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EL CUERPO DE LA CIUDAD Y EL GENERO DE LOS ESPACIOS El cuerpo es algo mas que aquello que se observa externamente, cs el espejo y la forma que adquieren muchas de las aspiraciones personales, la parte visible del deseo de perfeeci6n humana. El cuerpo humano es considerado el simbolo personal y social de la identi- dad, la cual es una estrategia que usamos para dar sen- tido o negarnos a nosotros mismos, un clemento basi- co mediante el cual nos construimos. Por tanto, el cuer- po no es simplemente, o tan sdlo, un organismo, sino también un vehiculo metaférico lleno de multiples sig- nificados. Asi, existe una estrecha ligazén entre cl cuer- po fisico y el social, una relacién que Gnicamente puede ser entendida en el contexto de la construccién social de la realidad. En este sentido, el cuerpo debe ser visto como el primer lugar de la experiencia social, cl lugar donde la vida social se convierte en una experiencia vivida. Para entender el cuerpo necesitamos saber quién lo controla, como se mueve a través de los espa- cios y el tiempo de la vida diaria, quién conoce sus pla- ceres, sus sensualidades, sus comportamientos en la esfera publica y privada, ete. 13 Le Corbusier, dibujo E/ Modulor, 1942. La representacién del cuerpo (una particular y reco- nocible forma) significa una especie de cédigo que debe ser leido 0 entendido como un intento de responder a la busqueda de identidad. La necesidad de conformar el cuctpo a los valores que prevalecen en cada sistema social es un fenémeno universal que genera una gran ansiedad personal, y ninguna sociedad, desde la mas arcaica a la mas sofisticada, esta exenta de un codigo de representacion social de este cuerpo. Su manipulacion, conformacién y decoracién se refieren basicamente a la percepcidn, por parte de los otros, de nuestra persona como un ser con un lugar reconocible en el sistema cul- tural. En este sentido, hay que ser muy consciente de que ros de la identidad personal es cl cuerpo humano y, por tanto, deviene una metafora fundamental en el contexto de la construccién social de la realidad en el que esa identidad es analizada. Por ello, mas alla de un mero organismo fisico y/o material, cl uno de los signos mis cla 14 cuetpo necesita ser comprendido como una especie de cédigo para situarnos en el mundo y entender quiénes somos. De hecho, en la sociedad occidental, la configu- racion del propio cuerpo influye de forma harto eviden- te en nuestra existencia social y cultural. Asi, en una época basada en la juventud, la salud y la belleza fisica, el cuerpo se presenta como un simbolo que llega a crear una profunda inquietud emocional. En un mundo donde Ja apariencia y la “imagen” han llegado a convertirse en los valores supremos, cl cuerpo no sélo trasmite mensa- jes a la sociedad en la que vivimos, sino que se convierte él mismo en el contenido de los mensajes y refleja hasta qué punto se han asimilado las normas reconocidas socialmente. De este modo, ¢l cuerpo funciona como un signo econdémico, espacial y cultural, es un vehiculo que ayuda a fijar el vocabulario de los roles de los géneros. No es sdlo creado social y culturalmente, sino también psiquica- mente; en este sentido, mas que un punto de partida, o una fuente de reconocimiento, la imagen del cuerpo es el efecto, cl resultado, la construccién que se produce a tra- vés de la subjetivizacién de las estructuras que preceden nuestra entrada en ¢l mundo. Asi, el ideal para el cuerpo del hombre, incluso en su ausencia, ha sido siempre la accion (demostrada o implicita), y por esta razon uno de los mayores micdos masculinas es cl de la pasividad y lo que ello conlleva en cuanto a la pérdida de privilegios devenir como una mujer. La fantasia metonimica requic- re un ideal de accion por cl cual cl hombre debe constan- temente medir su sexualidad 0 estar en peligro de perder- la. El ideal activo protege al hombre de deslizarse dentro del rol social subordinado reservado para la mujer. 5 Actualmente, existe la idea basica de que si el hombre no domina la situacién, ésta puede controlarle hasta hacerle perder su masculinidad y caer en posturas femeninas. Por eso la representacion del cuerpo del hombre no es una imagen como otra cualquiera, sino que posee un status especial que conecta con los conceptos de poder y mora- lidad social, y lo convierte cn una especie de medida de las costumbres culturales de un momento histérico (el sentido de identidad es ampliamente dependiente de la habilidad para representarse a si mismo en el mundo, como ya se ha apuntado). La figura del cuerpo masculine esté siempre mediatizada por las representaciones de las imagenes corporales construidas ideologicamente, las cuales tienen el poder de modelar los ideales sociales (nuestra