Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

Naturaleza Y Conducta Humana: Conceptos, Valores Y Prácticas Para La Educación Ambiental
Naturaleza Y Conducta Humana: Conceptos, Valores Y Prácticas Para La Educación Ambiental
Naturaleza Y Conducta Humana: Conceptos, Valores Y Prácticas Para La Educación Ambiental
Ebook616 pages8 hours

Naturaleza Y Conducta Humana: Conceptos, Valores Y Prácticas Para La Educación Ambiental

Rating: 0 out of 5 stars

()

Read preview

About this ebook

Adems de conquistar la luna y desintegrar el tomo, la especie humana tambin es responsable de otra proeza que nadie podr celebrar. En slo doce de las sesenta mil generaciones de seres humanos que han vivido sobre el planeta, hemos multiplicado entre mil y diez mil veces la tasa media de extincin de especies vigente durante sesenta millones de aos. Segn el autor, una vez visto hasta dnde hemos llegado, estamos obligados a reeducarnos ambientalmente entre todos y revisar los elementos fallidos de nuestra conducta que hacen peligrar el legado ambiental de las futuras generaciones. La crisis ecolgica exige cambios adaptativos en nuestra capacidad de juzgar qu es correcto o incorrecto, vlido o invlido, y de obrar en consecuencia.
En este libro se ponderan algunos de estos cambios mediante criterios de interdependencia o correlacin entre la validez ecolgica y la validez social de nuestras prcticas ambientales. Empleando como recursos conceptos, valores y mtodos de una pragmtica de la educacin y del conocimiento, el autor explora algunas posibilidades para abordar problemas y conflictos ambientales. El libro est escrito desde el convencimiento de que, adems de la explotacin despiadada y acelerada de los recursos de todos los seres vivos, el conocimiento humano es capaz de cobrar una presencia ambiental mucho ms humilde y sensata, gracias a prcticas para tratar mejor y ser mejor tratados por la naturaleza, para adaptar el entorno natural de manera que podamos seguir adaptndonos a l. Las hiptesis sobre el conocimiento y la educacin ambiental expuestas en este libro remiten a algunas de estas prcticas, concretndose en un conjunto de propuestas factibles y revisables, formuladas de manera que su validez pueda someterse a crtica y debate pblico.
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateOct 3, 2013
ISBN9781463345587
Naturaleza Y Conducta Humana: Conceptos, Valores Y Prácticas Para La Educación Ambiental
Author

J. Miguel Esteban

J. Miguel Esteban (Valencia, 1962) es doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación (Universitat de València, 1990), profesor de Lógica, Ética y Educación Ambiental en la Universidad de Quintana Roo, e investigador S.N.I. 2 en el Sistema Nacional de Investigadores de la República Mexicana. Es autor de “La Racionalidad Ecológica en la Teoría Pragmatista del Conocimiento” (2004), Normas y Prácticas en la Ciencia (coeditado junto a Sergio Martínez), “Educación, Humanidades y Cultura Ambiental” (2010) y “La Tragedia de los Comunes y sus Repercusiones para la Educación Ambiental” (2011) y “La Ética Ambiental en la Nueva Cultura del Agua” (2012), entre otras obras. Tras publicar este libro, prepara un volumen sobre nuestras relaciones con los animales no-humanos, previsto para 2013.

Related to Naturaleza Y Conducta Humana

Related ebooks

Environmental Science For You

View More

Related articles

Related categories

Reviews for Naturaleza Y Conducta Humana

Rating: 0 out of 5 stars
0 ratings

0 ratings0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    Naturaleza Y Conducta Humana - J. Miguel Esteban

    Copyright © 2013 por J. Miguel Esteban.

    Este libro ha sido financiado con fondos del proyecto Conacyt de Ciencia Básica 82866

