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Buenos Aires
“-El pobre Demos: la mayoría nuestra que, inclinada
igualmente al bien y al mal, sigue la dirección de
cualquier viento. Pero con ese mismo barro un
Neogogo hará maravillas”
Adán Buenosayres
Diez años atrás, Ezequiel Martínez Estrada publicaba La cabeza de Goliat. En una
de las incisiones que allí realiza sobre la ciudad de Buenos Aires, ésta es presentada:
En aceras y calzadas se mezcla y confunde aquello radiante que emanan objetos y
seres bajo la apariencia de un movimiento cada vez más acelerado, que pugna y forcejea
por correr. La ciudad se convierte en pista de incesante tráfago; máquinas y pasajeros
van arrastrados como partículas metálicas. Esta mole infinitamente complicada y viva
está en perpetua agitación; hombres, vehículos y hasta objetos inánimes se diría que
andan por una necesidad intrínseca de andar
Poética e inadecuación
“Pero tu mundo escuchaba en frío aquel mensaje de
grandeza; y en su frialdad no leías una falta de
vocación por lo grande, sino el indicio de que
todavía no era llegada la hora.”
AB
Estamos haciendo un idioma (...), un idioma turbio y caliente, torpe y sutil, pero
de creciente propiedad para nuestra expresión necesaria. Un idioma que no necesita del
lunfardo (que lo usa, mejor), que puede articularse perfectamente con la mejor prosa
“literaria” y fusionar cada vez mejor con ella –pero para irla liquidando secretamente y
en buena hora.
Estilo
“Fantasmagórico resultaba el aspecto del animal
bajo la luz fantasmagórica del encendedor
automático”
AB
Para combatir en sus discípulos esa tentación de subordinar el orden sutil al orden
grosero, les enseñaba un truco infalible que había utilizado él mismo y que consistía en
realizar la operación inversa: por ejemplo, en imaginar a la divina Cleopatra hurgándose
las narices y haciendo bolitas, o a Helena, la de Troya, sentada en un orinal.
Voces tuteladas
“Porque la verdad verdadera es esta (...) No me
importan las palabras de los adversarios ni mucho
menos sus insultos. Me basta con la rectitud de mi
proceder y con la noción de vuestra confianza. Ello
me permite aseverar modestamente, sencillamente,
llanamente, sin ostentación ni gritos, sin necesidad
de mesarme los cabellos ni rasgarme las vestiduras,
que soy demócrata”
J.D. Perón
(Acto de proclamación de su candidatura)
Un jirón de viento, llegado quién sabe de qué lejanía, azotó de pronto la cara de
los héroes y los embarcó en diversas conjeturas: Adán Buenosayres, que todo lo veía en
imagen, lo tomó por el mismo resuello de la pampa; en cuanto a Samuel Tesler, declaró
respirar en aquel soplo una “enorme frescura de diluvio”, y añadió que su olfato en esa
materia le venía directamente de su antepasado Noé. Por su parte Del Solar, aspirando
el viento como si lo bebiera, no tardó en reconocer11 el olor de las parvas fragantes(...),
lo cierto era que todos, con orgullo legítimo, acariciaban la noción de aquella patria
inmensa...
No tardaron en llegar junto a una forma oscura que se alargaba en actitud yacente
sobre la tierra: el hedor era ya insoportable (...) En seguida, la identidad de aquella
forma embarcó al grupo en las más extraordinarias conjeturas; pero Samuel Tesler hizo
funcionar a tiempo su encendedor famoso, y a la luz escasa de la mecha el enigma
quedó esclarecido: la masa oscura que había hecho caer a Del Solar era un caballo
muerto.
Como don Quijote, los personajes del AB miran al mundo obnubilados por un
modo de verlo. Y además de un modo de construcción de personajes y escenas cómicas,
esto en el AB también es la forma de organizarse una tradición intelectual.
Simpatías, entonces, y diferencias: los discursos, personajes-tipo y formaciones
ideológicas (imperialistas, vanguardistas, psicoanalistas acomplejados, burócratas y
corruptos; el criollismo, materialismo, cientificismo, periodismo amarillista,
agnosticismo y racionalismo) opuestos al ideal del humanismo católico nacionalista se
someten a un modo de la narración que los pone en el traje de lo ridículo.
