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Inhumanamente hablando:

Discurso judicial sobre femicidio y epitafios pendientes


María Ignacia

La reflexión que sigue se enmarca en el trabajo de tesis de grado que estoy empezando a
finalizar, lo que imprime en ella dos distintivos dignos de mencionar. De partida, se trata de un
concepto al cual me he habituado -rayando el hastío-, pero hasta ahora poco conversado en este
espacio; el femicidio, entendido como el asesinato de una mujer por el sólo hecho de serlo. Esta
definición, un producto de la sociología feminista, me parece insuficiente como explicación, pero
suficientemente interesante como punto de partida. ¿Cómo entendemos el hecho de ser mujer y qué lo
vincula al asesinato, o a una forma específica de asesinato? Como un segundo distintivo, se trata de una
necesidad, por parte de quien escribe, de dar un curso relativamente libre -y decididamente abierto- a
elucubraciones que en el marco de mi trabajo de tesis podrían no encontrar lugar. Es, en otras palabras,
tanto un ejercicio de escritura como de desahogo.
En el entendido de que la categoría de lo femenino, y la correspondencia entre las mujeres y La
Mujer se presenta, en forma ya usual, como una controversia, tanto dentro del feminismo como en el
círculo de estudios del también cuestionado “género”, he considerado relevante llamar la atención
sobre un olvido recurrente, en ambos campos: un sujeto femenino que se nutre de ambos lados de la
moneda, Mujer y mujeres. Valga entonces como ejercicio restringido, y entiéndase como tal, este
intento de aprovechar este espacio y momento, para evidenciar obviedades que pueden resultar útiles a
la discusión sobre la dimensión corporal de la construcción de sujeto, un sujeto siempre situado y, en
este caso, un sujeto femenino.
El hecho de ser mujer lo entenderemos en forma relacional, como una construcción social pero
no por ello modificable a voluntad. En el entramado de investigaciones y debates que en distintos
espacios cuestionan, con razón, la naturalidad y obligatoriedad biológica de correspondencia entre
mujeres y cuerpos de mujeres, no son pocas las voces que llaman la atención sobre la precipitación que
significa llegar a olvidar el cuerpo, en su asociación también arbitraria con lo netamente biológico. El
cuerpo es el contenido del olvido que mencionábamos. Olvidamos el cuerpo cuando no tomamos en
cuenta que la violencia simbólica no es un conjunto de disposiciones consientes de la voluntad de unos
(activos) por sobre la voluntad de otros y otras (pasivos/as), si no una inscripción en las prácticas, que
implica siempre intercambio y cuerpos. Olvidamos el cuerpo cuando pensamos o actuamos en base al
convencimiento de que la sola decisión de cambiar la cultura, cambia, efectivamente, la cultura, y es
más, que la sola decisión de disponer del cuerpo como algo que nos es “propio” hace del cuerpo algo
efectivamente propio, posible de transformar a voluntad. No está, sin embargo, impedido de
transformaciones y subversiones.
El hecho de ser mujer sería, hasta aquí, la situación aparentemente contradictoria de ser mujer y
estar llegando a serlo, a través de las prácticas que definen el sujeto femenino, en un proceso no
clausurado o no clausurable. Muchas de estas prácticas están incluidas en la socialización primaria y
secundaria de las niñas y los niños, otras se prolongan en la vida de las mujeres, y, presumo, en sus
muertes. El dolor corporal es, a primera vista, privativo de la condición viviente del sujeto. Siendo mi
preocupación principal como memorista ayudar a caracterizar desde un aspecto particular -el femicidio-
el sujeto femenino al cual hago referencia, me parece que la dimensión corporal es absolutamente
gravitante, y que al estudiar el femicidio es necesario considerar que se trata de cuerpos en sufrimiento.
Ahora bien, ¿marca la muerte un antes y un después que distinga entre hacer sufrir un cuerpo y hacerle
daño a un cuerpo -un cuerpo muerto-?
¿Podría el femicidio ser considerado una técnica de docilización que es parte de un continuo, y
en el cual la muerte no representa, necesariamente, un punto final?
Así, en la investigación inconclusa que llevo a cuestas sobre algunos discursos sobre femicidio
en Chile -específicamente el enfrentamiento entre partes convocado por una serie de casos de femicidio
entre el año 2007 y 2009- me ha parecido importante consignarlo como un evento más en la producción
tanto material como semiótica de las mujeres. Traigo a este desvarío algunas impresiones que me ha
causado el análisis de estos discursos, en los que el común denominador es la agresión desmedida del
cuerpo, en el caso que sigue, mediante una cantidad de puñaladas que podríamos calificar fríamente
como, a lo menos, innecesaria.
Habiendo recibido la víctima nueve puñaladas, en el caso que sigue, el Ministerio Público
invoca dos calificantes: premeditación y ensañamiento. Por premeditación entiende una planificación
del delito, un generar las condiciones para, que permiten concluir que fue una situación pensada, en
forma “fría” y por lo tanto, no justificable a partir de lo pasional. Se entiende por ensañamiento, un
ánimo de hacer sufrir a la víctima, como señala el abogado del Ministerio Público: “(…) hubo
claramente un ensañamiento tratando de hacer sufrir, en vida, mientras le daba las puñaladas a la
víctima.” (MP) “(…) como señalé momentos atrás, cuando doña Ana está agonizante, le da una
puñalada final, demostrativa de este afán no solo de matarla sino también de hacerla sufrir.” (MP).

