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EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS: FUEGO

Sabemos que el fuego es un elemento de la


Creación muy importante, porque nos ayuda
en la preparación de los alimentos; en el culto,
por medio de las velas y cirios, en los trabajos
diversos para la transformación o modificación
de la materia. Estos son sus efectos
beneficiosos. De igual modo, el Sagrado
Corazón de Jesús es un horno encendido que
no se apaga y este horno cargado de fuego,
todo lo espiritual lo transforma, porque su
llama es una llama de Amor. Al que libremente
se deja quemar lo llevará del dolor al gozo, del
trabajo al reposo, de la gracia a la gloria futura.
Tanto puede hacer en nosotros que no
debemos temer si nos saca de nosotros mismo
para actuar de forma efusiva.

Y ante esta preeminencia del fuego en nuestra


vida espiritual, sostenida por la mecha, en el caso de una vela, para poner por ejemplo; es
importante saber qué tipos de fuego existen dentro de esta misma llama.

Existen tres tipos de “fuego” que se distinguen por sus colores más oscuros, hasta los colores
más claros. En el centro de la llama, unido a la mecha, se encuentra el “fuego azul”. Este fuego
es el fuego que alimenta los demás fuegos, y es el más importante para que la llama de fuego
no se apague. Porque este fuego representa la forma más firme; y aunque los demás fuegos es
vean sacudidos por el viento, éste permanece junto a la mecha de la vela. Podríamos decir que
es la fuente de la cual se originan los subsiguientes fuegos de otros colores. El fuego en el fondo
así, es agua, porque el agua, siendo de este color en el conglomerado, produce la vida. El fuego
azul nos da el principio de lo que permanece y este fuego es el que genera el calor. Por eso,
cuando más acercamos algo a la llama central, más rápido arde. Cuanto más alejado, más tarda
en encenderse. Ésta llamada que Dios nos hace a la Conversión, no es tan rápida en nosotros,
porque mientras más queremos adentrarnos, más sufriremos porque la llama inextinguible
purifica de modo más doloroso todo nuestro ser. Por eso la Conversión es un proceso que acaba
con la muerte; pues el alma al verse tan cargad del fuego inextinguible, no puede contener toda
la magnitud del calor ardiente que devora todo, no puede soportar tanto derroche y el cuerpo
al haberse cansado todo lo que puede en el servicio del prójimo, queda extenuada y derretida
después de tanto desgaste.

Un segundo tipo de fuego es el fuego naranja, que nos indica más la seguridad y el sosiego,
porque nos facilita una temperatura adecuada para nuestra subsistencia. El calor moderado,
procura que nuestro ser tenga un equilibrio térmico y procura que los procesos de alimentación,
metabolismo, circulación, depuración (linfático), se lleven de forma correcta. Esto no quiere
decir que haya que vivir en esa constante, sino que indica las actividades deben generar
esfuerzo y por lo tanto, calor, que es como la energía primitiva y busca que el hombre se habitúe
a un estilo de vida. Cuando ha cumplido su cometido, es necesario que el hombre limpie su
organismo, con el agua. Así, en nuestra vida espiritual, el Señor nos quiere dar un equilibrio
espiritual, mediante la ejercitación de nuestras facultades y talentos y que demos fruto
abundante. Para eso existe un horario dentro de nuestra vida que nos permite poner un orden
y que nos llama a mantener la misma “temperatura”, dentro de un rango donde no haya tibieza,
pero tampoco sofocamiento. Y no debemos pensar pues por esto que, haya lugar a la “tibieza
espiritual”, porque el fuego nunca será tibio, sino que siempre será caliente, pero un caliente
que no “quema” o destruye, sino un fuego nuevo y estable.

Un tercer tipo de fuego, es el fuego amarillo, que es la parte que brilla más y por lo tanto, la que
se encuentra más próxima al exterior. En situaciones de sonidos, parece que la llama se disgrega
en su exterior capa, y permite ver una forma difusiva del borde de la llama a la que pertenece
este tipo de fuego. Este fuego indica la transmisión de la luz y representa el movimiento hacia
el prójimo por medio del testimonio de vida; es decir que es impulsada por la segunda llama y
se lanza a iluminar a los que se encuentran a su alrededor. Así es que esta luz no es una luz que
pueda quemar o calentar más que la primera, pero sí más que la segunda, debido al movimiento
de las partículas incandescentes que se mueven a mayor velocidad y que origina haya pues una
mejor luminosidad que mostrar. Esta luz libera de las tinieblas del error a los que se encuentran
encerrados en el egoísmo. Es la luz que Cristo vino a traer por medio de su vida, como lo hizo en
el momento de su nacimiento y previo a este acontecimiento por medio de la luz de la estrella.
De igual modo cuando fue presentado en el templo y le fueron dichas las palabras: “Luz para
alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Por eso, lo principal de este fuego es que
sale de sí y se proyecta en el espacio tiempo, de forma que ilumine a los otros; sea que los que
ven reconozcan de dónde proviene esta luz o no la reconozcan. Así es el Amor de Cristo. Fuego
devorador, calor que anima y luz que ilumina.

Este fuego sí puede ser contemplado desde una perspectiva externa y además no desde arriba,
porque ocasionaría quemadura, sino de costado. Porque este fuego siempre arde y empuja la
llama hacia arriba. La vista entonces sí puede participar de este espectáculo pero limitadamente.
El testimonio por eso, es un estado de ardiente profusión de luz que contacta con los demás,
pero a su vez está protegido para que no sea posible disminuir su llama, si alguien quiere
gobernarlo o dominarlo de forma egoísta. El tacto nunca podrá decir lo mismo, porque o bien
somos quemados por el fuego al intentar coger la llama, o bien la llama se escapa de nuestras
manos, o bien si queremos podemos apagarla. Este apagar desde luego representa apagar la
llama del Amor en nosotros, no en Dios, porque él nunca se deja apagar por el pecado. En el
caso del oído, sólo cuando hay movimiento de la llama por la acción del viento, sí puede haber
sonido, que se escuche. La nariz nunca podrá olerlo, porque lo que se puede oler no es el fuego
mismo, sino lo que sirve de combustible, que huele a quemado. Y por último el gusto tampoco,
ya que no es ni comestible, ni digestivo, pues no va a parar al vientre, sino que este fuego anida
en el corazón, de ahí que sintamos las emociones que conmueven nuestro espíritu dentro de
nuestro corazón. Esas emociones son como el fuego, que son vehementes y de tipo sensitivo.

Amigos, con el Amor de Cristo podemos cargarnos día a día, hora a hora, minuto a minuto y
segundo a segundo, por medio de esta vida unida al Sagrado Corazón. Haz la prueba y verás qué
bueno es el Señor.

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