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En la antigua casa de varios patios ta casa de las tias Dolores, Rosario y “ Elvira-, el salon ha permanecido cerrado por muchos afios. Ni siquiera el sol ha entrado en él. Por eso, es el lugar indicado para huir del calor de ese tortido verano, y asi lo piensa el Folelg ee Me elo RTM To] En efecto, el salén esté fresco y all puede leer con tranquilidad. Pero ol eae y ae Role mre Ruliselelo RU} esa habitacién llena de cosas: CS ole RU lee R AC oriery to Heel amu rsloh coe liao) de cola... Aqui se detiene el protagonista y de improviso tiene “la desventurada ocurrencia de abrir el CIR Ae Eocene core Me} solo...”. En ese instante, el salén foro] ko Rs) ole Co oR Rea eRe) extraordinaria historia, atrayente y también divertida, como son todos los relatos de Hernan del Solar, un clasico de la literatura infantil chilena. A fg Gran Biblioteca Icarito Editorial Andrés Bello Hernan del Solar El] Hombre del Sombrero de Copa Gran Biblioteca Icarito Editorial Andrés Bello Ninguna parte de esta publicaciéa, i dicorial Andrés Bello autoriza esta edicién. especial para el po} escolares de Icarita” publicado por Comes, (© HERNAN DEL SOLAR, ‘© EDITORIAL ANDRES BELLO Av. Ricardo Lyon 946, Santiago de Chile, Inscripoién N° 80.466 Impresores: Copesa, 1994 IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE HERNAN DEL SOLAR EL HOMBRE DEL SOMBRERO DE COPA ILUSTRACIONES DE ALICIA SILVA EDITORIAL ANDRES BELLO ~ En busca de unas laves... ©) Capftulo x INDICE Capitulo 0 Capitulo HI “Aqui me olvido de ia lectura .. Capitulo IV EL pAfaro do fuegO oo econ Capitulo V MIs secretas ingusielidso.o..cc.0 Capitulo VI Nuevas y mds curiosas aventuras .... Capitulo VI Capitulo VII Esctacho al bomire del sombrero de copa Capitulo XX Contintia la historia det desconocida . . Ya bistoria termina .. Hemin del Solar ...... sey Sel Capitulo! damn ASI ES MI CASA ‘igo 6 oncom ‘de tres patios. Su Be ;Auses se via cn pak, porque todo era tranquilo. y Be hemioso —dice Dolores, ae —los buenos tiempos antiguos no volverin —suspira . _=-La gente de ahora se afana y poco se preocupa de su alma —critica con voz menuda tia Elvira, que constan- 8 HERNAN DEL SOLAR temente ha de estar poniendo orden en un inmenso mofo, que en Io alto del crineo pierde de pronto su-estabilidad y se derrumba como un rio blanco sobre sus hombros. En este primer patio viven también muchas hormigas, tan laboriosas como las del zaguén. Y todas las mafanas, como todas las tardes, esti leno de pajaros —diucas y gorriones— que acuden bulliciosamente a picotear las mi- gas de pan blanco que mis tias les lanzan con mano bastante generosa. Cuando las migas se vuelven tan pe- quefiitas que las desdefian los pdjaros, las aprovechan las hormigas, cuyos graneros deben ser, indudablemente, ri- quisimos. Entre el primer patio y el segundo est4 el sal6n, tan grande que en él podrian bailar con holgura todos los habitantes de la ciudad. Pero: nadie baila en ei salén, cerrado. herméticamente, como sien él dumiera alguna ua ifa absolutamente resuelta a no despertar. Viene después el segundo patio, donde estén los dor- mitorios de mis padres, de mis hermanos, y el mio. Aqui dueme su siesta, echado al:sol, un perro de una edad incalculable. Se llama Jazmin, pero no lo parece. Su. tinica preocupacién consiste en dormir, y despertar de improvi- so, grufiendo, para atacar con su hocico desdentado a dos © tres pulgas bribonas que se persiguen por su cuerpo, jugando con una vehemencia juveni] verdaderamente