La Defensoría Pública, por supuesto, difiere:

“En cuanto al ensañamiento, nueve heridas, su señoría, en absoluto determinan


ensañamiento, esto es aumentar deliberada e inhumanamente el dolor (…) el
ensañamiento tiene otras características, por ejemplo arrastrar a la víctima tirándola de
un vehículo o de un caballo antes de darle muerte, rociarle ácido por el cuerpo de a
poco, hasta que efectivamente quede agónica, y darle el golpe final” (DPP)”

Mientras el logro de la figura de ensañamiento depende de una prueba, sustentada ya en la


lógica, ya en la evidencia, de que la víctima sufrió en vida antes de morir, después de morir la víctima
desaparece, el cuerpo no es evidencia de nada importante, el dolor deja de doler. El exceso de
puñaladas parece estar entonces a medio camino entre una muerte “limpia”, un homicidio a secas, y
una mutilación explícita, insana, calificada. Mientras eso no se sanje, el epitafio sigue pendiente. De
este modo el fallo concluye:

“DECIMO PRIMERO: Que, estos sentenciadores desestimaron la alegación de


ensañamiento que invocó el Ministerio Público y que se encuentra establecida en la cuarta
circunstancia con que se puede ejecutar este delito, porque en su concepto las numerosas
heridas que el hechor causó a la víctima no son demostrativas, necesariamente, de la
intención de aumentar deliberada e inhumanamente el dolor de la ofendida.”(Fallo, RIT
180, t.8)

Plegándose de esta forma a las definiciones que hiciera la DPP, el Juez respalda la separación entre el
dolor de un cuerpo vivo y el daño a un cuerpo muerto. La distinción entre causar dolor y causar daño
no es por lo tanto baladí y sugiere una reflexión sobre el cuerpo que ayude a entender esta frontera. Si
nueve puñaladas son un signo de persistencia únicamente en dar muerte, ¿pueden serlo veinte
puñaladas? ¿pueden justificarse treinta y ocho, o setenta? Todas esas cifras son de casos reales,
ocurridos en chile y argentina entre los años 2008 y 2009, cuyos procesos judiciales no conoceremos. A
grandes rasgos, vemos como un cuerpo inerte tiene un peso menor ante la posibilidad punitiva del
aparato jurídico y sin embargo, puede resultar de un peso significativamente mayor para quienes se
enfrentan a estos discursos desde la empatía con la “ofendida”. Ya resulta impactante la aceptación
hacia la frase “él la esta atacando con el propósito de darle muerte, no con el propósito de hacerla sufrir
(DPP)” y si en el marco del discurso judicial tiene sentido, vale la pena preguntarse por esta separación
tan radical dentro de dichos marcos. Pero si además, hacer sufrir limita con la vida, el saldo es un
cuerpo inerte que no importa ¿Los límites entre la vida y la muerte de un cuerpo son límites igualmente
a la valorización del mismo en tanto unidad simbólica? ¿Hasta dónde nos interesa, a nosotros y
nosotras un cuerpo?

Si los signos vitales hacen la diferencia, llegamos hasta aquí. Si es el alma, y esta demora
efectivamente veinticuatro minutos en abandonar un cuerpo, nos quedan veinticuatro minutos para
considerar este cuerpo como constitutivo de un sujeto. Veintitrés minutos, y contando...

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