo.
La mujer no respondió. El anciano hechicero comprendía ahora toda la verdad, mientras
Krirstn terminaba de desenrollarla. Fenr solamente miraba a la mujer, asombrado por los
hermosos detalles de su rostro y su cabello. Lo mismo hacía Drek, quien se había incorporado al
grupo segundos después del hallazgo.
Frialdad pura. Aquello era lo que daba su mirada, y Fenr más que nadie la sentía. La misma
frialdad del acero que entra en la carne y muerde los huesos, intentando sorber la vida. Esa
frialdad que él amaba, porque se la daba a sus enemigos. Esa frialdad que sus enemigos, a veces,
le habían dado a él, como mostraban sus cicatrices. Esa frialdad del combate, que enrojece las
mejillas de fuego y las manos de sangre. La frialdad del infierno, la esencia de la batalla.
Ella continuaba allí, parada, sin respirar. Parpadeó de nuevo.
-Nos quedaríamos más tiempo aquí, pero me temo que tú seguirías sin cansarte, y nosotros
tenemos que comer... –dijo Ngr, tomando una actitud entre soberbia y comprensiva, algo que él
hacía naturalmente, sin ninguna malicia-. Pero creo que nos necesitamos mutuamente, ¿sabes?
Krirstn dejó de admirar a la mujer y sus pensamientos se asentaron. Comprendió entonces la
verdadera naturaleza del Kshtar, y se preguntó si realmente los magos y reyes de antaño no
habían hecho bien en matar a tantos hechiceros capaces de invocarlo.
La mujer les dio la espalda.
Entonces habló, pero no supieron si había movido, o no, sus labios.
-No. No van a usarme nuevamente.
-Pero... –Krirstn comenzó sin saber qué palabras seguirían, y el viejo la detuvo con un gesto.
-Nadie habló de utilizarte. Pero tú también debes sentirlo. Si realmente sabes algo de
hechicería, deberías sentirlo.
-Es evidente que no he aprendido lo suficiente de esas artes. De otra manera ya no estaría
aquí. Pero no los necesito. Váyanse. No quiero condiciones sobre mi libertad.
-Ciertamente, son dos palabras que no coinciden en nada. Y no somos proclives a mezclarlas...
ah, si supieras el camino que cada uno de nosotros ha hecho para llegar aquí, las coincidencias,
los encuentros casuales, las situaciones graciosas... –el viejo miró a Drek, el cual, embobado ante
la mujer, no se dio cuenta-. Todos somos huérfanos aquí, y la libertad sin condiciones es nuestro
lema, abrazado con gran pasión. Yo mismo soy ya una anacronía, al igual que tú. Un recuerdo
perdido del pasado, que el mundo recupera por puro azar. Un nudo cortado, una rama sin hojas...
Dejó un poco de espacio entre las palabras. Fenr estaba despertando, y el monólogo del viejo
lo abrumaba. Krirstn lo observaba con atención, sabiendo que era su turno y el de nadie más.
-Además, este caballero no viene a blandiros. No posee nada. Es un aventurero, un vagabundo
en busca de honor y gloria. Su rey posiblemente ya haya muerto, y no tiene más hijos que este
escudero de aquí. Ni feudo tiene, al menos por ahora. ¿Y mi aprendiz? Solamente tiene su
juventud y su poder, escaso para el nivel que debería tener. ¿Qué voluntad podemos intentar
imponerte, bajo qué poder, bajo qué ética, si somos todos hijos de los caminos y en ellos
moriremos?
-Ya lo he dicho. Váyanse.
La mujer lo dijo luego de unos segundos de silencio. Ngr tal vez tomó eso como un signo de
victoria parcial. Pero también sabía que no podía hacer nada contra ellos en ese lugar.
-Todos somos poseedores de una nada muy particular, porque en nuestro vacío hay una
chispa única: nosotros mismos. Ah, yo te comprendo... no sabes cómo te comprendo. Crees tener
el poder en tus manos, y no está allí... Y luego lo buscas en los demás, para arrebatárselo, y no
puedes... Y luego solamente queda un vacío más grande.
-Hablas mucho y bien, anciano. Como mi padre.
-Me precio de ser un humilde seguidor de las artes de tu padre, Astridr –el viejo dijo su
nombre despacio, como pidiendo permiso para usarlo-. Y sé que nunca llegaré a crear una obra
tan hermosa como tú. Nadie podrá. Pues él te forjó de una forma, pero él tal vez nunca pensó que
lograrías forjarte a ti misma de una manera tan diferente.
La mujer se giró y dio dos pasos hacia delante. Pasos firmes, exactamente iguales. Era una
maniobra hostil, pero nadie se movió. Debajo de la capa marrón, había, al parecer, un cuerpo
igualmente metálico, pero labrado como una armadura. Oro y plata.
El viejo se atajó.
-No pretendo saber nada sobre tu padre, ni sobre ti. Más allá de lo que me contaron, que
puede o no ser cierto. Pero yo también he tenido el ansia que intuyo en tu creación. Y no me ha
faltado la capacidad, creo, pero sí la voluntad. Y verte es algo hermoso, realmente.
-Mi vida, mi existencia, casi nunca lo fue.
-¿Y la de quién? Eso es lo que intento decirte... todos somos huérfanos aquí. El pobre
escudero, maltratado por su maestro; el caballero, menospreciado por sus superiores y golpeado
por el campo de batalla... Mi niña aquí, humillada por su familia, sin motivo, porque es una flor
tan gentil... Y yo mismo, ay, mis desgracias... Siglos y siglos de prisión, como en tu caso, sin el
contacto humano que hubiera deseado, atontado por el paso de un tiempo que no controlaba ni
podía medir. Tanto tiempo perdido, tantas cosas sin hacer y sin aprender. Por eso te digo que te
comprendo. Pero siempre tenemos la oportunidad para hacer algo nuevo. Algo que nos llene de
orgullo, y no de pesar y arrepentimiento.
La mujer lo miró, desafiante.
-Yo también busqué el poder, y creí tenerlo entre mis dedos –Ngr levantó sus manos hasta la
altura de su pecho, mostrando dos manos ajadas, callosas, huesudas, vacías-. Y yo también
comprendí que era huérfano. Huérfano de todo poder, pues lo que cambio se desmorona tarde o
temprano.
Astridr parpadeó nuevamente.
-Yo también lo siento. Pero no sé qué es.
-¡Excelente! Nosotros tampoco. Queremos averiguarlo, y detenerlo, pues está comiéndose el
mundo en el que vivimos. Y hay una oportunidad muy grande para descubrir cosas que nadie en
su vida ha soñado descubrir... ¿Al menos no te interesa? No condiciono tu libertad, pero cuestiono
tu sentido de la curiosidad. El cual, creo yo, debe ser también muy grande, pues sin una no puede
existir la otra, y hace mucho tiempo que te impiden beber de la primera. Y la curiosidad,
justamente, se alimenta de la sed... Querida mía, te aseguro que nadie te pedirá sangre, humana
o no humana. Solamente deseamos tu compañía, tu consejo. Y eres libre de darlo, o no. Como
prefieras.
Astridr no cambió su gesto, pero bajó su cabeza. Krirstn, que estaba apenas un poco más
cerca, creyó ver una aguja de dolor caer de sus ojos de plata.
-Volveré a caer si salgo, anciano. No soy libre ni siquiera de mí misma. Esta jaula de hielo será
mi prisión, mi tumba, por siempre. Mi padre se equivocó al crearme. Sus artes fueron perfectas,
pero no así todo lo que vino después. Soy un experimento fallido, una decisión errada. Ya he
cometido demasiados pecados. Aunque no pueda morir, puedo matar. Y debo hacerlo, pues es mi
naturaleza. No, no me liberes. Déjame.
-Tu padre no te creó para matar, pues le estaba prohibido. Y nadie es más dueño de sí mismo
que uno mismo. Ahora eres libre de tu forma anterior; y en tu forma nueva eres implícita y
profundamente libre, algo a lo que no podías aspirar siendo un objeto. Tienes una nueva forma de
enfrentarte a lo que está allá fuera. ¿Acaso no deseas probarte a ti misma, y demostrar que eres
dueña digna de tu propia libertad?
-Soy demasiado vieja para probar nada. Váyanse.
Ngr creyó haber llegado al fondo, pero obviamente le faltaba algo más. Y no estaba seguro de
qué podía ser.
Astridr levantó la vista y los vio a todos. Drek estaba extasiado con su presencia; Krirstn
estaba apenada, pues intuía muchas de las cosas que le había comentado el hechicero.
Fenr estaba llorando, y nadie lo veía.
Los hermanaba el campo de combate, la sangre derramada y la sangre vertida. Los
hermanaba el sentimiento de saber que se hace lo que se pide, pero no saber, a veces, si eso es
justo o no. Ese sentimiento de culpa por haber matado, aunque fuera necesario, bien enterrado
en lo más profundo del corazón. Ambos arrastraban esas culpas en la sombra, sin que nadie las
conociera, sin que nadie las comprendiera, sintiéndose dueños de sí mismos por fuera, pues
dentro suyo se sabían dueños de nada. Luchando siempre para lograr algo que luego se
desvanecía, algo que alguien les arrebataba.
Los hermanaba la lágrima que ambos vertieron en ese momento.
La joven de incontables siglos se volvió, y se quedó en un rincón, meditando.

Ngr llamó a uno de sus pájaros para que le diera algo de ánimo a Ulr, allá abajo. La bandada,
luego, trazó alegres vuelos sobre las monturas, y Ulr se tranquilizó un poco al ver que todo estaba
bien, a pesar de la demora.
Fenr se sentía aliviado, de alguna manera, a pesar del extraño giro. Drek estaba callado, pero
parecía querer preguntar mil cosas. Como el viejo Drek, siempre inquieto y listo para todo. Pero
no se animaba a hablar porque intuía algo nuevo en su maestro. Algo de lo que él no podía ser
partícipe, a pesar de que quería serlo.
Krirstn se había quedado cerca de Astridr, sin observarla pero conmovida por su dolor, que no
alcanzaba a medir. Fue ella la que escuchó las palabras.
-Si me liberan, no tienen ninguna garantía de lo que haré.
-Eso lo sabemos –la hechicera se levantó y la enfrentó-. Pero no nos queda otra opción. Todos
aquí hemos confiado. En base a la desesperación, o a la curiosidad, o a la simple necesidad
pasajera, que luego se hizo más larga. Pero hemos confiado. Como lo hacemos ahora.
Ambas callaron, mirándose de tanto en tanto, escudriñando sus almas.
-Dile a tu maestro que puede sacarme, si aún lo desea. Los acompañaré, con una sola
condición. Los ayudaré a enfrentar su problema, pero luego de eso sea libre de todo juramento o
promesa que me ate por lealtad a cualquier persona. A partir de ahora, sólo seré esclava de mí
misma.
Krirstn asintió, y llamó a Ngr.
Remover los sellos tomó su tiempo. Estaban arraigados a la piedra de una manera pocas veces
vista por el hechicero, y había verdadera maestría en aquello. En un momento, Krirstn dudó sobre
si la demora venía por lo pesado de la tarea, o si su maestro estaba disfrutando al invertir aquella
hechicería, intentando aprender de ella.
Cuando todo estuvo listo, Astridr salió de la caverna.

Sus pasos eran pesados, secos. El primer impulso de Krirstn fue darle un abrigo, pero se
detuvo y comenzó a comprender que debía pensar de otra manera frente a ella. Era alta como
Fenr, y podía mirarlo a los ojos directamente.
No hubo un gesto especial al cruzar ese umbral, pero sí miradas curiosas a su alrededor. Todo
estaba exactamente igual a como lo había visto la última vez. El recordar el pasado la hizo
preguntar.
-Hechicero, dices que no conoces a mi padre. Sin embargo conocían mi nombre. ¿Cuánto
tiempo ha pasado?
Ngr sonrió, pensando en la ironía.
-Le hablas a alguien que ya ha perdido la conciencia del tiempo, querida. Alguien quien, como
tu padre, no contaba días sino ramos de primaveras.
La respuesta, obviamente, no satisfizo a la mujer, quien siguió caminando con pasos
calculados, simétricos, sobre el suelo de roca. Fenr la seguía con los ojos, desde lejos, y veía
moverse su cabello como si de pronto pudiera ver el sol, y descubriera en él una verdad perdida.
-Lo que quiere decir mi maestro es que... no sabemos cuanto tiempo ha pasado. Varios siglos,
sí, pero no podemos precisar más. Nos hemos enterado de tu existencia por el que posiblemente
sea el único que sabe de ti en todo el mundo...
Mientras Astridr encabezaba la marcha hacia el mundo exterior, escuchó un breve relato de
cómo les había sido referida su existencia. Para cuando llegaron a la entrada, la hechicera había
terminado de contarlo. Todos esperaron algún comentario, fuera o no despectivo, pero no hubo
ninguno.
Astridr se asomó al mundo exterior.
La nieve caía intensamente, quebrándose en los aullidos del viento. La espada se quedó allí,
dejando que el frío rozara su rostro. Después, sin una palabra, comenzó a bajar.

Para cuando ellos estaban recorriendo el tercer trayecto de la cornisa, ella la había llegado al
campamento. Ulr se levantó para recibirla, desdibujada su figura por la nieve que vivoreaba en el
aire, y se espantó al verla de cerca. Una visión centelleante, completamente cegadora, debajo de
una capa gastada.
Astridr no reaccionó a ese miedo, de ninguna manera. Posiblemente ya lo había visto en
muchas otras personas, tantas veces que había perdido su significado. Ella misma se consideraba
una reina del terror.
Los pájaros de Ngr se posaron cerca de la niña, en respuesta a un silbido del anciano que
logró superar al viento. Los caballos piafaron, descontentos por la presencia, tan inesperada como
extraña. Zkti era un poco como ellos, y era amigable; pero la espada estaba manchada de sangre,
aunque su cuerpo estuviera bruñido. Era una criatura diferente, humana pero al mismo tiempo
demasiado lejana, sin el alma rudimentaria de un animal.
El grupo llegó al poco tiempo, y tuvieron que pensar en reanimar rápidamente la fogata. La
nevada los había tomado en un mal lugar, pero debían quedarse allí hasta encontrar uno mejor,
cuando amainara. Krirstn se ocupó de tranquilizar a Ulr, y conversar con ella dentro de su carpa,
relatándole lo sucedido. Mientras tanto, Fenr calentó algo de comida.
Todos comieron en silencio. Astridr, dándose cuenta de que estar parada la convertía en una
figura demasiado amenazadora, se sentó cerca del fuego.
-Es el mismo fuego, ¿verdad? Piensas en el fuego que te creó; eras conciente de él, como no
puede ser conciente un niño de su propio nacimiento. El mismo fuego, todos los fuegos; todos son
uno.
La mujer no dijo nada.

Habiendo completado aquella parte del asunto, solamente quedaba cruzar hacia el otro lado
de la cordillera. Repentinamente, la nieve dejó de caer; era media tarde y estaba oscuro, pero se
arriesgaron a caminar más, cargados con un enorme cansancio, a fin de encontrar una cueva o
risco que los protegiera al menos del agua. No encontraron ninguna abertura en la roca, pero sí
una pequeña saliente que cubría un terreno sutilmente llano, quebrado a veces, por donde la
lluvia se escurría, llevándose la nieve. Levantaron allí un mejor campamento.
Astridr los miraba con ojos muertos, como ignorante de su nueva condición humana. Había
observado durante siglos a los humanos, pero siempre había sido una cosa; ahora sabía qué iban
a decir o hacer, pero no sabía si ella debía actuar, o no, como ellos.
Así como Fenr y Drek la miraba con una extraña fascinación, Ulr continuaba mirándola con
temor. Tan fuerte era aquello que, sin darse cuenta, en la caminata se acercó bastante a Drek,
llegando a estar a casi un metro de él.
Los hechiceros eran un caso aparte, pues en ellos la fascinación era totalmente diferente, y
estaba mezclada con una honda preocupación.
Particularmente Krirstn la veía con una cierta ambigüedad, pues por un lado quería
preguntarle decenas de cosas, elevándola a una especie de ser superior, mezcla perfecta, o casi,
de la cima del Kshtar y la naturaleza humana. Algo en lo que Ngr no iba a caer, pues él conocía la
verdadera cuestión detrás del Kshtar. Por otra parte, la tristeza que emanaba de ella, tal vez
mayor que su furia ciega, contenida, la llevaba a pensarla como un ser humano como tantos otros
que había conocido en su corta pero activa vida. Un ser humano, como ella, torturado por el uso y
el abuso de aquellos que deberían ser protectores y no amos. Una mujer solitaria, castigada por
hombres malignos, que la habían seducido con artimañas y falsas promesas. Una mujer, en fin,
como muchas que había conocido, y en cierta forma como ella misma.
Esto último se manifestaba en pequeños gestos, como pensar, en el primer momento, en darle
abrigo. Cuando el grupo comió, nadie pensó en ofrecerle comida, salvo la hechicera, pero también
descartó ese pensamiento. Muchos hojas se agitaban, entonces, en la mente de Krirstn.

Salir de la cordillera les tomaría varios días más. Fenr dijo que pasarían allí la noche, y nadie
dijo nada en contra. La charla se fue apagando, como era ya costumbre para el grupo. Todos
estaban preparando sus sacos de dormir y sus mantas; Drek se aseguraba de que las monturas
estuvieran tranquilas y descansadas, hablándoles al oído como solía hacer. Fenr miraba al vacío,
meditando, pero en realidad su pensamiento estaba con Astridr.
Krirstn estaba observándola cuando vio que todos tenían un lugar para dormir, pero no ella. La
rueda junto al fuego era siempre la misma, ya que había proximidades peligrosas. Drek debía
dormir junto a su maestro; Krirstn ya había pasado demasiado tiempo cerca de Fenr y por lo
tanto dejaba que el siguiente lugar lo ocupara Ngr. Ella hubiera querido dormir, a su vez, cerca
suyo, pero de haberlo hecho, Ulr hubiera quedado peligrosamente contigua al escudero, de
manera que era la hechicera quien dormía junto al joven. Ulr, separada por su avergonzado
admirador por Krirstn y el fuego, se mantenía también lejos de Fenr, con quien la relación se
había tensado desde que él hubiera perdonado, el parte, a su escudero.
En aquél intrincado círculo había que tener en cuenta la carpa de la hechicera. En las últimas
noches la habían usado mucho más asiduamente, sobre todo desde el altercado entre Ulr y Drek.
Sin embargo, no siempre era posible, ya que el suelo era cada vez más escarpado y pedregoso.
Astridr estaba de pie, observando a todos acomodarse como era costumbre. Krirstn se levantó
para hablarle.
-Hace frío –dijo, queriendo agregar algo más, pero sin que se le ocurrieran las siguientes
palabras.
-Sí –dijo ella sin entonación.
-Quiero decir, no sé si lo sientes, pero hace mucho frío. Si quieres puedo darte un lugar en
donde puedas dormir más... cómodamente.
Ella hizo, aparentemente, un pálido y repentino intento por parecer humana.
-Eso sería... bueno.
Krirstn sonrió y fue a buscar su báculo.
Ulr era la huésped más usual de la carpa, y ahora se sintió evidentemente invadida por la
nueva intrusa, en quien todavía no confiaba.
-Oye, ¿porqué va a dormir ella ahí? No quiero que me dejes afuera con...
Krirstn notó en su voz una queja adulta, pero un tono de niña; una actitud de rebeldía
mezclada con un berrinche. Por otra parte, no quería quedar mal con su invitada.
-O duermes con ella dentro, o lo hago yo. Tú eliges. Ya estás grande para tantos cuidados.
La frase fue terminante, y la joven se retiró a su saco mascullando todo tipo de quejas. Al ver
el lugar vacío junto a ella, se levantó, movió el saco más cerca de Ngr y se quedó allí, mientras el
anciano reía por lo bajo.
Astridr entró en la carpa. Era la primera vez en su vida que agachaba la cabeza, y lo hacía
frente a una humana.
Fue así que la princesa de acero durmió, por primera vez en mucho tiempo, fuera de su prisión
de hielo.
12 – Extraña caravana de dudas

El día siguiente no amaneció. Se despertaron como cualquier otro día, pero había algo que
faltaba.
Mientras Krirstn se revolvía, incómoda, en su saco de dormir, dentro de la carpa hacía rato
que Astridr estaba despierta. Sus ojos perforaban el techo, intentando mirar más allá de la nieve
y las nubes.
Se levantó al escuchar pasos y ruido de ropas en el exterior.
Ngr también lo había sentido.
-Ah, tú tampoco pudiste dormir...
-He dormido demasiado tiempo, anciano –respondió ella, bruscamente pero en voz baja.
-Bueno, bueno, es que ahora tal vez tengas muchos motivos para mantenerte despierta y
atenta por un buen rato... –Ngr lo dijo mientras escudriñaba el marmóreo cielo. No había viento,
ni arriba ni abajo.
-Es algo... muy fuerte.
-Sí.. Y aún así no ha despertado a mi alumna –lo dijo mientras se acercaba a la carpa-. Ey,
despierta, vieja bruja –dijo tratando de imitar la voz de Fenr, mientras golpeaba con su báculo el
lado que ocupaba Krirstn-. Ah, tanto trabajo para hacer –dijo con su voz, hablando en murmullo,
mientras miraba a Astridr-. Yo sí necesito descanso.
Krirstn comenzó a moverse rápidamente dentro de la carpa. Se vistió mientras murmuraba
cosas y dejaba de lado el saco de dormir, que le estorbaba, y fue subiendo de a poco su tono.
-...dito caballero irrespetuoso... ya va a ver... en una mula...
Ngr mantenía un gran brillo en sus ojos.
-... creí que ya habíamos pasado esa etapa... que me respetaba... todo lo que hice por él...
El ruido había despertado a Fenr, el cual, como estaba vestido, comenzó a salirse del saco de
dormir. Al escuchar la voz de Krirstn decir aquellas cosas, dejó de ver al hechicero, el cual llevaba
a Astridr por otro lado.
-Ven –le dijo-, volveremos cuando la nieve se haya derretido aquí.
La mujer logró ver el momento en el cual, con ojeras y el pelo revuelto, Krirstn salía casi
totalmente vestida de la carpa. Al ver a Fenr incorporándose, comenzó el intercambio de ideas.
Astridr, no supo porqué, sonrió por primera vez en su vida.

-Usted... ¿Cree que él nos siente? ¿Que está conciente de ello?


-Mh... sí, es una forma de decirlo. Conciente es una palabra muy grande. Lo que me pregunto
es si eso puede, por propia cuenta, tomar conciencia. No inteligencia, pero sí la capacidad de
poder sentir lo que sucede a su alrededor. Lo cual es el primer paso hacia lo demás. Las plantas,
por ejemplo, no son inteligentes, pero reaccionan a lo que sienten. ¿Sabes lo hermoso que es
observar por un día entero cómo una enredadera lanza un zarcillo que lentamente se enrosca en
una rama? A eso me refiero. ¿Y si nosotros somos la rama, cómo reaccionará? Yo creo que sabe
que estamos aquí. No solo me siente a mí; te siente a ti, también. Particularmente a ti.
Indirectamente, según creo, el Unbkn es Kisanbstnka en su nivel más puro, radical. Limpio de
deseos humanos que lo manipulen. De allí nace su impredictibilidad, y es posible que por ello
adopte muchas formas. Tal vez el Kishantnarma fue, después de todo, un Unbkn. ¿Y si la
hechicería puede engendrar el Kshtar, el dar vida a lo inanimado, porqué un Kisanbstnka
descontrolado por los humanos no podría engendrar algo más?
Astridr meditó unos segundos en aquello. Recordó algunas conversaciones que su padre había
tenido con sus colegas. Pero el anciano siguió hablando, rápidamente como cada vez que se
apasionaba.
-No sabe quienes somos, pero tal vez nos tema... Oh, bueno, ya está mi vanidad de nuevo...
¡herencia de otros tiempos, ¿sabes?! En fin, que nos siente y ha reaccionado a eso. Conciente o
inconcientemente, ha cambiado los tantos. Posiblemente haya apresurado lo malo. Esto es nuevo,
y a partir de ahora tendremos que ir con más cuidado. Y quiero que sepas que, así como yo confío
en ti, tú puedes confiar en mí... y claro, también en mi alumna.
Astridr dudó, escuchando las voces que venían del campamento.
-¿Por qué...?
-Ah, la primera pregunta... Bueno, no, técnicamente, la segunda. Pero esa ya te la estás
haciendo desde hace mucho mucho tiempo, ¿verdad? Qué soy, quien soy. Qué humano,
realmente. La segunda pregunta, porqué estoy aquí, no deja de ser humana, también. Pero tú
preguntas por mi confianza... Digamos que es una confianza profesional. Digamos que la
hechicería y el Kshtar nos dio la posibilidad, a muchos, de ser padres, cuando ya no podíamos
serlo. Y a veces, uno confía en los hijos de otro padre, porque tiene la idea de que los hijos son
similares a ellos...
-Pero usted dijo que no conocía a mi padre...
-Y es cierto. Pero sí diferencio el Kshtar bueno del malo. Y tú, mi querida, aunque hayas
nacido como espada, te aseguro que tu padre no te pensó como arma... Él, creo, no era uno de
esos.