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2012923433

    ISBN:     Tapa Dura                   978-1-4633-4557-0

                   Tapa Blanda                 978-1-4633-4559-4

                   Libro Electrónico         978-1-4633-4558-7

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 28/09/2013

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    404807

    ÍNDICE

    Prólogo

    Agradecimientos

    PARTE PRIMERA

    Ambiente, Educación y Conocimiento

    Introducción

    La presencia ambiental del conocimiento

    Nuestra perplejidad ante el mal ecológico

    Consecuencias del pragmatismo para la educación ambiental

    Diversidad de valores y diversidad biológica

    Validez ambiental y diversidad cultural

    Dilemas sociales y democracia participativa

    Sobre cómo ser un buen evolucionista

    Uno

    Recursos conceptuales para nuevas prácticas

    en educación ambiental

    Un poco de epistemología e historia de la educación ambiental

    Conocer y actuar ante problemas ambientales

    La sustentabilidad, concepto en disputa

    La economía hipertrofiada

    Miopía intertemporal e inequidad intergeneracional

    Resiliencia y desarrollo adaptativo

    Elementos para una definición operacional

    de educación ambiental

    Educación sobre el ambiente, para el ambiente y en el ambiente

    Basura y ocio en el Boulevard Bahía de Chetumal

    Basura y obsolescencia programada

    Sequía en Africa y asma en el Caribe

    De los conceptos a las máximas para las prácticas ambientales

    Dos

    Las prácticas de la racionalidad ambiental

    Cognición y finitud ecológica

    Retroalimentación y propiedades emergentes

    en los sistemas ecológicos

    Las prácticas de los puntos de inflexión ecológica

    Condiciones de validez para una nueva tecnología

    Retroalimentaciones positivas para la conservación de un arrecife

    Las prácticas de la biomímesis

    Las prácticas de la ecología industrial

    Sucesión ecológica y ecología industrial

    Prácticas de andar por casa

    INTERLUDIO

    Ecosistemas en Crisis

    Estudios de Caso

    Tres

    Crisis ambientales en el Golfo de México,

    la Costa de Galicia y la Mixteca de Oaxaca

    Petróleo y biodiversidad en el Golfo de México

    Intereses corporativos y políticos de un naufragio

    en la costa de Galicia

    Combatiendo la desertificación en la Mixteca de Oaxaca

    PARTE SEGUNDA

    Ambiente y Cultura

    Cuatro

    La interdependencia de los valores ambientales

    Repercusiones ambientales de la dicotomía entre hechos y valores

    Ciencia pura y valores

    Ciencia pura y extinción de especies

    La idea de un valor económico total de la biodiversidad

    Valores de utilidad

    Valores científicos-ecológicos

    Valores de control, dominio y resistencia

    Valores lúdicos

    Valores simbólicos y cognitivos

    Valores estéticos

    Valores afectivos

    Valores morales

    Valores globales

    Cinco

    Capacidad de carga y bien común

    La tragedia de los comunes

    Hobbes, Malthus y Hardin

    La racionalidad de los dilemas sociales

    Condiciones de sustentabilidad en el uso de recursos comunes

    Autoridad, impunidad y bien común

    Compromiso, reciprocidad y honestidad

    Atmósfera y agua como bienes comunes

    Seis

    Ambiente, comunidad y democracia

    Ambiente, comunidad e identidad personal

    Ciencia y democracia participativa

    Todos somos investigadores ambientales

    Investigación participativa en Sian Ka’an

    Todos somos aprendices ambientales

    La distribución asimétrica del riesgo ambiental

    Modos de participación y virtudes deliberativas

    Educación ambiental y educación para la ciudadanía

    Anexo I

    La Carta de la Tierra

    Anexo II

    Educación Ambiental para jóvenes en Quintana Roo

    Anexo III

    El naufragio del Prestige

    Bibliografía

    A Zaira, por su cercanía y su luz.

    A mi hermano Pablo, por subirse conmigo a los árboles.

    Prólogo

    Alejandro Herrera Ibáñez

    La preocupación por el estado del medio ambiente es uno de los rasgos que caracterizan mejor el siglo XX y lo que va del XXI. A principios de la segunda mitad del siglo pasado empezaron a oírse voces de alerta. Contra lo que pudieran pensar algunos, no fueron los filósofos los primeros en ser escuchados, o por lo menos no fueron los filósofos típicos, aquellos de los que dice Rorty que figuran en la lista canónica de las historias de la filosofía. Hablaré aquí de tres figuras señeras: una bióloga marina, un naturalista, y un oncólogo.

    La primera que mencionaré –considerada por muchos como la madre del ecologismo- fue la bióloga marina Rachel Carson (1907-1964), quien fue catalogada por la revista Time como una de las cien personas más influyentes del siglo veinte, junto con Freud, Gödel, Wittgenstein y Einstein. La obra que le dio fama mundial, La primavera silenciosa, fue publicada en 1962, y un panel de distinguidos norteamericanos la catalogó como uno de los cincuenta libros más influyentes del siglo. En realidad, escribir esta obra le tomó a Carson cerca de cuatro años, a partir de que en 1958 se decidió a escribirla.

    El libro comienza con un cuadro idílico en un pequeño pueblo que empieza a sufrir un repentino y acelerado deterioro debido a los productos químicos utilizados en el campo. En este breve relato las aves que solían cantar en primavera enmudecen, y por ello es que Carson pone a la humanidad frente a la posibilidad de una eterna primavera silenciosa.

    Antes de convertirse en una reputada bióloga marina, su madre, Maria McLean, le inculcó desde sus primeros años en su natal Springdale, en Pennsylvania, un acendrado amor a la naturaleza y a los seres vivos. Fue así que estudió en el Laboratorio de Biología Marina Woods Hole y que luego obtuvo la maestría en zoología en la Universidad Johns Hopkins en 1932 (donde impartió clases durante siete veranos) después de lo cual fue contratada por el Servicio de Pesquerías y Vida Silvestre de su país con la tarea de hacer guiones para la radio durante la Depresión. Para completar sus ingresos escribía artículos sobre historia natural para un periódico de Baltimore, y en 1936 inició una carrera de quince años de servicios en la federación como científica y editora, convirtiéndose con el tiempo en directora de las publicaciones de la dependencia gubernamental en que laboraba.

    A la vez que escribía folletos sobre conservación de los recursos naturales y que editaba artículos científicos, empezó a trabajar en una serie de artículos para la revista Atlantic Monthly, que se convertirían en 1941 en su primer libro, Under the Sea-Wind (Bajo el viento marino); y en 1952 publicó The Sea Around Us (El mar que nos circunda), estudio del océano que fue un bestseller, traducido a 30 idiomas, que llegó a ser premiado. Tres años después, en 1955, publicaría The Edge of the Sea (La orilla del mar). Con esa trilogía Carson logró su fama como naturalista y como divulgadora científica. Teniendo ya una posición más holgada económicamente, renunció a su trabajo en el gobierno para dedicarse de lleno a escribir. En esta etapa de mayor tranquilidad escribió artículos encaminados a lograr la recuperación del sentido de asombro en los niños al contemplar la naturaleza, entre otros temas (póstumamente, en 1965, se publicó esta serie de artículos en el libro The Sense of Wonder, El sentido del asombro); pero lo que más la ocupó fue su preocupación por la proliferación de plaguicidas químicos sintéticos después de la Segunda Guerra Mundial -muy en particular el DDT (diclorodifeniltricloroetano)- y que empezaron a sustituir a los plaguicidas naturales que hasta entonces se utilizaban. Esto la llevó a la publicación, en 1962, de La primavera silenciosa, en donde cuestionaba las prácticas que empezaban a ser comunes en las agrociencias y también por parte del gobierno. El libro se vendió exitosamente, precedido de fama aun antes de su publicación. Uno de los factores que llevó a Carson a escribirlo fue una carta de sus viejos amigos Stuart y Olga Huckings, quienes le relataban la destrucción causada por las fumigaciones aéreas de su santuario privado, de dos hectáreas de extensión, en Powder Point, en Duxbury, Massachusetts.

