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ís f> Colección P sicoanálisis, S ociedajd y C ultura

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Diseño de Tapa:
Víctor Maori

Fecha de catalogación 3 0 /0 8 /2 0 0 7

Bleichmar, Silvia
La subjetividad en riesgo. — 1° ed. 2a reimp. - Buenos Aires:
Topía Editorial, 2007.
128 p. ; 23x15 cm. - (Psicoanálisis, sociedad y cultura dirigida
p o r Enrique Carpintero)

ISBN 978-987-1185-03-0

1. Psicoanálisis I. Título
CDD 150.195

© Topía Editorial
I.S.B.N.: 978-987-1185-03-0

Editorial Topía i
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Juan María Gutiérrez 38Q9 3a “A ” Capital Federal


e-mail: editorial @topia.cbm.ar
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web: www.topia.com.ar

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cualquier forma que sea, idéntica o modificada, no
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2
Silvia B leichmar

L a S ubjetividad en R iesgo

EDITORIAL

Colección Psicoanálisis, Sociedad y Cultura


C a p ít u l o II I

A cerca del “ m alestar sobrante” *

Hace ya años el pensamiento de Marcuse definió como “represión


sobrante” (o “sobre-represión”) los modos con los cuales la cultura
coartaba las posibñidades de libertad no sólo como condición del in­
greso de un sujeto a la cultura sino como cuota extra, innecesaria y
efecto de modos injustos de dominación.
Con el mismo espíritu podríamos definir hoy como “sobremales­
tar”, o “malestar sobrante”, la cuota que nos toca pagar, la cual no re­
mite sólo a las renuncias pulsionales que posibilitan nuestra convi­
vencia con otros seres humanos, sino que lleva a la resignación de as­
pectos sustanciales del ser mismo com o efecto de circunstancias so­
breagregadas.
Y desde la perspectiva que nos compete deberemos señalar que el
“malestar sobrante” no está dado, en nuestra sociedad actual, sólo
por la dificultad de algunos a acceder a bienes de consumo, ni tam­
poco por el dolor que pueden sentir otros, más afortunados mate­
rialmente, pero en tanto sujetos éticamente comprometidos y provis­
tos de un superyo atravesado por ciertos valores que aluden a la ca­
tegoría general de “semejante”, ante el hecho de disfrutar beneficios
que se convierten en privilegios ante la carencia entorno.
Las dificultades materiales, la imposibilidad de garantizar la segu­
ridad futura, el incremento del anonimato y el cercenamiento de
metas, en general, no alcanzan para definir, cada una en sí misma,
este “malestar sobrante” -si bien cada una de ellas y con mayor razón
todas juntas podrían ser motivo del mismo en numerosos seres hu­
manos.

“Acerca del malestar sobrante”, Bleichmar, S., revista Topía, Año VII, NE21, Buenos Ai­
res, Diciembre de 1997.

17
El malestar sobrante está dado, básicamente, por el hecho de que
la profunda mutación histórica sufrida en los últimos años deja a ca­
da sujeto despojado de un proyecto trascendente que posibilite, de
algún m odo, avizorar modos de disminución del malestar reinante.
Porque lo que lleva a los hombres a soportar la prima de malestar
que cada época impone, es la garantía futura de que algún día cesa­
rá ese malestar, y en razón de ello la felicidad será alcanzada. Es la es­
peranza de remediar los males presentes, la ilusión de una vida ple­
na cuyo borde movible se corre constantemente, lo que posibilita
que el camino a recorrer encuentra un modo de justificar su recorri­
do.
Y el malestar sobrante se nota particularmente, en nuestra socie­
dad, en el hecho de que los niños han dejado de ser los depositarios
de los sueños fallidos de los adultos, aquellos que encontrarán en el
futuro un modo de remediar los males que aquejan a la generación
de sus padres. La propuesta realizada a los niños -a aquellos que tie­
nen aún el privilegio de poder ser parte de uña propuesta- se redu­
ce, en lo fundamental, a que logren las herramientas futuras para so­
brevivir en un mundo que se avizora de una crueldad mayor que el
presente. (De ahí la caída del carácter lúdico, de verdadera “morato­
ria” que corresponde a la infancia, que ha devenido ahora una eta­
pa de trabajo, aún para aquellos niños que todavía se hacen acreedo­
res al concepto de infancia, con jornadas de más de 10 horas de tra­
bajo en escuelas que garantizan, supuestamente, que no serán arro­
jados a los bordes de la subsistencia).
La “vejez melancólica”, dice Norberto Bobbio en ese maravilloso
texto que nos ha legado a los 87 años, De senectudj es la conciencia
de lo no alcanzado y de lo no alcanzable Se le ajusta bien la imagen
de la vida como un camino, en el cual la meta se desplaza siempre
hacia adelante, y cuando se cree haberla alcanzado no era la que se
había figurado como definitiva. La vejez se convierte entonces en el
momento en el cual se tiene plena conciencia de que no sólo no se
ha recorrido el camino, sino que ya no queda tiempo para recorrer­
lo, y hay que renunciar a alcanzar la última etapa.
Salta a la vista que, en la Argentina de hoy, esta categoría no sólo
se podría aplicar a los viejos, quienes por otra parte toman a cargo,
como un símbolo, la denuncia del carácter profundamente cretino
con el cual nuestro país condena no sólo a la miseria sino a la indig­
nidad. Somos parte de un continente que ha sido arrastrado a lave-

