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CÁNTICO DE LA VIRGEN MARÍA:

«Magníficat» (Lc 1, 46-55)


Alegría del alma en el Señor

46Proclama mi alma la grandeza del Señor,


47sealegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
48porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,


49porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:

su nombre es santo,
50y su misericordia llega a sus fieles

de generación en generación.
51Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
52derriba del trono a los poderosos

y enaltece a los humildes,


53a los hambrientos los colma de bienes

y a los ricos los despide vacíos.


54Auxiliaa Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
55-como lo había prometido a nuestros padres-

en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.


.

COMENTARIO AL CÁNTICO DE LA VIRGEN MARÍA

El Evangelio según San Lucas nos dice que, cuando el ángel anunció a María el misterio de la Encarnació
le dijo también que su pariente Isabel había concebido un hijo en su vejez, y ya estaba de seis meses aque
a quien llamaban estéril. Poco después, María se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de
Judá, Ain Karim, seis kilómetros al oeste de Jerusalén y a tres o cuatro días de viaje desde Nazaret. Llega
a su destino, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de
María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran vo
dijo: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la
madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dich
tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».

El saludo profético y la bienaventuranza de Isabel despertaron en María un eco, cuya expresión exterior e
himno que pronunció a continuación, el Magníficat, canto de alabanza a Dios por el favor que le había
concedido a ella y, por medio de ella, a todo Israel. María, en efecto, dijo: «Proclama mi alma la grandeza
del Señor... porque ha mirado la humillación de su esclava... Auxilia a Israel, su siervo, ... y su descenden
por siempre».

El evangelista San Lucas no nos ha dejado más detalles de la visita de la Virgen a su prima Isabel,
simplemente añade que María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa de Nazaret.

Muchos son los temas de meditación que ofrece este misterio. Conocido el embarazo de Isabel, María
marchó presurosa a felicitarla, a celebrar y compartir con ella la alegría de una maternidad largo tiempo
deseada y suplicada: ¡qué lección a cuantos descuidamos u olvidamos acompañar a los demás en sus
alegrías! El encuentro de estas dos santas mujeres, madres gestantes por intervención especial del Altísim
sus cantos de alabanza y acción de gracias, y las escenas que legítimamente podemos imaginar a partir de
datos evangélicos, constituyen un misterio armonioso de particular ternura y embeleso humano y religioso
parece como la fiesta de la solidaridad y ayuda fraterna, del compartir alegrías y bienaventuranzas, del
cultivar la amistad e intimidad entre quienes tienen misiones especiales en el plan de salvación. Sería
delicioso conocer sus largas horas de diálogo, sus confidencias mutuas, sus plegarias y oraciones, sus
conversaciones sobre los caminos por los que Yahvé las llevaba y sobre el futuro que podían vislumbrar p
ellas y para sus hijos. Podemos pensar que, de alguna manera, se resumen en la bienaventuranza que Isabe
dirigió a María, y en el cántico de acción de gracias por el pasado, el presente y el futuro, que ésta elevó a
Todopoderoso. Y todo ello constituye un magnífico programa para ir configurando nuestro corazón y nue
espíritu.

***

EL HIMNO DEL MAGNÍFICAT (Lc 1, 46-55)


por el Card. Carlo M. Martini

Ante un himno tan rico, instintivamente tratamos de dividirlo y descubrir en él una estructura, al objeto de
comprenderlo mejor. Sin embargo, los exegetas tropiezan con grandes dificultades y discrepan entre sí,
porque, aunque parece un himno muy simple, en realidad es casi inasible; de hecho, es bastante complejo
veces hasta ligeramente tosco en la forma, y no sigue unas reglas que permitan descomponerlo con nitidez

En conjunto, parece un salmo de alabanza semejante a otros del Antiguo Testamento, por ejemplo:
«Aclamad, justos, al Señor, / que merece la alabanza de los buenos. / Dad gracias al Señor con la cítara, /
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas, / ... que la palabra del Señor es sincera» (Sal 32,1-2.4). Pero qu
más afín aún al Magníficat sea el Salmo 135: «Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su
misericordia» (v. 1).

En cualquier caso, hay en el Magníficat algo más complejo que un salmo, algo misterioso; ni siquiera está
claro que sea un himno de alabanza por un nacimiento o por una concepción extraordinaria. En este sentid
se asemeja al cántico de Ana (1 S 2,1-10), que exalta los grandes cambios realizados por Dios en los
acontecimientos históricos, en las situaciones humanas, sin aludir -como sería de esperar- a la experiencia
la maternidad, a la experiencia del embarazo o del parto. Manteniéndose en lo genérico, tiene la ventaja d
poder aplicarse a múltiples situaciones.

Los diversos intentos de dividir el himno coinciden al menos en reconocer en él dos grandes partes, aunqu
no claramente distintas, que tienen en su centro la acción de Dios.

La primera parte (vv. 46b-49) se caracteriza por las partículas «mi» y «me», que se refieren a la persona q
canta: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, / se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; / ... Desde
ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, / porque el Poderoso ha hecho grandes cosas
en mi favor».

La segunda parte evoca la historia de Israel o, mejor, las grandes actuaciones de Yahvé en la historia de la
salvación, y comienza en el v. 50: «Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación». Sig
a continuación el recuento de los grandes hechos realizados por el Señor: «Él hace proezas con su brazo: /
dispersa a los soberbios de corazón...», que termina con el v. 55.

Ésta es, pues, la estructura global, que subraya las intervenciones divinas en una sola persona, y después e
la historia en general, concretamente en la historia de Israel.