Y si las simpatías se organizan en tono de remembranza de la infancia o de
confesión, tres son los modos de la condena que predominan como organización de las
diferencias. Por un lado, la condena practicada en Cacodelphia, donde, por
presuposición de un código valorativo que se debe aceptar como pacto de lectura, todo
aquel que sea incluído allí será pecador a priori: la narración, acá, funciona como
repetición de sentencias ya dictadas; en lugar del principio de la presunción de
inocencia, se parte del dictamen de culpabilidad. Así, se introduce cualquier tipo de
condenado, que puede ir de la burguesía avara a géneros radiales populares, y de
miembros del Congreso a Victoria Ocampo o Borges.
El segundo modo será central, articulado con la armonización de los conflictos, en
términos de composición del AB: cada personaje se construye a partir de la práctica de
un discurso dogmático e hiperbolizado hasta la parodia. Llevando a su extremo un
modo de mirar al mundo, éste termina ridiculizándose. “Y a medida que hablaba,
Shultze iba entrando en una exaltación que no lograba contener la risita incrédula de sus
compañeros”. Anticipando la corrosiva parodia del criollismo que será la escena del
zapatillazo con la que se resuelve el libro IV, en el camino hacia el velorio de Juan
Robles, dice el narrador:
En cuanto a Luis Pereda, que venía estudiando los pormenores del conflicto
Buenosayres-Tesler sobre la base de un criterio rigurosamente criollista, se inclinaba
ya por un duelo a cuchillo entre ambos campeones, aunque no desconocía –según dijo-
la dificultad de conseguir tales armas en aquel sitio y a esa hora; pero no tardó en
advertir que, dado el caso, los dos taitas podían batirse a cortaplumas.
Los años veinte aparecen como el epicentro de los blancos ridiculizados por los
medios narrativos hasta aquí señalados: las críticas al martinfierrismo y al criollismo del
Borges de los veinte han sido comentadas repetidas veces por la crítica como un eje del
AB que, de hecho, se dice situada en esa década. Sin embargo, la Buenos Aires del AB,
como señala Sylvia Saítta, es propia de “la ciudad del imaginario peronista de la
producción y del trabajo”; y si nos regimos por datos sobre la población, Martínez
Estrada señala en 1940 “dos millones doscientos y tantos mil habitantes”, y en el AB se
repite ese mismo dato: “-Ahí está Buenos Aires –empezó a decir (Samuel)-. Dos
millones de almas…”, y Bernini, el “autorizado estadista”, lo corrige: “-Dos millones y
medio”. Para los veinte, en cambio, Oliverio Girondo recuerda en 1949, en “El
periódico Martín Fierro. Memoria de sus antiguos directores”, que Buenos Aires tenía
“novecientos mil habitantes”12. El desajuste es esclarecedor: en el AB, los años veinte
aparecen como un modo de participar de los cuarenta. Releídos y reescritos, los debates
y la Buenos Aires de los veinte son el modo de conjugar la Buenos Aires y los debates
de los cuarenta.
El texto de Girondo da también una clave de lectura del contexto cultural en el
que el AB se inscribe: “Los veinticinco años transcurridos desde la aparición (de Martín
Fierro) -dice Girondo- han engendrado falsas interpretaciones y errores de hecho que
urge puntualizar”. Y concluye: “Es ésta la realidad y son estos los hechos que nos
imponen la obligación de intentar un esclarecimiento veraz y detallado de cuanto –a
nuestro entender- significó y significa Martín Fierro”.
La discusión sobre el lugar del martinfierrismo y la poesía del Borges de los
veinte que se había abierto entre H. A. Murena y Carlos Mastronardi en los números
164 y 169 de Sur, y la respuesta que Borges esboza como minima confidencia en 1951,
haciendo explícito su propio distanciarse del criollismo, sumadas al intento de
esclarecimiento de los directores de Martín Fierro, a la conferencia13 que el mismo
Marechal pronuncia en junio de 1949 ubicando al grupo Martín Fierro en la “línea de
fidelidad a lo autóctono”, y a la conmemoración del 25 aniversario publicada sin firma
en Continente nº26, constituyen y evidencian un marco de discusión en el que el AB
participa y en el que encuentra su primer horizonte de significación: las interpretaciones
del martinfierrismo no son un exabrupto del AB, sino una clave para entender los
debates de fines de los 40 sobre la cultura nacional. La disputa vigente por quién da y
cuál es el significado del martinfierrismo se extenderá hasta el surgimiento de la revista
Contorno, que recién en 1953 aparecerá para intentar cerrarla: “Los `martinfierristas´:
su tiempo y el nuestro” sentencia separando aguas.
