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I. Introducción
La aclaración precedente puede resultar obvia, pero a poco que se analice la actividad
judicial en este ámbito, puede apreciarse que a la hora resolver pedidos cautelares los
jueces suelen enredarse en una trama aparente de contraposición entre interés general
-en su acepción lata- y ejercicio de derechos, centrando el análisis de la cuestión casi de
manera exclusiva en los requisitos establecidos legal o jurisprudencialmente para su
otorgamiento y perdiendo de vista –en algunos casos por completo- las consecuencias
jurídicas de la decisión.2
Los resultados de este abordaje son, a nuestro criterio, no solo equivocados por partir de
un presupuesto falso, sino además generadores de restricciones inútiles y
contraproducentes para el Estado de Derecho y para la defensa del particular frente a la
Administración. Por ello, pretendemos aquí recorrer un camino diferente, comenzando
desde un presupuesto específico, como es el de la armonización y debida satisfacción de
intereses. De allí que, como decíamos, la aproximación a la protección cautelar frente a
la actividad administrativa deba ser global, evitando recalar en falsos paradigmas
vinculados con la sobreprotección del accionar estatal en nombre del interés público.
1
NIETO GARCÍA, ALEJANDRO, Critica a la Razón Jurídica, Trotta, Madrid, 2007, p. 41.
2
Sostiene INÉS D´ ARGENIO: “Señores Jueces: Sin cliches, ejerzan vuestra función de juzgar conociendo y
decidiendo en el caso”. (D´ ARGENIO INÉS, “Sin cliches dijo la corte”, LL, Suplemento de derecho
administrativo, Febrero de 2009).
estatal. La interrelación adecuada de estos conceptos nos brindará un enfoque concreto
de cual debe ser el alcance de la protección cautelar frente al Estado y de cuales deben
ser los criterios para decidir su otorgamiento.
Resulta clásico y consolidado el criterio que postula como finalidad propia de la tutela
cautelar la de evitar la frustración del derecho por el paso del tiempo que
necesariamente demanda el litigio.
No es dudoso, entonces, que las medidas cautelares constituyen una parte indispensable
del derecho a la tutela judicial efectiva. Ellas tienden a garantizar la plena eficacia de las
decisiones jurisdiccionales sobre el fondo de los asuntos, de forma tal de lograr que la
protección dispensada sea cierta y no meramente nominal. Concretamente, la adopción
de medidas cautelares constituye un medio instrumental (propio del debido proceso
legal) de hacer que esa decisión de fondo pueda pronunciarse en condiciones de ser
efectiva.
En este sentido, sostiene PEYRANO que las ventajas derivadas de una adecuada aplicación
de las medidas cautelares puede fácilmente verificarse en extremos tales como el acceso
a la “jurisdicción oportuna”, la instrumentación la garantía de la “tutela judicial en
tiempo útil”, la implementación de un remedio mediante el cual los jueces podrán
efectivizar la denominada “función preventiva” de la jurisdicción, la dinamización del
Poder Judicial, el afianzamiento del principio de economía procesal, la efectivización de
la garantía del plazo razonable, la operatividad de la protección de los derechos ya
reconocidos en el derecho de fondo, entre otros propósitos sustanciales de cualquier
ordenamiento procesal.9
Dentro de la trama de relaciones que venimos delineando, la labor del juez a la hora de
materializar el control de la actividad administrativa aparece como fundamental, en la
medida en que, por aplicación de la prerrogativa de autotutela, el administrado -salvo
supuestos excepcionales como el amparo u otras acciones “heroicas”- se ve obligado a
recorrer una parte sustancial de la controversia ante la propia autoridad emisora de la
decisión que lo afecta e incluso a solicitar ante aquella la protección provisional. De
más está decir que la Administración es absolutamente remisa a otorgarla, siendo
excepcionalísimos los casos en los que se obtiene la suspensión de la ejecución de un
acto en esa sede.