desesperante. ~ En. el tercer patio esta la cocina, en que trabajan y conversan el dia entero otras viejas. Aqui también hay pajaros, pero enjaulados. Algunos silban, otros meditan, callados, trepiados en su peicha. En libertad no hay sino una cotorra chiquita y ruidosa que s¢ pasea de un lado 4 otro y grita de repente: —Jestis, Mariat Ademds, en el tercer patio esta el palomar. Pero'las palomas rio existen. En cambio; hay siete gatos de diverso color y de costumbres también diversas, Algunos sof sose- HERNAN DEL SOLAR gados y'no sé sabe a qué hora estén’ despiertis. Otros ‘mas. +1Y.c6mo lueve! —suspira tia Rosario, encogiéndose ‘Som temerosa de que la Ilwia la alcance de repent, cet sillon en que se sienta'a verla caer sobre el tejado yen ~Frios tan grandes no los recuerdo, y conste que EL HOMBRE DEL SOMIBEERO DE COPA Jes ojos, entregadas a un suefio que, segtin tis conjeturas, ha de ser muy gtacioso, puesto que les abre la boca como | envuna callada risa que no acaba hasta que despiertan. En cambio, ef verano les tiene cierta simpatia a las f _viejecitas del primer patio. Viene a verlas acompafiado de fF pasan . im de ctofio es Frio, todos dicen en mi casa: “;Qué inviemo é ‘éste! ". Y si hace calor en'un dia de primavera, a nadie se E’- Je ocurre decir otra cosa que la siguiente: ‘Se est ponien- Ee. do insoporuable et verano’. Axi Capitulo It s WF" BN BUSCA DE UNAS LLAVES anuncio de-un incendio, de un terremoto, de una catistro- fe que nos hari lorar a todos grandes lagrimas el resto de la vida, Pero mi idea es buena. Muy buena; sin duda; Exce- lente. La mejor que he tenido en muchos afios. No obstan- te, es una idea muy sencilla: el salén es fresco. Es fresco, claro esti. El sol no entra en ey “ate are a lenguas de fuego: : Pei no te decides, te achichatras. Soy el homo. del salon se abra alguna vez. “4 HERNAN DE: SOLAR Tomo el libro que deseo leer y lo meto debajo del brazo. En seguida me voy al primer patio y entro en el domnitorio de mi tia Dolores, la mayor de todas, que esti dormitando y abre las ojos asustada al sentirme entrar. —€Qué sucede? —me pregunta con voz ahogads—. éSe ha caido alguien? Sonrio al pensar que mi visita no puede ser para tia Dolores sino el anuncio de una desgracia, —No se ha caido nadie, ni nadie se ha muerto —respondo rapidamente, para camara y permitirle recobrar el aliento, el pulso, la amable sonrisa con que siempre me acoge. —jAh! (Qué susto me has dado! —murmura—, Siénta- te, si quieres. conversar un poco. Qué estis leyendc?... idy, Seftor, qué calores tenemos hoy! —No estoy leyendo nada, tia Dolores. Sin embargo, me gustaria leer. —ZY se te ha olvidado? —me pregunta, mientras se abanica majestuosamente. —Me bailan las letras con el calor, tia Dolores. No puedo concentrarme. Quisiera encontrar un rincén fresco. —Cuando atardezca, pon una silla debajo del naran- jo —me dice—, No se me ocurre nada mejor. —Es que yo quisiera leer ahora mismo. —Enconces, hazte una limonada y a medida que va- yas sintiendo calor mientras lees, bébete un buen sorbo. —i el salén, tia Dolores? —le pregunto. Casi se desmaya. La veo poner los ojos en blanco. Tirita como si la pinchatan con un largo alfiler. —dl salon? —me dice al cabo de un Tato, con voz moribunda—. ¢E1 salén? :¥ qué tiene que ver el salén con tu lectura? —Es un lugar fresco —le respondo. Se queda pensativa. Siento, detrés de mf, unos pasos. ¥ veo llegar a mis tias Rosario y Elvira, abanicéndose 6 HERNAN DIL SOLAR también. La palabra salén las ha sacado de su han odo, sin duda, y han acudido sin en ee ‘a curiosidad irresistible. —Quiere ir a leer al salon —dice tia Dolotes, sefta- landome, y es como si estuviera diciendo: Acaba de come- ter un crimen espantoso y ha venido a confesérmelo. —+Al salon? —preguntan a una voz las dos tias recién llegadas. Y las tres me miran como si fuese loco. Entonces les explico que el sal6n es un lugar fresco; les aseguro que se puede leer en él, lo mismo que en cualquier otra parte en que no entra el sol; les describe la quietud y la frescura de unas bibliotecas imaginarias; les ruego que me digan dén. de estan las llaves del salén; les hablo con palabras escogi- das, nee Bestos teatrales, como si les recitara un poema en verano, un romance de la i el gozo de vivir. ere ‘Cuando callo me miran, abanicindose. No se deciden a responderme. Para convencerlas, recurro a imAgenes do- mésticas, que las hacen sonreir, —En esta casa hay siete gatos —les digo—. Los sik saben solucionar sus dificultades. Hace ae calor, hay Por todas partes un sol infernal, pues bien: caminan y cen mbra. Y yo no puedo ser menos que los siete . y camino la casa, hasta day sal6n, .Dénde estén las laves? come ~das llaves? —me preguntan—. Que dénde estin Jas Haves? Y permanecen cabizbajas, abanic4ndose, sumidas en la ifs diffcil cavilacion, Las he puesto en el més grave apremio. Tratan de recordar y no consiguen encontrar las aves en algin rinc6n de la memoria. —ta Gltima vez que las vi... —dice tia Dolores, ¥ no concluye su frase, llena de repentinas inquietudes. EL HOMBRE DEL SOMBRERO DE COPA —Estaban en un manojo de llaves que no sé donde pusimos —murmura tia Rosario, arrugando la frente con verdadera desesperaci6n. —las vi hace mucho tiempo en un cajén de la cémo- da, si no me equivoco —declara tia Elvira, vacilando. —Qué c6moda? le preguntan. —No recuerdo —dice tia Elvira. Mientras tanto, yo estoy tranquilo. Ahora sé que una vez encontradas las Ilaves, podré leer en el sal6n. ¥ las tres tias se agitan de repente. Abren y cierran cajones. Van y vienen por sus respectivos cuartos —Es curioso. Esas llaves no pueden perderse —mur- muran. ¥ las buscan con ahinco. Al cabo de una hora, todos Jos habitantes de la casa buscan las llaves. Hay verdadera intranquilidad porque no aparecen. En vano se examinan, de principio a.fin, todos los patios. Tia Dolores, que desde hace afios no’ha caminado tanto y tan de prisa, se siente cansada y respira con dificultad. Tia Rosario murmura en- tre dientes, Tia Elvira est pilida. Yo busco también y nada encuentro. Entonces, al pasar junto a la puerta del salén, tengo una idea absurda: dar vuelta Ia perilla. Y la puerta se abre. Esta abierta! —grito—. jEst4 abierta! Todos corren por los patios. —jAbierta? —preguntan las tres tias—. :¥ las llaves? Pero ya no importan las llaves del sal6n. Puedo entrar Fleer, y si no lo hago es porque todos estén delante de la 18 HERNAN DEL SOLAR puerta abierta, mirandola con ojos fijos, como quien con- templa un abismo interminable. —Ovro dia encontraremos las llaves —digo de repente. Y estas palabras tienen un efecto inmediato. Se tran- quiliza todo el mundo y cada cual vuelve a su sitio, en el patio de la casa que le corresponde. Ahora estoy solo y entro en el salén. Capitulo I AQUI ME OLVIDO DE LA LECTURA Cietro cuidadosamente la puerta y abro una ventana por la que entra abundante luz hacia uno de los extremos del salén, mientras el otro permanece en penum- bra. Me siento junto 2 la ventana y me dispongo a leer. Pero es imposible. Estar aqui es como llegar de improviso a una ciudad desconocida. Y nadie