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Divagaciones: ¿Es posible pensar la dominicanidad desde un

horizonte utópico?

En síntesis, las prácticas designan un tiempo cerrado, circular, donde


no tiene cabida real el pensamiento utópico, por lo que la
intelectualidad dominicana no tiene proyectos. Volvamos a la
metáfora de Edipo ciego recorriendo las calles, lo único cierto parece
ser su destino y que la Historia, para los dominicanos, nunca podrá
cerrar sus puertas.

Miguel Ángel Fornerín


fornerin.blogspot.com

I
Como sabrá el lector, si ha seguido mis
reflexiones, considero sumamente
restringido el binarismo pesimismo /
optimismo que ha asomado en ellas.
La realidad dominicana no se deja
aprehender desde estas polaridades, es
mucho más compleja y fluida. Para

[1]
tratar de retomar esos extremos me interrogo sobre el pensamiento
utópico, que me parece más cercano a la tradición cristiana y a
occidente como cultura narrativa.
II
Pero antes, retomamos la afirmación de que el esfuerzo de pensar lo
dominicano es una enfermedad minoritaria que ha llevado a una
buena parte de nuestros intelectuales a formular una dominicanidad
trágica, que plantea un dificultad para el pensamiento y para la
acción. Tomo la idea de imposición cultural a través de la educación
en la que el sector liberal intentó cambiar el rumbo del país y fue
vencido por el caudillo modernizante de Rafael Leónidas Trujillo en
1930. Retomo, también, la idea de imposibilidad del pensamiento en
la medida en que esa minoría
enferma por su propia
conciencia no tiene un
espacio académico ni de
ninguna otra índole para
reproducir su vida material,
si no es amarrada al carro de
un Estado concupiscente de
la cosa pública.
III
Tengamos en cuenta los distintos medios de coaptación que los
ministros del Príncipe despliegan creando una práctica de servilismo
ideológico; esa práctica en tiempo de Trujillo, para no ir muy lejos, la
ejercían personeros como el poeta modernista quien propuso a
Américo Lugo el contrato para escribir la historia dominicana hasta
los días del Dictador, (en el momento en que estaba a punto de
perder su casa) o el ministro de cultura, el licenciado José Rafael
Lantigua, en nuestros días. Los escenarios de ese envilecimiento de
las ideas pueden ser muy diversos, Trujillo daba a los intelectuales
una diputación, como parece le ofrecería a Juan Bosch antes de su
[2]
salida del país; diputados fueron muchos,
entre ellos Marrero Aristy; o embajadores
como Balaguer y Héctor Incháustegui
Cabral, José María Sanz Lajara y muchos
más sirvieron en el mundo diplomático.
Otros, trabajaban en el Partido Dominicano
como amanuenses de la razón del Estado,
por ejemplo, Tomás Hernández Franco,
autor de libelos contra Juan Isidro Jimenes
Grullón y Juan Bosch.
IV
Esos escenarios los evoco, para recapitular
anteriores reflexiones y para empinarme en
un collado que me permita contestar la pregunta que nos convoca…
En la cultura occidental hay muchas utopías como la Utopía de
Tomás Moro y otros muchos libros que exponen un horizonte de
espera. Podría evocar Política de Aristóteles y La República de
Platón texto que exponen una utopía democrática, a los que
agregamos El contrato social de Rousseau. Pero no es mi interés
realizar un artículo erudito.
V
Y para no tener que llegar a realizar un apretado panorama de
aquellos libros que sobresalen en la narrativa utópica hasta llegar al
Manifiesto del Partido Comunista, quisiera sintetizar un elemento
fundamental de todas: la literatura utópica está basada en un tiempo
abierto que en nuestra cultura fue apertura hacia el futuro que
introduce el cristianismo. Abierto, pienso yo, en dos dimensiones, la
de la esperanza de la vida más allá de la muerte, en la resurrección y
en la práctica con el libre albedrío; contra el destino inscrito en las
estrellas, de lo cual da cuenta Segismundo en el conocido drama de
Calderón. La importancia de ese tiempo abierto que recreó
cristianamente el utópico Agustín de Hipona (Ciudad de Dios) y que
Milton en El paraíso perdido, plantea así a través de ángel Miguel, a
[3]
Adán antes del Diluvio: “así marchará el
mundo, duro para los buenos, dulce para
los malos, gimiendo bajo el peso de su
propia iniquidad, hasta que luzca el día de
la reparación del justo y del castigo del
malo, con la vuelta de aquél que no ha
mucho te ha sido prometido...” (El paraíso
perdido, canto XII).
VI
El tiempo cristiano es un tiempo abierto
hacia el porvenir, por su misma
naturaleza es un tiempo esperanzador. Es cierto que está basado un
en sentido escatológico la vida después de la muerte, inclinación que
también tuvieron los egipcios y de la que nos da cuenta El libro de
los muertos, de autor anónimo, quien en la rúbrica del capítulo
primero dice: “En el día de la Sepultura. He aquí la palabra que
debemos pronunciar en el momento en que el Alma, separada del
Cuerpo, entra en el mundo del Más Allá.” Porque la vida y la muerte
son dos estados fundamentales, el pensamiento filosófico y las
religiones se han ocupado por igual y esmeradamente de ellos.