La nieve no se había derretido, pero mientras las palabras subían de tono, todo parecía
posible. Fenr había asegurado, con honor a la verdad, que él no había dicho esos insultos. Pero
hacía un tiempo que Krirstn necesitaba decir algunas cosas, y él también. De manera que el
intercambio fue haciéndose más agudo, despertando incluso a la dormilona de Ulr. La cual salió en
defensa de su madre adoptiva, incluso después de que ella la reemplazara por Astridr.
-Drek, mira, es el colmo de todo. Ni siquiera tengo castillo y ya estoy asediado por dos
mujeres gritonas. ¿Puedes hacer algo, como buen escudero?
El joven se debatió entre el respeto que le tenía a Krirstn, el temor por las represalias que
podía tomar Fenr, y la vergüenza que todavía le daba enfrentar a Ulr. En ese momento todos lo
miraron, y en el extraño silencio volvieron Astridr y Ngr.
-Ah, pues estamos todos despiertos, qué rápido ha sido esto... –cambió de tono
instantáneamente, para que nadie notara su sarcasmo-. Debemos partir, creo yo, ya mismo.
-Ni siquiera parece de día –dijo Fenr, relajando la guardia-. Pero no estoy cansado. Creo que
hemos dormido bastante; o al menos lo suficiente.
Krirstn estuvo a punto de gritarle y tirarle una bola de nieve sucia que tenía en la mano, pero
Ngr la detuvo.
-Pero sí, es de día. Y tú, niña, deberías sentirlo... si te calmas.
La hechicera lo hizo, y de su puño fue cayendo, lentamente, la bola de nieve.
-Es... está en todas partes...
-Está en el aire, aunque por suerte, por su misma naturaleza, creo yo, no está cayendo
nieve...
-¿Qué es? –Fenr odiaba quedar por fuera de las discusiones.
-Nuestro destino, caballero. Lo que sea que está allá, ha redoblado sus esfuerzos. Por eso no
vemos al sol; hay algo detrás de las nubes, aunque no puedas verlo. Ya no veremos más el sol; y
si llueve o nieva, es posible que su veneno también nos llegue así.
Fenr dio algunas instrucciones a Drek, quien instantáneamente comenzó a preparar los
caballos.
Ulr, quien había perdido la oportunidad de gritar, golpear y llenar de nieve a su adversario,
siguió mirándolo y buscando una oportunidad; al menos una mirada esquiva. Krirstn rompió el
trance y la obligó a ayudarla con sus cosas. Pronto tenían todo cargado. La muchacha tuvo que
contentarse pateando algo de nieve, hasta que la hechicera la calmó bruscamente con algunas
palabras de reproche.

Tenían prisa y el camino era desconocido. Mala combinación, sin duda; Fenr iba al frente
tratando de aplicar toda su experiencia. Astridr se sintió casi obligada a acompañarlo, y el
caballero descubrió que su vista era de gran ayuda, ya que era mucho más aguda. Curiosamente,
y esto llegó a ojos de Krirstn, el tashk parecía confiar instintivamente en Astridr. La hechicera no
sabía cómo tomar aquello, pero se resistía a creer que el hombre hubiera cambiado sus hábitos y
de pronto confiara tanto en alguien desconocido.
Krirstn los hubiera acompañado, pero sentía algo raro en aquellas circunstancias. Ulr no
paraba de importunarla con todo tipo de pedidos: historias, comentarios, opiniones. O se quejaba
de que Drek, quien cerraba la marcha con las monturas, la espiaba nuevamente. Ngr acompañaba
al muchacho; por encima sus pájaros revoloteaban, sin tener árboles donde posarse.
El terreno era muy escarpado, pero al estar por encima de los valles, podían al menor ver los
caminos que eran evidentemente intransitables. Sin embargo, Fenr tenía la impresión de que sus
elecciones a veces no eran las mejores, y de que perdían tiempo y esfuerzo en caminos malos,
cuando seguramente había algunos más adecuados.
En algunas oportunidades, fuertes vientos los asaltaron. El aire se les antojó rancio dentro de
sus pulmones. Krirstn tosió fuertemente; Ngr también sintió una presencia en esas bocanadas de
muerte.
El frío no disminuyó con el descenso. La nieve había caído copiosamente por esa parte de la
montaña, también; hubo resbalones y caídas. En una oportunidad, Drek intentó ayudar,
instintivamente, a Ulr a levantarse, luego de que ella se golpeara fuertemente. La mirada
punzante de la joven lo detuvo en el acto. Se dedicó, entonces, a las monturas, que estaban
cansadas y molestas.

-Los ojos engañan a veces, y más en estas circunstancias. Queremos llegar allí abajo, y los
poblados parecen cercanos...
-Así es, maestro.
Fenr se quejó.
-No quiero continuar... pero es lo único que nos queda. Cuida más a la niña, que no se rebele
contra mi escudero... lo necesito, así como mis monturas lo necesitan a él.
-No es una niña –respondió airosa Krirstn, y Ulr sonrió al escuchar su voz hablar tan alto y de
manera tan desafiante-. Y puede cuidarse sola.
Aquello significaba, también, que la hechicera ya no la trataba de manera tan sedosa, y de
hecho, con evidente fastidio, la abandonó bastante en la segunda mitad del trayecto de ese día.
No supo si era porque quería estar lejos de ella o delante de la caravana, con Fenr y Astridr.
Las cornisas eran cuchillos y la nieve, a veces, se convertía en hielo.
Ulr cayó.
Drek estaba manteniendo por su cuenta la distancia acordada, silenciosamente, entre ambos.
Los adultos se concentraban en el camino a seguir, el cual trazaba curvas de ángulos extraños.
El joven logró tomarla de una mano. Intentó asirse del borde con la otra, pero no pudo
hacerlo.
Drek no podía izarla, y de hecho corría peligro de caer también por la cornisa. El grito de Ulr
alertó al resto; Krirstn sostuvo los pies del escudero, y Ngr le dio una mano que le sirvió de ancla.
Estaba pálida como la nieve que ahora pisaba. Drek se alejó de ella, como si tuviera lepra,
mirando el suelo. Ella no dijo nada, pero se tomó de Krirstn como si fuera, realmente, su madre, y
no se despegó de la hechicera por el resto del día.
En otro momento, Fenr se hubiera reído de algo similar, y hubiera hecho bromas. Pero ahora
todo era diferente.

En la noche siguiente, la hechicera tuvo que soportar una vez más los llantos de la joven, que
ahora sí eran un poco más comprensibles. La carpa les dio algo de privacidad, mientras afuera el
resto discutía el trayecto a seguir.
-¡No lo puedo creer! ¡Me tocó, entiendes, me tocó!
-¡Te salvó la vida, Ulr!
-¡Y crees que eso me gusta también! ¡Además de tocarme, me salvó la vida! ¡Maldito sea!
-¡Ulr, no te permito que digas esas palabras!
-¡Pero tú las dices siempre cuando insultas a ese caballero! ¡Maldito, maldito, maldito
escudero!
-¡Ulr!
Krirstn había aprendido algunos nuevos trucos. Principalmente, como clavar su mirada en la
joven.
-Esas no son palabras de una dama. Al menos guárdalas para cuando tengas que decirlas con
estilo.
-Pero...
-Nada de peros. Te has pasado la última media hora llorando como una niña. Tienes que
aprender a soportar las cosas que no puedes evitar. Es lo que hubieran querido tus padres, y es lo
que yo también quiero... por tu propio bien. No es fácil para mí la posición en la que estoy. Tengo
que pensar en cómo ayudar al resto, y pensar en cómo ayudarte a ti... tienes que tomar algunas
responsabilidades, y no puedes ponerte a llorar por cualquier cosa que sucede.
-Pero...
El segundo pero tenía, ahora, un tono de súplica, y no de rebeldía.
-Ulr. Entiendo que él hizo muy mal. Pero también lo han castigado por eso, y muy seriamente.
Él está muy arrepentido, yo lo sé. Fue una travesura muy grave, y créeme que si su maestro no lo
hubiera castigado, yo lo habría hecho. Pero no puedes culparlo toda la vida. Ódialo toda la vida, si
quieres y puedes. Cuando puedas aléjate de él y no lo veas nunca más. Pero ahora todos
dependemos de todos. Si hacemos algo mal... No solamente nosotros, sino todo el reino, todo el
mundo puede morir. ¿Entiendes? ¿Por qué crees que vengo soportando a ese caballero desde
hace tanto tiempo? ¿Crees que me gustan sus bromas, su mal sentido del humor, sus constantes
insultos? Pues no. No te rías.
-Es que a veces se parecen a mis padres...
-No sé que quieres decir con eso. Lo importante es esto: una de las primeras cosas que debes
aprender es que hay que soportar malas experiencias para poder ganar algo a cambio. Para mí no
fue fácil abandonar todo y aprender hechicería... Y mal que me pese decirlo, tampoco lo ha sido
para Fenr y Drek. Al menos reconóceles eso. Ya sabes que para ganar algo tienes que sacrificar
algo a cambio. Así es la vida. Y ahora estamos todos metidos en esto, tratando de hacer lo que se
pueda para detener a...
-¿Y que puedo hacer yo? Me dijiste que no podías enseñarme hechicería.
La joven bajó la mirada, algo despechada por la situación.
-Cuando te conocí, creí que ibas a enseñarme.. en algún momento...
La mujer acarició el cabello de la muchacha y lo acomodó lo mejor que pudo. Le hacía falta un
buen corte y un buen baño.
-Algo más que debes aprender: a veces uno sacrifica cosas y no gana nada a cambio –Krirstn
levantó cariñosamente el mentón de Ulr-. Así es la vida. Tú eres especial; lo único que falta es
encontrar en qué eres especial. Ya lo verás. Encontrarás algo que te guste hacer y lo harás, yo te
ayudaré. ¿De acuerdo? Y luego posiblemente te cases y tengas...
-¡No! No soporto a los hombres. No quiero a ninguno cerca.
Krirstn no dijo nada a ese comentario. Sonrió y abrazó a la joven, y luego hablaron de otros
temas.

-No podemos seguir mucho más así... apenas tenemos comida. Y las monturas...
-Las monturas, odio decirlo, son...
-No hablo solamente de las monturas, anciano. Las dejaré si nos estorban, pero no es así. El
problema es que todo está cabeza abajo.
-Recordad, caballero, que de esto ya habíamos hablado... caminamos hacia un enorme, un
gigantesco interrogante.
-Pero la idea es que si nos mata, lo haga al llegar, y no antes –Fenr dijo esto con resignación,
pero también con valor.
-Obviamente, no es la única opción posible. Al liberar así su poder, nos dificulta el camino.
Pero, querida, no dices nada.
-No tengo mucho que decir, anciano. No tengo experiencia en este tipo de situaciones.
-Pues claro, tienes razón...
Se suponía que Fenr dijera algo, pero no lo hizo. Así que los dos lo miraron.
-Yo sí la tengo. Aunque me apene decirlo, y no lo considere tampoco una respuesta correcta.
-Habla, entonces. Después juzgaremos si es mejor o peor la opción que propongas.
-Caminamos como si fueran ya pocas las horas que tenemos de vida, golpeados por el
cansancio, el frío y la falta de comida y bebida abundante... Las monturas apenas levantan las
patas. Y cargamos solo lo imprescindible... pero hay personas en el grupo que son más
imprescindibles que otras.
El viejo asentía. Astridr miraba al caballero recordando viejos tiempos, en donde ella estaría
en el cinto de alguien como él.
-No es necesario arriesgar a estas personas, si podemos ahorrar sudor y dolor. La hechicera
me acompañaba para aconsejarme, y para asegurarme de que se cumplieran sus pronósticos
sobre Drek. La niña no estaba en los planes, y no pudimos dejarla en ninguna parte. Y Drek...
Drek es todo lo que tengo, más que mi armadura, mi espada y mi escudo. Y no está en
condiciones de hacer mucho.
El escudero estaba lejos, cuidando de las monturas y buscándoles comida. De otra manera el
caballero no se hubiera sincerado de esa manera.
-Lo he entrenado para el combate, y entre su torpeza y su holgazanería, se entrevé ya la
promesa de un buen caballero. Es para mí como un hijo, y está escrito que los hijos entierran a
sus padres, y no al revés.
Los ojos de Astridr ya no eran puñales. Hacía días habían ido perdiendo, lentamente, su
frialdad. Pero ahora brillaban de una manera muy diferente.
Ngr los observó.
-Pues está dicho, entonces. Kristn seguirá cuidando de Ulr; y ella debe quedarse conmigo. De
haber gente viva en los poblados, seguramente necesitarán de nuestra ayuda, pues me temo que
muchos deben estar enfermos por esta nueva peste. Y vuestro escudero, caballero, ciertamente
nada en ciertas virtudes, principalmente reflejos y buena voluntad, pero ahora es un desierto de
fuerzas y un mar de confusión. Aunque le pese a la pequeña, creo que deberá quedarse aquí con
nosotros.
Miró a Astridr.
-Y usted, dama Astridr, la más grande creación de su padre... No puedo tejer su destino.
Ella no dijo nada. Pero, para enorme sorpresa de Fenr, levantó su mano derecha y se la
ofreció al caballero. No como una dama, sino como un camarada.
Fenr la estrechó.

Como muchas decisiones repentinas, Fenr no dejó en suspenso la ejecución. La vida, dijo, a
veces requería de rápidas estocadas. Mientras Astridr se abstraía pensando en aquello, Ngr y el
caballero trazaron el plan.
-Tomaremos esa cornisa que va hacia el oeste. Espero que dure lo suficiente, que se ensanche
y dé lugar a otros caminos. Eso nos llevaría, sino me equivoco, a la frontera de mi condado. Un
poco más al norte del lago Ofdr, hacia donde hay caminos bien trazados que terminan en el
castillo. Ustedes deberían bajar al valle, hacia el noroeste. Allí, según se ve, hay varios poblados.
Habrá que ver si el veneno no los ha tocado... Pero es todo lo que se me ocurre. Aquí ya no hay
nada más de interés... o que se pueda comer.
El viejo asintió y pasaron algún tiempo más dejaron claros los detalles menores. La hija del
Kshtar se dedicó a vagar un poco.
La cena fue todavía más tétrica y triste que las anteriores. Ngr le sugirió a su alumna que Ulr
ocupara la otra plaza de su carpa, y que no descuidara tanto a la joven. Krirstn así lo hizo, en
parte por obediencia, y en parte por algo de remordimiento. La joven todavía temblaba al
recordar el vacío bajo sus pies, y la escasa charla y el ambiente ominoso no hacían nada para
mejorar su ánimo.
Al día siguiente, Drek fue el primero que notó la desaparición de su maestro. Alertó al
hechicero, quien se levantó lentamente.
-Seguramente fue a investigar algo... –dijo, tratando de calmarlo y así ganar tiempo. Pero el
joven veía algo extraño en todo aquello, y comenzó a recoger sus cosas para ir a buscarlo.
-No. La mujer tampoco está. Se llevaron el caballo de guerra y la yegua... y la armadura, y
falta comida y otras cosas.
La insistencia y el tono de voz despertaron a Krirstn, y Ulr también se asomó.
Habían planeado alargar la hora de la verdad para evitar que Drek pudiera seguirlos. Pero Ngr
no tuvo más opción que decirles todo en aquél momento. Tardó poco tiempo, ya que no usó todas
las palabras que su costumbre le hubiera impuesto.
-¡No puede ser! Mi maestro no se iría sin mí... No, no puede ser. ¡Dejadme ir con él! Todavía
puedo alcanzarlo...
-Hijo, hijo, tranquilízate. Ah, él dijo que esto pasaría...
-¡Lo quiera o no, tengo que ir con él! Me necesita... ¡si va a morir, va a morir conmigo a su
lado! ¡Soy su escudero! ¿Quién..?
-Ya habrá tiempo para eso, chico. Pero no ahora. Él sabe lo que hace... y ella también, creo
yo.
Krirstn se mantuvo al margen de la conversación. Algo la molestaba, y no sabía qué era. Todo
en el aire estaba enrarecido, y no era solamente por la situación actual de pesadumbre.
-¿No lo crees así, niña?
-En lo que a mí concierne pueden hacer lo que quieran. Sus razones no son malas. Si es lo que
se debe hacer, que así se haga.
El tono molesto que tenía en los labios intrigó a Ngr. Miró al pobre Drek, quien de repente veía
que su única posible aliada no lo ayudaba en nada.
-Pero, me necesita...
-Eso ya lo sé, muchacho. Pero tampoco ha partido solo. Astridr puede ayudarlo, y tal vez
mucho más que tú. Despreocúpate.
El anciano miró a Krirstn al terminar la frase, y la mujer se metió rápidamente en la carpa.

Obviamente la repentina partida de Fenr y Astridr alegró en parte a Ulr; se iba aquél que
perdonaba a su espía y su mayor competencia por la atención de Krirstn. Pero aquél efecto
secundario, la presencia de Drek, la molestaba tremendamente. En particular cuando el joven
trató de tomar en sus manos muchas de las tareas de Fenr, ocupando su lugar como guía y líder
de la caravana.
Ngr agradeció aquella ayuda, pero no le concedió toda la responsabilidad. El anciano vio, en
esos días, que Fenr no había subestimado a su escudero. Luego de protestar y quejarse como un
niño, pero con argumentos de adulto, se había comportado como un verdadero hombre, viendo
que las quejas no cambiaban la realidad, y que lo verdaderamente útil era esforzarse por dar lo
mejor.
Aquella transformación había desatado numerosos cambios. En realidad, Ngr la veía como un
florecimiento, más que una transformación; como había dicho Fenr, esas actitudes estaban dentro
del joven, pero escondidas por las circunstancias. Drek actuaba como si su maestro estuviera allí,
cerca pero oculto, como si todo fuera una prueba y debiera obtener una felicitación cuando
regresara. Se atrevía incluso a mirar a Ulr, reconociéndole en su mirada el error. Aquello comenzó
a molestar más y más a la joven, quien, luego de la charla con Krirstn, soportaba un poco más las
tensiones de todos los días.
Sin embargo, un par de días después el asunto empeoró y Drek sorprendió a todos parándose
frente a la joven, haciendo una reverencia y diciendo:
-Os ruego disculpe el enorme error que he cometido sobre vuestra persona. Sinceramente, no
fue mi intención hacerle un mal, pero reconozco que he actuado como un canalla. Como caballero
que espero ser un día no puedo permitirme ese tipo de comportamiento. De manera que, si no
podeis perdoname, al menos deseo que sepais lo arrepentido que me siento... y lo arrepentido
que estaré siempre. Si deseais decir o hacer algo que os permita desquitaros, aquí estoy para ello.
Drek había soportado aquella paliza, luego de su transformación, como un niño; ahora se
disculpaba como un hombre. El gesto encolerizó tanto a Ulr que ni siquiera pudo articular palabra,
y mucho menos levantarse para darle un nuevo merecido. Se le crisparon hasta los cabellos, y
Krirstn temió que la joven, literalmente, estallara.
Pasó días arrepintiéndose de eso, pues después de unos veinte o treinta segundos de espera,
Drek dejó de mirar al suelo, dio media vuelta y volvió a sus tareas.

Cerrado ese capítulo, el escudero se sintió todavía más libre, a pesar de que su corazón
cargaba la pérdida de su maestro, y su cuerpo la del enorme desgaste físico. Consideró que Ulr
todavía lo odiaba, pero que al menos había hecho todo lo posible para enmendarse; nada más
parecía estar a su alcance.
Si no podía descargar de su corazón sus miedos y ansiedades, al menos podía tomarse un
descanso. Después de la partida de Astridr y Fenr, la caravana disminuyó sensiblemente la
marcha. La roca desnuda y la nieve habían dado paso a laderas parcialmente rocosas, y ahora
cubiertas de barro y musgo. No nevaba, y sin embargo la constante falta de sol mantenía muy
baja la temperatura.
Hacían paradas frecuentes. Una a media mañana y otra a media tarde, breves pero
vigorizantes; al mediodía comían algo y descansaban una hora, y se levantaban temprano. Las
conversaciones se habían hecho más cortas, y todo aquello también les ahorraba tiempo.
A lo lejos distinguieron algunas aldeas. Desde aquel día sin sol, no habían vuelto a ver
claramente el camino. Los colores eran ocres y grises; a lo lejos, no sabían si la pradera se había
vuelto parda a causa del veneno que había caído en ella, o si era el color de la luz lo que así se la
presentaba. El hecho era que veían las aldeas como puntos de los cuales salían pequeñas
columnas de humo, puntos sobre los que se agregaban otros puntos en movimiento, pero no
como manchas sobre el verde, como habían esperado. La actividad, en todo caso, no parecía ser
mucha en esos lugares.
Dos días después del incidente con Ulr, Ngr se llevó a Drek; las mujeres se quedaron
preparando el desayuno.
-¿Qué opinas? Ya estamos mucho más cerca de esas aldeas. Debemos elegir un camino.
Drek se mesó la barbilla, como si estuviera tan poblada como la de su maestro.
-Ah... pues a mí me da lo mismo. Todos me acercan a mi maestro, pero no lo suficiente. Y vos
deseais, seguramente, quedaros en una de ellas...
-No es ningún secreto. Para mí, y para mi alumna, es nuestro trabajo tratar de curar y evitar
que la peste se expanda. Sorprende que la gente no haya huido ya; posiblemente no tengan
ningún otro lugar donde ir. Puede haber muchos enfermos, algunos graves. Es nuestro deber.
-Sí, vosotros... y ella... ¿Pero, y yo? Mi trabajo es acompañar a mi maestro...
-También es trabajo de todo caballero el ayudar al inocente que está en peligro. Y en esos
poblados, te lo aseguro, hay muchas personas que necesitan tanto de mí, como de ti.
-Supongo que es como vos lo decís: un caballero ayuda a cualquiera que esté en riesgo,
mientras no sea un enemigo. Y es mejor hacer algo que no hacer nada.
-Así es como se habla. Ahora, ¿cuál crees que es la mejor opción? Aquél parece más grande, si
no se equivoca mi vista; pero está más dentro de la llanura. El más cercano, sin embargo, es más
pequeño.
Mientras el anciano hablaba, Drek hizo un gesto delator: había tenido una idea.
-¿Y porqué no ir a ambos? Si es cierto lo que decís, que así lo creo, no me parecería justo
dividir nuestra ayuda, decidiendo sobre si ayudar a los que están más cerca o a los que suman un
número mayor. Podríamos llegar al más cercano, si nos esforzamos, en dos días, tal vez menos.
Nos quedaríamos allí un tiempo, ayudando todo lo posible, y luego partiríamos para el siguiente.
El joven escudero quería seguir hablando pero el anciano lo interrumpió:
-Brillante idea, debo decir.
-Bueno... mi maestro siempre dice que hay que aprovechar las oportunidades... Y si eso no
nos mata antes de llegar, al menos habremos podido ayudar a más personas. Es todo lo que nos
queda por hacer.
-Y no es poco, querido muchacho. No es poco. No lo pienses como un despojo, porque salvar a
una sola vida humana es algo muy, muy valioso. No pienses que tu maestro obtendrá la mayor
gloria; porque te digo que, si podemos salvar al menos a una persona en cada pueblo, esa
persona y su familia nos tendrán como los mayores héroes del mundo.

Aquellas palabras inspiraron al joven Drek, quien reinició la marcha, luego del casi inexistente
desayuno, con mayor ímpetu. Tanto Krirstn como Ulr desearon poder quejarse de aquello, pero
ambas notaron en Ngr una aprobación tan grande que desistieron. En realidad, el anciano las
convenció más tarde al exponer su opinión; era mejor apresurarse con el estómago casi vacío,
que caminar lento y quedarse sin comida a mitad del trayecto.
El terreno, ahora, era fácil para transitar, pues las pendientes no eran pedregosas ni
demasiado empinadas. Sin embargo, la falta de pasturas y la dureza del suelo conspiraban contra
la vida animal, y Drek había desistido de cazar al poco tiempo. Casi no tenían agua, y el desayuno
había consistido en pan duro tostado y lo poco de carne seca que quedaba.
Fue así que llegaron al pueblo pocas horas antes de la noche, cuando la penumbra casi los
obligaba a detenerse. Les alegró saber, al menos, que no pasarían otra noche en aquella
oscuridad total, que parecía un abismo a punto de devorarlos. No pocas veces Drek había soñado
con que la noche cobraba vida y se comía a su maestro; y Krirstn, aunque no lo dijera, también
había tenido sueños extraños que incluían al caballero.
Que al dormir pensara en él, ya era para ella una pesadilla de cierto tipo; pero a eso se le
agregaba una presencia, sin forma pero con voz, y un sentimiento de pérdida completa. No
solamente uno de pérdida de vida, o de lo que acarrearía la destrucción del mundo, sino de una
pérdida diferente, difícil de medir. Un sentimiento vago y también sin forma. Y la presencia de
Astridr en esos sueños, a veces, solo empeoraba las cosas.
Recordó los sueños que tuvo en el bosque prohibido, principalmente aquél que le reveló la
entrada y el que le vetó la salida. Recordó muchas emociones hundidas en sus párpados caídos y
marcadas en sus manos y en su saco de dormir. Pero no recordó todo, porque los sueños más
importantes suelen ser, también, los más escurridizos.
Y los sueños de Krirstn, ella lo temía, solían ser premonitorios. A partir de sus aprendizajes
con su antigua maestra había sospechado eso; luego lo había desestimado; más tarde lo había
vuelto a creer. Sabía que había poderes latentes en ciertas personas, que no entraban dentro de
los campos formales de la magia o la hechicería; formas de conocimiento que eran comunes a
ambas artes, y que algunos mostraban incluso sin tener que aprenderlos.
Y soñar el futuro era uno de ellas.
La hechicera, entonces, caminaba junto con el grupo pero sumida en otro tipo de oscuridad: la
de las dudas múltiples. Todos tenían aquella gran duda, como un diamante de muchas caras,
transparente pero reflectante en cada arista. Ngr se preguntaba sobre la naturaleza del conflicto
entre Astridr, el caballero y lo que los acechaba al final; Drek se preguntaba por la condición y el
paradero de su maestro; Ulr se preguntaba qué pasaría con ella si todo salía bien.
Krirstn, sin embargo, nadaba en varias dudas, todas oscuras, frías e informes.

