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copyright-free

i
Este pequeño panfleto
no tiene otra pretensión
que la de hacer pensar
a quien quiera pensar,
siempre intentando
intentando
no ofender a nadie

ii
La necesidad del hombre es personal, afecta a la persona y sólo a ella, pero la
satisfacción de esa necesidad pasa por el desarrollo del espíritu, y el espíritu sólo
encuentra su realización en el amor a los demás.

Eisenhower alertó en su último discurso al abandonar la presidencia de los


EE.UU. del surgimiento de un nuevo poder, ilegítimo y antidemocrático (contra el
ciudadano) al que llamó el complejo militarindustrial ("militaryindustrial complex",
1961): de base industrial pero con fines y estructura militares. Esta nueva
modalidad de usurpación política fue la que fraguó el golpe de Estado contra
Kennedy (ver Jim Garrison), y desató la ofensiva militar en Vietnam. La razón de
ser de este gobierno plutocrático era la necesidad perentoria de derrotar al PCUS
(Partido Comunista de la Unión Soviética); sin embargo, aunque el poderío
económico de Occidente tuvo un papel crucial en el hundimiento del comunismo,
en realidad la derrota del PCUS fue consecuencia de la política de paz de Mijail
Gorbachov, quien, al dejar claro que no intervendrían los tanques contra el pueblo
pasara lo que pasase, dejó vía libre a la emancipación de uno tras otro de los
países satélites de la URSS, hasta los puntos de inflexión decisivos que fueron la
caída del Muro de Berlín y la derrota del intento de golpe de Estado de Kriuchkov,
tras del cual Yeltsin aniquiló definitivamente al PCUS al prohibir sus actividades
en toda la Federación Rusa.

Los dos principios básicos de la Democracia son la legislación por


representantes de la ciudadanía y el sometimiento a esas leyes de todos los
poderes sin excepción, al contrario de lo que sucedía en el Antiguo Régimen, en
el que los poderes monárquico, sacerdotal, etc. no estaban sometidos a las leyes
y en el que la ley la imponía una minoría que poseía el control del aparato estatal.
En el régimen comunista, las leyes pretendían servir a la ciudadanía, pero la élite
gobernante no estaba sometida al imperio de la ley, con lo que cualquier
pretensión de solidaridad con el pueblo dependía en última instancia de la buena
voluntad del gobernante de turno. En el imperio romano, no sólo el gobierno era
ejercido por una élite muy minoritaria, sino que además no había ninguna
necesidad de retórica populista, ya que se admitía por principio que el poder era
un ideal perfectamente legítimo y que la posesión de la fuerza generaba de por sí
el derecho a emplearla a discreción. Este ideal era el que intentaba recuperar el
fascismo del siglo XX.

El ideal de poder, procedente probablemente de los reinos mesopotámicos en


los que surgió la "civilización" (aunque independientemente se generaron
procesos prácticamente idénticos en América, en China y en otros lugares), fue
templado ya en la Grecia clásica con el nacimiento de la filosofía, es decir, de la
búsqueda del conocimiento como meta del hombre, digamos, "humano" y el
nacimiento asimismo de una forma de gobierno acorde con ese espíritu ilustrado
(el cual sería retomado en Europa en los siglos XVII y XVIII y que sigue
reclamando su papel civilizador aun en los más oscuros momentos de nuestra
historia).

iii
Sin embargo, la democracia ateniense, si bien rechazó al salvajismo oriental de
los persas para gloria eterna de la humanidad, no pudo sin embargo contener la
ambición sin medida de los gobernantes romanos, que aunque no eran en modo
alguno orientales tampoco se cortaban un pelo a la hora de organizar orgías de
sangre. Fue entonces cuando apareció el cristianismo.

La controvertida figura de Jesucristo corresponde sin la menor duda a un


hombre que vivió en la época en la que se le sitúa, que se sintió inspirado por un
fuerte soplo divino y que se sirvió de esa clarividencia para oponerse
decididamente al imperio, no mediante las armas, en las que el romano no tenía
rival, sino en su ideal mismo, en sus mismos cimientos, lo que provocó en unos
siglos (equivalentes quizá a unas décadas de la época actual) la caída sin
paliativos de todo el sistema. Como es sabido, al ideal romano de fuerza el
cristianismo oponía el amor. Desde luego, a los romanos les parecía algo
sumamente ridículo (aún hoy se lo parece a mucha gente), basándose en la
(falsa) percepción de que lo que ellos pensaban era, sin ningún género de dudas,
la realidad misma (este fenómeno psicológico es común a todos los seres
humanos, siendo la principal causa del dogmatismo que cierra a la persona al
empleo de la razón para la búsqueda del conocimiento y por ende de la libertad).