De hecho, cada vez que por razones formales o por una maximización de las
presunciones o prerrogativas del Estado se rechaza una cautelar sin detenerse en el
análisis de la vigencia de derechos y garantías en juego, el primer damnificado es el
propio ordenamiento, que se ve postergado por construcciones formalistas y
dogmáticas. En esa orientación, y habida cuenta de los innumerables valladares que
debe superar el ciudadano, es dable esperar que a la hora de acceder finalmente al
control judicial obtenga una respuesta un tanto más elaborada que la mera invocación de
las presunciones de legitimidad y ejecutividad.
viene a operar, en estos casos, como una suerte de presunción de ilegitimidad en contra de la
Administración.” (COMADIRA, JULIO R., Derecho Administrativo, Lexis Nexis, Buenos Aires, 2003, p. 459).
11
Ver en este sentido el Considerando 2º del precedente Salas, Dino (CSJN, S. 1144. XLIV; ORI;
26/03/2009). Allí se enuncia una interesante postura respecto del análisis de costos y beneficios que debe
realizar la autoridad administrativa en determinados asuntos y como ello incide en la mirada de los jueces
al tiempo de ejercer el control.
12
BALBÍN, CARLOS F. Curso de Derecho Administrativo, t. I, La Ley, Buenos Aires, 2008, p. 96.
III. Legalidad, ejecutoriedad y dogma revisor. Consecuencias en materia de tutela
cautelar: ¿Deben tratarse las medidas cautelares “positivas” con criterio
restrictivo?
Es de hacer notar que en la práctica concreta, esta tarea aparece muchas veces como
propia de Sísifo,13 dado que existe una marcada tendencia jurisprudencial que, so
pretexto de eficiencia en el accionar estatal, rechaza sistemáticamente los pedidos
cautelares encaminados a paralizar la eficacia de actos administrativos.
13
Dentro de la mitología griega, Sísifo hizo enojar a los dioses por su extraordinaria astucia. Como
castigo, fue condenado empujar perpetuamente una roca gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para
que volviese a caer rodando hasta el valle, y así indefinidamente.
14
GARCÍA DE ENTERRÍA, EDUARDO, La Batalla por las medidas cautelares, Civitas, 2º edición, Madrid, p.
176. Al rebatir los argumentos de la “lentitud de los tribunales” y la “parálisis de la Administración” para
justificar el privilegio posicional de la autotutela y el consecuente efecto no suspensivo de los recursos y
acciones contra actos administrativos, Santamaría Pastor ha explicado con lucidez que “en el
ámbito de lo público los fenómenos son, a la vez, causa y efecto de otros: quizá la no suspensión hubo
de establecerse en su día por la lentitud del aparato judicial; pero es que, una vez establecido, su
existencia se convierte en el más formidable estímulo para que tal lentitud permanezca a toda costa.
Dicho más simplemente: el privilegio de la no suspensión crea en la Administración que lo posee un
interés decisivo en la continuación de la lentitud y anquilosamiento del aparato judicial” (SANTAMARÍA
PASTOR, JUAN A. “Tutela judicial efectiva y no suspensión en vía de recurso”, Revista de Administración
Pública, Nº 100-102, Enero-diciembre 1983, p. 1614).
Frente a esa realidad, resulta fundamental rescatar la dimensión tangible de la tutela
efectiva de los derechos como principio orientador en esta materia y –desde ese prisma-
aportar a la revisión de algunos conceptos que conspiran contra ella, tomando como
muestra en esta oportunidad el supuesto carácter restrictivo que se adjudica a las
medidas cautelares positivas.
Estas exigencias adicionales están dadas y han sido construidas en base a diferentes
factores, entre los que sin lugar a dudas se destacan las presunciones de legalidad y
ejecutoriedad15 y el cuestionable carácter revisor que la mayoría de los jueces confiere a
los procesos jurisdiccionales contra la actividad estatal.
Si bien no nos detendremos aquí a analizar el alcance legal que debe atribuirse a las
presunciones mencionadas, ni la constitucionalidad del invocado –aunque no regulado-
enfoque revisor del proceso jurisdiccional contra actos estatales, sí queremos resaltar la
nociva incidencia (al menos en relación a la protección de los derechos) que estos
elementos o su interpretación jurisdiccional, tienen en materia cautelar.
