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Finalmente; el embotamiento i
inte; el ¢ y la-embriaguez;
Ta nostalgia del éxtasis y el deseo de un panico
voluptuoso.
i Dificilmente habra alguna de esas actitudes
© alguno de esos impulsos, por lo demas con
frecuencia incompatibles entre si, que no se en-
cuentre tanto en el mundo marginal y abstracto
del juego como en el mundo no protegido de la
existencia social, en que los actos por lo general
tienen su pleno efecto. Pero en ellos no son de
igual necesidad, no desempefian el mismo papel
ni gozan del mismo crédito.
Ademés, es imposible mantener entre cllos el
equilibrio de la balanza. En gran parte, se ex-
cluyen el uno al otro. Alli donde se favorece a
algunos, se descalifica obligatoriamente a los
- Seguin lo seh! Hl, lesis
— ose escucha al furioso; se confia en el calculo o
oo la inspiretijtaeserestima Jawivlendia’ o-la di-
periencia, a la sabiduria o a cierto saber no
verificable (y. por tanto indiscutible) que su-
puestamente procede de los dioses. Asi, en cada
cultura se efecttia un reparto implicito, inexacto
e incompleto entre aquellos valores a los que se
reconoce una eficacia social y los demas va-
lores.
Estos alcanzan entonces su plenitud en los te-
rrenos secundarios que les son abandonados y
en que el juego ocupa un lugar importante. Asi,
cabe preguntarse si la diversidad de las cultu-
ras, los rasgos particulares que dan a cada cual
su fisionomia particular, no tienen relacién con
cix-ak-mérito o ala -ex- -
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: To, es claro que, en Ia Grecia clasica, los juegos
=. SH eetadio..cjem jlifican_¢l ideal de la ciudad _y
oe Trarle: or pio aralganos ==
-4Ja-naturaleza de algunos. de. los. juegos. que se.
ven prosperar en ellas y que no gozan en otras ~
partes de la misma popularidad.
Es evidente que pretender definir una cultura
‘inicamente a partir de sus juegos serfa una ope-
racion temeraria y probablemente falaz. En efec-
to, cada cultura conoce y practica simultanea-
mente un gran ntimero de juegos de especies
distintas. Sobre todo, no es posible determinar
Sin un andlisis previo cuales concuerdan con los
valores institucionales, cudles los confirman y
Tos fortalecen y, por el contrario, cudles los con-
tradicen, los ridiculizan y representan de ese
modo, en la sociedad considerada, compensacio-
nes o valvulas de escape. Para tomar un ejem-
~contribuyen a réalizarlo; “en C: tomo
+Estado: Jasoterias nacionales o las
quifticlae-enclasmsarreras de caballos se oponen .....
2) ideal proclamado: pero no por ello dejan de
tetier un papel significativo, y tal vez indispen-
sable, en la medida en que, precisamente, ofre-
cen una contrapartida de naturaleza aleatoria
‘a las recompensas que, en principio, sélo debe-
rian brindar el trabajo y el mérito.
De todos modos, puesto que el juego ocupa
un terreno propio cuyo contenido es variable y
a veces incluso intercambiable con. el de la vida
corriente, antes que nada era importante deter-
tninar lo mejor posible las caracteristicas espe-
Gficas de esa ocupacion que se considera propia
del nifio, pero que no deja de seducir al adulto
# o 121con otras formas. Lo cual constituye mi.preocu- -_
‘pacion primordial.
Al mismo tiempo, he debido comprobar que,
en el momento en que el adulto se entrega a él,
ese supuesto solaz no es menos absorbente que
su actividad profesional. Con frecuencia le inte-
resa mds. A veces exige de él mayor gasto de
energia, de destreza, de inteligencia o de aten- E
cién. Esa libertad, esa intensidad y el hecho de
que la conducta se vea exaltada por éllas y se
desarrolle en un mundo separado e ideal. al
abrigo de toda consecuencia fatal, explican, se-
gtin creo, la fertilidad cultural de los juegos y
permiten comprender cémo la eleccién de que
dan testimonio revela por su parte el rostro, el * {
estilo y los valores de cada sociedad.