Los pocos pobladores se amontonaron al grito del primero que, antorcha en mano, los avistó
bajando la pendiente. Eran no más de sesenta o setenta personas.
Hubo una gran agitación al acercarse aquél extraño grupo; dos mujeres y dos hombres, más
las cansadas monturas. Zkti, en la oscuridad, era difícil de distinguir.
-Anciano –dijo Drek entonces-, creo que debo dejaros el trabajo de presentarnos. No soy
hombre de palabras, y si hay algo que he aprendido observando a mi maestro, es que las
primeras impresiones pueden causar grandes pesares.
-No es de extrañar que tu maestro te haya enseñado eso, por lo que he visto y escuchado.
Era evidente que los pobladores no estaban abiertos a más novedades en una situación tan
terrible. La desaparición del sol había sido el colmo; antes habían llegado las enfermedades del
ganado, la de las personas, la muerte de las pasturas. No estaban como para recibir a cualquiera
solamente porque llegara pidiendo ayuda.
Ngr, por el contrario, les ofreció inmediatamente eso que necesitaban. Esperanza. Sus pájaros
lo rodearon rápidamente, llamando la atención de los aldeanos. Brillaron con una luz dorada y
comenzaron a danzar en el aire, mientras Zkti avanzaba a su lado, intentando cazarlos
juguetonamente. Un par de veces Ngr se detuvo a acariciarlo vistosamente, como para demostrar
el poder que tenía sobre la bestia.
Esos prodigios ya eran suficientes como para hacerles ver sus capacidades, pero la ilusión que
provocó sobre el suelo, haciendo que las hierbas volvieran a su color natural, fue solamente para
asegurarse que todos comprendieran de buenas a primeras quién era él.
Caminó esos treinta metros provocando las risas y gritería del poblado.

El hechicero presentó rápidamente a sus compañeros. Las personas, sin embargo, estaban
mucho más interesadas en él, y comenzaron a asaltarlo con pedidos de ayuda, mientras los
jóvenes se animaban a tocar a Zkti para ver si se trataba de una ilusión. Los calmó haciendo uso
de sus palabras largas, de acento lejano y gran elaboración.
-Os aseguro, calmaos, que atenderé todos los casos que me pidan. Comprendo la enorme
gravedad de la situación. Pero tened en cuenta que hemos venido caminando desde hace muchos,
muchos días. Necesitaríamos, al menos, un lugar donde sentarnos, algo de fuego y un poco de
comida. Mi alumna y yo –dijo sonriendo mientras miraba a Krirstn- atenderemos ahora los casos
más graves, esta misma noche.
La actividad febril que siguió a esas palabras los llevó a una casa, una de las mejor
construidas del poblado, y los sentó frente a una mesa con avena caliente y algo de pan fresco.
Aquello era un festín, si se guiaban por la evidente escasez de cultivos de la zona.
El poblado era una mezcla de todo tipo de construcciones, desde algunas antiguas hechas
principalmente de madera y roca, hasta otras más nuevas, hechas de paja y barro. Era evidente
la pobreza de aquellas personas; incluso Krirstn, que venía de un lugar humilde y había recorrido
muchas regiones, no recordó ningún lugar tan miserable como aquél. Casi no había árboles; las
praderas no parecían ser buenas para los cultivos más delicados, y todo indicaba que la gente
vívía de su ganado, que podía alimentarse de aquellos pastos duros y escasos. El valle no estaba
cruzado, al parecer, por grandes ríos, y no era demasiado fértil.
Sin embargo, Krirstn recordaba siempre que la gente más humilde era la más cortés, y este no
dejaba de ser otro ejemplo.
-Maestro –le dijo a Ngr un hombre, quien aparentaba ser una especie de líder dentro de la
comunidad-, disculpa que hable mientras comes, pero dijiste que atenderías los casos más graves
primero.
-Sí, y pienso hacerlo. Díme, qué es lo que te preocupa. ¿Es acaso tu padre?
-No. Es mi tío. Está en esa misma casa. Es nuestro conductor, el hombre más sabio que existe
en esta zona. Hace unos días que enfermó, al igual que otros muchos. Algunos ya han muerto.
Algunos cobardes han preferido huir antes que quedarse a ayudar a sus familias. Uno de ellos fue
su propio hijo. Eso me ha dejado como una voz para la comunidad, pero no soy bueno para esas
tareas. Maestro, no sé que hacer.
-No es nada que deba avergonzarte –lo tranquilizó Ngr-. Es una situación realmente grave.
Pero estamos aquí para ayudar en lo que podamos.
Afuera de la estrecha casa, medio poblado se amontonaba. Algunos pedían por sus enfermos;
otros hacían preguntas a los viajeros sobre su origen, su destino, si se quedarían mucho o pocos,
o quiénes eran. La cena fue rápida, al menos para los dos hechiceros.
-Escucha, muchacho –le dijo el anciano al hombre-, ve y tranquiliza a tu gente. Yo me quedaré
aquí con tu tío y veré qué se puede hacer. Mientras tanto mi alumna irá contigo y cuidará de los
demás casos. Los más graves primero, como hemos dicho. Debemos dormir y recuperar nuestras
fuerzas, o no seremos de ayuda para nadie.
La voz de Ngr era firme y seria, y el hombre comprendió.
Mientras él se iba a hablar con el resto del pueblo, conferenció aparte con Krirstn.
-La fuerza de la peste estará fuera de nuestro alcance, en algunos casos. No sé realmente con
qué iremos a encontrarnos. No les des esperanzas a nadie, aunque así lo creas posible. Trátalo
como haces con la lepra. No siempre podemos curarla, pero sí aliviar a sus afectados. Explícales,
hasta cierto punto, la gravedad de la enfermedad, pero no su origen. Sé que no te gustará, pero
si tienes que mentir, hazlo. A veces es más productivo que explicar ciertas cosas muy...
complicadas. Yo me quedaré aquí; cuando termines vuelve y conversaremos.
Krirstn escuchó con atención y se llevó a Ulr, quien estaba ya dormitando junto a un tazón de
avena medio vacío, que no había podido terminar a causa del cansancio.
-Mañana estarás mejor. Pero ahora necesito a alguien que me ayude.
La muchacha estaba demasiado cansada como para protestar y proponer a Drek como su
sustituto.

Ngr dejó a Krirstn a cargo del hombre que había hablado con él, mientras sus dos hermanas
se quedaban en la casa, a cargo del enfermo.
-Mis hijas me han hablado de usted... –susurró el viejo cuando el hechicero entró en la
habitación y se presentó.
-Y a mí me han hablado de usted. No se preocupe, no es necesario hacer presentaciones
ahora. Debe descansar.
Drek observó cómo Ngr actuaba. Desconocía mucho sobre magia y hechicería, a diferencia de
Fenr, quien había visto cosas realmente poco comunes. Sin embargo, los procesos de curación
profunda como este no le eran desconocidos al escudero. Después de ciertos combates, era lo
único que quedaba... y él bien sabía que no siempre funcionaban, más allá de la habilidad y
experiencia que se pudiera tener.
A la media hora, el anciano dormía plácidamente, y Ngr se apartó con una sonrisa.
-Afortunadamente, no es tanto la peste como la edad. Se nota que es un hombre activo –le
dijo a sus hijas- y también fuerte. Estoy conforme, pero no les aseguro nada. Al menos ahora
podrá dormir sin los dolores que le aquejaban; mañana continuaremos si hace falta.
Drek sonrió, mientras las mujeres les acomodaban un lugar para dormir en la cocina, única
habitación sin ocupar. Aquella era, sin duda, una casa lujosa para la zona, y al escudero le gustó
estar de nuevo entre muros de madera y roca. ¡Qué lejano estaba el castillo de Taft, y la idea que
de él se había hecho! Se remontó al pasado, cuando pensaba que pronto sería el escudero de un
conde, y que Fenr dejaría de atormentarlo tanto para atormentar a otras personas, y que
conocería nobles y, porqué no, algunas chicas de la corte, y que además tendría a algunas
personas a su cargo, como segundo del conde, y que luego, porqué no, tal vez lo nombraran
caballero y dueño de algunas tierras, o al menos administrador civil de alguna parte...
-Lamentablemente, es todo lo que podemos hacer –dijo Ngr al acercarse, en un susurro-. No
puedo darles muchas esperanzas, aunque las tengo.
Drek suspiró.
-No te preocupes, hijo. Duerme; yo esperaré a las niñas y hablaré con mi alumna. Descansa,
que lo necesitas más que yo.
Aquello lo decía un anciano de cientos de años, ojeroso y con sus ropas llenas de polvo, pero
parecía cierto para el joven de pocas primaveras. Lo último que vio fue el techo de madera, y
soñó con su propio castillo, una corte llena de muchachas hermosas, camaradas de armas y
bosques donde cazar.

Krirstn había llegado media hora más tarde, arrastrando a una Ulr al borde del desmayo.
Debido a esto, y a su propio cansancio, había tenido que recortar un poco sus servicios. Había
tratado tres casos, dos de ellos sin remedio alguno. Su informe fue breve pero detallado. La gente
estaba desesperada; algunos habían huido hacia las montañas o hacia el castillo del señor feudal,
que estaba muchos kilómetros al norte. Nadie sabía nada de él o de su corte, pero corría el rumor
de que allí habría magos o hechiceros competentes. Algunos habían tenido esto como cierto y
habían ido a comprobarlo, solos o con sus familias. Casi seguramente todos estaban muertos,
pues aunque el rumor fuera cierto, nadie dejaría entrar a un posible apestado a un castillo, y en la
pradera casi muerta, sin leña y con frío, la supervivencia de un enfermo era imposible.
Sin embargo, Krirstn dijo, el espíritu de aquella gente era duro como la piedra. Habían
trabajado y vivido allí desde hacía generaciones, antes explotando ciertas minas al borde de las
montañas. No querían irse, y como nadie venía a ayudarlos, hacían lo que podían entre ellos.
Ulr se había quedado dormida sobre Zkti, a quien Ngr había preferido dejar convertido en silla.
Nadie tenía la fuerza como para levantarla y acostarla apropiadamente, de manera que Krirstn la
cubrió, con toda ternura, con una manta. Irónicamente, la niña estaba ya tan dormida al sentarse,
que no había reparado en que Zkti estaba al lado del saco de Drek.

El día siguiente comenzó temprano, con los gritos de las mujeres de la casa. Ngr se levantó y
encontró al anciano tratando de hacer lo mismo, ante las exclamaciones de alegría de sus hijas y
sus intentos de detenerlo.
-Tienen razón, amigo –le dijo el hechicero, amigablemente-. Tiene usted que descansar. Ya no
somos jóvenes, ninguno de los dos.
Los dos viejos sonrieron, y el sabio del poblado le guiñó un ojo.
-En eso tienes razón, camarada, aunque creo que tú tienes muchos más años que yo. Dicen
que la hechicería te hace más viejo...
-Eso dicen, sí.
-Ah, pero no importa mi edad. Tengo que ver cómo siguen todos... ¿Ha habido más muertes?
Por favor díme, no me mientas. Debo hacer algo por ellos.
-Lo que has podido hacer, seguro que ya lo has hecho. Que yo sepa no ha habido más
muertes, pero hay todavía casos graves. Y ahora debemos encargarnos de los más comunes.
Espérame, debo hablar con mi alumna.
El anciano quedó en cama mientras Ngr fue a hablar con Krirstn. Ulr estaba afuera,
recuperada pero con los huesos doloridos. Drek estaba impaciente, esperando instrucciones pero
también alguien que escuchara sus opiniones.
-Querida, toma a la niña y sigue con los casos menores. Que, me parece, deben ser muchos.
Dame un momento, y luego te acompañaré. Que te guíe este muchacho, que creo sabe bien como
tratar a los suyos, aunque diga que no es así.
La hechicera cumplió, aunque dentro suyo había algunas dudas y preguntas.
-Maestro, ¿qué más puedo hacer? Ustedes dos al menos pueden ayudar a... –dijo Drek.
-Ven conmigo, tengo alguien a quien presentarte.
-Pero...
-Vamos.
Llevó al escudero a la habitación del anciano, que lo esperaba, impaciente.
Las presentaciones fueron rápidas, y Ngr contó mucho sobre la actitud de ideas e Drek, lo cual
ruborizó ligeramente al joven.
-Ah, así que es escudero del nuevo conde... sí, había rumores, sí... pero luego todos lo
olvidaron. Había otras cosas más importantes...
-Lo he traido porque desea ayudar, y dice no saber cómo. Pero tú tal vez tienes una idea.
-Ayudar... pues aquí todo suma algo. Somos muy pobres. Llega la peste, y la gente enferma y
muere, así como el ganado. Luego el suelo mata los pastos. Y luego el cielo mata la luz del sol...
¿qué podemos hacer? No conocemos mago ni hechicero que pueda contra eso...
-Y la gente de tu pueblo, ¿cómo lo ha tomado?
-Algunos han huido, y todos están desesperados. He visto como algunos han dejado de
trabajar; les preocupa hasta hacer las tumbas de los muertos y encontrar cosas extrañas debajo
de la tierra. Mi hijo, ay, mi propio hijo, fue un traidor cobarde, y huyó. No sabemos donde, y eso
deprimió más a todos. Principalmente a mí. ¡Padre de un cobarde! Todos le hacían caso, porque
era mi único hijo. Y ahora mi sobrino trata de hacer lo que puede... pero es un muchacho un poco
atolondrado, si no lo han visto. Y la gente necesita alguien que les eleve el ánimo, en lugar de
aumentar su inseguridad.
Ngr miró a Drek.
-Y tú, vestido así, muchacho... Vamos, toma tus mejores ropas y cámbiate.
-¿Cómo?
-He de suponer que esas son tus ropas de viaje, y que tu maestro te ha dado alguna de mejor
calidad para el servicio en la corte. No me digas que no las traes.
-Sí, pero...
-Eso, y todo lo que tengas hecho de acero. Espada y daga al cinto, las mejores botas... lo que
sea. Tienes que tomar responsabilidades, ¿sabes? Y no puedes hacerlo con esa ropa.
Drek sonrió al comprender, y salió corriendo.
-Es un muchacho muy voluntarioso, pero a veces tarda un poco en comprender. Me lo ha
dicho su maestro.

Después de conferenciar un poco con el anciano, Ngr decidió que seguramente Krirstn ya
estaba lo suficientemente cansada y harta del pueblo, así que fue a ayudarla. Ulr estaba dando
vueltas por allí, evidentemente aburrida, mientras conversaba con algunas niñas y le contaba
detalles de sus aventuras. Estaba llegando a la parte del ultraje de Drek cuando Ngr la localizó.
-¿Dónde está Krirstn?
-Ah, está... por allí, creo que en esa casa...
-Pues tú tendrías que estar con ella.
-Sí, pero..
-Vamos.
La niña lo acompañó de mala gana, despidiéndose de sus nuevas amigas.
Efectivamente la hechicera estaba bastante cansada, y recibió su ayuda con una sonrisa.
-Hay muchos enfermos poco graves, son tantos... Los que murieron primero, creo yo, lo
hicieron porque trajeron la peste de otra parte; habían viajado a pueblos detrás de las montañas
para vender carne, pieles... Creo que los que han enfermado recientemente lo han hecho por
otras causas.
-¿Cómo cuales?
-Pues... no lo sé. La gente dice que a partir de ese día en que no amaneció, todo fue peor. Los
que estaban dudando, huyeron ese día. Los que estaban graves, empezaron a morir, y los que
estaban enfermos empeoraron. Pero no es como cualquier otra peste... Está tardando demasiado.
Al principio mató rápidamente a muchos, pero ahora parece estar deteniéndose. Es afortunado...
pero curioso.
-Exactamente. Ven, vamos a tratar a los demás, y mientras conversaremos sobre eso.

Drek salió renovado de la casa del líder del pueblo. Mucha gente lo vio dar esos primeros
pasos, vestido casi como un noble, y también lo vieron hablar en voz alta y firme con el sobrino
del anciano, y aquello sumó más puntos para su nueva imagen. Algunas muchachas comenzaron
a murmurar y suspirar, incluso las recientes amigas de Ulr, que habían escuchado cosas horribles
de él.
Aunque le hubiera gustado hacer algo al respecto, Drek ni siquiera reparó en esos comentarios
femeninos, pensando en cosas más importantes, como decía constantemente. Empezó a hablar
usando palabras como prioridad, importancia, pertinencia, redoblar y otras más complicadas, que
la gente a veces no comprendía. Lo cual seguía ganándole puntos, pues los nobles hablan
generalmente de manera extraña.
Conversó con muchos de los que no estaban enfermos y los alentó a que siguieran trabajando.
La ayuda estaba en camino; el problema estaba siendo corregido por su maestro, el mejor
caballero del reino. Cuanto había de cierto en esas cosas, y cuanto realmente eran creencias
suyas, es difícil decirlo. Pero su pecho henchido de orgullo, cubierto de cuero endurecido y la
espada al cinto era suficiente para aquella gente que nunca había visto un caballero en su vida.
El cambio fue bastante rápido, y para mediodía el pueblo había recuperado una cierta calma.
Los enfermos graves estaban un poco mejor, principalmente el anciano. Los otros estaban
descansando pero tenían ganas de volver al trabajo al día siguiente. Muchas ovejas se habían
perdido porque los pastores habían abandonado su labor; por la tarde algunos se ocuparon de
aquello. Los escasos cultivos estaban casi perdidos, pero ciertos labradores se animaron a
desenterrar las papas, zanahorias y cebollas para presentárselas a los hechiceros y saber si
podían ser comidos. La respuesta fue positiva, para sorpresa de todos, y Drek los exhortó a no
temer abrir hoyos en el suelo cuando hiciera falta.
Krirstn alentó a Ulr para que ayudara en esas tareas, sabiendo que el seguirla, sin poder
ayudarla, la aburría. Había notado que la muchacha se sentía inferior al ver los poderes de su
madre, los cuales le estaban vedados. De esta manera, Ulr participaba de algo constructivo, podía
conversar con sus amigas y compartir sus tareas de todos los días. Sin decirlo, la hechicera ya
pensaba en convertirla en una mujer que pudiera encargarse de mantener una casa, siendo que
su futuro no sería el camino y las curaciones.
Poco después del mediodía Krirstn y Ngr ya no tenían mucho para hacer, de manera que el
hechicero la llamó aparte para continuar su charla.
Drek, que los había acompañado hasta ese momento, llamó al sobrino del anciano y le
preguntó:
-¿Has escuchado que alguien como mi maestro haya pasado, posiblemente por otro poblado
cercano, o por el camino que bordea las montañas?
-Pues... –el joven dudó-. Ahora que lo mencionáis, recuerdo algo que me han contado.
Esperad aquí, por favor.
Al poco tiempo volvió con un niño, de unos siete años de edad, quien a su vez era seguido por
su hermana mayor. La jovencita deseaba ver al joven caballero y hablar con él, sonrojada y
evidentemente emocionada.
-Dile lo que me contaste el otro día, que no lo recuerdo bien. Sobre lo de la vieja Urtkna.
El chico se puso firme y nervioso, pero luego de unos segundos de duda dijo, como recitando
un poema de memoria, olvidando entonaciones y pausas:
-Hace unos días estaba cerca de las montañas muy arriba buscando raíces y vi que dos
personas pasaban por el viejo camino de las minas. Iban con caballos muy grandes. Deben haber
pasado por lo de la vieja porque el camino lleva a su casa pero me dio miedo y no quise alejarme
más así que bajé.
Terminados la declaración y el aire en sus pulmones, el chico calló. Drek se lo agradeció
enormemente, y la hermana aprovechó para observarlo sonreír. Al menos tenía un dato. Al menos
estaba vivo.

-¿Algo te sucede, niña?


-¿Porqué lo pregunta, maestro?
-Pues, obviamente, porque veo algo diferente en ti. De otra manera mi pregunta sería un poco
tonta.
-No se preocupe... Es que estoy muy cansada. Este lugar, y no me refiero al pueblo en sí...
siento como si me robara las ganas de hacer cualquier cosa. Es más que cansancio físico. Creo
que tiene que ver con la cercanía que tenemos al Unbkn.
-Pues sí, eso explicaría la actitud de la gente. Lo cual es, por otra parte, extraño.
-Sí. Como ya le había dicho, me resulta curioso que la peste no se haya desperdigado más, y
que no sea más potente. Sinceramente creí que encontraríamos a más enfermos graves... Le he
contado cómo el caballero encontró aquella villa, con todos sus pobladores muertos. Es por eso
que esperaba algo similar, o peor. El oscurecimiento del sol, que tanto nos preocupó, parece
haber sido más una amenaza que un peligro real.
-Todo este asunto me intriga, ¿sabes? Y mucho. Me siento ansioso por descubrir más... y
también por saber realmente cómo te sientes, porque noto algo más en ti, querida.
-Ya le dije, maestro, no me sucede nada más. Es solo que... a veces temo que todo sea en
vano. No quiero caer en el desánimo, y pensar que todo está perdido, pero no sé qué más hacer.
Ngr tomó cada palabra como un universo.
-Ah... pues ya sabrás qué hacer. Yo, por mi parte, ya descubriré qué es lo que te pasa.
La dejó con las palabras en la boca, mientras se fue para encontrarse con Drek nuevamente.

El escudero pensó en esconder aquel dato, pero algo se lo impidió, de manera que relató
nuevamente la novedad.
-Al menos eso es lo que dijo el chico. Pudo haberse tratado de alguien más, pero no lo creo. Y
antes de que me diga algo, maestro, solamente se lo cuento para que lo sepa. No pienso cambiar
de idea. Debemos seguir hacia el próximo poblado. Si aquí nos necesitaron tanto, allí podría ser
peor.
-Ah, el entusiasmo de la juventud... así me gusta, muchacho. Pero danos un día más para
descansar mis huesos; mi alumna también está exhausta. ¿Cuánto tiempo de viaje hay hasta allí?
-Un día, con los apropiados guías, que ya he conseguido. Dicen que con esta oscuridad, de día
uno puede perderse; les ha sucedido a algunos pastores. Hay que conocer, además, el camino ya
que hay muchas sendas de pasturas que pueden confundirnos.
-De acuerdo. Si te parece, entonces, mañana descansaremos y prepararemos todo para la
partida.
Drek asintió.