    Tratándose de un golpe directo a la industria química de la época, la respuesta no se hizo esperar. Fue tildada de histérica e ignorante, pero ella conservó siempre la calma manteniéndose al mismo tiempo firme en sus convicciones. Entre sus atacantes se encontraba la empresa Monsanto, que, sin mencionarla, trató de parodiar su posición con la publicación de un artículo titulado El año de la desolación (The Desolate Year), que comenzaba así: Quietamente, entonces, comenzó el año de la desolación…, desolación que no era causada por los plaguicidas, sino por los insectos. Carson había afirmado que los insecticidas deberían más bien llamarse biocidas, y lo sostuvo con datos a lo largo de su libro. Desde entonces, la industria química se ha ocupado de sembrar dudas sobre las investigaciones de Carson, de la misma manera que la industria petrolera lo ha hecho respecto al problema del calentamiento global, como lo ha demostrado elocuentemente Al Gore en su conferencia filmada, en La verdad incómoda. El caso es que la respuesta de Carson a estos ataques fue que ella no estaba en contra de su uso, sino de su abuso, y de que no se diera información al público. Ella insistía en que los plaguicidas deberían usarse teniendo en mente la calidad de la salud y de los alimentos, y siempre advirtió contra su uso indiscriminado.

    Después de la publicación de su libro, y debido a la polémica que desató, Carson fue llamada a testificar ante el Congreso en 1963, durante el gobierno del presidente Kennedy. El ministro de la Suprema Corte, William O. Douglas, apoyó a Carson, y el New York Times dijo en una editorial que Carson era acreedora al Premio Nobel de la misma manera que lo había sido Paul Müller, el químico suizo que en 1939 había identificado las propiedades insecticidas del DDT. En mayo de 1963 el Comité Científico Asesor del presidente Kennedy emitió su reporte, poniendo énfasis en que los plaguicidas deben usarse para mantener la calidad de los alimentos y de la salud de la nación, pero advirtiendo a la vez contra su uso indiscriminado. El Comité hacía un llamado a hacer más investigación sobre los posibles daños para la salud, y recomendaba un uso más cuidadoso de los plaguicidas en los hogares y en el campo. Un año después, en abril de 1964 –dos años después de la publicación de su influyente libro- Carson murió en Silver Spring, Maryland, afectada por un cáncer de mama –enfermedad que sigue cobrando víctimas entre las mujeres de hoy día- a los 56 años de edad, después de varios años de padecer este mal.

    La lucha y las ideas de Carson siguen más vigentes que nunca. La gente se inclina cada vez más al consumo de alimentos no químicamente tratados (llamados actualmente alimentos orgánicos), más en Europa que en nuestro continente. El llamado de Carson al uso racional y moderado de los apoyos biotecnológicos sigue resonando y sigue siendo escuchado en amplios sectores, a la vez que es vilipendiado y menospreciado en otros. Uno se pregunta cuándo escucharemos con atención y reflexión las siguientes palabras de Carson en una entrevista a la CBS en 1963: Seguimos hablando en términos de conquista. Aún no hemos madurado lo suficiente para pensar en nosotros mismos como sólo una pequeña parte de un vasto e increíble universo. Y añadía: Tenemos el reto, como nunca antes lo ha tenido la humanidad, de probar nuestra madurez y de probar nuestro dominio, no de la naturaleza, sino de nosotros mismos. Con estas palabras Carson tocó, sin ser una filósofa profesional, una idea que poco después sería expuesta crítica y ampliamente por los filósofos australianos John Passmore y luego Peter Singer: la llamada teoría del dominio, según la cual nos sentimos autorizados para someter nuestro entorno a los caprichos de nuestro exclusivo beneficio, en virtud de una supuesta superioridad sobre el resto de los seres, superioridad que pretende fundamentarse tanto en el hecho de que estamos dotados de razón como en el de que somos creaturas hechas a imagen y semejanza del Dios bíblico.

    Las preocupaciones pedagógicas de Carson, manifiestas en los libros que escribió para niños, se vislumbran en su lectura del escritor y ensayista E. B. White (1899-1985), contemporáneo suyo, quien escribió exitosamente algunos cuentos para niños desde el momento en que se convirtió en tío. Uno de estos cuentos, La telaraña de Charlotte (llevada en dos ocasiones a la pantalla grande), crea en los pequeños lectores una gran simpatía hacia los animales a través de un mamífero (un cerdo de nombre Wilburn que va a ser preparado para una cena), y un arácnido (una araña de nombre Charlotte que ayuda a Wilburn a escapar de los planes de sus amos, con la ayuda de un niño de la granja, que se llama Fern). Esta preocupación pedagógica de Carson es la que igualmente corre a lo largo del presente libro, que está expresamente dedicado al tema de la educación ambiental y a sus fundamentos, y así como Carson, por un lado, y E. B. White, por el otro, escribieron para un público infantil intentando sensibilizarlo hacia la naturaleza y sus pobladores no humanos, J.Miguel Esteban se coloca en esta misma vena ofreciéndonos en uno de los apéndices de este libro dos textos en que se dirige a los jóvenes y niños de nuestras latitudes, -concretamente a los niños y jóvenes mayas- para sensibilizarlos estéticamente sobre el entorno en que viven -el Caribe mexicano-, y para explicarles también didácticamente –tarea nada fácil, y exitosamente realizada por Esteban- el problema de la tragedia de los comunes, problema que por lo demás aborda en el cuerpo del libro –sobre todo en el cap. 5- analizando exhaustiva y críticamente todas sus aristas teóricas. Ambos textos muestran la profunda compenetración de J.Miguel Esteban con el entorno en que actualmente vive, y sus textos transmiten vívidamente sus emociones a sus jóvenes y a sus pequeños lectores. Los textos son fáciles de entender, pero en momentos transitan a una mayor complejidad que supone tener jóvenes o pequeños lectores con un grado de alfabetización no incipiente. Sin embargo, apoyados en materiales audiovisuales podrán ser de gran ayuda para el educador ambiental, quien también encontrará los textos didácticos de Esteban sumamente útiles para su propia comprensión del problema de la tragedia de los comunes, expuesto con gran sencillez y claridad.

