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El estudio de la lengua durante la segunda mitad del siglo XIX siguió los lineamientos de la
Real Academia Española. Esta corriente lingüística tradicional proponía la enseñanza de
una gramática descriptiva y normativa, centrada en el estudio de la semántica léxica, es
decir, en el significado y la etimología de las palabras, y postulaba como modelo a imitar el
registro culto del lenguaje literario, especialmente en sus aspectos estilísticos.
La primera mitad del siglo XX estuvo signada por la labor en los ámbitos académicos de
Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña. Estos autores tomaron algunos puntos
centrales de la tradición gramatical de Andrés Bello difundida por las escuelas normales a
fines del siglo XIX y le dieron mayor impulso a partir de los aportes teóricos de sus propias
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Alicia Romero de Cutropia- Didáctica de la Lengua y la Literatura 2008- Facultad de Filosofía y Letras-
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“La manera como pronunciamos constituye el primer indicio por el cual los
demás aprecian nuestra educación y cultura, y regulan sus relaciones con
nosotros. Quien desee pronunciar debidamente, tendrá que mantenerse
igualmente alejado de los dos extremos que contribuyen a afear el habla: la
vulgaridad, indicio de incultura, y la afectación, que por huir de un vicio
cae en otro no menos vituperante” (Bastiani y otros:1944:10)
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Los signos entablan entre sí distintos tipos de relaciones: sintagmáticas o en presencia con
los signos que le preceden y que le siguen en el continuum y paradigmáticas o en ausencia
con los signos que poseen rasgos comunes con ellos de índole funcionales o semántica con
los que podrían intercambiarse.
Saussure sostuvo que la lengua es una forma y no una sustancia. Esta vertiente de la
teoría saussuriana dio lugar a la Glosemática desarrollada por Hjemslev en Copenhague
que distingue entre el plano de la expresión y el plano del contenido. Materia, forma y
sustancia se desdoblan en el plano de la expresión y den el plano del contenidos, dando
lugar a seis niveles lingüísticos fundamentales.
Otra línea del estructuralismo fue el funcionalismo que parte de la concepción de la lengua
como instrumento de comunicación. Estas preocupaciones dan lugar a las investigaciones
fonológicas de Trubetzkoy y a los estudios de A. Martinet, R. Jakobson y otros lingüistas
de la escuela de Praga.
Lacau y Rosetti (1962:XXIII), recuperan estas teorías y sostienen que la lingüística
moderna estudia las formas y no los significados. Por lo tanto, el análisis gramatical debe
basarse en las formas y no en la significación. A la gramática le interesa “cómo se dice
algo y no la significación”. Se prioriza el análisis sintáctico de la estructura de la
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oración, la articulación entre sujeto y predicado, las definiciones y funciones de las partes
de la oración.
Proponen una gramática que nos explica cómo es el sistema de la lengua y desestima la
antigua gramática normativa que nos dice cómo debe ser el sistema, brindando reglas para
hablar y escribir correctamente una lengua de acuerdo con el uso de la gente culta.
Proponen estudiar el análisis sintáctico de oraciones, especialmente seleccionadas de textos
literarios, y la morfología y la semántica, a través del estudio de palabras aisladas
identificando los accidentes y la calase semántica a la que pertenecen.
Estas propuestas son continuadas por Sperber y Zaffaroni que publican sus Cuadernos de la
Lengua en la década del noventa. La estructura del libro presenta dos partes sin relación
alguna: el análisis gramatical, entendido como estudio de la oración, las palabras y sus
accidentes, y el análisis literario, en donde se trabaja desde la perspectiva de la estilística
tradicional.
El comentario de textos de Lázaro Carreter fue el modelo de trabajo sobre los textos
literarios dominante en este período histórico.
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La teoría de los actos de habla de los filósofos Austin y Searle también llega a nuestro
país, junto con los estudios sobre la teoría de la acción y especialmente de los
performativos, en los cuales el acto se identifica con la enunciación del acto.
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Santiago Gándara (1988) señala dos objeciones a estos materiales: la primera de ellas es
que los textos se muestran como exclusivamente teóricos, densos, saturados de una jerga
académica.
“La teoría no sólo constituye el fundamento del libro sino que aparece en los
conceptos y definiciones que deberán ser trabajados por los estudiantes.
Fenómenos de comunicación, introducidos a partir de situaciones vitales,
son luego retraducidos a un lenguaje extraño, novedoso, que, en vez de
recuperar lo percibido por el alumno en una primera instancia del
aprendizaje, lo deriva al punto inicial. Por otro lado, la proyección de
categorías intraoracionales a lo textual, que intentaría subrayar la unidad
lengua-discurso, no se cumple o se cumple parcialmente. En la mayoría de
los casos, la gramática oracional aparece como un agregado que se justifica
sólo por la exigencia del programa oficial”. (1988:32)
En los últimos años de la década del ochenta aparecieron libros que incorporaron nociones
de discurso y propusieron nuevas metodologías de trabajo (actividades grupales, consignas
de taller de escritura, guías de lectura y análisis literario) como los editados por AZ,
Ateneo, Kapelusz, Santillana y Colihue. La propuesta de Petruzzi-Silvestre-Ruiz (1988)
recoge los materiales que se empleaban en las cátedras de Semiología y Análisis del
Discurso del Ciclo Básico Común de la Universidad Nacional de Buenos Aires. El
privilegio del discurso literario cede su lugar a otros discursos sociales como el texto
periodístico, la historieta, la narración histórica, la conversación. Se observa además un
esfuerzo por integrar los temas de la asignatura: lengua, normativa, lectura y producción
de textos.
