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1.

EL PAPA FRANCISCO NOS LLAMA A OBRAR MISERICORDIOSAMENTE DURANTE ESTE JUBILEO

En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más
contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea.
¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne
de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los
pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con
el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida
atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide
descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo,
las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar
su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el
calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos
podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el
egoísmo.

Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de
misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces
aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los
pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras
de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos.
Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al
sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a
los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita,
enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con
paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer
al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo
para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45). Igualmente se nos preguntará si
ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos
capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la
ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo
y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de violencia que
conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros;
finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos
“más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado,
llagado, flagelado, desnutrido, en fuga ... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos
con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos
juzgados en el amor”. (Papa Francisco, Bula Misericordiae Vultus, n. 15).

2. LA IGLESIA VIVE PARA SERVIR CON MISERICORDIA

Misericordia es la disposición a compadecerse de los trabajos y miserias ajenas. Se manifiesta en


amabilidad, asistencia al necesitado, perdón y reconciliación. Más que un sentimiento de simpatía, es una
práctica. La pena o compasión por los que sufren impulsa a ayudarles o aliviarles. Y es la virtud que impulsa a
ser benévolo en el juicio o castigo.
La palabra viene del latín: “miser” (miserable, desdichado), “cor-cordis” (corazón), “dia” (dar, brindar,
entregar), o el sufijo “-ia” (hacia los demás). Lo cual indica: poner el corazón en la miseria, capacidad de sentir
la desdicha de los demás, cualidad de tener corazón solidario para un desgraciado o alguien que tiene
necesidad.
Traduce la palabra hebrea ra·jamím y la griega é·le·os (verbo, e·le·é·ō). El verbo ra·jám es “sentir o irradiar
afecto entrañable; ser compasivo”. La idea principal radica tanto en el hecho de tener cariño y tratar con dulzura
como en el sentimiento de tierna emoción”. El término se relaciona con “matriz”, “entrañas”, afectadas cuando
se siente de modo tierno y afectuoso compasión o piedad (cf Is 63,15-16; Jer 31,20).

El amor de la Iglesia por los pobres se inspira en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza
de Jesús y en su atención por los pobres. Este amor se refiere a la pobreza material y también a las
numerosas formas de pobreza cultural y religiosa. La Iglesia “desde los orígenes, y a pesar de los fallos de
muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho
mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo
indispensables”. Inspirada en el precepto evangélico: “Gratuitamente lo han recibido, denlo también
gratuitamente” (Mt 10,8), la Iglesia enseña a socorrer al prójimo en sus múltiples necesidades y prodiga en
la comunidad humana innumerables obras de misericordia corporales y espirituales: “Entre estas obras, la
limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una
práctica de justicia que agrada a Dios”, aun cuando la práctica de la caridad no se reduce a la limosna, sino
que implica la atención a la dimensión social y política del problema de la pobreza. Sobre esta relación entre
caridad y justicia retorna constantemente la enseñanza de la Iglesia: “Cuando damos a los pobres las cosas
indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que
realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia”. Los Padres Conciliares
recomiendan con fuerza que se cumpla este deber “para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe
por razón de justicia”. El amor por los pobres es ciertamente “incompatible con el amor desordenado de las
riquezas o su uso egoísta” (cf. St 5,1-6). (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 184).