La Edad Media que siguió a la debacle romana fue, más que otra cosa y en
contra de la creencia popular, un intento de desprestigiar al cristianismo por todos
los medios posibles, construyendo un cúmulo de absurdos tal que fuera imposible
de creer y que diera lugar (como en efecto sucedió) a un rechazo global, no sólo
del credo, sino del propio principio de amor. No obstante, la supervivencia de ese
principio, que es cada vez más evidente, implica la adquisición de un poderío sin
precedentes para el ideal cristiano, que ya no necesita del discurso verbal para
ser llevado a cabo.

Una palabra es un símbolo, una representación (sonora en primera instancia y


transcrita como imagen visual después) de una "cosa". Es algo parecido a
cuando representamos un territorio mediante un mapa; el mapa es el símbolo y el
territorio la cosa. Pues bien, sucede frecuentemente que fijamos nuestra atención
en el símbolo e inconscientemente creemos que ésa es la cosa, es decir, que la
palabra es la categoría inicial y que la cosa viene a ser una especie de
"emanación" de la palabra. Esto puede parecer algo absurdo; a nadie se le ocurre
pensar que el mapa que vemos es anterior al territorio, y que es más importante
que éste en el sentido de que debemos adecuar los rasgos topográficos del
territorio a lo que nos dicte el mapa. Sin embargo, eso es lo que sucede con el
lenguaje. Al parecer, los hindúes hablaban de una especie de ilusión ("maya") en
la cual nos hallamos sumergidos y de la cual sólo en contadas ocasiones salimos;
muchas otras culturas proponen algo parecido: nuestra "visión del mundo" se
halla mediatizada por una descripción que vamos adquiriendo en nuestra vida en
sociedad y que nos desvincula de algún modo de la "verdadera" realidad.

iv
Por poner un ejemplo, cuando hablamos de "Dios", de la cuestión de si "Dios"
"existe", partimos de la convicción de que las palabras en cuestión ("Dios" y
"existe") son algo que está ya dado y que lo que tenemos que dilucidar es si la
proposición ya establecida "Dios existe" es verdadera o falsa. Podemos pasar a
continuación a preguntarnos por el significado de esas palabras: ¿cómo es
"Dios"? y ¿qué es lo que "existe"? (o plantearnos, más insustancialmente, "el
problema del ser").

Lo que hay que entender es que las palabras no son cosas, que (como ya
señalara el fundador de la lingüística, Saussure) no hay sustancia en el hecho
lingüístico, que el lenguaje es "forma" y no "sustancia" (Ferdinand de Saussure:
"curso de lingüística general"). Y a partir de este punto, empezar a percibir de
algún modo la "realidad" sin estar condicionados por el orden que nos impone el
lenguaje, dejando que hable por sí misma, etc... Una especie de ejercicio místico,
si se quiere, o un "sinceramiento", o como lo queramos definir; en este punto sólo
queda detener el discurso, ya que de lo contrario volvemos a caer en lo mismo.
De todos modos, la palabra es una herramienta inapreciable (por ejemplo, para
exponer esta elucubración), y no debemos (ni podemos) prescindir de ella: lo que
debemos hacer es emplearla con algo más de sabiduría.

Cuando se hace una afirmación y se pretende que tenga algún valor hay que
indicar las fuentes (que deben ser fidedignas) o exponer el razonamiento que la
justifica (que deberá ser claro y lógicamente coherente). Y, en todo caso, a falta
de certezas, quedarnos con lo más probable.

El gran paso en la filosofía se da cuando se desecha todo aquello que no


soporte unas mínimas exigencias de explicablidad. Todo discurso que no pueda
ser expuesto en fórmulas inequívocamente comprensibles no tiene otro valor que
el meramente lúdico o proselitista, al menos en nuestra época, en la que se
puede decir públicamente casi todo.

Hay que cuidar, no sólo el significado, sino también el significante de lo que se


dice. Si la palabra que se usa provoca evocaciones contrarias a lo que se
pretende expresar, el objetivo no será alcanzado aunque parezca que lo que se
dice es irrebatible.

