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Enrique Martínez
4 Teresa del Niño Jesús, Últimas conversaciones. Dichos a Celina, 18 de julio de 1897,
n.4.
páginas de la Sagrada Escritura: "Seguí leyendo, sin desanimarme, y esta frase
me reconfortó: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino
inigualable. Y el apóstol va explicando cómo los mejores carismas nada son sin el
amor... Y que la caridad es ese camino inigualable que conduce a Dios con total
seguridad. Podía, por fin, descansar... Al mirar el cuerpo místico de la Iglesia,
yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san
Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos... La caridad me dio la
clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto
de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de
todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba
ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los
miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no
anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre...
Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era
todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares... En una palabra, ¡que
el amor es eterno...! Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús,
amor mío..., al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...! Sí, he
encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo
ha dado... En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor".5
La unión con Dios sólo es posible para el hombre en Jesucristo, el Hijo de Dios
hecho hombre. Por eso la ley del amor a Dios pasa a ser la del amor a Cristo,
que es el Camino, como le respondió a Tomás (cfr. Jn 24, 5-6). Así lo entendió
también Teresa: "Sólo hemos de hacer una cosa en este mundo –escribía a su
hermana Celina-: amar a Jesús con todas las fuerzas de nuestro corazón";6 y
ansiaba vivir de amor sin esperar nada a cambio, por puro amor a Él: "Sabéis
muy bien, Jesús mío, que no os sirvo por la recompensa, sino únicamente
porque os amo".7
Podríamos identificar dos concreciones principales de este amor a Cristo:
consolarlo y complacerle. Teresa busca ciertamente consolarlo, esto es, quitar de
su Corazón la tristeza por las ingratitudes de aquellos por quienes Él ha
entregado su vida, y de cuyas almas tiene sed: "Este mismo Dios, que reconoce
que no tiene necesidad de decirnos que tiene hambre, no teme mendigar un poco
de agua a la Samaritana. Tenía sed. Pero al decir: Dame de beber, era el amor de
su pobre criatura lo que el Creador del universo reclamaba. Tenía sed de
amor".8 Y Teresa dedica su vida a saciar esta sed de Cristo.
9 Teresa del Niño Jesús, Últimas conversaciones. Cuaderno amarillo, 16 de julio de 1897,
n.6.
10 Teresa del Niño Jesús, Acto de ofrenda al amor misericordioso.
11 Idem.
12 Idem.
13 Teresa del Niño Jesús, Últimas conversaciones. Dichos a Celina, 18 de julio de 1897,
n.4.
cumplimiento de su voluntad, se sigue que, inmediatamente, por un solo
pecado mortal, se pierda el hábito de la caridad”.14
Esta naturaleza del pecado mortal y el alejamiento absoluto de Dios que
comporta, los describe Teresa con palabras nuevamente audaces: "Una noche,
no sabiendo cómo manifestar a Jesús que le amaba y cuán grande era mi deseo
de verle amado y glorificado por todas las partes, pensé con dolor que nunca
podría él recibir del infierno un solo acto de amor. Entonces dije a Dios que, por
complacerle, de buena gana me dejaría hundir en aquel antro, a fin de que
también en ese lugar de blasfemia fuese eternamente amado… Estaba segura de
que tal cosa no podía glorificarle, pues no desea más que nuestra felicidad, pero
cuando se ama se siente la necesidad de decir mil locuras".15
El amor a Cristo, que siente en esos momentos inamisible, es el que le mueve a
desear ardientemente salvar almas, liberando a los hombres del pecado. Lo
afirma al inicio de su Acto de ofrenda: "Oh Dios mío, Trinidad Beatísima! Deseo
amaros y hacer que os amen, y trabajar en la glorificación de la santa Iglesia,
salvando las almas que viven en la tierra, y libertando a las que sufren en el
Purgatorio".16
Este celo por la salvación de las almas lo tuvo ya desde niña. Con catorce años
luchó con denuedo por arrebatar del poder del diablo a Pranzini, el criminal
condenado a muerte que rechazaba la confesión. Su arma fue principalmente la
confianza en la misericordia divina. El resultado lo describe de este modo:
"Pranzini no se había confesado. Había subido al cadalso, y estaba a punto de
meter su cabeza en el lúgubre agujero, cuando de repente, herido por una
súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote, ¡y
besó por tres veces sus llagas sagradas!" 17 Y explica a continuación qué buscaba y
qué le había movido a ello: "Aquella señal era la reproducción fiel de las gracias
que Jesús me había concedido para inducirme a rogar por los pecadores. ¿No
había sido a la vista de las llagas de Jesús, al ver gotear su sangre divina, cuando
se había despertado en mi corazón la sed de almas? Yo deseaba darles a beber
aquella sangre inmaculada que había de purificar sus manchas".18
En una carta a su hermana Celina la exhorta a unirse a ella en esta misión de
salvar almas: "No perdamos el tiempo…, salvemos a las almas… Las almas se
pierden como copos de nieve, y Jesús llora". Pero añade que hay que rogar
principalmente por la salvación de los sacerdotes: "¡Oh, Celina mía, vivamos
1897, n.4.
29 Teresa del Niño Jesús, Historia de un alma Ms A, 71ro.