Los primeros signos escritos surgieron en Mesopotamia, en la zona
comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates, de la mano de la civilización sumeria. Esto sucedía hace ahora unos tres milenios. Los antropólogos fechan la aparición del Horno sapiens sapiens, el hombre moderno, hace unos 40.000 años, aunque algunos estudios indican que su antigüedad se remonta a 92.000 años (ver CONOCER núm. 69). Con él nace el arte rupestre. Las manifestaciones artísticas más lejanas en el tiempos~encuentran en África y se extienden posteriormente al Viejo Continente, Australia y América. Emmanuel Anati, paleontólogo italiano, conoce muy bien estas primeras inquietudes artísticas del ser humano. Tiene censados cerca de veinte millones de signos recogidos de 780 enclaves procedentes de las grutas y cuevas de todo el mundo. A esto hay que añadir las obras realizadas en madera, hueso y representaciones hechas sobre materiales orgánicos. Anati ha encontrado profundas semejanzas en este universo artístico de la Prehistoria; objetos, personas y animales se agrupan en formas identificables llamadas pictogramas; conceptos colectivos, como flechas, bastoncilios o referencias sexuales se encuentran plasmados en signos repetitivos o ideogramas. Y las inquietudes humanas, las emociones y los sentimientos se expresan en gráficos que Anati bautiza como psicodramas. Este especialista italiano en arte rupestre postula que todo este conjunto es en realidad una forma de lenguaje, una escritura. Su prestigio avala esta teoría, que defiende la existencia de una sintaxis primitiva y universal. Es profesor de paleontología de la universidad de Lecce y director del Centro Camuno de Estudios Prehistóricos en Italia. Ha enseñado en las universidades de Harvard, de Oxford, Jerusalén y Paris. Y su tesis acaba de aparecer en un libro para el gran público, Los orígenes del arte y la formación del espíritu humano. Lo que Anati expone es una panorámica bien distinta sobre los primeros balbuceos del lenguaje escrito. La escritura, según Anati, no habría surgido en Sumeria hace 3.000 años, como postula el punto de vista tradicional, sino que se remontaría al continente africano, hace cuarenta mil años. Anati ha reconstruido la historia de un pueblo europeo, los antiguos camunianos, que ocupaban el valle de Camonica, al norte del pueblo italiano de Breccia. Tradicionalmente, la historia comienza con la llegada de los colonizadores romanos, hace unos dos mil años. Pero mucho antes, hace 10.000 años, las poblaciones autóctonas habían desarrollado una intensa actividad social y religiosa. Los miles de grabados en las rocas encontrados a 1.500 metros de altitud en los Alpes Lombardos, son el testimonio de los rituales, batallas, cacerías y actividades cotidianas de estos habitantes ya desaparecidos. Para Anati, la humanidad se caracteriza por la necesidad de crear obras de arte. Es decir, lo intrínsecamente humano está ligado a la creatividad artística. Los criterios aplicados a los homínidos, el grupo formado por los seres humanos y sus antecesores, han sido la postura erecta o la facultad de andar de pie, el desarrollo del cerebro y la capacidad para fabricar herramientas. El surgimiento del Horno sapiens sapiens fue paralelo al del arte, que ha constituido un lenguaje coherente durante milenios. Anati coincide también con el lingüista norteamericano Noam Chomsky, en el sentido de que todos los seres humanos tenemos impresa una gramática y sintaxis universal. Esta gramática está programada de antemano en nuestro cerebro por un órgano del lenguaje, que justifica el hecho de que los niños aprendan a hablar tan pronto. El origen de estas estructuras neuronales diseñadas para asimilar la gramática se remontaría, según el paleontólogo italiano, a miles de años, cuando el hombre, que viví de lo que cazaba y recolectaba, empezó a expresarse mediante el arte, en efecto se tratase de una forma de lenguaje escrito, el calendario de la Historia debería retrasarse, puesto que desde el punto de vista convencional arranca con la invención de la escritura, hace unos 5.000 a 6.000 años. Pero descifrar este lenguaje no es fácil. Nuestras facultades de percepción han sido alteradas y modificadas por la civilización urbana, y nuestro racionalismo tiene poco en común con la lógica y los sistemas de asociación primarios que guiaban las sociedades de los pueblos primitivos. «Nos cuesta aceptar como ordenado y lógico, desde nuestra propia perspectiva, algo que no pertenece a nuestra cultura», ha dicho Anati. Un ejemplo de esta dificultad lo constituye la filosofía de los aborígenes australianos cuando salen de caza. Esta comunidad ha conservado, en cierta