Toda ciencia empieza por establecer una lista taxonómica de conceptos más o
menos claros y de proposiciones más o menos seguras, pero una ordenación
bidimensional, en la que todas las ideas tienen el mismo relieve (ninguno), no
hace justicia a las exigencias de la realidad, que impone prioridades y diferencias
de categoría entre unos actos y otros. El mapa de la realidad se diseña a partir de
las coordenadas básicas que definen la distinción de los objetos, que los hacen
distinguibles. Estas coordenadas pueden ser vivir y morir, como en la ciencia;
gozar y sufrir, como en la vida cotidiana, o el amor y la violencia, como en la
espiritualidad. Igual que el ordenador realiza todas las operaciones con la
diferencia entre sí y no, la mente establece su concepción del mundo con las dos
v
(¿o más?) categorías iniciales que establezca como diferenciadoras y que
determina como lo deseable y lo no deseable (o lo exigible y lo no exigible, etc.).
Establecer un solo (en apariencia) concepto es también establecer la negación de
su contrario; de hecho, un ideal no se comprende si no se compara con su
opuesto.

En realidad las distintas filosofías son, antes que distintos sistemas, formas de
pensar particulares, "estilos" de pensamiento, aplicables más allá de los objetos
mencionados por el autor.

Pasa hoy con la ciencia algo parecido a lo que ocurría en la Edad Media con la
teología, que el vulgo tenía en un aura de impenetrabilidad y poder inaccesibles a
su entendimiento, sobre todo por la oscuridad de su lenguaje (el latín). Establecer
(como hacían los sacerdotes egipcios o aztecas) una estructura de poder basada
en supuestos conocimientos esotéricos es una estrategia peligrosa. Hoy la
ciencia no puede ocultarse tras los muros de un templo, pero una propaganda
que se apoye sólo en su superioridad moral y no justifique con claridad sus
pretensiones está destinada (por muy "científica" que sea) a sucumbir en el
tiempo, como todas las demás (o como el colonialismo, que se basó en una
relación de fuerza que estaba destinada a un paulatino equilibrio y por fin a una
inversión). Una ciencia legítima no puede fundamentarse en fórmulas de
autoridad al antiguo estilo "doctores tiene la Iglesia". La ciencia nació
precisamente para restaurar la autoridad asimismo legítima de la realidad sobre
la retórica, como el cristianismo nació para sustituir el cruel ideal romano de
poder por el amor. Quizás el destino de toda doctrina sea una curva ascenso-
descenso, aunque el ideal permanezca por debajo de todas las ruinas que la
vanidad va dejando a su paso. El ideal cristiano, por ejemplo, sobrevive aún hoy a
pesar de que su negación sistemática por quienes decían representarlo dio lugar
a la necesidad de una revolución completa y al nacimiento de un ideal nuevo (la
objetividad). El ideal científico también sobrevive a duras penas (aunque parezca
lo contrario), ya que tiene que bregar contra una vulgarización basada en
argumentos de autoridad, y con pretensiones de no se sabe qué, que dificulta
enormemente la exposición objetiva de hechos y la argumentación lógica
desnuda de toda retórica.

La psicología científica, a fecha de hoy, no pasa de ser una colección de


opiniones (y eso es lo se estudia en las facultades de psicología) en espera de
algo mejor o quizás de un eventual permiso para que se pueda hablar de otra
manera; sus "poderes" no llegan a superar a los de cualquier experto gurú
semianalfabeto.

El poder juega siempre la baza de su realismo hipotético, por la que considera


(desde luego, si no fuera así no existiría) que toda otra versión diferente de la
suya es sub-versión. No se para en ningún momento (salvo en el último, cuando
ya es demasiado tarde) a considerar las hipótesis alternativas (el poder es
violencia, no razón), y por ello cree siempre en la "falacia induccionista", que
vi
supone que de una buena racha se deduce (confusión entre deducción e
inducción) que la suerte está de su lado por definición (por lo guapo que soy, etc.)
Si el poder ejerce la censura, no es tanto por miedo a quedar en evidencia cuanto
por un sentimiento inaprehensible de desagrado que esa clase de discurso le
provoca (sin saber exactamente el porqué). Así, el "hombre lógico" produce un
rechazo visceral en el anormal hombre violento (anormal en cuanto que no puede
justificarse de ningún modo), y su misión consiste en dotarse de los medios que
le permitan rechazar los embates de esa garrulería (tanto físicos como morales),
y simplemente sobrevivir. Marcar un camino ya es trascender la violencia.

Hoy en día, como lo fue antes, es la fe el único arma que el hombre bueno
posee, pero, al contrario de lo que el perverso cree, la fe no es un débil
argumento que puede barrerse con un escobazo, sino algo mucho más serio de
lo que la gente cree (incluidos muchos de los que se declaran "creyentes"). El
error está en confundir parafernalia con conocimiento, en dejarse obnubilar por la
retórica (sea ésta teológica, filosófica o científica) y creer que la Iglesia está por
encima de Dios, la ciencia por encima de la realidad, etc. Ni el verdadero
cristianismo hizo nunca daño a nadie (sería una contradicción), ni la verdadera
ciencia inducirá nunca a nadie a estar equivocado (y por tanto a ser más infeliz
que sin ella). El problema es que ni la visión del amor es soportada por la bestia,
ni la visión del conocimiento es soportada por la avaricia, que por su propia
esencia está condenada a una eterna frustración.