Las sutilezas exegéticas tratan de determinar cuál es el versículo concreto que sirve de separación: un
análisis reciente y muy detallado del texto insiste en el v. 49b: «su nombre es santo». En la santidad del
nombre, entendida como poder, se resumiría la acción de Dios con María y la acción de Dios en favor de
humanidad.

En cualquier caso, permanecen abiertos muchos problemas de interpretación sobre un texto tan simple. Po
ejemplo: ¿qué significan todos los verbos en aoristo indicativo griego? «Mi alma engrandece al Señor» v
en paralelo, curiosamente, con el aoristo «y mi espíritu se alegró», aunque suele traducirse por el presente
«se alegra». El problema lo plantean, sobre todo, los aoristos siguientes: «Se fijó en la
humillación, hizo grandes cosas, su brazo intervino con fuerza, desbarató los planes de los
arrogantes, derribó a los poderosos, encumbró a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes, a lo
ricos los despidió, auxilió a Israel». ¿Son acontecimientos que pertenecen al pasado? ¿Se trata de un aoris
gnómico, que expresa una acción pasada que continúa (lo constante del proceder de Dios), por lo que se
traduce entonces por un presente? ¿O se trata, quizá, de aoristos incoativos que indican que el Señor segui
realizando las maravillas que ha comenzado a hacer en María? Otros autores invocan el paralelismo con e
perfecto profético hebreo, que es un modo de hablar del futuro.

He querido únicamente apuntar las dificultades de la traducción. Lo que queda claro es que los primeros
versículos se refieren a experiencias vividas por María, y los otros a la acción de Dios, probablemente una
acción pasada en favor de Israel y que está indicando su actuación futura. María relee la historia de la
salvación a partir de su experiencia personal, que le permite comprenderla de una nueva manera.

Me parece que ésta es una anotación de gran fuerza psicológica, porque nos ayuda a cantar el Magníficat
cuando experimentamos en nosotros mismos algo verdadero y auténtico, algo que nos permite, a la luz de
fe, recobrar el sentido salvífico del pasado y la esperanza del futuro. Se trata de un elemento particularme
importante para orientar nuestra oración y nuestra vida.

Otro aspecto discutido del himno son las contraposiciones de la segunda parte: ha desbaratado los planes
los arrogantes, ha derribado a los poderosos, ha encumbrado a los humildes, ha colmado a los hambriento
ha despedido de vacío a los ricos.

¿Qué significan los arrogantes, los poderosos, los pobres, los hambrientos, los ricos? Algunas
interpretaciones insisten más en las dimensiones interiores, y otras en las históricas, reales y concretas, co
es el caso de la llamada teología de la liberación, que apela a Dios como Aquel que echa por tierra las
categorías sociales. De hecho, teniendo en cuenta la historia de Israel, ambas interpretaciones son válidas.

Personalmente, yo prefiero poner de relieve la afinidad con las bienaventuranzas de Lucas: dichosos los
pobres y los hambrientos; ¡ay de vosotros, los ricos!... Se habla tanto de categorías sociales como de
actitudes del corazón, indicando cómo todo cuanto Dios realizó en el Antiguo Testamento, dispersando a
poderosos y a los prevaricadores y defendiendo a sus pobres y a sus humildes, lo seguirá haciendo en la
Nueva Alianza a través de la acción regeneradora de Jesús.

Se trata, por tanto, de una síntesis de la historia, que sirve de prólogo al Evangelio.

MEDITACIÓN

Con los escasos indicios que nos proporciona la lectio podemos comprender la riqueza de la oración del
Magníficat, que podría ser analizada palabra por palabra, verificando las referencias bíblicas al Antiguo y
Nuevo Testamento, para saborearla en toda su profundidad teológica y espiritual.

Para la meditación propongo algunos puntos que sirvan para interiorizar dicha oración, y me fijo
especialmente en cinco expresiones que podéis contemplar después ante la Eucaristía.

1. El culmen de la libertad humana

Dichosa tú por haber creído (Lc 1,45). Vinculando esta expresión de Isabel dirigida a María con la de Jes
dirigida a Tomás «dichosos los que crean» (Jn 20,29), vemos cómo esta bienaventuranza, que interesa a to
la humanidad, designa el culmen de la libertad humana: es dichoso y feliz y realiza el designio de Dios qu
alcanza la plenitud de su vocación. La libertad humana está hecha para la fe, en la que obtiene su perfecci
y su culminación.

Profundizando en los versículos de Lucas y de Juan, podemos afirmar que la libertad humana se verifica
entrando en una relación de confianza con los demás y entregándose a ellos, y se deteriora cuando se
encierra en sí misma. La libertad no es calculadora (do ut des), sino que se realiza en el amor, que exige
siempre gratuidad. Y sólo Dios es merecedor de un abandono y una confianza sin condiciones ni límites,
porque en Él la libertad humana puede realmente expresar por completo su voluntad de entrega. Pero la fe
desnuda e incondicionada se purifica a través de la «noche de los sentidos y del espíritu», esa noche
magistralmente descrita en las obras de san Juan de la Cruz y en la experiencia de santa Teresa de Jesús.

El hombre se salva, no simplemente obedeciendo a una ley exterior, sino amando, entregándose y creyend
en Dios. María, dichosa por haber creído, es figura antropológica de la vocación humana a la felicidad.

