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ENSAYO

JUAN JOSE OPPIZZI

ARIEL,
MERCEDES
FELIX y
ALFONSINA
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ENSAYO

ARIEL, MERCEDES,
FELIX Y ALFONSINA
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POR © POR JUAN JOSE OPPIZZI

E-Mail: luceroppizzi@yahoo.com.ar

E n 1969 se escuchó por primera vez una zamba


exquisita: Alfonsina y el mar. La voz de Mercedes
Sosa, relumbrando eternidades, se deslizaba por
entre los arpegios con que Ariel Ramírez humedecía
el alma de unos versos elegíacos de Félix Luna.
Dícese que la historia de este plenario de talentos se
inició cuando Félix le acercó a Ariel unos libros de la
gran Alfonsina Storni.

Por familia, el pianista sabía mucho de la poeta: su


padre había sido alumno de ella en la escuela
primaria. El ojo de Félix se posó en un poema: Voy a
dormir, y lo entusiasmó a Ariel. No por casualidad se
detuvieron en él: fueron las últimas letras que la
autora escribió allá, en Mar del Plata, al borde del
océano y de su resistencia. Tengo una versión
fidedigna del proceso de esa creación y de los últimos
días de Alfonsina, por haber oído de boca de su
propio hijo, Alfonso, los detalles. Arrasada por una
enfermedad, ella decidió seguir el camino que habían
emprendido su amigo Horacio Quiroga y la hija de
éste. Madre e hijo se despidieron al pie del tren, en
Buenos Aires, sabiendo que era para siempre. No
hubo muchos preámbulos al arribo a la ciudad
atlántica.

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ARIEL, MERCEDES, FELIX Y ALFONSINA

Sólo escribió Voy a dormir y se lo envió al diario


La Nación, a Manuel Mujica Láinez; cuando él lo
recibió para publicarlo, ella ya flotaba en el agua.
Alguna vez escuché un testimonio radial que
quizá tenga asidero; una oyente narró la historia
que a su vez le contó su madre: paseaba ésta muy
temprano por la playa, en compañía de una
hermana o amiga, en la tardecita del 24 de
octubre de 1938; hacía frío, el mar estaba algo
crispado por una tormenta de la víspera; les
llamó la atención una mujer que caminaba en
sentido contrario a ellas, buscando la entrada a
un espigón; iba vestida con ropa muy liviana; al
cruzarse, una de las dos abrigadas paseantes le
preguntó si no tenía frío; la mujer sonrió, les dijo
que no, y continuaron sus caminos; tal vez
fueron las últimas personas que vieron a
Alfonsina.

Félix Luna hizo un trabajo de refinado lirismo. El


poema tiene la sombra de aquel otro, pero se
mueve con su propio valor:

Por la blanda arena que lame el mar


su pequeña huella no vuelve más;
un sendero solo de pena y silencio
llegó hasta el agua profunda...

En un fragmento, Alfonsina y el mar le da la


mano a Voy a dormir:

Bájame la lámpara un poco más;


déjame que duerma, nodriza, en paz,
y si llama él no le digas que estoy,
di que Alfonsina no vuelve;
y si llama él no le digas nunca que estoy,
di que me ido.

Es imposible representarse esas palabras sin

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vestirlas con la voz de Mercedes Sosa. Alfonsina


y el mar sufre la condena que sufrieron Silencio 4
en la voz de Gardel y El amor desolado en la voz
de Falcón: quedaron presos allí y nadie ha
logrado liberarlos del todo. No sé si hay otros
ejemplos de confluencia de un grupo de artistas
semejantes en una obra.

En cuanto a Voy a dormir, tiene la rara grandeza


de lo creado en el límite. Alfonsina, a quien no
todos los literatos de su época valoraron, drena
el alma en esos últimos versos. Hay que buscar
mucho para hallar poemas que se le acerquen.
Almafuerte quizá, algunos de Borges, Molinari,
Banchs... quién sabe:

Dientes de flores, cofia de rocío,


manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera,

Una constelación, la que te guste:


todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...

No se puede evitar un estremecimiento ante


tanta hermosura, nacida de la desesperación o
de la resignación o del dolor o del ansia de paz.
Es difícil imaginar su mano escribiendo con un
orden que minutos después acabaría, con un
orden que era consciente de su propio fin.

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