La unidad de análisis se ha ampliado al texto, entendido como discurso con una función
social y esto permite que entren en la escuela variedad de discursos. Marta Marta Marín en
su Lengua y Literatura dice:
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Así lo expresan también Lorenzini y Ferman (1988) cuando critica la enseñanza formalista
de la lengua y la presentación del texto literario como modelo lingüístico para la reflexión
sintáctica y para la producción del alumno. Proponen, en cambio, partir del adolescente y
de su lengua y mostrarle los usos adecuados en contextos más formales.
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No se había tomado conciencia de que los aportes de las ciencias del lenguaje y la
psicología son necesarios pero no suficientes para resolver los problemas didácticos porque
los primeros se refieren a la naturaleza de la lengua como objeto social y los segundos al
proceso de reconstrucción del conocimiento de ese objeto por parte del sujeto, pero ni unos
ni otros pueden dar cuenta del conjunto de interacciones que se producen entre los tres
polos del triángulo didáctico: el docente, los alumnos y el saber lingüístico que se intenta
comunicar. Ninguno de ellos aporta conocimientos sobre las relaciones entre la enseñanza y
el aprendizaje.
Ahora bien, en los últimos 15 años se han realizado diversas investigaciones didácticas con
el objeto de estudiar la enseñanza y el aprendizaje de la lectura y la escritura en la escuela,
de analizar cuidadosamente el funcionamiento en el aula de determinadas propuestas de
enseñanza dirigidas a comunicar a los alumnos estas prácticas sociales, de validar o
desechar las situaciones didácticas previamente diseñadas. Las propuestas estudiadas están
enmarcadas en un modelo didáctico que concibe a los alumnos como productores de
conocimiento y no sólo como consumidores, al mismo tiempo que asume los aportes de la
lingüística actual como definitorios del objeto de enseñanza lengua.
En el caso de la lengua oral, los desarrollos didácticos son aún incipientes, no obstante es
posible pensarlos enmarcados en este mismo modelo didáctico. Señalaremos algunos de
estos aportes didácticos en relación con las condiciones de las situaciones didácticas y con
la intervención docente, centrados en la lectura y la escritura.
Un problema didáctico crucial es el de determinar cuáles son las condiciones que favorecen
la construcción del sentido de los aprendizajes por parte de los alumnos. La modalidad de
organización de las actividades que ha revelado ser más apta para dotar de sentido a la
lectura y la escritura es la que toma como eje el desarrollo de proyectos de producción e
interpretación, proyectos que apuntan, por ejemplo, a producir un periódico, una revista de
divulgación científica, un cassete de poemas o cuentos, una antología de suspenso o de
terror.
Estos proyectos ofrecen un marco propicio para conciliar los propósitos didácticos, cuya
concreción es necesariamente mediata (ya que la enseñanza de la lectura y la escritura
como prácticas sociales se extiende a lo largo de toda la escolaridad) con propósitos
inmediatos que se plantean en la clase, propósitos que dotan a la lectura y a la escritura de
un sentido actual desde la perspectiva de los alumnos y al mismo tiempo permiten preservar
en la escuela el sentido social de estas prácticas y ofrecen una versión del objeto de
enseñanza lengua que tiende a reproducir en la medida de lo posible la definición que de su
objeto de estudio hacen actualmente las ciencias del lenguaje.
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Por otra parte, el análisis de las experiencias que centraron su trabajo en el desarrollo de
proyectos permitió también esclarecer la necesidad de que esta modalidad organizativa
coexista con otras. Se detectó en particular que los proyectos, cuya gran ventaja es la de
proveer un marco para el desarrollo de la lectura y la escritura en situaciones altamente
contextualizadas, deberían ser complementados con situaciones didácticas que permitan
descontextualizar ciertos saberes lingüísticos. En efecto, el aprendizaje de la lectura y la
escritura requiere el desarrollo de actividades de sistematización de los conocimientos que
se han ido elaborando como respuesta a los problemas planteados al leer y al escribir. Una
vez sistematizados, estos conocimientos se convierten en instrumentos de autocontrol de la
producción y la interpretación de textos.
A esto se puede agregar que los estudios didácticos llevaron tanto a tomar conciencia de la
necesidad de mantener una vigilancia constante sobre la vinculación entre las propuestas
realizadas en clase y las situaciones sociales en que se lee y se escribe, como a reconocer la
imposibilidad de reproducir exactamente en el marco escolar las condiciones extraescolares
de la lectura y la escritura.
