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El naufragio teodiceano de Cándido

Manuel de Jesús Díaz Salvador


Durante el racionalismo (S. XVII-XVIII) las religiones monoteístas o hebraicas abrazaron
discursos que permitían resolver uno de los grandes problemas de las premisas que sostienen
estas cosmogonías: 1) Dios es omnipotente 2) Dios es absolutamente bueno. Y que dan origen
al mayor de los inconvenientes de la teología ¿Sí Dios es todo bondad, por qué existe el mal?
Los filósofos preocupados por esta cuestión, que hacía temblar muchas veces la propia fe,
comenzaron a generar discursos para comprender el actuar de Dios, búsqueda que décadas
más tarde causaría que los pensadores de la ilustración tacharan a este tipo de posturas como
simple justificación del mal del hombre. A esta búsqueda de justificar el mal en el mundo
por medio de la razón se le llamo teodicea que en términos generales se refiere a una corriente
de pensamiento que busca aclarar el sentido de la existencia del mal.1

El mal fue dividido en dos clases: el mal natural y el mal moral. El primero causado
por los desastres naturales o la calamidad y el segundo por el hombre; el sufrimiento, sus
ambiciones y perversiones. Leibniz entra dentro de este primer grupo de pensadores o
filósofos de la religión que pretendían encontrar una forma de comprender ¿por qué sí es que
existe un dios totalmente omnipotente y bondadoso permitía que existiera el mal en el
mundo? Entonces este gran pensador nos ofrece el "principio de la razón suficiente”2 y la
idea de que cada acontecimiento bueno o malo es parte de una armonía en el universo
concertada o diseñada por un dios todo poderoso, el tema es largo y extenso, mas discutirlo
no es el propósito de estas reflexiones, sino ahondar en la refutación ideológica que uno de
los pensadores más polémicos de la historia tuvo hacia este tipo de pensamiento.

Voltaire, a través de una de sus obras más importantes, Cándido, arremete con
mordacidad contra esta forma de comprender el mundo, una ideología que no pertenecía

1
Que Dios permita el mal en el mundo no ha resultado tan preocupante, pues algunos filósofos han llegado a
la conclusión de que, en función de la justicia, a los malos les corresponde recibir el mal. Pero, sí resulta
preocupante la aparente falta de consistencia en la distribución de las cosas en el mundo, pues muchos malos
reciben el bien, y muchos buenos reciben el mal. De forma tal que encontrarle sentido al occidente y al oriente
no es propiamente objeto de la teodicea, sino sólo aquellas situaciones en las que Dios parece
actuar en detrimento del sentido de justicia que Él mismo defiende. (Andrade Campo, 2010)
2
Según este principio, no se produce ningún hecho sin que haya una razón suficiente para que sea así y no de
otro modo. En otras palabras, nada ocurre inesperadamente, todo tiene una razón de ser. (Andrade Campo,
2010)
vulgo puesto que pocos eran aquellos que llevaban a racionalizar los problemas de la fe, así
que el problema del mal en el mundo se le atribuía al pecado y a la ira de dios. Un terremoto
en Lisboa fue lo que causo en Voltaire la alerta acerca de este tipo de pensamiento 3 pues no
podía concebir un mundo en que justos e injustos sufrieran por igual o donde sólo los justos
sufrieran y los malvados vivieran en la impunidad, mundo donde los hombres se condujeran
por medio de la conformidad de ser parte del mejor de los mundos, pues él era un impulsor
de la luz de la razón.4