‘ Asi, convencido de que necesariamente existen
clones estrechas rélaciones de compensacién o
a de- connivencia, no.mé paréte’ por~éncima de
~etetoda conjetura- razonableaverisarsiel destino
mismo de las culturas, su posibilidad de éxito,
su peligro dé estancamiento sao se encuentran
inscritos también en la preferencia que conceden
a una u otra de Jas categorias elementales entre
las cuales crei poder repartir los juegos y que
no tienen por igual la misma fecundidad. En
otras palabras, no s6lo emprendo una sociologia
de los juegos. Tengo la idea de establecer las
bases de una sociologia a partir de los juegos,
SEGUNDA
PARTE
tt Sarasa i|
_fgPeedes-fundame 1m ia
ws junclones postoles y Sol6-Séis-“Una=a> maeadeesonte
sgn..u —
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VI. LA TEOR{A AMPLIADA DE
LOS JUEGOS
Las acritupes elementales que rigen los juegos
—competencia, suerte, simulacro, vértigo— no
siempre se encuentran aisladas. En repetidas
ocastones s¢ ha podido comprobar que eran ap-
tas para conjugar sus seducciones. Numerosos
juegos se basan incluso en su capacidad de aso-
Giacién. Sin embargo, atin falta que principios
tan marcados concuerden indistintamente. To-
mandolas sélo de dos en dos, las cuatro actitu-
i fitales .permiteri en teoria seis con-
~coalesetQpiyea con.una.d
lag otras. tres:
Competencia-suerte (agorcalea) ;
Competencia-simulacro (agon-mimicry) ;
Competencia-vértigo (agon-ilinx) ;
Suerte-simulacro (alea-mimicry);
Suerte-vértigo (alea-ilinx) ;
Simulacro-vértigo (mimicry-ilinx) .
Cierto es que sc podrian prever combinacio-
nes ternarias, pero es visible que casi siempre
constituyen sdlo yuxtaposiciones ocasionales que
no influyen en el caracter de los juegos en que se
les observa: asi, una carrera de caballos, agon
tipico para los jockeys, es al mismo tiempo un
Fi AAAS TESespectaculo que como tal. se,vincula a.la-mimi-
ery y 7 pretexto para las apuestas, mediante
las cuales la competencia es base del alea. Sin
embargo, no por ello los tres campos dejan de
ser relativamente auténomos. El principio de Ja
Sra ae se modifica porque se apueste a los
ae los. No hay alianza, sino simplemente coin-
ae aren que, por lo demas, no obedece en abso-
Into al azar sino que se explica por Ja naturaleza
Lies los principios de los juegos.
en tstes no pueden conjugarse siquiera de dos
s facilidad. Su contenido da
7 5 bs
ree conjumciones teoricamente posibles un
abilidad y de eficaci isti
En ciertos casos, |. Se ioe coher
c , Ja naturaleza d i
fn s it le esos_conteni-
ialenae ott su alianza inconcebible desde
i © bien Ja suprime.del universo del
“tan prohibidas: za de las a
B ‘prot Ta “naturaleza . £03
BS Seeterisiendo-pudttracnte accidetital moNG Bate:
phe Fnclineras pmtades tmipertosis. Ptied& steeaer
h e entre las grandes tendenciz
manifiesten. ‘solidari rales que
‘idades Cconstitucionales
n. sc ce ales
oponen las diversas especies de juegos. Brus,
i
ori 0 Hee de un examen, de las seis con
i revisibles entre los princi :
Janciones previsibles principios de los
antinaturales, dos mas, si
: parecen 2 dos mas, sim,
Plemente viables, mientras que ias dos ultimas
moan connivencias esenciales.