Por esos es necesario admitir al mismo tiempo que se ejerce un control estricto para evitar
todo alejamiento injustificado de la versión escolar con respecto a la versión social, que las
condiciones planteadas en la escuela no siempre podrán ser idénticas a las que se plantean
en otros contextos sociales, por eso es necesario aceptar que en algunos casos se propongan
en el aula situaciones que no tendrían lugar fuera de ella, situaciones cuyo único objetivo es
el de comunicar a los alumnos determinados conocimientos.
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En cuanto a la lectura en voz alta diversos estudios han mostrado que las situaciones que
más contribuyen a su desarrollo son aquellas que forman parte de un proyecto: emitir un
programa radial, grabar un cassette de poemas o cuentos, hacer una función de teatro leído,
en cuyo marco tiene sentido hacer reiterados ensayos. También resulta productivo (y
adecuado a la situación) leer en voz alta cuando se dispone de un solo ejemplar de un
material que se necesita consultar o cuando se discute sobre un pasaje particularmente
difícil de un texto que todos están leyendo, ya que en estos casos los alumnos se esfuerzan
por leer con claridad para comunicar el mensaje a sus compañeros.
En relación con la escritura, diversos estudios mostraron que los progresos son mayores
cuanto más formales con las situaciones planteadas. En efecto, los alumnos mejoran
notablemente la calidad de sus producciones cuando saben que éstas se harán públicas o
cuando están dirigidas a un destinatario desconocido o distante (una autoridad, una persona
famosa, etc.). Es en estas situaciones donde la revisión adquiere sentido, y por eso se
suscita una mayor preocupación por corregir cuidadosamente el texto. En cambio, las
situaciones en que se produce un texto dirigido a un destinatario específico y conocido por
los alumnos son las más efectivas para lograr que estos comiencen a descentrarse de su
propio punto de vista y a ubicarse en el del lector.
Por otra parte, las experiencias realizadas sugieren la conveniencia de equilibrar las
actividades de producción grupal, colectiva e individual. La producción en pequeños
grupos cumple un papel importante para el aprendizaje de la escritura, tanto porque permite
que cada alumno asuma alternativamente el rol de productor y lector del texto que se está
produciendo como porque da lugar a discusiones que llevan a elaborar y explicitar
conocimientos relativos a la lengua escrita y a las diferencias entre oralidad y escritura. Las
producciones colectivas favorecen una mayor intervención del docente, permiten hacer
observables problemas que los alumnos no hubieran detectado por sí mismos y dan lugar a
la sistematización de algunos saberes. La producción individual hace posible que cada
alumno asuma la responsabilidad del productor, se desdoble, ocupando simultáneamente el
lugar del productor y del lector, detecte problemas y busque alternativas para resolverlos.
Cabe señalar que la producción colectiva es una de las situaciones didácticas que resultan
productivas para el aprendizaje a pesar de no corresponder al uso social de la escritura.
Producir colectivamente un texto adquiere sentido cuando el proyecto en que esa
producción está inserta requiere la elaboración de un único ejemplar de un cierto género:
cuando un grupo inicia un intercambio epistolar con otro, cuando hay que producir una
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carta solicitando una visita a una fábrica, cuando se escribe la introducción de una antología
de cuentos, cuando se resume un texto informativo para otro grupo que no lo tiene a su
alcance.
También se han recuperado de los estudios sobre la didáctica de la lengua algunos criterios
de evaluación didáctica. Entre ellos pueden mencionarse:
la posibilidad de los alumnos de revisar los textos que producen así como de poner
en juego -al hacerlo- conocimientos lingüísticos pertinentes
la adecuación creciente de los textos a las situaciones comunicativas en que están
insertas,
la calidad del aporte al trabajo grupal,
la posibilidad de elaborar argumentos para defender o rebatir una interpretación o
una decisión tomada al escribir,
la actitud frente al error propio o ajeno,
la autonomía en la elección del material de lectura, lo que supone la elaboración de
criterios de selección,
los progresos en la forma de dar y pedir información,
la iniciativa para pedir libros prestados a la biblioteca para leerlos en casa y
compartirlos con otros.
Estos parámetros están vinculados con la actividad didáctica en curso o ya realizada y
reflejan las relaciones entre la enseñanza y el aprendizaje.
Otro aspecto considerado en el currículo tiene relación con las prácticas escolares.
Concretar una propuesta didáctica que toma en cuenta el enfoque comunicativo y que
concibe al alumno como hablante competente y como productor de conocimiento significa
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Es función de la escuela ofrecer a los alumnos la oportunidad de que hagan en ella lo que
más adelante deberán hacer en sus vidas: hablar, leer y escribir en circunstancias concretas
y con propósitos definidos, aprovechar o generar estas situaciones para que los niños
realicen una práctica comunicativa real. Es función de la escuela contribuir a formar
personas que puedan leer, escribir, tomar la palabra y también hacerse escuchar en todas las
situaciones sociales en las que participen.
Los estudios literarios han tenido un importante desarrollo en el siglo XX. Las Fuentes para
la Transformación curricular intentaron definir cuáles de los aportes científicos de los
estudios literarios debían formar parte del recorte escolar de la educación obligatoria.
Recordemos que la mayoría de los académicos consultados tuvo cierta dificultad para
determinar los contenidos escolares sobre la literatura. Plantearon más la problematización
actual sobre el hecho literario que contenidos específicos para la enseñanza.
