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STEFAN BACIU

Antología de la poesía
surrealista
latinoamericana

i
Primera edición, febrero de 1974
R. © Editorial Joaquín Mortiz, S.
Tabasco 106, M éxico 7, D. F.
STEFAN BACIU: ANTOLOGIA DE LA POESIA SURREALISTA
l a t in o a m e r ic a n a
C O N F R O N T A C I O N E S
LOS CRÍTICOS

J O A Q U Í N M OR TI Z . M ÉXI CO
A Q U IE N IN T E R E S A R PU ED A .

La idea de esta A ntología nació en R ío de Janeiro, en el


año de 1955, cuando durante u n a entrevista con Benjam in
Péret estudiamos la situación del surrealismo en el m undo y
en Latinoam érica. La prim era lista de los poetas, hecha apri­
sa, fue escrita en aquella noche ya muy lejana, en la biblio­
teca de u na casa de la R ú a Faro, al pie de la m ontaña del
Corcovado.
Al correr de los años, a m edida que iba haciendo las
investigaciones no siempre fáciles, puesto que muchos de los
textos y de las fuentes usadas ya están totalm ente agotadas
—constituyendo rarezas bibliográficas— el plan del libro ma­
duró, hasta hacerse definitivo en la form a que, por medio
de nuestro amigo, el poeta Jean-Louis Bédouin, se lo presenté
a A ndré y Elisa Bretón, quienes tuvieron la generosidad de
verificarlo y dar su visto bueno a la lista de los nom bres
de los poetas escogidos para cada país.
En 1967 escribí un corto ensayo que sirvió como punto de
p artida para el presente estudio introductorio: “Points of
departure towards a history of Latin-American Surrealism ”,
y después de su publicación —en el mismo año— en la re­
vista Cahiers Dada-Surréalisme de París, recibí un mensaje
de Octavio Paz, quien me alentó y me anim ó para que ter­
m inara el libro en su forma actual. Este gesto inesperado,
así como más tarde sus sugerencias y críticas, fueron decisivas
en la últim a fase del trabajo; hasta tal pu n to que sin su ayuda
difícilm ente habría podido llevar la A ntología hasta su fin.
P ara la organización del trabajo y para la selección de
poemas, documentos y m aterial iconográfico, ha sido muy
im portante la constante colaboración de Aldo Pellegrini,
para la A rgentina; de A lina de Silva y Rafael Méndez Do-
ridi, para el Perú; de Braulio Arenas y Enrique Gómez-
Correa, para Chile; de Magloire-Saint-Aude y M aurice Lubin,
para el H aití.
T am bién recibí ayuda en el desarrollo de las investiga­
ciones, de mis amigos Carlos M érida y Jean Charlot, quie­
7
nes con generosidad me prestaron libros y documentos, abrién­
dom e sus archivos.
Finalm ente, deseo dejar constancia de m i gratitud a la
m em oria de G uillerm o de T o rre y M anuel Bandeira, así como
a los amigos Francisco Aguilera, G erm án List Arzubide, R o­
drigo García T reviño, Enrique L abrador Ruiz, A lberto Baeza
Flores, Ludwig Zeller y Jacques Hérold, quienes me ayuda­
ro n y aconsejaron con paciencia e interés siempre despierto.
La revisión del texto, el trabajo de m ecanografía y la
organización del m anuscrito fueron hechos por mi estudiante
D iana López-Rey. A todos, mi más sincero reconocimiento.

STEFAN BACIU
H onolulú-H aw aii
1971

8
a la m em oria de
B enjam ín Péret
a la presencia de
O ctavio Paz
Se dice con frecuencia que la ambigüedad del surrealismo
consiste en ser un movimiento de poetas y pintores que,
no obstante, se rehúsa a ser juzgado con criterios estéticos.
¿No ocurre lo mismo con todas las tendencias artísticas
del pasado y con todas las obras de los grandes poetas y
pintores? El “arte” es una invención de los filósofos.
Nietzsche enterró a las dos y bailó sobre su tumba: lo que
llamamos arte es juego. La voluntad surrealista de borrar
las fronteras entre el arte y la vida no es nueva; son nue­
vos los términos en que se expresó y es nuevo el signifi­
cado de su acción. Ni "vida artística” ni “arte vital”:
regresar al origen de la palabra, al momento en que hablar
es sinónimo de crear. Ignoro cuál será el porvenir del
grupo surrealista; estoy seguro de que la corriente que va
del romanticismo alemán y de Blake al surrealismo no
desaparecerá. Vivirá al margen, será la otra voz.

o c t a v io pa z, Corriente Alterna

10
LA C R U Z D E L S UR

Las mujeres de gestos de m adrépora


tienen pelos y labios rojo-orquídea
Los monos del Polo son albinos
ám bar y nieve y saltan
vestidos de aurora boreal

En el cielo hay un anuncio


de Óleo-margarina
H e aquí el Árbol de la quinina
y la Virgen de los Dolores
el Zodiaco gira en la noche
de fiebre am arilla
la lluvia encierra todo el trópico
en una jau la de cristal

Es la hora de atravesar el crepúsculo


como una cebra hacia la Isla de A ntaño
donde despiertan las m ujeres asesinadas

(Poesía en movimiento)

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JOSÉ M A R Í A E G U R E N (1874-1942)

LOS A L C O T A N E S

De duros troncos
y peñascales
el vuelo tienden
los alcotanes.

Con rojas plum as


con vista grave
y azules sombras
van con donaire.

Su torvo pico,
sus ademanes,
su voz ahuyentan
robustas aves.

Y con deseos
im penetrables,
dejan del río
verdes cañares.

Por las alturas


pasan los baches,
las alquerías,
los andurriales.

Pues buscan siempre


las soledades;
llegan de ruinas
a los pilares.

Allí semejan
fuscos m agnates
con intenciones
im penetrables.

132
Allí semejan
seres gigantes,
allí la sombra
de las edades.
(La poesía contemporánea en Perú)

LA R O N D A DE ESPADAS

Por las avenidas,


de m iedo cercadas,
brilla en noche de azules oscuros,
la ronda de espadas.

D uerm en los postigos,


las viejas aldabas;
y se escuchan borrosas de canes
las músicas bravas.

Ya los extram uros


y las arruinadas
callejuelas, vibrante h a pasado
la ronda de espadas.

Y en los cafetines
que el hum o am ortaja,
al sentirla el tah ú r de la noche,
cierra la baraja.

Por las avenidas


m orunas, talladas,
viene, lenta, sonora, creciente
la ronda de espadas.

T ras las celosías,


esperan las damas
paladines que traigan de amores
las puntas de llamas.

Bajo los balcones


do están encantadas
133
se detiene con súbito ruido,
la ronda de espadas.

T ristísim a noche
de nubes extrañas:
¡ay, de acero las hojas lucientes
se tornan guadañas!

¡Tristísim a noche
de las encantadas!
(La poesía contemporánea en Perú )

EL A N D A R Í N DE LA N O C H E

El oscuro andarín de la noche,


detiene el paso ju n to a la torre,
y al centinela
le anuncia roja, cercana guerra.

Le dice al viejo de la cabaña


que hay batidores en la sabana;
sordas linternas
en los juncales y oscuras sendas.

A las ciudades capitolinas


va el pregonero de la desdicha
y, en la tiniebla
del extram uro, tardo se aleja.

En la batalla cayó la torre;


siguieron ruinas, desolaciones;
canes sombríos
buscan los m uertos en los caminos.

Suenan los bombos y las trom petas


y las picotas y las cadenas;
y nadie ha visto, por el confín;
nadie recuerda
al andarín.
(La poesía contemporánea en Perú)

134
P E D R O DE A C E R O

Pica, pica
la m etálica peña
Pedro de Acero.

En la cima
de la oscurosa guerra
del m undo ciego.

Pesarosas
como trenes y llantos
se sienten voces:

De hora en hora
los prim itivos salmos
y maldiciones.

Blondo el día
y el compás de la guzla
lejos, muy lejos.