mirada esta absolutamente condicionada por un sistema patriarcal en el que el hombre ostenta el papel de creador, propictario y espectador). Por estos motivos, no existe el cuerpo natural y sin condicionamientos, sino mas bien un cédigo repre: dos especificos en cada época y emplazamiento El cuerpo es el lugar donde se localiza al individuo, aquello que establece una frontera entre el yo y el otro, tanto en el sentido personal como en el fisico, algo que, tal y como se ha visto, es fundamental para la construccién del espacio social. Pero sabemos que el espacio no es algo dota- do de propiedades meramente formales, que no es algo prcexistente ni vacio de significado. Es el cuerpo (pero no un cuerpo genérico, sino uno definido y concreto), con sus capacidades de accién y sus energias, cl que crea y produce el espacio, al tiempo que es producido por éste en un marco histérico y temporal especifico que en cada momento esta- blece las pautas de comportamiento, pues no deberiamos 16 olvidar que, como escribe Linda McDowell (2000: 15), “los espacios surgen de las relaciones de poder, las relaciones de poder establecen las normas; y las normas definen los limi- tes, que son tanto sociales como espaciales, porque deter- minan quién pertenece a un lugar y quién queda exeluido”. Por esta raz6n, la configuracién de la ciudad revela, a todo aquel que esté atento, que cl espacio (tal y como explica cl fildsofo francés Henri Lefebvre) se califica, en funcidn del cuerpo, mediante un conjunto de pistas, trazos y huellas que hablan de acontecimientos politicos, sociales y cultura- les que ayudan a conformarlo. De este modo, en la estruc- tura arquitectonica de cualquier ciudad se refleja su pasado y cristalizan las proyecciones de la sociedad. Un buen cjemplo de ello lo podemos encontrar cn cl cuento del escritor italiano Italo Calvino “Las ciudades y el deseo. 5”, recogido en su conocido libro Las cindades invisibles, Al leer este cuento nos damos cuenta de como en el espacio discursive del mismo, en la construccién de la estructura de la ciudad que el cuento menciona, la mujer est4 ausente, no existe en cuanto sujeto activo, tan slo aparece como prisionera del suefio y de la cultura masculina, cautiva del deseo del hombre: Después del suefio buscaron aquella ciudad; no la encontra- ron pero se encontraron ellos; decidieron construir una ciu- dad como en el suefo. En la disposicién de las calles cada uno rehizo el recorrido de su persecucidn; en el punto donde habja perdido las huellas de la fugitiva ordené de otra mane- ra que en el sueito los espacios y los mutos, de modo que no pudiera escapirsele mis, (Calvino 1983: 57). No es por tanto ésta, como muchas otras, una ciu- 17 dad de tod@s, sino una ciudad construida sobre la base del suefio y del deseo masculino, una ciudad imaginada por los suefios del hombre y edificada sobre la base de sus pensamientos y experiencias, Sin embargo, poco a poco las cosas van cambiando y cada dia son mas nume- rosos l@s arquitect@s y artistas que se interesan por la ciudad y se interrogan por conocer como la arquitectura ocupa o define el espacio social, y estan interesad@s en plantear visiones que tratan de desterrar los lenguajes universalistas. Lenguajes y codigos que, bajo una preten- dida neutralidad técnica y descriptiva, contribuyen a la perpetuacion de las discriminaciones y se convierten en la expresion de una geometria autoritaria que sustenta el pensamiento hegeménico, reproduce la subordinacién de lo femenino, agudiza las diferencias sociales y niega la existencia espacial y urbana de las minorias. Paralelamente, y al igual que el cuerpo es el primer lugar del individuo, entiendo que la comprensién de los diversos géneros debe ser inscrita en una compleja y dis- cursiva categoria que no puede ser analizada indepen- dientemente de otros diversos componentes de eso que se puede Hegar a entender como identidad. Los indivi- duos no nacen como seres humanos totalmente acaba- dos. Lo que llegan a ser es el resultado (siempre provisio- nal) de un proceso continuo de absorcién de estructuras culturales y espaciales a partir de la base de una serie de impulsos y potencialidades, sujctos a deseos y pulsiones conflictivas. En consecuencia, las personas no son un producto definido por imperativos biolégicos, ni tampo- co el resultado simple de las relaciones sociales. Ambito psiquico, con sus propias normas c historia, en el que las posibilidades biolégicas del organismo adquicren ‘iste un. su significado. Por ello, lo que denominamos identidad es un logro siempre precario que se ve constantemente socavado por los deseos reprimidos que constituyen el inconsciente. La complejidad de la construecién de la masculinidad y la feminidad queda evidenciada cuando nos damos cuenta de la multitud de