's importante aprec 1
s e ‘iar con mayor detenimi:
to como se articula esa sintaxis.
camente s
ente sale a la luz una complicidad decisiva. -
tere
~paneremadecngdos pi. pera la_menor
scia, En, stecto, 16da alticssaeye ‘SHTbyeto la
1. CONJUNCIONES PROHTBIDAS
ro que el vértigo no po-
dria llegar a asociarse con la rivalidad reglamen-
tada, sin desnaturalizarla al punto. Tanto la
pardlisis que provoca como la furia ciega que
Nesarrolla en otros casos constituyen la negacién
estricta de un esfuerzo controlado. Ambas des.
truyen las condiciones que definen el agon: el
recurso eficaz a la destreza, a la fuerza y al calcu
Jo; e) dominio de si; el respeto a la regla; el
deseo de medirse con armas iguales; la sumisi6n
previa al veredicto de un arbitro; la obligacién
reconocida de antemano de circunscribir la lu-
cha a los limites convenidos, etc. De ello no sub-
siste nada.
Decididamgnte, la regla y
ps psimulacrony.
En primer lugar, es cla
el vértigo son in,
-subrte
ies
SMe la Suerte Tratar-ae iiganar al azar «~
consulta
no tiene sentido. El ju:
asegure el favor incon:
gador pide un fallo que le
dicional del destino. En
el momento en que lo solicita, no podria imitar
a um personaje extrafio ni tampoco creer 0 ha-
ter creer que es alguien distinto de si mismo.
Por lo demas, ningtin simulacro puede por defi-
nicién engafiar a la fatalidad. El alea supone un
abandono pleno y entero al capricho de la suer-
fe, renuncia ésta que se opone al disfraz o al
subterfugio. De otro modo, se entra en el terreno
de la magia: de lo que se trata cs de forzar al
destino, Como hace un. momento lo fue el prin-
cipio del agon por el vértigo, ahora es destruido
Spel principio del alea y deja de. haber. juego. pro-
“piamente dicho. pectaculo:,Se desarrella segtn. reglas..idénticas
y en la misma espera’ del desenlace. Pide la Bre-
sencia de un publico que se precipita a las ta-
quillas del estadio ‘0 del velédromo, como lo
hace a las del teatro o del cine.
Los antagonistas son aplatididos a cada tanto
que se apuntan. Su lucha tiene peripecias que
corresponden a los distintos actos 0 a Jos epi-
sodios de un drama. En. fin, éste es el momen-
to de recordar hasta qué grado son personajes
jntercambiables el campedn y la estrella. Una
vez mas, hay aqui tina combinacién de dos ten-
lo que ocu dencias, pues la niimicry no sélo no es nociva
aedne eerie alrededor. Estin como aluci- para el principio del agon, sino que lo refuerza
carta que van a descubrir. Pie Senin © por la por la necesidad en que esta cada competidor
y en ocasiones arriesgan por cncina ere de no defraudar a un publico que lo aclama y
ber. EI folclor de los casinos abund de su_ha- Jo domina a la vez. Se siente en,una represen-
-~-dotas-Sigmineatvas f See tee abunda. ep.anée: __-tacion,est4-obligado.a-jugar lo mejor posiblé#és*
portante seal caw oie qespecto. Pero es im- decir, por un lado, con perfecta correccion Vp
a ilinx, que destruia al el ottaiesforzandése“al iitiximno: porsdbtencr-la:
2. CONJUNCIONES CONTINGENTES
ue el alea se asocia sin menoscabo con
al vertigo y Ta competencia con la mimicry. En
, €8 de sobra conocido jue
¢ sob ido que, en los juegos
a oo pertigo. Particular hace areent oe
‘avorecido por la bu
Gel Jagador fae 0 ena suerte como
. s perseguido por la mal
i s I ala. Ya no
ienten Ia fatiga y apenas tienen conciencia de
t on, “
I cee Bogs al ale jinposible en absoluto. Pa- victoria.
i a al , lo fascina, lo enloquece,
i de ningin modo Jo hace vi loquece, pero
[ : ace viol
' juego. Incluso se puede preted id ee 3, CONJUNCIONES FUNDAMENTALES | 925
: més a las decisione: aa
4 detabandonarse' a! ae uct y lo convence Quedan por examiitiar los casos en que se com-
manera mds com- prueba una connivericia esencial entre Jos prin-
/ Pleta. E] alea supone una renuncia a la voluntad
y s comprensible que esta produzca 0 desarro-
l le trance, de posesién o de hi
sis. En ese aspecto hi : combi.
