Don Dmaso se haba casado a los veinticuatro aos con doa
Engracia Nez, ms bien por especulacin que por amor.
Doa Engracia, en ese tiempo, careca de belleza, pero posea una herencia de treinta mil pesos, que inflam la pasin del jo ven Encina hasta el punto de hacerle solicitar su mano. Don Dmaso era dependiente de una casa de comercio en Valparaso y no tenia ms bienes de fortuna que su escaso sueldo. Al da siguiente de su matrimonio podia girar con treinta mil pesos. Su ambicin desde ese momento no tuvo lmites. Enviado por asuntos de la casa en que serva, don Dmaso lleg a Copiap un mes despus de casarse. Su buena suerte quiso que, al cobrar un documento de muy poco valor que su patrn le haba endo sado, Encina se encontrase con un hombre de bien que le dijo lo siguiente: Usted puede ejecutarme: no tengo con qu pagar. Mas si en lugar de cobrarme quiere usted arriesgar algunos medios, le firmar a usted un documento por valor doble que el de esa letra y ceder a usted la mitad de una mina que poseo y que estoy seguro har un gran alcance en un mes de trabajo. Don Dmaso era hombre de reposo y se volvi a su casa sin haber dado ninguna respuesta en pro ni en contra. Consultse con varias personas, y todas ellas le dijeron que don Jos Rivas. su deudor, era un loco que habia perdido toda su fortuna per siguiendo una veta imaginaria. Encina pes los informes y las palabras de Rivas, cuya buena fe haba dejado en su nimo una impresin favorable. Veremos la mina le dijo al da siguiente. Pusironse en marcha y llegaron al lugar adonde se dirigan conversando de minas. Don Dmaso Encina vea flotar ante sus ojos, durante aquella conversacin, las vetas, los mantos, los farellones, los panizos, como otros tantos depsitos de inagota ble riqueza, sin comprender la diferencia que existe en el sig nieado de aquellas voces. Don Jos Rivas tena toda la elo cuencia del minero a quien acompaa la fe despus de haber perdido su caudal, y a su voz vea Encina brillar la plata hasta en las piedras del camino. Mas, a pesar de esta preocupacin, tuvo don Dmaso sufi ciente tiempo de arreglar en su imaginacin la propuesta que deba hacer a Rivas en caso de que la mina le agradase. Des pus de examinarla, y dejndose llevar de su inspiracin, En cina comenz su ataque: Yo no entiendo nada de esto dijo; pero no me desagra dan las minas en general. Cdame usted doce barras y obtengo de mi patrn nuevos plazos para su deuda y quita de algunos