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jez prematura, cuando aún no había realizado las tareas de juventud,
y es en razón de ello que nos vemos invadidos por la desesperanza,
la cual toma la forma, en muchos casos, no de la depresión sino de
la apatía, del desinterés. Esto como sujetos históricos.
Pero también en el marco de la categoría más general, de seres
pensantes, seres “teorizantes”: bruscamente, en los últimos años, se
produjo una mutación cuya aceleración precipitó a una generación
entera al desconcierto. A partir de ello, todo lo pensado entró en cri­
sis, fue sometido a caución, y quedó librado a una recomposición fu­
tura. De esto es difícil saber qué se puede, qué se debe conservar, y
qué debe ser desechado; en meses se ha envejecido una generación
entera. Porque lo viejo no es un problema de tiempo solamente, si­
no de mirada puesta en un punto de la flecha del tiempo: hacia el
pasado o hacia el futuro, y eso define las coordenadas con las cuales
se emplaza lo joven o lo viejo.
Cuanto más firmes mantiene los puntos de referencia a su univer­
so cultural, más se aparta el viejo de su propia época, agrega Bobbio,
haciendo luego suyas las palabras de Jean Améry: “Cuando el viejo se
da cuenta de que el marxista, considerado ciertamente por él, y no
sin razón, como campeón del ejército racionalista, se reconoce aho­
ra en ciertos aspectos com o heredero de Heidegger, el espíritu de la
época debe aparecerle extraviado, más aún, auténticamente disocia­
do: la matemática filosófica de su época se transforma en cuadrado
mágico”2.
¿A qué racionalidad puede, también hoy, apelar el psicoanálisis, a
un siglo de existencia y de realizaciones en las cuales los errores co­
metidos y las impasses no resueltas no obstan, sin embargo, para se­
guir siendo ese campo de teorización que puede dar cuenta del ma­
lestar remante, cercar las formas de incidencia de la realidad entor­
no en la subjetividad, apelar a una racionalidad que impida que la
matemática filosófica de nuestra época se transforme en cuadrado
mágico?
Cada generación debe partir de algunas ideas que la generación
anterior ofrece, sobre las cuales no sólo sostiene sus certezas sino sus
interrogantes, ideas que le sirven de base para ser sometidas a prue­
ba y mediante su desconstrucción propiciar ideas nuevas. Cuando es­
to se altera, cuando se niega a las generaciones que suceden un mar­
co de experiencia de partida sobre el cual la reflexión inaugure va­
riantes, se las deja no sólo despojadas dehistoria sino de soporte des-

19
de el cual comenzar a desprenderse de los tiempos anteriores. Pero
al mismo tiempo, los maestros no pueden darse el lujo de ser viejos:
la enseñanza, la transmisión del psicoanálisis, sólo puede ejercerse
en el marco de un recorrido que permita repensar los propios calle­
jones sin salida. Este fue el modo con el cual se concibió de entrada
-desde los escritos de Freud- como una enseñanza que iba. marcando
en su recorrido las reflexiones acerca de sus dificultades internas, co­
mo un proceso de “retorno sobre” los enunciados anteriores.
En este espíritu es que pienso que los psicoanalistas contribuimos
poco a la resolución del malestar sobrante cuando, en lugar de en­
contrar los resortes que lo producen -no sólo en el mundo entorno,
en nuestros pacientes y en los espacios en los cuales nos correspon­
de dilucidar las fuentes del sufrimiento, sino también, en nuestra
propia teoría y en los paradigmas que suponemos nos sostienen- nos
consideramos sus víctimas, sumando al desaliento la parálisis intelec­
tual y la oquedad de fórmulas que ya no sirven sino como rituales
despojados de sentido.
De modo aún más específico, podríamos afirmar que el malestar
sobrante en psicoanálisis no está dado sólo por las dificultades de
una pauperización creciente del ejercicio de la práctica, y de los mo­
dos con los cuales el incremento de concentración de dinero y po­
der obliga a los terapeutas a someterse a condiciones de trabajo in­
dignas e inclusive lesionantes éticamente en el constreñimiento que
imponen. No sólo está dado por el desmantelamiento de los servi­
cios hospitalarios y por las condiciones de una postmodernidad que
mina transferencias y destrona junto al sujeto supuesto saber, todo
saber, y con él conduce a un relativismo que mercantiliza de modo
insospechado hasta hace algunos años las relaciones entre paciente
y terapeuta condicionando, en muchos casos, los modos de ejercicio
mismo de la práctica. Todo ello es motivo de sufrimiento, pero no al­
canza para explicar el malestar sobrante.
El malestar sobrante está dado por algo más, que somete al desa­
liento y a la indignidad, y nos melancoliza com o viejos a sólo un si­
glo de existencia. Este malestar está dado por el aferramiento a pa­
radigmas insostenibles -cuya repetición ritualizada deviene un modo
de pertenencia y no una forma de apropiación de conocimientos-
por el aburrimiento con el cual se exponen los mismos enunciados -
empobrecidos en su reiteración- ante quienes han dejado de ser in­
terlocutores para ser sólo proveedores de trabajo o de reconocimien­

20
to. El malestar sobrante está dado por la propuesta de autodespojo
que lleva a subordinar las posibilidades de producción teórica y clí­
nica a las condiciones imperantes. Y está dado también por la canti­
dad de inteligencia desperdiciada, de talento y entusiasmo sofocado,
con el cual cada uno paga el precio de su propia inserción. El males­
tar sobrante está dado, aún, por el intento de amalgamar, sin un tra­
bajo previo dé depuración dé racionalidad intrateórica, los viejos
enunciados indefendibles -efecto de una acumulación histórica de
aporías-, con afirmaciones actuales de dudosa racionalidad cuya ba­
se científica aparece más afirmada que demostrada (Tal el caso paté­
tico de intentar hacer confluir las hipótesis más biologistas del psi­
coanálisis con las hipótesis de un reduccionismo mecanicista desde
él cual cierta neurociencia pretende dominar el mercado, en una
maniobra que pretendiendo parecer de avanzada no es sino un in­
tento de restauración de los enunciados menos defendibles del siglo
pasado sobre la determinación biológica del carácter, del espíritu, y
aún del pensamiento de las razas).
El malestar sobrante está dado, por último, por la cesión de un
campo autónomo de pensamiento en aras de una supuesta interdis­
ciplina en la cual el psicoanálisis queda subordinado en sus posibili­
dades de hacer práctico y de pensar teorético, en lugar de hacerlo
desde un lugar en el cual pueda confluir en intersección para pen­
sar algunas cuestiones comunes con otros campos del conocimiento,
bajo un modo de atravesamiento transversal de problemáticas com­
partidas, sin ceder su poder explicativo en aquellas cuestiones que le
competen de modo particular.
Y es en virtud de todo esto que cabe abrir la posibilidad de que
nuestra acción pueda ayudar a disminuir la cuota de malestar so­
brante que nos embarga, ya que los resortes que lo permiten sí están,
afortunadamente, en nuestras manos. Para ello sólo tenemos que gi­
rar nuestra cabeza para poder mirar hacia el otro extremo de la fle­
cha del tiempo, y descapturarnos del determinismo a ultranza con el
cual, así com o en otros tiempos afirmamos el carácter irreversible de
un futuro promisorio, hoy nos trampeamos del mismo modo, con la
misma metodología, para sólo ver un futuro deplorable. Bobbio
vuelve en ayuda nuestra cuando afirma: “He llegado al final no sólo
horrorizado sino sin ser capaz de dar una respuesta sensata a todas
las preguntas que las vicisitudes de las que fui testigo me plantearon
de continuo. Lo único que creo haber entendido, aunque no era