Que en la m ina
más ponderoso, lucha
Pedro de Acero.
(La poesía contemporánea en Perú)

LA SALA A M B A R I N A

¡Oh!, la sala am barina pertenece al capítulo de las memo­


rias crueles. T odavía m iro en las cercanías aquella figura
ensoñada y triste como una tarde otoñal; aquellos ojos con
la luz verdosa de los lirios enfermos; y escucho esa voz me­
lancólica que nada decía y sin em bargo nos llevaba el eflu­
vio de las cosas m uertas y de los dulces rencores desapare­
cidos. Y es que esas m ejillas liliales con el ám bar anunciador
135
de bellezas de ultratum ba y el leve brillo de ojeras trans­
parentes arm onizaban misteriosam ente con el acento sua­
ve, prestigioso, de aquella virgen m arfileña.
—¡Qué te r r ib le ... la casal —me dijo, m ientras las luciólas
titilaban en el azul sereno de la noche, y luego silenciosa
se dirigió hacia ella y estaba dulce y m usical como las vír­
genes de Botticelli.
—¡Qué angustia! —profirió un m om ento después e inte­
rrum piendo su marcha, que semejaba el andar interm itente de
u n a garza herida, se tocó el corazón e indagó hasta lo más
profundo de mis ojos—, ¡Sabes —me dijo—, tengo un dolor
que me oprim e, un dolor de muerte!
—Regresemos —le contesté, procurando dom inar la em o­
ción m ientras en sus pupilas m oría un azul triste de las
revelaciones.
—No, deseo ver la s a l a . . . Allí cum pliré mi p ro m e s a ... si
puedo cum plirla.
—Vamos —respondí luchando entre el tem or y la espera.
Prosiguió su camino y su perfum e infantil hizo respirar
mi pecho que se asfixiaba al peso de la adivinación im pla­
cable, y ella cam inaba lentam ente por las prim eras estancias
de la casa señorial y a m edida que el lugar arcano se apro­
xim aba, se transparentaba y parecía una flor m ística im­
pregnada de inefable dulzura. Penetrábam os en u n a casa
solitaria, se diría en una acuarela muy oscura cuyos pri­
meros térm inos se percibieran muy borrosos, y en cuyo fondo
se distinguía u n a débil luz de una verde casa y le rogué
cum pliera la promesa en ese lugar desolado.
—¡No! ¡no! —repitió y sus ojos brillaron en la noche
como luciólas del jardín m ortuorio.
La luz se veía cada vez más intensa, yo traté de detener
a la niña, pues me sentía fuertem ente dom inado por la
superstición im perativa; pero fue en vano. Entonces me es­
forcé en u n ir las ideas, y me pregunté en el silencio de mi
alm a por el hechizo atrayente de esa sala y por las afini­
dades que podía tener con ese am or tan triste. Pero la ló­
gica sólo me habló de curiosidad y de u n falso temor; y otra
vez me dijo cosas aciagas pero verdaderas; de una naturaleza
indecible.
N o quise pensar más y seguí como ciego aquella figura
rítm ica y perfecta que me llenaba de infelicidad.
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Y cuando la n iñ a descorrió la cortina vi por prim era vez
la sala extraña. ¡La sala am barina! ¡La sala de las curio­
sidades!, la cual como el árbol de la ciencia se presentaba
hermosa. Mas no hacía olvidar la profunda melancolía in-
expresada.
Bien la recuerdo ahora con sus finísimas flores; los jaz­
mines del Cabo, las peonías y las azaleas y aquellas flores
negras de la In d ia que se elevan en vistosos corimbos; y
aquellas otras de un violeta desteñido que nunca se olvidan
y aquellas con ojos negros y con enormes pestañas y todo
esto como fantasmagorías metálicas o aterciopeladas en m e­
dio de la luz am barina e intensísim a de la sala y en esos
vidrios tan fríos y en esa atmósfera enrarecida donde los
sonidos se quebraban cristalinos ¿qué señor malévolo con
alm a de nigrom ante había preparado este dinam ism o ex­
traño?
Era la m orada de un gran fetichismo lleno de influencias
morbosas y ejercía un poder ciego que helaba la sangre y
paralizaba el pensamiento.
Y en medio de esta belleza real y m aldita m atadora de las
iniciativas, contem plé a la n iña olvidado del tesoro divino
de la promesa.
Ella permaneció a mi lado, pensativa y grácil cual una
visión angélica y sus pupilas brillaban en el aire sutil como
luces vesperales y su frente se presentaba con tono suave y
con la aureola santa. Pero sus labios no se movían y sus
pupilas vivían como si gota a gota la sangre de su faz
nacarina cayera sobre ellos con ritm o grave.
—Salgamos de aquí —grité con espanto y cogiéndola en
mis brazos corrí con ella hacia la puerta, y vi su frente
pálida como la cera, y vi sus ojos que en u n azul dulcísimo
se movían, y cayó sobre mí como una flor que se dobla por
falta de aire en un ocaso de una tristeza infinita.

(La sala ambarina)

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J OSÉ A N T O N I O R A M O S S U C R E
(1890-1930)

LA A L U C I N A D A

La selva había crecido sobre las ruinas de una ciudad in­


nom inada. Por entre la maleza asomaba, a cada paso, el
vestigio de una civilización asombrosa.
Labradores y pescadores vivían de la tierra aguanosa, apro­
vechando los aparejos prim itivos de su oficio.
Más de una sociedad adelantada había sucumbido, de
m odo imprevisto, en el paraje malsano.
Conocí, por u n a virgen demente, el suceso más extraño.
Lloraba a ratos, cuando los intervalos de razón suprim ían su
locura serena.
Se decía hija de los antiguos señores del lugar. H abían
despedido de su mansión fastuosa una vieja barbuda, re­
pugnante.
Aquella repulsa motivó sucesivas calamidades, venganza de
la arpía. Circunvino a la h ija unigénita, casi infantil, y la
persuadió a lanzar, con sus manos puras, yerbas cenicientas
en el m ar canoro.
Desde entonces juegan en silencio sus olas descolmadas.
L a prosperidad de la comarca desapareció en m edio de un
fragor. Arbustos y herbajos nacen de los pantanos y cubren
los escombros.
Pero la virgen mira, du ran te su delirio, u n a floresta m á­
gica, envuelta en u n a luz azul y temblorosa, originada de una
ap ertu ra del cielo. Oye el gorjeo insistente de un pájaro in­
visible, y celebra las piruetas de los duendes alados.
La infeliz sonríe en medio de su desgracia y se aleja de
mí, diciendo entre dientes una canción desvariada.

(La torre del timón)

138
TRANCE

H e soñado con la beldad rubia. M iro su despojo y siento


su voz.
Inicia con razones elegantes una conversación de m otivo
lisonjero.
Yo estoy prosternado. Q uiero oprim ir entre mis manos su
diestra delgada y perezosa.
Expone en el lenguaje selecto un suceso de siglos ilustres.
Refiere las cuitas de un trovador desengañado.
Yo espío los rasgos de su faz ilum inada.
Añade com entarios de crítica afilada y suspicaz, y yo asien­
to con mudez inescrutable.
(La torre del tim ón)

SUEÑO

Mi vida había cesado en la m orada sin luz, un retiro de­


sierto, al cabo de los suburbios. El esplendor débil, polvoso,
de las estrellas, más subidas que antes, abocetaba apenas el
contorno de la ciudad, sum ida en una sombra de tinte ho­
rrendo. Yo había m uerto al m ediar la noche, en trance re­
pentino, a la hora misma designada en el presagio. Viajaba
después en dirección ineluctable, entre figuras tenues, aban­
donado a las ondulaciones de un aire gozoso, indiferente
a los rum ores lejanos de la tierra. Llegaba a una costa silen­
ciosa, bruscamente, sin darm e cuenta del tiem po veloz. Po­
saba en el suelo de arena blanca, m arginado por montes
empinados, de cimas perdidas en la altura infinita. D elante
de mí callaba eternam ente un m ar inmóvil y cristalino. U na
luz m uerta, de aurora boreal, nacida debajo del horizonte,,
ilum inaba con intensidad fija el cielo sereno y sin astros.
Aquel paraje estaba fuera del universo y yo lo anim aba con
mi voz desesperada de confinado.
(La torre del timóny
EL A V E N I M I E N T O DE S A G I T A R I O

Yo h abía escapado a la saña de mis enemigos, retirándom e


dentro del país, al pie de las m ontañas, de donde bajan,
en son de guerra, las tribus homicidas. H abía dejado la
ciudad nativa y su alegre ensenada al arbitrio de una fac­
ción vehemente.
Me había seguido la cautiva m editabunda, a quien res­
caté de los piratas, seducido por su belleza grave. Sólo se
anim aba al recordar el suelo de su nacim iento, donde las
selvas de ébano prosperan cerca del océano infecundo.
Mis huéspedes tem ían haber ofendido a su dios abori­
gen, arquero vengativo. Lo creían deseoso de continuar entre
los hiperbóreos, moradores, en casas de m adera, de u n clima
propicio, donde u n a luz vaga reposa los sentidos.
A utoritarios sacerdotes, negados al regalo, buscaban recon­
ciliarlo por medio de una cerem onia decisiva. Me im pusie­
ro n la separación de mi com pañera y el sacrificio de su vida.
Partió de mí con adiós interm inable, despertador de la
compasión.
U n galope solitario y el aire trém ulo de saetas invisibles
an u n ciab an , al m ediar la noche, el retorno del num en.