3. LAS OBRAS DE MISERICORDIA, EN LA BIBLIA Y EN LA TRADICIÓN CRISTIANA

En la Biblia, la misericordia no es simplemente una emoción, un escalofrío al ver al sufrimiento del otro:
nace, sí, como una aguda resonancia en mí del sufrimiento del otro, pero se convierte después de ética, praxis,
virtud. Así sucedió para el samaritano de la parábola, que hizo todo lo que estaba en su poder para aliviar
concretamente los sufrimientos del hombre que fue dejado moribundo al lado del camino (cf. Lc 10, 29-37). La
misericordia, según el lenguaje bíblico, se hace, se concretiza (cf. Gen 19,19; 21, 23; 24, 40,14; Ex 20,6; Dt
5,10; Rt 1,8; etc.); “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37), dijo Jesús al doctor de la ley al que contó la parábola del
samaritano. Del mismo Jesús, que realiza curaciones se dice: “Todo lo hace bien” (Mc 7,37; cf. Hech 10,38).
Los discípulos conocen de esa forma que la voluntad de Dios es la misericordia (“Misericordia quiero y no
sacrificios”, Mt 12,7); y saben cómo practicarla: siguiendo las huellas del camino recorrido por Jesús,
aprendiendo de Él que es “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).

El mandamiento del amor dado y vivido por Jesús es también el fundamento de la capacidad de “hacer
misericordia” transmitida de Dios a los hombres: “Como yo los he amado, ámense también ustedes unos a
otros” (Jn 13,34); “Como el Padre me ha amado, así también los he amado yo” (Jn 15,9). Este amor no puede
ser de otra forma que concreto, visible y efectivo y no simplemente afectivo; operativo y práctico y no sólo íntimo
e inexpresado. La Primera carta de San Juan lo recuerda: “no amemos con puras palabras y de labios para
afuera, sino de verdad y con hechos” (1 Jn 3,18); “Si uno goza de riquezas en este mundo y cierra su corazón
cuando ve a su hermano en apuros, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,17); “Si uno dice
“Yo amo a Dios, y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a
Dios, a quien no ve” (1 Jn 4,20).

Ya el Antiguo Testamento ha escrito algunas de estas obras de caridad que son actos visibles de liberación
(Is 58,6) de los pobres y necesitados: “Compartir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo,
vestir al que veas desnudo” (Isaías 58,7). Disculpándose de su vida anterior, Job dice que siempre estuvo
amorosamente al pendiente de la viuda y del huérfano, que había compartido su pan con los necesitados y
vistió a los que no tenían ropa (cf. Job 31, 16-23). Visitar a los enfermos (cf. Sir 7,35), consolar a los afligidos
(cf. Sir 48,24), enterrar a los muertos, dar limosna a los pobres, alimentar a los que no tienen comida y ropa a
los desnudos (cf. Tb 1,16-18), son muestras de esta forma práctica de entender el amor por el prójimo que se
describen en el Antiguo Testamento.

El judaísmo, que desde el siglo I a. C. estaba familiarizado con la idea de “obras de misericordia” y que a
veces los llamó “bellos mandamientos”, afirmaría que “el mundo se basa en tres pilares: en la Torá, en el culto
y en las obras de misericordia. La tradición judía dice que incluso las obras de misericordia abarcan un ámbito
mucho más amplio y son mucho más grandes que solamente dar limosna:

La caridad se hace sólo con dinero, las obras de misericordia con el dinero y con toda la persona; las
limosnas se hacen sólo a los pobres, las obras de caridad se hacen tanto a los pobres como a los ricos; las
limosnas son sólo para los vivos, las obras de caridad se dedican tanto a los vivos como a los muertos.

Este texto es particularmente importante porque enfatiza el verdadero alcance de las obras de misericordia:
… “No se pueden practicar si no se pasa del nivel del tener al del ser. Para practicarlas debe hacerse un
compromiso personal. La relación humana de calidad es fundamental si se quiere “hacer” una obra de
misericordia”.