    Carson, en su libro sobre los plaguicidas, cita en un epígrafe a E. B. White: Soy pesimista acerca de la raza humana porque es demasiado ingeniosa para buscar su propio bien. Nos acercamos a la naturaleza para golpearla hasta someterla. Tendríamos una mejor oportunidad de sobrevivir si nos acomodásemos a este planeta y lo viésemos con aprecio en vez de verlo con escepticismo y dictatorialmente. La cita es una muestra de que en aquellos años había ya una serie de ideas flotando en el ambiente, que con el paso del tiempo se desarrollarían con mayor amplitud. Carson no desconocía lo que ya algunos filósofos habían dicho sobre nuestra relación con los seres vivos. Su libro está dedicado precisamente al médico, músico, filósofo y teólogo luterano franco-alemán Albert Schweitzer (1875-1965), quien en los años veinte del siglo pasado desarrolló su teoría de la reverencia por la vida, con la cual se convirtió en precursor de posteriores éticas biocéntricas. En la dedicatoria de su libro, Carson reproduce las siguientes sombrías palabras de Schweitzer: El hombre ha perdido la capacidad de prever y prevenir. Terminará destruyendo la tierra. El tremendo pesimismo de estas palabras de Schweitzer –y el de las de E. B. White- sigue vigente y constituye una severa advertencia de que si no cambiamos nuestra mentalidad mediante la educación -incluyendo la autoeducación- la naturaleza destructora y egoísta del ser humano prevalecerá sobre su naturaleza constructiva y altruista.

    He descrito a Schweitzer como un precursor de una serie de éticas del medio ambiente, las biocéntricas. En realidad, si buscamos precursores tenemos que remontarnos –y ya se ha hecho- tan lejos como hasta la Grecia antigua con sus primeros pensadores, fundadores de la filosofía occidental; y si somos intelectualmente honestos, hasta las filosofías surgidas en la India y la China antiguas. La deuda de Occidente con el pensamiento desarrollado en Oriente es inmensa y no se suele mencionar tanto como debería hacerse (aunque, en realidad, deberíamos abandonar, entre otras, la dicotomía pensamiento occidental-pensamiento oriental, aun más en el mundo globalizado en que actualmente vivimos). Ahora bien, el presente libro tiene la virtud de llamar nuestra atención sobre otro importante precursor, el pedagogo, psicólogo, teórico de la educación y filósofo, fundador (además de Charles S. Peirce y William James) del pragmatismo, John Dewey (1859-1952), quien desarrolla sus ideas desde finales del s. XIX hasta la primera mitad del veinte. J.Miguel Esteban nos hace ver la importancia que el medio ambiente tenía para Dewey y la gran relevancia de su concepción de la educación y la democracia para el tema de la educación ambiental. De hecho, lo que hace Esteban –y lo hace muy bien- es propugnar el pragmatismo –tan vilipendiado en algunos medios- como una solución a nuestras discusiones sobre cómo debemos acercarnos al problema de nuestra relación con el medio ambiente.

    Después de Carson, la otra figura señera de quien hablaré es Aldo Leopold (1887-1948), silvicultor, biólogo ecólogo y conservacionista norteamericano, creador del concepto de ética de la tierra, quien es ampliamente reconocido como el padre de la conservación de la vida silvestre en su país, y puede considerarse precursor de las actuales éticas ecocéntricas. Estudió en la Escuela Forestal de la Universidad de Yale, históricamente la primera en su género en los Estados Unidos. Después de obtener ahí su maestría trabajó en el Servicio Forestal de los Estados Unidos durante 19 años. Una de sus labores fue la de supervisor del Bosque Nacional Carson, en Nuevo México. Después fue trasladado a Madison, Wisconsin, donde fue director asociado del Laboratorio de Productos Forestales de Estados Unidos. Después de abandonar el Servicio Forestal en 1928, hizo trabajos independientes. En 1935 fundó la Sociedad de la Vida Silvestre, y contribuyó notablemente a la creación del Bosque Nacional Gila, en Nuevo México. En ese año compró una granja deteriorada y abandonada, de 120 hectáreas, junto al río Wisconsin, en la que pasó largas temporadas en compañía de su esposa Estella. Es de sus caminatas y observaciones cotidianas ahí, de donde proviene en su mayor parte el libro que le dio fama y que fue publicado un año después de su muerte, titulado Almanaque del Condado Arenoso y Esbozos de Aquí y de Allá, cuya lectura constituye una delicia para cualquier amante de la naturaleza.

    En la Parte III de dicho libro hay un breve capítulo titulado La ética de la tierra (The Land Ethic), en el que enuncia lo que muchos han llamado la regla de oro de la ecología: Algo es correcto cuando tiende a preservar la integridad, la estabilidad y la belleza de la comunidad biótica. Es incorrecto cuando su tendencia es de otra manera. Leopold pensaba que la causa del deterioro ambiental se debía a que vemos la tierra (land) como un objeto que se puede poseer privadamente, cuyo valor es exclusivamente económico y con la que, en consecuencia, su propietario puede hacer lo que le venga en gana. Ello constituye, dice en el prefacio a su obra, un concepto abrahámico de la tierra incompatible con la conservación. Para él, que la tierra es una comunidad es el concepto básico de la ecología. En el presente libro, el lector se enterará de que un zoólogo, microbiólogo y ecólogo norteamericano, Garrett Hardin, adquirió fama mundial por pensar precisamente lo contrario de lo sostenido por Leopold. Esteban, en el cap. 5 del presente libro, discute a fondo y con gran amplitud los argumentos de Hardin para mostrar sus fallas. Este capítulo constituye el meollo sobre el que gira el resto del libro, y sobre el que se fundamenta su propuesta pedagógica. Esteban anuncia, desde el inicio de su libro, que toma diversas ideas en préstamo. La originalidad de su obra radica principalmente en la brillante exposición, ordenamiento, conexión y explicación de esas diversas ideas. Una de sus aportaciones originales, sin embargo, es su propuesta de una definición operacional de educación ambiental. Dicho esto, hay que mencionar las ideas que Esteban expone de quien hizo la mayor crítica de la obra de Hardin, las de la premio Nobel de Economía 2009 (la primera mujer en haber recibido dicho premio en tal disciplina), la politóloga norteamericana Elinor Ostrom (1933-2012), experta en acción colectiva, quien recibió la presea de Estocolmo por su análisis de la gobernanza, especialmente de los recursos compartidos, o sea, de los bienes comunes. La exposición de Esteban muestra cómo la investigación de campo de Ostrom en diversas comunidades del mundo –incluido México- echa por tierra el apriorístico experimento mental de Hardin. La cooperación en las comunidades, y su reglamentación, se encuentra presente en un grado mucho mayor de lo que se puede imaginar un académico de escritorio. Basta, desde luego, darse una vuelta por comunidades rurales de México –por citar sólo un caso- para comprobarlo.