(La torre del timón)

340
C ARLOS L A T O R R E (1916)

LOS A M A N T E S C I R C U N S C R I P T O S

Llegó con ese oscilar tem ible que tienen los camarotes en Ios-
largos viajes de ir y venir
No hubiera dejado de volver jamás, jam ás borraba con su1
m ano izquierda lo que decían sus órganos de ver y palpar
T odas sus noches eran de golpe de tim ón de así se hace la
historia
Su peligrosa costum bre consistía en comenzar de nuevo
Y yo la amé sin saber que cuatro ojos ven más que dos
Quizá fuera por su m anera de dorm ir tal para cual
Llegó
La esperé con un disco de oír decir la quiero por los cuatro-
costados
(El lugar común)

LA L E Y D E L M A Y O R E S F U E R Z O

Soltar los cables de am arre la vela mayor henchida por la


brisa de las torm entas interiores encandiladas alrededor
del fuego fatuo
Soltar las correas de los baúles que guardan los paisajes-
nevados y m úsica de cerveza en ferm entación
Soltar el am or para que dance hasta el sacrificio como una
m ujer que cede ante la cualidad norm al de las necesidades
terrestres
Soltar desde el nacim iento de la tentación hasta su m uerte
prem aturam ente decidida por la insidia de la razón
Soltar los signos vivos de la inteligencia revelada por la
actitud de toda m elancolía
Soltarlo todo
La determ inación
157
Los m eandros de la aventura
L a bala perdida
La locura del lógico terror especial
Y sobre todo soltar la libertad encadenada a la falsa movilidad
del m ovim iento continuo
(El lugar común)

SERAMÉRICA

América,
•el m ar que mece el gran barco del hemisferio.
Sus orillas con formas de mujeres que se niegan a dar a luz,
el cielo que nunca es suficiente,
la m ontaña que crece y crece para alcanzar a ver lo que está
y lo que no está,
la llanura, esa piel de la tierra o de anim al en estado de
contem plación;
el viento que sopla para ponerlo todo en limpio,
el desierto del que resulta imposible desertar,
las islas que algún día se han de unir,
la leche del calor que hierve desde el T rópico al Ecuador;
el frío del sur, hielo sin norte que lo salve;
el río que llega precisam ente de donde uno quisiera ir,
los lagos en los que el agua se cansa de esperar,
los bosques donde el lobo siempre está,
los esteros con el barro con el que alguien amasó a la
criatura de esta latitud;
el hom bre que puede llegar a ser el H om bre en esta vana
enum eración que casi olvida,
inexplicablem ente,
la apuesta de ese mismo hom bre a T odo
o N ada
(Las cuatro paredes)

LA I N C O N Q U I S T A B L E

Solamente piel, sí,


piel de ráfaga y providencia;
158
pero tam bién piel de serpiente,
de ídolo,
de pájaro funerario.
Sobre ella fundó América su casa sin gobierno,
su fiesta de tigres y desvarios;
pantano para la rueda de la realidad,
escalera para no llegar jamás.
En América vive y clama todo lo que atruena,
desde el grito de vejamen
hasta el grito de extinción,
y en medio,
la lluvia torrencial ahogando las voces
y la incandescencia de su sexo de volcán.
E nvuelta en su atavío de follaje y adulterio,
ella ofrece su fuego central para el resto de la tierra,
m ientras el alacrán del ocio envenena su secreta voluntad,
y sobre su indestructible poder se corta el nudo de la Historia.

(Las cuatro paredes)

HÁGALO

Espacio. El suyo y el m ío y el necesario para el bosque. El


agua del m ar no cae al vacío, al espacio. Está arriba y
abajo, y no cae.
La atracción, la antípoda. Boca abajo. Patas arriba.
La ola llega a más de treinta metros de altura y no consigue
la libertad. A lta como las catedrales, siempre recobra su
nivel.
El mar, no las catedrales. El hom bre sólo en ocasiones
excede los dos metros. Pero sin embargo dicen que asciende
más alto. Quizás.
Eche a volar las palomas. Lo mismo. Regresan.
Suelte el idioma. El im properio. ¿Alcanza? No va más allá
que una fiera herida en el pudor, que una am ante con
una bala en la frente.
De todas las libertades, la del bum erang. Es todo lo que
conceden.
¡Absurdo!
Vaya siempre demasiado lejos.
(La linea de flotación )

159
J U L I O L LI N ÁS (1929)

HAMBRES

Vientos dormidos con pureza sobre los partos del mar,


¡hambres!, como una espina obstinada en los párpados de
u n rey.
Detrás del horizonte hay un ladrón bañado en lágrimas,
un príncipe del sol.
(La ciencia natural)

CIUDADANO

M i herm ano tuerto ha decorado la belleza con su baba


m ortuoria.
¡S angres!... Que nadie diga que u n potro milagroso viene
trotando a nuestro encuentro.
Esta es, a veces, a la casa del m artirio.
(La ciencia natura!)

EL GRA N MAL

L a cacería comenzó cuando unas hienas de paso descubrieron


la quím ica perfecta.
(Esto fue im presionante.)
En la alta noche desfilaron los Sensibles —los comerciantes
y otros notables poderosos—,
Y un voluntario fue arrojado a los ácidos sudores.

Yo he presenciado esta epidem ia, como u n testigo muy


viejo, muy santo y muy enfermo.

(La ciencia natural)

160
EL P A B E L L Ó N DE LOS I L U S T R E S

U na ribera frecuentada por la princesa polar.


(Su honor h a sido mancillado.)
Luego, al m argen de los entretenim ientos y el gasto público,
toda una aldea de extranjeros, regocijados en la Juvencia
Medioeval.
U n a elegancia inaudita, y en el concilio del hidrógeno, los
rojos chambelanes pulverizaron el verbo y alim entaron el
armiño.
Fue esta una flor de Intelligen tsia, cómica prueba de realeza
del carnero astral.
(La ciencia natural)

VENTANA

Mi horrible vecinita tiene el pie maligno.


Sus arañas de lluvia se h an vendido a m i paciente hedor.
Hay tan ta sangre en su traje, tanta destreza en su oración.
Alguien ha puesto una piedra en su m em oria, u n tóxico
en su cuerpo, u n a herida en su cama.
¡Oh flor de esclavitud, oh am ante peligrosa!
(La ciencia natural)

MUERTES

M uertes que son u n signo


M uertes que son u n arm a

Para volver al ritm o del candor


H e aquí u n orgullo terrible

P ara dorm ir sobre el puñal caliente de la gracia


H e aquí los tóxicos finales

Secreta Juv en tu d
Pérdida infame
(La ciencia natural)

161
E N R I Q U E M O L I N A (1910)

VIEJO H U R Ó N

Si te desnudas que no sea


De las piedras de tu equipaje
El África negra es azul
P or el destello de su sangre

¿Quién h abla de cuerdas vocales?


L a tierra se enciende de horm igas
¡Hay u n sol enterrado vivo
Con los bisontes de Altam ira!

C uando caminas cambias de form a


¡Cuánto fulgor para tu risa!
Los siglos sacuden la cola
E n el fondo de la ceniza

Si algo esperas que sea insom nio


A dora los rostros del fuego
Esos monos que gesticulan
E ntre las rejas de tu m iedo

Si algo esperas que sean espumas


El cruel jadeo del planeta
L a indecisión ciega de furias
De unos días que balbucean
(Fuego libre)

ELLOS LOS M U E R T O S

Son los que nunca dan la m ano


Pero ab ren la boca del lobo
162
Los que esparcen la espum a amarga
Q ue rezuma de las iglesias

Los que de p ronto se bifurcan


Entre el delirio y el olvido
Su sombra desborda la tierra
Pero una brizna los oculta

Nacieron de bellos revólveres


De largos años y promesas
Saltaron de turbias catástrofes
O del fuego de los amores

O de encuentros entre las moscas


¿Pero quién ama esas hamacas
Que cuelgan de tan ta pereza?
¿Quién reniega de su miseria?