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preciso ser un lince, es que la historia, por muchas razones que los
historiadores conocen perfectamente pero qüe no siempre tienen
en cuenta, es imprevisible...” Y, agreguemos, si lo imprevisible es ló
posible, al menos que no nos tome despojados de nuestra capacidad
pensante, que es aquello que puede disminuir el malestar sobrante,
ya que nos permite recuperar la posibilidad de interrogarnos, de teo­
rizar acerca de los enigmas, y mediante ello, de recuperar el placer
de invertir lo pasivo en activo.

^ Bobbio , N., De senedute, Taurus, Madrid, 1997.

^ Ibídem, p. 29.

22
Capítulo IV

La c o m p r e n s ió n p r e c o z d e l a l ib e r t a d

Parte de las líneas que siguen fueron escritas con ciertas variacio­
nes hace ya algunos años. Las recuperé en ocasión reciente, en una
sesión del análisis de una niña de siete años que insistentemente me
pedía que le dijera qué dibujar. Entre mi negativa a responderle y su
queja, surgió en mi mente la reflexión que en tono más o menos
confidencial le hice en los siguientes términos: ‘¿Anita, te das cuen­
ta que éste es el único lugar en el mundo en el cual nunca, nunca,
nadie te dirá qué hacer, en el cual podés elegir, decidir libremente?’
-y ya engolosinada yo misma con esta ocasión abierta de compartir
una reflexión que supuse de alcances filosóficos, agregué: ‘¿Qué te
parece: en esa posibilidad de elegir está la libertad..., te das cuen­
ta...?’ . Y ella, resumiendo con estilo la cuestión que tanto nos compli­
ca, respondió tomándome desprevenida: ‘Sí... ¡Qué porquería...! ¡Yo
quiero la libertad para no ir al colegio, pero no para no saber ni qué
dibujar...!’ .
La libertad siempre en riesgo, en razón de la difícil tensión entre
sometimiento y soledad. A diferencia del analista, el otro humano no
está allí sólo para satisfacer necesidades, sino para garantizar bajo su
parasitación simbólica tanto el sometimiento como el anhelo mismo
de libertad. Cuando este maternaje es logrado otorga, paradójica­
mente, los medios de liberarse en el ejercicio de apropiación simbó­
lica que realiza de la cría; cuando ambos elementos se desbalancean,
cuando prima el déficit de oferta simbólica o la captura monopólica
en sus redes, el proceso se fractura.
Los mitos acerca de una natural libertad del ser humano, entran
en crisis a partir de la modernidad, y en el siglo XVIII se abren nue­
vas perspectivas con las extensas y -por qué no- profundas discusio-*

* “La comprensión precoz de la libertad”, Bleichmar, S., revista Topía, Año VIH, Ns 23,
Buenos Aires, Agosto de 1998.

23
nes en el interior de'las propuestas que acompañan la gran revolu­
ción de la época. Se fractura entonces el mito de la libertad en natu­
raleza y de la prisión en cultura, y el retorno posterior a las propues­
tas instintivistas de la libertad no son sino efecto de la transposición
de una deificación de la naturaleza al seno de lo humano.
Traslademos a los animales supuestamente libres fuera del hábitat
en el cual su existencia es posible, y nos daremos cuenta del nivel de
subordinación que les impone su naturaleza. Es el hombre el único
capaz de obtener niveles de libertad impensados, ya que puede mo­
dificar no sólo el entorno y crear su propio hábitat, sino también mo­
dificarse a sí mismo. En razón de ello el deseo de libertad, inevitable­
mente ligado al miedo a lo desconocido, no es en sí-mismo mi movi­
miento esencial sino el efecto de un reconocimiento de la opacidad
y dureza con la cual aquello que se opone del otro lado da cuenta de
los límites de realización de la propia posibilidad.
Un niño que está en vías de terminar su tratamiento parecería
ejemplificarlo sin mistificación: llega a sesión con una lata en cuya ta­
pa ha abierto algunos agujeritos -esos que se hacen para guardar mi
animal volador sin que se escape, evitando la muerte por asfixia."Al
entrar dice: ‘ ¡Sorpresa! Tenés que adivinar qué traigo. Es un animal,
que come de todo y es volador’. Digo: ‘una mariposa’. ‘N o’. ‘Uña po­
lilla’ . ‘No, ¿te das por vencida?’ . ‘No -digo: una mosca’ . ‘Sí, una mos­
ca sin alas... (Abre la lata y la mosca des-alada cae sobre la alfombra)
le saqué las alas para traértela, ¿qué te parece?’ .
Hace una semana me llamó la madre para contarme que el niño
está raro, ha vuelto a jugar a que es un bebé, se queja de tener que
comportarse como grande. Sin embargo, no es que no se dé cuenta
de lo que hace, esta vez es como un juego... Ha traído ese “animal
que come de todo” para mostrarme hasta dónde sería capaz de lle­
gar para no separarse de su madre, o de mí; hasta qué punto está dis­
puesto a ceder su libertad, a perder las alas, si ésta le implicara sepa­
ración y soledad. Mediante la mutilación evita él mismo tener alas. El
animal que “come de tod o” remite al inicio del tratamiento, ya que
llegó a consulta por morderse su propia ropa hasta desgarrarla.
Recuerdo un viejo cuento sufí: Un pajarito volador es adoptado por
un ave que no sabe volar, y com o es de esperar, a medida que el pa­
jarito crece, también crecen sus alas. Luego de algún tiempo, una
bandada de pájaros de su misma especie pasa por el pueblo donde
habita. Su madre adoptiva cavila: “Si supiera volar, le enseñaría a mi
24