No es posible dar una definición universal del hecho literario, ya que su conceptualización
surge de un consenso o acuerdo de las instituciones sociales en un determinado momento
histórico. Definir un texto como literario no sólo depende de elementos intrínsecos sino
también de cómo se lo lee, del modelo de lectura aceptado y de lo que cada época considera
como literario. (Pozuelo Yvancos, 1989).
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sujeto al criterio de verdad y por ello de este mundo no se puede predicar que sea verdadero o
falso, sino verosímil (como posible de ser verdadero en el mundo creado en que se mueve).
Esa ficción debe plasmarse como hecho estético. Como una función particular del lenguaje.
La obra artística se autorreferencia ya que no conoce más límites que los derivados de su
propia codificación pudiendo así transmutar lo irreal en real o desrealizar la realidad para
recrearla. La relación comunicativa del hecho literario se manifiesta en el pacto ficcional que
se establece entre el emisor y el receptor sin el cual es imposible leer la ficción literaria.
Se pueden establecer matices diferenciales entre los paradigmas que leen la obra literaria
desde el contexto (lectura referencial) y los que practican una lectura inmanente del texto o
los que leen desde la recepción, desde el consumo del texto. El DCP recupera los aportes de
algunas teorías literarias, especialmente el funcionamismo, el estructuralismo, los estudios
textuales de Bajtin, la pragmática literaria, las teorías de la recepción, la semiótica cultural, la
narratología y la nueva retórica. A continuación caracterizaremos las tres modalidades de
lectura que se relacionan con las teorías literarias señaladas y señalaremos los aportes que
recupera de ellas el DCP.
La lectura contextual es aquella en la que se lee el texto desde afuera pero también aquella
en que se lee el afuera del texto. Permite analizar una obra a partir de una tradición literaria.
También se puede abordar un texto desde el contexto de producción (factores históricos,
sociales, económicos, políticos, movimientos literarios, etc.) para ver de qué modo se
inscriben en los textos estas variables culturales o desde la reconstrucción histórica de ciertas
condiciones de producción y consumo, tal como hace la crítica filológica tradicional, con el
objeto de reponer las realidades linguisticas y no linguisticas que dan sentido a la obra
literaria.
Otro modo de leer desde afuera es trabajar el texto desde un modelo de lectura que provenga
de disciplinas no literarias, como la crítica psicoanalítica, la filosofía, etc. Estas lecturas
interpretan el texto a partir de paradigmas previos a él (sociológicos, psicológicos) y lo hacen
manteniendo un diálogo fructífero con la obra o de un modo dognático e irrespetuoso de la
realidad textual, imponiendo una lectura que mutila y anula su pluralidad.
La lectura inmanente del texto postula la puesta entre paréntesis del objeto de conocimiento
aislándolo de la realidad de la que es parte (crítica fenomenológica, formalismo ruso,
estructuralismo). Estos paradigmas de lectura se centran en el texto para buscar allí su
cosmovisión, su materialidad, su forma, su funcionamiento o la descripción de su estructura.,
como sucede con el análisis actancial.
La modalidad de lectura que pone el acento en la recepción tiene como principal objetivo
el estudio del papel del lector en la literatura. Para esta concepción toda obra literaria es
incompleta y sólo halla su concreción en la recepción. Este modo de entender el acto de
lectura suele denominarse estética de la recepción o teoría de la recepción. Para ella todo está
constituido por los huecos que el lector debe reponer haciendo opciones diversas. Cuando se
trabaja un texto desde esta óptica se pueden observar diversos aspectos: la interacción entre
las estrategias de escritura y las de lectura, la presencia del lector en el texto, el horizonte de
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Para desarrollar la competencia literaria, se requieren las tres modalidades de lectura. De allí
que el Documento Curricular Provincial recupere aportes de diversos desarrollos teóricos
para formar un lector competente literariamente. Dentro de la modalidad de lectura centrada
en el texto se ubican los aportes del formalismo y del estructuralismo.
El formalismo ruso centró su atención sobre la materialidad del texto literario, sobre todo se
ocupó de estudiar cómo funcionaba, pues consideraba que todo texto literario era una
organización especial del lenguaje con leyes propias, estructuras y recursos específicos. La
pregunta principal ante el texto era: ¿cómo funciona? El objeto de la ciencia literaria debía
ser el estudio de las particularidades específicas de los objetos literarios, de aquello que los
hacía diferentes a los otros: la literaturidad (Jakobson). Esto implicaba un análisis del texto
en el que fuera aislado de los condicionamientos contextuales. Realizó un análisis inmanente
de los textos. Confrontó la lengua poética con la cotidiana y a partir de allí desarrolló una
poética que se apoyaba en la linguistica pero con objetivos diversos a los de esta disciplina.
El formalismo ruso definió lo literario a partir de la finalidad del sujeto hablante (la función
poética del lenguaje para Jakobson), como una serie de fenómenos lingüísticos donde el fin
práctico es relegado a un segundo plano y los elementos lingüísticos que componen el
mensaje tienen valor autónomo y no están subordinados a la finalidad práctica de la
comunicación cotidiana. Se analizaron los procedimientos técnicos para disponer y elaborar
los textos literarios. Propp identificó las funciones del cuento tradicional ruso y planteó las
bases para el análisis morfológico del cuento.