El Nuevo Testamento encuentra en la página del Juicio Universal de Mateo (25, 31-46) una ejemplificación
y un elenco de seis gestos de caridad que, hechos a un pobre, a un pequeño, son en verdad realizados a Jesús
mismo.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado
de todos sus ángeles, se sentará en el trono de gloria, que es suyo. Todas las naciones serán llevadas a su
presencia, y separará a unos de otros, al igual que el pastor separa las ovejas de los cabritos. Y pondrá a
aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: “Vengan,
benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio
del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui
forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a
visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver”. Entonces los justos dirán: “Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos,
o sin ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. El Rey responderá:
“En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me
lo hicieron a mí”. Dirá después a los que estén a la izquierda: “¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego
eterno, que ha sido preparado para el diablo y para sus ángeles! Porque tuve hambre y ustedes no me
dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber; era forastero y no me recibieron en su casa; estaba sin
ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron”. Estos preguntarán también: “Señor,
¿cuándo te vimos hambriento o sediento, desnudo o forastero, enfermo o encarcelado, y no te ayudamos?”.
El Rey les responderá: “En verdad les digo: siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños,
ustedes dejaron de hacérmelo a mí”. Y éstos irán a un suplicio eterno, y los buenos a la vida eterna.

Sobre estas bases bíblicas y, sobre todo sobre el fundamente del Evangelio y del ejemplo de Jesús, se
desarrolla rápidamente en la conciencia cristiana el sentido de la importancia de traducir a la práctica el amor
de Dios.

Poco a poco se comienzan a hacer largas listas con las obras apropiadas para tratar de agotar las
posibilidades de la misericordia. Mientras en ellas se afirman las dimensiones básicas del ser humano y de su
dignidad, son también vistas como invitación a la creatividad y a la sensatez de los creyentes a lo largo de la
historia para que la caridad no se trate solamente de un “gesto bueno”, sino también “profético”. Así, en un
escrito del siglo II d. C. El Pastor de Hermas, encontramos un elenco de acciones buenas para realizar o mejor,
de actitudes buenas, según las cuales comportarse, con las cuales caminar. De hecho, no se trata solamente
de “cosas para hacer”, sino de disposiciones del ánimo, como también del modo de vivir las relaciones con el
prójimo que el cristiano está llamado a practicar:

Asistir a las viudas, visitar a los huérfanos y los necesitados, liberar de la necesidad a los siervos de
Dios, practicar la hospitalidad, no obstaculizar a ninguno, ser gente tranquila, convertirse en el más humilde
de todos los hombres, respetar a los ancianos, practicar la justicia, observar la fraternidad, tolerar la
arrogancia, ser generoso, no tener rencor, consolar al afligido, no rechazar a los que se sienten ofendidos
sino convertirlos y alegrarlos, amonestar a los pecadores, no aprovecharse de los deudores y los
necesitados.

En el siglo III, Lactancio presenta una lista de obras muy parecida a la que más adelante se volverá
tradicional:

Si alguien no tiene comida, compartamos la nuestra con él; si alguien viene a nosotros en la desnudez,
vistámoslo; si alguien es víctima de la injusticia por parte de un poderoso, liberémoslo. Nuestra casa esté
abierta a los peregrinos y los sin techo. Nunca dejemos de defender los intereses de los huérfanos y
asegurar la protección a las viudas. Gran obra de misericordia es rescatar a los prisioneros del enemigo,
visitar y consolar a los enfermos y los pobres. Si los pobres o los extranjeros mueren no dejemos que
permanezcan insepultos. Estas son las obras, los deberes de la misericordia, si alguien toma estas
iniciativas, ofrecerá a Dios un sacrificio auténtico y aceptable.

San Ambrosio de Milán afirma que la necesidad del prójimo debe suscitar la creatividad y la inteligencia de
nuestra caridad.

Sería una falta grave que, sabiendo tú que un fiel cae en necesidad, está en la miseria, padece hambre,
sufre dificultades, sobre todo si está en una vergonzosa pobreza, sería grave tu culpa si, convertido en
esclavo por los suyos o calumniado, tú no lo ayudaras; si un justo se encontrara en prisión por deudas, entre
penas y tormentos, y no obtuviera nada de ti en su sufrimiento; ya sea en tiempos de peligro, cuando fuera
llevado a la muerte, para ti fuera de mayor importancia tu dinero que la vida del que está por morir.

