proyectos de tesis, como es el caso logo y no acaba de ser reductible
del poeta y crítico Domínguez Rey. del todo por el lenguaje. Su punto de partida es la hermenéu- Domínguez Rey se vale, como es tica, donde se advierte lo problemá- de rigor, de una multitud de disci- tico del pensamiento levinasiano: plinas y una combinación de fuen- cuando algo se dice, algo se escapa tes y confrontaciones donde dialo- al decir, algo queda inmune a la gan Pascal, Agustín, Heidegger, comunicación, algo no pasa en el Ortega, Maritain, Amor Ruibal y, tiempo, algo invisible, único, irra- desde luego, los hermeneutas con- cional, que se encamina a lo infini- temporáneos en los que ha incidido to y asume la quietud de lo eterno. más Levinas, como Derrida y Rico- En esa zona restante y exótica del eur. Obra minuciosa, densa y muy decir resuena una vez inmemorial, documentada, no abandona en nin- la mística voz revelada de la divini- gún momento la tensión de la tesis dad, pero que para Levinas no es un en favor de la casuística. evento místico, sino erótico. El Eros es el origen de todo y es la meta de todo, la unidad que estaba al princi- pio y estará y, de algún modo, ya Flirtear. Psicoanálisis, vida y lite- está, en la consumación. El Eros es ratura, Adam Philips, traducción lo anterior y posterior a la historia: de Albert Freixa, Anagrama, Barce- el mito. lona, 1998, 296 pp. El arte ocupa en este entrecruza- miento de elementos, un lugar pri- A pesar de tratarse de una recopi- vilegiado, pues contiene las prome- lación, este libro del quizá psicólo- sas de la existencia que la propia go Philips guarda una severa uni- existencia no cumple. Nos lleva al dad. Salta a la vista, ante todo, que trasfondo invisible de los objetos, sus epígrafes corresponden a escri- donde está su verdad única e inarti- tores de literatura (poetas, mayor- culable. De tal modo, el conoci- mente: Ashbery, Eliot, Larkin, tam- miento parte de lo erótico y se abre bién Dostoievski) y no a técnicos del a lo estético. En Levinas hay, por psicoanálisis. Y es que Philips relee fin, una poética del saber. Se trata y desmonta esta disciplina, domina- de querer saber más~de lo que se da por la paradoja de haber acertado puede saber, planteándose la impo- en el método y fallado en los fines, sibilidad como salida de la matriz de modo que acaba constituyéndose de la mente (lo femenino) hacia la en un discurso del método, para evi- infinitud del deseo (lo masculino). tar el fetichismo de la técnica. En el camino aparece el Otro, el El psicoanálisis es una pedagogía inalcanzable Otro que propone diá- de la escucha, o sea que nos enseña 145
a hablar de otra forma. La vida, Freud se ocupó de las patologías, lo
confusión, se convierte en un relato. hizo describiendo una contracultura O en varios: la vida vivida y la can- de la enfermedad, cuya contrafaz tidad de vidas «invividas» que guar- es, justamente, el flirteo como epis- damos en nuestro interior. Más que temología de un saber dubitativo y una ciencia o una doctrina, es una coqueto. teoría de la sospecha, de esa vieja La vida como contingencia nos sospecha romántica que nos hace erige en continuos principiantes de pensar que la vida que vivimos no la vida, adultos con un niño perma- es la nuestra, la que nos correspon- nente disimulado en el interior. El de, la «auténtica» y, por lo mismo, adulto conjura esa dualidad con la nos vuelve inadmisibles. No malos, ayuda del psicoanálisis, que le per- como quieren tantas religiones, sino mite reconocer su tesoro de trau- inaceptables ante nuestros propios mas, lapsus, sueños, pifias y, guinda ojos. del postre, su particular complejo Así, considerando el psicoanálisis de Edipo. El analista hace desde como «uno de los lenguajes de la fuera lo que el arte y el sueño hacen literatura, una suerte de poesía prác- desde dentro: una autoescucha sos- tica» Philips desordena y despieza tenida y, a