se pone a leer cuando entra en una ciudad que no conoce. Es mejor dejar quietos los libros y mirar con ambos ojos, atentamen- te, todo lo que existe. EI sal6n es amplio y est leno de cosas. Hay dos grandes espejos en que podria verse una manada de ele- fantes, sin faltar uno solo. En algunos rincones, sobre pedestales altos, hay estatuas de bronce. Una representa a un sembrador que lanza al aire su semilla, despreocu- padamente. Otra, te de hace mucho tiempo, vesti- do de soldado de ent ta casaca, con el sable levanta- do, y en un caballo que se encabrita. Una tercera, a una f° mujer que juega con un galgo. Y hay otras también: un nifio que tiene vendados los ojos y estira las brazos, bus- ‘cando en las tinieblas algo que siempre se le escapa y que 2» HERNAN DELSOLAR acaso sea una de las llaves del sal6n; un ciervo que inclina la cabeza y bebe con una sed que no termina nunca, y un chino muy elegante, de porcelana, que sonrie misteriosa- mente, como todos los chinos cuando estan contentos. En los muros hay retratos, en marcos dorados, grue- Sos, excesivamente importantes. Son hombres y mujeres, vestides a la moda antigua, tan antigua tal vez que nadie sabria decir con exactitud su época, Y los muebles son numerosos, de fina madera. Los hay para todas las corpulencias y gustos. En alguna silla no podria sentarse un hombre como yo, que no peso demasiado, sin romperla. En otras podria descansar cémo- damente un gigante obeso. Por ahi est el piano, inmenso, como un continente negro sostenido por grandes patas de monstruo, Y en uno de los rincones hay una magnifica arpa. 1a tafio con am- bas manos y el sonido vuela por el salon como un pajaro despavorido. Siento algo extraiio. Me parece que el caba- Ho del soldado se encabrita mas y que el sembrador enco- ge un brazo, como olviddndose de lanzar sus semillas. Ha bastado el sonido del arpa, repentinamente, para que todo: me parezca vivo y amedrentado, Hasta me imagino que los retratos mueven los ojos. Pero en seguida me calmo, porque bien sé que nada de eso puede suceder. Contintio explorando el sal6n. Todo lo miro con cu- riosidad, detenidamente. ¥ de improviso tengo la desven- turada ocurrencia de abrir el piano, y de tocar un acorde, uno solo, con la inseguridad de quien nunca ha sido misico. Pero el piano suena como si viniera de muy lejos el acorde. Es una voz cansada, tiritona, que agita todo el salon. Ciesto los ojos, creyéndome alucinada. Es posible que se haya estremecido la mujer que juegz con el galgo y que haya levantado la cabeza el ciervo y dejado de sonreit el chino? 2 HERNAN DEL SOLAR, No puede ser. Nada se ha movido, sin duda. Son ideas mias, bastante incomprensibles, Estoy en un salén y no en Ja cueva de un mago amigo de burlarse de los incautos. En un sal6n de mi casa vieja, de tres patios, en que la gente se queja del verano. Y para convencemme —aunque no hay necesidad, porque ya estoy convencido— vuelvo a tocar el piano. Esta vez son tres notas distintas: mi, fa, sol... Y entonces ocurre lo que muy pocos creerin, a pesar de que no miento. Mi, fa, sol. Nada mas que eso: tres notas. Mi, fa, sol. Y sucede algo inverosimil. —iDemonios! —grito entre dientes. das y naricilla movil, inquieta. Me mira con ojos sorprendi- dos y cuando me oye hablar huye de prisa. Se mete debajo de un canapé. @De donde ha salido? El salon ha estado cerrado des- de largas afios. Un conejo no vive en un salén cerrado, Por muy extraordinaria que sea su raza, sin morirse al ao asoma su cabeza, mueve las orejas y huye apenas hago un Jeve