\
hyo a hacerlo y lo vería retozar en el cielo con sus iguales”, mientras,
por su lado, el pajarito piensa: “Si mi madre, que es tan sabia, aún no
me ha enseñado a volar, es porque no debe haber llegado mi tiempo
de hacerlo”.
¡Qué distintas hubieran sido las cosas si cada uno hubiera podido
dar a conocer su pensamiento! Por su parte, la madre que acude a
una consulta reconoce en algún lugar de sí misma que necesita de
otro que ayude a su hijo a aprender a volar, y es víctima, junto con su
hijo, de su propia impotencia. Después de todo, por qué no pensar
que detrás del dolor manifiesto de la madre-ave se esconde el pro­
fundo desgarramiento de tener que reconocer a su hijo como no-
idéntico a sí misma.
Y aún más. No es con lo que la madre calla que el niño elabora su
teoría; tampoco del todo con lo que la madre dice, no hay ni liber­
tad total de interpretación ni captura absoluta. En esa franja opaca
al intercambio desde la cual lo desconocido del otro se constituye, se
abre una interrogación a la cual el niño debe responder con una ela­
boración que deviene teoría.
¿Es el deseo materno que el pajarito vuele? Sin duda, pero no ha
sido formulado ni en lenguaje ni en acto. Pese a ello el hijo, que con­
fía en la sabiduría y bondad maternas, no duda respecto a este deseo
de libertad que atribuye a su madre. Si sospechamos que mamá-ave
pueda temer que el pajarito vuele, es no sólo porque mediante el
vuelo la diferencia se haría evidente sino porque de ese modo se ale­
jaría de' ella. En ese caso, la no estimulación de las posibilidades vo­
ladoras del pajarito no sería producto del odio de la madre sino, sim­
plemente, consecuencia de las crueldades del amor. Lo cual nos lle­
varía a sospechar que todos los niños, en algún momento de su vida,
devienen hijos “adoptivos” de sus propios padres.
Tanto la madre como el hijo son víctimas de lo que desconocen;
pero aquello desconocido no es idéntico. En el caso de nuestra ma­
dre-ave, si bien sabe que es el volar lo que no sabe, desconoce a su
vez un conjunto de fantasías y emociones que se ponen en juego
cuando teme ser abandonada por su hijo y reconocerse en sus limi­
taciones no sólo ante éste sino ante sí misma. En el caso del pajarito,
su conocimiento de que querría volar se aúna a su ignorancia respec­
to a la fuente de este deseo, sus orígenes de especie voladora, de mo­
do tal que advierte este “anhelo”, del cual su conciencia se notifica
sin poder atribuirle causa alguna.

25
Si nuestro pajarito fuera un neurótico tal vez preferiría no apren­
der nunca, no sólo a volar, sino a conocer sus orígenes, para no per­
der el sentimiento de pertenencia a su propia madre que posee.
Conservaría así, tal vez, la única certeza que lo mantiene en la tierra,
la madre tierra. Si la mamá de nuestro pajarito fuera madre de neu­
rótico, cada vez que viera pasar la bandada diría -para ocultar su do­
lor e impotencia- en un tono recriminatorio: ‘Yo no sé cóm o las ma­
dres permiten a sus hijos hacer esas tonterías que sólo ponen en ries­
go su.vida y no proporcionan ningún placer”. Nuestro pajarito, silen­
ciosamente, respondería con un aletear inconciente.de sus alas inú­
tiles, y tal vez comenzaría a girar con un movimiento hiperkinético.
Algo lo agitaría desde sí mismo sin que él mismo pudiera saber qué
es exactamente lo que lo produce, ni cómo se llama aquello que lo
perturba. Desconocería también que su madre, amorosamente,
cuando él todavía no tenía entendimiento, acarició y limpió esas alas
que representaban para ella el símbolo mismo de “lo que podía vo­
lar” guardando silencio luego sobre sus actos para siempre.
* * *
Retornan aquí preguntas ya formuladas desde los comienzos del
psicoanálisis; los ejemplos intentando dar cuenta que ni el'deseo de
libertad es innato, ni instintivo el anhelo de sumisión. Porque la con­
dición humana se sostiene en la.peculiaridad de que lo que conside­
ramos su naturaleza no es sino el efecto de las condiciones mismas
de su producción. Nuestro antropomorfizado pajarito no desea la li­
bertad sino simplemente volar, remontarse con la bandada, -y es en
razón de ello que espera que su madre le enseñe, porque no ve en
ese deseo nada que pretenda liberarlo de su atrapamiento ni alejar­
lo de su cuerpo. El paciente a punto de terminar su tratamiento da­
ría sus alas para mantenerse protegido en un espacio que lo cobije.
Anita me señala que mi ideal libertario románticamente formulado
es inútil si no se expresa en un movimiento que le dé sentido...
Por eso la libertad es impensable sin representación de futuro, aún
cuando ella misma pueda devenir proyecto, ya que no puede proyec­
tarse sobre el vacío representacional u operativo sino sobre sus rea­
les. posibilidades de ejercicio. A propósito de ello es que recuperé de
entre mis papeles las notas escritas hace algunos años, notas sobre el
amor y sus crueldades, sobre la libertad y sus consecuencias.