La idea de las “obras de misericordia espirituales”, junto con las dirigidas al “cuerpo” del hombre, nace
aparentemente de la interpretación alegórica del mismo texto de Mateo 25 por parte de Orígenes: las obras allí
indicadas tienen un valor “material”, pero también uno “espiritual”. Escribe Orígenes:

En verdad, ya entendamos los beneficios en sentido simple y material o en sentido espiritual, una cosa
es cierta: que quien hace una buena obra en uno y otro sentido, y nutre las almas con alimentos espirituales,
o haga cualquier otro tipo de buena obra por el amor de Dios, es a Cristo hambriento y sediento a quien da
de comer y de beber.

Orígenes comienza así una lectura espiritual-alegórica de los gestos concretos de caridad enumerados en
el capítulo 25 del Evangelio según San Mateo, por ejemplo, el acto de vestir al desnudo se convierte en revestir
de virtud al prójimo gracias a la enseñanza de la Palabra de Dios y de la doctrina cristiana. Orígenes escribe:

Hemos tejido una túnica para Cristo que tiene frío, tomando un tejido de la sabiduría de Dios, para
enseñar a algunos la doctrina, haciéndolos revestirse de compasión, castidad, mansedumbre, humildad (Col
3,12) y de las demás virtudes; y todas estas virtudes son la ropa espiritual para los que escuchan la
enseñanza de aquellos que se las enseñan, según lo que dice la Escritura: Revístanse de entrañas de
misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre (Col 3, 12), y así sucesivamente, pero sobre
todo del mismo Cristo que es todo para los fieles, según lo escrito: Revístanse de Jesucristo (Rom 13,14).

La doble dimensión material y espiritual de las obras de misericordia, es expresada por Agustín de Hipona
con el binomio “dar y condonar: dar los bienes que posees y condonar los males que padeces”. Y añade:
“Escucha cómo ha sabido el Señor, maestro bueno, compendiar en una breve máxima sobre estos dos tipos
de obras de misericordia: Perdonen y serán perdonados, den y se les dará” (Lc 6,37-38).
Dice Agustín:

Hace limosna no solamente el que da de comer al hambriento, da de beber al sediento, quien viste al
desnudo, el que acoge al peregrino, quien esconde al fugitivo, el que visita al enfermo o al encarcelado, el
que rescata al prisionero, el que corrige al débil, quien acompaña al ciego, el que consuela al afligido, el que
cuida al enfermo, el que orienta al errante, quien aconseja al confundido, el que da lo necesario a quien le
haga falta, sino también aquél que es indulgente con el pecador.

Cesario de Arles afirma:

Tú puedes decirme: “No tengo nada para dar al pobre, no puedo ayunar frecuentemente ni abstenerme
del vino y de la carne”. Pero, ¿podrías acaso decirme que no puedes tener caridad? Esa que cuya cantidad
aumenta en la medida en que más es donada. De hecho, hay dos formas de limosna: una del corazón, la
otra del dinero. La limosna del corazón consiste en el perdonar la ofensa recibida. A veces tú querrías dar
alguna cosa a un pobre, pero no tienes nada; en cambio, perdonar al pecador lo puedes hacer siempre, si
solamente lo deseas. Puede ser que no tengas para dar a los pobres oro, plata, ropa, granos, vino, ni
siquiera aceite; pero amar a todos los hombres, querer para los demás lo que quieres para ti y perdonar a
tus enemigos, nunca encontrarás justificación alguna para no hacerlo. Si realmente en tu despensa o
almacén no tienes nada para poder dar, puedes siempre sacar desde el tesoro de tu corazón alguna cosa
para ofrecer.

Es hasta finales del primer milenio cuando encontramos testimonio de una lista de las obras de misericordia
fijada definitivamente: probablemente es hasta el siglo XII que podemos ver una lista modelo de siete obras de
misericordia, aquellas corporales (las seis de Mateo 25 más la sepultura de los muertos presente en el libro de
Tobías) que será acompañada – a partir de Santo Tomás de Aquino – por una lista de siete obras de
misericordia espirituales.