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Sin embargo, no habría que descartar totalmente los aportes del estructuralismo para la
enseñanza de la literatura. Los análisis estructuralistas permiten desarrollar en los alumnos un
aparato de lectura consistente para abordar la lectura no solamente desde la intuición. Los
entrena en el análisis del texto, distinguiendo entre el nivel de la historia1 y el del discurso
en el relato. En el nivel de la historia se distinguen funciones (núcleos y catálisis2 e índices e
informaciones3) y actantes4. En el nivel del discurso se estudian la enunciación y en ella las
estrategias discursivas. Todorov distingue en el texto el tiempo5 del relato, los aspectos6 del
relato y los modos7 del relato. Los recursos del relato se refieren a las figuras retóricas.
Las teorías textuales basadas en Bajtin postulan que el objeto de análisis es el texto y no la
frase ya que éste es más que la suma de oraciones que lo componen. Para acceder al
conocimiento de la obra literaria son tan importantes los elementos textuales como los
contextuales (el momento histórico social en que se produce). La sanción social decide qué
se entiende por literatura en cada contexto. La literatura es una forma de comunicación
socialmente diferenciada por lo cual aparece como fundamental la instancia del lector-
receptor.
Las miradas centradas en el lector nos ofrecen aportes interesantes por al importancia que
le conceden en la construcción del sentido de la obra literaria. La semiótica estudia los
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La historia o fábula es una convención que corresponde a la síntesis argumental de un texto. En ella se
puede distinguir el nivel de las funciones y el nivel de las acciones.
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Los núcleos son las acciones principales que organizan todo relato y entre las que se establece una relación
de causa.-efecto y las catálisis son expansiones del relato que sirven para retardar el pasaje de un núcleo a
otro, creando el suspenso.
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Los índices remiten a conceptos necesarios pero difusos en torno a un carácter, un sentimiento, una
atmósfera. No sólo describen sino también interpretan, se plantean hipótesis de lectura a partir de ellos. Las
informaciones sirven para situar el tiempo y el espacio en el relato. Son datos puros.
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Los personajes cuentan sólo en tanto participan de una determinada acción y se relacionan mutuamente. Los
personajes no se clasifican por lo que son sino por lo que hacen ,y de acuerdo a cómo se relacionan con los
tres ejes semánticos del relato (deseo, comunicación, pruebas) serán sujeto/objeto, donante/destinatario o
ayudante/opositor. Se denominan por eso actantes. Los actantes pueden no ser personas, pueden estar dentro
del mismo sujeto o pueden ser ideas.
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El tiempo del relato es la relación que se establece entre el tiempo de la historia (pluridimensional) y el del
discurso (lineal). Las estrategias discursivas que se relacionan con el manejo dle tiempo en el relato son: la
deformación temporal, el encadenamiento, la alternancia, la intercalación y la alternancia. El tiempo de
enunciación se vuelve literario cuando se lo introduce en la historia, cuando el narrador nos habla del tiempo
que tiene para escribir su relato. El tiempo de la recepción se vuelve literario cuando el narrador lo tiene en
cuenta.
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Los aspectos del relato son las miradas o puntos de vista reconocibles en un texto. Podemos distinguir entre
el narrador-personaje, el narrador por debajo del personaje y la visión esteroscópica donde el narrador pasa de
un personaje a otro para contar uno o varios acontecimientos.
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Los modos del relato corresponden a la forma en que la historia es vista o percibida por el narrador y tiene
que ver con la forma en que se la expone: estilo directo, estilo indirecto o estilo indirecto libre. Se incluyen en
el estudio del discurso los recursos retóricos.
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procesos culturales como procesos de comunicación y tiende a mostrar que tras esos procesos
culturales hay sistemas.
Podemos distinguir entre las semióticas textuales la estética de la recepción (Jauss o Isser), la
semántica y la semiótica pragmática (Eco). Desde esta perspectiva, el texto es un mecanismo
económico que necesita la cooperación del lector quien de acuerdo con sus competencias
hace presuposiciones y repone la información que está sobreentendida o no dicha y establece
vínculos intertextuales. Pero al mismo tiempo el texto es un producto cuya suerte
interpretativa forma parte de su propio mecanismno generativo pues en el momento de su
producción se elabora una serie de estrategias que presuponen los movimientos del posible
lector.
Cuando un autor empírico escribe un texto imagina un lector modelo a partir del cual
desarrolla sus estrategias de escritura y cuando un lector empírico lee, imagina un autor
modelo. En esta concepción del texto y la lectura, autor y lector no son otra cosa que papeles
actanciales del enunciado. El autor es una hipotesis interpretativa que desarrolla el lector de
acuerdo con una serie de procedimientos y marcas textuales que recorta como significativas y
el lector es un conjunto de condiciones que un texto establece como necesarias para que su
contenido potencial pueda ser actualizado.
