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GRUPO IV TEMA 13. La España isabelina. La Regencia y la primera guerra carlista. Moderados, progresistas y unionistas. La modernización económica. Política exterior. La Revolución de 1868. I.- Introducción. La España Isabelina.
La crisis del Antiguo Régimen, que se había venido gestando durante todo el reinado de Carlos IV, eclosionó en 1808 con el estallido de la guerra de independencia a la que acompañó el inicio de un cambio político y social decisivo. Cuando Fernando VII («el Deseado») regresó de su cautiverio el 22/03/1814 (aunque el tratado de Valençay no entró en vigor ya que las Cortes y la Regencia en Madrid no lo aceptaron) intentó vana e incompletamente el restablecimiento del orden antiguo, produciéndose el
trienio liberal
 (1820-23) en el contexto europeo del
ciclo prerrevolucionario de 1820
, y sólo el tímido reformismo al final de su reinado haría presagiar el cambio posterior a su muerte (29/09/1833), finalizando el absolutismo en España. El largo reinado de Isabel II (1833-68) supuso la definitiva estabilización del sistema político liberal-burgués. Los avances y retrocesos producidos en este convulso periodo de pronunciamientos políticos, irán transformando  paulatinamente los ámbitos político, económico y social, llegándose a producir, por la deriva progresista, la quiebra del sistema monárquico y la breve instauración de la
Primera República
 (11/02/1873-29/12/1874). La implantación del liberalismo en este periodo puede ser estudiada en tres etapas: 1) transición al liberalismo e inicio de la revolución liberal durante el periodo de las regencias; 2) consolidación del liberalismo
doctrinario
 1843-1868, con el paréntesis del
Bienio Progresista
 (1854-56); 3) Instauración del liberalismo
democrático
 durante el
Sexenio Democrático
 (1868-74).
II.- La Regencia y la primera guerra carlista. Moderados, progresistas y unionistas. II.1.- Introducción.
 El proceso de implantación del liberalismo se inició durante la guerra de independencia (Cortes de Cádiz) pero va a ser durante el reinado de Isabel II cuando se acelere y confirme. El proceso en España va a ser más lento y complejo que en el resto de Europa occidental por el escaso desarrollo de la industria en nuestro país, por el gran peso de la iglesia y la nobleza, el escaso desarrollo de la burguesía y por el bajo nivel de vida y de cultura de la mayoría de la población (campesinos). Todo esto unido a la debilidad del poder político y al protagonismo del ejército en la vida política motivado por las tres guerras que sufrió España en este período (guerras carlistas).
 II.2.- Instauración de la Regencia.
 El 10/12/1829 el rey Fernando VII contrajo matrimonio con
María Cristina de Borbón-Dos Sicilias
, su cuarta y última esposa. El rey carecía de descendencia pero poco después de la boda la reina quedó embarazada. El 29/03/1830 se hizo pública la
Pragmática Sanción
(acordada por Carlos IV y aprobada por las Cortes en 1789, pero que no se hizo pública por razones de política exterior), la cual derogaba la Ley Sálica (acordada por Felipe V y aprobada por las Cortes en 1713, como Ley de Sucesión Fundamental, según la cual tenía  preferencia los varones sobre las hembras), lo que garantizó que el bebé que esperaba llegara a reinar aunque fuera una niña, como finalmente ocurrió. El 10/10/1830 nació la que tres años después se convertiría en
Isabel II
 de España. La publicación de la Pragmática causó gran consternación entre los ultraabsolutistas partidarios del infante
Carlos María Isidro
 («don Carlos»), hermano del rey y su heredero según la Ley de 1713, como Carlos V. Estos, que comenzarían a ser conocidos como «
carlistas
», llegaron incluso a conseguir que Fernando VII, gravemente enfermo, anulara la Pragmática en el verano de 1832. Sin embargo, una vez recuperado, el rey anularía la derogación el 31 de diciembre. Carlos María Isidro y sus partidarios se negaron siempre a reconocer a Isabel primero como princesa de Asturias y, más tarde, como reina, lo que, finalmente desencadenaría la 1ª guerra carlista (1833-40), también llamada
guerra de los siete años
 o
1ª guerra civil
.
II.3.- La primera guerra carlista.
 En el s. XIX se produjeron tres guerras carlistas (1833-40, 1846-49 y 1872-76) denominadas en aquella época guerras civiles. Al producirse una nueva insurrección en 1936, que llevó a una guerra más destructiva (1936-39), se hizo habitual designar como «guerras carlistas» a las del s. XIX, y reservar el término «guerra civil» para aquélla. Tras el paréntesis del
trienio liberal
 (1820-23) se produjo la segunda restauración absolutista (la primera tuvo lugar en 1814, tras el «
manifiesto de los persas
», por el que se solicitaba a Fernando VII el retorno al Antiguo Régimen y la abolición de la legislación de las Cortes de Cádiz), conocida por los liberales como la «
década ominosa
» (1823-33), último periodo del reinado de Fernando VII, dividiéndose sus seguidores
entre absolutistas “reformistas”,
 partidarios de suavizar el absolutismo siguiendo las advertencias de la
Santa Alianza
 (cuya intervención militar mediante los
Cien Mil Hijos de San Luis
 había puesto fin al trienio liberal) y los absolutistas
apostólicos
,
tradicionalistas
 
