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Breve historia de la cristalografía: (III)

Goniómetros y óxidos dulces


César Tomé López28NOV13 4 Comentarios

Alrededor de 1780, Arnould Carangeot, recibió un encargo de su jefe, Jean


Baptiste Romé de l’Isle: tenía que hacer copias en arcilla de su colección de
cristales. La tarea no era fácil en absoluto y más teniendo en cuenta lo puntilloso
que podía llegar a ser de l’Isle. Pero eso no era problema para el metódico y
meticuloso Carangeot. Éste se dio cuenta de que si quería reproducir fielmente los
cristales era crítico que respetase los ángulos entre sus caras y que, para ello
necesitaba medirlos con precisión suficiente. El compás resultaba útil para los
cristales más grandes, no así para los más pequeños. Ni corto ni perezoso,
Carangeot diseñó un aparato que le permitiese medir los ángulos: había nacido el
goniómetro de contacto.
Fue usando este goniómetro que de l’Isle reunió datos suficientes para poder
afirmar en 1783 que la primera ley de la cristalografía de Steensen era válida para
todos los cristales, no sólo los de cuarzo y hematita.

Habida cuenta de la íntima relación entre estructura cristalina y composición


química, no es de extrañar que el uso del goniómetro llevase poco tiempo después
de su construcción a descubrimientos químicos.
Cuando René Just Haüy decidió realizar una serie de mediciones en un conjunto
de cristales etiquetados como “sulfato de barita”, le sorprendió el hecho de que las
muestras provenientes de Sicilia tuviesen diferentes ángulos interfaciales que las
que venían de Derbyshire en Inglaterra. La diferencia era sólo de un par de grados,
pero era lo suficiente como para convencer a Haüy de que debían tener una
composición distinta. El encargado de comprobar esta conjetura fue Jean Baptiste
Vauquelin que demostró que las muestras sicilianas eran en realidad sulfato de
estroncio.
Haüy también se dio cuenta de que los ángulos del berilo y la esmeralda eran
idénticos y aventuró que la esmeralda debía ser una versión verde del berilo. De
nuevo pidió a Vauquelin que realizara los análisis pertinentes, que tuvieron como
resultado, aplicando la misma tecnología electroquímica de contacto que había
usado Hooke con los cristales de la urea (la lengua), una sustancia igualmente
dulce en ambos casos. A esta sustancia es a la que terminó llamando “berilia” (el
primer nombre fue “glucinia”, por su dulzor) y demostró en 1798 que se trataba del
óxido de un nuevo elemento. Finalmente el berilio elemental fue obtenido a partir
del cloruro por Friedrich Wöhler e independientemente por Antoine Bussy, ambos
en 1828.
El goniómetro de contacto se convirtió así en una herramienta habitual para los
cristalógrafos, y eso a pesar de ser, no obstante su utilidad, una artilugio bastante
grosero, válido sólo para mediciones con una precisión no mayor de 15′ de
cristales, en general, grandes. Por eso no es de extrañar que se inventase un
dispositivo más preciso poco después. Así, en 1809 William Hyde
Wollaston describió el goniómetro de reflexión, u óptico, que mide los ángulos
entre las normales a los planos de las caras de los cristales. Este goniómetro
permitía medir ángulos con gran precisión en cristales mucho más pequeños,
incluidos aquellos que, preparados en el laboratorio, no excedían de un par de
milimetros.
Durante la primera mitad el siglo XIX el goniómetro óptico fue refinándose cada
vez más: se le añadió un anteojo para centrar el cristal, y posteriormente otro para
observar las reflexiones, lo que facilitó mucho las mediciones, un colimador para
conseguir un haz de luz paralelo y, finalmente, una fuente de luz artificial. Se
construyeron goniómetros de diseños y geometrías muy diferentes, como el
de Eilhard Mitscherlich o el de Jacques Babinet, que llegaron a aumentar la
precisión a 30”.

En 1874 William Hallowes Miller dio un primer paso hacia el goniómetro de dos
circulos montando un goniómetro Wollaston sobre otro. Pero no sería hasta 1890
que Evgraf Stepánovich Fiodorov desarrollase el goniómetro óptico de dos
círculos, que facilitaría mucho tanto la precisión como la realización de la medida.
El goniómetro de dos círculos se mantuvo como un instrumento cristalográfico
estándar, con mejoras menores, durante el siglo posterior. Sólo comenzó a ser
reemplazado por la aparición de difractómetros automatizados controlados por
ordenador en los años 70 del siglo XX.

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