    La tercera figura que deseo mencionar es la del bioquímico y oncólogo norteamericano Van Rensselaer Potter (1911-2001), quien generalizó el uso del concepto de bioética (bioethics, en inglés), aunque el primero que usó la palabra que se refiere a este concepto, "Bio-Ethik, en un artículo de 1927 (de hecho, en una serie de artículos entre 1927 y 1934, en los que desarrolla la innovadora idea de un imperativo bioético") fue el filósofo, educador, teólogo y pastor protestante alemán Fritz Jahr. Potter la utilizó por primera vez en un artículo de 1970 y confirmó su uso en su libro de 1971, Bioética, puente hacia el futuro. Aunque con el paso del tiempo la bioética se fue concentrando en problemas de la relación entre la ética y las tecnologías de las ciencias de la vida, la idea de Potter (y la de Jahr) era más amplia, y algunos hemos insistido en ser fieles al sentido original, etimológico, de la palabra, de manera que la ética ambiental y la ética hacia los animales no humanos vienen a ser una de las ramas de la bioética. De hecho, actualmente muchos planes de estudio de la especialización, o de diplomados, en bioética en diversas universidades incluyen el tema de la ética ambiental y animal.

    Leopold enfatizaba en su libro que la educación debe incluir tanto valores humanísticos como valores científicos. Potter retoma esta idea y dedica su libro a Leopold, quien anticipó –dice en la dedicatoria- la extensión de la ética a la bioética. La idea metafórica del puente, presente en el título de su libro, sugiere que los eticistas y los científicos no pueden, no deben, trabajar aisladamente, ignorándose los unos a los otros; más específicamente, los ecólogos y los eticistas ambientales deben unir esfuerzos. De ahí el carácter multidisciplinario de la bioética, la cual reúne las aportaciones no sólo de ecólogos y eticistas, sino de una multitud de disciplinas (psicología, sociología, derecho, medicina, ciencias de la vida en general, ciencias cognitivas en general, y ética tanto teórica como aplicada). Potter piensa en una especie de nueva mezcla entre biología básica, ciencias sociales y las humanidades. No podemos, piensa, darnos el lujo de dejar nuestro destino en manos de científicos, ingenieros, tecnólogos y políticos. Se necesitan biólogos que respeten el frágil entramado de la vida, no de biólogos ocupados en el mero estudio de la supervivencia del más fuerte, sino en la supervivencia del ecosistema en su totalidad. Conocimiento biológico y valores humanos unidos llevarán a una nueva sabiduría para la que propone adoptar el término bioética, e insiste en que la ética no debe desligarse de la comprensión de la ecología. Potter confiesa en el prefacio que su libro es un resultado de treinta años de investigación sobre el cáncer, lo cual lo lleva a otra feliz metáfora: sus años dedicados al estudio del desorden lo llevaron a la búsqueda de un desorden ordenado a nivel cósmico para explicar el desorden visto en los aspectos prácticos del problema del cáncer. Y la única forma de sanar al planeta del cáncer que lo aqueja es unir las ciencias de la vida –particularmente la ecología- con las disciplinas humanísticas –particularmente la ética- en la multidisciplina que es la bioética. A este respecto -y pienso que como ejemplo de la colaboración posible entre científicos y humanistas-, otro de los autores de cuyas ideas recurre Esteban –autor que desgraciadamente me era desconocido hasta la lectura del presente libro- es Gerald Marten, doctor en zoología que con el paso del tiempo se fue concentrando en la ecología humana, en la que actualmente es una autoridad. Marten ha desarrollado una serie de conceptos básicos para el desarrollo sustentable que son expuestos y aprovechados por Esteban, y se ha concentrado en problemas ecológicos prácticos con la finalidad de ayudar a comunidades en el mundo a resolverlos haciendo buen uso de los recursos de la ciencia, auxiliando así a la gente para que lleve una vida sustentable. Creó el proyecto Ecotipping Points, destinado a aprovechar historias de éxito ambiental para lograr un mundo mejor para sus cinco nietos (generaciones futuras) y el resto del mundo. Ha prestado su valiosísima ayuda en diversos países, entre ellos el nuestro cuando de 1976 a 1979 fue Investigador Senior en el Instituto de Investigaciones sobre Recursos Bióticos, en Xalapa, Veracruz, y consultor, en 1976, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en México, para la planeación del uso ecológico de la tierra.

    Esteban se ha identificado con el trabajo de Marten –con cuyas valiosas opiniones ha contado en particular para el desarrollo del cap. 2 sobre las prácticas de la racionalidad ambiental. Como buen pragmatista, Esteban no se ha quedado solamente en la teoría, sino que ha bajado ésta al nivel de los problemas prácticos y locales. Así, por ejemplo, sus frecuentes caminatas y observaciones en el Boulevard Bahía de Chetumal –la ciudad donde este libro ha sido escrito- lo han llevado a hacer en el cap. 1 valiosas sugerencias a las autoridades –un ayuntamiento cuyo esfuerzo, aunque insuficiente, es reconocido por el autor- para la educación ambiental de la población. Recurriendo a lo que Marten llama puntos de inflexión ecológica –puntos neurálgicos para la restauración o para el deterioro de un ecosistema dado-, de los que el propio Marten da algunos ejemplos expuestos por Esteban, quien se vale de ellos y los propone para la praxis del cuidado del ambiente. Además, nos narra el ejemplar caso de la cooperativa Pescadores de Vigía Chico, en la reserva de la biósfera de Sian Ka´an, Quintana Roo, en la que vemos materializados el buen uso de los puntos de inflexión de Marten, la cooperación comunitaria defendida por Ostrom, y las prácticas dialógicas y deliberativas propuestas por Dewey. Otro caso ejemplar –narrado por Esteban con los permisos de Marten y su colaborador el ecólogo David Núñez- es el de los campesinos reunidos en el Centro de Desarrollo Integral Campesino, en la Mixteca oaxaqueña con el propósito de reforestar la región. En contraposición a estos casos ejemplares, Esteban narra y analiza lo que sucede cuando se busca el beneficio económico por el beneficio económico, ignorando la cooperación, dando origen a tragedias ecológicas como la ocurrida en 2002 con el hundimiento del buque petrolero Prestige en la costa de Galicia (tragedia a la que además dedica uno de los apéndices del libro), o la ocurrida en 2010 cuando en el norte del Golfo de México se incendió y se hundió la plataforma petrolera Deepwater Horizon, de la empresa British Petroleum, con el consiguiente y desastroso derrame petrolero.