Se convierten en u n cerrojo
En un cangrejo en una lágrim a
Los pájaros cruzan indemnes
Su salvaje museo de cera

T atu a je amargo del desierto


No hay ramas en ese lugar
No hay naranjas sino horizonte
T an tas cabezas sin colores

P ara el frío para el silencio


El aceite de los eclipses
Se dilatan en el recuerdo
H acen u n perro con la lluvia

Hacen fuego con u n zapato


Envuelven en hiedras el m uro
A úllan guardando silencio
En sus fríos nidos ocultos

Absurdos como una plegaria


Como la esperanza insensata
De recobrar la antigua llave
La alianza del cuerpo y del alm a

H e aquí la tierra con su peso


H e aquí la luz con su amenaza
C ontra ellos tan sólo esta sed
Este furor que espera nada

¡Oh belleza de lengua cálida


Hechizada por su demonio!
Mi único cielo es su caricia
Su tesoro de m anicomio

Es el sol con su llam arada


La vida ávida y su rito
La vida que teje su historia
Sin sentido sin esperanza

Ellos hacen chirriar las flores


Son sólo sábanas desiertas
A traen las piedras a su sombra
El agua inm óvil de los pozos

Pero ahora los ignoramos


Decimos adiós a los m uertos
Hoy somos los únicos dueños
De un universo abandonado

La luz del sexo los insulta


¡La eterna sangre que se abrasa!
U n vivo dios intraducibie
Sin más victoria que su jaula
(Fuego libre)

CIUDADANÍA Y CALOR

Mi patria es de langostas u n a océanica choza entre las


islas que no he visto nunca
U n hogar flagelo espléndido donde cada cosa contiene otra
164
cosa cada m ono otro m ono cada boca otra boca hasta
quedar tan sólo u n pu n to en el horizonte u n a m igaja única
del fósforo de los mendigos
Y toda es gente de lazos inaferrables en la tibieza de m ano
de hierro de su desnudez
Con el presagio de sus lenguas hacia los m eandros de algún
cuerpo inalcanzable en la corriente
Y cuyas historias sin asilo abren un astro vivo a cada nuevo
corazón que invaden
M ientras la espum a avanza y retrocede sobre la playa cubierta
de cuernos y valvas
regida en su vaivén por el cadáver de u n pájaro m arino

Mi inhabitable m orada querida a la som bra de cálidas axilas


para quienes yacen desesperados por sus propios
alcoholes de incendiar
Por sus propios labios suplicantes en la viña de los pulpos
donde juegan los niños con una luz dulce y cruel
¡Oh bello hogar de perezosas hojas que abanican hasta
dejarm e ciego!

Los núm eros son pájaros


Y cada am anecer desaparecen las m ujeres errantes que sólo
se persignan con la señal del deseo y del viento
Las negras peinadoras de la noche donde destilan la fiebre
Las cocineras reales
Y uno puede gustar en sus brebajes u n éxtasis de saurio el
prodigio de haber nacido al pie de tales dioses de m irada
de tierra que cambia y de muslos que se entreabren

La bahía se retuerce como u n salmo ante nuestra presencia

(Las bellas furias)

T E M P E R A T U R A S FIJAS

T a n to calor
Es un verano muy violento o quizás sólo se trata
de otra estación más perversa

165
En cuyo foco el caserón desprende una especie de
resina negra
Y un jadeo desagradable
E n ciertas épocas
H ierros en forma de corazones y extrañas letras
Puestas al rojo
R em ontaban desde las bestias quem adas el hum o de
la justicia del dem onio
Y la n iñ ita continúa su juego entre los bram idos
Con su colección de horm igas en u n frasco
Donde conservaba u n a enorm e limaza
Sobre la cual las hormigas se encarnizaban
Placeres del campo
El camino donde estamos desaparece
T ritu ra d o por el sol
H asta m udarse en una gran sed
—E xtraordinaria en realidad—
P ara quienes respiran aún
C uando mujeres desnudas con grandes sombreros y
trenzas del arenal
Oscilan en la vibración del aire
T a n to calor
El piso se ha resquebrajado
Pasan tan altos esos regueros de flores y nubes
Casi cerca del techo
De esta habitación enterrada en las brasas
R etrocediendo incesantem ente
Por parajes que se dispersan
D ejando u na huella falsa en la lejanía

Qué asir entonces sino una caricia


Planos incandescentes
Poblados de luciérnagas rem otas. . .
(Las bellas furias)

M A E S T R O DE C E R E M O N I A S

Gentes
A lrededor del m uerto
166
Flacas aterradas con sus m itras de farsa al jabón lívido de
la intem perie
Llueve por momentos lim ando apenas la jau la calurosa de
diciembre
Gentes circulando ju n to al m uerto que gesticula furiosam ente
entre sus colgajos
H aciendo muecas majestuosas
Con u n largo crujido de m ueble de torm enta
A tantos deudos con u n a mosca con u n alfiler
A carcajadas
A grandes espumas
El insondable
Hace sonar las llaves del planeta

. . . ¿Y acaso no hay un gemido de pan de dem encia pasado


de m ano en mano?
Gentes con trapos y m andíbulas amenazadoras
Erizadas por el estuche siniestro que se bam bolea ya al son
de las ranas
La cocina de la lluvia descubre sus terrones de sal
Sus instrum entos feroces
Exhibidos de pronto en esta m ajestad de andén pálido y de
voces ahogadas
Con cuerdas inacabables
Donde penden cabeza abajo los pájaros secos.
(Las bellas furias)

U N L E C H O DE H O R M I G A S REALES

¿Con qué aceite me u n g ie ro n ...?


¿Con qué espum arajo de caballo con qué b u rb u ja de yacaré
en el agua
con qué leche del silencio de los esteros?
Y
el sombrío de destrenzar el alm a y el cielo
el de las nalgas de ortigas.

Sin sal en la boca lleno de piojos sin anunciación ni estigmas


simple como el relám pago en su edén instantáneo.
167
T o d o exorcismo ha sido inútil contra las m ordeduras de
cualquier profecía carnal
C ontra el desamparo de esos serrallos de infancia en la
siesta como vender el alm a a u n a bocanada del m onte
a u n reverbero virgen de la fuerza.

Y la gran m ariposa de mi m édula sostiene con sus alas


volcánicas toda la profundidad de las lluvias inmensas
que resbalaron por mi piel.
T o d a la profundidad del cielo y de la tierra a cuya lengua
de pánico únicam ente me someto.

Y luego alcobas de la luna con labios que sangran en la


oscuridad y esa avidez
insensible a las trom petas de la bienaventuranza
y a la que todos los tesoros de este reino fueron incapaces
de agotar.

Y p o r volver a vuestros besos oh esposas de ingles de caridad


y de u n lujo largo y aborigen
el corazón repite con delicia ese eco que lo trastorna
el golpear de grandes cuerpos fosforescentes
que retum ban contra las rocas del Paraíso
cálidos y mesiánicos cuerpos inalcanzables
como la ballena blanca en la p u n ta del arpón de Aab.
(Las bellas furias)

168
A L D O P E L L E G R I N I ( 1 90 3 - 19 7 3)

LA M U J E R T R A N S P A R E N T E

T u voz era una bebida que yo sorbía silencioso


ante las m iradas asombradas
u n pájaro de luz
salió de tu cuerpo transparente
pájaro de luz
instante que revolotea
a u n a velocidad vertiginosa
atravesando calles y calles
persiguen tu cuerpo que huye
¿cuándo podrás alejar a la jau ría enloquecida?
desam parada
te has destrozado al caer
los restos de tu cuerpo se arrastran por todos los rincones
del m undo
ah u n día renacerás tú
la transparente
única, inconfundible
levemente inclinada, nunca caída
rodeada de im penetrable silencio
avanzando tu pie frágil entre la vacilante m onotonía
ah un día renacerá tu risa
tu risa de pájaro transparente
tu risa herida.
(El muro secreto)