o “realistas puros”,
 que defendían la restauración completa de la monarquía católica tradicional, en la que el pueblo estaba representado por las Cortes, y el poder del rey estaba por tanto limitado. Los tradicionalistas tenían en
don Carlos
 (heredero al trono porque Fernando VII, después de tres matrimonios, no había conseguido tener descendencia) a su principal valedor, y por eso comenzaban a ser llamados carlistas.
 
Al morir Fernando VII, dada la minoría de edad de la Reina (3 años), asume la regencia su madre,
María Cristina de Borbón-Dos Sicilias
, hasta 1840, que debe hacer frente a la Guerra Carlista y se apoya en los liberales para asegurar el trono a su hija. Los
isabelinos
 o
cristinos
, defensores de Isabel II y de la regente María Cristina de Borbón, eran liberales moderados. Controlaban las principales instituciones del Estado, la mayoría del ejército, todas las ciudades importantes y recibieron apoyo del Reino Unido, Portugal y Francia. Los
carlistas
, que propugnaban el absolutismo y una política de Cristiandad, eran los más conservadores, nobleza rural y terratenientes, partidarios de reinstaurar la Inquisición y conservar intactas las tradiciones (
 Dios, Patria, Rey
, con el añadido tardío de
 Fueros
). En País Vasco y  Navarra se apoyaba mayoritariamente al carlismo, por la defensa de los fueros y el apoyo del bajo clero («
el Cura Merino
», destacado líder guerrillero español durante la guerra de la independencia (1808-14), dirigió el alzamiento carlista en Castilla la Vieja, región en la que surge el carlismo por primera vez). También en Cataluña y Aragón se vio la oportunidad de recuperar los
fueros
. Tras la muerte de Fernando VII, el pretendiente Carlos nombró a su consejero, el obispo de León
Joaquín Abarca
, como ministro universal e hizo un llamamiento al ejército y a las autoridades para que se sumaran a su causa, pero con escasa repercusión. Los primeros levantamientos en apoyo de Carlos María de Isidro, proclamado rey por sus seguidores con el nombre de Carlos V, ocurrieron a los pocos días de la muerte de Fernando VII, pero fueron sofocados con facilidad en todas partes salvo en el País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña y la región valenciana. Se trataba sobre todo de una guerra civil, sin embargo tuvo su impacto en el exterior: los países absolutistas (Imperio austríaco, Imperio ruso y Prusia) y el Papado apoyaban aparentemente a los carlistas, mientras que el Reino Unido, Francia y Portugal apoyaban a Isabel II, lo que se tradujo en la firma del
tratado de la Cuádruple Alianza
 (1834),  por el cual los cuatro Estados se comprometían a expulsar al infante portugués Miguel I «el Absolutista» (cuyo reinado abarcó el periodo de la guerra civil portuguesa, 1828-34) y al infante español Carlos. Cabecillas locales y guerrilleros famosos durante la guerra de la independencia, como
Tomás de Zumalacárregui
 («tío Tomás»),
Ramón Cabrera
 («el tigre del Maestrazgo»),
Manuel Carnicer
,
Miguel Gómez Damas
, o el infante de España y Portugal
Sebastián Gabriel de Borbón y Braganza
, impulsaron la causa carlista. También fueron numerosos los extranjeros que se alistaron en este bando. Se buscó ocupar las ciudades del territorio vasco-navarro que, a diferencia del campo, no se habían unido a los carlistas.
Don Carlos
 permaneció en Navarra y en las Provincias Vascongadas durante la guerra hasta 1839, manteniendo una corte ambulante en Oñate, Estella, Tolosa, Azpeitia y Durango. Podemos distinguir tres fases:
Primera fase (1833-35):
 desde septiembre de 1833 hubo brotes armados en Valencia, Castilla, Navarra y las  provincias vascas, con partidas rurales del jefe carlista
Zumalacárregui
. Pronto se formaron dos zonas de guerra abierta: las provincias vascas y el norte de Cataluña, a las que se sumaron partidas de guerrilleros en Aragón, Galicia, Asturias o La Mancha. Entre octubre de 1833 y julio de 1835 los ejércitos carlistas se dedicaron a organizarse y a controlar Navarra, Vascongadas, zonas de Castilla la Vieja y el Maestrazgo, aunque fueron desalojados de Vitoria y Bilbao por las tropas del cristino
Pedro Sarsfield
, que se impusieron al «Cura Merino».
Zumalacárregui
 equipó a sus hombres con armas tomadas a los ejércitos cristinos en el campo de batalla o en ataques contra fábricas o convoyes, y consciente de su inferioridad numérica y armamentística reprodujo la táctica guerrillera que conocía desde la guerra de independencia, amparándose en lo accidentado del relieve y en el apoyo de gran parte de la población civil. A principios de 1835, las tropas de
Zumalacárregui
 ocuparon en seis semanas casi totalmente las provincias de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa, muriendo poco después (mayo) en el asedio de Bilbao.
 