2. Oración de alabanza

Proclama mi alma la grandeza del Señor (v. 46). San Ambrosio, que en su comentario a Lucas escribe:
«Esté en cada uno de nosotros el alma de María para glorificar a Dios», nos recuerda que el agradecimien
es la primera expresión de la fe. No lo son, en cambio, la lamentación, la crítica, la amargura, la
autocompasión ni el derrotismo, que son actitudes de falta de fe, porque la verdadera fe prorrumpe
espontáneamente en la alabanza y el agradecimiento. Alabanza por todo cuanto Dios realiza en nosotros y
el mundo; agradecimiento al reconocernos agraciados y al tomar conciencia de que la misericordia divina
«se extiende de generación en generación». Es una invitación a confesar que también muchos discursos
eclesiásticos, por así decirlo, muchas recriminaciones y muchas amarguras son fruto de una fe empobrecid

3. Los ojos de la fe

Ha hecho obras grandes en mi favor (v. 49). Nos preguntamos: ¿cuáles son esas obras grandes?
Seguramente María puede intuirlas, por la fe, en el pequeño germen de vida apenas perceptible que lleva e
su seno; sin embargo, desde el punto de vista humano no es un hecho extraordinario. Es la fe la que le hac
descubrir realidades grandes en cosas pequeñas, realidades definitivas en hechos incipientes, realidades
perennes en las realidades efímeras. Mientras que la poca fe nunca está contenta ni satisfecha y querría
siempre ver más, la fe verdadera está contenta y reconoce en los más insignificantes signos el poder de Di

4. No se encogerá el brazo de Dios

Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación (v. 50). María expresa aquí su fe en la
certeza de que no sólo en el pasado y en el presente, sino que tampoco en el futuro decaerá la misericordia
del Señor ni se encogerá el brazo de Dios.

Muchas veces hablamos como si la misericordia del Señor se hubiese detenido en los tiempos más glorios
del cristianismo y no abarcase también a nuestras generaciones. Querríamos retroceder cincuenta años atr
cuando la gente frecuentaba las iglesias, a la vez que nos asalta la duda y el temor de que el Señor se haya
alejado de nosotros. Sin embargo, María proclama «su misericordia de generación en generación». Por otr
parte, debemos reconocer que, si miramos a nuestro alrededor con los ojos sencillos y limpios de la fe,
podemos percibir la misericordia de Dios en favor nuestro y descubrir a veces sus signos sensibles.

Reflexionaba yo estos días sobre las figuras significativas con que el Señor ha regalado últimamente a la
Iglesia local de Milán: (...). Son personas que han sido conocidas y tratadas por muchos de nuestros fieles

El Señor continúa, pues, actuando, y sólo la fe puede hacernos conscientes de su cercanía y de su presenci

5. Dios cuida de su pueblo

Ha auxiliado a Israel, su siervo (v. 54). Cuidó -paidòs autou- de su hijo y siervo Israel, como cuidó de M
su sierva («se ha fijado en la humillación de su esclava»).

El verbo «cuidar» aparece en otros pasajes del Nuevo Testamento: «El Espíritu cuida de nuestra debilidad
(Rm 8,27); «No cuida de los ángeles, sino de los hijos de Abraham» (Heb 2,16). La solicitud por Israel es
por consiguiente, una característica de Dios: lo fue, efectivamente, en los momentos dramáticos del puebl
hebreo a lo largo de los siglos, y no ha decrecido. Por eso debe ser también una característica propia de to
cuantos sienten como María y con María; y por eso la relación con Israel es una importante y valiosa pied
de toque en la vida de la Iglesia: como el Señor cuida de Israel su siervo, también la Iglesia y la humanida
deben cuidar de él, deben seguir expresando de algún modo el amor de Dios a ese pueblo, a pesar de toda
las dificultades y hasta malentendidos que ello pueda acarrear. La relación del Señor con Israel está
inequívocamente en el corazón mismo del Magníficat, al que hay que acudir para reflexionar sobre sus
terribles destinos históricos sucesivos.

«María, hija de Sión, Madre de Jesús y de la Iglesia, concédenos entrar en el misterio de tu fe y de tu


alabanza y percibir cómo miras a tu pueblo, a la humanidad y a la historia».

[Extraído de Carlo M. Martini, Una libertad que se entrega. En meditación con María. Santander,
Terrae, 1996, pp. 60-

I.ª CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

En el Magníficat (Lc 1, 46-55)


María celebra la obra admirable de Dios

1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las
maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación
ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el júbilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su
alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura
pobre y sin influjo en la historia.

Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celeb
la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y la
esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los más nobles deseos del alma humana.

Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi


alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación d
su esclava» (Lc 1,46-48). Probablemente, el término griego está tomado del cántico de Ana, la madre de
Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que
encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María presenta su situación de pobreza y la
conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de
Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías.

2. Las palabras «desde ahora me felicitaran todas las generaciones» (Lc 1, 48) toman como punto de parti
la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a María «dichosa» (Lc 1,45). El cántico, con cier
audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. A
mismo tiempo, testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre de
Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de las diversas expresiones de culto, transmitid
de generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret.

3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de
generación en generación» (Lc 1,49-50).

¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María por el Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo
Testamento para indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el Magníficat se
refiere al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del
anuncio del ángel.

En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha
por María, Dios no sólo es el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf.
1,37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano.

4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,51-5

Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de
Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en
perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le
encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37).

Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan
comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón.

5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo
elegido: «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros
padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre» (Lc 1,54-55).

María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que
comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella
Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes.

El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los tex
proféticos que están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio de una intervención divina qu
va mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación del Verbo.