Hay algunos elementos comunes a estos aportes científicos que se rescatan en el DCP. Se
trata el texto como producto social e histórico tanto en los circuitos de producción como en
los de recepción. Se plantea la posibilidad de una competencia literaria, entendida como
construcción social de cada individuo, como capacidad siempre en expansión, de recibir y
reconocer como literarios ciertos fenómenos culturales. Se considera al lector como
constituyente del texto, como una estrategia del discurso mismo y se postula la existencia de
un lector implícito (lector modelo para Eco) en pie de igualdad con la voz de la enunciación.
Se sostiene la posibilidad de la interpretación múltiple del texto, la posibilidad de realizar
más de una lectura del discurso literario. Aparece el texto literario como el lugar privilegiado
de las cosas no dichas, poseedor de un alto grado de implicitación, de silencios, espacios en
blanco que el lector debe completar.
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Muchas veces en la práctica de las aulas, en nombre de la libertad del lector y de las
múltiples lecturas, sólo se instauró una mirada aún más liviana y superficial de la literatura en
la escuela, sin conseguir una actualización de contenidos, ni una actitud respetuosa ante la
lectura de los alumnos porque el lector seguía estando ausente, lo mismo que la lectura.
- La obra literaria construye un mundo e invita al lector a incorporarse a él. Los mundos
creados pueden asemejarse o diferenciarse del mundo real, pueden afirmar el orden
establecido o revertirlo. Frente a un mundo caótico, la literatura nos ofrece mundos
ordenados que nos tranquilizan y dan seguridad. Pero también nos ofrece mundos que nos
desestabilizan, que nos hacen descubrir otras posibilidades. Es precisamente esta tensión
entre los elementos familiares y lo desconocido lo que provoca el interés pasional del
lector.
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- Un texto literario no establece la misma relación con el lector que un texto periodístico. A
este último generalmente no lo retenemos en la memoria por mucho tiempo y lo olvidamos
cuando leemos el artículo siguiente; además sólo rescatamos la información relevante pero
no nos detenemos en la forma en que está escrito. Buscamos la novedad, no leemos el
diario de ayer si ya nos informamos de lo ocurrido por un noticioso televisivo. Por el
contrario, el texto literario se agranda en la memoria, y resurge con toda su fuerza
cuando tenemos una experiencia vital que se relaciona con él o en ocasión de otras lecturas
que asociamos con aquella experiencia. El lector lee un texto literario para saber, para
descubrir, para ser sorprendido pero sin embargo, aunque sepa el final, lee lo mismo. El
conocer lo que va a suceder no es un obstáculo para el interés de la lectura.
- El texto literario presenta espacios vacíos, blancos textuales que el lector debe llenar
colaborando con el escritor. Si bien esto sucede en todo texto, en el texto literario esta
situación es mucho más evidente. Los textos literarios presentan espacios de
incertidumbre; la ambigüedad es buscada por el escritor para permitir distintas
posibilidades de lectura. Esto explica que un texto no sea interpretado de la misma manera
por diversas generaciones de lectores o por diferentes lectores de una misma época. El
texto literario exige un esfuerzo de interpretación personal. El verdadero texto literario no
es el que materialmente se visualiza a través de los signos gráficos sino el que conforma el
lector a través de sus hipótesis de interpretación personal, a partir de sus vivencias y
conocimientos previos.
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Puede suceder que la obra desobedezca al género que sus paratextos anuncian, pero esa
trasgresión genérica será percibida por nosotros, precisamente, porque entre nuestras
competencias está el conocimiento de determinadas nociones de género. Si no se conocieran
las características de determinada categoría genérica, no se sabría que se las está
transgrediendo.
Los escritores elaboran sus textos en función del sistema genérico existente, ya sea para
reproducirlo o para traicionarlo, y los lectores leen en función de ese sistema genérico que
conocen por la escuela, la crítica, la experiencia lectora. El género es una categoría
clasificatoria que asegura la comprensibilidad del texto desde el punto de vista de su
composición y de su contenido.
El género también es un índice importante con respecto al contexto. Cada época tiene su
propio sistema de géneros que está en estrecha relación con la teoría dominante. En los
géneros se inscriben los rasgos que caracterizan a una determinada sociedad. La razón de
esto es que ciertos actos de habla producen géneros literarios. En cada etapa histórica las
sociedades desarrollan aquellos actos de habla que están más de acuerdo con la ideología
dominante, por lo tanto, la existencia de determinados tipos de géneros en una sociedad
revelan cuál es esa ideología, como sucede con el género de la epopeya en el feudalismo.
Bajtin deriva los géneros de la comunicación cotidiana. Ellos absorben y reelaboran géneros
discursivos más simples, primarios, que se constituyen en la comunicación cotidiana. Los
géneros primarios (conversaciones, órdenes, invitaciones, etc,) al pasar a ser parte de géneros
más complejos se transforman y adquieren características especiales: pierden su relación
directa con lo cotidiano y con los otros enunciados reales, conservando su forma pero
integrados a enunciados complejos como la novela o el drama.