    He proporcionado un breve marco conceptual -que convertiría a este prólogo en un libro si rastrearan las ideas detrás de las ideas- para que el lector encuentre más comprensible la tarea que J.Miguel Esteban emprende en este libro al mostrar las ideas de John Dewey como precursoras también de la preocupación por el medio ambiente, y cuya vigencia subraya en relación a la educación ambiental. Y al hacerlo, Esteban muestra la gran aportación del pragmatismo –en el mejor de sus sentidos- a la solución de la problemática ambiental. Particularmente interesante es su desarrollo de la teoría democrática de la investigación propuesta por Dewey, y basada en una concepción participativa de la democracia frente a los problemas ambientales, inspirada en la idea de la comunidad de investigación –llamada actualmente por muchos comunidad de indagación-, propuesta por Peirce y por Dewey. Esta comunidad, recalca Esteban, requiere de prácticas comunicativas de concientización mediante el diálogo y la deliberación, así como de prácticas de sensibilización estética y desarrollo de actitudes afectivas de pertenencia y cuidado. Todo un programa enmarcado bajo el concepto operacional de educación ambiental propuesto por Esteban en términos de transmisión intergeneracional de prácticas y valores amigables con el ambiente.

    La idea deweyana de la educación ha tenido un gran impacto en el desarrollo de las teorías pedagógicas contemporáneas, particularmente el enfoque constructivista según el cual el educando es el artífice o constructor de su propio conocimiento, sin prescindir, desde luego, de la guía amigablemente acompañante, y no avasallante, del educador, convertido más bien en un sabio facilitador. En un apéndice reproduce Esteban una propuesta pedagógica concreta, plasmada en la Carta de la Tierra, documento de inspiración pragmatista propuesto por el connotado estudioso de Dewey, Steven C. Rockefeller, y ejemplo palpable del modelo pragmatista de investigación participativa en la que intervinieron varias personas de diferentes países, convocadas por Rockefeller. Este documento será de gran ayuda para todo aquel que desee aplicar el modelo propuesto.

    Puede decirse que como trasfondo de la propuesta educativa de Esteban, su libro constituye un minucioso y amplio alegato contra la ética antialtruista de Hardin, basada en una concepción hegemónica de la racionalidad económica e instrumentalista que tiene como trasfondo un darwinismo social al que Esteban opone la idea kropotkiana y deweyana de cooperación, que ciertamente es cada vez más aceptada y defendida por varios biólogos. El libro abre un panorama muy amplio de la discusión del problema ambiental y lo ilustra con varios estudios de caso. Esteban conecta fructíferamente ideas en circulación con ideas menos tratadas por los autores que también escriben sobre el tema. No se ahorra explicaciones e ilumina desde diversos ángulos los problemas valiéndose de su amplísimo caudal de lecturas. Varias de las ideas de este libro se han ido madurando en sucesivas publicaciones de Esteban en los años recientes desde su incorporación a la Universidad de Quintana Roo. Un enamorado de la naturaleza, ha contado con la comprensión ecológica y el apoyo que ha recibido por parte de autoridades y colegas de la División de Ciencias e Ingeniería (DCI) y de la División de Ciencias Políticas y Humanidades (DCPH) de la Unidad Académica Chetumal, con cuyo auxilio le ha sido posible organizar diversos talleres y seminarios –a algunos de los cuales he sido honrosamente invitado, lo que me ha permitido continuar mi diálogo ecofilosófico con él.

    Ciertamente estamos frente a un libro que será de gran ayuda para los estudiantes y que iluminará a los estudiosos y les ayudará en la práctica de la transmisión de los valores ambientales, que tanta falta hace seguir inculcando en la lucha que entablamos todos aquellos que amamos este planeta tan poco respetado por los buscadores del beneficio exclusivamente personal.

    Agradecimientos

    Este libro es resultado del proyecto de investigación en Ciencia Básica CONACYT 82866, Pragmatismo Cognitivo, Pragmatismo Consecuente: Las Exigencias de Intervención Social y Participación Democrática tras el Giro Hacia la Prácticas en la Filosofía de la Ciencia y las Ciencias de la Conducta Contemporáneas. La primera parte del proyecto, Pragmatismo Cognitivo, se realizó en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, en Cuernavaca. En 2009, la violencia y la contaminación habían transformado ya la antes tranquila Cuernavaca en una ciudad particularmente invivible. No sin algunas dudas e incertidumbres, concursé e ingresé en la Universidad de Quintana Roo (UQROO) a finales de ese mismo año. El traslado acabó afectando al proyecto de investigación original, claro, y no solo por las inevitables complicaciones administrativas.

    La UQROO es una joven universidad con una sede central ubicada a escasos metros de la bahía de Chetumal y con una resuelta vocación ambientalista. Esa inequívoca orientación me llevó a concentrar las últimas etapas del proyecto en la educación ambiental, habida cuenta de que el pragmatismo ambiental estaba ya programado en la segunda parte del proyecto originalmente aprobado. Tal decisión suponía elegir la educación ambiental como uno de los modos contemporáneos de intervención social y participación democrática más consecuentes con la teoría pragmatista de la cognición, situando además la investigación en un dominio empírico constituido por el mestizaje cultural y la diversidad biológica del Caribe mexicano. El libro emerge pues como resultado de esta hipótesis de trabajo, desarrollada y robustecida por mi quehacer en la UQROO durante los tres últimos años, y refleja mi interés en participar en el impulso de una deseable cultura ambiental entre los estudiantes universitarios del estado de Quintana Roo. Para su redacción tuve además la suerte de poder colaborar en la aprobación y la apertura de la primera generación de la Maestría en Educación Ambiental de la UQROO, escribiendo, dando clase y organizando eventos.