[Audiencia general del Miércoles de 6 de noviembre 19


***

II.ª CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

El Magníficat (Lc 1, 46-55)


Cántico de la santísima Virgen María

Queridos hermanos y hermanas:

1. Hemos llegado ya al final del largo itinerario que comenzó, hace exactamente cinco años, en la primave
del año 2001, mi amado predecesor el inolvidable Papa Juan Pablo II. Este gran Papa quiso recorrer en su
catequesis toda la secuencia de los salmos y los cánticos que constituyen el entramado fundamental de
oración de la liturgia de las Laudes y las Vísperas.

Al terminar la peregrinación por esos textos, que ha sido como un viaje al jardín florido de la alabanza, la
invocación, la oración y la contemplación, hoy reflexionaremos sobre el Cántico con el que se concluye
idealmente toda celebración de las Vísperas: el Magníficat (cf. Lc 1,46-55).

Es un canto que revela con acierto la espiritualidad de los anawim bíblicos, es decir, de los fieles que se
reconocían «pobres» no sólo por su alejamiento de cualquier tipo de idolatría de la riqueza y del poder, sin
también por la profunda humildad de su corazón, rechazando la tentación del orgullo, abierto a la irrupció
de la gracia divina salvadora. En efecto, todo el Magníficat, que acabamos de escuchar cantado por el cor
de la Capilla Sixtina, está marcado por esta «humildad», en griego tapeinosis, que indica una situación de
humildad y pobreza concreta.

2. El primer movimiento del cántico mariano (cf. Lc 1,46-50) es una especie de voz solista que se eleva
hacia el cielo para llegar hasta el Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen que habla así de su
Salvador, que ha hecho obras grandes en su alma y en su cuerpo. En efecto, conviene notar que el cántico
está compuesto en primera persona: «Mi alma... Mi espíritu... Mi Salvador... Me felicitarán... Ha hecho ob
grandes por mí...». Así pues, el alma de la oración es la celebración de la gracia divina, que ha irrumpido
el corazón y en la existencia de María, convirtiéndola en la Madre del Señor.

La estructura íntima de su canto orante es, por consiguiente, la alabanza, la acción de gracias, la alegría, fr
de la gratitud. Pero este testimonio personal no es solitario e intimista, puramente individualista, porque la
Virgen Madre es consciente de que tiene una misión que desempeñar en favor de la humanidad y de que s
historia personal se inserta en la historia de la salvación. Así puede decir: «Su misericordia llega a sus fiel
de generación en generación» (v. 50). Con esta alabanza al Señor, la Virgen se hace portavoz de todas las
criaturas redimidas, que, en su «fiat» y así en la figura de Jesús nacido de la Virgen, encuentran la
misericordia de Dios.

3. En este punto se desarrolla el segundo movimiento poético y espiritual del Magníficat (cf. vv. 51-55).
Tiene una índole más coral, como si a la voz de María se uniera la de la comunidad de los fieles que celeb
las sorprendentes elecciones de Dios. En el original griego, el evangelio de san Lucas tiene siete verbos en
aoristo, que indican otras tantas acciones que el Señor realiza de modo permanente en la historia: «Hace
proezas...; dispersa a los soberbios...; derriba del trono a los poderosos...; enaltece a los humildes...; a los
hambrientos los colma de bienes...; a los ricos los despide vacíos...; auxilia a Israel».

En estas siete acciones divinas es evidente el «estilo» en el que el Señor de la historia inspira su
comportamiento: se pone de parte de los últimos. Su proyecto a menudo está oculto bajo el terreno opaco
las vicisitudes humanas, en las que triunfan «los soberbios, los poderosos y los ricos». Con todo, está
previsto que su fuerza secreta se revele al final, para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Di
«Los que le temen», fieles a su palabra, «los humildes, los que tienen hambre, Israel su siervo», es decir, l
comunidad del pueblo de Dios que, como María, está formada por los que son «pobres», puros y sencillos
corazón. Se trata del «pequeño rebaño», invitado a no temer, porque al Padre le ha complacido darle su re
(cf. Lc 12,32). Así, este cántico nos invita a unirnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del
pueblo de Dios con pureza y sencillez de corazón, con amor a Dios.

4. Acojamos ahora la invitación que nos dirige san Ambrosio en su comentario al texto del Magníficat. D
este gran doctor de la Iglesia: «Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Seño
cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque, según la carne, sólo hay una mad
de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios... El
alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se alegra en Dios, porque, consagrada con el
alma y el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo proviene, y a un
solo Señor, en virtud del cual existen todas las cosas» (Esposizione del Vangelo secondo Luca, 2, 26-
27: SAEMO, XI, Milán-Roma 1978, p. 169).

En este estupendo comentario de san Ambrosio sobre el Magníficat siempre me impresionan de modo
especial las sorprendentes palabras: «Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe
todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios». Así el santo doctor,
interpretando las palabras de la Virgen misma, nos invita a hacer que el Señor encuentre una morada en
nuestra alma y en nuestra vida. No sólo debemos llevarlo en nuestro corazón; también debemos llevarlo a
mundo, de forma que también nosotros podamos engendrar a Cristo para nuestros tiempos. Pidamos al Se
que nos ayude a alabarlo con el espíritu y el alma de María, y a llevar de nuevo a Cristo a nuestro mundo.