medida, el modo de vida de los antiguos cazadores prehistóricos. Anati cita el ejemplo del etnólogo Lewis Mountford, que preguntaba a un aborigen antes de salir de caza por qué pintaba al animal que iba a cazar. « ¿Cómo es posible cazar sin pintar primero?», fue la respuesta del australiano. Una explicación podría ser el hecho de que, a lo largo de numerosas cacerías, los aborígenes pintaban después los animales muertos. Estas representaciones de la naturaleza muerta simbolizan el éxito de las expediciones. Si el éxito favorece el dibujo, ¿por qué no habría de suceder lo contrario? La pintura del animal vivo favorecería su caza, por lo que se dibujaba al animal antes de capturarlo. Anati piensa que el arte satisface una exigencia psicológica y que libera al individuo de tensiones. Se da el hecho de que el hombre de Neandertal, que convivió con el Horno sapiens moderno durante algunos miles de años, no creo ningún tipo de arte reconocible, por lo que se supone que los neandertales no experimentaron esa exigencia psicológica. Junto con el arte aparecieron los primeros indicios de lenguaje simbólico escrito, en forma de ideogramas y psicogramas. Esto implica expresión y comunicación, un modo que tenían los hombres primitivos de transmitir las creencias a lo largo de las generaciones. El arte rupestre europeo es el mejor conocido, y está experimentando un auge notable. Hace veinte años los especialistas se contaban con los dedos de una mano, y ahora suman más de 300. A pesar de todo quedan muchos huecos que llenar y muchas zonas por explorar, sobre todo en el continente africano. Es en Tanzania donde se encuentran las pinturas más antiguas. Tan solo en Lessofto se han catalogado 500 pequeñas grutas y refugios que contienen casi un millón de imágenes. Y el número de grutas inexploradas se estima en unas diez veces mayor. En la India, cerca de Bophal, se han contabilizado más de 2.000 grutas y refugios con pinturas, y de todo este conjunto ha sido estudiada una mínima parte. Anati visito esta región y encontró 3.000 representaciones, aunque estima que ¿deben de existir unos dos millones. Zonas inmensas repletas de arte rupestre se localizan en la Unión Soviética, China, Argentina, Brasil y otras regiones del mundo, y todavía no han sido catalogadas. Los métodos de análisis y comparación, unidos a las nuevas técnicas para estudiar el más insignificante detalle y las dataciones precisas han conocido unos progresos espectaculares. Toda esta tecnología es capaz de descubrir al artista que está detrás de la pintura o el grabado. Se pueden establecer las marcas y estilos personales, extraer las huellas digitales del autor o averiguar si un trabajo está realizado con la mano derecha o la izquierda. Estos avances, que desvelan hasta silos artistas prehistóricos eran diestros o zurdos, se complementa con ayuda de ordenadores. WARA son las siglas del programa World Archives of Rock Art (Archivo Mundial del Arte Rupestre), que pertenece a la UNESCO y que está dirigido por el propio Anati. El ordenador facilita el inventario y una comparación rápida de las analogías y diferencias entre las obras, los materiales y los útiles utilizados por los artistas. A todo esto se unen otras disciplinas complementarias, como la geología; la polinologia, que estudia los granos de polen, y la dendrologia, que aporta información sobre el pasado mediante el estudio de los anillos de los árboles. La Historia puede traspasar las limitaciones impuestas por los documentos escritos y remontarse así en el tiempo de un modo considerable. El estudio del arte, para el paleontólogo italiano, podría revelar como estaba estructurado el conocimiento en los primeros Horno Sapiens sapiens, cuál fue su lógica y su psicología. Posibilita una ventana a la mente de aquellos hombres. Un ejemplo evidente se encuentra en las cuevas de Altamira. Los grandes signos rojos de la galería, llamados «tectiformes», son un misterio. No suscitan ninguna asociación en particular, y según Anati representan la quintaesencia de algo que no podemos definir, que nos impresiona vivamente e incluso llega a embotar nuestros sentidos. «Es algo que está profundamente arraigado en nosotros», dice este paleontólogo. Quedan muchos datos por conocer en la impresionante andadura del ser humano, desde que sus antecesores empezaron a andar hace más de tres millones de años. Biólogos y paleontólogos coinciden en que el hombre moderno tuvo su punto de partida en África remontándose 200.000 años en el tiempo. El arte aparece mucho después, hace unos 40.000 años. Las tesis que defiende Anati crearán una división casi inevitable a favor y en contra, pero es así como avanza la ciencia.