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JUÁREZ Y LA REVOLUCIÓN

Mas comenzaron a salir de la tumba las viejas voces de la Reforma.


Y el pensamiento liberal empezó a llamar a las muchedumbres de
1910. La voz de Ignacio Ramírez clamaba otra vez por una paz en
la libertad. Altamirano reclamaba la terminación de su obra:
libertad en la cultura. Ocampo urgía con su ejemplo el ingreso de la
inteligencia en todos los frentes de la justicia. Y Ponciano Arriaga
seguía exigiendo una legislación obrera y una Constitución de la
tierra.

Se alistaron los nuevos ejércitos y se alzaron las nuevas estructuras.


Y sucedía que así como el triunfo de la Reforma fue celebrado con
las notas bélicas de La marsellesa, también las músicas de Francia
saludaban la entrega de la tierra al paso de las tropas de Lucio
Blanco, creyendo que ese acto de justicia estaba inspirado en los
Derechos Fundamentales del Hombre, sin saber que la Revolución
mexicana venía escribiendo las primeras letras de los nuevos
derechos sociales del pueblo.

Al abrir la tumba de Juárez, la Revolución rescató la Constitución


olvidada. En tantos años de sepultura, en tantos años sin uso, se
habían borrado muchos de sus preceptos, al paso incontenible de las
nuevas ideas y las nuevas necesidades. Pero en su cuerpo la libertad
había grabado sus pensamientos eternos y , al fundirse en un solo
espíritu la Constitución de la Revolución y la Constitución de
Juárez, el ciudadano quedó armado para sus deberes y el campesino
para sus labranzas; el obrero quedó escudado para sus luchas y la
mujer para la ternura de sus ideales y de sus fatigas. Amparado
quedó todo mexicano contra el riesgo de las arbitrariedades, y la
nación misma quedó amparada contra el peligro de las tiranías.

La Constitución no es, hemos de repetirlo, una panacea para todas


las dichas. Es sólo una norma y un programa contra todas las
miserias. Los impacientes quisieran exigir a la revolución, en 40
años, los frutos que no pudo alcanzar la Colonia en tres siglos de
esclavitud y la Independencia en 100 años de libertad.

Ya en octubre de 1858, en su Manifiesto a la Nación lanzado en


Veracruz, Juárez, con una lúcida conciencia social, preguntaba a los
impacientes de su época:

¿Nacen perfectos por ventura los pueblos o los individuos?


Y aun los que más han adelantado en la civilización y se han
procurado un ambiente para determinadas clases, ¿han
llegado, por viejos que sean, a la perfección social? ¿La
Inglaterra, tan justamente celebrada por la sabia libertad que
ha sabido dar a la mayor parte de sus hijos, no está minada
hoy todavía después de tantos siglos de civilización y
creciente prosperidad, por sus millones de pobres, por sus
dificultades en Irlanda y por sus insurrecciones de la India?

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