[Texto de la Audiencia general del Miércoles 15 de febrero de 20

EL "MAGNÍFICAT" DE LA IGLESIA EN CAMINO


por S. S. Juan Pablo II,
Redemptoris Mater, nn. 35-37

35. La Iglesia, pues, en la presente fase de su camino, trata de buscar la unión de quienes profesan su fe en
Cristo para manifestar la obediencia a su Señor que, antes de la pasión, ha rezado por esta unidad. La Igle
«va peregrinando..., anunciando la cruz del Señor hasta que venga» (Lumen gentium, 8). «Caminando, pu
la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que
ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes al
contrario, persevere como esposa digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renova
hasta que por la cruz llegue a aquella luz que no conoce ocaso» (Lumen gentium, 9).

La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo
demuestra de modo especial el cántico del Magníficat que, salido de la fe profunda de María en la
Visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diar
en la liturgia de las Vísperas y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria.

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador...» (Lc 1,46-55).

36. Cuando Isabel saludó a la joven pariente que llegaba de Nazaret, María respondió con el Magníficat.
el saludo Isabel había llamado antes a María «bendita» por «el fruto de su vientre», y luego «feliz» por su
(cf. Lc 1, 42. 45). Estas dos bendiciones se referían directamente al momento de la Anunciación. Después
la Visitación, cuando el saludo de Isabel da testimonio de aquel momento culminante, la fe de María
adquiere una nueva conciencia y una nueva expresión. Lo que en el momento de la Anunciación permane
oculto en la profundidad de la «obediencia de la fe», se diría que ahora se manifiesta como una llama del
espíritu clara y vivificante. Las palabras usadas por María en el umbral de la casa de Isabel constituyen un
inspirada profesión le su fe, en la que la respuesta a la palabra de la revelación se expresa con la elevaci
espiritual y poética de todo su ser hacia Dios. En estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy
sencillas y totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel (como es sabido, las palabras
del Magníficat contienen o evocan numerosos pasajes del AT), se vislumbra la experiencia personal de
María, el éxtasis de su corazón. Resplandece en ellas un rayo del misterio de Dios, la gloria de su inefable
santidad, el eterno amor que, como un don irrevocable, entra en la historia del hombre.

María es la primera en participar de esta nueva revelación de Dios y, a través de ella, de esta nueva
«autodonación» de Dios. Por esto proclama: «Ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo». Sus
palabras reflejan el gozo del espíritu, difícil de expresar: «Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador».
Porque «la verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre... resplandece en Cristo, mediador y
plenitud de toda la revelación» (Dei Verbum, 2). En su arrebatamiento María confiesa que se ha
encontrado en el centro mismo de esta plenitud de Cristo. Es consciente de que en ella se realiza la prome
hecha a los padres y, ante todo, «en favor de Abraham y su descendencia por siempre»; que en ella, como
madre de Cristo, converge toda la economía salvífica, en la que, «de generación en generación», se
manifiesta Aquel que, como Dios de la Alianza, se acuerda «de la misericordia».

37. La Iglesia, que desde el principio conforma su camino terreno con el de la Madre de Dios, siguiéndola
repite constantemente las palabras del Magníficat. Desde la profundidad de la fe de la Virgen en la
Anunciación y en la Visitación, la Iglesia llega a la verdad sobre el Dios de la Alianza, sobre Dios que es
todopoderoso y hace «obras grandes» al hombre: «Su nombre es santo». En el Magníficat la Iglesia
encuentra vencido de raíz el pecado del comienzo de la historia terrena del hombre y de la mujer, el pecad
de la incredulidad o de la «poca fe» en Dios. Contra la «sospecha» que el «padre de la mentira» ha hecho
surgir en el corazón de Eva, la primera mujer, María, a la que la tradición suele llamar «nueva Eva» y
verdadera «madre de los vivientes», proclama con fuerza la verdad no ofuscada sobre Dios: el Dios Santo
todopoderoso, que desde el comienzo es la fuente de todo don, aquel que «ha hecho obras grandes». Al
crear, Dios da la existencia a toda la realidad. Creando al hombre, le da la dignidad de la imagen y semeja
con él de manera singular respecto a todas las criaturas terrenas. Y no deteniéndose en su voluntad de
prodigarse no obstante el pecado del hombre, Dios se da en el Hijo: «Porque tanto amó Dios al mundo qu
dio a su Hijo único» (Jn 3,16). María es el primer testimonio de esta maravillosa verdad, que se realizará
plenamente mediante lo que hizo y enseñó su Hijo (cf. Hch 1,1) y, definitivamente, mediante su Cruz y
resurrección.

La Iglesia, que aun «en medio de tentaciones y tribulaciones» no cesa de repetir con María las palabras
del Magníficat, «se ve confortada» con la fuerza de la verdad sobre Dios, proclamada entonces con tan
extraordinaria sencillez y, al mismo tiempo, con esta verdad sobre Dios desea iluminar las difíciles y a ve
intrincadas vías de la existencia terrena de los hombres. El camino de la Iglesia, pues, ya al final del segun
Milenio cristiano, implica un renovado empeño en su misión. La Iglesia, siguiendo a Aquel que dijo de sí
mismo: «(Dios) me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (cf. Lc 4,18), a través de las
generaciones, ha tratado y trata hoy de cumplir la misma misión.