7 lay una verdadera ci i=
Re de las dos tendencias. aa
: i combinactén andloga existe entre el agon
. Ya antes he tenido Ja ocasiéy
c n
subrayarlo: toda competencia es en s{ un =
cipios de los juegos. A ese respecto, nada mas
sorprendente que ‘la exacta simetria que aparece
entre la naturaleza del agon y la del alea: éstas
son paralelas y complementatias. Una y otra exi-
gen una equidad absoluta, una igualdad de opor-
tunidades matemdiica que, al menos, se acer-
que en lo posible'a un rigor impecable. Reglas
de una precisién admirable, medidas minucio-
wean ygeeearerrges a ait
128%sas y sapientes cAlculos. por dondequiera.Dicho.
lo cual, “el modo ‘de designacién del vencedor es
estrictamente opuesto en los dos tipos de jue-
gos: ya hemos visto que, en uno, el jugador
sélo cuenta consigo mismo y, en el otro, con
todo salvo consigo. Una aplicacién de todos los
recursos personales contrasta con la deliberada
negativa a emplearlos. Pero, entre ambos extre.
mos que representan por ejemplo el ajedrez y
los dados, el futbol y la loteria, se despliega la
gama de una multitud de juegos que combinan
en proporcién variable ambas actitudes: los jue-
gos de cartas que no son puro azar, el dominé, el
golf y tantos otros en que el placer para el ju-
gador nace de tener que sacar el mejor partido
posible de una situacién que él no ha creado o
de peripecias que sélo puede dirigir parcialmen.
te: La suerte representa la _resistencia-epuesta
‘por ‘la naturaleza; por el mundo exterior 0 por
la-voluntad*déJos"dioses a la fuerza, Ja’ des-
trea “6'al-saber: del jugador. Bl juego aparece
comié la imagen misma de la vida, pero como
una imagen ficticia, ideal, ordenada, separada
y limitada. ¥ no podrfa ser'de otro modo, puesto
que esas son las caracteristicas inmutables del
juego.
En ese universo, el agon y el alea ocupan el
terreno de Ja regla. Sin regla, no hay ni com-
petencias ni juegos de azar. En el otro polo, la
mimicry y el ilinx también suponen un mundo
desordenado en que el jugador improvisa cons.
tantemente, fiandose en una fantasia desbor-
dante o en una inspiracién soberana y ni una
ni otra reconocen ningin cédigo. Hace un mo-
130-8 oe
(eiit;-el juugador recurtia en” el agon-a
aed: one que renunciaba a ella en el alea.
Ahora, la mimicry supone por parte de quien
se entrega a ella la conciencia del fingimiento
y del sirnulacro, mientras que lo propio del vér-
tigo y del éxtasis es abolir toda conciencia. 7
En otras palabras, con la simulacién se ob-
serva una especie de desdoblamiento de la con;
ciencia del actor entre su propia persona y el
papel que representa; en cambio, con el vértig
hay desconcierto y panico, si no es que eclipse
absoluto de la conciencia. Mas por el hecho de
que, de suyo, el simulacro sea generador de vér-
figo y el desdoblamiento fuente de panico se
crea una situaci6n fatal. Fingir que se es o}
enajena y transporta. Lievar una mAscara em-
briaga y libera. De suerte que, en ese terreno
peligroso.-donde. la. percepcion...se: eee
conjuncién de Ja mascara y del trance resulta
de lo més temible. Provoca tales accesos, alcan-
za tales paroxismos que el mundo real resulta
aniquilado pasajeramente en la conciencia alu-
cinada del poseido.