26
Capítulo V

*
Los CAMINOS INSOSPECHADOS DE LA ADAPTACIÓN

En 1996 se produjo un descubrimiento de enormes consecuencias


para la teoría de la evolución. La tumba de un niño Neanderthal po­
blada de objetos Cromagnon, objetos de un eslabón evolutivo que,
se suponía hasta ese momento, era 30.000 años posterior en su apa­
rición sobre la tierra, obligaba a revisar los paradigmas que habían
regido durante más de un siglo. Si, a diferencia de lo que se había
pensado hasta el momento, el Neanderthal y el Cromagnon habían
sido simultáneos, si no se habían sucedido el uno al otro, algo debía
ser modificado de la teoría dominante en la actualidad, confortable­
mente instalada en la idea de una evolución lineal y progresiva.
Ya Stephen J. Gould había desplegado la idea, en los últimos años,
de que la enseñanza fundamental de la teoría de la selección natural
de Darwin consistió en dejar abierta la posibilidad de que la evolu­
ción natural no estuviera basada en un plan prefijado. Y los nuevos
desarrollos de la paleontología reafirmaron el hecho ya propuesto
por la biología molecular de que no habiendo transmisión genética
de lo aprendido -contra las tesis de Lamarck-, la adaptación, sea bio­
lógica o cultural, representa un mejor ajuste a entornos locales espe­
cíficos, y no una fase inevitable en la escalinata del progreso. La se­
lección natural se nos presenta así como el mecanismo inexorable de
un proceso adaptativo de la especie, que consiste en que ante cada
circunstancia, potencialidades que no habían cumplido un papel
central pasan a ser relevantes, y otras se convierten en obsoletas,
quedando la supervivencia y modificación despojadas de toda inten-

* “Los caminos insospechados de la adaptación”, Bleichmar, S., revista Topía, A ño VII, N°


19, Buenos Aires, Abril de 1997.

n
ción, de toda finalidad, lo cual torna insostenible cualquier ideolo­
gía que vea en este, proceso un ideal conducente a la máxima perfec­
ción.
Gould1 hizo, a su vez, su propio aporte para una modificación sus­
tancial de la teoría de la evolución tal com o la hemos conocido. La
evolución, efecto de la selección natural, se da bajo un modo discon­
tinuo, a saltos, teniendo lo acontencial, azaroso, una función central.
La discontinuidad pone en tela de juicio la posibilidad de hallazgo
del famoso “eslabón perdido”, en razón de que al no haber cadena
lineal que condúzca al homo sapiens, bien pudo este no haber existi­
do nunca. En última instancia, no hay plan divino que vaya del mo­
no al hombre -siempre en retraso-, aún cuando bienvenida la auto­
crítica, la Iglesia acepta la teoría de la evolución para poner en su
cúspide al hombre cómo rey de la creación, tratándose su aparición
de una eventualidad más de una mutación que en lo azaroso de sus
vicisitudes bien podríá haber conducido hacia otra parte.
A modo de ejemplo, para que se pueda apreciar en toda su dimen­
sión esta teoría y el salto que acarrea para nuestro pensamiento, tra­
temos de imaginar lo siguiente: Supongamos que la humanidad, es­
tuviera al borde de su desaparición en razón de que un ruido muy
fuerte, de carácter inédito, destruyera los cerebros de quienes lo pa­
decen. Es indudable que los sordos no serían puestos en riesgo, y
que una vez desaparecidos todos los oyentes, sólo aquéllos podrían
continuar viviendo, reproduciéndose y rearmando colonias huma­
nas capaces de conservar la especie. Esta, de todos modos, habría
mutado. Sería una especie a la cual le faltaría un sentido, y en la cual
otras cualidades se desarrollarían con carácter compensatorio; pero,
además, si eventualmente, del nacimiento de dos sordos naciera'un
niño en el cual algún gen recesivo pudiera seguir produciendo la au­
dición, el sonido mortífero se encargaría de que no dure demasiado
sin que, por otra parte, se pudieran detectar las causas de su muerte.
El ser sordo constituiría una indudable ventaja para adaptarse a las
nuevas condiciones, sin que ello representara, necesariamente, un
escalón más en la perfección evolucionista. Se tomaría otra direc­
ción, cuyos alcances serían imposibles de predecir porque una vez
lanzada en un cierto sentido, su dinámica sólo sería predictible des­
de un nuevo ordenamiento, y la cultura misma tomaría otro sesgo:
no sólo la música perdería todo sentido, sino que gran parte de las
comunicaciones regidas por la transmisión de sonido serían archiva­
28
das y sólo se mantendrían los aspectos visuales de los mass media, y
posiblemente se desarrollaran otros impensables hoy en día.
La selección natural se sostiene en esta premisa: la adaptación no
puede producirse sino llevando a su máxima potencialidad un rasgo
presente -aún cuando este rasgo sea, en el caso del ser humano, una
hipótesis, una teoría capaz de comprender la realidad a la cual se en­
frenta, algo que"permita, montar lo novedoso sobre lo ya conocido.
Es imposible generar mecanismos totalmente nuevos frente a algo
absolutamente desconocido, y no hay ser vivo capaz de sobrevivir al
intento; para no sucumbir, algo debe potenciarse, desplegarse, obte­
ner una transformación cada vez más eficaz, no puede ser creado de
la nada sólo com o efecto de la acción del medio.
En razón de ello, todos los organismos capaces de tener algún tipo
de percepción del mundo que los rodea, para sobrevivir, poseen ya
la posibilidad de interpretar y ordenar la información antes de acce­
der a ella. Cuando estas capacidades son instintivas, innatas, y se pro­
duce un desajuste entre las posibilidades de supervivencia y la reali­
dad a la cual hay que enfrentarse, no hay m odo de librar la batalla:
el individuo, sucumbe, solo o con su especie, y solamente sobreviven
aquellos que ya poseían, aún cuando fuera de modo rudimentario,
las herramientas necesarias para las nuevas condiciones.
Desde esta perspectiva la afirmación basal del freudismo respecto
de la endeblez de los montantes adaptativos en el hombre no en­
cuentra resolución en esa ficción que la acompaña, la cual sostiene
que la cría humana debería su supervivencia a la realización de una
“prueba de realidad” consistente en acciones de tanteo sobre el
mundo, tendientes a diferenciar entre la representación investida,
deseante, y el objeto.
La humanidad no hubiera subsistido si la “la cosa del mundo” ca­
paz de satisfacer la necesidad tuviera que ser reconocida por accio­
nes de ensayo y error, si cada individuo hubiera debido, en principio,
realizar por sí mismo todas las pruebas que garantizaran su supervi­
vencia. La cuestión acerca de cómo implementar entonces un cono­
cimiento de la realidad, incluso de qué manera el psiquismo es capaz
de someterse al principio de realidad una vez que el inconciente en­
tra en pugna para lograr su objetivo de descarga inmediata, o acerca
de qué relación guarda este conocimiento con los primeros esque­
mas de acción y bajo qué premisas se resuelve el pasaje a modos re-
presentacionales que anteceden a la acción eficiente en el mundo,