SEMBLANTE ACAECIDO

C uando la esfera silenciosa deja de girar


se hielan
las caricias y las palabras
169
huyendo de los peligros de la excesiva sabiduría
se cae en el más profundo de los descubrimientos
atravesando el um bral de la noche
te encontraste bruscam ente en una m añana sin tiem po
largam ente
te persiguió la m onotonía del mismo rostro
largam ente
huiste del riesgo delicioso
apartando u n a m uralla de muecas
buscabas sin saberlo la sonrisa infinita
largam ente te acosó la noche inexorable de los amantes
hasta llegar a la ú ltim a noche
la que está sem brada de ausentes
¿no hubo nadie capaz de ilum inar esa noche
que convirtiera en llamas la som bra espesa que nos separa
a todos?
cuando llegaste a la luz ya estabas herida de m uerte
tu ignorancia de am or te aproxim ó al destino de los inocentes
ah infatigable renunciadora de caricias
transitando por la noche has encontrado la m añana vacía
la m añana del irreparable descanso
sí, ya es tiem po que reposes en el tenue equilibrio de la
m em oria
es tiem po que retornes
a la antigua fuente

sem blante acabado


ahora m archas inm óvil hacia la nada
arrastrando tu eterna sed
como un gran goce.
(El m uro secreto)

EL C O R A ZÓ N DE T O D O S LOS ROSTROS

a A n to n io Porchia

Cae u n a lluvia fina


u n a fina lluvia de rostros im palpables
inesperadam ente
170
nazco
y encuentro mi lím ite exacto.
E ntre las palabras que se pronuncian al azar
sólo m i voz calla
ya soy uno
encaram ado en m i árbol de silencio
arrojo piedras de risa a los que pasan
siembro la desaparición con mi m irada.
H e ahí los innum erables sin rostro
que desfilan
y los sueños sin rostro
y los rostros sin rostro.

En la oficina de objetos perdidos


oh acto inesperado
inclinado sobre mí mismo
escucho latir todos los corazones
sin rostro
usando u n lenguaje incom prensible
logro apagar el único corazón
el corazón de todos los rostros
tenaz como un pájaro.
(La valija de fuego)*

U N E S P E C T Á C U L O MÁS

La señora está transida de frío


la señora está cansada de todo
la señora no sabe navegar en las sombras
la señora lleva el cuchillo a la altu ra del pecho
los altoparlantes ahuyentan a los curiosos descalzos
la señora solloza pensando en su seno sangrante
el orador callejero
alude al canto de las sirenas
las lágrimas de la señora fecundan el buen hum or de la*
m u ltitu d
u n individuo muy digno tom a notas apresuradam ente
demasiadas lágrimas
los letreros luminosos tom an notas serenamente

17B
u n seno, solam ente un seno
n o puede vencer al cálculo de probabilidades
la buena señora confunde el canto de las sirenas
con el canto de la vida
y sonríe
el orador h a cum plido su misión
el señor muy digno se tranquiliza
los letreros luminosos se apagan
h a term inado el espectáculo
detrás de los que se retiran
q u ed a inm óvil la pupila insaciable.
(La valija de fuego)

ES D E C I R

E n tiem po húm edo


los sueños hacen rechinar las puertas

Sin m olestar a los niños


los fatigados sacuden su palidez

A rdor de los pequeños


q u e desplazan el invierno con sus m entiras

D u ran te el deshielo de los espejos


u n a m ano queda adherida al invierno de los cristales

A torm entados por pastores celestes


los cazadores de caricias se pierden en las callejuelas

Allí donde se aglom eran las plegarias


la belleza usa su máscara de escalofrío

Solemne avenida de las arrugas


viaje sin retorno para evitar reconocerse

U n a alegría plegable para uso de los viajeros


u n abrigo para soportar el frío de las preguntas
172
Quizás convenga esperar
el vino añejo en la buena época de los perfiles, en la satura­
ción del coloquio consigo mismo, en la afectada simplici­
dad para afrontar playas ardientes

Quizás convenga esperar


la hora de la creación en que las tinieblas se desnudan

Y arriba en el lugar que corresponde al desplazado invierno


sólo hay un espectador
el últim o de los últim os
dispuesto siempre a quedarse.
(Construcción de la destrucción)

LA C E R T I D U M B R E DE E X I S T I R


lo he visto todo
todo lo que no existe destruir lo que existe
la espera arrasa la tierra como un nuevo diluvio
el día sangra
unos ojos azules recogen el viento para m irar
y olas enloquecidas llegan hasta la orilla del país silencioso
donde los hom bres sin m em oria
se afanan por perderlo todo

En u na calle de apretado silencio transcurre el asombro


todo retrocede hasta u n lím ite inalcanzable para el deseo
pero tú y yo existimos
tu cuerpo y el m ío se adelantan y aproxim an
y aunque nunca se toquen aunque un inm enso vacío los
separe
tú y yo existimos.
(Distribución del silencio)

173
EL C A N T O EN U N A M A N O
EL P E L I G R O EN LA O T R A

Después que se separan las manos


m iles de rostros miles
carbonizados
el canto de un pájaro solitario en la m añana tranquila
los enmascarados hacen funcionar las m áquinas
el hom bre canta en la antecám ara de la m uerte
;q u ién es el que todo lo ordena?
¿quién antes o después canta en la m añana tranquila?
¿quién abre la puerta de la alegría quién prepara la
evasión?
a veces un viento de ferocidad a veces un canto
algún testigo que arroja su máscara de miedo
y se confiesa autor de todos los homicidios
allí ruedan los utensilios y detienen su m archa los cortejos
n ada se prohíbe
el motociclista observa atentam ente
n ad a se detiene
y entonces qué
no hay respuesta no hay nom bre para los días que se
repiten
las víctimas inocentes tiem blan sobre las escaleras
la evasión se extingue las ruedas se desgastan
y sólo queda u n a amenaza o u n vértigo o u n rastro en el
vacío
u n hom bre perdido en la encrucijada de los accidentes
hasta el m om ento preciso en que las manos se unen
y estalla
la incertidum bre total del canto.
(Distribución del silencio)

174
A N T O N I O P O R C H I A ( 1886 - 19 6 9)

VOCES

El hom bre es aire en el aire y para ser u n pu n to en el


aire necesita caer.

El dolor no nos sigue: cam ina adelante.

A veces, de noche, enciendo una luz, para no ver.

Veía yo un hom bre m uerto. Y yo era pequeño, pequeño,


p e q u e ñ o . . . ¡Dios mío, qué grande es u n hom bre muerto!

U n a cosa bella es dos cosas: bello y cosa. Y las dos cosas


nunca se dan juntas.

Soy u n habitante, pero ¿de dónde?

Hace m ucho que no pido nada al cielo y aún no han


bajado mis brazos.

O tra vez no quisiera nada. Ni una m adre quisiera otra vez.

Yo tam bién tuve u n verano y me quem é en su nombre.

T e deben la vida y u n a caja de fósforos y quieren pagarte


u n a caja de fósforos, porque no quieren deberte u n a caja
de fósforos.

No, no es nada, nada. Es sólo dolor.

Palabras que me dijeron en otros tiempos, las oigo hoy.

N ada más que un infinito de esperas y el fin de u n infinito


de esperas. N ad a más.
175
Mi nom bre, más que llam arm e, me recuerda mi nombre.

A veces necesito la luz de un fósforo para alum brar las


estrellas.

Q uien ha hecho m il cosas y quien no ha hecho ninguna,


sienten iguales deseos: hacer u n a cosa.

U na flor y un infinito de puñales. Y sólo u n a flor m ata.


Está de más un infinito de puñales.

176
HAITÍ
M A G L O I R E - S A I N T - A U D E ( 1912 - 1 97 1 )

DÉCHU

Pour mes lampes trépassées...

Bonne route, pélerin.

II

Aux exploits du poete las,


M on vitrail disloqué
Aux rails de la mélodie.

Pour m a belle filie naufragée,


T e l l’harm onica d u voyou.

Vers l’araignée félée


Des stances moissonnées.

Sur le buvard aveugle


De mes talents éteints.

III

Angélique et dents glacées la milady


My lady amiga m í a . ..

Quel lim ón des nausées,


Hors de l’encrier couronné,
La T anag ra danse
Au lam beau des m inuits inclinés?
IV

Dolores á mes cils inquiets,


L ’émoi l’eau du poéme.