El pensar utópico es pensar la vida antes de la muerte. Unos la
han pensado con Dios y otros sin Dios. Pero, para mi propósito, y en
honor a la síntesis y la claridad, lo fundamental es que nuestra
tradición ha pensado esperanzadoramente la vida.
VII
No así en el mundo griego donde el
tiempo parecía clausurado por el
hado; estableciendo una
circularidad, cuyo ejemplo llevó a
Nietzsche a postular su teoría del
eterno retorno al estudiar la
tragedia griega en El origen de la
tragedia. He dicho anteriormente
[4]
que el tiempo dominicano parece un tiempo clausurado, que de
alguna manera nos pone a hablar con la Pitonisa, a leer en los muros
del templo el cuídate a ti mismo y a olvidar a Sócrates en su decir
órfico: conócete a ti mismo, sabiendo que eres un hombre y no Dios.
Entonces, uno no está tan seguro de ¿cuál Virgilio nos sacará del
infierno o si miramos hacia atrás en busca del sentido histórico y nos
convertimos en estatua de sal como la mujer de Lot o, acaso, se les
rompan las cuerdas de la lira a
Orfeo, como le ocurría con
frecuencia al Terror Luis Días,
y volvemos al Averno como
Eurídice?
VIII
Hablamos de los peligros del
pensar la dominicanidad
signada por una noción
repetitiva del tiempo como si
fuera un disco de vinilo
rayado. Los discursos sobre la
corrupción y la debilidad de
nuestras instituciones eran
cotidianos a mediados del
siglo XIX como a principio del
XX y del XXI. Ya nadie se
acuerda de las chichiguas de
Julio Sauri, pero los
administradores de energía eléctrica dejan al país a oscuras (pero
tenemos tren); los que hacen y reforman constituciones, parecen,
desde la que se firmó en San Cristóbal el siglo XIX, muy confiados en
que el estatuto legal cambiará al país.
Cuando hemos pensado la dominicanidad desde un horizonte
utópico, éste, sobre su propia naturaleza, deja de ser un horizonte
abierto, esperanzador. Que la dominicanidad es un tiempo cerrado,
[5]
repetitivo, las acciones y las prácticas sociales así lo comprueban.
¿Ahora bien, podríamos pensar en una razón para basar esta
afirmación peligrosa y a la vez de arena movediza? Digo esto porque
no será del agrado de los vendedores del cambio, del nuevo camino, e’
pa’lante que vamos, de los que van a pasos de vencedores; de los que, en
fin, truecan milagros modernos por voto el día
de la gran asamblea nacional. Movedizo es el
terreno porque pensar desde el pesimismo
parece que sólo conduce a aumentar la
enfermedad patológica y la esperanza resulta
una especie de bálsamo social que todos
aceptan sin miramientos, si de forma
individual podemos salvarnos.
IX
El tiempo dominicano es circular y no pasa de
un solo día. A esto debemos achacarle la falta
de previsión que veía José Ramón López en La
alimentación y las razas. El dominicano vive el
día a día. No tiene otra manera de ver su
propio tiempo. Podríamos buscar en la historia
una justificación, el día a día es un círculo
repetitivo, solar que marca unas prácticas
sociales, culturales y económicas frugales. ¿No
era eso que veían los europeos que nos
visitaron con ojos etnológicos? Nuestra tan
cacareada haraganería, es el resultado de una vida de subsistencia en
la que no hay idea de hacer un esfuerzo mayor, porque lo que se
[6]
necesita para vivir está dado con poco esfuerzo. Otra práctica social,
que la historia nos ayuda a desentrañar, como espacio temporal es el
mismo régimen de la esclavitud. ¿Cuál era el futuro de un esclavo?
¿Cómo pensaban los esclavos el futuro? ¿Será por por la ausencia de
futuro que en el Caribe no se cree en cataclismos ni en la idea del fin
del mundo, ni en los redentores utópicos?
X
Todos los discursos de un tiempo que vendrá, la gente común los
toma con mucha reticencia. Los ven como un invento de arriba. El
dominicano es un ser pragmático, y eso muy bien lo ejercitan los
políticos. No vota por el justo, ni el bueno, ni el mejor candidato; se
vota por la conveniencia, en el ejercicio de la pura individualidad, en
el sálvese quien pueda, de ahí que el dominicano no quiera salvarse con
otros. Se salva solo. Es la práctica de una noción del tiempo que se
llama ahora, un nunc que mañana será
ahora. Un tiempo presente que determina
las prácticas sociales y políticas. No somos
previsores porque no hemos estado
obligados, ni por la educación ni por el
clima, a prever lo que va a pasar.
XII
Esa es la realidad con la que choca el
pensamiento utópico. Ponga por ejemplo
el de Lugo o el de García Godoy. Las
prácticas políticas desbordaron el
positivismo arielista. Manuel Arturo Peña
Batlle, que coqueteó con la primera escuela
[7]
y en menor medida con la segunda, y de la cual usó algunos
elementos discursivos, no pudo, en su visión liberal de la sociedad
dominicana, alejarse del pragmatismo
que la política le ofreció como escenario.
Ni en la coyuntura de la pura y simple
desocupación del territorio (1924)
cuando era estudiante, ni en el escenario
anterior de interpretación constitucional
que favorecía el presidente Horacio
Vázquez. Luego la historia pondrá a un
monstruo, que Peña Batlle verá, según la
oralidad, como la encarnación del
salvaje.

