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Dice Edith Wharton en su cuento La plenitud a de la vida: Pero a veces pienso que la

naturaleza de la mujer es como una casa con muchas habitaciones: est el recibidor de
entrada por el que pasa todo el mundo para salir o entrar, el saln en el que una recibe a las
visitas formales, la sala de estar donde los miembros de la familia vienen y van a su
antojo... Pero ms apartadas, mucho ms apartadas, hay otras habitaciones cuyos picaportes
nunca se hicieron girar para abrir sus puertas. Nadie conoce el camino para acceder a ellas,
nadie sabe a dnde conducen. Y en la habitacin ms recndita de todas, en el santuario de
santuarios, el alma se sienta sola, aguardando el sonido de unos pasos que nunca llegan.
No creo que estas palabras sean vlidas slo para las mujeres. Tambin aplican para los
hombres. O, al menos, as es como yo he llegado a imaginar mi interior: como un conjunto
de habitaciones con diferentes propsitos. De hecho, por un tiempo, me vea como un hotel.
Una construccin hecha de alcobas en donde nadie se quedaba por siempre. Y no se deba a
que no quisiera establecer una relacin duradera, sino, ms bien, porque el tiempo se
encarga de disolverlo todo. Incluso las relaciones entre las personas. Todos lo sabemos.
Todos lo ignoramos voluntariamente. Las personas se van o meren. Nuestra memoria es
dbil. Los objetos del pasado se desgastan o se pierden. La vejez corroe el pasado. Al final
nos quedamos con voces, con fantasmas. Un hotel lleno de fantasmas. Recorra ese hotel
tratando de atrapar esos fantasmas.

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