    En el libro se insiste una y otra vez en el carácter necesariamente multidisciplinar de la educación ambiental. Y, ciertamente, la colaboración entre la División de Ciencias e Ingeniería y la División de Ciencias Políticas y Humanidades de la UQROO ha sido fundamental para el desarrollo del proyecto. Agradezco a José Hernández y Alfredo Marín, actuales directores de una y otra división, su valiente apoyo. Fue la inspiración del anterior director de la DCI, Roberto Acosta, la que posibilitó mi estancia en esta división. Roberto tuvo la genial ocurrencia de nombrarme profesor bisagra, distinción que me gustaría haber merecido y, en tal caso, seguir mereciendo. Con su apoyo, pude organizar en 2010 y 2011 sendos talleres de ética ambiental, impartidos por Alejandro Herrera, el primero y el más jovial de mis amigos en México, quien además accedió a escribir el prólogo de este libro. En junio de 2012 coordiné con la secretaría técnica de docencia de la DCPH un evento en conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente, Hacia una Nueva Cultura Ambiental. Además de a Alejandro, agradezco a Julio Campo, del Instituto de Ecología de la UNAM, y a Leonora Esquivel, fundadora de Anima Naturalis, su desinteresada participación en este evento.

    Poco después de mi llegada a Chetumal, un grupo de profesores y amigos de Quintana Roo fundamos el grupo multidisciplinar IIDEAS (Integración de Instituciones y Disciplinas para la Educación Ambiental y la Sustentabilidad). Agradezco mucho el apoyo que Zaira Rascón, Ana Laura Borges, Roberta Castillo, Gladys Tuz, Pilar Blanco, Roberto Acosta y Carlos Niño me prestaron a la hora de organizar las numerosas actividades del grupo durante estos años. Agradezco con afecto a Carlos Niño y a Roberto Acosta su colaboración en los tres ciclos de cine debate ambiental, con sesiones dedicadas al calentamiento global, los transgénicos, la obsolescencia programada, la crueldad hacia los animales, la geoingeniería o la conservación de los mares, problemas ambientales cuyo análisis resulta imprescindible para estudiantes y profesores de cualquier universidad realmente interesada en vincularse con su entorno social y ecológico. También agradezco a Roberta Castillo el taller Aprende a Hacer Composta, impartido por ella en el campus Chetumal de la UQROO en noviembre de 2010.

    A Alberto Pereira, presidente de la Academia Nacional de Ciencias Ambientales (ANCA), y a Benito Prezas, jefe del departamento de ciencias de la DCI, he de agradecerles el apoyo prestado en seminarios y congresos de la ANCA en estos años, incluyendo un viaje inolvidable en autobús desde Chetumal a Querétaro.

    El título del libro, Naturaleza y Conducta Humana refleja mi deuda con la obra de John Dewey, y muy particularmente con el tratamiento que el autor de Naturaleza Humana y Conducta realiza de los hábitos y las prácticas de nuestra especie. La redistribución del adjetivo (humana) pretende expresar nuestra responsabilidad en la evolución del resto de la naturaleza, de las especies no-humanas.

    Junto con la obra de John Dewey, la lectura de los trabajos de Gerald Marten y de Elinor Ostrom ha sido decisiva para formular las tesis que defiendo en este libro. Agradezco a Gerald Marten, de la universidad de Hawaii y a David Núñez, de www.mexiconservacion.org, todas las facilidades para incluir textos, gráficos y fotografías del proyecto Puntos de Inflexión Ecológica (www.ecotippingpoints.org). David ha tenido además la amabilidad de cederme el uso de otras buenas fotos. También le agradezco a Mirian Vilela, directora de Carta de la Tierra Internacional, su autorización para reproducir este documento en el primero de los anexos del libro.

    FIg%201.JPG

    Figura 1. De izquierda a derecha, Pilar Blanco, Carlos Niño, J. Miguel Esteban, Ana Laura Borges, Roberta Castillo y Zaira Rascón, del grupo IIDEAS, en EXPONATURA 2010, Universidad de Quintana Roo 2010; separadores con el logo del grupo.

    Mención aparte merece toda la ayuda de mi mujer y compañera, Zaira, desde la imagen del logo del grupo IIDEAS, no pocas sugerencias felices y muchas de las fotografías del libro, innumerables viajes por los pueblos mayas de la península de Yucatán, y tantos paseos en bici por las selvas cercanas … Sin la cercanía, la luz, el cuidado y la alegría de Zaira no habría siquiera empezado a escribir este libro. Es a ella a quien se lo dedico.

    Agradezco el respeto, la amabilidad y la paciencia de mi familia mexicana en Cuernavaca, los Rascón Loyola. Nunca olvidaré la hospitalidad de Nora y Andrés, quienes después de dos años construyendo su nueva casa en los silenciosos bosques de Montecassino, y todavía estando el cemento fresco, tuvieron la generosidad de prepararla y cedérnosla antes de llegar siquiera a ocuparla. Zaira y yo disfrutamos así del placer de habitarla por vez primera durante un par de semanas insólitas. Las primeras páginas del libro fueron redactadas en la serenidad de esa asombrosa casa, junto a la chimenea. Las páginas finales, en nuestra sencilla casa de Xul-Ha, junto a los árboles. En ambos casos pude contar con las oportunas interrupciones de nuestra sobrina, la pequeña Ale. A Eloisa (Lochis) le agradezco sus dibujos, tan sugerentes y expresivos.