El día de descanso no lo fue tanto; hubo que hacer muchas pequeñas cosas, aquí y allá. Los
aldeanos, sin embargo, fueron de mucha ayuda. Para cuando se acostaron, lo hicieron con nuevas
energías; no solamente físicas, sino anímicas. Así como ellos les habían contagiado algo de
esperanza a la gente, los pobladores los habían tratado tan bien que ahora les parecía injusto no
estar de buen humor.
Se levantaron temprano, y sin embargo todos estaban allí para despedirlos. Sus guías eran
como héroes, y todos habían insistido en regalarles comida y mil y una cosas, tanto útiles como
inútiles. Ngr había tenido que insistir en que la comida debía quedar allí, en el poblado, donde
más hacía falta, mientras Drek rechazaba, con palabras atentas y desconocidas, las cosas que
solamente estorbaban. Ulr era la única que deseaba quedarse, al menos un poco más.
-Hija, no podemos.
-Pero, por lo menos...
-Ahora no. Si lo hubieras dicho antes, tal vez se podría haber arreglado. Pero nos quedaremos
más tiempo en el siguiente pueblo, te lo prometo.
Ulr había aprendido que a veces sus causas estaban perdidas. Así que saludó a sus amigas
tratando de no parecer demasiado triste. Éstas, para su enojo, le respondieron con palabras
envidiosas sobre la compañía de Drek, y todas las cosas que seguramente no había confesado o
estarían por pasar.
En cuanto a la peste, todo parecía igualmente calmo. No habían aparecido nuevos enfermos.
Aquello parecía deberse a los poderes sumados de Krirstn y Ngr, y eso aseguraban los aldeanos.
Habían bendecido varias veces aquél lugar, y ejecutado casi todos los hechizos de curación que
conocían; para los pobladores era la única causa posible. Sin embargo, ambos hechiceros se
mantenían con muchas dudas. Aquello podía empeorar en cualquier momento. No llovía, pero si lo
hacía, la peste podría caer del cielo. Sin sol ni lluvia, sin embargo, las plantas se secaban, la gente
y las bestias se morían de sed y finalmente todo se descontrolaría.
Mientras tanto, ¿dónde estaba Fenr y Astridr?
Recorriendo aquél camino pardo y seco, Ngr trató de escrutar los pensamientos de su alumna.
Estaba seria; seria como cuando comenzó a tratar seriamente a Ulr. Seria como cuando las cosas
se fueron haciendo más peligrosas. Pero había algo más en su seriedad. Un aspecto de sequedad,
de rudeza, más similar al terreno que pisaban. No la conocía lo suficiente como para hacer
comparaciones firmes, pero siendo que su trabajo lo había llevado a conocer a muchas personas,
podía detectar que algo no era común o normal en el aspecto que tenía. Particularmente después
de dos días de descanso y recuperación física y mental.
Los guías eran pastores locales, y era evidente que conocían la región. Llevaban mensajes y
saludos al siguiente poblado, y a pesar de aspecto demacrado, mostraban una actitud
extremadamente positiva.
Drek conversó mucho con ellos, pero solamente para no aburrirse demasiado. Ulr caminaba al
final, justamente para evitar cruzarse con él, y durante un buen rato no dejó de mirar hacia atrás,
pensando en volver. Krirstn se retrasó para hablar con ella, pero también para evitar que su
maestro le diera mucha conversación. Le molestaba un poco su insistencia acerca de esa
incomodidad en particular que para ella era inexistente.
-Perdón si fui muy dura...
-No, no importa.
-Vas a pensar que no quiero que hagas amigas. Pero no es así. Te prometo que volveremos,
en serio. Si todo sale bien. Es que...
El suspiro fue tan prolongado que hizo que Ulr se inquietara. Nunca la había sentido suspirar
así.
-¿Qué pasa?
-No... no es nada.
-¿Seguro? ¿No es algo que no quieres contarme? ¿No era que ibas a tratarme como una
mujer? ¿O es un secreto que no puedes repetir?
-En serio, no es nada grave. Pero estoy cansada de viajar tanto... Realmente me vendría bien
quedarme en un lugar por, no lo sé, un mes... A veces lo hacía, cuando estaba con mi maestra, o
cuando me quedé sola –las últimas cuatro palabras tuvieron un tono que Ulr no estaba capacitada
para sentir o interpretar-. Y ahora me gustaría hacer lo mismo. Llegar a una ciudad, o un pueblo,
y quedarme ahí por varias semanas, conocer a todo el mundo...
-Pero es triste si tienes que irte y dejarlos.
-Ah, bueno, es que no los abandonas... los hechiceros, querida, nunca dejamos de volver.
Caminamos y caminamos, ese es nuestro trabajo. Caminamos y llevamos historias, curaciones,
tradiciones, mensajes... Y siempre terminamos llegando a donde habíamos salido.
-Bueno, pero yo no quiero eso. Quiero quedarme en un lugar, no quiero viajar. Yo también
estoy cansada; ya no me gusta correr tantas aventuras.
Krirstn pensó en los padres de Ulr y en cómo la niña debía haber pasado gran parte de su vida
en una caravana.
-¿Sabes que podemos hacer, entonces? –dijo después de unos minutos de silencio-. Cuando
lleguemos al siguiente poblado, trataremos de quedarnos al menos una semana, ¿de acuerdo? O
lo que podamos, eso no depende solamente de mí. Si quieren irse a buscarlos, pues que se
vayan. Pero nosotras nos quedaremos allí, y conoceremos a todos, y tú harás más amigas y
amigos, ¿qué tal te parece la idea?
Varios metros más adelante, Drek tenía una conversación curiosamente inversa con Ngr.
-¿Qué crees que encontraremos más adelante, muchacho?
-Pues... no lo sé, y de alguna manera, poco me importa. Supongo que más o menos esto, con
un poco más de aquello y un poco menos de lo otro. Lo que me hace pensar, ahora, es otra cosa.
-¿El corazón, acaso?
-¿Tardaron mucho en decidirlo? –las miradas se cruzaron-. A la separación, me refiero. Que él
se fuera sin mí, y con esa mujer. ¿Creéis que podemos confiar en ella? ¿Creéis que es lo mejor?
-Muchas preguntas, y muchas dudas detrás de lo que no se pregunta.
-Ahora camino, antes caminaba... vamos a otro pueblo, arreglamos allí las cosas... ¿Y luego
qué? Ciertamente que es difícil, pero no es difícil de la manera que yo me lo imaginaba.
-Muchacho, muchacho... Veo que te preguntas, en el fondo, porqué un escudero que quiere
ser caballero hace el camino como un hechicero... y no es poca la duda. Pero vayamos
contestando las anteriores. Tu maestro tuvo la idea de separarnos, y me temo que lo decidió
rápidamente, apenas vio la necesidad. Sin embargo, no lo hizo por desconfianza, sino por temor.
Temor a lo desconocido; temor a lo que pudiera pasarte; temor a no poder protegerte. Y fue una
buena decisión, creo yo.
-¿Qué me tratara como un niño? Eso puede ser una buena decisión para él, o para vos, pero
no para mí. No después de todo el tiempo que lo he obedecido. ¿Os ha contado porqué pasé como
urraca un mes de mi vida? Pues, ciertamente fue el colmo... He obedecido, acatado y seguido
cada orden que me ha dado, desde que tengo memoria. ¿Y ahora, cuando más debería confiar en
mí, cuando más me necesita, me deja a un costado, como si fuera un niño, como si nada de eso
valiera la pena?
-¿Y se va con una mujer, verdad? ¿Acaso eso no pesa en la balanza también?
-Eso... eso... es otro tema...
-No, muchacho, es el mismo. Porque bien sabes que las dos decisiones vinieron juntas; lo
intuyes, sabes cómo piensa él. Y sabes, también, que él no te ha menospreciado al irse solo. No
es una decisión normal, pero admite que tampoco es una situación normal. ¿Qué hace un
escudero en combate? Pues ayuda a su caballero... pero, ¿qué combate habrá ahora? Si ni
siquiera sabemos a qué nos enfrentamos... ¿Acaso te has puesto a pensar en ello?
Drek negó con la cabeza, azotando su cráneo contra sus hombros mientras miraba el suelo
polvoriento y oscuro.
-Pues no será un duelo contra un dragón llameante, como cuentan esas historias tan tontas...
ah, si pudiera describirte un dragón en serio, como eran en realidad... Pero bueno, volvamos al
tema. Volvamos a la segunda parte de la decisión: Astridr. Y tu celo, si se quiere decir, por tu
maestro.
-No es celo. Es... una especie de desconfianza. ¿Por qué habría de confiar en ella?
-Ah, claro. La cuestión es más precisa, entonces. ¿Qué ha hecho que tu maestro te dejara y se
fuera con esa mujer? Tú piensas en desconfianza, menosprecio por parte suya, y también una
especie de... ¿amor, tal vez? O al menos, un embelesamiento. Razones mundanas, claro, razones
normales en una persona normal... pero tu maestro no lo es. Nunca ha desconfiado de ti, y no
creo que lo haga nunca. No viste su cara cuando descubrió lo de tu travesura con la niña. Se
podía ver que era la primera vez que se sentía realmente avergonzado de ti; después de tantos
años de trabajos tan duros. Hasta los mejores fallan una vez o dos, te lo digo por experiencia. Y
para él fue tremendo descubrir aquello en ti, aunque no creo que haya modificado seriamente sus
expectativas, sobre todo teniendo en cuenta lo que me dijo en tu favor.
-Que... ¿Qué os dijo?
-Ya te lo dirá él cuando vuelva. Pero ahora, queda ese otro tema. ¿Confío yo en ella? Sí, y no
puedo decirte el porqué. ¿Confía él en ella? Sí, pero tampoco puedo decirte el porqué, por otras
razones. Baste saber entonces que las dos partes de la duda han sido respondidas. Tu maestro te
ha dejado para protegerte. Te ha encomendado una misión tan digna y difícil como la suya,
aunque muy diferente. Una misión que ya te está enseñando muchas cosas, ¿verdad? Así que no
has perdido nada. Por otra parte, tu maestro ha decidido que Astridr sea su compañía,
considerándola más apta para lo que se agranda en el horizonte. Aquí ella, más que una ayuda,
hubiera sido un estorbo. Y no tengo que decir porqué.
Drek meditó en silencio por un buen rato. Realmente, mantener en secreto la identidad de
Astridr hubiera sido muy problemático. Pero, por otra parte, no desencajaba en el grupo que la
había arrancado de la montaña. Aquella extraña caravana formada por hechiceros, una niña
huérfana pero adoptada, un escudero sin caballero... muchas dudas caminaban con él, junto a los
pasos de las monturas.
-Pero todas esas dudas nacen de una duda más grande y más profunda, ¿verdad? Porque
piensas que te estás perdiendo la oportunidad de tu vida.
-¿Y vos no? Recuerdo que dijisteis, en el bosque prohibido, que estabais muy emocionado por
enfrentar a semejante enigma.
-A tu edad, la pregunta es bastante absurda. Tienes muchas oportunidades en los bolsillos,
muchacho... yo ya las he gastado a casi todas.
-Pero...
-¿Cuántos peros existen? Si tu maestro falla, tal vez ni nos demos cuenta. Si no falla, supongo
que tendrá asegurado su condado... y alguna cosa más, en pago por sus servicios. Y tú estarás
allí, te lo aseguro, suceda lo que suceda con Astridr. ¿Qué tienes para perder? Nada; y en el
mejor de los casos, ganarás mucho. Ya estás en edad de progresar en tu camino, y estás
demostrando muchos avances.
-¿Y vos? Yo he tenido que obedecer a esto. Sin embargo, ¿dónde han ido vuestra ilusión y
vuestra curiosidad? Pues vos habéis pactado esto con mi maestro...
-¿Tanto te interesa, muchacho?
-Sí.
-Pues entonces te lo diré. No lo tenía pensado, es cierto. Quería seguir adelante, más allá del
descanso que me pedían mis huesos, y ver qué se escondía detrás de ese velo de misterio.
Confieso que, después de una extensa vida de exploración de las artes de la hechicería, todo
parecía como un broche de oro. Morir allí, si no hubiera quedado otra opción, no me hubiera
parecido una desgracia. Confieso que lo deseaba mucho. Pero hubo algo que me impidió seguir.
-¿Qué? –la pregunta surgió después de unos minutos de espera-. ¿Qué pudo detener a una
persona como vos?
-Te sorprendería saber cuantas cosas... pero principalmente, muchos sentimientos que no
tienen nombre, ni se pueden describir. Y este fue uno de ellos. Una sensación que vivimos todos
los hechiceros, y también, creo yo, los magos en menor grado, pues ellos sí obedecen órdenes.
Una sensación de libertad, de paciencia, de abandono... un dejarse llevar por las situaciones,
incluso cuando nos llevan hacia donde no lo deseamos. Hacía tiempo que no tenía esa sensación,
y nunca la sentí tan fuertemente como cuando charlé por última vez con tu maestro. Como si todo
pudiera irse cuesta abajo si yo iba con ellos... Como si ese dúo tuviera un destino aparte, que
nadie tenía permiso para influir. Ya sabremos porqué tomé esa decisión, pero te aseguro que
siempre que he seguido esas emociones, he llegado a buen puerto. Y por algo debe de ser, eso
tenlo por seguro.

La caminata fue aburrida, lenta y predecible. Acostumbrados a las anteriores travesías, entre
bosques, cañadas, murallones de roca, barrancos y caminos de montaña, la llanura no brindaba
nada nuevo. Salvo, justamente, predictibilidad; esta vez sabían que llegarían a alguna parte y
sabían que sería pronto. De una manera u otra, todos sentían que habían descargado un enorme
peso en las montañas.
Zkti viajaba ahora como equipaje, adosado aparatosamente a la grupa de la yegua. Ngr había
preferido no aumentar más su figura en la región. No sabía qué tan seriamente tomarían los
cuentos de la villa anterior, y el Kshtar seguía siendo, según lo hablado con Krirstn, igual de
prohibido y perseguido. Sus pájaros los seguían simulando ser una bandada pasajera; habían
notado que no había aves en los cielos. Según los pobladores, todas en la región habían muerto.
Zkti, hasta donde todos sabían, podía tratarse de una ilusión, y los magos no solían tomar en
serio las anécdotas de los aldeanos, si llegaban a escucharlas.
A lo lejos, la silueta del siguiente poblado era imposible de distinguir entre la semioscuridad de
la tarde. Solamente cuando se acercaron un poco más, y encendieron antorchas, pudieron ver que
algunos puntos de luz se encendían, posiblemente en respuesta a los suyos. En ese punto la
mitad de los guías se adelantaron, haciendo gestos con sus teas y gritando, para avisar a sus
compatriotas de su llegada.
Ngr no tuvo que hacer nada especial cuando llegaron. Al igual que antes, gran parte del
pueblo estaba esperándolos, rogándoles ayuda y bendiciéndolos. En todo caso, la única diferencia
era el número de integrantes de la multitud.
Prácticamente era ya de noche, y sin que nadie pidiera nada, en un santiamén se les encontró
alojamiento en dos casas linderas, hechas de piedra y ladrillo cocido. Una era una taberna con
habitaciones libres, y la otra era la casa de una familia que había muerto. Ngr tomó el primer
edificio, y Drek lo acompañó con bastante fastidio. Krirstn y su hija se quedaron en el siguiente
edificio.
Era evidente que la desesperación era mayor en ese poblado, si bien el recibimiento había sido
mucho más frío. Viendo esto, Ngr decidió hacer un rápido examen de la situación. Junto con Drek
atendió a los cabecillas del pueblo, quienes le informaron que ya habían muerto unas veinte
personas, y otras treinta estaban en mal estado desde hacía ya bastante tiempo. La situación era,
entonces, peor que en el otro pueblo, pero también el espíritu de la gente, más frágil. El hechicero
partió, y se dividió los casos con Krirstn, dejando a Drek y Ulr en sus habitaciones.
Ulr se fue a dormir temprano, luego de comer todo lo que pudo. El escudero, en todo caso,
aprovechó para ocupar por un rato el único camastro. Nuevamente sus pensamientos vagaron por
el techo de madera; dónde estaría su maestro, qué estaría pasando, cómo sería aquella mujer tan
misteriosa, nacida de una espada de hechicería, cómo enfrentarían y solucionarían la situación...
si lo hacían. Se dio cuenta de que Ngr le había mostrado los dos extremos; el todo o nada. Pero
también, podía ser que Fenr venciera todos los obstáculos y muriera en el proceso. Tal vez Astridr
sí lo protegiera de la peste, pero su poder no fuera perfecto. Y entonces, ¿qué sería de él?
Pensó en la corte y en el rey. ¿Habrían muerto todos? Probablemente no, ya que los magos no
lo hubieran permitido, y las torres de las Escuelas debían haber creado una protección para la
peste. Sin embargo, incluso si el monarca estuviera vivo, no podría dejarle a él, un simple
escudero, una responsabilidad tan grande como un feudo. Mucho menos, un condado.
Probablemente le asignarían como escudero de otro caballero, posiblemente tonto y cobarde, no
como su maestro. O con uno que no confiaría en él, o con uno que...
Pero, ¿y si algo salía bien? Supón, Drek, se dijo, que el rey se entere de lo que has hecho y te
premie. El condado quedará devastado. Muchos caballeros habrán muerto, al igual que otros
muchos señores feudales. Habrá escasez de personas con experiencia, y tú tienes mucha para tu
edad. Eres joven, pero no tanto. Estás cerca de llegar a la edad en que muchos son nombrados
caballeros. Tal vez te pongan a prueba por un par de años. Tal vez comiences como el tercero, o
el cuarto al mando. Pero estarás al mando de algo: un pueblo, una pequeña región. Habrá algo en
el mundo que te pertenecerá.
Drek recordó todas las aventuras que había tenido con su maestro, en relativamente corto
tiempo. Casi nada había quedado por hacer... salvo, tal vez, por las mujeres. Pensó en Aria, la
hija del mago Rork. ¿Cuanto tiempo hacía que no pensaba en ella? Su recuerdo le llegó lejano,
como si el ondear de su cabello rubio fuera similar al de una sucesión de ondas de agua,
expandidas en los infinitos rebotes de la orilla de un lago. Borrosas ondas de agua, y borrosos
recuerdos... Más allá de aquel rostro bonito, Drek ni siquiera podía recordar ahora qué le gustaba
tanto de la muchacha.
Aquello se le antojó como su próximo desafío, su siguiente territorio a explorar. Uno de los
pocos que quedaban, recientemente descubierto a lo lejos, luego de trepar las montañas. Había
atravesado ya desiertos, ríos, valles, bosques, había sido una urraca, había ayudado a desenterrar
a una de las mayores muestras de la hechicería prohibida... Había cometido errores y aciertos. Y
sin embargo, este nuevo territorio se le presentaba como un pantano, peligrosamente inestable y
confuso. ¿Por qué había hecho aquella estupidez en la cascada? Ciertamente que, de haberse
decidido, podría haberlo hecho de manera tal que Ulr no lo viera...
Había pensado en dejarle el camastro a Ngr, pero sin darse cuenta aquellos pensamientos y
recuerdos se mezclaron, y se quedó dormido. Soñó que el rey lo nombraba caballero, y le daba un
nuevo condado, y él llegaba a la corte para las ceremonias, y allí estaba Aria, quien lo recibía
gritando su nombre. Pero cuando quiso acercarse vio que no era Aria, sino Astridr, y los gritos que
se escuchaban eran los de Ulr, acusándolo de ser un canalla.
Krirstn no sabía qué era más difícil: curar a los enfermos o calmar a sus familiares. Los guías
que habían venido con ellos no habían podido transmitir su espíritu de optimismo. Ella había dado
por sentado que entre aldeanos se entenderían, pero aparentemente allí no tomaban en serio a
sus vecinos del sur, y vio algunos gestos de desprecio e incredulidad hacia ellos.
El pueblo se mantuvo agitado por varias horas, hasta que pudieron visitar a los enfermos en
peor estado. Varios murieron esa misma noche, aunque ellos no estuvieron presentes. Eso sumó a
la intranquilidad general, y creyó notar una cierta desconfianza en algunos.
-Maestro... –comenzó cuando estuvieron solos, caminando hacia sus respectivos albergues.
-No necesitas decir nada. Ya lo sé; ya sé lo que piensas. Pero no debemos dejar de intentarlo.
Mañana estaremos más descansados.
-Sí.
-¿No dices nada más?
-Usted tiene más experiencia que yo, maestro.
Los pasos fueron amortiguados por la oscuridad, lo cual hizo los suspiros más audibles.
-¿Todavía no vas a decírmelo?
-Estoy cansada, maestro. Tengo deseos de quedarme aquí unos días... no sé qué han hablado
con Drek, pero Ulr ya no lo soporta más. Y yo tampoco. Y pensé que este pueblo sería al menos
tan amigable como el anterior... pero no lo es. Temo haber tomado una mala decisión. Tal vez
hubiera sido mejor quedarme allí, con ella. O dejarla.
Ngr pensó en silencio.
-Una vez que derramas una botella de agua, no puedes volver a llenarla. Preocúpate por no
derramar la siguiente botella; es todo lo que puedes hacer.

Krirstn fue testigo, al día siguiente, de uno de los milagros menos esperados (y deseados,
desde su punto de vista actual) de todo el viaje.
Nuevamente se habían dividido, con Ngr, los casos menos graves. Por simple proximidad, la
hechicera comenzó por la casa del herrero local, que tenía dos hijas enfermas. Ulr decidió
acompañarla, en gran medida porque estaba aburrida, pero también porque se había
acostumbrado a hacerlo.
Al entrar en la herrería, sin embargo, encontró algo totalmente inesperado. Pfnk, el hijo
adolescente del herrero, aprendiendo el oficio paterno. Krirstn no le prestó mucha atención al
chico; un poco gordo, pero musculoso, cabello muy oscuro, cara regordeta, un cuerpo demasiado
grande para su edad.
Ulr vio algo totalmente diferente. A ella se le antojó un hombre, casi; un muchacho
tremendamente fuerte e indiferentemente seductor, con un gesto risueño en el rostro y una forma
de actuar confiada.
La hechicera curó a las hermanas del chico; Ulr insistió en quedarse allí. Al comienzo no lo
tomó como algo importante, y pensó que sería un repentino capricho por conocer gente, o por ver
cómo se trabajaba en la herrería. Pero al regresar, casi dos horas más tarde, y encontrándola
todavía con aquél gesto bobalicón en el rostro, no tardó más de un segundo en darse cuenta.
Su reacción no fue muy natural para el resto. Mientras Ulr no paraba de buscar excusas para
mantenerse cerca del muchacho, ella se dedicó a criticar su actitud.
-¿Puede creerlo, maestro? No digo que sea raro a su edad, pero podría haber elegido algo
mejor... Es un muchacho sin gracia, sin nada destacable. Está haciendo un tremendo papel de
boba... Ah, otra vez. Y eso que se lo he dicho... Pero no se da cuenta. Cómo va a dolerle cuando
caiga en la cuenta de que él no siente lo mismo... Es una lástima que su primer amor sea así... Se
lo he dicho mil veces, y no me escucha. Por suerte el chico no comprende lo que pasa. Si fuera
más inteligente se aprovecharía y sería peor...
Ngr soportó esos comentarios, generalmente forzados dentro de conversaciones que incluían
temas totalmente desconectados. Ciertamente el comportamiento de la muchacha era obsesivo y
bastante tonto. El chico era incluso más tonto y veía en ello un juego, lo cual parecía exacerbar
más los ánimos de la hechicera, quien hubiera preferido que todo se decantara rápidamente en un
desastre para así recibir a una llorosa Ulr y darle su primera lección sobre el amor y lo idiotas que
podían ser los hombres.
Durante el primer día, mientras aumentaba lentamente de intensidad las protestas, Ngr
esperó. Escuchó pacientemente, agregó comentarios ciertos sobre Ulr. Habló poco, pero
sinceramente. Durante el segundo día, casi no lo hizo, y dejó que su alumna se quejara todavía
más. La joven había comenzado ya a flirtear con el muchacho, haciéndole las pocas insinuaciones
que conocía, de manera bastante burda. El herrero, tal vez viendo algo sospechoso, había puesto
a trabajar más horas a su hijo. De manera que la pobre Ulr vagaba por el pueblo suspirando, sin
hacer nada útil. Y como la mayoría de los enfermos estaban curados y no requerían más ayuda de
los hechiceros, ambos podían dedicarse a conversar de todo un poco.
Fue así que, para la mañana del tercer día, Ngr decidió que todas las piezas del rompecabezas
estaban en su sitio. Ulr había logrado que Pfnk se escapara de la herrería y lo acompañaba a
todas partes; Krirstn pretendía seguirla y vigilarla, mientras no dejaba de mencionar su estupidez
al enamorarse de “una sabandija estúpida y musculosa, buena para nada y sin ningún tacto o
educación”.
Aquella frase fue un síntoma que Ngr no dejó escapar.
-Ven, querida, ven por aquí.
-Pero, maestro...
-Ven, te digo, y no me hagas pedírtelo de nuevo. Debemos hablar, y ya mismo.
-Maestro...
El anciano la llevó hasta las afueras del poblado, donde una serie de arbustos secos
flanqueaban una de las pocas rocas que había en kilómetros a la redonda. Su bandada de libros lo
siguió, despegando súbitamente de los techos de las casas, extrañados por el abandono del cual
se sentían víctimas. Una vez que ambos estuvieron lo suficientemente lejos de las casas, dijo:
-Ya no puedes ocultarme más lo que sucede aquí. Y sería bueno que dejaras de mentirnos a
los dos.
En el silencio, Krirstn bajó los ojos.
-No puedes seguir torturando a Ulr por algo que te sucede a ti. Ella no se lo merece, y tú
ciertamente mereces tratarte mejor a ti misma. Así que habla: tenemos todo el día.
La hechicera murmuró algo que Ngr no pudo escuchar, y finalmente comenzó a llorar.
-No puedo ser tan estúpida... enamorarme de él... un desagradecido, un completo idiota... la
idiota también soy yo...
En muchas situaciones, Ngr tendía a sonreír al descubrir que su instinto era correcto. Sin
embargo, habida cuenta del contexto de la situación, la ocultó, y finalmente la sonrisa murió como
una flor en medio del desierto.
-Calma, calma, niña. Ya lo intuía yo, aunque me pareció algo extraño. Pero es así el amor,
sorpresivo. Y no era tarea mía el decírtelo; tenías que admitirlo tú misma. No era sano que lo
mantuvieras así, en secreto, tanto tiempo. Y más teniendo en cuenta que...
-¿Qué? ¿Qué ya lo he perdido?
-Vamos, vamos, no hablemos de pérdidas ni de ganancias. El amor no tiene nada que ver con
perder ni con ganar. Es algo del amor el ser feliz, y también el sufrir.
Krirstn levantó los ojos, dos manantiales de tristeza.
-¿Sufrir? Nunca en mi vida he sentido algo así... Sí, he tenido amores; son parte del camino,
pero nunca... nunca fueron algo tan importante. Pensé que era un capricho tonto, o algo así, pero
no... lo escondí, lo escondí, y al final, cuando creí que ya había pasado, tuvimos que encontrar a
esa... esa mujer...
La última palabra tembló en sus labios, y la hechicera hundió su rostro en sus manos
nuevamente. Ngr estaba a su lado, ambos apoyados en la gran roca.
-La sorpresa fue de todos, niña. Pero, ¿porqué crees que ella será competencia? ¿O acaso
piensas que puede amar como una mujer, y que él puede corresponderle?
-Hay algo entre ellos, maestro. Lo he visto. Sé que dirá que estoy loca de celos, que es parte
del velo del amor... pero lo he observado, créame. A veces se miraban a los ojos, desde lejos, sin
decir nada... Y ahora están solos, desde hace días...
-¿Realmente lo crees así?
-No... no lo sé. No sé si quiero creerlo, no sé si quiero imaginarlo. Pero duele, duele como
nunca antes me dolió algo así...
El hechicero dejó que su alumna respirara hondamente, y que sus lágrimas mojaran el suelo
reseco. En esos días había habido rocío, que afortunadamente no había transmitido la peste que
revoloteaba entre la tierra y el sol. Sin embargo, la planicie seguía esperando lluvias.
-Maestro... perdóneme. Tiene razón. Necesitaba decirlo... y Ulr, pobrecilla... Es solamente que
no quiero que sufra lo mismo que yo... es tan joven...
-El dolor, la muerte; el gozo y la existencia. Todo es lo mismo, porque uno aparece a expensas
del otro. Debes comprender eso o te volverás loca. Nosotros curamos, pero no podemos hacer
nada más. La gente debe sufrir, no solamente para aprender a sufrir, sino para aprender a gozar.
Ella va a quemarse. Pero luego sanará, y podrá amar de nuevo. Como tú.
Se secó las lágrimas con las mangas, y miró hacia el horizonte. Solamente entonces se dio
cuenta de que estaban mirando hacia el oeste.
-Ella lo comprende... Y Fenr la comprende a ella. Por eso no tengo esperanza. Hubo un tiempo
en el que pensé que él me miraría porque yo era más joven... o que al menos me trataría, no sé,
como una amante, una mujer que puede descartarse fácilmente. Pero nunca tuve esperanzas
firmes. No soy tan tonta. Él casi es conde, y yo... ¿qué soy yo? Ni siquiera soy una buena
hechicera. Nunca lo fui. He perdido años de mi vida sin la guía que necesitaba, sin siquiera
plantearme un futuro.
Tomó aire varias veces.
-Y sin embargo, yo soñaba con esa esperanza... yo, amante de un conde... hasta que nuestro
amor se secara, y él me dejaría a un lado, y yo lo maldeciría con todo tipo de hechizos, y él me
mandaría lejos... Todo volvería a la normalidad, odiándonos como al principio... No puedo creer
que se haya ido así... ¿Cómo dejó que se fuera con ella?
-Ambos tenían algo que hacer juntos. Y es vencer a eso que estamos mirando ahora en el
cielo. Cualquier otra cosa, querida, es una minucia. Lo siento por ti, realmente, y no sé qué más
decirte. Salvo esto: nada está dicho todavía. Así que no te tortures más. Quédate aquí si necesitas
estar sola; yo iré a cuidar de que Ulr no haga más tonterías.
A una orden suya, los pájaros se quedaron con ella, y la rodearon en una extraña muestra de
solidaridad. Krirstn pudo apreciar en ellos, ahora que los veía tan de cerca, el enorme amor que
encerraban las artes de su maestro.