movimiento de la mano. ¢Qué hacer? No quiero que nadie me ayude a desci- frar este misterio. El conejo me pertenece. Yo lo he descu- bierto. Mis tfas nada tienen que ver con él. No las llamaré, —iHum! —mumnuro-a media voz—. Esto si que es inexplicable! F) riendo: BL HOMBRE DEL SOMBRERO DE COPA 2 Y¥ me dedico a perseguir al conejo. De pronto, con Hae. mucha torpeza, vuelco una silla, cuando ya creo que voy a {coger al conejo. de una de las orejas, que estuvo a mi He. alcance. El ruido asusta al animalillo y con un brinco fle. maravilloso salta por la ventana. Esto no lo puedo guardar para mi solo. Necesito - contarlo. Es indispensable que busquemos al conejo par f. toda la casa. Y salgo en busca de mis tias. —En el salén Jes digo— habia un conejo. —iUn conejo? —me preguntan, y estén asustadas, como si les dijera que debemos huir porque viene a bus- F camos una fila inacabable de viboras. —Salt6 por la ventana —les digo— y debe estar en el HE segundo patio. —Jazmin! Jazmin! —llama tia Rosario, como si el E. perro perezoso, mis viejo que ella, pudiera servir de algo Fen la caceria que vamos a emprender. Mis tias estén desesperadas. Agitan los labios y me F figuro que rezan a los numerosos santos que las miran desde los muros. Yo me voy a buscar el conejo. Pongo en actividad a los siete gatos, persiguiéndolos f por la casa, para que me ayuden: Entro y salgo, y voy y if vengo, coro, brinco, me afano indtilmente. El conejo no f. aparece por ninguna parte y mis tias, ya vueltas a la calma, fF se rien con regocijo. —Si realmente hubiera estado en el salon —dice tia | Dolores—, el conejo habria sido de marmol, de bronce 0 © de porcelana. No nos vengas con esos cuentos, que no (Be. vamos a creénelos. —Yo lo he visto. No es una ilusién mia. Lo he visto y YE es un conejo blanco, de largas orejas, rapidisimo. Tia Elvira ata con mano nerviosa su mofio y me dice —A ver si otro dia te encuentras un elefante en el san, o.un camello con su beduino. Pa HERNAN DEL SOLAR Tia Rosario no dice nada. Estd de acuerdo con las otras dos y no quiere gastar palabras. Y todos terminamos por reir cuando, desde el tercer patio, nos llega el grito de la cotorra, como un comentano final del absurdo acontecimiento: —Jestis, Maria! Capitulo IV a EL PAJARO DE FUEGO 2 Pero no me siento tranquilo. El conejo no es una invencién mia. Existe como todos los demis conejos que andan por el mundo. Si ha desaparecido y no lo encuentro, mia es la culpa porque no sé buscarlo hasta dar con él. En algén rin- c6n ha de estar, burkindose de mi con todo su buen humor de conejo extraordi- nario. Pero inutilmente recorro de nuevo los escondrijos de la casa, que no son pocos. A cada rato me parece que voy a ver asomar su hociquillo rosado y sus largas orejas. Es una vana esperanza nejo no aparece. Y las horas pasan, se pone el sol, viene la noche. Nada. Ni la menor huella del conejo. “Ahora se han acostado mis tias, mis padres, mis her- manos, las criadas viejas. Dentro de media hora, habra ronquidos de diversa entonacién en cada uno de los pa- tios. Y si yo estoy despierto, claro esti que no es para oirlos. Me interesa la misteriosa desaparicion del conejo y pienso en ella con Ja misma concentrada fuerza que pone un sabio en la meditacion de los mas importantes secretos 6 HERNAN DEL SOLAR de la vida. De una cosa estoy absolutamente seguro: de no haberme equivocado al decir que en el salén encontré un conejo. No vale la pena-seguir penséndolo més. Empiezo a acostarme. Después me tiendo en la cama y apago Ia luz. Y casi en