En 1961, signado por el destiempo, el mismo González Lanuza que participara de
Martín Fierro y que retomara ese lugar para reseñar el AB, publica Los martinfierristas,
donde la añoranza de lo que fue un proyecto vivo, vuelve su prosa un cadáver casi
mudo. No hace así otra cosa que darle la razón al comentario que había podido elaborar
Jitrik en Contorno a partir del AB:
Ordenamiento
“con el objeto de evitarle posibles confusiones, le
anticiparé una síntesis”
AB, 349
El cuento “The murders in the Rue Morgue”, con el que Edgar Allan Poe
inaugurara el género policial en 1841, postula la posibilidad de un orden, al encontrarse
resolución racional a un crimen. Pero al mismo tiempo se sostiene en una inestabilidad
narrativa: las dos partes que componen al texto obligan a poner en tela de juicio lo que
se está leyendo. Si primero se presentan “algunas observaciones apuntadas aquí de
paso, y que servirán de prólogo”, cuando lo prologado llega, pasa a ser no más que “un
comentario luminoso de las proposiciones que acabo de enunciar”. En la imposibilidad
de jerarquizar las partes como introducción de lo que viene o epílogo de lo que pasó, en
la indecidibilidad de qué texto organiza el sentido del otro, ese cuento.
En el prólogo del AB también se propone una desestabilización en principio
similar: los libros que deja Adán Buenosayres a L.M. son primero el texto. “Pero -dice
L.M. en el prólogo- advertí más tarde que aquellas páginas curiosas no lograrían del
público una intelección cabal, si no las acompañaba un retrato de su autor y
protagonista”. Este retrato, enseguida, se convierte en relato propiedad del narrador:
“Mi plan se concretó al fin en cinco libros (...) Luego transcribiría yo el Cuaderno de
Tapas Azules y el Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia, como sexto y séptimo
libros de mi relato”. Pero si en el cuento de Poe la ambigüedad se sostiene articulando
ambas partes, en el AB el ordenamiento del sentido es, como el prólogo, indispensable:
los pactos de lectura específicos de los primeros cinco libros y de los últimos dos
quedan claros, así como las potestades sobre el texto.
Este indispensable planteo de inestabilidad y orden define al AB. Las
duplicaciones constantes que construyen sentido por yuxtaposición de elementos
espejados (a una imagen de Buenos Aires, otra; al bochinche de oradores que escucha
la vieja Cloto, la lectura silenciosa de La Biblia; a los personajes de los primeros
libros, los personajes anclados en Cacodelphia), el manejo de las voces, conflictos y
de las interpretaciones, y la proliferación de claves de lectura y fábulas son cifra de
ese, su movimiento central: el ordenamiento como la postulación narrativa de una
política.
1
Mensuario de arte, letras, ciencias, humor, curiosidades e interés general Continente Nº36,
Año III, Marzo,1950, p.23. La tipografía resaltada es del original, las cursivas nuestras.
2
Marechal, Leopoldo (1948): Adán Buenosayres, Editorial Sudamericana. Seguimos acá la
edición establecida por Jorge Lafforge y Patricia Villa, que anota los cambios existentes entre la
primera edición, los manuscritos y la última edición en vida del autor. -AB, en adelante.
3
El sintagma “En Marcha” era utilizado por el peronismo como slogan: el titulado “La Nación
en marcha” o “La Provincia en marcha” se repite en los órganos de difusión oficialistas. En
1947 Marechal había publicado su artículo “Proyecciones culturales del momento actual” en el
libro titulado Argentina en Marcha, que edita Homero Guglielmini desde la Comisión Nacional
de Cooperación Intelectual, y que se propone acompañar en el plano cultural la revolución
política que encabeza Perón. La aparición del sintagma “en marcha” abre una serie intermitente
de fragmentos del AB que se entrelazan remitiendo directamente a aspectos doctrinarios del
peronismo, pero sin constituir un eje significativo en términos narrativos, que son en los que el
texto postula efectivamente su modulación más potente de lo político.
4
El primer ciclo de recepción incluye las repercusiones, reseñas y críticas que tuvo el libro desde
editado hasta el trabajo de Noé Jitrik en la revista Contorno.
Son centrales: las reseñas de Eduardo González Lanuza (Sur nº169, 1948), Julio Cortázar
(Revista Realidad nº14, 1949), J.A. García Martínez (Sexto Continente nº2, 1949), y de Emir
Rodríguez Monegal (Marcha nº466, 1949); la biográfica sin firma publicada en la Guía
quincenal de la actividad intelectual nº61 (1950); la inclusión -pocas veces resaltada pese a su
singularidad- de comentarios sobre la reseña de Cortázar (“algo insólito en estas latitudes: una
crítica valiente y lúcida”) que Héctor A. Murena publica en la columna “Los penúltimos días”
(Sur nº177) y sobre el AB en “Martínez Estrada: la lección a los desposeídos” (Sur nº204, 1951);
y las entradas en La novela argentina, de Germán García (1952) y en la Historia de la literatura
hispanoamericana (1954) de Enrique Anderson Imbert. Cierra el ciclo Jitrik en Contorno nº5/6
(1955).