29
no tiene una respuesta aún satisfactoria desde el psicoanálisis, y el lu­
natismo que intenta sostener la supervivencia en la existencia de una
pulsión de vida concebida como prolongación directa de la biología
en la vida represen tacional, ha cumplido la función que todas las hi­
pótesis adventicias tienen en nuestro campo: llenar el terreno de ma­
leza que torna cada vez más dificultoso el desbroce conceptual.
Sabemos de los intentos de ver al bebé como una especie de Ro-
binson Crusoe autoengendrándose a partir de sus propias posibilida­
des, nada, ni desde el punto de vista biológico, ni representacional,
permite sostener tal alternativa. Intentemos, por otra parte, trasladar
a Robinson Crusoe a la realidad humana cotidiana: ¿sería posible
concebir a los homeless com o una suerte de Robinson Crusoe del pre­
sente, teniendo en cuenta la proeza que implica sobrevivir luego que
la marea económica ha arrojado a alguien del otro lado? Cuánta in­
teligencia, cuánta picardía y conocimiento de ciertas legalidades son
necesarios para sobrevivir en las calles, que no constituyen precisa­
mente una isla pródiga. '■
Porque Robinson, en su isla o en Buenos Aires, no hubiera sobre­
vivido sin conocimientos previos que permitan diferenciar, en un ta­
cho de basura, lo que es comestible de aquello que no lo es. Consti­
tuidos estos conocimientos, a su vez, bajo modos no sólo prácticos si­
no ideológicos e históricos, ya que no podemos desconocer el hecho
de que Robinson era un hombre criado en sociedad, y por una socie­
dad con sus particularidades ideológicas, enclavada en un tiempo
concreto -no era sólo un hombre “de la cultura”-, a tal punto que no
tuvo mejor idea, cuando vio a otro ser humano, que convertirlo en
su sirviente. La supervivencia en condiciones extremas requiere una
dosis muy importante de inteligencia aprendida, de conocimiento
organizado si no de las condiciones nuevas, de los métodos para en­
frentarse a ellas: el ensayo está precedido siempre de una hipótesis
Que el conocimiento hipotético que precede a la acción sea patri­
monio del sujeto o de algún otro ser humano que lo toma a cargo
disminuye la probabilidad de error que llevaría al fracaso -en este ca­
so a la muerte. Las impasses a la cual conducen tanto la posición ori­
ginaria del psicoanálisis respecto a la prueba de realidad como el in-
natismo que la sucede coexisten con otra corriente, marginal en la
obra freudiana pero fundamental para salir del encierro, la cual
plantea, desde otra perspectiva, que la debilidad de los montantes
adaptativos innatos da ingreso, y pone en primer plano, la función
30
que ocupa el otro humano en la supervivencia de la cría y en la ins­
tauración de eU "prueba de realidad” que no puede ser realizada, de
inicio, sino por aquel que tiene a cargo la conservación con vida de
la cría. .
En este sentido, el salto de la naturaleza a la vida representacional
que lleva a concebir al yo como provisto de un deseo originario de
autoconservación constituye sólo una ilusión retrospectiva, una teo­
ría de carácter “robinsoniano”, en razón de que la conservación en
los orígenes no tiene nada de “auto”: incluye al cachorro humano co­
mo ser de naturaleza -naturaleza que, en sí misma, sólo tiende a su
permanencia sin que esto implique ningún tipo de intencionalidad,
ningún tipo de “conciencia intencional”, si nos plantamos en una
posición que se abstenga de concebir a la naturaleza como provista
de “alma”, habitada por algo del orden de lo divino-, con alguien
provisto de intencionalidad, capaz de establecer “acciones con arre­
glo a metas”, y de representarse el presente y el futuro, otorgándole
sentido desde un pasado en el cual la libido ocupa un lugar central.
Pero la presencia del adulto, como presencia constitutiva del psi-
quismo infantil, debe llevarnos a evaluar, por otra parte, que la inten­
cionalidad autoconservativa, en razón de la disparidad esencial de
estructuras y posibilidades, pone enju ego el inconciente de quien
ejerce las funciones. Inconciente que si bien implica aspectos sexua­
les, tanto pulsionales com o edípícos, acarrea consigo los modos de
representarse la supervivencia -atravesado el narcisismo del adulto
tanto por la historia edípica singular, como por los modos más gene­
rales, socialmente adquiridos, de representarse el propio ser en el
mundo.
El adulto que parasita sexual y simbólicamente al recxen nacido ge­
nera mediante esta intervención -en el sentido estricto del término,
esto es que interviene com o un “inter”entre el cachorro humano en
vías de constitución y su ser de naturaleza- las condiciones de consti­
tución de. un mundo representacional que no sp agota en la resolu­
ción de las tensiones biológicas, sino que; da también curso a los fan­
tasmas sexuales y de supervivencia, autoconservativos en el sentido
humano, social del término, realizando así el movimiento que va des­
de un principio de realidad tendiente a la conservación con vida, a
la transmisión de un conjunto de valores, representaciones del mun­
do, lugar de constitución de la ideología que sostiene en su núcleo un
“principio de realidad” com o realidad humana, singular, histórica.
SI
Decir, a esta altura de la historia, que en estas articulaciones de sen­
tido el lenguaje tiene un papel central, es tan verdadero como banal.
Porque la cuestión está no en el lenguaje como articulador general,
sino en los ensamblajes discursivos que posibilitan el atrapamiento y
la construcción de una realidad que sería literalmente “impensable”
si no hubiera un código desde el cual otorgarle permanencia y den­
sidad simbólica. José Saramago construye, al respecto, en su libro El
año de 1993, una parábola sobre la represión y el poder al dar cuen­
ta, de modo poético y terrible, de una sociedad en la cual los domi­
nados ya no tienen nada que decir porque no hay palabras para opo­
nerse a un poder no-discursivo: “Una vez más el imposible quedarse
o la simple memoria de haber sido... Así mirar apartado la propia
sombra con ojos invisibles y sonreír por ello mientras la gente per­
pleja busca donde nada hay... ”
Estas articulaciones discursivas, que dan una organización al mun­
do, generan el cañamazo de toda experiencia. No se trata de afirmar,
de modo idealista, que la experiencia no exista sin lenguaje, sino qúe
sin él es imposible situarla, organizaría, darle sentido: de ahí que la
inmersión del niño en el mundo de los símbolos no se realice inge­
nuamente: no hay “tábula rasa” en razón de que el adulto que tiene
a su cargo los cuidados precoces tiene su propia organización simbó­
lica de la experiencia. Y ésta está atravesada por la experiencia singu­
lar de cada uno, pero imbricada también en la experiencia histórica
del grupo social de pertenencia, sus traumatismos y fantasmas.
Es en ese sentido que podríamos afirmar que los seres humanos
pueden transmitir la experiencia de la especie, no de modo genéti­
co, y que el lamarckismo, derrotado en la biología, encuentra un lu­
gar en los procesos de intercambio y transmisión simbólica. A condi­
ción, por supuesto, de tomar en cuenta que no es la adaptación en
sí misma, natural o biológica lo que se transmite, sino los rasgos ins­
criptos en la cultura, las formas de resolución imaginaria, simbólica,*
que la acompañan.
Junto a los modos de representar el, mundo para sobrevivir en él,
los adultos inscriben en los niños sus temores y fantasmas, su “neu­
rosis” y sus anhelos, y la prueba de realidad toma un carácter radical­
mente distinto a aquel que lleva a reconocer en el pecho el recipien­
te de la leche con la cual nutrirse.
La realidad es realidad, entonces, no sólo presente sino anhelada,
fantaseada y codiciada, añorada o perdida, nunca puramente auto-