El poder como ideal es una filosofía peligrosa; si tu forma de relacionarte con los
demás se basa en la fuerza y en el placer de humillar a los demás, eso es lo que
vas a recibir el día en que te fallen las fuerzas.

La lógica nos dice cómo es la realidad; el pensamiento arbitrario forma una


imagen que está destinada a desvanecerse, y la justicia natural consiste
precisamente en ese encuentro cara a cara con lo real.

El espíritu es un concepto abstracto e intangible sólo hasta que el hábito de


percibirlo y reconocerlo hace que deje de ser algo "imaginario"; es un concepto
que no puede traducirse a términos físicos, pero no algo que no pueda verse
como real.

Una visión del mundo es la proyección en el orden natural de una


conceptualización determinada, de unas categorías establecidas a priori. Estas
categorías pueden ser, por ejemplo, "partícula", "energía", "movimiento",
"espacio", etc., o "satisfacción", "soledad", "cariño", "violencia", etc. Una
categorización sólo excluye a la otra dentro de su propio orden, pero la realidad
no determina de por sí que solamente exista una forma de percibirla.

Dios no existe si no existe una justicia universal; el problema es que damos


demasiado pronto por supuesto que esa justicia no existe, basándonos en cuatro

vii
verdades de Perogrullo y en razonamientos que no admiten discusión ni desean
realmente entrar en ella.

El encuentro de la persona consigo misma, en un sinceramiento sin posiblidad


de escape, es en lo que consiste la justicia última; la satisfacción de verse como
una persona que ha sabido vivir la vida de una forma adecuada, y el horror sin
nombre de ver en lo que uno se ha convertido mediante el egoísmo, la soberbia,
la crueldad y la envidia, constituyen el jurado inapelable ante el cual todos hemos
de comparecer.

Cuando Copérnico expuso el heliocentrismo, lo hizo con un prólogo de su amigo


Osiander que aclaraba que "las hipótesis no son artículos de fe, sino bases para
hacer cálculos". Esto no debería interpretarse (como suele hacerse) como una
excusa de Copérnico para evitarse problemas, sino como una muestra de
sabiduría.

Considerar el sol como centro del universo es tan arbitrario como hacerlo con la
tierra. En el universo no existe ningún centro, ningún objeto inmóvil, a no ser que
se tome por definición al observador como punto fijo (en cuyo caso quizá sería
más adecuado el modelo ptolemaico, ya que el observador suele estar situado en
la tierra). Otra opción sería tomar como punto fijo, bien alguna galaxia o cuerpo
celeste concreto seleccionado con algún criterio específico, o bien algún tipo de
"epicentro metagaláctico", si es que puede determinarse tal cosa si tenemos en
cuenta que las galaxias que nosotros vemos son cada una de una época
diferente. El movimiento de un cuerpo lo es con respecto a otro cuerpo, no existe
el movimiento absoluto (al menos hablando de cuerpos sólidos).

Por ejemplo, cuando andamos nuestro cuerpo se mueve con respecto al suelo.
Consideramos el suelo (la tierra) como referencia inmóvil (podríamos tener en
cuenta que la tierra también se mueve, pero eso ya sería demasiado), porque eso
es lo más práctico... habitualmente. Pero puede suceder que nos resulte más útil,
en un momento dado, considerar que nosotros (el observador) somos el punto
fijo, y que es el suelo el que se mueve con respecto a nosotros (esta forma de
percibir el espacio es probablemente la que, consciente o inconscientemente,
adopta por ejemplo un piloto de carreras). No hay una "verdad" implícita en
ninguna de las dos versiones; simplemente utilizamos el modelo que nos resulta
más conveniente. En realidad, la ciencia se ocupa de eso: de proponer modelos
prácticos, y no de postular "verdades". Desde luego, suele ser más cómodo y
más práctico el modelo de objetos menores moviéndose con respecto a otro
mayor (en el caso de las órbitas planetarias, un movimiento calculable con
ecuaciones sencillas), pero no hay nada que nos impida adoptar un modelo
basado en, por ejemplo, el sol girando alrededor de la tierra: de hecho, este
modelo es ampliamente utilizado aún hoy en día en multitud de aplicaciones
(náuticas, meteorológicas, astronómicas), si bien se aclara a continuación que
ese movimiento es "aparente".

viii
Por cierto, cuando nos imaginamos o dibujamos la tierra dando vueltas
ligeramente elípticas alrededor de un sol que, por supuesto, también se mueve
(¿con respecto a qué?), lo hacemos desde una especie de nave espacial situada
estratégicamente y que suele ser perfectamente inmóvil (es decir, tomamos
inconsciente y arbitrariamente al observador como punto fijo).