Si Cortázar, Murena y Jitrik son los polos del arco que, alternando críticas, le reconocen su
potencia, la escucha que el AB puede tener en el liberalismo de Sur o en el folclorismo oficial es
nula. Portavoz de los resabios martinfierristas reacomodados, González Lanuza ironiza en Sur
sobre la “frustrada novela” que “se pretende genial” pero sólo llega a ser el acto de soberbia de
un “funcionario”, pero las repercusiones que la novela genera en los espacios de actividad
intelectual orgánicos al gobierno del que Marechal es “funcionario” no serán más auspiciosas:
en la biográfica que le dedican en la Guía quincenal... se elogian sus ensayos y su poesía
(“tocados de gracia, sus versos fluyen libres, espontáneos, ajenos a todo artificio, para conferir
dignidad a la criatura humana”), para cerrar con un errata injuriosa en la última oración: “(ha)
realizado una feliz incursión por la novela en 1948 con Galván Buenosaires” (sic). Quedará en
el misterio de la minucia si la confusión del redactor de la Guía... pudo ser por conocer los
nombres de los personajes de Antígona Vélez, la futura obra de teatro de Marechal, o si éste
responde tardíamente tomando de aquel error el apellido para los personajes Lisandro y
Facundo Galván.
5
Pertenecientes a los libros Poemas Australes (1938) y Odas para el hombre y la mujer (1929),
respectivamente.
6
En una nota escrita a propósito de la muerte de Joyce, decía Marechal: “aquel capítulo
dialogado del Ulises que se desarrolla en el barrio de los burdeles, alcanza la grandeza épica de
un Descenso a los infiernos, tema que nunca falta en las epopeyas antiguas, pero con una
diferencia fundamental: en la epopeya es un “tema metafísico” y en el Ulises de Joyce es un
“tema literario (...) Joyce ha guardado sólo las normas exteriores del género épico”. (La Nación,
2 de febrero de 1941) Si distintos críticos -y hasta el mismo autor- han dedicado líneas a
establecer los contactos y distancias entre el Ulises de Joyce y el AB, agreguemos la lectura de
Joyce como parte del origen de esa conciencia de la inadecuación: el AB se escribe intentando
suplir la carencia de ese “sólo” que se le achaca al irlandés, pero a conciencia de la imposibildad
de extrapolar sin más el género épico a los años 40, por lo que recurre al trabajo de
señalamiento y evidenciación.
7
La influencia del cine cómico –los hermanos Marx, Chaplin-, y de algunos giros del cine
nacional –la cámara entrando al estudio cinematográfico en La cabalgata del circo, de Mario
Soffici, la repetición hasta lo estanco de motivos ligados al tango, compadritos y payadores-,
ameritaría abrir las puertas para un estudio específico sobre el tema. No sólo al comentario
sobre las apariciones del cine como elemento organizador de niveles de consumo culturales de
los personajes de la novela, sino influencias en los modos narrativos, las descripciones, los
discursos perimidos, las construcciones de ambientes y personajes. Valgan, por lo pronto,
pensar la batalla mítico barrial del libro II del AB, y la que se sucede en El Pibe, de Charles
Chaplin. O leer como a la manera de Chaplin la inclusión del tropel de periodistas repetidas
veces fagocitados por la imprenta de diarios que aparece en Cacodelphia.
8
David Viñas (1971) ha propuesto entender como “superposición” un movimiento cercano a lo
que llamamos “incrustación”: “superposición: es el resultado de una propuesta mística de unio,
“amorosa” quiero decir, donde `sin violencia´ la cultura y las masas, América Latina y París, las
novedades y lo tradicional, el lunfardo y lo clásico, nación y mundo, líder y pueblo se fundan”.
El término utilizado por Viñas para organizar estas dicotomías, cuyo enclave y demarcación son
más cercanos al contexto de producción de su crítica que del AB (1971: Cortázar en París, Perón
en España, Montoneros, bum latinoamericano, el arte masivo y el arte de vanguardia, política de
masas y vanguardias políticas), pierde el origen conflictivo que sí existe en el AB, donde la
violencia no es que no exista, sino que se la armoniza narrativamente. El proceso de
incrustación es violento primero y armonizado luego, y no es una superposición con la
violencia extirpada ab origine. Si la unio mística era la consecuencia de la superposición, de la
incrustación será el humor como efecto y estrategia narrativa.