Por una parte, las presunciones arriba mencionadas16 son frecuentemente utilizadas
como limitantes a la obtención de protección cautelar, argumentándose en relación a la
de legalidad que su existencia obliga al ciudadano a una mayor demostración de los
vicios o deficiencias del acto cuestionado, e invocándose el riesgo de “paralización de la
actividad estatal” para defender su ejecutoriedad.
De esa manera, una de las consecuencias capitales que las construcciones tradicionales
–erigidas sobre el dogma revisor y los caracteres del acto administrativo- traen
aparejadas, reside en la premisa -pacíficamente admitida- del “carácter restrictivo” con
que deben despacharse las medidas cautelares de contenido positivo, esto es, aquellas
15
Como explica GORDILLO AGUSTÍN, Tratado de Derecho Administrativo, T. 2, La defensa del usuario y el
administrado, Buenos aires, FDA, 2003, 6º ed., cap. XIII, p. XIII-31, Ahora bien, cuando la
jurisprudencia se remite –para la suspensión judicial- al criterio de la suspensión en sede administrativa,
se olvida de su imparcialidad y su deber de guardar la igualdad entre las partes, de asegurar el posible
resultado favorable de la sentencia y no tornarla ilusoria; de evitar a la sociedad el daño de una ulterior
condena en daños y perjuicios que su oportuna intervención hubiera evitado.
16
No en vano García de Enterría y Fernández las califican como “el mas formidable privilegio posicional
de la administración en sus relaciones con los administrados” (GARCÍA DE ENTERRÍA, EDUARDO – FERNÁNDEZ,
TOMÁS RAMÓN, Curso de Derecho Administrativo, t. I, La Ley, Buenos Aires, 2006, p. 491)
que han nacido para evitar el desamparo de las personas ante omisiones estatales o
actos denegatorios.
Esa insuficiencia del abordaje inicial propio del “proceso al acto” dio lugar a la gradual
aparición en doctrina y jurisprudencia del instituto de la medida cautelar positiva, donde
el contenido de la pretensión no consiste ya en la paralización de efectos, en la mera
abstención del sujeto pasivo en dar ejecución a un acto que implica un avance sobre el
requirente, sino en la imposición judicial de obligaciones de hacer o de dar en cabeza de
la Administración. Fruto de esta construcción ha sido el deslinde entre la suspensión de
los efectos del acto administrativo –típico remedio del contencioso- y las medidas
positivas.
Sin embargo, el indiscutido axioma que parece guiar el abordaje jurisprudencial de esa
valiosa herramienta frente a las omisiones o reticencias estatales es el de su supuesto
carácter restrictivo. Esto implica que cuando el particular procura obtener tutela
judicial efectiva contra una de las facetas más extensas y “fecundas” de la
potencialidad lesiva del Estado, como es su inactividad -formal o material- o sus
decisiones denegatorias de peticiones, su chance de obtener una respuesta útil
disminuye sensiblemente en comparación con la posición que ostenta cuando lo que
pretende contrarrestar –al menos provisoriamente- es un acto administrativo “strictu
sensu”.
IV. Conclusiones
2º) En esa tónica, el supuesto carácter restrictivo de las medidas cautelares positivas
debe ser objeto de una profunda revisión, en especial porque en la actualidad ese tipo de
medidas se presentan como un instrumento central para amparar a la persona frente a
falencias características de la época, como son las omisiones y negativas estatales. En el
actual escenario, el juez debe centrar su análisis primero en la entidad y compromiso del
derecho actual y/o potencialmente lesionado y sólo a renglón seguido indagar en torno
de las competencias estatales que derivaron en su restricción concreta. Cumplido ese
examen, si concluye estar en presencia de un obrar estatal que lesiona o puede lesionar
un derecho fundamental, debe activar en forma inmediata su tutela, dotando a la medida
del contenido necesario para que cumpla su finalidad de evitar la frustración de aquel.
Frente a ese objetivo de efectividad, la distinción entre abstenciones o mandatos de
hacer o de dar como condicionante para la resolución judicial pierde gran parte de su
gravitación, pues -como dijimos- la jerarquía de la tutela efectiva relativiza la relevancia
de una diferencia sustancial entre suspensiones y medidas positivas, y nos lleva a
postular que no cabe agravar los requisitos de viabilidad de éstas últimas.