Segunda fase (1835-37):
 discurrió con su difusión a todo el territorio nacional. Desde el territorio vasco-navarro dominado por los carlistas se realizaron expediciones para propagar su causa, aliviar el coste de las tropas y aliviar la  presión sobre el frente vasco-navarro.
 
Destacaron las expediciones del general
Cabrera
, que lograron escaso apoyo  popular. La de
Miguel Gómez Damas
 en 1936 llegó a Andalucía y logró la toma de Córdoba y Almadén de la Plata (Sevilla). En el verano de 1837
don Carlos
 organizó la
expedición real
, en la que al frente de gran parte de sus  batallones vascos, castellanos y navarros marchó por Cataluña y el Maestrazgo hasta las puertas de Madrid, al parecer siguiendo noticias falsas sobre un posible matrimonio entre uno de sus hijos con Isabel II. No se cumplieron sus expectativas y ya en retirada, acosado por el cristino
Baldomero Espartero
, volvió con sus tropas a Vizcaya. Por su  parte,
Cabrera
 se mantuvo fuerte en el Maestrazgo.
Tercera fase (1837-39):
 acabó con el triunfo de las tropas gubernamentales. Dentro del carlismo surgió una división entre los más conservadores (apostólicos) y los menos radicales, partidarios de negociar. Al triunfar esta última  postura, el carlista
Rafael Maroto
 rinde parte de su ejército ante
Espartero
 y firman el
convenio de Vergara
 (Guipúzcoa, 31/08/1839, con el famoso «
abrazo
»), por el que Espartero se comprometía a proponer a las Cortes la concesión o modificación de los fueros, siendo decisiva la mediación del almirante británico lord
John Hay
. El 25 de septiembre se rinde el castillo de Guevara, último reducto carlista. Un mes después las Cortes españolas confirman, mediante la decisiva cláusula «sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía», los fueros vascos.
 
El rechazo a ese acuerdo por el sector apostólico y del propio
don Carlos
 prolongó la guerra en Cataluña y Aragón hasta la
toma de Morella
 (18-30/05/1840), cayendo derrotadas las tropas del general
Cabrera
, conocido como «el tigre del Maestrazgo» por su resistencia en ese territorio. Asimismo, los integrantes de bandas de carlistas (Balmaseda, Matías «el Ventero», etc.) que continuaron el conflicto fueron considerados como bandoleros y ejecutados. Tras el abrazo de Vergara la cuestión campesina y los fueros quedaban en suspenso, el clero no quedaba satisfecho y mucho menos el pretendiente
don Carlos
. El carlismo permanecería como un elemento de inestabilidad hasta el final de la Primera República y la entrada en vigor de la constitución de 1876, impulsada por
Antonio Cánovas del Castillo
.
II.4.-
 