Su amor preferencial por los pobres está inscrito admirablemente en el Magníficat de María. El Dios de l
Alianza, cantado por la Virgen de Nazaret en la elevación de su espíritu, es a la vez el que «derriba del tro
a los poderosos, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide
vacíos..., dispersa a los soberbios... y conserva su misericordia para los que le temen». María está
profundamente impregnada del espíritu de los «pobres de Yahvé», que en la oración de los Salmos espera
de Dios su salvación, poniendo en Él toda su confianza (cf. Sal 25; 31; 35; 55). En cambio, ella proclama
venida del misterio de la salvación, la venida del «Mesías de los pobres» (cf. Is 11,4; 61,1). La Iglesia,
acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magníficat, renue
cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios
que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que
cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús.

La Iglesia, por tanto, es consciente -y en nuestra época tal conciencia se refuerza de manera particular- de
que no sólo no se pueden separar estos dos elementos del mensaje contenido en el Magníficat, sino que
también se debe salvaguardar cuidadosamente la importancia que «los pobres» y «la opción en favor de lo
pobres» tienen en la palabra del Dios vivo. Se trata de temas y problemas orgánicamente relacionados con
el sentido cristiano de la libertad y de la liberación. «Dependiendo totalmente de Dios y plenamente
orientada hacia Él por el empuje de su fe, María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libert
y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y Modelo, para
comprender en su integridad el sentido de su misión» (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucció
sobre Libertad cristiana y liberación (22-III-1986), 97).

MONICIÓN PARA EL CÁNTICO

Lucas 1,46-55. El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes.

El Magníficat, el himno de alabanza a Dios que Lucas pone en labios de María de Nazaret, es un canto
«pascual» que agradece a Dios porque sabe enaltecer a los humildes. Como ha resucitado a Cristo Jesús d
entre los muertos, así Dios protege al pueblo elegido y, también, ha hecho maravillas en la Madre del
Mesías.

Después de oír la alabanza de su prima Isabel: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el
Señor se cumplirá», María prorrumpe en el cántico que tantas veces proclama la comunidad cristiana ya
durante dos mil años. Ella sí que puede decir: «ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo», porq
«ha mirado la humillación de su esclava» (sería mejor traducir, como hace la versión catalana, «la pequeñ
de su sierva»).

María alaba a Dios por el estilo con que lleva la historia: «Derriba del trono a los poderosos y enaltece a l
humildes».

[J. Aldazabal, Enséñame tus caminos. 8. Los Domingos del ciclo A. Barcelona, CPL, 2004, pp. 501-502]

HIMNO DE ALABANZA DE MARÍA

V. 46a. «Y dijo María». El saludo profético y la bienaventuranza de Isabel -«¡Bendita tú entre las mujeres
bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa tú, que has creído!»- despiertan en María un eco, cuya expresión
exterior es el himno pronunciado a continuación, el Magníficat. Hasta entonces no había hablado María d
misterio de la gracia de que ha sido objeto, haciéndolo ahora en forma de un himno de alabanza a Dios, po
el favor concedido a ella y, por medio de ella, a Israel. En la mente de Lucas, o de su fuente, el Magnífica
la contestación de María al saludo con que la ha felicitado Isabel. El himno es, en su mayor parte, una
recapitulación de pensamientos y expresiones del AT, y su originalidad reside única y exclusivamente en
hecho de ir fundidas sus ideas y sus palabras en una nueva unidad, que no da impresión de algo ficticio, si
espontáneo en la ilación de sus pensamientos y los sentimientos que las animan. Ello se explica por el hec
de que la persona que lo pronuncia vive del todo dentro de la ideología del AT.

En cuanto a su género es el Magníficat un cántico de acción de gracias individual en forma de himno, que
adapta bien a la situación de la persona de quien lo pronuncia si se tiene presente no sólo el encuentro de
María con Isabel, sino sus circunstancias y los sentimientos que la animan a partir de la aparición del ánge
En cuanto a su forma poética, el Magníficat está compuesto por dísticos.

VV. 46b-47. Isabel bendice a María como madre del Mesías. Pero María desvía la bendición hacia Dios. A
él solo se debe la gloria. María, en su alma, «proclama la grandeza del Señor» (lit. «engrandece»), esto es
alaba y adora su poder y bondad experimentadas en su misma persona. Y su espíritu (término que, según
psicología semítica, equivale por su contenido al de alma, y que va usado sólo por variar la forma de
expresión) se goza y alegra en Dios (cf. Is 61,10), que se ha mostrado para ella como su «salvador»
misericordioso.

V. 48. El v. 48a expresa el motivo de su júbilo, que es la obra de redención, por la que Dios ha revelado s
grandeza, mostrándose para María como «Dios de salvación». Dios ha vuelto su mirada a la pequeñez de
esclava (cf. v. 38: «He aquí la esclava del Señor»), al exaltarla de una manera única, eligiéndola como ma
del Mesías. El versículo es una clara resonancia de las palabras de Ana, la madre de Samuel (1 S 1,11),
pasaje en el que con la pequeñez o humillación se hace referencia a la deshonrosa suerte de la esterilidad (
Gn 30,23) y a las burlas de que era objeto (1 S 1,6s). Aquí, en cambio, «la pequeñez de su esclava» es sól
expresión de la humildad, ya que no tenemos prueba alguna de que María hubiera sufrido desengaños en e
punto. Pero, la frase profética que sigue, de que será llamada bienaventurada por todas las generaciones, s
conviene en labios de María; pronunciada por Isabel, sobre todo en el momento en que tiene ante sí a la
madre del Mesías, objeto de una gloria incomparablemente mayor que la suya, sería una exageración
insoportable. «Desde ahora» va referido, según el contexto, a las palabras de Isabel en el v. 45: «¡Dichosa
que has creído!» (o al momento de su concepción).

