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casualidad que uno hace en una gran ciudad. Haba pasado varios das
en su compaa y haba debido dejar Londres por algn tiempo. Haban
convenido que al cabo de una semana, ella lo esperara cada tarde a la
misma hora en la esquina de Tichfield Street. Pero nunca volvieron a
encontrarse. Seguramente estuvimos muchas veces en bsqueda uno
de otro, en el mismo momento, a travs del enorme laberinto de Lon-
dres; quizs estuvimos separados solo por unos pocos metros no se
necesita ms para llegar a una separacin eterna.
Para quienes nacieron y vivieron en ellos, a medida que los aos
pasan, cada barrio, cada calle de una ciudad, evoca un recuerdo, un
encuentro, una pena, un momento de felicidad. Y a menudo la misma
calle est relacionada para uno con recuerdos sucesivos, de manera que
gracias a la topografa de una ciudad, es toda su vida la que vuelve a la
memoria por capas sucesivas, como si uno pudiera descifrar las escri-
turas superpuestas de un palimpsesto. Y tambin la vida de los dems,
de esos miles y miles de desconocidos, cruzados en las calles o en los
pasillos del metro en las horas pico.
Es as que en mi juventud, para ayudarme a escribir, trataba de en-
contrar viejos directorios de Pars, sobre todo aquellos en que los apelli-
dos estn catalogados por calles con los nmeros de los edificios. Tena
la impresin, pgina tras pgina, de tener ante los ojos una radiografa
de la ciudad, pero de una ciudad hundida, como la Atlntida, y de respi-
rar el olor del tiempo. A causa de los aos que haban transcurrido, las
nicas huellas que haban dejado esos miles y miles de desconocidos,
eran sus apellidos, sus direcciones y nmeros de telfono. A veces, un
apellido desapareca, de un ao a otro. Haba algo vertiginoso en hojear
esos antiguos directorios y pensar que en adelante los nmeros de te-
lfono no contestaran. Ms tarde, deban impactarme los versos de un
poema de Ossip Mandelstam:
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