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PAG12a.

Daniel Guerin
1904 – 1988
Teórico e historiador anarquista que pujó por una modernización del
anarquismo.

FRAGMENTOS
…La derrota de la Revolución Española privó al anarquismo del único
bastión que tenía en el mundo. De aquella dura prueba salió aniquilado y
disperso y, en cierta medida, desacreditado.
Por otra parte, el juicio de la historia ha sido severo y, en algunos aspectos,
injusto. La experiencia de las colectividades –rurales e industriales –, que
se llevó a efecto en medio de las circunstancias más trágicamente
desfavorables, dejo un saldo muy positivo. Pero se desconocieron los
méritos de aquel experimento, que fue subestimado y calumniado. Durante
varios años, por fin libre de la indeseable competencia libertaria, el
socialismo autoritario quedó, en algunas partes del globo, dueño absoluto
del terreno. Por un momento, la victoria militar de la URSS sobre el
hitlerismo, en 1945, más los incontestables y hasta grandiosos logros
realizados en el campo técnico, parecieron dar la razón al socialismo de
Estado.
Pero los mismos excesos de este régimen no tardaron en engendrar su
propia negación. Hicieron ver que sería conveniente moderar la paralizante
centralización estatal, dar mayor autonomía a las unidades de producción y
permitir que los obreros participaran en la dirección de las empresas,
medida que los estimularía a trabajar más y mejor. Uno de los países
vasallos de Stalin llegó a formar lo que podríamos llamar “anticuerpos”,
para usar un término médico.
…Gracias a experiencias, las ideas libertarias han podido emerger
últimamente del cono de sombra en que las relegaron sus detractores. El
hombre contemporáneo, que ha servido de cobayo del comunismo estatal
en gran parte del globo y, medio aturdido aún, está ya saliendo de este
“infierno”, vuelve repentinamente los ojos, con viva curiosidad y casi
siempre para su beneficio, hacia las nuevas formas de sociedad regida por
autogestión que propusieron en el siglo pasado los pioneros de la anarquía.
Es cierto que no acepta estos esquemas en su totalidad, pero de ellos extrae
enseñanzas e ideas inspiradoras para tratar de llevar a buen término la
misión que toca a esta segunda mitad del siglo: romper, en el plano
económico y político, las cadenas de lo que, de modo demasiado
indefinido, se ha denominado “estalinismo”, sin por ello renunciar a los
principios fundamentales del socialismo, antes bien, descubriendo –o
reencontrando - las fórmulas del ansiado socialismo auténtico, es decir, de
un socialismo conjugado con la libertad.
En medio de la Revolución de 1848, Proudhon previó sabiamente que sería
demasiado pedir a sus artesanos que se encaminaran de buenas a primeras
hacia la “anarquía” y, por no ser factible tal programa máximo, esbozó un
programa libertario mínimo: debilitamiento progresivo del poder del
Estado, desarrollo paralelo de los poderes populares desde abajo, que él
llamaba “clubes” y el hombre del siglo xx denominaría consejos.
Al parecer, el propósito más o menos consciente de buena cantidad de
socialistas contemporáneos es precisamente encontrar un programa de este
género.
El anarquismo tiene, pues, una oportunidad de renovarse, pero no logrará
rehabilitarse plenamente si primero no es capaz de desmentir con la
doctrina y la acción las falaces interpretaciones que durante demasiado
tiempo se han hecho de él. Impaciente por eliminar de España al
anarquismo, Joaquín Maurín sugirió hacia 1924 que esta idea sólo podría
subsistir en algunos “países atrasados”, entre las masas populares que se
“aferran” a ella porque carecen totalmente “de educación socialista” y están
“libradas a sus impulsos naturales”. Y concluyó: “Un anarquista que llega a
ver claro, que se instruye y aprende, cesa automáticamente de serlo”.
Confundiendo “anarquía” con desorganización, el historiador francés del
anarquismo Jean Maitron imaginó, años atrás, que la idea había muerto
junto con el siglo XIX, por cuanto la nuestra es una época “de planes, de
organización y de disciplina”.
Más recientemente, el británico George Woodcook acusó a los anarquistas
de ser idealistas que van contra la corriente histórica predominante y se
nutren de las visiones de un futuro idílico, a la par que siguen atados a los
rasgos más atrayentes de un pasado ya casi muerto. James Joll, otro
especialista inglés en materia de anarquismo, se empeña en afirmar que los
anarquistas están fuera de época porque sus conceptos se oponen
decididamente al desarrollo de la gran industria, la producción y el
consumo en masa, y porque sus ideas se basan en la visión romántica y
retrógrada de una sociedad idealizada, ya perteneciente al pasado,
compuesta de artesanos y campesinos.
En suma, porque dichas ideas se fundan en el rechazo total de la realidad
del siglo XX y de la organización económica.
A lo largo de las páginas precedentes hemos tratado de demostrar que esta
imagen del anarquismo es falsa. El anarquismo constructivo, aquel que
tuvo su expresión más acabada en la pluma de Bakunin, se funda en la
organización, la autodisciplina, la integración y una centralización no
coercitiva sino federalista. Se apoya en la gran industria moderna, en la
técnica moderna, en el proletariado moderno, en un internacionalismo de
alcances mundiales. Por estas razones es actual y pertenece al siglo XX.
Tal vez quepa afirmar que es más bien el comunismo de Estado, y no el
anarquismo, el que ya no responde a las necesidades del mundo
contemporáneo.
A regañadientes, Joaquín Maurín admitió, en 1924, que en la historia del
anarquismo los “síntomas de debilitamiento” eran “seguidos de un
impetuoso renacimiento”. Acaso el marxista español sólo haya sido buen
profeta por esta última afirmación.
El porvenir lo dirá.

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