Los cristianos se empeñaron siempre en servir a Dios sirviendo al hombre. La historia de la Iglesia se
confunde, desde el principio, con la historia de la caridad. Un autor protestante, Adolf von Harnack nos ofrece
un análisis impresionante y exhaustivo del espíritu de solidaridad que vivieron las comunidades de los primeros
siglos, donde no faltan ni siquiera los que se vendieron a sí mismos como esclavos para poder alimentar a los
necesitados (San Pedro el Colector mandó a su tesorero que le vendiera; San Serapión se entregó a una mujer
pobre, que le vendió a unos juglares griegos; etc.).

En los siglos XIV y XV, la Iglesia había construido una red de hospitales y hospicios que cubrían casi todas
las ciudades y pueblos importantes de Europa. Sólo las leproserías pasaban de treinta mil en el siglo XIII. Más
tarde fueron surgiendo múltiples congregaciones religiosas que escribieron páginas admirables de servicio a
los más pobres. Ahí está San Juan de Dios, recogiendo apestados por las calles; el Beato padre Damián de
Molokai curando leprosos, San José de Calasanz o San Juan Bosco, dando instrucción gratuita a muchachos
callejeros y, naturalmente el “Señor Vicente” del que un hombre tan incapaz de hacer justicia al cristiano, como
fue Voltaire llegó a escribir: “Mi santo es Vicente de Paúl, el patrón de los fundadores. Ha merecido la alabanza
tanto de filósofos como de cristianos”.

4. LAS OBRAS DE MISERICORDIA COMO ESTILO DE VIDA Y MISIÓN DEL CREYENTE

La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que
le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces
y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina. Más
aún, donde sea necesario, según las circunstancias de tiempo y de lugar, la misión de la Iglesia puede crear,
mejor dicho, debe crear, obras al servicio de todos, particularmente de los necesitados, como son, por
ejemplo, las obras de misericordia u otras semejantes. (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 42).

Dicen nuestros obispos del continente americano en el documento de Aparecida:

En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo


de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor
humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial
hasta el don de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los Evangelios para
conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos hacer en las actuales circunstancias
(Aparecida, n. 139).

Benedicto XVI nos recuerda que: “El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se
siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como
las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de
anunciar al mundo que sólo Él nos salva (Cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay
luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro” (n. 146).

Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la
promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana.

Jesús salió al encuentro de personas en situaciones muy diversas: hombres y mujeres, pobres y ricos,
judíos y extranjeros, justos y pecadores…, invitándolos a todos a su seguimiento. Hoy sigue invitando a
encontrar en Él el amor del Padre. Por esto mismo, el discípulo misionero ha de ser un hombre o una mujer
que hace visible el amor misericordioso del Padre, especialmente a los pobres y pecadores. (n. 147).

Las obras de misericordia, pues, no deberían caer solamente en el ámbito de las obras espectaculares, de
las acciones de promoción personal o aún como momentos separados de la propia vida (como se ven políticos
en campaña, funcionarios en los desastres naturales, campañas de acción social o voluntariado, etc.); qué
infructuoso sería que por el Jubileo de la Misericordia un creyente se empeñara en esta vivencia de la caridad
práctica, pero al finalizarlo, también disminuyera su esfuerzo en el amor al prójimo. Las obras de misericordia
auténticas, en la medida en que se ponen en práctica, brotan cada vez más del mismo actuar cristiano, que no
es otra cosa sino actuar en la vida cotidiana según el corazón misericordioso de Cristo.

5. EFECTOS DE LAS OBRAS DE MISERICORDIA

El ejercicio de las obras de misericordia, además de aliviar la necesidad de quien la recibe, comunica gracias
a quien las ejerce. Recordemos: “Den, y se les dará” (cf. Lc 6,36). Por tanto, con las obras de misericordia
hacemos la voluntad de Dios, damos algo nuestro a los demás y el Señor nos promete que nos dará también a
nosotros lo que necesitemos.