seguida me duermo, cansado de tanto cavilar. Entonces tengo un suefio que me agita inmensamente. Voy por un camino interminable, a través de una montafia que no tiene fin. Poblada de arbustos, la montafia hace un Tumor extrafio, Es el viento que juega con las hojas, De fepente, de entre unas matas, salta un conejo, y yo co- mienzo a gritar con todas mis energias: —iMi conejo! {Mi conejo! Lo he encontrado. FI conejo corre delante de mi, que lo persigo tan velozmente como mis piernas me lo permiten. Y mientras como, grito. El conejo, de vez en cuando, se vuelve, me guifia un ojo, me saca la lengua, y continia escapando. De Pronto, aburrido sin duda de mi testarudez, se detiene a unos cuantos metros, levanta una pata en el aire, me hace una mueca burlona, y desaparece como si el infiemo se lo wagara. Esto me asusta de tal modo que empiezo a gritar con verdadera desesperacién. Despiento gritando. Y esta vez, la casa entera oye mis gritos, porque casi inmediata- mente escucho muchos pasos, alguien enciende la luz de mi dormitorio y me encuentro, sentado en mi cama, delan- te de todos los miembros de mi familia. Nadie falta. Todos aparecen en camisa de dormir. Esto me consuela y me rio de buena gana, porque ver a mis tas en camisa es un espectaculo impagable. —éEstés enfermo? —me pregunta tia Dolores, que tiene la cara cubierta de cremas absurdas. — uy, Porque se debate con violencia. Y ecieaie i prisionado me dijo al hombre del sombrero de aa gue se incling,estira un largo brazo y Io coge con desire, = Desp poss ta mete debajo del sombrero. Todas los retra fesmente : wie ortésmente y YO estoy contento de haber demos- _ Entonces me siento delante del des: goin u op y sone con Teazvolendia oes Ee —He tardado en venir —te digo— Lei aipstied Lire No asombrarme de nda oe mprendo —me responde—. yess a ee . Pero ya estis aqui, lve a sonreir, se soba las patil: en qh zea patillas con su fina mano © hay un anillo de esmeralca, y permanece un rato EL HOMBRE DEL SOMBRERO DE COPA ay —Un conejo y un péjaro de vivos colores —me dice de pronto— han sido los intermediarios de nuestra nacien- te amistad, que 2 deseo muy honda y duradera. Sino hubiera sido por ellos, seguramente no estariamos ahora conversando. TG. descubriste al conejo y te asombraste, ‘como es muy natural. Después, tu asombro crecié al ver al pajaro que, acostumbrado a mi compaitia, no tardé en volver a mis manos. La aparici6n de estos animalillos y su desaparici6n repentina, te hizo temer por tu cordura. Creiste estar loco. Yo lo adiviné en tu desesperacion. Y compren- di que debia revelarte mi secreto, para calmarte. Pero antes de contatte mi historia, pienso que algo deseas pre- guntarme, sin duda, Y para que no te rompas la cabeza pensando en qué es lo primero que debes preguntarme, te Jo diré yo, Deseas saber, por cierto, qué se han hecho el conejo y el p4jaro, tan inexplicablemente desaparecidos. ‘Movi Ia cabeza asintiendo. Me gustaba que me ayuda- se, porque en realidad me sentia incapaz de preguntar nada. No es facil saber qué es fo que se debe preguntar primero, cuando el que ha de contestar es un retrato —Mirame atentamente —me dijo—. Vas a ver a los desaparecidos. 