Cándido un muchacho alemán, al igual que Leibniz, instruido por el filósofo Pangloss
en la filosofía de los mundos posibles, comienza un viaje a través del mundo después de ser
expulsado del castillo de un poderoso barón de la provincia de Vestfalia, al recibir apenas
una muestra de afecto de la hija de este, Cunegunda, es así como inicia su jornada de padecer
y desventura. Viaja por una Europa asediada por los males morales del hombre: guerra,
hambre, codicia, egoísmos, enfermedad. “Cándido” fue llamado por su naturaleza apacible,
juicio recto y espíritu simple; no conocía los males del mundo y durante su jornada habría de
intentar defender la filosofía con la cual había concebido el mundo; ¿por qué los búlgaros lo
molieron a palos, o cristianos que escucho predicar la caridad se la negaron, por qué el dolor
y el sufrimiento hizo de su maestro una piltrafa y de su amada una víctima de la brutalidad
de la guerra? Durante este trayecto, una odisea filosófica, nuestro protagonista intenta
defender su postura ante la vida y con frecuencia se pregunta acerca del origen y el propósito
del mal en el mundo; constantemente se pregunta ¿qué pensaría su maestro Pangloss, qué
consuelo le daría? Con frecuencia repite el principio de Leibniz:

3
En 1755 se suscitó en Lisboa uno de los terremotos más devastadores registrados por la historia escrita. Dejó
cerca de cien mil muertos, y destruyó casi por completo a la ciudad de Lisboa. Semejante tragedia propició
que se reconsiderará la teodicea de Leibniz, quien había muerto treinta y nueve años antes del terremoto.
Ante tal devastación, la respuesta que parecía desprenderse de la justificación de Leibniz es que el mal del
terremoto no sería más que la contraparte lógica de algún bien mayor, del cual, a partir de nuestra limitada
experiencia, quizás no tengamos noticia. Ciertamente el terremoto de Lisboa había sido devastador, pero, si
Leibniz tenía razón, no podíamos aspirar a algo mejor; los cien mil muertos y la destrucción de Lisboa forman
parte del mejor de los mundos posibles. (Andrade Campo, 2010)
4
En la razón y en la naturaleza apoyó todas sus tesis filosóficas y mantuvo su fe encendida en la supervivencia
del planeta mediante las luces del hombre culto y virtuoso. Confiaba en los sistemas prácticos, desprovistos
de misterios sobrenaturales, como camino seguro para hallar la verdad, y rechazaba las fórmulas metafísicas
y arcaicas. Su moral es elemental. No era lógico para él sino el hombre pensante que supiera guiarse por la
razón. (Páes Escobar, 2016)
“Demostrado está, decía Pangloss, que no pueden ser las cosas de otro modo, porque habiéndose
hecho todo con un fin, este no puede menos que ser el mejor de los fines”

“no hay efecto sin cusa -dijo Cándido-; todo este encadenado necesariamente y ordenado para lo
mejor; ha sido menester que me echaran de casa de la señorita Cunegunda y que me dieran carreras de
baquetas y es menester que mendigue el pan hasta que lo pueda ganar; nada de esto podía ser de otra
manera”

“Cándido se acerca, ve a su bienhechor que reaparece un instante y se hunde para siempre; quiere
tirarse tras él al mar; pero lo detiene el filósofo Pangloss, demostrándole que la bahía de Lisboa ha sido
hecha expresamente para que en ella se ahogara el anabaptista”

Las constantes repeticiones de las diatribas filosóficas actúan como consuelo ante las
diversas calamidades que Cándido encuentra durante su viaje, primero por encontrar ese
lugar mejor en el mundo, después al reencuentro con su amada, Cunegunda, por realizar su
amor por medio unión nupcial, cuando los amantes se pierden una vez más, por el reencuentro
que es el principal motor de sus viajes. Fuera de Alemania, Cándido, haya hombres y mujeres
que han sufrido tanto como él y sus amigos, todos desplazados por la guerra el principal mal
de la humanidad, y está en constante reflexión filosófica con todos estos individuos, en cada
uno de ellos encuentra respuestas distintas al origen del mal en el mundo5:

“Jacobo no era de su parecer. Fuerza es -decía- que los hombres hayan estragado en algo la
naturaleza, porque no nacieron lobos y se han convertido en lobos. Dios no les dio ni cañones de veinticuatro
ni bayonetas, y ellos para destruirse, han fraguado bayonetas y cañones”