Una batalla se gana perseverando en mantener la propia Confianza hasta


quebrar la del enemigo. Una vez que el adversario empieza a dudar de su propio
esquema, ya no es necesario el esfuerzo sino lo imprescindible para mantener el
orden.

Confundir al enemigo es la táctica más efectiva, ya que toda acción se basa en un


esquema mental, y si éste se debillita, se debilita también la capacidad operativa.

De nada sirve un armamento sofisticado si no hay determinación y seguridad para


emplearlo ("espada hay para matar, mas no hay corazón para desenvainar"-refrán-)
Por otro lado, la tecnología siempre es falible, por mucho cuidado que se ponga en
su empleo; baste recordar casos como el Titanic, Challenger, etc. Las variables
ocultas son por definición inevitables.

La suerte es el resultado de haber elegido un camino con corazón (Castaneda: "las


enseñanzas de don Juan"), de haber seguido la senda del espíritu. Los fenómenos
paranormales como las coincidencias inexplicables tienen lugar por la expresión
terrenal del espíritu.

Nunca hay que obligar al adversario a que se humille, por muy derrotado que esté:
"al enemigo que huye, puente de plata".

La coacción (acción en común) sólo es posible en el terreno de lo verbalizable; es


la palabra la que marca la línea divisoria entre consenso y personalidad.

La confianza se adquiere gradualmente. El poder lo da el conocimiento, y la


confianza se adquiere mediante el conocimiento cierto de las cosas. Lo más
importante en la vida es tener siempre presente "la totalidad del ser que va a morir"
(Castaneda: "una realidad aparte"). Vivir la muerte como una espada de Damocles
que un día nos va a cercenar la cabeza es una actitud muy poco inteligente, y por
cierto ésa es la actitud de los que aman el poder.

La satisfacción la da el mérito: ésa es la primera ley de la psicología. Intentar


concebir la mente con los objetos de la física no tiene ningún sentido, como no lo
tiene investigar las propiedades de un programa de ordenador mediante el
análisis del disco duro.

ix
Dios es el límite absoluto de toda realidad. El "corazón" o "espíritu" es algo
indefinible sólo hasta que la costumbre de distinguir esa emoción e identificarla hace
que el concepto deje de ser algo intangible y abstracto. Este hecho primordial es el
más relevante en la naturaleza, y cualquier otra consideración debe partir de esta
realidad fundamental

La epistemología es en definitiva una habilidad que se adquiere con la experiencia


de disciplinas determinadas y de la vida misma (John Ziman: "la credibilidad de la
ciencia", Cambridge University 1978).

La fiabilidad de una idea depende de la fiabilidad del método empleado para su


extracción. La física suele ser sumamente fiable porque emplea un método de
contrastación empírica muy fiable, debido a que las categorías empleadas se
corresponden con objetos fácilmente identificables, tales como "longitud de onda",
"número atómico", "distancia", "segundo", etc... Se supone que a partir de esa
conceptualización puede deducirse una visión del mundo sin margen para la
ambigüedad y que justifique cosas como la "ley del más fuerte", el hedonismo, etc...
Pero el hecho es que la realidad en sí (completa, y no parcialmente concebida) parte
de perceptos como el placer y el dolor, el amor y la violencia, la satisfacción y la
frustración, lo bello y lo grotesco, la seguridad y el miedo, etc, etc, etc, y una
conceptualización realista (no interesada) debe empezar por dar forma a esos
objetos, y no perderse en cuestiones como la de si el número "infinitas veces infinito"
es más infinito que otro que sólo sea una vez infinito, o intentar resolver
seudoproblemas como "el problema del ser" o la necesidad de una "ética mundial".

El poder no puede soportar la visión del espíritu, ya que ello le recuerda lo que
le espera al final del camino. Por eso, su mayor empeño está en anular la
percepción espiritual; es comprensible que la libertad sea la "obsesión" de tanta
gente, y que sea algo irrenunciable.

El final de la Segunda Guerra Mundial supuso el triunfo del hombre decente


sobre la bestia que intenta anidar en su interior (Montgomery: "historia del arte de
la guerra"). Volviendo al discurso de Eisenhower, debemos siempre "to be strong
in our faith that all nations, under God, will reach the goal of peace with justice".

1 sept. 2006

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