Volvamos atrás, ni el pensamiento


liberal fundador, de Duarte, ni el liberal
azul que sale de la Restauración de la
República, ni el positivismo que se acunó
en las escuelas y forjó intelectuales y
maestros, ni el liberalismo retomado de
las dos experiencias históricas que el
primer Peña Batlle abrazó, encontraron
ecos en la sociedad dominicana. El
esfuerzo que culminó el siglo pasado con la práctica política de Juan
Bosch, deudor de esos intentos, y pensador utópico dentro de la
tradición occidental, fue vencido con la alianza Frente Patriótico que
ayudó a liquidar y alejar sus ideas de la posibilidad de una práctica
de Estado, haciendo una réplica de aquellos defectos que Bosch

[8]
terminantemente rechazó en 1973 y santificando la práctica cortesana
y de la vulgarización de la teoría maquiavélica.
XII
No ha habido un pensamiento y una acción social utópica que haya
sido creída por los dominicanos. El PRD encontró ecos en la
coyuntura del 1961 y sólo volvió al poder al perder su plataforma
fundadora, que pueden encontrar en La República Dominicana:
análisis de su pasado y su presente (1940) de Juan Isidro Jimenes
Grullón y en prólogo que escribió Juan Bosch (“Un pueblo en un
libro”). Pero veamos algunas de nuestras gestas y sus fisuras: La
Independencia y el papel de zapa de los afrancesados; la
Restauración y el papel anti-dominicano de muchos generales e
intelectuales como Manuel de Jesús Galván; la desocupación de
tropas americanas y el Plan Peynado: la oposición intelectual y los
arreglos de conveniencias (léase la carta de Peña Batlle a Monseñor
Nouel); la Guerra de abril, un acto heroico de la juventud de la
capital y el silencio de las provincias (léase La comunidad mulata de
Pedro Andrés Pérez Cabral). Muchos sabían que la Revolución de
Abril era un intento fallido. ¿El dominicano se huele la derrota y
quiere estar con el vencedor? Juan Bosch, hombre aclamado por sus
reformas liberales y su ejemplo ético, cuyos libros eran leídos
golosamente por la juventud, que los militares jóvenes apoyaron en
la calles en heroica lucha, que en su contra se había movilizado 45 mil
soldados estadounidenses, fue vencido por el voto de las masas, que
los positivistas llamaran masas ignaras, por la manipulación
oligárquica y el fraude electoral en 1966, y Balaguer quien, había
salido de país gracias al asilo diplomático quedó como el vencedor.

[9]
Por mucho tiempo, el
pragmatismo de
Balaguer llenó las
urnas.

XIII
En síntesis, las
prácticas designan un
tiempo cerrado,
circular, donde no
tiene cabida real el pensamiento utópico; será por eso, tal vez, que la
intelectualidad dominicana no tiene proyectos… Volvamos a la
metáfora de Edipo ciego recorriendo las calles, lo único cierto parece
ser su destino y que la Historia, para los dominicanos, nunca podrá
cerrar sus puertas.

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