“Señorita, tengo experiencia y sé lo que es el mundo; vaya usted preguntando a cada pasajero, uno
por uno, la historia de su vida, y mande que me arrojen de cabeza al mar si encuentra uno solo que no haya
maldecido cien veces la existencia y que no se haya creído el más desventurado de los mortales”

El contacto con estas otras formas de pensamiento acerca del mundo, la vida, el mal
y el bien sumadas al desgaste del trayecto interminable de sucesos desastrosos y dolosos por
los que va pasando el personaje comienzan a generar dudas con respecto si la filosofía que
ejerce es la correcta o si hay razón en ella:

5
Que Dios permita el mal en el mundo no ha resultado tan preocupante, pues algunos filósofos han llegado a
la conclusión de que, en función de la justicia, a los malos les corresponde recibir el mal. Pero, sí resulta
preocupante la aparente falta de consistencia en la distribución de las cosas en el mundo, pues muchos malos
reciben el bien, y muchos buenos reciben el mal. (Andrade Campo, 2010)
“¡Lástima es -decía Cándido- que hayan ahorcado, contra lo que es práctica, al sabio Pangloss en
un auto de fe! Cosas maravillosas nos diría acerca del mal físico y del mal moral que cubren mares y tierras,
y yo me sentiría con valor para hacerle algunas objeciones”

“¿Qué diría el doctor Pangloss si viera lo que es la pura naturaleza? Todo está bien, enhorabuena;
pero confesemos que es muy triste haber perdido a la señorita Cunegunda y ser ensartado en un asador por
los orejones”

De esta forma, Voltaire, nos va narrando la degradación de la filosofía de Leibniz en


contraste con los sucesos que los personajes van pasando, y así es como nos introduce a lo
que él considera la filosofía correcta para conducirse por el mundo, el momento verdadero
en que cándido pierde la fe en las enseñanzas de su maestro Pangloss y comienza a tener un
interés por encontrar respuestas a la incertidumbre que no apaga el conformismo de la
filosofía de Leibniz. América es entonces el lugar donde puede existir esa civilización que se
conduce por el uso de la razón del hombre pues, sólo a través de ella es que el hombre puede
encontrar las virtudes necesarias para escapar del mal moral:

“Todo el país estaba cultivado, no menos para recrear el gusto que para satisfacer las necesidades;
en todas partes lo útil se unía con lo agradable; se veían los caminos reales cubiertos, o mejor dicho,
ornados de carruajes, de formas elegantes y de luciente material”

Es en este capítulo donde, Voltaire, vacía sus pensamientos acerca de la razón, acción
y armonía que deben regir los actos de hombres que no deseen más de lo que dios ya le ha
dado y un estado que procure la justicia para sus habitantes, un mundo así solo puede ser
posible en un lugar remoto en las indias, nunca en la Europa ya corrompida, ya destruida por
el mal moral. Pero al llegar allí, Cándido, no es feliz con el hecho de haber hallado el mejor
lugar en su mundo posible, es un hombre europeo y no está conforme con lo que la vida le
ha ofrecido así que tomada riqueza de este “El dorado” y sigue su camino en busca del
reencuentro de su amada Cunegunda, pero constantemente recordando ese mundo de
completa armonía y justicia que lamenta haber abandonado cuando es testigo de la atrocidad
de la humanidad:

“Cuando trabajamos en los ingenios de azúcar y nos coge un dedo la piedra del molino nos cortan
una mano; cuando nos queremos escapar nos cortan una mano y yo me he visto en ambos casos, y a ese
precio se come azúcar en Europa.”
“- ¡Oh Pangloss! – exclamo Cándido- esta abominación no habías adivinado: se acabó, será fuerza
que adjure de tu optimismo. ¿Qué es optimismo -dijo Camcabo- ¡Ah! -respondió Cándido- es la manía de
sustentar que todo está bien cuando esta uno más mal”