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Cada período histórico lee de un modo particular los textos. Todas las modalidades de
lectura, tanto descriptivas como interpretativas, se mueven dentro de un entramado, muchas
veces invisible, de categorías de valor. (ideología para Eagleton). En este sentido, la
educación literaria contribuye no sólo a la formación estética sino a la ética, en la medida en
que en los textos literarios se encuentran estereotipos, ideologías, estilos de vida y maneras
de entender el mundo.
Desde el Nivel Inicial los alumnos deben ponerse en contacto con el acervo cultural, muy
ligado a la tradición oral y a los juegos del lenguaje de la cultura popular a través de la
escucha, memorización, reproducción y recreación de la literatura oral. Pertenecen a la
literatura oral coplas, canciones, trabalenguas, romances, adivinanzas, refranes, cuentos,
fábulas y leyendas.
Los alumnos en el Nivel Inicial y en el Primer Ciclo se ponen en contacto con la Literatura
aún antes de aprender a leer, a través de la lectura en voz alta de los textos literarios
realizada por el docente. Se debe propiciar la exploración de los textos literarios de la
biblioteca del aula o escolar, adecuados a la edad y a las posibilidades lectoras.
La lectura literaria es una experiencia que provoca un tipo de reacción afectiva e intelectual
que se diferencia del proceso cognitivo que tiene lugar durante la recepción de un texto de
carácter informativo. El lector comparte con el autor el juego de la fantasía, pues la lectura se
convierte en placer sólo cuando entra en juego nuestra capacidad de creación, es decir,
cuando los textos tienen la capacidad de involucrarnos.
Toda la personalidad del lector entra en interacción con el texto. La apreciación del texto
literario depende de la manera particular en que el lector reacciona frente a las sugerencias
del texto. Así un mismo texto podrá resultar valioso y novedoso para un lector y redundante
y aburrido para otro. El texto literario tiene por finalidad el goce y la satisfacción estética que
deriva de su potencial interpretación y por ello hay que cuidarse de exigir a los alumnos
respuestas “objetivas” sobre su lectura.
Es tarea del profesor seleccionar el corpus de textos para leer en clase, con el criterio de la
calidad literaria y de las posibilidades lectoras de los alumnos. La mayoría de los textos
literarios sugieren mundos posibles y apelan a la fantasía del lector y construyen puentes
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El docente debería provocar y expandir la satisfacción provocada por la lectura del texto
literario más que enseñar categorías de análisis. La competencia literaria no tendría que ver
tanto con el aprendizaje formal de las obras y de los autores de la literatura como con el
placer que emana del contraste entre la experiencia personal de quienes leen y sus
experiencias literarias en torno a los textos. Se debe buscar conjugar la lectura individual de
los textos literarios con la búsqueda compartida del significado.
Conviene conjugar las actividades de recepción de los textos con las de producción de
escritos de intención literaria. Se proponen actividades propias del taller de escritura,
desarrollo de la creatividad.
Las siguientes son algunas de las sugerencias didácticas del DCP. Para el Nivel Inicial:
- diferenciar realidad y ficción en textos leídos por un adulto,
- renarrar cuentos a partir de ilustraciones,
- memorizar y reproducir coplas, rimas y canciones,
- dramatizar relatos, canciones o poemas,
- reconocer un libro de cuentos entre otros libros,
- reconocer un poema por su silueta característica,
- identificar la parte dialogada en un cuento a partir del reconocimiento de los
guiones de diálogo.
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La competencia comunicativa.
El mismo autor define la competencia comunicativa como “aquello que el hablante necesita
saber para comunicarse de manera eficaz en contextos culturalmente diferentes, como la
habilidad para actuar” y distingue entre lo que un hablante sabe (competencia lingüística) y
la manera en que se comporta en situaciones particulares (competencia comunicativa).
Luego afirma que “mientras los estudiosos de la competencia lingüística tratan de explicar
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a aquellos aspectos gramaticales que se creen comunes a todos los humanos, los estudiosos
de la competencia comunicativa consideran a los hablantes como miembros de una
comunidad, como exponentes de funciones sociales y tratan de explicar cómo usan el
lenguaje para autoidentificarse y llevar a cabo sus actividades (Gumperz y Hymes, 1992:
7).
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Según los estudios de Canale y Swain (1980), de Canale (1983) y Hymes (1984), Lomas8
(1999) la competencia comunicativa de las personas estaría integrada por distintas
subcompetencias:
1) Una competencia lingüística, entendida como la capacidad innata de hablar una
lengua y a la vez el conocimiento de la gramática de esa lengua, lo que favorece la
corrección en la producción de los enunciados lingüísticos.
2) Una competencia sociolingüística, referida al conocimiento de las normas
socioculturales que condicionan el comportamiento comunicativo en los diferentes
ámbitos del uso lingüístico, asociada a la capacidad de adecuación de las personas a
las características del contexto y de la situación comunicativa.
3) Una competencia discursiva o textual, relativa a los conocimientos y habilidades
que se precisan para poder comprender y producir diversos tipos de textos con
cohesión y coherencia.
4) Una competencia estratégica, que se refiere a la capacidad para regular la
interacción, para lograr la eficacia comunicativa, para reparar los diversos
problemas que se pueden producir en el intercambio comunicativo y cuya finalidad
es hacer posible la negociación del significado entre los interlocutores.