Para Drek, la estancia en aquél lugar perdido fue uno de los períodos menos emocionantes,
pero más tensos y exasperantes de los que recordaba. El pueblo se le antojaba feo; las casas, mal
hechas. Las personas no mejoraron su actitud, ni siquiera con las curaciones de los hechiceros. Él
ni siquiera intentó repetir su papel de autoridad; no le veía posibilidad de éxito, pero además
aquella gente se le antojaba demasiado mezquina y creida de sí misma, como diría su maestro.
Probablemente era mejor que él no estuviera allí, pues en lugar de sentarse en la indiferencia,
hubiera actuado muy enérgicamente contra esa actitud generalizada, cosechando más enojos y
problemas, como era su costumbre.
El primer día fue cansador; el segundo, irritante; el tercero, interminable. Los hechiceros iban
y venían curando y dando bendiciones y consejos, pero él no veía sentido en recorrer el poblado.
Lo hacía para estirar las piernas y no sentirse una rata encerrada en su habitación, y para
aparentar un mínimo de amabilidad, que no sentía en lo más mínimo. En esos paseos se
encontraba siempre mirando hacia el oeste, pensando en su maestro y su difícil misión.
Así lo vio un par de veces Ngr, para el cual la frustración del escudero era más que evidente.
Conversaron del tema un par de veces, y el hechicero dijo comprender totalmente su actitud y las
causas que tenía. Sin embargo, no accedió al pedido implícito sino hasta que hubo terminado el
tercer día, aquél que incluyó la seria conversación con Krirstn.
-Muchacho, ¿recuerdas la charla que tuvimos en el camino?
-Sí, la recuerdo.
-Te dije entonces que, cuando tu maestro tomó esa decisión, yo la apoyé porque mi corazón
me decía que lo hiciera. Te dije que yo seguía esos instintos, que para mí son muy importantes.
-¿Acaso han cambiado?
-Todo ha cambiado, muchacho. Tú has cambiado. Este pueblo no solo no te necesita, sino que
no te merece. Es mezquino como pocos, y eso que he recorrido reinos enteros durante décadas. A
veces sorprende que un hermano sea caritativo, y el otro un feroz asesino; lo mismo se repite con
los pueblos vecinos. Uno es amable y cordial, y pasando un árbol... Pues, te tratan peor que a los
oatkn. Es igual en este caso. Es evidente que ambos pueblos fueron ricos en tiempos pasados,
pero el más pequeño no ha olvidado su humildad. Y de la humildad crecen los mejores frutos,
pues los pobres humildes son más generosos que la mayoría de los reyes poderosos. ¡Nada peor
que un pobre que se considera superior en calidad a otro! Y este es el caso. Se creen mejor que el
resto, vayamos a saber porqué. Pero mi profesión no me permite hacer distinciones; una persona
es una persona. Con mi alumna hemos curado a todos los que hemos podido. Así que puedo decir
que mi trabajo aquí está terminado. Tú, por otra parte, no tenías aquí ninguna labor asignada, y
comprendo tu enojo.
-No es enojo... es... difícil de explicar. Al salir del pueblo anterior, me sentía entusiasmado por
continuar adelante, por hacer lo mismo en un lugar diferente... pero aquí siento que he cometido
un error. Para no hacer nada, hubiera sido mejor quedarme allí, en donde es un gusto charlar con
cualquiera. ¿Habéis visto que tienen carne y todo tipo de frutos almacenados, y nos siguen dando
avena?
El viejo asintió.
-No puedo estar más de acuerdo contigo. Y es la parte más difícil del trabajo de hechicero,
desde tiempos inmemoriales. Hemos de dar sin siquiera recibir las gracias.
Drek no sabía si plantear o no el tema en cuestión, pero tomó aire y coraje y lo dijo.
-Vos... ¿pretendéis seguir adelante?
-Pues claro... el asunto en cuestión es dónde está ese adelante. Sabemos que hay otras villas
cerca... más hacia el norte, hacia donde está el castillo. Hacia el oeste, me temo, no hay más que
pasto muerto y peste... Y dos personas que se encaminan a completar sus destinos.
-Yo quiero ser la tercera. Y me gustaría mucho que vos me acompañarais y fuerais la cuarta.
El viejo sonrió.
-Pues que así sea, entonces. Mañana organizaremos todo temprano; me temo que tendremos
que negociar la compra de algunos víveres, que ellos no entregarán de buena gana. Oh, no te
preocupes por ellas. Mi alumna desea quedarse aquí, y así también Ulr. Todo coincide, como
puedes ver, y por algo sucede esto. Como te dije antes, hay que aprender a sentir y vivir en base
a estos cambios. Es como cuando navegas, ¿sabes?, y tienes que acostumbrarte a seguir los giros
del viento. Él sabe donde te lleva, muchacho, y tienes que confiar en el viento.
13 – Los exiliados

El camino había sido duro por un par de días, pero luego se había vuelto, súbitamente, más
fácil de ver y transitar. Iban por un sendero olvidado, que en otros tiempos había recibido visitas
asiduas de todo tipo de monturas. La tierra apisonada, en la cual no se animaba a crecer la
hierba, delataba una antiguamente fluida vía de comercio.
A lo lejos podía verse, hacia el valle, un grupo de chozas y casas. O, mejor dicho, las
antorchas y fuegos que en ellas habitaban. El resto era solo una construcción de la mente, que
cubría los huecos de oscuridad, inevitable de día y profunda de noche, causada por la presencia
del velo en el cielo.
Fenr volvió a mirar hacia delante, y descubrió los fríos ojos de plata de Astridr clavados en él.
-¿Piensas en ellos?
-No sé si estarán allí. Me preocupa mi escudero.
Hubo un silencio, y Astridr volvió a mirar hacia delante. Sus ojos brillaban en la oscuridad. El
viento, que soplaba el polvo del camino en contra del sentido de la caravana, le trajo sus
palabras:
-Y la mujer, ¿no?
Fenr ni siquiera sonrió.
-Veo que vas aprendiendo cómo aplicar el humor.
-Lo he aprendido hace mucho tiempo, pero nunca había tenido oportunidad de usarlo.
-Mi escudero –volvió al tema- me preocupa. Temo que tome malas decisiones. El hechicero es
bueno y confiable, pero nadie es perfecto. Y Drek tiene poca experiencia en muchos aspectos.
Lamentablemente, era lo único que podía hacer.
Los pasos cansados de los caballos llenaron el vacío. El viento se detuvo.

Encontraron un recodo en donde el frío no arreciaba tanto, y encendieron un fuego alimentado


de matas secas de arbustos. Las raíces eran fáciles de desenterrar, y la savia chorreaba
ruidosamente sobre ellas al consumirse la oscura madera.
Astridr no necesitaba comer, ni calentarse, ni vestirse, ni respirar, ni beber. No solamente era
invulnerable a todos los venenos y pestilencias, pensó Fenr, sino que además era inmune a todo
lo que pudiera pasar en esta y cualquier otra travesía. Y sin embargo, allí estaba, con su túnica
marrón, acurrucada junto a la fogata, frente a él, moviéndose levemente al ritmo del viento. Si yo
muero, por cualquier motivo, ella podría llegar hasta el final. ¿Porqué no enviarla, entonces, por
su cuenta, y dejar de correr tantos riesgos y molestias?
Era su tarea, sin embargo. Era su código, su honor, su condado.
Astridr levantó los ojos del fuego, y había gotas incandescentes en su rostro.
Fenr intentó levantarse, sensibilizado por el hecho, en un arrebato de cortesía caballeresca
hacia una dama. No supo porqué reaccionó así, tan rápidamente. La mujer lo detuvo, levantando
más la mirada y diciendo:
-No... no te preocupes. No es nada. Siéntate.
El caballero así lo hizo, y bajó los ojos mientras masticaba un trozo de pan gris, tostado al
fuego para disfrazar su horrible gusto. La miró de reojo, observando sus cabellos dorados teñidos
por el brillo del fuego, y aquellos tizones líquidos rodando por la superficie plateada del rostro.
Cayendo como estrellas del cielo, o como proyectiles de catapultas de asedio embebidos en
alquitrán. Tan devastadoras le parecieron aquellas lágrimas, incluso más que las que la doncella
había derramado en su jaula de hielo.
-Recuerdo otros fuegos... casas, ciudades enteras. Personas. Todo lo que fue consumido por el
fuego. Mis... dueños, porque antes era una cosa. Mis víctimas, mis amigos. Todos han muerto,
devorados antes o después por la guerra. La sangre es como esa savia. Chilla y grita cuando es
puesta al fuego, clamando algo que no comprendo. La sangre es el combustible de la guerra, la
hoguera que ha sido mi hogar durante toda mi vida.
Fenr no dijo nada por unos minutos.
-No soy bueno para esto. Quiero decir, para evitar que llores.
-No pretendo que hagas nada. Es que este fuego... esta soledad... la noche... todo me trajo
demasiados recuerdos. No era mi intensión...
El viento y el chasquido de la madera convirtieron sus murmullos en cenizas.

El sueño fue desparejo en aquél recodo, incómodo y ventoso. No esperaban problemas de


ningún tipo, pero Fenr se mantuvo especialmente vigilante y todo parecía capaz de despertarlo.
Astridr, por otra parte, estaba sentada, mirando hacia el valle, viendo detalles que para el ojo
humano eran inexistentes. En aquella posición, abrigada por las mantas que no necesitaba
realmente, dormitaba por momentos, para luego despertarse y quedarse meditando por un rato.
Las luces se habían apagado poco tiempo después de que ellos comenzaran a comer, y sin
embargo sus ojos escrutaban aquél pozo negro como si fuera un día desnudo.
Intentó pensar en cómo serían aquellas chozas que había adivinado en la planicie. Las había
visto antes, de todo tipo y tamaño. Pero habían sido visiones borrosas, fugaces, de luchas sin
cuartel en donde los ejércitos arrasaban los campos con fuego y las vidas con acero. Recordó lo
que se sentía cortar la carne de los niños y mujeres que huían de sus casas semiderruidas. Los
años de paz pasados en todo tipo de palacios y castillos eran como una vida aparte, como un
sueño vetusto, una fantasía de la mente. Recordó lo que decían sobre ciertas hierbas que
producían alucinaciones en los hombres, haciéndoles ver cosas que eran imposibles. Así llegó a
pensar que esos años eran algún tipo de engaño, mientras que la sensación punzante del cortar
cabezas parecía el respirar, el beber, el comer, el moverse... Acciones necesarias para continuar
siendo quien se era.
No fueron pocas las veces en las cuales giró su rostro hacia el caballero, que dormía más
atrás. Una o dos veces, creyó que él le devolvía la mirada, e intuyó una forma de comprensión,
incluso de afecto. ¿Por qué sentía aquello desde la primera vez que lo había visto?
Pero por sobre todo, ¿por qué hacía esto? Recordó las palabras de Ngr, sobre que él ya sabía
todo lo que ella pensaba. ¿Podía eso ser cierto? Tal vez lo sabía, realmente, pero no sabía cómo
era tener esas dudas, esas inquietudes... ¿Por qué hacía esto? Su último dueño la había apresado,
y había dicho muchas veces que era lo mejor que se podía hacer, la última opción. Pensó en los
condenados que tuvo que ejecutar, y en los que purgaban sus culpas en largos años de humedad
y oscuridad. Como ella, comprendió entonces. Habían sido varias sentencias de vida completa,
pues ella no podía morir. ¿Cuántos años habían pasado? ¿Cuántos años había pagado por cada
una de sus innumerables muertes? ¿Acaso los niños y mujeres indefensos tenían un mayor valor,
algo que no podía ser pagado nunca? ¿Por eso intentaba ayudarlos? ¿Era porque quería
compensar aquello, o porque debía hacer lo correcto? ¿O solamente porque le devolvía la emoción
de la caza y la destrucción?
Sus lágrimas dejaron de correr, y ella no supo porqué, ya que deseaba continuar llorando.

Las charlas eran breves; no más de tres o cuatro oraciones para cada uno. Así eran también
las paradas de descanso, que ya no seguían las rutinarias reglas del almuerzo, cena y desayuno.
La escasa leña la acumulaban para la noche, que era todavía muy fría; el alimento era tan escaso
y tan malo crudo como calentado o cocido, de manera que Fenr sencillamente dejaba de lado el
detalle. La marcha era una tortura para la mente y los sentidos, pues todo era idéntico hora tras
hora, marrón, negro, verde pardusco, polvo, sequedad, dureza. Silencio.
Al comienzo miraron hacia el valle, buscando alguna novedad, pero luego de agotar también
esta cantera de colores, se volvió bidimensional, como si estuvieran dentro de un tapiz enorme.
Incluso Astridr se sorprendió bostezando, aburrida y hastiada de sentir siempre esa sensación de
pesadumbre y cansancio generalizado.
Fenr la miró, un poco intrigado. Había un gesto de incredulidad en el rostro de la hija del
Kshtar.
-Es... he visto esto miles de veces, pero es la primera vez que lo experimento.
-¿El aburrimiento? No te pierdes de nada.
-No es solo eso; es todo lo demás también. He observado todo tipo de personas durante
siglos; he conocido sus secretos y sus mentiras, sus bondades y sus perversiones... Pero nunca
había experimentado miles de cosas que ellos mencionaban, o sentían, o hacían, a veces sin
siquiera darse cuenta.
-¿Qué hacías antes... cuando no tenías nada que hacer? ¿Ellos te hablaban?
-A veces... yo dormía la mayor parte del tiempo, sobre todo cuando estaba en mi vaina.
Recuerdo la sensación como si fuera ayer... de alguna manera lo es. Para mí los días no tuvieron
nunca mucho significado, después de la muerte de mi padre. Todo fue un ir constante de
experiencias, sin futuro, solamente pasado...
-Como un río.
-Tú ves el río, pero no sabes lo que el río siente.
Fenr pensó en contestar que los ríos, obviamente, no sienten nada, pero la respuesta era
tonta porque era claro que ella se refería a algo más.
-Ngr dijo que sabía lo que yo pensaba... pero él nunca podría comprender lo que realmente es
tener esos sentimientos. Es una gran diferencia, y ahora la veo con más claridad.
Hubo una gran cantidad de pisadas entre esa frase y la siguiente, pero el número exacto se ha
perdido.
-Dormía... y creo que a veces soñaba. Pero también hablaba, cuando estaba encerrada en mi
vaina. A veces escuchaban; otras veces no. Recuerdo, sin embargo, que era muy estimulante salir
de ella, porque, aunque generalmente adivinaba donde estaba, salir era como si te quitaran una
venda de los ojos. Era ciega, pero de pronto podía ver los colores, los rostros, la alegría... o la
muerte.
El tono de las dos últimas palabras fue muy frío, y Fenr decidió intervenir para que la
conversación no se desbarrancara.
-Hay una pregunta que me atrevo a hacerte... porque nunca te hemos preguntado qué sucedió
contigo en esa cueva. Fuimos buscando una espada...
-Y encontraron una mujer. Pero no cualquier mujer... claro... Ngr no hizo la pregunta, porque
la suponía. Kristn no lo hizo, tal vez porque no quería parecer ignorante ante su nuevo maestro...
a tu escudero no le molestó, porque seguía tus órdenes, y a la niña pocas cosas le interesan
ahora. Pero a ti sí te interesa, y mucho. ¿Acaso te decepcionó?
-La palabra es sorpresa, no decepción. Una gran sorpresa. No estoy acostumbrado a esa
hechicería prohibida que mencionan ellos, y mucho menos una tal elaborada.
-Supongo que mi padre lo previó, aunque nunca me lo dijo. Trato de recordar algo que me
muestre que él lo dijo, al menos de manera indirecta, no con palabras pero sí con gestos. Pero yo
era muy joven y mi pasado ha enterrado muchas cosas. Él siempre me llamó hija, y por eso creo
que sabía que esto pasaría. Tal vez quiso que pasara antes, para que no sucediera lo que sucedió.
Pero tardé demasiado. A veces pienso que demoré en crecer, y por eso...
De nuevo el silencio y los malos recuerdos.
-Siempre le digo a Drek que todas las personas se toman un tiempo diferente para crecer.
Claro que a él le exigí otra cosa...
Las miradas se cruzaron y Astridr comprendió que el caballero quería que continuara su relato.
-No sé porqué me sucedió esto. Todavía no lo comprendo. Si es por crecimiento, no lo
merezco, porque creo que en centurias no he logrado aprender nada; más bien creo que he
desaprendido lo que mi padre siempre me inculcó, y he caido en lo más bajo. No puedo verlo
como una recompensa. Pero tampoco puedo verlo como un castigo, porque no lo sufro, aunque no
lo comprenda.
-Tal vez no es ni recompensa ni castigo. Tal vez es un desafío.
La doncella de plata lo interrogó con una mirada lenta, triste, que luego se fundió en el cielo
oscuro.
-Recuerdo que mi padre, el único que conocí y llamé padre, me castigó seriamente una vez.
Había desatendido mis tareas y me había quedado dormido. Era una asignación importante, y de
haberme descubierto alguien él hubiera quedado mal ante todos. Así que me me llevó aparte y
me dijo lo siguiente. “Si hubieras hecho todo bien, te hubiera recompensado, porque tu tarea,
aunque silenciosa y poco glamorosa, es muy importante. Si hubieras hecho mal y te hubieran
descubierto, te hubiera castigado como nunca antes, porque la responsabilidad que tenías era
también muy grande.” Y luego me dejó así, esperando una enorme reprimenda. Al poco tiempo
aumentó mis tareas, y me hizo hacer todavía más cosas. Lo hacía para que yo estuviera más
atento y diera más de mí mismo. Él hacía esas cosas. Yo intento hacerlas con Drek, pero no sé si
funcionan. A veces pienso que es un caso perdido... Ni mencionar lo de la niña.
Astridr sonrió al ver que el caballero hacía lo mismo.
-¿Lo vez como un hijo, entonces?
-¿Y como qué otra cosa voy a verlo? Lo he criado desde pequeño; es huérfano y le di mi
comida, mis conocimientos, mi confianza. Las únicas tres cosas que tengo.
-¿Y tú, te vez como padre? –añadió ella mirando al suelo debajo de su caballo.
-Es una buena pregunta... no lo sé.
Ella siguió mirando al suelo mientras retomaba su relato.
-Estaba encerrada en la cueva, y había perdido toda esperanza. No conocía nada de lo que
pasaba fuera; ni días ni noches, ni estaciones ni años. Pero un día desperté sobre la gran mesa de
roble en la que descansaba. Y cuando digo desperté, lo digo de manera totalmente real. Dormía
cuando estaba en mi vaina, pero en realidad no era un sueño completo, sino como una vigilia, un
sueño dividido a la mitad, o menos. Ese día realmente desperté, y moví mis brazos, y mis piernas,
y abrí los ojos y pestañeé. ¡Lo que hubiera dado antes por poder cerrar los ojos y no ver las
masacres! Me sorprendí tanto que caí al suelo, y descubrí el dolor del que tanto me habían
hablado. Me levanté, torpemente, porque no sabía cómo coordinar todo aquello que de repente
podía hacer. Pasé mucho tiempo aprendiendo a hacer las cosas más pequeñas: caminar, saltar,
sentarme. Recordé tantas cosas... El taller donde había sido encerrada era de Jndk, mi último
poseedor, quien como sabes había sido gran amigo de mi padre. Había muchas cosas
abandonadas allí, pero nada de libros, nada de hechicería, que era lo que yo más deseaba
aprender. No sé si fue porque él temió mi transformación, o simplemente porque se llevó todo lo
importante. De todas maneras, lo que había allí era inútil, o de poca utilidad. Lo único que hice
fue ponerme su capa y algunas de sus ropas... Y allí comprendí que era humana, hasta cierto
punto. No solamente en aspecto, sino en forma de pensar...
Habían pasado muchos metros de pendiente hacia arriba, ligera pero sostenida. Sus ojos
hicieron surcos en el grueso suelo; sus lágrimas ahora no eran de tristeza, porque su rostro era
de alegría. Posiblemente su último recuerdo feliz...
-Pero luego descubrí que seguía presa, como en mi vaina. Intenté todo para salir de allí; lo
único que logré fue dolor, físico y mental. Maldije a Jndk, y luego me arrepentí amargamente.
Pasó una cantidad de tiempo que, como te mencioné, no puedo precisar. Y luego llegaron ustedes.
-Si nosotros te hubiéramos estado buscando para otras tareas, ¿aún así hubieras aceptado la
libertad?
-Para decir la verdad... no lo sé. No puedo saber lo que hubiera dicho en ese momento. Es
bueno saber que no fue así. Creo que hubiera lamentado tremendamente cualquiera de las dos
elecciones.
La cuesta los llevó a una pequeña meseta, en donde el viento procedente del otro lado de la
montaña barría todo a su paso. Fenr cerró los ojos y se los cubrió con la mano, mientras aferraba
fuertemente con la otra a su caballo. Miró rápidamente a Astridr y vio que sus ropas flameaban
violentamente, y que sus hombros estaban desnudos debajo de la capa. Dislumbró el final de su
cuello y cómo se unía a su pecho, y aquello fue suficiente como para apartar la vista, pues no era
decoroso que un caballero mirara así a una mujer.
La reacción de Astridr fue nuevamente sorpresiva. Se ruborizó ligeramente, y bajó la vista,
confundida. ¿Satisfacción, orgullo?
Fenr no vio esa expresión, pero la sintió. Unas pocas mujeres en su vida le habían enseñado a
hacerlo. Escondió su mirada con la excusa del viento en el rostro. Cuando llegaron al otro lado de
la meseta, y el camino volvió a ser paralelo al valle, el momento ya había pasado.
La idea, sin embargo, se mantenía moviéndose en su mente.
-Tú... tú nunca te has visto, ¿verdad?
Ahora la sorprendida fue Astridr. No pudo articular palabra, y sus gestos fueron confusos y
algo torpes, como los de una niña.
Fenr miró al cielo, luego al valle. Detuvo la marcha y buscó con los ojos un lugar para
acampar.
La mujer estaba todavía allí, de una pieza, pensando en aquella realidad enorme, grande como
su historia y su cuerpo, grande como sus fallas, sus alegrías... Una verdad tan grande y tan
invisible, como el esconder una montaña detrás de un dedo.
Al poco tiempo se dio cuenta de que Fenr revisaba frenéticamente las alforjas, buscando algo
en particular. No lo encontró, y abandonó la tarea con un rostro enojado, angustiado. Y luego sus
ojos se iluminaron.
Sacó su espada.
-Mira, casi no hay luz, pero será peor cuando anochezca. Es lo único que tengo.
Ella tomó la espada, lentamente, como con dolor. Acercó la hoja a su rostro, buscando un
ángulo que le devolviera la mirada.
Fue así que Astridr, hija de Theor y el Kshtar, se vio a sí misma por primera vez, bajo un cielo
oscurecido por la muerte, irónicamente en la hoja de otra espada asesina, de antigua forja. Fue
así que Astridr, hija dilecta de la hechicería prohibida, descubrió sus suaves rasgos, su pequeño
mentón, sus pómulos delicados, su nariz firme y de perfectos detalles, sus enormes ojos, sus
carnosos labios formando una boca de buena proporción, sus hermosos ojos de plata sobre plata,
y su cabello dorado como el sol del verano o el trigo maduro.
Y en vez de llorar de la emoción, esa vez rió, por primera vez en toda su vida.