32
conservativa. Por eso el niño Neanderthal tenía objetos Cromagnon
en la sepultura... Tal vez sus padres habían querido dotarlo de algo
que no poseían, pero que constituía parte de los ideales de su épo­
ca: “En el otro mundo, tal vez, logre ser un Cromagnon...

1 Gould, Stephen Jay: de este autor, profesor de Paleontología de la Universidad de Har­


vard, se pueden consultar, entre otras obras: Dientes de gallina y dedos de caballo, Ed. Her­
mano Blume, Madrid, 1984; La vida maravillosa (1989), Ocho cerditos (1994) y E pagar e
panda (1994), los 3 publicados por Ed. Crídca, Barcelona.

38
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C a p ít u l o V I

N o r m a , a u t o r i d a d y le y

B ases p a r a l a r e d i m n i c i ó n d e u n a l e g a l id a d

EN PSICOANÁLISIS*

Si el imperativo kantiano que propone que actuemos de tal modo


que nuestra acción pueda ser elevada a rango de ley universal fuera
dominante hoy en el conjunto de nuestra sociedad, es indudable que
el eje temático alrededor del cual se estructura la pregunta acerca de
la ley del padre sólo implicaría cuestiones teóricas o psicopatológi-
cas. Pero ello no es así, lo cual nos confronta a una urgencia: redefi­
nir los términos que nos permitan, al menos, pensar sobré qué pre­
misas se puede establecer un debate respecto a las condiciones de la
ética no sólo en nuestra devastada sociedad argentina sino en el
mundo. Y en este debate el psicoanálisis tiene algo que decir, a con­
dición de que no se limite a repetir lo que de obsoleto ha acumula­
do durante más de cien años.
Debate pendiente desde mediados del siglo XX, cuando estalló la
cómoda división entre civilización y barbarie y la maquinaria nazi
primero y la energía nuclear desplegada com o aniquilación sobre
millones de hombres después, puso de manifiesto que la civilización
podía estar al servicio de la barbarie, o al menos, que el ideal de pro­
greso que acompañaba el concepto de civilización estallaba y dejaba
entrever qué la civilización de unos puede bien ser la regresión a la
barbarie de otros.
La idea extendida en psicoanálisis de que los seres humanos no
pueden cometer crímenes sin que su conciencia moral les demande
de uno u otro m odo un pago, o incluso el maravilloso análisis de Ras-
kolnicof que despliega la hipótesis de que todo crimen planeado es

* “Norma, autoridad y ley. Bases para la redefmición de una legalidad en psicoanálisis”,


Bleichmar, S., revista A dualidad Psicológica, N B303, Buenos Aires, Noviembre 2002.

35
j. .