Déclam ations et douces comme Elza

Le dialogue 41
Plus indolent q u ’Elisa Bretón.

M ajuscules h aut perchées


Aux póles de mes lampes.

Veuf, et d ’u n vain souci


Au halo de m on lam ento.

Poéme du prisonnier,
Au glas des soleils remémorés.

Crécelles ensevelies
Sur le coeur du pélerin.

VI

Voici m on linceul découronné,


La jactance du bal
Au galop d ’antinéea
Gantée de mon Idéal.

L ’étoile du m endiant
E ntend le souffle de m a M ort.

V II

D ernier lied,
Pales am ours solennelles.. .

Derniers feux.

210
Derniers jeux.

Pour mon G uignol


A mon trépas écarquillé
Sur les quais du silence.
(Déchu)

SILENCE

Le tuf aux dents aux chances aux chocs au b u rn


Sur neuf villes.

Magdeleines en dentelles de gaude

R ien le poete, lent dolent


Pour m ourir á G uadalajara.
(Dialogue de mes lampes)

PHRASES

Sept fois m on col,


Dix-sept fois le collier

Le vent boussu du fiel.

Inform e, frois,
Les yeux sans eau comme la fatalité.
(Dialogue de mes lampes)

PAIX

Plus de voix, plus de doigts


Au pladoyer au gong des lacets.

Chaste au flanc de mes sueurs latentes.


211
Sur m a craie sans substance sans páte
Le Chinois tisse m a mort.

D ort eníin ma ferraille


Q ui m ’eut aimé
Aux issues, aux cités de m on image.
(Dialogue de mes lampes)

212
MÉXICO
O C T A V I O PAZ ( 1 9 1 4 )

EL P R IS IO N E R O
(h o m e n a je a d . a . f . d e sa d e)

a fin q u e .. . les traces de ma tombe disparaissent


de dessus la surface de la terre comme je me flatte
que ma mémoire s’effacera de l’esprit des hom-
m es...
TESTAMENTO DE SADE

N o te has desvanecido.
Las letras de tu nom bre son todavía una cicatriz que no se
cierra,
un tatuaje de infam ia sobre ciertas frentes.

Com eta de pesada y ru tilan te cola dialéctica,


atraviesas el siglo diecinueve con una granada de verdad en
la m ano
y estallas al llegar a nuestra época.

Máscara que sonríe bajo un antifaz rosa,


hecho de párpados de ajusticiado,
verdad p artid a en m il pedazos de fuego,
¿qué quieren decir todos esos fragmentos gigantescos,
esa m anada de icebergs que zarpan de tu plum a y en alta
m ar enfilan hacia costas sin nom bre,
esos delicados instrum entos de cirugía para extirpar el
chancro de Dios,
esos aullidos que interrum pen tus majestuosos razonam ientos
de elefante,
esas repeticiones atroces de relojería descompuesta,
toda esa oxidada herram ienta de tortura?
El erudito y el poeta,
el sabio, el literato, el enamorado,
el m aniaco y el que sueña en la abolición de nuestra siniestra
realidad,
215
disputan como perros sobre los restos de tu obra.
T ú , que estabas contra todos,
eres ahora un nombre, un jefe, una bandera.

Inclinado sobre la vida como Saturno sobre sus hijos,


recorres con fija m irada amorosa
los surcos calcinados que dejan el semen, la sangre y la lava.
Los cuerpos, frente a frente como astros feroces,
están hechos de la misma sustancia de los soles.
Lo que llamamos am or o m uerte, libertad o destino,
¿no se llam a catástrofe, no se llam a hecatombe?
¿Dónde están las fronteras entre espasmo y terremoto,
entre erupción y cohabitación?

Prisionero en tu castillo de cristal de roca


cruzas galerías, cámaras, mazmorras,
vastos patios donde la vid se enrosca a colum nas solares,
graciosos cementerios donde danzan los chopos inmóviles.
Muros, objetos, cuerpos te repiten.
¡Todo es espejo!
T u imagen te persigue.

El hom bre está habitado por silencio y vacío.


¿Cómo saciar esta ham bre,
cómo acallar este silencio y poblar su vado?
¿Cómo escapar a mi imagen?
Sólo en m i semejante me trasciendo,
sólo su sangre da fe de otra existencia.
Ju stin a sólo vive por Julieta,
las víctimas engendran los verdugos.
El cuerpo que hoy sacrificamos
¿no es el Dios que m añana sacrifica?

L a im aginación es la espuela del deseo,


su reino es inagotable e infinito como el fastidio,
su reverso y gemelo.
M uerte o placer, inundación o vómito,
otoño parecido al caer de los días,
volcán o sexo,
soplo, verano que incendia las cosechas,
astros o colmillos,
216
petrificada cabellera del espanto,
espum a roja del deseo, m atanza en alta mar,
locas azules del delirio,
formas, imágenes, burbujas, ham bre de ser,
eternidades m omentáneas,
desmesuras: tu m edida de hombre.
Atrévete:
la libertad es la elección de la necesidad.
Sé el arco y la flecha, la cuerda y el ay.
El sueño es explosivo. Estalla. Vuelve a ser sol.

E n tu castillo de diam ante tu imagen se destroza y se rehace,


infatigable.
(A la orilla del mundo)

MARIPOSA DE OBSIDIANA*

M ataron a mis hermanos, a mis hijos, a mis tíos. A la orilla


del lago de Texcoco me eché a llorar. Del Peñón subían re­
molinos de salitre. Me cogieron suavemente y me depositaron
en el atrio de la Catedral. Me hice tan pequeña y tan gris
que muchos me confundieron con un m ontoncito de polvo.
Sí, yo misma, la m adre del pedernal y de la estrella, yo,
encinta del rayo, soy ahora la plum a azul que abandona el
pájaro en la zarza. Bailaba, los pechos en alto y girando,
girando, girando hasta quedarm e quieta; entonces empezaba
a echar hojas, flores, frutos. En mi vientre latía el águila.
Yo era la m ontaña que engendra cuando sueña, la casa del
fuego, la olla prim ordial donde el hom bre se cuece y se hace
hom bre. En la noche de las palabras degolladas mis herm a­
nas y yo, cogidas de la mano, saltamos y cantamos alrededor
de la I, única torre en pie del alfabeto arrasado. A ún re­
cuerdo mis canciones:

* Mariposa de Obsidiana: Itzpapálotl, diosa a veces confundida con


Teteoinan, nuestra madre, y Tonatzin. Todas estas divinidades fem e­
ninas se han fundido en el culto que desde el siglo xvi se profesa a la
Virgen de Guadalupe.

217
Canta en la verde espesura
la luz de garganta dorada,
la luz, la luz decapitada.

Nos dijeron: una vereda derecha nunca conduce al in­


vierno. Y ahora las manos me tiem blan, las palabras me
cuelgan de la boca. Dame una sillita y u n poco de sol.
En otros tiempos cada hora nacía del vaho de mi aliento,
bailaba un instante sobre la p u n ta de m i p uñal y desaparecía
por la p u erta resplandeciente de mi espejito. Yo era el m edio­
día tatuado y la m edianoche desnuda, el pequeño insecto de
jade que canta entre las yerbas del am anecer y el zenzontle
de barro que convoca a los muertos. Me bañaba en la cas­
cada solar, me bañaba en mí misma, anegada en mi propio
resplandor. Yo era el pedernal que rasga la cerrazón nocturna
y abre las puertas del chubasco. En el cielo del Sur planté
jardines de fuego, jardines de sangre. Sus ramas de coral to­
davía rozan la frente de los enamorados. Allá el am or es el
encuentro en m itad del espacio de dos aerolitos y no esta
obstinación de piedras frotándose para arrancarse un beso
que chisporrotea.
Cada noche es un párpado que no acaban de atravesar las
espinas. Y el día no acaba nunca, no acaba nunca de con­
tarse a sí mismo, roto en m onedas de cobre. Estoy cansada
de tantas cuentas de piedra desparram adas en el polvo. Estoy
cansada de este solitario trunco. Dichoso el alacrán madre,
que devora a sus hijos. Dichosa la araña. Dichosa la serpiente,
que m uda de camisa. Dichosa el agua que se bebe a sí misma.
¿Cuándo acabarán de devorarm e estas imágenes? ¿Cuándo
acabaré de caer en esos ojos desiertos?
Estoy sola y caída, grano de maíz desprendido de la m a­
zorca del tiempo. Siémbrame entre los fusilados. Naceré
del ojo del capitán. Lluéveme, asoléame. M i cuerpo arado
por el tuyo h a de volverse u n campo donde se siem bra uno
y se cosecha ciento. Espérame al otro lado del año: me
encontrarás como un relám pago tendido a la orilla del oto­
ño. T oca mis pechos de yerba. Besa m i vientre, piedra de
sacrificios. En mi ombligo el rem olino se aquieta: yo soy
el centro fijo que mueve la danza. Arde, cae en mí: soy la
fosa de cal viva que cura los huesos de su pesadumbre.
M uere en mis labios. Nace en mis ojos. De m i cuerpo brotan
218
imágenes: bebe en esas aguas y recuerda lo que olvidaste al
nacer. Yo soy la herida que no cicatriza, la pequeña piedra
solar: si me rozas, el m undo se incendia.
T om a mi collar de lágrimas. T e espero en ese lado del
tiem po en donde la luz inaugura un reinado dichoso: el
pacto de los gemelos enemigos, el agua que escapa entre los
dedos y el hielo, petrificado como un rey en su orgullo.
Allí abrirás mi cuerpo en dos, para leer las letras de tu
destino.
(¿Aguila o sol?)