VV. 49-50. El v. 49 se detiene todavía en la consideración jubilosa de la obra con la que Dios ha mostrado
poder en ella, y vuelve inmediatamente la mirada hacia Dios, «el Poderoso» (designación corriente de Dio
en el AT), el único digno de alabanza. La frase «su nombre es santo», así como el v. 50, no van referidos
otras obras divinas, sino que sirven para la caracterización del ser de Dios, y no son por ello tampoco fras
independientes, sino que tienen que ser entendidas como frases de relativo semíticas («cuyo nombre», «cu
misericordia»). Dios (el nombre representa a la persona) es ensalzado como el Santo, esto es, el Excelso (
57,15), ante el que el hombre se inclina en adoración. Pero su majestad no produce aquí el temor, sino el
gozo, porque la esencia de Dios es, al mismo tiempo, la infinita «misericordia» sin término (= bondad,
indulgencia) para con los que le temen, esto es, para los piadosos (en el AT, el temor de Dios constituye e
motivo central de la religión).

VV. 51-53. Los versículos que siguen hablan, en tiempos pretéritos, de las obras en que Dios ha revelado
poder, su santidad y su bondad; a pesar de ello no hay que entenderlos como referidos al pasado, sino, en
sentido del perfecto hebreo, en expresión de lo que Dios hace de manera habitual. Lo que Dios ha llevado
cabo en María y, a través de ella como madre del Mesías, en Israel, es una revelación de su manera de act
en absoluto. Dios realiza actos de poder con su brazo, símbolo de su fuerza, al invertir el orden humano d
las cosas, humillando, dispersando y despidiendo vacíos a los soberbios, poderosos y hartos, y ensalzando
colmando de bienes a los humildes y los hambrientos, a los «pobres», oprimidos y defraudados en este
mundo (Anawim; cf. Lc 6,20s; Mt 5,3ss). Una interpretación de cada uno de los rasgos particulares aquí
mencionados en referencia a la situación del himno, es rechazable.

VV. 54-55. En cambio, su final puede seguramente referirse de manera inmediata a la misión del Mesías,
la encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, ya que el envío del Mesías es la última de las grande
obras de Dios con la que da término a su actuación redentora para con Israel, su pueblo elegido a partir de
alianza con Abraham (Gn 17,7), «su siervo», esto es, «su amigo» (cf. Is 41,8). Dios tiene «presente» su «p
misericordioso» y cumple las promesas que hizo a Abraham, el protopatriarca de Israel (cf. Gn 17,7), lo c
quiere decir que la «misericordia» de Dios para con Israel se basa en su alianza con él, en la fidelidad divi
a lo pactado.

A pesar de la perspectiva hacia lo eterno con la que termina el Magníficat, su horizonte no sobrepasa, con
todo, el del AT y el judaísmo. El Magníficat queda en su contenido, al igual que la promesa de Gabriel a
Zacarías y a María, en el límite entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, al que corresponde la situación d
la escena, y no es todavía un himno cristiano. Ninguna referencia hay en él a la vida de Jesús, a su muerte
su resurrección, ni a su segunda venida sobre las nubes del cielo.

[Extraído de Josef Schmid, El Evangelio según san Lucas. Barcelona, Ed. Herder, 1968, pp. 76-

***

EL CÁNTICO DE MARÍA (Lc 1, 46-55)

Por el mensaje del ángel en la Anunciación, por las palabras de Isabel llena de Espíritu Santo y por la
Sagrada Escritura, en la que hablaron uno y otro, reconoce María que el Señor ha hecho en ella grandes
cosas. Su responsorio (cántico de respuesta a la Sagrada Escritura) es un himno a la acción salvífica de Di
con su pueblo, que ha alcanzado ahora su consumación. Con cánticos semejantes canta también la Iglesia
naciente las grandes gestas de Dios: «Diariamente perseveraban unánimes en el templo, partían el pan por
casas y tomaban juntos el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios...» (Hch 2,46s).
Pablo amonesta a los Efesios: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay desenfreno, sino dejaos llenar
Espíritu, recitando entre vosotros salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando de todo
vuestro corazón al Señor» (Ef 5,18s).

El Evangelio hímnico de María, el Magníficat, comienza con un cántico de alabanza de Dios (vv. 46-48),
canta al Dios poderoso, santo y misericordioso (vv. 49-50), las leyes fundamentales de su acción salvador
(vv. 51-53), y termina con unos versos que ensalzan la fidelidad de Dios a las promesas (vv. 54-55). Lo q
María experimentó fue, es y será el obrar salvífico de Dios. La historia de la salvación es luz de la vida.
46
María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, 47se alegra mi espíritu en Dios, mi
salvador; 48porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones.

El Señor, mediante la acción salvadora realizada en María, ha venido a ser Dios su salvador. Resuena el
nombre de Jesús (Mt 1,21). Por Jesús ha venido Dios a ser el salvador.

La alabanza de Dios y el gozo mesiánico escatológico penetran las profundidades de María, su alma y su
espíritu. Las gestas salvíficas de Dios suscitan en ella una jubilosa liturgia de alabanza.

María se cuenta entre los de humilde condición, los pequeños y los pobres, a quienes profetas y salmos
prometen con frecuencia la salvación. «Él no olvida jamás al pobre, ni la esperanza del humilde perecerá»
(Sal 9,19). «Porque así dice el Altísimo, cuya morada es eterna, cuyo nombre es santo: Yo habito en la alt
y en la santidad, pero también con el contrito y humillado, para hacer revivir los espíritus humildes y
reanimar los corazones contritos» (Is 57,15). Jesús recoge estas promesas en sus bienaventuranzas:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). «Tú eres el
Dios de los humildes, el amparo de los pequeños, el defensor de los débiles, el refugio de los desamparado
y el salvador de los que no tienen esperanza» (Jdt 9,11).