Al desmontar y buscar un lugar para descansar, encontraron una pequeña cueva en la ladera.
Mirándola de cerca, cuando encendieron una antorcha, vieron que se trataba de una abertura
artificial, o al menos agrandada por manos humanas. Supusieron que eran minas, lo cual
explicaba también los cuidados caminos.
Una vez dentro vieron que, a los pocos metros, había un derrumbe bastante importante.
Astridr tuvo un estremecimiento, y Fenr se preguntó qué significaba.
-Hay personas del otro lado. Muertos. Hace mucho tiempo.
-Pero es el único que hay. El viento es fuerte afuera. Aunque supongo que si no quieres,
podemos buscar otro...
-No, estoy cansada. Y tú también. Puedo soportarlo.
Ella se había puesto súbitamente seria, luego de aquella catarata de risas y alegría. Fenr
pensó que todo el trabajo había sido en vano.
Mientras encendían el fuego, volvió a sacarla de su mutismo.
-Creo que Ngr mencionó eso... ¿sabes algo de hechicería?
-¿Por esto? No... quiero decir, no puedo hacer mucho. Mi padre no me enseñó demasiado, y
Jndk nunca quiso hacerlo. No sé si en mi condición anterior pude haberla practicado, pero
ciertamente aprendí varios trucos solamente al observarlos durante muchos años. Y creo que una
de esas cosas fue el aprender a sentir lo que está cerca. Por eso pude saber que Ngr se acercaba.
-Entonces supongo que sientes la presencia del Unbkn.
-Ciertamente. Es algo impresionante, que llegué a sentir antes de que ustedes vinieran.
Estaba muy intrigada... y algo me dijo que ustedes me buscaban para ello. Es algo muy... fuerte,
pero al mismo tiempo, suave. Como la niebla, que se introduce en todas partes...

-¿Y por eso estás tan callada?


Ella miró el fuego infantil, recientemente nacido de unas briznas secas, y sonrió.
-Supongo que sí. Aunque no sé cuál es mi temperamento habitual. No lo sé desde hace años.
-Hace mucho que no hablo tanto con alguien. No soy de muchas palabras... supongo que eso
ya lo sabes.
Ella asintió.
La conversación durmió por un rato, mientras el fuego anegaba las ramas secas y ellos se
calentaban las manos. Fenr descubrió un raro brillo en los ojos de Astridr, que estaban
curiosamente muy abiertos, como en una especie de trance. Las llamas bailaban en sus manos de
plata.
-¿Sabes? Yo tampoco hablé nunca tanto tiempo con alguien... salvo con Jndk y mi padre.
Solamente con ellos estuve sola. El resto me mantenía en la corte, y siempre estaba rodeada de
cortesanos parlanchines...
-Sé de qué hablas. No los soporto.
Fenr subrayó sus palabras añadiendo dos ramas más a la fogata, y masticando un trozo de
carne reseca con furia. Ella sonrió como una niña.
-He vivido casi toda mi vida en la corte y en el campo. Y sinceramente, prefiero el campo.
Prefiero estar fuera, en el camino, con mis caballos, con Drek, cazar... no soporto a ese tipo de
gente, ni a sus hijas...
-Krirstn me advirtió sobre ti. Que odiabas a las mujeres y eras rudo y maleducado... pero yo
no lo veo.
Tomó aire para responder, pero se detuvo. La sonrisa infantil, picaresca, de Astridr seguía en
su rostro. Eso lo desconcertó.
-Cada uno ve lo que quiere o puede ver. Ella no fue precisamente amable conmigo en ciertos
momentos.
-Es curioso que hayas comenzado tu viaje con una mujer y lo termines con otra...
-No sé qué quieres decir con eso, pero salí del palacio con Drek. Ella fue un accidente en el
camino, nada más...
-¿Y yo?
Fenr levantó la cabeza como movido por un resorte.
-Tú... tú fuiste una sorpresa, como ya dije. Algo inesperado, pero en absoluto indeseable. Es
totalmente lo opuesto a ella.
Astridr siguió sonriendo, pero no agregó nada.

Fenr comió algo más y se recostó contra una de las paredes de la mina abandonada. Astridr
había hecho lo mismo un rato antes, como siempre hipnotizada por el fuego. Afuera arreciaba una
tormenta de viento y polvo, y ambos agradecieron a su suerte el haber encontrado un lugar como
ese para descansar.
-¿Por eso lloraste al verme?
Ahora los papeles se invertían. Fenr suspiró largamente.
-Supongo que solamente las damas me han visto hacerlo. No es algo común.
Ella lo miró por varios segundos.
-Lo hiciste porque viste algo en mis ojos. Mis lágrimas, y lo que estaba detrás.
-Supongo. Los sentimientos no tienen razones. Son como la lluvia; cuando cae solamente cae,
y nadie se pregunta porqué. Solamente los niños lo hacen, pero luego aprenden a callar.
Nuevamente silencio, pero ella no se dio por vencida.
-Así que otras mujeres te han visto llorar...
-No muchas. Pero siempre pensé que solamente se debe llorar por lo inevitable. Ganas una
batalla hoy, puedes ganar otra mañana. Eso no es para llorar. Perder a alguien... eso es otra
cosa.
-Lloré mucho al despertar, aquella vez, y recordar todo lo que había vivido. Y me queda
todavía la impresión de que no fue una buena vida, a pesar de que solía pasarla muy bien con mi
padre y con Jndk, y también con otras personas. Pero el resto... el resto es lo único que parece
real. Y no puedo... hacerle frente.
-Eso es lo que vi en tu rostro –murmuró Fenr, mirando al fuego y lanzándole trozos de madera
que arrancaba de un palo.
-Y tú, ¿cómo lo haces? –dijo ella con una duda punzante en el rostro, y los ojos de plata muy
abiertos.
-¿Quién dice que lo hago?
Aquello desilusionó a Astridr visiblemente, y bajó la vista hacia el suelo.
-Pero, tu vida...
-Mi vida ha sido una sucesión de desafíos, como este. Ha habido castigos, y ninguna
recompensa. Eso ha sido mi vida.
-No te comprendo.
-¿No? Bueno, deja que lo ponga en otras palabras. Soy huérfano, y me adoptó un caballero.
Eso fue bueno, porque mi padre también era caballero, y en ello no perdí honor. Crecí entre las
armas, lo cual no es precisamente agradable, teniendo en cuenta el trato que me daban. Eso fue
un desafío, y siempre que solucionaba uno venía otro. Nunca un “bien hecho Fenr” o “toma esto,
te lo mereces”. Son palabras que apenas escuché en mi vida. Vida que dediqué a mis superiores y
a mi rey. Gente a la cual aprecio en gran parte, pero que nunca reconoció cabalmente todo lo que
hice.
-Por eso... por eso me decías lo del desafío... se supone que...
-Es como yo lo veo, pero ya sabes cómo pienso. A veces un desafío es peor que un castigo.
-No lo creo –dijo ella, casi gritando, y acomodándose frente al fuego para estar más cerca del
caballero-. Nada podría ser peor que mi anterior castigo. Nada. Prefiero verlo como dices tú, como
una nueva oportunidad.
-¿Desde cuando lo dices?
-Desde que tú lo mencionaste, y desde que vi mi rostro. Mi padre me amaba sinceramente, o
de otra forma no me hubiera hecho tan hermosa. Él quería lo mejor para mí, y aunque las buenas
intenciones mueran en el mar, prefiero pensar que él me dio esta opción para que yo pudiera
aprovecharla.
-Tu padre debió haber sido una persona muy especial. Lamentablemente no todos lo son.
Ahora era Fenr quien lanzaba comentarios lapidarios sobre la conversación, pero ella no se
rindió.
-Y si, como dices, nadie nunca te reconoce lo que haces, ¿por qué sigues esforzándote tanto?
¿Por qué no te rindes, simplemente, o porqué pasarte tanto tiempo dandolo todo, cuando podrías
haber dado menos?
-Tú sabes la respuesta.
-¿Orgullo?
-No somos nada sin él. Es lo que nos separa de los cortesanos, ¿sabes? –el caballero sonrió
crudamente, satisfecho de sí mismo-. Son traidores, rastreros, lamebotas, solamente preocupados
por su apariencia y el poder. Pero yo no. Y las personas en quien yo confío tampoco son así.
Nosotros tenemos orgullo, somos alguien. Incluso siendo rechazados, vemos honor en ello. Una
certeza de superioridad, algo que está dentro nuestro y nadie puede quitarnos.
-Quedan pocos como tú, supongo.
-Generalmente lo mejor no es abundante. Lo mismo va para tu padre. O para Ngr y otros.
Ella no supo qué contestar, pero no hizo falta, porque ahora Fenr buscaba afirmar sus
respuestas, y comenzaba a hablar, evidentemente molesto, sobre temas que nunca había
mencionado a nadie.
-Te piden que recorras medio reino para escoltar a una duquesa idiota y su lasciva hija, y
luego de que la salvas de los oatkn, solamente un gracias. Vas a la costa a descansar, y te llaman
para asustar a unos campesinos. Pides con humildad un favor para un camarada que lo necesita,
y no solamente no te escuchan sino que te miran con desprecio. Vas y vienes, pensando en no
cometer ningún error, buscando hacer todo lo mejor posible, y luego de años, nada. Ni dinero, ni
una villa o una ciudad pequeña. No tienes nada, y eres un caballero como muchos otros. Entonces
lo único que te queda es tu orgullo, poder soportar los insultos encubiertos con la frente alta. Es
saber que, en el fondo, eres mejor que ellos. Es lo que te mantiene a flote.
-¿Pero tu condado..?
-Ni hablar... No fue un desafío, ni un castigo, ni una recompensa. Fue un error tras otro.
Estaba contento con mi baronía, la cual tampoco “merecía por tenor de la herencia”. Y luego “el
destino puso caminos curiosos bajo tus pies”. ¡El destino! Las cosas que valen se merecen, y así
alguien debió haberme dado algo hace mucho, mucho tiempo. Nunca pedí una baronía o un
condado. Solamente quería un feudo pequeño, con un bosque para cazar y tal vez alguna laguna
para pescar. He recorrido mil veces el reino y conozco muchos lugares... Un pequeño castillo,
campesinos amables... tal vez alguna muchacha bonita y no demasiado estúpida.
-¿Acaso preferías que te hubieran dado algo menor, y ahora estar enfermo por la peste, sin
poder hacer nada ni saber lo que sucede?
-Eso es otro tema. Lo que hubiera preferido es que alguien tuviera en cuenta años y años de
esfuerzo y riesgos.
Ahora ella sí calló.
-No me das mucha esperanza.
-Tu caso es diferente. Yo ya no tengo mucho tiempo, y después de tanto esfuerzo, al menos
me gustaría disfrutar de algo bueno por una vez. Ya lo hice y me lo quitaron. No te imaginas la
cara que debo haber puesto... –por unos segundos hubo una sonrisa en la cara de amargura del
caballero-. Toda mi vida fue un remontar el río, un gran exilio. ¿Porqué hago lo que hago? Porque
quiero demostrarles a todos que soy el mejor. Y para mantener los códigos que juré defender,
códigos que ahora están muriendo. Pero no me pidas ideales. Mi único ideal es la felicidad.
Aquella última frase fue terminante, y Astridr solamente contestó después de unos minutos.
-Me lo dices como si fueras el único. Y yo, ¿qué he tenido? Tú cargas tristezas y ansias que no
has podido cumplir. Yo soy una asesina, y cargo las vidas de muchos. ¿Y qué hago con eso, eh?
¿Qué puedo hacer con eso?
El fuego les dio la respuesta. Ninguno podía hacer nada. Eran exiliados de la felicidad,
exiliados de la satisfacción de una vida plena, exiliados del amor, de muchos de los placeres de la
vida. Eran exiliados de ellos mismos, porque pocas veces, en todo su poderío, habían tenido
verdadero control sobre sus actos, mientras sus motivaciones y deseos corrían, como un río
subterráneo, socavando constantemente la voluntad del corazón.
Ambos miraron por media hora el fuego, como marejadas de calor que quemaban sus vidas
secas, sacrificándose para que otros tuvieran comodidad. Y aquello no se les antojó como algo
justo.

La cornisa seguía siendo amplia y bien preparada para las caravanas. Fenr calculó que dos
asnos, o incluso dos bueyes, podrían haber transitado, cargados a sus costados, uno yendo y otro
viniendo por el sendero. En la montaña encontraban, cada tanto, la entrada de alguna nueva
mina. Todas habían sido abandonadas hacía tiempo.
Fue Astridr quien descubrió con su aguda mirada la columna de vapor. El camino tenía lomas
que los constructores no habían allanado completamente, y al bajar la siguiente, se encontraron
con una gran superficie plana, que terminaba en una pared vertical en la que destacaba una
enorme entrada. Había allí una mujer, arrugada frente a una pequeña fogata, que calentaba una
marmita llena de agua.
Era temprano en la mañana, y les pareció que ella estaba desayunando.
Se acercaron un poco más, y de pronto Astridr se detuvo. Fenr la miró, comprendiendo.
-No te preocupes. Yo me adelantaré. Tú cúbrete con tu capa. Cuando te llame, ven.
Ella hizo lo pedido, y esperó.
La mujer lo esperaba, en cambio, con la cabeza descubierta y los ojos desnudos de voluntad.
Con gestos torpes se levantó, despacio, de su lugar frente a la fogata.
-Oh, guerrero –dijo mirando a través del tashk-, hace mucho que nadie camina por aquí...
-Ciertamente, lo he notado –dijo él, descartando la reverencia por ser inútil-. Saludos, señora,
y disculpad la molestia de nuestro paso.
Hizo una seña sutil a Astridr. La hija del Kshtar recomenzó el camino.
-No estás solo.
-No. Es una suerte, porque de otra manera el camino sería todavía más duro. ¿Vives aquí,
señora?
-Sí. Desde hace años, tantos años...
-¿Trabajabas en las minas?
-No, yo no. Pero mi esposo sí –Astridr estaba ya lo suficientemente cerca como para escuchar
la conversación y notar la mirada perdida de la mujer-. Él murió, hace tiempo. Era capataz aquí,
en esta mina, la más grande de la montaña. No quiso volver al valle, cuando las minas
comenzaron a derrumbarse. Ay, cuantos murieron... y al poco tiempo, ya no encontramos más
roca buena, ni metales. Las menas se terminaron, o quedaron sepultadas por la ambición de los
mineros. No hay que cavar demasiado profundo... ni en la roca ni en el corazón de hombres y
mujeres. Siempre se encuentra la perdición, en lo más profundo.
Astridr llegó frente a la fogata.
-Saludos, señora.
-Oh, saludos a ti también, hija. ¿También guerrera?
Sus ojos se cruzaron. Fenr habló.
-Sí, señora. Ella es mujer de armas.
La mujer anciana sonrió.
-Da con la talla, con esa voz firme y fuerte, y esos pasos... Si soñé alguna vez con conocer a
una... pero no hay muchas, o eso dicen.
-Realmente no, señora. Son poco comunes.
-Ah, bueno. Qué más da.
La anciana se sentó, obviamente cansada de estar tanto tiempo parada. No hubo en ello
ningún insulto ni menosprecio a los dos. Era pequeña, arrugada y encorvada como pocas. Fenr no
recordó nunca haber visto a una mujer tan gastada por la vida, pero al mismo tiempo tan amable
en todo.
-¿No vais a comer algo, tashk y tshink?
El uso del título confundió a Astridr, así que Fenr habló rápidamente para continuar con la
pequeña mentira.
-No deseamos abusar de vuestra compañía, señora.
-Oh, como si pudieran hacerlo... hierbas y raíces es todo lo que tengo... y agua fresca, del
manantial. Creo que eso es lo más útil ahora, con este clima tan extraño... no, no, malos
presagios... algo malo en el horizonte.
-En efecto, señora. Algo muy malo.
Astridr no sabía qué decir.
-Estáis callada, tshink.
La mujer miró a su alrededor.
-¿Así que vives sola?
-Desde hace muchos años, estimada. Como le decía a vuestro camarada, antes vivía aquí con
mi esposo. Pero él murió hace ya muchos años. ¿Importa cuantos? No, no importa. Él decidió
quedarse aquí, porque amaba las montañas, el manantial y las minas. Creo que soñaba con
encontrar una nueva mena de oro en alguna parte... o tal vez de diamantes. Ah, las cosas que
han salido de estas minas... Los del pueblo decían que habíamos sido bendecidos. Pero las
bendiciones, si son grandes y abusadas, se vuelven maldiciones. Muchos murieron, sí, en lo
profundo. Hace tiempo ya. El pueblo nunca volvió a ser lo que era. Así que mi esposo decidió
quedarse, y yo con él.
La vieja buscó a tientas un cucharón, se sirvió algo de té y bebió.
-No pasó mucho tiempo antes de que muriera. Era anciano ya, como lo soy yo ahora. Yo tenía
muchos años menos que él. Mis padres habían arreglado el matrimonio. Al principio no lo quería,
pero bueno, pasó el tiempo... Y el tiempo nos dio y nos quitó un hijo.
Hablaba como si aquella historia no fuera suya, como si nunca la hubiera vivido. Astridr la
observaba atentamente.
-Y después, ¿qué se podía hacer? Cuando uno vive mucho, muere mucho. Yo ya he muerto
dos veces, enterrando a mi hijo en la montaña, y a mi esposo a su lado. Allá arriba, cerca del
manantial –señaló vagamente hacia el camino que seguía, más adelante-. Y pronto, algo me dice
que moriré por tercera y última vez. Pero no me quejo. Hice todo lo que podía hacer.
Hubo silencio, roto solamente por el ruido de Fenr sacando algo de comida. Miró las migas de
pan rancio, y suspiró:
-Los poderosos son pobres y los pobres son poderosos, en este tiempo extraño, señora. Casi
no tenemos comida, y veo que tú al menos tienes para ti misma. ¿Cómo haces para vivir aquí, en
un lugar tan desolado?
La vieja dio otro sorbo al té y contestó:
-Desolado es para los que no lo conocen. Pero entre los picos hay pequeños valles fértiles,
bañados por manantiales. No hay nieve aquí, no al menos en esta parte de las montañas. Pero sí
grutas donde el agua corre como en los ríos de llanura, sin cesar y sin prisa. Tengo todo lo que
necesito ahora.
-Temo que no pueda pagarte nada.
-No hace falta. Nada de lo que está aquí es realmente mío. Tengo un huerto, más adelante,
frente a la roca con forma de pico. Vé, si quieres, y toma lo que necesites. Hay papas, nabos y
zanahorias. También hay dos árboles frutales, pero son viejos y no suelen dar mucho. Los plantó
mi esposo, y en sus ramas jugó de niño mi hijo.
Fenr no supo qué responder a eso. Sentía que le robaba a una pobre anciana ciega. Pero ella
continuó.
-Si sigues hasta el fondo, verás una gruta de donde sale agua. Allí está el manantial. Puedes
llenar tus odres. Pueden seguir hacia donde quieran.
Astridr lo miró, intrigado por su expresión.
-Debe ser pesado para ti el recorrer esa distancia para buscar agua, hierbas y comida.
-¡Qué si lo es! ¿Por qué crees que desayuno a esta hora?
Fenr se levantó de un salto.
-Querida señora, si es cierto lo que dices, no puedo menor que pagar ayuda con ayuda.
Llenaré mis odres, pero también los vuestros. Traeré comida para mí y mi camarada, pero
también traeré todo lo que esté maduro para que no tengas que caminar tanto todos los días.
-Noble señor, es más de lo que puedo agradecer.
La anciana sonrió y Fenr se dedicó a la tarea, llevando al burro consigo. Cuando dejó atrás la
fogata, escuchó que la mujer decía:
-Yo me quedaré aquí a tomar té con la tshink, para ver si mi hospitalidad puede sacarle
algunas palabras más.

Pero, ¿qué podía decirle Astridr a aquella mujer anciana, ciega y solitaria?
-¿No te preguntas porqué no bajé de nuevo al pueblo, después de la muerte de mi esposo?
-No. Supongo que tendrás tus razones.
-No las tenía en esa época. Ahora, tal vez, sí. Perdí la vista y no puedo ir más allá, solamente
recordar los lugares de siempre. Llevo mi bastón, pero soy prisionera en estas rocas. Aunque no
puedo quejarme. Tengo todo lo que puedo desear sinceramente.
Astridr suspiró.
-Has tenido una vida muy dura, sin duda.
-Ya lo creo. Pero no cambiaría nada de lo que estuvo bajo mi voluntad. Me casaría igual con mi
esposo... y si pudiera no dejaría que mi hijo entrara en las minas. Pero eso último estaba fuera de
todo alcance. Hubiera deseado más que fuera una niña. Así, al menos, se hubiera quedado
conmigo. Aunque se hubiera casado, sé que se hubiera preocupado por mí, y hubiera vuelto a
buscarme.
Astridr tiró una rama dentro de la fogata.
-No te he ofrecido té.
-Gracias. Me hace falta.
Tomó la cuchara de manos de la vieja, tratando de evitar su contacto pero de manera sutil. La
mujer no pareció notarlo.
Bebió y le pareció lo más agradable que había tomado en toda su vida. Recordó entonces que
todo lo que había comido, sin preocuparse demasiado, era carne seca, pan duro y otros restos de
las provisiones de viaje. Todos habían comido aquello con disgusto, sin otra alternativa. Pero ella
no había notado eso, y ahora veía la diferencia.
-Es el té más exquisito que he tomado. Y aromático –agregó mientras aspiraba aire a ras del
líquido-. Es muy espeso, pero no demasiado fuerte.
-Dile a tu camarada que tome las hierbas negras y verdes que crecen a la entrada del huerto.
Machácalas y podrás hacerlo en el viaje. Secas o verdes puedes usarlas, aunque el sabor será
diferente. A mí me gustan secas, como estas.
-Lo haré. Muchas gracias.
Extrañó a Fenr y se sintió momentáneamente incómoda con la anciana.
-¿Y si pudieras bajar, lo harías?
-¿Ahora? ¿Para qué? Todo está aquí. Mis recuerdos, mi esposo, mi hijo. No tengo familia en el
pueblo. Tampoco lo tenía cuando perdí la vista, o a mi esposo.
La vieja hundió nuevamente el cucharón en la marmita y tomó otro sorbo.
-Las tshinkn no tienen esposos, ¿verdad?
-No.
-¿Y tú no piensas casarte? Debes tener ya la edad suficiente, y podrías elegir a tu esposo.
-Pues... no, por ahora no lo deseo. Estoy preocupada por otros asuntos, mucho más
importantes.
-Perdona que sea impertinente, pero no suelo hablar con nadie, y aquí no puedo revelar
secretos.
La sonrisa cubrió todo su rostro arrugado, y Astridr no pudo menos que responderla.
-No lo eres, y te comprendo. Yo misma pasé mucho tiempo sola, encerrada y sin tener
contacto con nadie. Resulta algo hermoso poder contar lo que uno siente, piensa... o desea.
Miró hacia el valle, donde todo estaba inmóvil. La anciana le ofreció otro cucharón de té.
-Entonces supongo que él es solo un compañero de viaje.
Astridr asintió con la cabeza mientras saboreaba la bebida, y luego se corrigió con palabras.
-Sí. Nuestros caminos se cruzaron hace poco.
Cuando entregó el cucharón por segunda vez, sintió que un peso caía de sus hombros.
-Sigue bebiendo si lo deseas, señora. Es sabroso, pero por ahora no puedo beber más. Hemos
desayunado temprano.
-De acuerdo, estimada.
La mujer sonreía sinceramente. Astridr pensó, con algo de tristeza, que aquél día debía ser el
más feliz de muchos años de soledad. Para ella, incluso malos huéspedes o viajeros de rudo
carácter eran mejor que nada. Se preguntó si incluso la soledad no la habría hecho vieja más
rápidamente, y si era posible que la falta de compañía de los semejantes pudiera envejecer el
corazón. Y sin embargo, el de la anciana distaba mucho de ser un corazón seco, frío o duro, y era
más amable y generoso que el de muchos que ella había conocido, sin distinción de poder, dinero
o fama. Tal vez se debiera, justamente, a esa falta de afecto.
Astridr pensó en sus siglos de soledad, incluso cuando estaba rodeada de humanos. Aquella
supuesta compañía, veía ahora, no le garantizó nunca ni el afecto, ni el amor, ni la comprensión.
¿Cuántos años tenía su corazón? Repentinamente tuvo ganas de verse en un espejo, ya no en la
espada de Fenr, y ver con más cuidado si había en ella arrugas dadas por el tiempo y el vacío.
Sin duda alguna, el día en que entraron a su prisión había sido el mejor de muchas vidas.
Aunque se hubieran ido sin ella, lo hubiera recordado como el día en que fue alguien en presencia
de otros.