Por otro lado, otro resultado de obrar con misericordia es el ir borrando o descontando la pena que queda
en el alma por nuestros pecados ya perdonados en la Reconciliación sacramental. “Bienaventurados los
misericordiosos, pues ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7), es una de las Bienaventuranzas.

Además las obras de misericordia nos ayudan a avanzar en el camino al cielo, porque nos van configurando
con Jesús, nuestro modelo y nos asemejan a la perfección del Padre, lo cual es como un tesoro: “No junten
tesoros y reservas aquí en la tierra, donde la polilla y el óxido hacen estragos, y donde los ladrones rompen el
muro y roban. Junten tesoros y reservas en el Cielo, donde no hay polilla ni óxido para hacer estragos, y donde
no hay ladrones para romper el muro y robar. Pues donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,
19-21). Al seguir esta enseñanza del Señor cambiamos los bienes temporales por los eternos, que son los que
valen de verdad.
6. BREVE EXPLICACIÓN DE LAS OBRAS DE MISERICORDIA

1) Dar de comer al hambriento y 2) dar de beber al sediento.

Estas dos primeras se complementan y se refieren a la ayuda que debemos procurar en alimento y otros
bienes a los más necesitados, a aquellos que no tienen lo indispensable para poder comer cada día. Jesús,
según recoge el evangelio de san Lucas recomienda: “El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no
tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo” (Lc 3, 11).

3) Dar posada al peregrino.

En la antigüedad el dar posada a los viajeros era un asunto de vida o muerte, por lo complicado y arriesgado
de las travesías. No es el caso hoy en día. Pero, aún así, podría tocarnos recibir a alguien en nuestra casa, no
por pura hospitalidad de amistad o familia, sino por alguna verdadera necesidad.

En estos días se está viviendo en distintos puntos de la geografía global una crisis migratoria. Esta es una
buena oportunidad para orar por los desplazados y migrantes y, en su caso, apoyar las iniciativas que faciliten
el que los perseguidos encuentren un lugar para establecerse dignamente.

4) Vestir al desnudo.

Esta obra de misericordia se dirige a paliar otra necesidad básica: el vestido. Muchas veces, se nos facilita
con las recogidas de ropa que se hacen en Parroquias y otros centros. A la hora de entregar nuestra ropa es
bueno pensar que podemos dar de lo que nos sobra o ya no nos sirve, pero también podemos dar de lo que
aún es útil.

En la carta de Santiago se nos anima a ser generosos: “Si un hermano o una hermana no tienen con qué
vestirse ni qué comer, y ustedes les dicen: ‘Que les vaya bien, caliéntense y aliméntense’, sin darles lo necesario
para el cuerpo, ¿de qué les sirve eso?” (St 2, 15-16).

5) Visitar al enfermo

Se trata de una verdadera atención a los enfermos y ancianos, tanto en el aspecto físico, como en hacerles
un rato de compañía. El mejor ejemplo de la Sagrada Escritura es el de la Parábola del Buen Samaritano, que
curó al herido y, al no poder continuar ocupándose directamente, confió los cuidados que necesitaba a otro a
quien le ofreció pagarle. (ver Lc. 10, 30-37).

6) Visitar a los encarcelados

Consiste en visitar a los presos y prestarles no sólo ayuda material sino una asistencia espiritual que les
sirva para mejorar como personas, enmendarse, aprender a desarrollar un trabajo que les pueda ser útil cuando
terminen el tiempo asignado por la justicia, etc. Significa también rescatar a los inocentes y secuestrados. En
la antigüedad los cristianos pagaban para liberar esclavos o se cambiaban por prisioneros inocentes.

7) Enterrar a los difuntos

Cristo no tenía lugar sobre el que reposar. Un amigo, José de Arimatea, le cedió su tumba. Pero no sólo
eso, sino que tuvo valor para presentarse ante Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. También participó Nicodemo,
quien ayudó a sepultarlo. (Jn. 19, 38-42). Enterrar a los muertos parece un mandato superfluo, porque –de
hecho- todos son enterrados. Pero, por ejemplo, en tiempo de guerra, puede ser un mandato muy exigente.
¿Por qué es importante dar digna sepultura al cuerpo humano? Porque el cuerpo humano ha sido alojamiento
del Espíritu Santo. Somos “templos del Espíritu Santo (1 Cor 6, 19).