factores que intervie- nen en ese proceso; asi, y segtin asegura Jeffrey Weeks (1993), las masculinidades, como las feminidades, son practicas sociales y no verdades cternas, y se forman en la interaccién entre lo bicldgico, lo social y lo psicolégico. La “masculinidad” cs por tanto, y en la medida en que podemos definitla con claridad, a la vez un lugar de rela- ciones de género (el conjunto de practicas a través de las cuales los hombres y las mujeres se sittian a si mismos en relacion con el género), y los efectos de dichas practicas en las experiencias corporales, la personalidad y la cultu- ra. Las relaciones de género se organizan en la intersec- cién entre el poder, la produccidn y la emocién, y dan lugar a una multitud de masculinidades —hegemdnicas, subordinadas, marginadas y oposicionales— que coexisten ¢ interactuan simultancamente y que se configuran, todas cllas, en circunstancias historicas especificas. Dentro de la estructura ideoldgica de la cultura ocei- dental, patriarcal y heterosexista, la masculinidad ha sido tradicionalmente estructurada como el tinico género, como la pauta normativa a seguir. Sin embargo, los estu- dios feministas y gays han desafiado, en las ultimas déca- das, la impermeabilidad de ese planteamiento para hacer hincapié cn el caracter multiple de la identidad y subrayar que el género es articulado a través de una gtan variedad de estructuras lingiiisticas, institucionales, espaciales y cul- turales, asi como por un conjunto de influencias, algunas 19 de las cuales somos capaces de controlar y otras no. Todo ello, para llegar a concluir que la identidad de género no es algo neutral ni mucho menos accidental, sino que actua como un ideal coercitivo que tiene la misién fundamental de proteger la norma hegeménica del heterosexismo y la misoginia. Las diversas reflexiones provenientes de los movimientos feministas y gays han demostrado en nume- tosos anilisis que el género es un constructo social, con- formado por circunstancias histéricas y discursos sociales y no por circunstancias biolégicas, fundamentalmente azarosas. Y, en este sentido, el concepto de género, mas que permanecer estitico y reactivo, es inevitablemente performativo, en inagotable construccién, continuamente desplegado como una compleja puesta en escena de auto- rrepresentacion y autodefinicién. Por esta razon nunca el género, algo complejo y resbaladizo de definir, se puede entender en su totalidad en un momento historico deter- minado. De este modo, creo que podemos asegurar que no existen (en sentido biolégico) rasgos, actitudes, tempe- tamentos © aspectos propios ¢ intrinsecos de un sexo, sino unos modelos sociales de comportamicnto scleccio- nados y fijados culturalmente en funcién de la evolucién hist6rica de cada sociedad. Los aniilisis y estudios de la profesora Judith Butler han sido fundamentales para lograr esta vision historica y antropoldgica que entiende el género como una relacion entre sujctos socialmente constituidos en contextos espe- cificos: para la investigadora norteamericana, el género no es un sustantivo, ni tampoco una serie de atributos vagos, sino que es performativo, es decir, constituye la identidad que sc supone que es en permanente transfor- macién, pues siempre cs un hacer, aunque no un hacer 20 por parte de un sujeto que se puede considerar prees tente a la accion, ya que no hay una identidad de gé detras de las expresiones de género. Luego la identidad se constituye performativamente por las mismas “expresio- nes” que, segtin se dice, son resultado de ésta. Creo que podemos concluir, segun lo que dice Judith Butler, que el hacet lo es todo y que no se “es” nada més alla del pro- ducto del devenir permanente y continuo. Si, paraftase- ando a Simone de Beauvoir, y siguiendo las bases meto- dolégicas de la eseritora queer Judith Butler, no se nace hombre ni mujer, sino que se llega a serlo, entonces exis- te la posibilidad de intervenir en esa practica discursiva que se esti constantemente conformando para dotarla asi de nuevos significados. Por tanto, podemos afirmar que no existe la masculinidad ni la feminidad en si misma; mas bien al contrario, la masculinidad, al igual que la feminidad, se va adquiriendo en un proceso de aprendi- zajc, a veces muy duro, en cl cual una es producto de la otta, ya que ambas se construyen y se definen una en rela- cién (0 negacién) a la otra. De tal modo, los géneros aparecen socialmente como modelos de comportamiento que se imponen a las perso- nas en funcién de su sexo, intentando crear una vincula- cin directa hombre=masculino, mujer=femenina, Sin embargo, que lo femenino no es algo exclusivo de las mujeres ni lo masculino de los hombres parece algo evi- dente. De todas formas, ese razonamiento todavia se utili- za idcolégicamente para