9
El libro VII lo hace por la constitución de una “Moral” por las antípodas. Lo que resta del libro
V y el libro VI trabajan en la línea de “elevación” de lo terrestre a lo “celeste”, reescribiendo La
Vita Nuova, según el modelo de “Niña de encabritado corazón” que citáramos, y en un tono de
remembranza donde la infancia en Maipú es el centro que ilumina de armonía a las acciones: “Y
los Adanes gesticulan, allá en el fondo, y le dicen: ¿Te acuerdas?...Y hubo cierta edad en que
los días empezaban en una canción de tu madre”. La infancia en Maipú funciona, acá y también
escandida en el resto del AB, como un núcleo significante que emana armonía y verdad,
desprendiéndose de allí la homologación domador/artista, la vocación poética y la religiosidad
de Adán.
Sobre el final de la novela se propone una posible clave para leer los relatos de la infancia: dice
a Adán el metamorfoseado don Ecuménico, “-Si he insistido más de la cuenta en algunos
episodios de mi niñez, lo hice con la intención de que vieran ustedes en ellos el anuncio de una
personalidad no común, o el amanecer de un alma cuyas intuiciones y anhelos hubiesen llegado
tal vez a la metafísica o al arte, si hubieran sido canalizados en su hora oportuna.
Desgraciadamente, nadie captó en mi hogar aquellos indicios reveladores”. Desde el
contraejemplo, se da significado a la biografía de Adán, que entre sus recuerdos infantiles
señala en repetidas ocasiones el lugar de don Bruno como descubridor y orientador de su
vocación: “una mañana, leyendo mi composición en clase, don Bruno exclamó: `Adán
Buenosayres es un poeta´. Y los alumnos me miraron sin entender”. Esta lectura de la novela
remeda el lugar que Marechal, entonces Director General de Cultura de la Nación, entiende que
debe ocupar el Estado en la educación de los artistas: “La suerte de las vocaciones creadoras del
pueblo debe interesar profundamente al Estado, el cual, si no tiene el poder de crearlas (ya que
son ellas verdaderos regalos metafísicos), tiene el deber ineludible de descubrirlas, estimularlas
y asistirlas, para que no se malogren total o parcialmente” (Marechal, 1947).
10
Algunos son: por estetización; por evasión “in mente”; por “compositum”; por “espíritu
conciliatorio”; “como por arte de magia”; por armónica convivencia; por llamado a la
“cordura”; por la aparición del humor; “por fortuna”; por aparición de un deus ex machina; por
lo “insólito/absurdo”; por voluntad de la armonía; por voluntad de “bien”; por voluntad del
“corazón”; por naturaleza de las cosas; por “arte” del “jinete”.
11
La elección verbal no es inocente: los personajes del AB no miran para conocer, sino para re-
conocer a partir de un modo preconcebido de ver el mundo. Este a-priori cognitivo es
constituyente de los personajes y es el eje en que se sostiene la ridiculización de las voces y
discursos incluídos en el sistema de simpatías y diferencias.
En la cita que hacemos se utiliza el señalamiento desmembrado (“en cuanto a…”, “Por su
parte…”) de estos modos de reconocer. Al entrar en la glorieta de don Ciro, se explicita de
corrido lo que se repite escandido en toda la novela: “-El señor Schultze, astrólogo; el señor
Amundsen, globe trotter; el señor Tesler, filósofo dionisíaco; el señor Pereda, criollósofo y
gramático; el señor Bernini, moralista, polígrafo y boxeador”.
12
El Censo de 1914, sin embargo, ya daba para la Capital Federal 1.576.597 habitantes. Para
1944 se estimaban 2.485.355, y el Censo de 1947 informa de 3.000.371 habitantes, excediendo
incluso los datos que manejaban Martínez Estrada en su libro de 1940 y que el AB pone en
palabras de Bernini
13
“La poesía lírica: lo autóctono y lo foráneo en su contenido esencial”.
14
Eduardo Romano (1997) ha estudiado con precisión el recorrido poético de Marechal entre
1922 y los años del peronismo, marcado por un llamado al orden que articula en su recambio
poético, al tiempo que por el “viraje del tradicionalista recoleto que arcaizaba su voz” al que
intenta “novedosas experiencias de poesía para las masas”.