7. LAS OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES: BREVE EXPLICACIÓN

1) Enseñar al que no sabe

Consiste en enseñar al ignorante en cualquier materia: también sobre temas religiosos. Esta enseñanza
puede ser a través de escritos o de palabra, por cualquier medio de comunicación o directamente. Como dice
el libro de Daniel, "los que enseñan la justicia a la multitud, brillarán como las estrellas a perpetua eternidad"
(Dan. 12, 3b).

2) Dar buen consejo al que lo necesita

Uno de los dones del espíritu Santo es el don de consejo. Por ello, quien pretenda dar un buen consejo
debe, primeramente, estar en sintonía con Dios, ya que no se trata de dar opiniones personales, sino de
aconsejar bien al necesitado de guía.

3) Corregir al que se equivoca

Esta obra de misericordia se refiere sobre todo al pecado. De hecho, otra manera de formular esta obra es:
Corregir al pecador. La corrección fraterna es explicada por el mismo Jesús en el evangelio de Mateo: “Si tu
hermano peca, vete a hablar con él a solas para reprochárselo. Si te escucha, has ganado a tu hermano”. (Mt.
19, 15-17) Debemos corregir a nuestro prójimo con mansedumbre y humildad. Muchas veces será difícil hacerlo
pero, en esos momentos, podemos acordarnos de los que dice el apóstol Santiago al final de su carta: “el que
endereza a un pecador de su mal camino, salvará su alma de la muerte y consigue el perdón de muchos
pecados" (St. 5, 20).

4) Perdonar las injurias

En el Padrenuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que
nos ofenden” y el mismo Señor aclara: “si perdonan las ofensas de los hombres, también el Padre Celestial los
perdonará. En cambio, si no perdonan las ofensas de los hombres, tampoco el Padre los perdonará (Mt. 6, 14-
15). Perdonar las ofensas significa superar la venganza y el resentimiento. Significa tratar amablemente a quien
nos ha ofendido.

El mejor ejemplo de perdón en el Antiguo Testamento es el de José, que perdonó a sus hermanos el que
hubieran tratado de matarlo y luego venderlo. “Ahora pues, no se entristezcan ni les pese el haberme vendido
aquí; pues para preservar vidas me envió Dios delante de ustedes” (Gen. 45, 5).

Y el mayor perdón del Nuevo Testamento es el de Cristo en la Cruz, que nos enseña que debemos perdonar
todo y siempre: “"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". (Lc. 23, 34).

5) Consolar al triste

El consuelo para el triste, para el que sufre alguna dificultad, es otra obra de misericordia espiritual. Muchas
veces, se complementará con dar un buen consejo, que ayude a superar esas situaciones de dolor o tristeza.
Acompañar a nuestros hermanos en todos los momentos, pero sobre todo en los más difíciles, es poner en
práctica el comportamiento de Jesús que se compadecía del dolor ajeno. Un ejemplo viene recogido en el
evangelio de Lucas. Se trata de la resurrección del hijo de la viuda de Naím: “Cuando se acercaba a la puerta
de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba
mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores. Y, acercándose, tocó
el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: Joven, a ti te digo: Levántate. El muerto se incorporó y se
puso a hablar, y él se lo dio a su madre” (cf. Lc 7, 11-17).

6) Sufrir con paciencia los defectos de los demás

La paciencia ante los defectos ajenos es virtud y es una obra de misericordia. Sin embargo, hay un consejo
muy útil: cuando el soportar esos defectos causa más daño que bien, con mucha caridad y suavidad, debe
hacerse la advertencia.