Moderados, progresistas y unionistas.
 Para hacer frente al carlismo, la
“r 
eina
gobernadora”
 se vio empujada a apoyarse en los liberales para asegurar el trono a su hija. Todos los liberales eran partidarios de una
monarquía constitucional
 pero estaban divididos desde el
trienio liberal
 (1820-23) en dos tendencias, que terminaron convirtiéndose en partidos políticos a lo largo del reinado de Isabel II:
doceañistas
,
conservadores
 o
moderados
 y
veinteañistas
,
exaltados
 o
 progresistas
. a) Los
moderados
 defendían un liberalismo
doctrinario
 previsto en la
constitución de 1812
, partidario de la soberanía compartida entre las Cortes y la Corona, que gozaba de amplios poderes (como el derecho de veto, nombrar ministros y disolver las Cortes). Defensores del orden y de la propiedad, que identificaban con inteligencia y capacidad, eran partidarios del sufragio censitario y de limitar los derechos individuales, especialmente los colectivos. Defendían a la Iglesia católica y preferían una organización centralista del Estado. Socialmente eran un grupo heterogéneo formado por terratenientes, alta burguesía, vieja nobleza, alto clero y altos mandos del ejército.  b) Los
progresistas
defendían la soberanía nacional y la limitación de las atribuciones de la Corona. Querían un sufragio censitario más amplio y mayores libertades y derechos, tanto individuales como colectivos. Eran partidarios de la descentralización estatal y de la Milicia Nacional. Su base social era también heterogénea: la pequeña y mediana  burguesía y en general, las clases medias, profesionales liberales, artesanos y empleados urbanos y militares de baja graduación. Ambos partidos estuvieron encabezados por «
espadones
», generales del ejército que adquirieron protagonismo  político debido a la amenaza carlista, que se convirtieron en únicos garantes del trono de Isabel II y árbitros de la situación política (Espartero, Narváez, O´Donell, Serrano y Prim). En estos años el más importante fue el general  progresista
Baldomero Espartero
. Moderados y progresistas se alternaron en el poder, recurriendo a continuos  pronunciamientos de uno u otro signo.
Francisco Cea Bermúdez
, muy próximo a las tesis absolutistas del difunto Fernando VII, fue el primer Presidente del Consejo de Ministros. La ausencia de conquistas liberales forzó la salida de Cea y la llegada de
Martínez de la Rosa
 quien convenció a la Regente para promulgar el
Estatuto Real de 1834
, que no reconocía la soberanía nacional, lo que suponía un retroceso frente a la Constitución de 1812, derogada por Fernando VII. El Estatuto Real fue una constitución flexible, breve e incompleta. De tan sólo 50 artículos, que regulaban la organización de las Cortes, sus funciones y sus relaciones con el Rey, no recogía ningún título dedicado a la Monarquía ni a sus Ministros, ni contenía una declaración de derechos del ciudadano. Se trató de una carta otorgada, similar a la concedida por Luis XVIII a los franceses en 1814. Es decir, una dejación voluntaria de poderes por parte de la Corona, que se vio obligada por las circunstancias a transferirlos a otros órganos. El fracaso de los liberales
moderados
 llevó al poder a los progresistas en el verano de 1835. La figura más destacada de este periodo fue
Juan Álvarez Mendizábal
, político y financiero de gran prestigio que institucionalizó las «juntas revolucionarias» que habían surgido durante las revueltas liberales del verano e inició varias reformas económicas y  políticas, entre las que destaca la
desamortización
 que lleva su nombre, que puso en venta los bienes de las órdenes regulares de la Iglesia católica. Mendizábal pretendía conseguir el mayor número de ingresos para pagar las deudas contraídas por el Estado con la guerra, crear una clase media agraria de campesinos y jornaleros y fomentar las infraestructuras para dinamizar la económica. Sin embargo, solo sirvió para aliviar parcialmente la abultada deuda y el objetivo de crear una clase media quedó frustrado: entre los compradores de tierras recién desamortizadas destacaron ricos burgueses latifundistas y la nobleza. Como ha destacado
Francisco Tomás y Valiente
, con la desamortización de Godoy (1798), iniciada en 1798 sobre las «
manos muertas
» (los bienes y las tierras pertenecientes a Dios) cuando Carlos IV obtuvo permiso de la Santa Sede para expropiar los bienes de los jesuitas y de obras pías que, en conjunto, venían a ser una sexta parte de los  bienes eclesiásticos, se da un giro decisivo al vincular la desamortización a los problemas de la deuda pública, a diferencia de lo ocurrido con las medidas desamortizadoras de Carlos III que buscaban, aunque muy limitadamente, la reforma de la economía agraria. Las desamortizaciones liberales del s. XIX seguirán el planteamiento de la desamortización de Godoy y no el de las medidas de Carlos III. Durante el segundo gobierno progresista presidido por
José María Calatrava
y con Mendizábal como hombre fuerte en la cartera de Hacienda, se aprobó la nueva
Constitución de 1837
 en un intento por conjugar el espíritu de la Constitución de 1812 y lograr el consenso entre los dos grandes partidos liberales, moderados y progresistas.

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