    Por último, este libro ha sido posible pese al empeño de los fantasmas de siempre. Dejarlos atrás ha sido parte de mi motivación. Merecen pues ese crédito, aunque resulta casi imposible que lleguen a saberlo: los fantasmas gustan de arrastrar toda suerte de cadenas, pero rara vez se atreven a acercarse a un libro.

    Xul-Ha, otoño de 2012.

    PARTE PRIMERA

    Ambiente, Educación y Conocimiento

    Slide1.JPG

    Pieter Bruegel el Viejo, Paisaje con caída de Icaro (1558),

    Musées Royaux des Beaux-Arts, Bruselas, Bélgica

    Introducción

    La presencia ambiental del conocimiento

    Nuestra perplejidad ante el mal ecológico

    Una gran ovación silencia las demás conversaciones de la mesa. El augurio no podía ser mejor. La homenajeada ha extraído de su sopa un largo fideo, de consistencia cartilaginosa. Como ella, millones de personas eligen aletas de tiburón como manjar para celebraciones de bodas, bautizos y aniversarios, siguiendo un rito según el cual la longitud del cartílago pescado en la sopa presagia una larga vida para el comensal.

    Independientemente del crédito que nos merezca este pronóstico de longevidad, lo que indudablemente consigue esa curiosa creencia es acortar la vida de muchos otros organismos, poblaciones y especies. Además de los 2 millones de tiburones que perecen por la pesca ilegal, cada año mueren 73 millones de tiburones por culpa de tener aletas cartilaginosas con las que hacer un caldo. La elevada posición del tiburón en la pirámide trófica hace que su desaparición altere notablemente muchos ecosistemas marinos. En el mar Caribe, menos tiburones implica más meros, menos peces loro y muchas más algas, con lo que se acaba degradando el hábitat de todas las especies del ecosistema. Por encima del tiburón, quienes tiran del hilo del mal ecológico son poblaciones de la especie humana con hábitos, creencias, valores y actitudes cuando menos discutibles. Lo mismo ocurre con el cuerno del rinoceronte o del ciervo, las pestañas del elefante, los huesos del tigre o el pene de foca, víctimas de la inseguridad sexual de una parte significativa de la población masculina del planeta.

    No se trata de casos aislados. Todos podemos realizar el mismo ejercicio con otros ejemplos menos exóticos de explotación de recursos naturales. La infatigable demanda de carne y combustible convierte los bosques en pastos o monocultivos, poniendo a miles de especies en peligro de extinción. Ya es posible cuantificar cómo incide cada bistec de ternera o cada kilómetro recorrido en avión, barco o automóvil en la emisión de CO2, en el cambio climático y, en consecuencia, en los servicios ambientales que la atmósfera y la hidrosfera nos proporcionan gratis. Cada botella de coca-cola requiere más de 100 litros de agua para regar la caña de azúcar que endulzará nuestro paladar cuando la tomemos. El algodón también es una planta increíblemente sedienta. Cualquier artículo de ropa interior ha consumido al menos 5,000 litros de agua.

    La desecación del Mar de Aral es un testimonio vergonzante de nuestra forma de vestir. En las tierras colindantes, cada batería eléctrica arrojada torpemente a la basura aumenta varios centigramos la lixiviación de metales y termina intoxicando la poca agua que aún queda. En cualquier otra parte del mundo, cada metro cuadrado sometido al sobrepastoreo disminuye la capacidad del suelo para retener líquidos, aumenta la erosión y el flujo superficial de agua tras las lluvias y, entre otras cosas, acaba degradando la calidad de nuestros cultivos. El desarrollo urbano en los países desarrollados del norte no sólo se come las huertas aledañas de las ciudades modernas, sino también las selvas de las colinas tropicales, deforestadas ahora para producir coles de Bruselas.

    Por si fuera poco, sabiéndolo o no, buena parte de la población mundial compra ya alimentos cuya estructura genética hemos alterado para hacerla resistente a pesticidas que, claro está, también hemos creado nosotros. Los cultivos transgénicos reducen la biodiversidad y disminuyen la variabilidad genética (el sistema inmunitario de las poblaciones y de las especies), con lo que se menoscaba aún más la calidad de los servicios ambientales que los seres vivos recibimos de los ecosistemas.

    Aún así, nos comportamos como si creyéramos que la basura que generamos diariamente fuera a desaparecer de nuestras vidas así nomás o que los alimentos nacieran con sus envases y sus etiquetas de marca en los anaqueles de los supermercados. Gracias a éstos y a unos medios de comunicación cada vez más invasivos, el imaginario de un niño de nueve o diez años puede albergar más de 1,000 logotipos de distintas compañías comerciales, pero apenas sabe distinguir un par de plantas de su localidad. La proporción apenas cambia para la mayoría de los adultos de las grandes concentraciones urbanas.

    Fig%202.JPG

    Figura 2. Representación de la matanza de tiburones en el

    Pacífico Oriental. Ilustración de Eloisa Rascón.

    Fig%203.JPG

    Figura 3. Dos décadas de desecación en el Mar de Aral. Fotografía: NASA

    Esa desnaturalización de nuestra vida mental se manifiesta en una percepción ilusoria y peligrosa de nuestra situación. Vivimos la ilusión de la absoluta disponibilidad. Nuestro yo digital puede acceder a los más variados servicios sin salir de la cama o levantarnos de la silla: bancos, ayuntamientos, universidades, supermercados, agencias jurídicas, librerías. La calidad de las búsquedas de información se calcula en décimas de segundo. Resulta más cómodo buscar un texto en línea que ubicarlo en nuestra vieja biblioteca personal. Pero algo debe andar mal cuando el tiempo que nos ahorra la tecnología lo invertimos en correr aventuras en selvas virtuales en vez de recorrer senderos de bosque, cuando preferimos regar el jardín digital de nuestros smart phones a plantar un árbol, o cuando elegimos fisgonear majaderías ajenas en YouTube en vez de observar la conducta de las aves o la variedad de las especies botánicas locales. Sólo las sequías, los incendios, las heladas, las inundaciones y los huracanes nos traen de vuelta, perplejos, a una naturaleza de la que en realidad jamás nos fuimos.

    No le falta razón a Enrique Leff cuando diagnostica que es

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1