7) Orar por vivos y difuntos

San Pablo recomienda orar por todos, sin distinción, también por gobernantes y personas de
responsabilidad, pues “Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. (cf. 1 Tim 2, 2-3).
Los difuntos que están en el Purgatorio dependen de nuestras oraciones. Es una buena obra rezar por éstos
para que sean libres de sus pecados. (cf. 2 Mac. 12, 46).

8. CONCLUSIÓN

Nuestro Obispo Felipe, secundando las intenciones del Papa, ha querido resaltar también la importancia de
las obras de misericordia, por ello en la circular enviada el mes pasado para convocar y puntualizar las
características de este Año Jubilar en nuestra diócesis subraya:

Pónganse a la vista horarios de Confesiones; y letreros que ambienten el templo y en los lugares de
la celebración del sacramento de la Reconciliación. Impónganse obras de misericordia como penitencia
sacramental.

Se privilegien las peregrinaciones y los compromisos de apoyo a las obras sociales. La Cuaresma será
un tiempo particularmente importante en este Año, sobre todo las «24 horas para el Señor». (Mons. Felipe
Salazar, Obispo de San Juan de los Lagos, Circular 19/15, 28 de octubre de 2015).

En la pasada reunión del Consejo Diocesano de Pastoral, el P. Francisco Escobar ofreció un elenco bastante
nutrido de personas y situaciones a las que podemos dirigirnos actuando misericordiosamente, la cosa es que
seamos valientes y creativos, sensibles y caritativos, para ejercer este rasgo de la naturaleza divina para
enriquecer nuestra humanidad. La lista incluye lo que el Papa llama las “periferias existenciales”: Pobres,
marginados, pordioseros, migrantes, maltratados, etnias, políticos, madres solteras, indígenas, viciosos de
tecnología, comerciantes, transportistas o choferes, enfermos, hospitales, familiares de enfermos, asilos,
albergues, cárceles, internados, orfanatos, enfermos terminales, gente de dinero, trabajadores a tiempo
completo, padres de familia, amas de casa, afanadoras, vecinos, compañeros de clase o trabajo,
discapacitados, sexoservidores, adivinos y espiritistas, pandilleros, trabajadores de centros nocturnos,
narcotraficantes, tribus urbanas, pandillas juveniles, escuelas, reuniones familiares, vecinos, organizaciones
interculturales, viud@s, espos@s abandonad@s, periodistas, hippies, maestros y educadores, médicos y
enfermeras, personas que sufren violencia, no creyentes, defensores de derechos, personas que se dedican a
la prostitución, deportistas, tratantes de personas, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales,
ambiente de pornografía, empresarios, profesionistas, organizaciones clandestinas, científicos, astrónomos,
esotéricos, clubes deportivos, psíquicos, billares, casinos, centros de videojuegos, machistas, noviazgos,
parejas en unión libre, cantinas, centros de rehabilitación, personas que practican magia negra, niños excluidos,
discapacitados, personas que profesan otras religiones, grupos de Iglesia, juntas de barrios, alcohólicos y
drogadictos, ambientes violentos, estudiantes, redes sociales, jóvenes con pensamientos suicidas, niños de
familias desintegradas, universitarios, mujeres que abortan o piensan abortar, clínicas de abortos, mujeres solas
y abandonadas, personas con adicciones, ateos, grupos vandálicos, católicos a su manera, vagabundos,
comunidades marginadas, personas con capacidades diferentes, analfabetas, papás que no permiten ir a
encuentros de Iglesia, jóvenes que no asisten al templo, comunidades divididas, vendedores ambulantes,
personas con tendencias a su mismo sexo, NINIs…

Cuando llegaban aspirantes a su congregación, Madre Teresa las tomaba aparte con frecuencia, extendía
su mano derecha y luego doblaba los cinco dedos uno a uno, diciendo a la vez con cada dedo una palabra:
«A/mí/me/lo/hiciste», las cinco palabras de Jesús en Mt 25,40. Estas palabras y este pequeño gesto eran y son
para las hermanas el gran remedio en la lucha interior contra la repugnancia y el rechazo en el servicio a los
enfermos y moribundos (Cfr. Youcat 450).

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