desvalorizar todo aquella que se pucde entender o clasificar bajo cl término de femenino, ya lo desarrollen los hombres o las mujeres. La feminidad est continuamente interrogada, en la tentacién de dejarla fijada de una vez por todas, mientras que la masculinidad ero, 21 permanece mayoritariamente incuestionada. Asi, la mujer es presentada como lo extrafio, desconocido ¢ indefinido. Por contraste, lo masculino participa de todas las cualida- des de lo sdlido: es claro, limpido, bien delimitado, firme y, sobre todo, natural. Con estos planteamientos se consigue dotar a cada género de un cédigo claro y conciso que enuncia como debe comportarse y actuar cada uno depen- diendo de su sexo-género, al tiempo que se crea un siste- ma de jerarquias en el que lo masculino no ¢s tinicamente diferente de lo femenino, sino que ademas ¢s ofrecido como superior. Esta concepcién miségina y homéfoba del papel de los géneros se basa en la idea central del rechazo de la pasividad (una actitud entendida como absolutamen- te femenina). Si un hombre no es capaz de organizar sus acciones y comportamientos con una clara actitud mascu- lina corre el peligro de perder el poder y sus privilegios. La identidad de género (masculino o femenino) sefiala la forma en que satisfacemos nuestras necesidades, los medios de que nos valemos para obtenerlas y los modos en que nos relacionamos con otras personas. La existencia de diferencias tan marcadas entre los géneros es el producto de una desigual distribucion de responsabilidades en la pro- duccién social de la existencia que beneficia claramente a la masculinidad, Los valores de género son un producto del entorno social (de la educacién mas que de la naturaleza) y un factor decisive en la comunicacién que transmitimos a través del lenguaje y la apatiencia (aspectos tales como los movimientos, los gestos, las expresiones, ¢l tono de voz, los lugares que ocupamos 0 el tipo de ropa que usamos), 0 la que Icemos en los otras, es decir, como percibimos, inter- prtctamos, ctiquetamos y usamos la informacién que nos llega de otros individuos. Y cn estos clementos de interac- cién con los demas que nos sirven para definir la identidad, tienen una destacada importancia los referidos a las divisio- nes espaciales, las cuales han sido trazadas historicamente siguiendo unas oposiciones binarias en funcién del género: lo publico enfrentado a lo privado, ¢l fucra al dentro, el tra- bajo exterior al interior, lo Util alo gratuito, la produccién al consumo, etc. Todo ello forma parte de un sistema de demarcacién social compuesto de una intrincada red de simbolos. Son codigos no neutrales (a los que asignamos significaclos y nos trasmiten significados) que nos sirven para hablar de los valores que conforman la existencia. Es decir, construimos imagenes de nosotros mismos y las pro- yectamos a través de nuestras actitudes y apariencias, que ejemplifican la sumisién o el cuestionamiento de los roles sociales asignados y el posicionamicnto, o no, dentro de la jerarquia establecida. Francesco Clemente, Hermatrodita, 1985. 23 Por estas razones, podemos decir que la masculini- dad no se tiene, sino que se ejerce, y el poder es el eje cen- tral de su constitucién y ejercicio. La identidad masculina =como la femenina, si es que hay solo dos opciones— nunca viene dada, por el contrario, sc tiene que ir consi- guicndo, afianzando y definiendo, siempre en relacion con los otros, Mas que una realidad inalterable y fija, la masculinidad es un efecto de la cultura, una construccién, una performance, una mascarada. Asi, para que la masculi- nidad pueda mantenerse es necesario ubicar a esos otros en una posicién que, subjctivamente, tenga valor de femenina, De este modo, la subordinacién cultural de lo dife- rente por parte de la masculinidad hegeménica se define, en cl caso especifico de la construccién del espacio social, mas por todo aquello que se niega que por aquello que se afirma, Y, sin embargo, el espacio urbano establece -en su distribucién, utilizacién, transferencia y simboliza- cién— jerarquias y prioridades que favorecen determina- dos valores y anulan otros. Para el arquitecto norteame cano Mark Wigley, la cuestion parece bastante evidente cuando escribe que la produccién activa de distinciones de género se puede encontrar en cada nivel del discurso arquitectonico; en sus timizacidn, pricticas de contrataci6n, sistemas magenes publi in canOnica, division del trabajo, bibliografias, rituales de le; de clasificacién, conferencias técnicas, rias, informa disefto de convenciones, codigos legales, estructuras salaria- les, practicas de publicacion, lenguajes, ética profesional, pro- tocolos de edicién, créditos de proyectos... (Wigley, en Colomina 1997: 227) 24

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