'Y cogiendo el sombrero de copa. lo hizo girar répida- mente en e! aire, luego metié dentro la mano y sacé de las nes —me dijo—, Ese dia, cuando saliste en su perse el conejo volvi6 a saltar por la ventana y vino a mi encuentro, Es un conejo amaestrado y si esa tarde andaba suelto por el sal6n es porque muy a menudo le doy libertad. Nunca se pierde. Bn seguida meti6 al conejo en el sombrero, que vol- vié a girar en el aire, y he aqui que posado en su mano izquierda, que estaba libre, aparecié el p4jaro de fuego —Es hermoso —me dijo—. Le gusta cantar, Si aquel dia no canta, distraido, ta no lo descubres nunca. sak HERNAN DEL SOLAR ¥ volvié a meterlo en el sombrero, del que sacé esta vez al canguro pequeiiito. —Este est aprendiendo a vivir conmigo —mumu- '6—. Todavia no se acostumbra. Es muy veloz y ficilmen- te puede escapar. Ta Hegaste en el preciso momento en que estaba pensando ir en su: busca, aprovechando su suefo. Cuando el canguro, desaparecié, como el péjaro y el conejo, volvié a depositar e! sombrero encima de la mesa y después de sonreirme, éntre el murmullo de aprabacién de todos los retratos, me dijo: Ya he hablado bastante: Ahora te. escucho. -Agité la pierna enyesada, me pasé una mano por la cabeza, y claro esta que hice la més estipida pregunta que podia hacer: —Quién eres? —murmuré, cohibido, ‘Me guifé un ojo y respondié sin ofenderse: Un desconocido. No me lo pregurites otra vez, porque ‘ni nombre no lo conozco. Me bautizaron asi: un desconocido. Y me parece que este nombre sirve tanto como otro cualquiera. Todos rieron amablemente. Y yo, murmurando entre dientes que me perdonase, miré reir a todos los retratos de hombres y mujeres igualmente desconocidos. EL HOMBRE DEL SOMBRERO DF-COPA 3 it bien. El Entretanto las estatuas se habian animado tam! jinete se baj6 del caballo, el sembrador dejo de Jnzar les su semilla, la mujer que jugaba con el galgo sate ‘como una muchachita que escucha una historia desu. gusto. fodos tenian. ién. amal 2 —iNo peegine nada. mas? —me dijo el hombre. del de ro vense rapkiamente en la pregunia que convents, la re} ta precisa que demostrara que yo no era un idiota; Sais de hacerla, el desconocido levant6 una mano y ee ie creado. No es facil: ¥ como imagino que lo que deseas saber es mi historia, voy a contirtela. HERNAN DEL SOLAR 58 Capitulo VIN. ESCUCHO AL HOMBRE DEL DE COPA SOMBRERO- fuera a quebrarse. —Espero no caerme —dijo el hombre—. Seria curio- so que alguien, al entrar al sal6n, viera que la mesa se ha quebrado, Todos fieron con alegria y el hombre esperé la cal- ma, que no tardé en llegar. Entonces con gesto de actor, levanté uno de los brazos, alzé la cabeza y parecié pensar unos instantes. —gCémo empezar mi cuento? —dijo—. Hay. veinte mil maneras de hacerlo; pero es indudable que tengo que escoger una. '¥ volvié a pefmanecer pensativo. Por fin, dirigiendo- se a mi, murmur6 con voz profunda: —Ya lo ve usted, mi amigo: soy un cuadro, un retra- to, una pintura. dome un oyente tan atento it aoe ae ¥ gozoso como cualquiera de los —Estoy un poco cansado —dij jjo el hombre del som- beer de Ra Mamtenerme tieso y de pie durante horas y me fatiga a veces. Por eso, aunque la mesa no sea ‘muy robusta, van ustedes a perdonarme... ¥ al decir esto, sonriente y ceremonioso, se sob6 las manos, respiré con fuerza, muy erguido, Y sonri6 como si hubiera dicho una picardia. Luego it + » ¥ después inclin6 como saludéndonos, En seguida tomé el sombrero oe PA pero ee grano. Todo lo que voy a decir es la de copa y comenz6 a sacar de él las mA: 0 n is extrafias cosas: el conejo, el péjaro de fuego, el canguro pequesito, un nak Pe, una perdiz, una cometa y un perrito de cara asustada verdad. Y ruego a mis oyentes que no me interrumpan. Carraspeé con mucha finura, volvi6é a sobarse las manos, y se decidié a no continuar sus indtiles preémbu-

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