Fenr volvió una hora más tarde, con el asno cargado de agua y todo tipo de comida. En una
mano llevaba un conejo.
-He tenido mucha suerte y puedo pagarte mejor, señora. He podido cazar algo y te lo ofrezco;
si quieres podemos compartirlo en el almuerzo.
-Como no, estimado. Como no. Muchas gracias.
Mientras la mujer guardaba la marmita y se preparaba para desollar el conejo, Fenr y Astridr
caminaron hacia el huerto con la excusa de buscar hierba para el té.
-¿Te sucede algo?
-La anciana... siento que me veo en un espejo. Pero en uno real. Encerrada aquí, sola y
habiendo perdido todo... ¿Cómo puedo seguir después de esto? ¿Cómo no rendirme a la
desesperanza?
Fenr la escrutó durante varios pasos.
-Hay igualdades y similitudes. Verás semejanzas, pero eres diferente a ella.
-¿Es diferente mi espera de siglos y su espera de años? ¿Su soledad es diferente a la mía,
atrapada sin poder hacer nada, habiendo perdido toda voluntad? Ella está ciega, y yo no veo mi
futuro. Solamente tiene ojos para el pasado que siempre soñó, un pasado truncado por la
tragedia, una felicidad rota prematuramente. Como la mía. ¿Qué futuro tengo yo? Ella morirá y
será olvidada. Yo no puedo morir, y tampoco seré recordada. Y si alguien lo hace, solo será por lo
malo, porque lo bueno...
Llegaron a la roca en forma de pico, en donde el huerto les daba la bienvenida con colores
olvidados por las montañas.
Ella lo abrazó, tratando de no llorar.
-Tú eres diferente. No ves tu futuro, pero eso no quiere decir que no puedas construir uno.
Ella ya no puede, y por eso está más allá de la vida y la muerte. Ha llegado a esa etapa en donde
todo es igual. Pero tú no.
Astridr miró las hierbas negras y verdes que daban el té tan profundo como su mirada. Se
agachó a observarlas más de cerca.
-Tienen un aroma hermoso...
-Es sin duda un huerto precioso. Da curiosidad saber cómo lo ha mantenido tan bien...
supongo que lo conoce porque lo ha plantado cuando todavía podía ver. Y luego sus recuerdos
fueron como un mapa...
Astridr estaba distraída, quitando las hierbas con mucho cuidado. Fenr se alejó un poco, apoyó
su espalda contra una pared de roca, bebió algo de su cantimplora y le dijo:
-¿Has perdido tu voluntad, dices?
Ella se detuvo y se sentó.
-¿Qué voluntad se puede tener sin un rumbo?
-Una cosa es independiente de la otra. Puedes tener velas y no tener viento en ellas... A todos
nos pasa. Tú tienes voluntad. Y el rumbo... puedes trazarlo con los remos, o esperar al viento
indicado.
-¿Cómo ahora?
-¿Acaso no saliste de tu jaula por curiosidad?
-Sí. En gran medida, sí... pero temo que el viento me lleve por malos caminos. Corrientes que
puedan hundirme.
-Entonces necesitas un ancla.
Fenr lo dijo pensando en ese abrazo tan natural, que ella le había dado de manera tan
repentina. Se habían separado sin llevar a darse cuenta de nada. Era la primera vez en toda su
vida que Fenr abrazaba así a una mujer. Las otras dos veces, habían sido por amor.
Astridr vio en sus ojos esos sentimientos lentos, largos y apagados. Comprendió entonces que
había allí otra cosa, y no eso que intuía su corazón de mujer. Muchas veces en esos días había
creído ver en esos ojos masculinos algo que la intrigaba. Ahora comprendía qué era. Y algo le dijo
que él también lo comprendía.
Tal vez el amor no era, necesariamente, el ancla más fuerte que podía tener una persona en
este mundo.
-O un faro. A veces se necesita un faro.
El tashk asintió. El faro no era la meta, pero era la guía obligada.
-Los faros son muy necesarios. Sobre todo en noches tramposas como esta –se fue acercando
a la mujer, que tenía una mano llena de hierbas y la otra sobre sus rodillas-. Y a veces, las
personas pueden ser faros para otros, aunque ellos mismos se hayan perdido.
Al decir esto le tendió la mano, y Astridr la aceptó. Él la levantó de un golpe seco, y ella se
estrelló contra su pecho. Sintió sus brazos en su espalda.
-No tuve más familia que mi padre -dijo.
-No tuve más familia que mi padre –repitió ella al poco tiempo, lentamente, comprendiendo
aquél gesto como ningún otro en su vida humana.

Regresaron caminando como niños, tomados de la mano y mirando con una nueva esperanza
hacia la llanura.
-Me gustaría quedarme aquí un poco más. Necesitamos descansar. Y yo necesito hablar más
con ella.
-No tenemos mucho tiempo.
-Ya lo sé, pero al menos dame el resto del día. Si quieres puedes adelantarte.
-No, déjalo así. Partiremos mañana temprano.
-De acuerdo.
La mujer los esperaba ya con el almuerzo. Comieron charlando sobre la vida en aquella dura
región. Astridr no hizo muchas preguntas, porque la anciana había captado el interés que producía
en la mujer su historia tan terrible. En todo caso, se convirtió eso en una charla casi familiar.
Un poco cansado de la charla de mujeres, pero principalmente interesado en seguir adelante,
Fenr se levantó al poco tiempo y dijo:
-Me tomaré unas horas para adelantarme y ver el camino que nos espera. Las montañas
todavía parecen altas y me preocupa no encontrar una forma sencilla de bajarlas. Volveré antes
de que oscurezca, y mañana partiremos.
Astridr lo miró, un poco intrigada por el tono de su voz.
-Ya te dije que podías adelantarte, si querías. No es necesario que...
-No te preocupes. Quiero que te quedes, si es lo que deseas. Tu decisión no me molesta.
Partió caminando, dejando a su caballo descansar dentro de la mina.
Sería largo contar todo lo que las dos mujeres comentaron durante la tarde. Largo, porque la
vida de ambas había sido larga y traumática. Astridr estaba poco acostumbrada al sufrimiento
humano; no al violento, al de la mutilación y el dolor físico, que era intrínseco a su naturaleza
anterior. Pero sí al de todos los días. Casi todos sus dueños habían sido mezquinos, crueles y
despiadados, de manera que ella había crecido con rencores, odios y una desconexión casi total al
valor del dolor humano. Y los únicos dolores que había contemplado, se dio cuenta ahora, eran los
provocados por el odio, la intriga, la avaricia, el orgullo y el deseo desenfrenado. Dolores
profundos del alma, provocados por la búsqueda de algo por malos caminos. Dolores que parecían
poder ser saciados con búsquedas más intensas, que llevaban a más dolor.
No conocía nada entonces sobre el dolor de perder a un hijo, o a un esposo, o a una madre y
un padre. El dolor de tener que amar por obligación, el dolor de soportar el peso de la roca en la
espalda y en los pies. De pronto, ¿qué era eso comparado con el suyo? ¿Era mayor, era menor?
Lamentó no poder compartir su verdad, pero aquí y allá supo decir o responder algunas
cuestiones. ¿Qué diría la anciana de poder asomarse a tan cruda realidad?
El sol fue descendiendo, así como su pesar. Pero su desánimo seguía en el cénit.

En realidad, Fenr no se sentía tan incómodo con aquella charla de mujeres. Se dio cuenta al
poco tiempo de que podía haberse quedado. La cuestión era, justamente, que de pronto no le
molestaba estar en compañía de una mujer. ¿Era por Astridr en particular? Sí, en parte, porque
ella era de un tenor diferente. Pero Krirstn... se había acostumbrado a Krirstn como a aquella
primera armadura, heredada de un caballero enemigo muerto en combate, que le quedaba un
poco grande aquí y un poco pequeña allá.
Pensó por un momento que se estaba volviendo viejo, y que eso lo estaba suavizando. Pero
no. Tal vez era otra cosa. Tal vez era que, justamente, no era lo suficientemente viejo como para
darse cuenta de algo. En todos sus años, todavía había cosas que no había logrado.
Sintió de nuevo los brazos de Astridr en su espalda, y se dio cuenta de que era el viento
alrededor suyo. Hay momentos, había comprendido hacía muchos años, en los que era mejor
recordar y no repetir, porque en la repetición estaba la búsqueda de algo imperceptible e
inhallable. Una búsqueda del oro detrás del oro, que solo llevaba, como en las minas, a cavar
demasiado profundo.
Recordó a Miirlnr y sus suaves ojos. Su primer amor, su primer abrazo... su primer beso. Y
cómo aprendió que las leyendas no dicen toda la verdad. Y que no todos pueden ser protagonistas
de una de las que terminan bien.
También recordó a Zeilft... sí, se había enamorado de una tshink. Amor de combate, amor de
guerra, amor imposible en los imposibles. Ella lo había besado con una pasión roja, no como el
fuego lento y pálido que ardía dentro del corazón de la otra doncella, hija de un cortesano. Sus
ojos, sus labios y sus armaduras habían chocado después de la batalla de Krtnva, de noche, en
una tienda olvidada un poco lejos del campamento. Ella había insistido en aquél amor, tal vez el
más fuerte y el más imposible... Y él, en virtud de sus juramentos y de lo que creía correcto e
incorrecto, se había negado. Sus lágrimas besaron su armadura... Y luego nunca más la vio.
Ahora sí, como en las leyendas.
Después de esos dos abrazos, el de Astridr se le antojó tan sencillo... tan vacío de pesares,
tan descargado de dudas o de obligaciones imposibles de cumplir. Pensó en cómo hay lealtades
que se dan de a poco, y otras que son igual de fuertes pero que exigen sacrificios totales,
profundos. Se sintió casi aliviado de que aquél abrazo correspondiera más al primer grupo que al
segundo.
Solo como durante toda su vida, caminó esos kilómetros sin prestar atención más que a sus
pies y donde tocaban el suelo.
¿Qué había sido de él y de las mujeres? De pronto algo le cayó encima, como un derrumbe.
¿Era algo suyo, o no había ya mujeres que pudieran llenar su corazón como esas dos de su lejana
juventud? Había pasado mucho tiempo en la corte, rodeado de víboras; pero después, en las
batallas, en los campos, en los pequeños castillos de feudos lejanos, también había compartido
con hijas de nobles, mercaderes y cortesanos que sí hubieran sido esposas, al menos decentes,
teniendo en cuenta sus elevadas exigencias.
Pensó en su sueño de un feudo pequeño, con un castillo pequeño, un lago pequeño y un
bosquecillo con pequeños y astutos venados. Y agregó una mujer al panorama, porque era
necesaria. Drek podía mantener su legado. Era un hijo para él, y un buen hijo. ¿Pero donde
estaría su esposa? ¿Qué rostro y qué cuerpo tenía en aquél sueño desvelado? ¿Porqué no ardía en
él ya ese viejo deseo? ¿O acaso ardía con nombres antiguos que eran inalcanzables? Recordó el
hermoso rostro de la tshink, y lamentó nuevamente no haber consumado aquél amor, al menos
en esa oportunidad, para demostrarse a sí mismo que podía darlo todo sin pedir nada a cambio.
Pero no, nunca había sido su estilo. Para él siempre era todo o nada. Justo como ahora,
caminando hacia un destino casi seguramente perdido...
Pensó en el condado, el enorme castillo vacío, sin corte. Comprendió que todos debían haber
muerto ya. Heredaba un esqueleto. ¿Qué hacer con él? Drek a su derecha, ¿y quién a su
izquierda, quien llenaría el resto de la mesa?
Bajó la cabeza, suspiró y la agitó de lado a lado. Siempre se puede estar mejor y siempre se
puede estar peor.
Cuando levantó la vista, las montañas se descorrieron y le mostraron un pequeño valle. Y a lo
lejos, la bruma negra y parda que escondía, venenosamente, a su condado, sus sueños de gloria
y sus sueños de felicidad hogareña.

Regresó, sin pensarlo, con la frente baja y los ojos en el polvo. No fue hasta que escuchó sus
pasos que percibió su presencia.
Los dos se interrogaron con la mirada.
-No podía quedarme más.
-Ya veo. Pero me hubiera gustado agradecerle a la anciana. Por todo –dijo Fenr, subiéndose a
su caballo.
-No te preocupes, ya lo hice. Pero las palabras sobraban.
-Sí, eso suele suceder. Nunca podremos agradecerle realmente.
-Es verdad.
Las palabras, sueltas, se fueron volando mientras él volvía grupas hacia el valle recientemente
descubierto. Era bueno no ser un hombre de palabras cuando estas eran insuficientes.
-Hay buenas noticias. Tenemos un paso más adelante. He visto partes de un camino bien
trazado, como el que pisamos ahora. No sé si estará en buen estado más adelante, pero es algo.
De todas maneras, la bajada no es muy abrupta.
-¿Y has visto algo más?
-Sí –dejó la frase en silencio por unos segundos-. Está allá, sobre mi condado. Hay una bruma,
y no puedo saber si la bruma es eso y si eso se esconde en la bruma. Pero el aire es rancio...
-No te preocupes. Yo te protegeré.
Se miraron a los ojos, largamente.
-O por lo menos lo intentaré, si es verdad lo que mi padre dijo de mí.
Nuevamente se tomaron de las manos mientras cabalgaban lentamente. Astridr recordó a uno
de sus pocos, buenos portadores, que solía hacer eso con su hermana. Repentinamente se sintió a
gusto, y sonrió.
-¿Qué... qué piensas hacer? Si todo sale bien, quiero decir...
-Nada saldrá bien. Lo mejor que podemos esperar es sobrevivir, los dos. Es lo único que
deseo. Aunque lo destruyamos, o lo hagamos huir, el condado estará arruinado. Ya lo verás.
-Seguramente hay algo que se podría hacer. Ngr...
-No sé si estará en su poder resolver esto. Creo que es demasiado.
-¿Acaso temes triunfar, que prefieres pensar en fallar?
Fenr suspiró y terminó de darse cuenta de que ella y él eran como uno solo.
-Creo que sí. He pensado demasiado estos días. ¿Qué haré con un condado arruinado, un
escudero imprudente y nadie más?
-¿Hablas de una esposa?
-Y de una corte. De todo. Mi vida fue un desierto y sigue siéndolo; y ahora heredo un desierto
todavía más grande. ¿Hay final en mi mala suerte? Una vez que consigo algo más que digno de
mí, la oportunidad está fallada, irremediablemente torcida... Y todas mis amistades están
desperdigadas a los cuatro vientos, aquí y allá. Las pocas personas confiables que he conocido en
todos mis años de servicio. Pero ninguna puede ayudarme ahora.
-¿Y yo?
-Tú ya haces bastante.
Se miraron nuevamente, sin secretos en los ojos. Ella estaba ruborizada, y deseó poder
abrazarlo otra vez.
-Si no puedo protegerte... –de pronto su sonrisa se quebró-. No sé qué haría.
-Entonces no pienses en ello.
La respuesta fue seca como la roca. Fenr volvió a su humor de siempre.
-No seas así. Quiero que me digas una cosa.
-¿Qué?
-¿Me obligarás a cumplir tu juramento? ¿Me enviarás de nuevo a mi prisión en la montaña?
La pregunta de obvia respuesta rompió el hielo de nuevo.
-¿Cómo podría? Eres toda una mujer. No puedo decidir por ti. Pero sí te pediría que, dadas las
circunstancias, fueras a saludar a quien te amó por tanto tiempo y te cuidó en la adversidad.
Después de todo, mi juramento decía que no te devolvería a la cueva si sucedía algo no pudiera
controlar. Y ya ves que ni siquiera puedo controlar lo que dices... ¿Cómo podría controlar hacia
donde debes ir?
Ella sonrió y prometió ayudarlo a cumplir esa parte de su promesa.

Frente a ellos se abría el valle. El sendero era firme, pero más estrecho, y tuvieron que
separarse. Fenr fue al frente, y trató de no prestar atención a las circunvalaciones que la bruma
tejía sobre el aire.
Astridr hizo todo lo contrario. Ahogó esa pena en la otra, más grande y aterradora, llorando
mientras se llevaba una mano al pecho y trataba de conjurar en ella todo lo que sabía sobre
hechicería.
Las monturas comenzaron, lentamente, a boquear como peces fuera del agua. Fenr había
olido el azufre de las montañas de fuego y aquello era igual, o peor. Llegaron a una pequeña
cueva y desmontó.
-Es aquí y ahora. Ya no pueden seguir más.
Su camarada lo imitó, seria y con la misma fría mirada con la que salió de su prisión de hielo.
Pero había algo más allí, bien en el fondo. Preocupación. Y no precisamente por ella.
Fenr ató las monturas a una roca junto a la cueva y comenzó a sacar todo lo que había sobre
ellas. Separó su armadura y otras cosas importantes; dejó algo de comida en dos bolsos y todo lo
que no fuera imprescindible quedó apilado en el fondo del agujero.
Astridr no dijo nada, y continuó mirando hacia la masa de polvo que giraba, grande como una
montaña, allá a lo lejos.
-Es una suerte que haya recordado cómo ponerme todo esto sin la ayuda de Drek, durante
estos días –dijo Fenr terminando de ajustar su armadura. La hija del Kshtar se dio vuelta, sin
comprender a qué se refería, y él agregó: ¿Puedes decirme si hay algo suelto?
Ella observó con cuidado y luego negó con una sonrisa.
-¿Crees que te hará falta?
-Probablemente no. Pero nadie podrá decir que Fenr murió sin llevar su armadura puesta.

Los caballos quedaron libres de la mano firme del hombre. Cuando comprendieron esto
regresaron rápidamente por el sendero de las montañas. El tashk no pensó más en ellos.

Cuando su compañero tosió por primera vez, Astridr ya no pudo dejar de lado el hecho de que
había tropezado, que caminaba despacio y sus ojos lagrimeaban.
El caballero sintió la mano de la mujer, fría, sobre la suya, y la miró.
-Nos metemos juntos en esto, hermano –dijo, con el rostro lleno de emoción, recordando un
momento que el tashk no había presenciado. De pronto escondió su rostro en el viento verdoso
que los azotaba. Pensó en cuanto necesitaba decir esa frase, y en cómo no había podido evitarla.
Pensó en el rey caminando con su hermana, en el palacio, y ella tintineando mientras su vaina
tocaba la pierna de uno, la pierna de la otra.
Recordó que, en ese momento en particular, se había sentido como una niña caminando con
sus padres.
Fenr la miró un instante y sonrió.
-De acuerdo –dijo.
Había sentido, instantáneamente, la tranquilidad del roce, pero también la inmunidad que le
daba la hechicería en la cual había sido forjada la mujer. El tacto le trajo a la memoria el
momento en que aquél hechicero había contado esa historia perdida, haciéndolo imaginar
portando una espada fuera de todas las leyendas. La historia que no tenía final, porque todavía él
estaba viviéndola.
Ahora se sentía invulnerable al veneno, pero también al mundo mismo.
El polvo estaba en todas partes; una noche parda se asentaba sobre esa parte del mundo.
Creyeron tropezar, aquí y allá, con rocas, con objetos o incluso con muertos, pero no podían estar
seguros ya que era difícil ver más allá de su cintura.
-¿Te sientes mejor?
-Sí. Pero esto es más de lo que esperaba...
-Realmente, es un manantial de muerte –Fenr pudo sentir tristeza y dolor en las palabras de la
mujer-. No hay nada aquí. Entramos a un desierto mortal. Todo está teñido, hasta el aire... Pero
no comprendo por qué...
-Desde que dejamos los caballos, veo que tienes una gran duda en los ojos. ¿Qué sucede?
-Vengo recordando lo que Ngr me dijo, antes de separarnos. Él creía posible tuviera la
capacidad de reaccionar a nuestra presencia... Ahora lo siento. Siento que se mueve, y creo que
se acerca. Me pregunto si puede saber que estamos aquí... Y si es así, ¿reaccionará conciente o
inconcientemente? Y si es inteligente, ¿podremos razonar con ello?
-Pero, ¿cómo podría algo así razonar?
-¿No lo hago yo? Ahora veo que él tenía razón; es Kisanbstnka puro. Algo que, sin control
humano, no tiene límites. Comprendo ahora realmente el entusiasmo que transmitía el anciano al
hablar de este enigma, y me siento un poco triste al no poder compartirlo con él.
-Ngr así lo eligió.
-Sí, lo sé.
-Debo confiar en tu instinto y tus conocimientos, supongo.
-Y los del anciano, también. Él fue el que desarrolló esa idea, y me temo que no me la contó
en profundidad. Los hechiceros de mi época tenían grandes palabras para hablar de la sustancia
de la cual estaba hecho el mundo, palabras que volví a escuchar hablando con él. Pero nunca las
comprendí, y él sabía que estaban más allá de mi alcance. Tal vez por eso no me dijo todo lo que
pensaba. Tal vez lo que encontremos supere incluso eso que habitaba en su mente.
Fenr meditó unos segundos.
-En mi vida he visto muchas y muy variadas formas de magia y hechicería. Por mucho, la
magia me ha resultado la más llamativa, aunque la hechicería terminaba siendo siempre la más
práctica y útil. Veo ahora que esto se debe a la pérdida de un enorme conocimiento, que ni tú ni
yo podemos abarcar. Supongo que ya no veré nada mayor que esto.
-¿Y yo?
Ella sonrió coquetamente. Él respondió como todo un caballero, como aceptando su error con
otra sonrisa.
-Tú... no puedo decir nada, pues no tengo palabras. Sin embargo, tienes algo en común con
muchas de las cosas que he visto o de las que he escuchado. Desciendes de alguien, alguien que
te creó. Pero esto, ¿culpa de quién es? Estas muertes... ¿a quién se les pueden achacar?
Ahora fue ella la que pasó unos segundos en silencio, pensando. Luego dijo.
-Tienes razón. No lo había pensado, y tal vez fue una de las cosas que el anciano se calló. Él
dice que el Kishantnarma fue producto de la arrogancia de los hechiceros y del abuso del Kshtar
para crear muerte... abuso del cual puedo ser uno de los mayores exponentes, mal que me pese.
Pero, ¿quién ha conjurado esta enorme cantidad de Kisanbstnka? Porque no puede surgir de la
nada... Debe tener un origen, o la forma que tenemos de pensar el mundo está equivocada...