la vez, desmemoriada. algunas categorías psicoanalíticas. Porque desde Freud sabemos que es Lo hace de modo aforístico, con el olvido el que construye nuestro una fuerte dosis de insolencia (muy pasado, mientras el recuerdo lo des- productiva) y centrándose en la crí- truye. Freud nos ha estimulado, más tica al fundamentalismo psicoanalí- que a recordar, a establecer sufi- tico, o sea el discurso de una insti- cientes estados de olvido. Porque, tución cerrada, sin afuera, delirante, como dice Philips, «somos las cria- que sólo admite las críticas de los turas que nos negamos a recordar lo iniciados. De tal forma, una disci- que somos». plina preocupada por asuntos uni- Philips encara al psicoanálisis versales, se convierte en una con- como una relectura del romanticis- versación jergosa en el interior de mo. La inadecuación del yo con el una logia. sí mismo, la conjetura del pasado, el Para evitar esta frecuente recaída amor como una tarea insaciable que en la inmanencia, Philips propone conserva vivo al deseo (vivo: insa- pensar como flirteando, erótica- tisfecho) en una suerte de versión mente: reconocernos contingentes, moderna de lo sublime. Y, por fin, el seducirnos con la duda, vernos psicoanálisis como otra versión imprevisibles y proclives a los acci- moderna de una entidad sempiter- dentes. La duda crea un suspense y na: el mito. En efecto, del mito, alcanza el placer de lo inestable. Si como del chisme, todos hablan sin 146
pedir pruebas. Y en el análisis todo madre Teresa de Calcuta, iord
se dice en plan de rumor, de habla- Mountbatten (el último virrey britá- duría, en una entrevista privada nico de la India), el capitán Enrique cuya única verosimilitud es ia cre- Galvao y su pronunciamiento contra encia improbable del que escucha. Oliveira Salazar, políticos israelíes y O de los que escuchan. un terrorista japonés en Israel, un Textos como el de Philips, con la condenado a muerte y sus últimas fluidez narrativa anglosajona por horas, los peligros también mortales delante, colaboran a descongestio- de un torero, el general von Cholitz nar la selva oscura de tecnicismos y y su desobediencia a Hitler que bi2anterías que aqueja a cierto psi- salvó de la destrucción a París y, por coanálisis actual, y nos devuelve a fin, último pero no menor, el propio la ocupación empeñosa del doctor Lapierre y de cómo se curó un tumor canceroso. Freud: escuchar a un ser angustia- do, entre dos relecturas clásicas. La muerte en sus diversas encar- naciones (la enfermedad, la guerra, el juego peligroso, el terrorismo, el delito, el patíbulo) define el atrac- Mil soles, Dominique Lapierre, tra- tivo radical que tienen para Lapie- ducción de Pilar Giralt Qodina, rre estas historias, Tal vez sea la Planeta-Seix Barral, Barcelona, muerte, modelo de todo término, la que permite que se cuenten histo- 1998, 475 pp. rias. Lapierre es ágil y entretenido. No Lapierre y su asociación con evita los tópicos pero tampoco los Larry Colíins han dado títulos a la oculta enteramente, salvo en algún voracidad por el best-seller tan momento de flaqueza, en que se conspicuos como ¿Arde París? y El pone a hacer literatura y consigue quinto jinete. Con un bagaje narra- alterar su tersa narración de «hechos tivo de reportaje, que une la urgen- reales» con un pegote de estilo. cia del trámite con la contempora- neidad de lo sucedido (esto te está pasando ahora a ti, lector), los coau- tores se dirigen a eventos (otra vez) El paroxista indiferente. Conver- de seguro sesgo extraordinario y saciones con Philippe Petit, Jean cuentan, de alguna manera, «con la Baudrillard, traducción de Joaquín historia a su favor». Jordá, Anagrama, Barcelona, 1998, En esta miscelánea, Lapierre hace 177 pp. incursiones más breves y documen- tales a personajes y situaciones (otra Después de la sociología del obje- vez) seguramente extraordinarios: la to y la epistemología de la materna-