Las combinaciones del alea y del agon son un
libre juego de la voluntad a partir de Ja sats
faccién que se siente al vencer una dificulta
concebida de manera arbitraria y aceptada por
voluntad propia. La alianza de la mimicry y de
ilinx da lugar a un desencadenamiento irremi-
sible y total que, en sus formas més claras, apa-
eve Como lo contrario del, juego, quiero decir
como una metamorfosis indecible de las condi-
ciones de la vida: por carecer de orientaciénimaginable, la epilepsia. provocada-de- ese modo
parece imponerse por tan amplio margen en
autoridad, en valor y en intensidad al mundo
real como el mundo real se impone a las acti
vidades formales y juridicas, protegidas de an-
temano, que constituyen los juegos sometidos
a las reglas complementarias del agon y del alea
Y que estén, por su parte, enteramente orienta-
dos. La alianza del simulacro y del vértigo es
tan fuerte y tan irremediable que pertenece na.
turalmente’a Ja esfera de lo sagrado y tal vez
constituya uno de los resortes principales de la
mezcla de horror y de fascinacién que lo de-
termina.
La virtud de ese sortilegio me parece inven-
cible, al grado de que no me asombra que el
hombre haya necesitado milenios para librarse
ow flel_espeiismo.._Algo.,se.gana-alcanzandoJe-que-
comunmente se Ilama civilizacién. Considero al
advenimiento de ésta como Ja consecuencia de
una apuesta mds o menos andloga en todas par-
tes, pero que no por ello dejé de hacerse en
condiciones siempre distintas. En esta segunda
parte trataré de conjeturar las grandes lineas
de esa revolucién decisiva. Al final, y por un
camino imprevisto, trataré de determinar cémo
se produjo el divorcio, la fisura que condend
en secreto la conjura del vértigo y del simula:
cro, que casi todo hacia imaginar de una per-
manencia inquebrantable.
Sin embargo, antes de empezar el examen de
la sustitucién capital que remplaza el mundo
de la méscara y del. éxtasis por el del mérito
133 = 7 wes = Pare
y ‘de la'Suérié, én estas paginas preliminares me
falta indicar brevemente una _simetria. Acaba-
mos de ver que el alea se combina eminentemen-
te con el agon y la mimicry con el ilinx. Pero al
mismo tiempo y en el interior de Ja alianza, es
sorprendente que uno de los componentes re-
presente siempre un factor activo y fecundo y
el otro un elemento pasivo y ruinoso.
La competencia y el simulacro pueden crear,
y efectivamente crean, formas de cultura a las
que de buen grado se reconoce un valor ya edu-
cativo, ya estético. De ellas surgen instituciones
estables, prestigiosas, frecuentes y casi inevita-
bles. En efecto, la competencia reglamentada no
es otra cosa que el deporte; y el simulacro con-
cebido como juego, no otra que el teatro. En
cambio, salvo raras excepciones la busqueda de
Ja-suerte y- la persecucién«del-vértigo no condu:
cen a nada, no crean nada, cépaz de desarrollarse
o de establecersc. Con mayor frecuencia ocurre
que engendren pasiones que paralizan, que in-
terrumpen o devastan.
La raiz de semejante desigualdad no parece
dificil de descubrir. En la primera coalicién, la
que rige el mundo de la regla, el alea y el agon
expresan actitudes diametralmente opuestas res-
pecto de la voluntad. El agon, deseo de victoria
y esfuerzo para obtenerla, implica que el com-
petidor cuente con sus propios recursos. Quiere
triunfar, dar prueba de su excelencia. Nada mAs
fértil que esa ambicién. En cambio, el alea apa-
rece como una aceptacion previa ¢ incondicional
del veredicto del destino. Ese desistimiento sig-
nifica que el jugador se abandona a una jugada .
133,de dados,.que no hara otra cosa que arrojarlos
y leer el resultado. La regla es que se abstenga
de actuar, con el fin de no falsear o forzar la
decisién de la suerte.