5) Una competencia literaria, entendida como la capacidad de producción y
comprensión de textos literarios, que incluye los conocimientos, las habilidades y
los hábitos que hacen posible el uso y disfrute de los textos literarios.
6) Una competencia semiológica, que incluye los conocimientos, las habilidades y las
actitudes que favorecen una interpretación crítica de los usos y formas de los
medios de comunicación de masas y de la publicidad.
La competencia estético-literaria
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Lomas (1999) perfila otras dos competencias (la literaria y la semiológica) a las que desarrolla
independientemente de la discursiva textual y a las que les atribuye una especial significación
pedagógica.
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Entre los contenidos conceptuales están los referidos a la tradición literaria (historia de la
literatura, autores, obras, corrientes o movimientos estéticos), los referidos a la distinción
de géneros y subgéneros (características, estructuras, convenciones), y los referidos a los
recursos estilísticos (técnicas, figuras, etc.).
Entender los condicionantes sociales, económicos o históricos de una obra literaria es una
condición óptima para profundizar su análisis pero no un requisito indispensable para leerla
y disfrutarla. Los objetivos con que nos acercamos a un texto varían según el momento y el
nivel de los alumnos. Sin embargo, es importante resaltar que el principal objetivo de los
contenidos extraliterarios en la escolarización obligatoria es insertar a los alumnos en una
tradición cultural a la que pertenecen y que les ofrece referentes para interpretar los textos
y la realidad misma.
Pertenecemos a una comunidad que posee una historia y que ha producido una literatura
vinculada a sus antecedentes, a lo que entiende por tradición. De allí un cierto énfasis en los
conocimientos que conecten los autores, las obras, los lectores con una tradición literaria
determinada. Nuestra tradición no se limita a la literatura regional o nacional, sino que
también abarca la cultura occidental y todos los hibridajes que ésta tiene con otras culturas.
Hay un aspecto gregario en la literatura: somos lo que hemos leído.
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Hemos discriminado a los efectos del análisis las principales actividades mentales
involucradas en el acto de lectura de un texto literario, pero de hecho, en un único acto de
lectura, los lectores desarrollan al mismo tiempo varias de estas actividades. Es probable
que el lector ocupado en imaginar y figurarse la escena esté al mismo tiempo adentrándose
de manera más completa en el texto, previendo lo que ocurrirá a continuación y evaluando
el valor e interés del argumento a medida que se desarrolla.
A los efectos del análisis, y análogamente con el análisis realizado para la competencia
comunicativa, también podríamos distinguir tres grandes subcompetencias involucradas
en la competencia literaria: 1) la referida a lectura de los textos literarios, 2) la referida a la
escritura de textos con finalidad estética y 3) la reflexión metaliteraria.
Hay diversas modalidades de lectura de un texto literario. Por lo menos podemos distinguir
tres grandes tipos: la modalidad de lectura que se centra en el texto literario, la que lee desde
el contexto y la que se para en la recepción del texto literario. La competencia referida a la
lectura literaria o estética implica establecer diálogos textuales, cruzar discursos, leer desde
múltiples perspectivas dando cuenta de la espesura textual propia del texto literario, de la
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intertextualidad, de la literatura entera como texto único y del texto como una red infinita de
mil entradas, hecha de fragmentos, de voces, donde se recupera toda la literatura.
La lectura literaria es una experiencia en la que toda la personalidad del lector entra en
interacción con el texto. La apreciación del texto literario depende de la manera particular
en que el lector reacciona frente a las sugerencias del texto. Así un mismo texto podrá
resultar valioso y novedoso para un lector y redundante y aburrido para otro.
El texto literario tiene por finalidad el goce y la satisfacción estética que deriva de su
potencia interpretación y por ello hay que cuidarse de exigir a los alumnos respuestas
“objetivas” sobre su lectura.
La lectura literaria se orienta hacia la interpretación, a la vez que necesariamente implica una
valoración, no sólo porque la comprensión sea el resultado cognitivo de proceso de lectura,
sino porque es además el elemento desencadenador de la actividad lúdica de la identificación
de datos culturales y metaliterarios. El goce en la lectura radica en la satisfacción de poder
atribuir interpretaciones que nos resultan de una coherente comprensión en relación a
nuestros saberes previos, a la vez que construimos nuestras referencias a partir de los datos
que la lectura nos aporta.
Los textos literarios ofrecen representaciones simbólicas de la vida que nos permiten
reflexionar sobre las consecuencias y posibilidades de las experiencias que hemos tenido.
Del mismo modo que nos involucramos con las alegrías y tristezas que afectan a nuestros
amigos, también nos involucra lo que le sucede a un personaje de una novela con el que nos
hemos identificado. Al reflexionar sobre estas experiencias logramos conocernos mejor a
nosotros mismos y comprender mejor el mundo que nos rodea.
Se trata también de leer como un escritor (Cassany, 1994), deteniéndose en la forma más
que en la búsqueda solamente del referente por sí mismo. En literatura es tanto más
importante cómo se elabora o percibe un mensaje que su contenido referencial.
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