LA H I G U E R A

En Mixcoac, pueblo de labios quemados, sólo la higuera


señalaba los cambios del año. La higuera, seis meses vestida
de un sonoro vestido verde y los otros seis carbonizada ru in a
del sol de verano.
Encerrado en cuatro m uros (al norte, el cristal del no
saber, paisaje por inventar; al sur, la m em oria cuarteada; al
este, el espejo; al oeste, la cal y el canto del silencio) escribía
mensajes sin respuesta, destruidos apenas firmados. Adoles­
cencia feroz: el hom bre que quiere ser, y que ya no cabe
en ese cuerpo demasiado estrecho, estrangula el niño que
somos. (Todavía, al cabo de los años, el que voy a ser y
que no será nunca, entra a saco en el que fui, arrasa mi estar,
lo deshabita, m albarata riquezas, comercia con la M uerte.) Pe­
ro en ese tiem po la higuera llegaba hasta m i cuerpo y tocaba
insistente los vidrios de la ventana, llam ándom e. Yo salía y
penetraba en su centro: sopor visitado de pájaros, vibracio­
nes de élitros, entrañas de fruto goteando plenitud.
En los días de calma la higuera era u n a petrificada cara­
bela de jade, balancéandose im perceptiblem ente, atada al
m uro negro, salpicado de verde por la m area de la prim a­
vera. Pero si soplaba el viento de marzo, se abría paso entre
la luz y las nubes, hinchadas las verdes velas. Yo me trepaba
a su p u n ta y mi cabeza sobresalía entre las grandes hojas,
picoteada de pájaros, coronada de vaticinios.
¡Leer mi destino en las líneas de la palm a de una hoja de
higuera! T e prom eto luchas y un gran com bate solitario
219
co n tra un ser sin cuerpo. T e prom eto una tarde de toros
y una cornada y una ovación. T e prom eto el coro de los
amigos, la caída del tirano y el derrum be del horizonte.
T e prom eto el destierro y el desierto, la sed y el rayo que
parte en dos la roca: te prom eto el chorro de agua. T e pro­
m eto la llaga y los labios, un cuerpo y u n a visión. T e prom eto
u n a flotilla navegando por un río turquesa, banderas y un
pueblo libre a la orilla. T e prom eto unos ojos inmensos,
bajo cuya luz has de tenderte, árbol fatigado. T e prom eto
e l hacha y el arado, la espiga y el canto, te prom eto grandes
nubes, canteras para el ojo, y un m undo por hacer.
Hoy la higuera golpea en mi puerta y me convida. ¿Debo
coger el hacha o salir a bailar con esa loca?
(¿Águila o solí)

UN POETA

—Música y pan, leche y vino, am or y sueño: gratis. G ran abra­


zo m ortal de los adversarios que se am an: cada herida es una
fuente. Los amigos afilan bien sus armas, listos para el diá­
logo final, el diálogo a m uerte para toda la vida. Cruzan
la noche los amantes enlazados, conjunción de astros y cuer­
pos. El hom bre es el alim ento del hom bre. El saber no es
distinto del soñar, el soñar del hacer. La poesía ha puesto
fuego a todos los poemas. Se acabaron las palabras, se aca­
baron las imágenes. Abolida la distancia entre el hom bre y
la cosa, nom brar es crear, e im aginar, nacer.

—Por lo p ron to, coge el azadón, teoriza, sé pu ntual. Paga


tu precio y cobra tu salario. En los ratos libres pasta hasta
reventar: hay inmensos predios de periódicos. O desplóm ate
cada noche sobre la mesa del café, con la lengua hinchada
de política. Calla o gesticula: todo es igual. En algún sitio
ya prepararon tu condena. N o hay salida que no dé a la
deshonra o al p a tíb u lo : tienes los sueños dem asiado claros,
te hace falta una filosofía fuerte.
(¿Aguila o sol?)

2 20
DAM A H U A STEC A

Ronda por las orillas, desnuda, saludable, recién salida del


baño, recién nacida de la noche. En su pecho arden joyas
arrancadas al verano. Cubre su sexo la yerba lacia, la yerba
azul, casi negra, que crece en los bordes del volcán. En su
vientre un águila despliega sus alas, dos banderas enemigas
se enlazan, reposa el agua. Viene de lejos, del país húmedo.
Pocos la han visto. Diré su secreto: de día, es una piedra al
lado del camino; de noche, un río que fluye al costado del-
hombre.
(¿Aguila o sol’y,

V A L L E D E M É X IC O

El día despliega su cuerpo transparente. Atado a la piedra1


solar, la luz me golpea con sus grandes martillos invisibles.
Sólo soy una pausa entre una vibración y otra: el punto vivo,,
el afilado, quieto punto fijo de intersección de dos miradas
que se ignoran y se encuentran en mí. ¿Pactan? Soy el es­
pacio puro, el campo de batalla. Veo a través de mi cuerpo
mi otro cuerpo. La piedra centellea. El sol me arranca
los ojos. En mis órbitas vacías dos astros alisan sus plumas
rojas. Esplendor, espiral de alas y un pico feroz. Y ahora,
mis ojos cantan. Asómate a su canto, arrójate a la hoguera-

(¿Águila o sol?).

H A C IA E L POEMA
(PUNTOS DE PARTIDA)

Palabras, ganancias de un cuarto de hora arrancado al á r b o l


calcinado del lenguaje, entre los buenos dias y las buenas
221
noches, puertas de entrada y salida y entrada de un corredor
que va de ningunaparte a ningúnlado.

Damos vueltas y vueltas en el vientre anim al, en el vientre


m ineral, en el vientre tem poral. Encontrar la salida: el poem a.

O bstinación de ese rostro donde se quiebran mis miradas.


Frente arm ada, invicta ante un paisaje en ruinas, tras el
asalto al secreto. M elancolía de volcán.

L a benévola jeta de piedra de cartón del Jefe , del Conductor,


fetich e del siglo; los yo, tú, él, tejedores de tela de araña,
pronom bres arm ados de uñas; las divinidades sin rostro, abs­
tractas. Él y nosotros, Nosotros y É l: nadie y ninguno. Dios
padre se venga en todos estos ídolos.

E l instante se congela, blancura com pacta que ciega y no


responde y se desvanece, tém pano em pujado por corrientes
•circulares. H a de volver.

Arrancar las máscaras de la fantasía, clavar una pica en el


centro sensible: provocar la erupción.

Cortar el cordón um bilical, matar bien a la M adre: crimen


qu e el poeta m oderno com etió por todos, en nom bre de
todos. T oca al nuevo poeta descubrir a la Mujer.

H ablar por hablar, arrancar sones a la desesperada, escribir


<al dictado lo que dice el vuelo de la mosca, ennegrecer. El
tiem po se abre en dos: hora del salto mortal.

II

Palabras, frases, sílabas, astros que giran alrededor de un


centro fijo. Dos cuerpos, muchos seres que se encuentran en
una palabra. El pap el se cubre de letras indelebles, que nadie
d ijo, que nadie dictó, qu e han caído allí y arden y queman
y se apagan. Así pues, existe la poesía, el am or existe. Y si
yo no existo, existes tú.
222
Por todas partes los solitarios forzados empiezan a crear las
palabras del nuevo diálogo.