Cierto, son dos maneras claramente simétri-
cas de asegurar un equilibrio perfecto, una equi-
dad absoluta entre los competidores. Pero una
es lucha de la voluntad contra los obstaculos
exteriores y la otra es la renuncia de la voluntad
ante una sefial supuesta. Asi, la emulacién es ejer-
cicio perpetuo y entrenamiento eficaz para las
facultades y las virtudes humanas, mientras que
el fatalismo es pereza fundamental. La primera
actitud ordena desarrollar toda superioridad per-
sonal; la otra, aguardar inmovil y mudo una
consagracién o una condena enteramente exter-
na. En esas condiciones, no es sorprendente .que
os cmebsaber-y da-téonica: asistatry-recompensenal
agon, mientras que la. magia y la superstici6n,
el estudio de los prodigios y dé las coincidencias
acompafien infaliblemente a las incertidumbres
del alea*
En el universo caético del simulacro y del vér-
tigo, se puede comprobar una polaridad idénti
1Esas actitudes opuestas —zes necesario decirlo?—
rara vez son puras. Los campeones se proveen de fe-
tiches (aunque no por ello dejan de contar con sus
muisculos, con su destreza o con su inteligencia), los
jugadores se entregan antes de apostar a sapientes
calculos casi vanos (pero presienten, sin haber leido ni
a Poncairé ni_a Borel, que el azar no tiene corazén
ni memoria). El hombre no podria estar por entero ni
del lado del agon ni del lado del alea. Eligiendo a uno,
al punto consiente al otro una especie de vergonzosa
contrapartida.
134
ca. La mimicry ’consiste en représentar’ délibe-
radamente a.un personaje, lo que con facilidad
se constituye en obra de arte, de cdlculo, de
astucia. El actor debe acomodarse a su papel
y crear la ilusién dramética. Se ve forzado a
estar atento y obligado a una agilidad mental
continua: igual que quien disputa una compe
tencia. En cambio, en el ilinx, semejante en ese
aspecto. al alea, hay renuncia, y ya no sélo re-
nuncia de la voluntad, sino también renuncia
de la conciencia. El paciente la deja ir a la de-
riva y se embriaga con sentirla dirigida, domi-
nada’ y posefda por fuerzas extrafias. Para lo-
grarlo, sdlo necesita abandonarse, lo que no
exige ni ejercita ninguna aptitud particular.
Como el peligro en los juegos de azar con-
siste en no poder limitar la apuesta, aqui radica
en-no-poder terminar con él désconcierto acep* ="
tado. De esos juegos negatives, al parecer debe
surgir cuando menos una capacidad creciente de
resistir a una fascinacién determinada. Mas lo
cierto es lo contrario. Pues esa aptitud sdlo tiene
sentido respecto de la tentacién obsesiva, de
suerte que constantemente se pone en duda y
est como destinada por naturaleza a la derro-
ta. No se la educa. Se la expone hasta que su-
cumbe. Los juegos de simulacro conducen a Jas
artes del espectaculo, expresién y manifestacion
de una cultura. La busqueda del trance y del
panico intimo subyuga en el hombre el discer-
nimiento y la -voluntad. Hace de él un prisionero
de éxtasis equivocos y exaltantes en los que se
cree dios y que lo dispensan de ser hombre, y
lo aniquilan.
135Asi, dentro-de 1as:dos grandes coaliciones; sélo
una categoria de juegos es verdaderamente crea-
dora: la mimicry, en la conjura de la mascara
y del vértigo; el agon, en aquella de la rivalidad
reglamentada y de la suerte. Las dem4s pronto
son devastadoras. Manifiestan una solicitud des-
mesurada, inhumana y sin remedio, una especie
de atraccién horrible y funesta, cuya seduccion
se debe neutralizar. En las sociedades donde
reinan el simulacro y la hipnosis, a veces se
encuentra la soluciénen el momento en que el
espectaculo se impone al trance, es decir, cuando
la mascara de hechicero se constituye en mds-
Cry de teatro. En las sociedades basadas en
la combinacién del mérito y de Ja suerte, también
existe un esfuerzo incesante, desigualmente feliz
y rapido, por aumentar Ia participacién de Ja
iacn.detrimento..del.azarA-ese-ésfuerzo~
a Hama progreso.,
*-Mhora es tiempo de’ examinar el ftiegi
doble relacién (por una parte’ el Siauese§ 4
ytiee y,, por la otra, Ja suerte y el mérito), a
lo largo de las presuntas peripecias de la aven-
tura humana, tal como Ja muestran en Ia actua-
lidad Ja etnografia y la historia.
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