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El Cardenal Manning
por Lytton Strachey
Enrique Eduardo Manning nació en 1807 y murió en 1892. En muchos aspectos su vida fue
extraordinaria, pero para el investigador moderno su interés principal reside en dos cosas:
la luz que su carrera arroja sobre el espíritu de su tiempo y los problemas psicológicos que
aparecen al examinarse su vida interior. Pertenecía a esa clase de eminentes personajes
eclesiásticosy en modo alguno puede decirse que es una clase
poco numerosaque se ha distinguido no tanto por su
santidad cuanto por su eminente habilidad práctica. Si
hubiese vivido en la Edad Media ciertamente no se habría
parecido a Francisco o Tomás de Aquino, aunque tal vez se
habría asemejando al Papa Inocente. Como fuere, nacido en
Inglaterra durante el s. XIX, habiendo crecido en la época en
que se incoaba lo que luego se conoció como progreso moderno
y habiendo madurado con las primeras camadas del Liberalismo,
habiendo vivido lo suficiente para presenciar las victorias
de la Ciencia y de la Democracia, sin embargo, por una
extraña concatenación de circunstancias, parecía haber
reencarnado en su persona uno de aquellos numerosos clérigos
diplomáticos y administradores que, uno habría creído, habían
desaparecido con el Cardenal Wolsey. Por lo menos en el caso
de Manning, parecía que la Edad Media volvía a vivir. Esta
macilenta figura de ascética sonrisa, rumbosamente revestido,
calzado con birrete y todo, pasaba triunfalmente desde la
Misa Mayor del Oratorio a las filantrópicas reuniones de
caridad en Exeter Hall y desde allí se dirigía a los Comités
de Paro en el puerto para luego instalarse en las fastuosas
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La “Reform Bill” fue una ley que modificó los distritos electorales habilitando
el voto a un número considerablemente mayor de votantes (aunque excluyó a las
mujeres, lo que dio lugar al nacimiento de las organizaciones sufragistas
femeninas). Fue bandera “Whig” muy atacada por los “Tories”, en particular por
los sectores pertenecientes a la “High Church”. [N. del T.]
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prefiero quedarme siempre con Dios antes que los tronos del
mundo y de la Iglesia. Ninguna otra cosa me llevará a la
Eternidad”.
En un arranque de ambición se había anotado como
candidato a la Rectoría de Lincoln, pero, debido a la hostil
influencia del Record, otro había sido designado. Tiempo
después, se le ofreció un puesto más importanteel de sub-
capellán de la Reina, cargo que había dejado vacante el
Arzobispo de York y seguramente conduciría a una mitra. El
ofrecimiento le indujo a un angustioso examen de conciencia.
Comenzó a dibujar elaboradas tablas, al modo de Robinson
Crusoe, apuntando las razones a favor y en contra para
aceptar el ofrecimiento que se le hacía:
Por. En contra.
a) como humillación,
b) como una venganza sobre mí
mismo por aquello de la
Rectoría de Lincoln,
c) como un testimonio?
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¿Qué haré?”
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Emma Ryle.
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Expulsados durante las persecuciones isabelinas, los católicos habían fundado
en Douay (Francia) un seminario para los ingleses que quisieran seguir una
carrera eclesiástica. [N. del T.]
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En francés en el original, “Y a pesar suyo, la esperanza volvió a su corazón”.
[N. del T.]
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de Roma. Mas hay algunos que saben como llevar su Roma con
una diferencia; y Lord Acton era uno de éstos.
Se hallaba ahora comprometido en revolotear como una
polilla en el Concilio, escribiéndole extensas cartas al Sr.
Gladstone, reforzando su parecer acerca de lo grave que se
presentaba la situación y urgiéndolo para que hiciera valer
su influencia. Si se proclamaba el nuevo dogma, declaró,
ningún inglés podía seguir siendo considerado como un súbdito
leal de la corona y los católicos se convertirían en todas
partes en “irredimibles enemigos de las libertades religiosas
y cívicas”. Dadas semejantes circunstancias, ¿acaso no estaba
claro que era específica incumbencia del gobierno inglés
intervenir en el asuntosobre todo porque se veía envuelto
en un trabajoso conflicto con las poderosas fuerzas de la
Iglesia Católica en Irlanda? El Sr. Gladstone se dejó
convencer y Lord Acton comenzó a persuadirse de que sus
esfuerzos no habían sido en vano. Pero se había olvidado de
un factor en la situación planteada; no había tomado en
cuenta al Arzobispo de Westminster. La aguda nariz de Manning
había olfateado la intriga. Aunque despreciaba a Lord Acton
casi tanto como le disgustaba“Tipos como éstos” dijo,
“son pura vanidad: tienen una inflación de profesores
alemanes y hablan con la impudicia de los estudiantes”sin
embargo tenía clara conciencia del peligro que había en esta
correspondencia con el Primer Ministro e inmediatamente se
abocó a neutralizarlo. En Roma estaba destacado un agente
semi-oficial del gobierno inglés, un tal Sr. Odo Russell, y
Manning se puso a tejer a su alrededor una telaraña de
diplomacia tan delicada cuanto persistente. A las cortesías
preliminares se sucedieron largas caminatas sobre el Poncio y
el gradual intercambio de más y más comunicaciones
importantes y confidenciales. Pronto el pobre Sr. Russell era
poco más que una mosca zumbando en una telaraña. Y Manning se
cercioró que zumbara en el registro adecuado. En sus
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