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Cuando llegu, aterrado por lo que me dijiste, le sacamos el polvo al muerto y nos
sentamos en lo alto de la colina. Pasamos as durante horas. Durante un momento una
gran tormenta de viento arrastro todo el follaje del bosque obscureci el gran ter.
Aguantamos con los ojos cerrados hasta aquel azote enviado por los dioses, cuando la
calma volvi vimos a una joven que se lamentaba con una voz tan aguda. De ese mismo
modo el cadver desnudo, estallo en gemidos y comenz a proferir maldiciones contra los
autores de esa ceremonia. Con una jarra de bronce derramo sobre el difunto tres
liberaciones, nos lanzamos sobre ella, sin que ella diese muestra de temor, interrogada
por lo que haba hecho, no neg nada. Esa confesin para m fue agradable y penosa
porque al quedar libre de la maldicin es dulce pero es doloroso arrastrar a sus amigos.
Pero, en fin estos sentimientos cuentan para mi menos que mi propia salvacin (pausa)