Caminaron más allá, hasta que sintieron que no tenía mucho sentido. ¿A dónde llegarían? El
caballero calculó que habría recorrido dos, tal vez tres kilómetros. Sintió que su puño estaba
firmemente cerrado en el de Astridr, y pensó en cuál de los dos estaba más asustado. Si llegaban
a soltarse...
La hija del Kshtar se detuvo súbitamente, con los ojos clavados en el aire envenenado.
-Está viniendo.
Frente a ellos el polvo retrocedió, y quedaron en medio de una caverna gaseosa, fuera de la
cual el viento parecía aullar de manera todavía más fuerte que antes. A pocos pasos descubrieron
un sendero de piedra y un carromato caído. Más allá, paredes de tierra. Se sintieron enterrados
en vida.
La voz llegó desde el aire. Les sorprendió su tono, pero no su presencia.
-¿Quién eres? ¿Dónde está el otro?
Fenr tenía los ojos clavados en algo que él no podía ver. Las ideas del hechicero eran
nuevamente correctas, pensó. Despegó, con gran esfuerzo, los ojos del vacío colmado de
enigmas, y miró a su compañera.
-Soy Astridr, hija de Théor y la mayor hechicería. Junto a mí está tashk Fenr, uno a quien
quiero como mi hermano. No nos lastimes, te lo pido.
Su voz fue clara y precisa, como si hubiera venido de la antigua Astridr, esa que mordía la
carne de los inocentes. Pero había un dejo de humanidad en ella. Y la última frase no era una
súplica, aunque tampoco era insolente.
La presencia que Fenr intuía continuó esperando la siguiente respuesta.
-¿Quién es el otro por el que preguntas?
El remolino de viento se agitó fuera de la caverna.
-Está... lejos, detrás de las montañas. Ahora puedo sentirlo. ¿Porqué no ha venido? Los he
estado esperando.
Astridr pisó esas palabras con sus respuestas.
-Está en la llanura, curando a los que han caído por tu poder. Esa era su misión, a la cual ha
decidido dar su vida.
-¿Tan poderoso es? Sí... puedo sentirlo. No los esperé en vano. Pero deseo hablar con él,
también.
-¿Para qué?
Fenr encajó las piezas. Si esto era lo que la criatura podía hacer con su condado, el resto del
reino ya debería haber muerto, al menos por la peste que llevaba el agua. Pero vio en la cueva
una prueba de que la presencia no era toda maldad o caos, como había imaginado en un principio,
sin la guía de Ngr y Astridr. Todo aparentaba una inteligencia, una voluntad, además de una
personalidad. Sin embargo, hacía muchas preguntas, como las voces en el bosque.
La respuesta se demoraba. El caballero pensó en algo.
-Conocemos a quien esperabas. Nuestros caminos se han separado porque era necesario. Pero
aquí tienes a otra que puede responder, seguramente, muchas preguntas.
El viento se aquietó, y vieron que el polvo comenzaba a caer desde lo alto, como si fuera nieve
embarrada.
Las preguntas, sin embargo, no volvieron. Astridr dudó, pero tomó la oportunidad:
-¿Acaso eres producto de la magia o la hechicería? Puedo notar que en ti laten grandes
poderes. ¿Tienes un padre, o una madre, como yo? ¿Eres algo que ha quedado de la época que
ahora solamente es leyenda?
-No. No tengo conocimiento de mi padre o de mi madre. Y no tengo recuerdos de haber
estado aquí en épocas previas. Solo he despertado, hace no mucho tiempo según la forma de
contarlo que tienen ustedes. He observado lo que sucedía a mi alrededor. He crecido, desatando
mi poder y atando mi conocimiento. Pero, sin darme cuenta, una parte de mi poder se liberó, y no
pude detenerla a tiempo. Todos comenzaron a morir. Tarde comprendí cómo refrenarme, pero ya
todo estaba hecho y no había forma de remediarlo.
Creyeron ver un pequeño rayo de luz solar, pero rápidamente la cortina de polvo se levantó de
nuevo; cada vez que la voz hablaba el viento se agitaba.
-Descubrí sus presencias. Noté que venían hacia aquí y una esperanza nació. Detecté en
ustedes el mismo poder que yo tenía. Aunque menor, era más grande que todos los que yo podía
reconocer. Pensé que podrían ayudarme, porque temía volver a perder el control sobre mí mismo.
La mujer calló, visiblemente tocada en su punto más doloroso. Fenr no supo qué decir, y en el
silencio la voz le preguntó:
-Y tú, ¿porqué estás aquí?
-Soy el dueño de estas tierras, según la ley de los que has matado. He venido a saber qué
sucedía con los míos.
-¿Eras dueño de esas vidas, también? Porque de ser así, debo pediros disculpas.
Fenr negó.
-La ley dirá que sí, pero la ley es solo una cara de lo que es justo. Nadie es verdadero dueño
de una vida, salvo el que la lleva puesta. Así que temo no poder aceptar tus disculpas, y ellos...
ellos tampoco pueden.
-Lamento tanto haberlos destruido... Me daban mucho que aprender, y entretenían mis
muchas largas horas de soledad. Nunca me dejé ver por ninguno, no sé si por temor o por
vergüenza.
-El temor hubiera sido, efectivamente, la primera opción de todos, creo yo. Fruto, más que
nada, de la ignorancia, pues si ni siquiera tú sabes de donde eres...
-Es uno de los puntos que más me intrigan, caballero, y sobre el cual no paro de girar. Más no
puedo hacer nada por ello, y por lo tanto lo he dejado de lado, al menos por un tiempo. Me
interesa más, ahora, salir de aquí.
Con una mirada desafiante, pero serena y reflexiva, Astridr desclavó sus ojos del suelo.
-No sabes cuánto comprendo tus palabras, tú que ni siquieras tienes nombre o causa. El que
esperabas y no vino dijo que me comprendía, pero su entendimiento sólo era parcial. Creo que vi
comprensión en una mujer que conocí en el camino, pero esa idea era vaga y confusa. Ahora, veo
en ti a alguien que realmente puede enseñarme el significado de la palabra.
-¿Acaso tú también lamentas muchas muertes?
-Tantas o más de las que tú puedas contar en este polvo. Y también lamento el encierro, la
soledad y la sensación de no poder controlar mi poder y mi voluntad. Todo eso, sumado a la
curiosidad, el desear algo que ni siquiera se comprende realmente.
La voz calló por un buen rato, en el cual Fenr miró a Astridr como si ella hubiera desatado un
terremoto en su corazón. Se sintió torpemente celoso de no poder despertar en ella ese
sentimiento; se sintió tontamente celoso de pensar que el destino la hermanaba más a ese
enigma que a ese hombre que era él.
-Encierras en pocas palabras, creo yo, siglos que yo no puedo contar, pero que no por eso no
he vivido. ¿Qué haces aquí, entonces? Ya no estás sola ni encerrada.
-El que me acompaña me dio motivos para salir de mi encierro físico, y ahora sé que hubiera
lamentado cualquier otra opción y cualquier otra compañía. Pero en el fondo, sigo tan sola y tan
encerrada como antes. Confundida, en la oscuridad y el silencio.
-Si adivino en ti la mitad de lo que es realmente, ¿qué me queda a mí, entonces? ¿Debe ser lo
mío proporcional a mi poder? De ser así, me quedaré aquí por siempre, meditando y lamentando
estos huesos que se clavan en mi ser.
La hija del Kshtar no supo qué más decir, porque ni siquiera ella podía responder a eso. Pero
Fenr, quien no cargaba ni con tantos años ni con tanto poder, dijo:
-Ciertamente, siente lo mismo un rey que condena a los suyos a la muerte, que un simple
hombre que mata a uno solo de sus semejantes. El número de los muertos solo es relevante para
las víctimas; el regocijo en la sangre o la vergüenza y el arrepentimiento no pueden ponerse en
números. Uno o mil, con el tiempo el peso es el mismo, si el sentimiento es claro.
Al terminar de hablar, Fenr supo que ella sentía algo totalmente diferente, y temió incluso
haberla ofendido. Sin embargo, no fue así.
-Esas palabras que él dice las he pensado yo, secretamente, desde hace poco tiempo. Solía
creerme cargada con miles de muertes, miles de rostros que me recriminaban desde el pasado mi
maldad y mi orgullo. Luego me di cuenta de que detrás de esos rostros estaba mi propia voz, que
encontraba en el tormento la única forma de sobrevivir. Mis muertes no han sido más que una,
grande y dolorosa, es cierto. Pero no puedo comparar mi sufrimiento con el de nadie más. Para
todos, la vida es la única chance de existir. Cualquier dolor es enorme como el derrumbe de
aquella montaña o el incendio de un bosque.
-¿Dices que mi pecado no es tan grande?
-Digo que tal vez los dos debamos dejar de pensar tanto en ello. A ti te pesa el misterio de tu
origen, pero ya no tanto como antes.
-Ciertamente, viendo mi enorme poder, me pregunto de donde lo he obtenido. La diferencia
está en que en ese origen no está implícito el dolor de otros.
-¿Y si fuera así? ¿Si detrás de ese misterio hubiera más muerte y sufrimiento?
-No lo había pensado de esa manera.
La voz sonaba triste, apesadumbrada y lejana. Está meditando, pensó Fenr. Sus labios
dijeron:
-Sin duda el pasado te define, pero no es lo único que lo hace.
-Pero a mí, ¿qué me queda por hacer? Deseo dejar atrás este lugar y este sentimiento de
vacío, mas no sé cómo. Deseo aprender más sobre los humanos y este mundo... pero ya no
puedo aprender más de este polvo.
Como para hacerle coro, una ráfaga, grande como una montaña, desmembró la paz anterior,
lanzando mares de tierra hacia el sol. Casi pudieron ver una mano detrás de ese movimiento,
pero pensaron que la mente les jugaba malas pasadas.
-¿Del polvo? No, realmente. Poco se puede aprender del polvo, salvo que los humanos
estamos destinados a él. Pero sí se puede aprender del resto. He viajado a todos los rincones de
este reino y de reinos vecinos. He vivido en cortes, en aldeas, en bosques y montañas. He
dormido en camas, en establos, entre rocas y entre zarzas. He matado, he muerto, he amado y
he sido odiado. He visto todo tipo de intrigas y bajezas, así como todo tipo de noblezas y glorias.
Astridr pensó sobre si ese discurso no sonaba un poco insolente frente a semejante presencia.
Sabía que Fenr tenía la curiosa necesidad de mostrarse fuerte como una roca. O tal vez se debía a
algo más.
-Mujer, ¿cómo has hecho para atar tus ansias de sangre? No es parte de mi naturaleza, creo
yo, pero sí puedo decir que a veces he visto morir con gusto a algunos que en mi opinión se
merecían el sufrimiento. A veces me arrepiento más de eso que de las muertes en sí mismas.
-Sinceramente, no tengo nada que decirte, porque ni siquiera yo lo sé. Creo que se debe a que
purgué por años esos pecados, en mi cárcel, y mi sed se apagó allí. Supongo que era mi destino,
así como el tuyo no te ha manchado de la misma culpa que yo sufrí, siendo tus muertes algo
involuntario.
-No sé si tenga un destino como el que presumen ciertos humanos. Tal vez soy un error,
porque soy único, y no sé de nadie como yo. Pero necesito saber. Alguien debe saber la
respuesta, y pensé que ustedes iban a traérmela. Me he agotado buscándola aquí... pero quiero
buscarla afuera, también.
La mujer negó con la cabeza.
-Ya lo ha dicho el caballero: solamente el que lleva puesta su vida es dueño de ella. Nadie
puede decirte quién eres. Nadie más que tú mismo. Creéme, lo sé.
En el polvo se dibujaron las lágrimas perdidas. La hija del Kshtar se sintió curiosamente
reconfortada.
-He viajado durante mucho tiempo con él y los otros, y me han aceptado como una de ellos.
Pero no soy humana, y eso ya lo sabes. Por siglos, estuve atada a una forma que me convertía en
un objeto, en algo que mataba sin poder controlarse. Como tú. Por siglos, pensé que gozaba con
ello, pero dentro mío crecía algo más. Algo que yo negaba, algo que no quería aceptar. Porque
dentro mío las palabras de mi padre resonaban con cada golpe dado en la forja. Lo comprendí
lentamente. Él fue un mal padre, tal vez, porque no supo hablarme cuando era niña. Pero en su
arte, cada palabra y cada golpe del martillo aunaban otro arte, y así, creo que puso en mí la
semilla de una bondad, un carácter que luego no pude rehusar.
El polvo dejó de caer. La luz del sol se coló por las nubes de ceniza. La voz esperaba.
-Por siglos, fui prisionera de las voluntades de otros. Pero solo era mi cuerpo, porque mi
mente estaba en otra parte. A veces, sí, mis deseos coincidían con los suyos; pero no siempre era
así. Luego fue encarcelada, por uno a quien yo amo –las lágrimas brotaron ahora como un
manantial de verdades, y ella las tapó por decoro-. Lo odié, pero tenía razón. Debía meditar,
aprender de mis errores de siglos, y para eso solo restaba pensar por siglos. Y entonces comencé
a comprenderlo. Y ellos llegaron para buscarme, para que los ayudara a vencerte. Y no pensé en
conquista. Pensé en paz... pensé en paz para mí misma, por primera vez en mucho tiempo. Pensé
en dejar atrás mucho dolor...
Mientras se secaba las lágrimas sacó afuera una verdad que no pensó decir nunca.
-Aprendí mucho de ellos en estos pocos días. Creí que lo conocía todo, creí que lo había visto y
sentido todo durante mi otra vida, larga y desgraciada. Pero no es así. En pocos días he visto la
sonrisa de una niña, el afecto de un padre severo, la humildad de un poderoso, la lealtad de un
hijo, el amor desinteresado de una madre, la serenidad de una desgraciada... Y me he visto con
mis propios ojos, algo que nunca había pensado poder hacer. Me he visto en un espejo, me he
visto a mí misma. Y solo ahora me doy cuenta, luego de siglos, de que no sé nada de los
humanos... ni de quien soy yo.
Astridr estaba a punto de caer, y Fenr la tomó en sus brazos. Afuera de la caverna le pareció
que una enorme boca suspiraba sobre la tierra.
-He de repetirme, entonces, al plantear la misma pregunta: ¿qué me queda a mí, si es cierta
tu historia? Incluso si saliera de aquí, ¿qué encontraría? ¿Qué hay afuera que pueda darme
seguridad y respuestas a mis preguntas?
Astridr no contestó, y en su lugar Fenr dijo:
-Yo he de responderte con algo que ella misma dijo hace no mucho. Que podemos ver el río y
saber como se siente, pero no podemos sentir cómo él. O basta con seguir su cauce, beber de sus
aguas y caminar en su barro. Solo nos queda ser el río para poder comprenderlo. El camino no
está en el pasado ni en lo que planteamos para el futuro, pues uno es sólido como la roca y el
otro es viento que se cuela por los dedos. Lo único que te queda es dar un paso, y luego otro. Así
lo ha hecho ella. Y ha descubierto más de lo que imaginaba, creo yo, pues allá afuera hay mucho
más de lo que puedes haber visto aquí. Existe un mundo enorme y misterioso, el cual, a pesar de
mis años y mis aventuras, no puedo presumir de conocer profundamente. Se requieren vidas
enteras para recorrerlo, y a ello se han dedicado muchos antes que yo. Pero es como tomar agua
del mar: es inútil. Porque no te sacia y provoca más sed...
-¿El... el mar?
La hija del Kshtar se incorporó, y se secó las lágrimas. Fenr la miró a los ojos, pero no
comprendió lo que sucedía allí. Mientras continuaba hablando, ella probó una de sus lágrimas.
-El mar... ¿acaso lo conoces? No, no está aquí; está más allá, al oeste.
-No lo conozco, en verdad. ¿Qué es?
-Imagina el cielo –gritó Fenr, repentinamente atizado por su veta de trovador, como si recitara
trozos de frases de viejos poemas-, hazlo de agua, inviértelo y tiéndelo como una alfombra sobre
el mundo. ¿No conoces el mar?
Astridr cerró sus ojos y se abandonó a una idea borrosa, mientras saboreaba la sal. Se meció,
en su mente, sobre un pobre bote de remos, viendo velas en el horizonte y una costa lejana, a
sus espaldas. El mar...
Fenr había visto en el ansia de aquella presencia una doble verdad. Que su curiosidad no era
malsana y que podía ser encausada, pero que al mismo tiempo un ser de tanto poder no podía ser
dejado libre en el mundo. A diferencia de Astridr, con quien existía un lazo fuerte de similitudes, él
solo veía un enemigo al cual no podía vencer, pero con el cual podía negociar una salida
beneficiosa para ambos. Lo mejor, había pensado, era parlamentar una retirada que a él le
pareciera tan útil como gloriosa.
-Todo tu mundo es este gran valle, las montañas y este polvo del que dices que no puedes
aprender más. Has visto al cerdo, al pato y a la vaca comer de manos del campesino, ¿pero has
sentido sus plumas y su piel, has sentido el calor del sol en el cuello? ¿Has visto otras montañas,
sentido la nieve? ¿Has visto los enormes árboles del sur, las gaviotas y las personas de piel más
oscura de otras regiones? Y el mar...
-...el mar... –repitió por lo bajo Astridr.
La voz había estado meditando mientras escuchaba las apasionadas palabras de Fenr, y
cuando escuchó de nuevo ese concepto oscuro, lo detuvo.
-Dices que en el mar... puedo encontrar muchas preguntas y muchas respuestas.
-Puedes hacerlo en todo el mundo. Pero si el mundo es grande, el mar es infinito. Nada hay
más allá de él. Ni los navegantes ni los poetas lo saben. Si no encuentras respuestas cerca de los
humanos, tal vez lo hagas en una soledad que no sea causa de la muerte. Tal vez la respuesta no
sea encontrarte a ti mismo en un pasado que no conoces, sino en un presente que puedas
controlar. Tal vez te encuentres en el mundo. Caminando conocerás tus pies, dice el dicho.
El polvo se había aquietado nuevamente, y Astridr se incorporó. Había algo en sus ojos que no
quería revelar, y por eso los mantuvo fuera del alcance de Fenr.
Hubo silencio por unos momentos, y luego la cueva se fue desvaneciendo. Lejos de ellos, el
torbellino que habían visto al bajar las montañas se reprodujo pero con un tamaño infinitamente
menor.
-Me han rozado tus palabras, Astridr, hija de Théor y la hechicería. Dices que solamente se
puede alcanzar cierto comprensión al ser uno y no lo otro. Tal vez haya algo de verdad en eso y
en lo que dice tu compañero. Tal vez el camino sea más que la suma de tus pasos.
El sol volvió a brillar por entre las nubes blancas. A su alrededor, pudieron ver el suelo
polvoriento, sin ningún tipo de vegetación. Estaban en medio de un llano, y había, aquí y allá,
esqueletos reveladores del poder de aquella muerte arrepentida.
A unos metros, la voz salía ahora de una nube de polvo amarillento, que giraba lentamente en
el aire.
-Ha sido muy interesante esta conversación, viajeros. A pesar de que el otro no ha venido,
creo que ahora tengo muchas cosas en qué pensar. Tal vez ese mar infinito sea un buen lugar
para descansar y meditar. Comenzar un camino infinito es algo tentador, sin duda.
Lentamente la nube bajó a tierra, y pudieron ver que se desvanecía. En su lugar quedó una
serpiente y una gran ave.
-Iré, entonces, tras ese mar, y veré si puedo aprender algo más de él, y tal vez sobre mí
mismo.
-Ve con nuestros deseos. Pero al encontrarte con él, bajo estas formas, no podrás cruzarlo,
pues ni la serpiente nada en él, ni el ave tendrá donde posarse.
-Entonces, caballero, tendré que aprender a avanzar de otra manera.
Diciendo esto, la serpiente se perdió entre las rocas, hacia el oeste, y el ave emprendió vuelo
con la misma dirección.

Fueron duras jornadas la de aquellos días, caminando por lugares totalmente desiertos, con
poco agua y nada que despegar del suelo o bajar del cielo para poder comer. Los dos se habían
acostumbrado al sufrimiento. Sin embargo, ahora que todo parecía estar marchando mejor, el
pasarla mal semejaba un rebote injustificado de la mala fortuna.
-Ya estamos en el condado de mi maestro, anciano. Pero está tan devastado... no es como lo
habían pintado. Me temo tanto que haya heredado un despojo...
-Vamos, Drek, no caigas en el desánimo. Te lo repito de nuevo; la pestilencia se ha ido con las
nubes pardas. Ya la tierra dejó de estar maldita, y este aire se puede respirar. El agua también ha
perdido ese sabor pestilente. Con las lluvias llegará nuevamente la vida.
-No lo sé...
-A ti no te preocupa esta tierra, muchacho. Te preocupa tu maestro y que no sepamos nada
de él.
Drek no comentó nada más sobre lo obvio.
-Mire, allí hay una calzada de piedra. Debe llevar a algún lugar importante, tal vez al castillo.
-Es muy probable. Vamos, entonces. Ese sería el lugar más lógico para encontrar a tu
maestro.

Y en efecto, lo encontraron junto a ese mismo camino, a cien metros del bastión. Estaba
sentado en una roca, con la espada en el polvo pero la armadura puesta.
Drek primero pensó en su escudo, que él tendría que estar llevando. Mientras hacía esto corrió
hacia su maestro, dispuesto a abrazarlo como si fuera un niño que recupera a su padre, sin
importarle que más tarde él lo reprendiera. Pero se quedó allí, a un metro, cuando vio sus
lágrimas en el suelo, y su mirada baja, vacía de victoria.
Ngr avanzó lentamente, observando hacia todas partes, también sorprendido por la situación.
Sólo cuando llegó junto al muchacho, el tashk comenzó a hablar.
-Todos se han ido. No me queda nada, no me queda nadie. Muchacho... Drek, querido hijo...
La voz se le quebró de una manera que el joven nunca había escuchado.
-Heme aquí, conde del polvo y hermano de nadie.
Ngr comprendió que algo no había salido bien, pero no alcanzaba a comprender la tristeza del
caballero. Astridr no parecía ser el tipo de criatura que podía morir...
-Maestro –dijo entonces Drek, tomando aire y reemplazando su abrazo con palabras-. Usted
es el único al que puedo llamar padre. Si este es su condado, entonces ya somos dos que vamos a
reconstruirlo.
Había una sinceridad profunda en los ojos del muchacho, y al levantar la vista Drek vio más a
un par que a un servidor. Puso su mano enguantada de acero en los hombros de su escudero y
dijo:
-No espero menos de ti, amigo, pero ahora la pena es muy grande... y no hay red que me
pueda sacar de un mar tan profundo.
El hechicero dejó de mirar el abandonado castillo y se concentró en el caballero, quien parecía
también estar abandonado de toda voluntad.
-¿Qué ha sucedido, entonces? Temo que vuestras palabras te pesen, tashk, pero sabeis que el
dilema era importante para mí. ¿Con qué os habeis enfrentado, y cómo lo habeis quitado de aquí?
-No era nada de lo que esperabas, me temo. Habéis acertado en que aquello tenía una
voluntad, una inteligencia... pero lo demás era impensable. Juntos nos enfrentamos a la situación,
esperando encontrar destrucción sin límite. Pero hallamos, en cambio, un niño con una gran
espada, temiendo herir a más personas.
-¿Cómo decís?
-Cubría con su poder toda esta comarca, como una nube de polvo venenoso. Ella... ella pudo
ayudarme a pasar, pues el aire era corrosivo como ninguno. Nos hizo preguntas, e inquirió por
vos, anciano. Dijo estar esperándote, también...
-Habéis visto... se lo dije a Krirstn. Por eso detuvo su poder, ¿verdad? Eso nos había resultado
sospechoso...
-Pues eso mismo dijo. Pero qué importa ya...
Fenr levantó la vista por primera vez en un buen rato, miró el castillo y se levantó.
-Drek, hijo, ayúdame a llegar, al menos, a la puerta. He caminado tanto que no tengo ya
fuerzas, y he podido llegar solamente hasta aquí...
El escudero así lo hizo, sin poder sentir satisfacción en su mente por aquella palabra de cariño.
Ngr se serenó, aunque en realidad quería hacer serias y profundas preguntas al tashk. Luego
de unos minutos llegaron hasta un árbol muerto, alto e inmenso en la base, que intentaba
vanamente defenderlos del sol con sus ramas desnudas. Fenr se sentó sobre una raíz, y Drek se
apoyó sobre el tronco, a su lado, sin saber qué más hacer.
El hechicero se acercó, cambió su rostro de expresión y acarició la corteza.
-Hay vida en este gigante, caballero. No todo está perdido. Mira, el centro sigue en
movimiento. Un poco de agua, como le decía al joven Drek, y volverá a florecer, de aquí a un
tiempo.
Fenr seguía mirando al suelo.
-Hay esperanzas, tashk. En este maravilloso mundo, incluso hay hierbas que crecen en la roca
desnuda... Como es tu caso. Has sabido dar frutos en los momentos más tristes y difíciles, me
temo... has tenido una vida como pocas. No desfallezcas ahora. Este árbol, como todo este
condado, puede volver a crecer. Si ha sobrevivido, quiere decir que, más allá de este castillo, hay
otros árboles. Incluso personas que pueden estar vivas. Prometo ayudarte, y de seguro que mi
alumna también lo hará con gusto.
Poco faltó para que el anciano soltara una risita irónica, pero se contuvo. Fenr, ahora, sí
pareció reaccionar a las palabras.
-Agua... eso es lo que le hace falta a todo el mundo, al parecer. A este condado, al Unbkn... y
a Astridr.
El anciano se tomó un tiempo para revisar sus alrededores, y comentó al escudero sus
hallazgos. En efecto, estaban a varios kilómetros de donde Fenr y Astridr habían conversado con
la criatura, y al parecer su poder aquí había sido menor, o había podido ser controlado. Si bien
todos los animales habían muerto, muchas plantas resistentes estaban en pie, y tenían fuerza
suficiente como para volver a crecer. El hechicero se dedicó a curarlas como mejor podía, y de
pronto el caballero volvió a hablar.
-Dijo que tenía que irse... al mar. No, dijo que no iría al mar, no ahora mismo, pero que el
mar era un signo de todo lo que ella desconocía. Ay, mis palabras fueron de doble filo... una
estocada... y la criatura se fue, alentada por las promesas de conocimiento. Pero ella también...
ella también buscaba lo mismo, aunque con otros métodos.
Ngr se acercó al hombre y se sentó, con esfuerzo debido al cansancio, en una roca.
-Mencioné el mar, anciano, mencioné el mar y ella dejó de pensar en nada más. Como en esas
historias de marinos perdidos por el infinito reflujo de las olas... Como las historias del poeta que
se mata al no poder meter el mar en sus palabras. Eso dijo. Debo conocer el mar, debo conocer el
mundo. Debo descubrirme en mis pasos. Juró volver... pero no es lo mismo. Ella debía ser mi
soporte en este momento tan difícil... Ella, que me dijo hermano...
El anciano suspiró, y de su boca surgieron palabras que él había escuchado hacía infinidad de
días. Palabras que solamente ahora comprendió de manera cabal.
-Largos son los días y muchas son las penas. La gente va y viene de nuestras vidas, y nada
podemos hacer, más que lamentarnos. Pero de esas lágrimas se puede hacer barro, caballero. Y
del barro podemos hacer ladrillos. Con el dolor construimos lo que, el día de mañana, nos dará
felicidad.
Fenr meditó en esto y finalmente dijo:
-Grande es vuestra sabiduría, anciano, sin lugar a dudas.

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