Ahora con una cantidad exorbitante de capital, que por su cualidad innata de candidez
va perdiendo por medio de la estafa o el juego, o por su desprendimiento e inocencia para
hacer negocios, aun así, esta fortuna le sobra y basta para recorrer las esferas más altas de la
aristocracia europea y espera y se reencuentra con viejos amigos que han sufrido, comparte
mesa con mendigos viajantes que tiempo atrás fueron reyes, continua con su búsqueda
filosófica y haya a un sabio llamado, Martin, que se declara maniqueo con quien filosofó y
continuo su viaje:

“Confieso que cuando tiendo la vista por este globo o glóbulo, se me figura que Dios lo ha dejado
ha disposición de un ser maléfico”

En este punto el personaje ya había dejado atrás el pensamiento de Leibniz y lo único


que lo mantenía con esperanzas era consumar su amor con la hermosa, Cunegunda, cosa que
fue a ocurrir en Propóntida Turquía, y se daría cuenta que los estragos de la travesía habían
cobrado creces a la belleza de su amada, a Cándido no le quedaba nada para consolarse más
que la búsqueda de la respuesta; su juicio se encuentra en un cruce de caminos filosóficos,
por una parte el sabio Martín por otra el sabio Pangloss:

“Socito este razonamiento nuevas reflexiones, y coligió Martín que el destino del hombre era vivir
en las convulsiones de la angustia o en el letargo del tedio; Cándido no se lo concedió, pero no afirmaba
nada; Pangloss confesaba que toda su vida había sido una serie de horrorosos infortunios; pero como una
vez había sustentado que todo estaba perfecto, seguía sustentándolo sin creerlo”

Con esta confusión los tres; sabio, maestro y estudiante se dirigieron a la ciudad donde
esperaban discurrir con un sabio Derviche que a su encuentro les negó el dialogo; la respuesta
para Cándido fue encontrada en un viejo granjero:

“Sin dudad que tenéis -dijo Cándido al turco- una vasta y magnifica posesión. Nada más que veinte
fanegas -respondió el turco- que labro con mis hijos; y el trabajo nos libra de tres insufribles calamidades:
el aburrimiento, el vicio y la necesidad.”

Desde esta perspectiva, Voltaire, da solución al problema de su personaje en un


mundo repleto de errores, la experiencia le ha permitido salir de su discurso pasivo en que se
pretende que un dios todo poderoso pruebe nuestra fe por medio del sufrimiento humano,
donde la justicia y el alivio a los males morales le corresponde al correcto uso de la razón y
no solo a la espera de que llegue algo mejor, nada hay más neoclásico que la frase final de la
obra de Voltaire: tenemos que cultivar nuestra tierra. En ella encierra el espíritu del dominio
total del cuerpo, la naturaleza, el empirismo y el uso de la razón de forma correcta y
productiva.6

6
la solución que parece desprenderse de Cándido es precisamente despreocuparse por la teodicea; pues la
preocupación filosófica por estas cuestiones no hace sino traer consigo grandes males sociales. La escena final
de Cándido es ilustrativa: tras una larga serie de infortunios y calamidades, Cándido y Pangloss entablan una
última conversación sobre el mal, y Cándido pronuncia estas palabras: “Es menester labrar nuestra tierra”. En
otras palabras, Voltaire, por boca de Cándido, exhorta a trabajar más en cuestiones productivas, y reflexionar
menos sobre cuestiones improductivas que, si bien podrían resultar filosóficamente satisfactorias, no
contribuyen al bienestar de las personas. (Andrade Campo, 2010)
Bibliografía

Andrade Campo, G. (2010). Dos perspectivas sobre el problema del malla Teodicea de
Leibniz y Cándido de Voltaire (1st ed., pp. 25-47). Revista de filosofía. Retrieved from
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3579841

Páes Escobar, G. (2016). Las razones de Voltaire (1st ed.). Biblioteca Luis Ángel Arango del
Banco de la República, Colombia. Retrievedfrom
http://publicaciones.banrepcultural.org/index.php/boletin_cultural/article/view/3473

Voltaire. (2010). Cándido. México, D.F.: colofón.

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