El chorro de agua. L a bocanada de salud. Una muchacha


reclinada sobre su pasado. El vino, el fuego, la guitarra, la
sobremesa. Un muro de terciopelo rojo en una plaza de
pueblo. Las aclam aciones, la caballería reluciente entrando
a la ciudad, el p u eblo en v ilo: ¡himnos'. L a irrupción de
lo blanco, de lo verde, de lo llam eante. L o dem asiado fácil, lo
que se escribe solo: la poesía.

E l poem a prepara un orden am oroso. Preveo un hom bre-sol


y una mujer-luna, el uno libre de su poder, la otra libre de
su esclavitud, y am ores im placables rayando el espacio negro.
T od o ha de ceder a esas águilas incandescentes.

Por las alm enas de tu frente el canto alborea. L a justicia


poética incendia campos de op ro bio : no hay sitio para la
nostalgia, el yo, el nom bre propio.

T od o poem a se cum ple a expensas del poeta.

M ediodía futuro, árbol inmenso de follaje invisible. En las


plazas cantan los hom bres y las mujeres el canto solar, sur­
tidor de transparencias. M e cubre la m arejada am arilla: nada
mío ha de hablar por mi boca.

Cuando la Historia duerm e, habla en sueños: en la frente


del p u eblo dorm ido el poem a es una constelación de sangre.
Cuando la Historia despierta, la imagen se hace acto, acon­
tece el poem a: la poesía entra en acción.

M erece lo que sueñas.


(¿Aguila o solf)

223
Í NDI C E

A quien interesar p u e d a ............................................................ 7


Tentativa de una definición del surrealismo:
fronteras y explicación de la selección . . . . 11
Impacto directo y vasos com u n ican tes................................. 24
José Ju an Tablada o la reacción contra la zarrapastrosa
r e t ó r i c a ......................................................................................32
José María Eguren el andarín de la noche . . . . 43
El mensajero José Antonio Ramos S u c r e .......................... 49
Oliverio Girondo: Martín Fierro en el tranvía . . . 53
Vicente Huidobro oxígeno invisible de la poesía . . 57
Los estridentistas de J a l a p a ..................................................... 69
A r g e n t in a ...................................................................................... 76
El C a r i b e ...................................................................................... 81
C h i l e .............................................................................................86
M é x i c o ............................................................................................ 99
P e r ú ................................................................................................... 111
Herederos, hijos pródigos, im ita d o re s................................. 116
B ib lio g r a fía ...................................................................................... 121

prec u rso res:

José Ju an T a b l a d a .................................................................. 127


José María E g u r e n .................................................................. 132
José Antonio Ramos S u c r e ..................................................... 138
Oliverio G ir o n d o .........................................................................141
Vicente H u id o b ro .........................................................................145

a r g e n t in a :

Carlos L a to r r e ............................................................................... 157


Ju lio L l i n á s ............................................................................... 160
Enrique M o l i n a .........................................................................162
Aldo P e l l e g r i n i .........................................................................169
Antonio P o r c h i a .........................................................................175
c h ile :

Braulio A r e n a s .........................................................................179
Jorge C á c e r e s ............................................................................... 184
Teófilo C i d ......................................................................................191
Enrique G ó m ez-C o rrea........................................................... 195

H A ITÍ:

M agloire-Saint-A ud e.................................................................. 209

m é x ic o :

Octavio P a z ............................................................................... 215

perú :

César M o r o ......................................................................................227
Emilio Adolfo W e s tp h a le n ..................................................... 234

L ibros de poesía de los autores antologados . . . . 241


L I B R O S DE POESÍ A DE LOS A U T O R E S
ANTOLOGADOS

1. José Ju an Tablada: El florilegio (1899, 1904, 1918), A l


sol y bajo la luna (1918), Un d í a . .. (1919), Li-Po y otros
poem as (1920), E l jarro de flores (1922), L a feria (1928),
L os m ejores poem as de Jo sé Ju an T ablada (1943).
2. José María Eguren: Simbólicas (1911), L a canción de las
figuras (1916), Poesías (1929), L a sala am barina (1969).
3. José Antonio Ramos Sucre: Trizas de papel (1921), So­
bre las huellas de H um boldt (1923), L a torre de timón
(1925), El cielo de esm alte y las form as del fuego (1929),
Obras (1956), Aires del presagio (1960), Antología p o é­
tica (1969).
4. Oliverio Girondo: Veinte poem as para ser leídos en e l
tranvía (1922), Calcomanías (1925), Espantapájaros
(1932), Interlunio (1935), Persuasión de los días (1942),
Campo nuestro (1946), En la masm édula (1956).
5. Vicente Huidobro: Ecos del alm a (1911), Canciones
en la noche (1913), L a gruta del silencio (1913), Adán
(1916), El espejo de agua (1916), Horizon carré (1917),
T our Eiffel (1918), H allali (1918), Ecuatorial (1918),
Poem as árticos (1918), Saisons choisies (1921), A utom ne
regulier (1925), Tout á coup (1925), Altazor (1931), Pre­
sentaciones (1932), Ver y palpar (1941), E l ciudadano
del olvido (1941), Últimos poem as (1948).
6. Carlos Latorre: L os alcances de la realidad, Puerta d e
arena, L a ley de gravedad, El lugar común, L a linea d e
flotación, Las cuatro paredes, L os puntos de contacto.
7. Ju lio Llinás: Panta R h ei (1950), L a ciencia natural
(1959), C lorindo Testa (1963).

8. Enrique Molina: Las cosas y el delirio (1941), Pasiones


241
terrestres (1946), Costumbres errantes o la redondez de
la tierra (1951), Amantes antípodas (1961), Fuego libre
(1962), Las bellas furias (1966).

■9. Aldo Pellegrini: El muro secreto (1949), La valija de


fuego (1953), Construcción de la destrucción (1957),
Distribución del silencio (1966).
10. Antonio Porcina: Voces.
11. Braulio Arenas: E l mundo y su doble, (1940), L a mujer
m nem otécnica (1941), Luz adjunta (1950), La sim ple
vista (1951), L a gran vida (1952), El pensam iento trans­
m itido (1952), Discurso del gran poder (1952), Versión
definitiva (1956), Poem as (1959), L a casa fantasma
(1962), Ancud, Castro y Achao (1963), Pequeña m edita­
ción al atardecer en un cem enterio junto al m ar (1966),
En el m ejor de los mundos (1970).
12. Jorge Cáceres: R en é o la mecánica celeste (1941), Pasa­
da libre (1941), Por el cam ino de la gran pirám ide polar
(1943), M onum ento a los pájaros (1943), E l frac incu­
badora (1946).
13. T eófilo Cid: Camino de Ñ ielol (1954), Niños en el rio
(1954), Nostálgicas mansiones (1962).

14. Enrique Gómez-Correa: Las hijas de la m em oria (1940),


Cataclismo en los ojos (1942), M andrágora, Siglo XX
(1945), La noche al desnudo (1945), E l espectro de R ené
M agritte (1948), En pleno día (1949), Carta-elegía a
Jorg e Cáceres (1949), L o desconocido liberado seguido
d e Las tres etapas del vacio (1952), R eencuentro y pér­
dida de la M andrágora (1955), El A G C de la M andrá­
gora (en colaboración con Braulio Arenas, 1957).
15. Magloire-Saint-Aude: D ialogue de mes lam pes (1941),
T abou (1941), Déchu (1956).
16. Octavio Paz: Luna silvestre (1933), Raíz del hom bre
(1937), B ajo tu clara som bra (1937), Entre la piedra y la
flor (1941 y 1956), A la orilla del m undo (1942), L ib er­
tad bajo palabra (1949), Semillas para un him no (1954),
Piedra de sol (1957), La estación violenta (1958), Agua
242
y viento (1959), L ibertad bajo palabra (obra poética
1935-1958) (1960), Salamandra (1962), Viento entero
(1965), Blanco (1967), T opoem as (1968), Discos visuales
(1968), L a centena (1969), L adera este (1969).

17. César Moro: L e chateau de Grisou (1943), Trafalgar


Square (1954), A m our a m ort (1957), L a tortuga ecuestre
(1957).

18. Emilio Adolfo Westphalen: Las ínsulas extrañas (1933),


Abolición de la m uerte (1935).

243

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