La felicitación de María, que ha comenzado Isabel, no tendrá ya fin. Todas las generaciones se unirán al
coro de alabanzas de María. Como no tendrá fin el reinado del Rey que es su Hijo, así también la Madre d
Rey será alabada por siempre y en todas partes.
49
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, 50y su misericordia llega a sus
fieles de generación en generación.

Poder, santidad y misericordia son los rasgos más luminosos de la imagen de Dios en el Antiguo
Testamento. En Dios hay una fuerza viva, que pugna por exteriorizarse, que quiere hacer propiedad suya
todo lo que hay en el mundo, demostrándose así Dios como el Santo (Ez 20,41). Como Dios es el Dios sa
es también el Dios misericordioso. Es el salvador y redentor del resto santo, porque no es hombre, sino D
Las obras de poder de Dios son amor misericordioso.
51
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, 52derriba del trono a los poderosos
enaltece a los humildes, 53a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

María expresa lo que tiene experimentado su pueblo. «Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos
impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó
nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión,

y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, con gran terror, señales y prodigios. Y no
trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel» (Dt 26,6-9). La historia de la salvación cond
a María, el centro de la Iglesia (cf. Hch 1,14).

Los que se creían grandes y ricos, fueron derribados: el faraón cuando la salida de Egipto, los enemigos d
Israel en la época de los jueces, los poderosos soberanos de Babilonia...

Dios interviene en favor de los humildes, de los débiles y de los pobres. En cambio, debe temblar quien
quiera ser de los grandes y poderosos intelectual, política y socialmente. El que está pagado de su propio
poder cierra su corazón a Dios, y Dios se cierra a los que se le cierran. El pobre, en cambio, abre su corazó
a Dios, su único refugio y seguridad, y Dios se vuelve hacia él.

Las condiciones para entrar en el reino de los cielos son las bienaventuranzas de los pobres, de los que
lloran y de los que tienen hambre. María cumple lo que se requiere para poder entrar en el reino de los
cielos.

Jesús mismo vivirá también de esta ley de la historia salvadora proclamada por María después de haberlo
concebido. Porque se humilló será ensalzado (Flp 2,5-11).
54
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia 55-como lo había prometido a nuestros padre
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

La gran hora de María es también la gran hora de su pueblo. Al comienzo de su cántico habló María de la
salvación que Dios le había preparado, al final habla de la salvación que alborea para su pueblo. Lo que
sucedió en María se realiza en la Iglesia de Dios. En María está representado el pueblo de Dios.

El siervo de Dios es el pueblo de Israel. «Pero tú Israel, eres mi siervo; yo te elegí, Jacob, progenie de
Abraham, mi amigo. Yo te traeré de los confines de la tierra y te llamaré de las regiones lejanas, diciéndo
Tú eres mi siervo, yo te elegí y no te rechazaré» (Is 41,8s). Ahora va a tener cumplimiento la misericordia
Dios y la fidelidad a las promesas. María se reconoce una con el pueblo de Dios. La historia de su elecció
termina en la historia de su pueblo, y la historia de su pueblo llega a la perfección en su propia historia.

La promesa de la salvación se hizo a Abraham y a su descendencia (Gn 12,2). Abraham recibió la promes
María toma posesión de la realización, el pueblo de Dios recibirá los frutos. María, con el fruto de su seno
es el corazón de la historia de la salvación.

El cántico de alabanza de la madre virgen recoge el cántico de alabanza de la estéril, a la que Dios ha
otorgado descendencia. Ana, madre de Samuel, cantó: «Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se
exalta por Dios; mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación. No hay santo como el Señ
no hay roca como nuestro Dios... Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de
valor; los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan... Él levanta del polvo al
desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de
gloria... Él guarda los pasos de sus amigos, mientras los malvados perecen en las tinieblas, porque el hom
no triunfa por su fuerza» (l S 2,1-10). El cántico de María no es imitación del cántico de Ana, pero ambos
cantos están alimentados por la acción de Dios en la historia salvifica.

La formación del niño se ha mirado siempre como obra de Dios. Cuando Eva dio a luz a Caín, dijo: «He
alcanzado de Yahvé un varón» (Gn 4,1). Todavía más alabada fue como obra de Dios la maternidad de la
estériles. La maternidad de María aventaja a todas las demás. Es la madre virginal del Mesías, en el que so
benditos todos los pueblos de la tierra. En su maternidad se ve coronada toda maternidad, y toda maternid
lleva en sí algo de esta maternidad.

Las agradecidas meditaciones de María se expresan en el lenguaje de los cánticos del Antiguo Testamento
Los cantos de su pueblo son su canto, y su canto viene a ser el canto del pueblo de Dios. La Iglesia incluy
cántico de la Virgen en la oración de vísperas, cuando mira, meditando, al día transcurrido.

[Alois Stöger, El Evangelio según san Lucas. Barcelona, Ed. Herder, 1970, pp. 54-

ORACIÓN DE SAN FRANCISCO

Santa Virgen María,


no ha nacido en el mundo
ninguna semejante a ti entre las mujeres,
hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial,
madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo,
esposa del Espíritu Santo:
ruega por nosotros
ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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