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C a p ít u l o X

N u e va s t e c n o l o g ía s ,

¿NUEVOS MODOS DE LA SUBJETIVIDAD?*

Me introduzco en un aparato de realidad virtual. A través deí cas­


co veo que estoy suspendida en una plataforma en medio del espa­
cio; delante mío una escalera que asciende. Comienzo a activar el bo­
tón superior de la pistola que permite que avance, las imágenes cam­
bian, me desplazo a una velocidad inadecuada, atravieso una colum­
na, luego, caigo al vacío. Mi estómago cae junto con la imagen; sien­
to vértigo. Retrocedo, giro con todo mi cuerpo. A mi izquierda una
escalera descendente, a la derecha, una columna. Un pájaro gigan­
tesco viene a buscarme, intento dispararle con el botón que mi dedo
índice aprieta. Lo hago en formarecta, es inadecuado, la trayectoria
debe ser parabólica. Me empapo de sudor y siento palpitaciones. El
pájaro me levanta y mi imagen -yo misma- se despedaza en medio del
' espacio. Reaparezco en la plataforma. Giro con todo mi cuerpo y em­
piezo a avanzar lentamente, intentando no llevarme las columnas
por delante. Cuando me angustio dejo el dedo gatillando y avanzo
rápidamente, caigo al vacío y vuelvo a girar tratando de retomar apo­
yatura en el piso de la plataforma espacial.
He perdido dimensión del tiempo, pero a los tres minutos, exac­
tos, suena el final del juego. Un jovencito -remera, jeans, chicle, ari­
to- me quita el casco y descubro que estoy empapada en sudor. Me
dice: ‘¿Jodido, no?’ . Yo, desde mi código, respondo: ‘Lo toleré bas­
tante bien’ -me refiero a mi angustia, palpitaciones, sensación de va­
cío, ¡sáquenme de aquí!-, me mira, condescendiente y agrega: ‘Bue­
no, al pájaro no le dio’ . Son dos códigos: para él la cuestión pasa por
ganar el juego, darle al pájaro, aumentar el score.
¡j¡
“Nuevas tecnologías, ¿nuevos modos de subjedvidad?”, Bleichmar, S., revista Topía, Na
10, Buenos Aires, Abril/Julio de 1994.

69
Cuando desciendo, medio mareada, varios mirones están observan­
do la situación. Son gente como yo -tal vez por la hora-: un hombre
de barbita con sus libros de matemáticas bajo el brazo (posiblemen­
te un físico, pienso), dos muchachos que prestan igual atención a la
pantalla en la cual se ve el juego -desplazado de lo que yo veo por el
visor- y al mecanismo de la máquina, una mujer de cierta edad con
un portafolios en la mano (una profesora universitaria, o investiga­
dora, supongo). Todos nos aproximamos con cierta curiosidad y res­
petó.
Dos días después, Agustín, de doce años, me espeta en su sesión de
análisis: ‘En los flippers hay un juego. Te subís y te ponen un casco, es
como si estuvieras adentro de una plataforma’. Le pregunto -más cu­
riosidad personal que indagación de lo inconciente-: ‘¿Lo probaste?’
‘Sí -responde-, le di dos veces al pájaro’ ‘Y, ¿qué sentiste?’ -arremeto-
‘Nada, está rebueno...’ Y vuelve a sus cosas: ‘Silvia, cuando vos eras
chica, ¿te pegaban tus hermanos?’
¿A qué mutaciones de la subjetividad nos someten las nuevas tec­
nologías? ¿Cuáles son sus alcances? ¿Hasta dónde se expresan ya,
hoy, transformaciones en los niños y adolescentes de este fin de siglo
que vivimos?
He escuchado a algunos nostalgiosos, apocalípticos, preconizar el
fin de los modos de subjetividad que conocemos. No lo hacen de mo­
do descriptivo, curioso, exploratorio. Se lamentan amargamente del
fin de una historia; nuestra historia. Atacan las computadoras, los vi­
deogames, las redes informáticas... Los argumentos son, a veces, la­
mentables: ¿cuánto tiempo pierden los niños jugando con family-
game} Siento deseos de responder: ¿Cuánto tiempo perdió nuestra
generación jugando a la lotería con la abuela, al balero, al estancie­
ro -ese cartón en el cual acumulábamos tierras que nunca poseería­
mos, en un mundo que se encaminaba aceleradamente hacia el
reemplazo de la riqueza natural por¿la riqueza tecnológica?
Dejemos de lado los argumentos banales, y vayamos a las cuestio­
nes centrales. ¿Cambian los modos de percepción de la realidad a
partir de la transformación que los nuevos modos de organización
de la información imponen?
En un texto lúcido y vertiginoso, Aníbal Ford se enfrenta a los con­
flictos y paradigmas de nuestra época: “Estamos ante una memoria
de conflictos cognitivos y culturales que se plantearon durante los
comienzos de nuestra modernidad. Pero no haciendo historia o ar­
70
queología. Los problemas de la oralidad, de lá narración y de la co­
municación no verbal (mediatizados o no por la electrónica) están,
en sí y en sus conflictos y relaciones con la escritura y la argumenta­
ción, en el centro de los procesos de construcción de sentido de
nuestra cultura. Y esto no es ajeno al modelo cognitivo que impulsó
esa modernidad, hoy en crisis y deterioro”.1
Lo narrativo ocupa en esto un lugar central. “El hombre lucha pa­
ra poder seguir narrando, y para recordar mediante narraciones, pa­
ra no someterse a la escritura tal cual esta era o es manejada por el
Estado moderno, para ejercitar y valorar su percepción...”2
Agustín me ha preguntado, en su sesión dé análisis, si “en mis tiem­
pos los hermanos también pegaban”.-Pasa de la realidad virtual a la
búsqueda de la transmisión oral bajo los mismos modos que sus an­
tepasados podrían haberlo hecho cuando de recuperar la historia
ancestral se trataba. No soy una anciana de la tribu, me rehúso al de­
seo intenso de sentarme junto a él y ejercer la función chamánica.
Recompongo el sentido singular, histórico, inconciente, de su pre­
gunta. Los enigmas siguen siendo los mismos: la fratría, el nacimien­
to, la muerte...
La tecnología no altera, hasta el momento, estas preocupaciones
de base. El nuevo cine de ciencia-ficción aborda tales cuestiones: Bla-
de Runnefi lo muestra de manera paradigmática: en un mundo en el
cual los hombres han logrado construir humanoides imposibles de
diferenciar a simple vista, éstos se rebelan porque no aceptan ni la
discriminación ni el plazo fijado de cuatro años de vida. En los lími­
tes mismos de la tecnología, la vida y la muerte se plantean como los
ejes que atraviesan aún la tecno-existencia. La memoria implantada,
vivencial, humana, abre las posibilidades de todos los sentimientos -
incluido el amor al semejante y el dolor concomitante. En Terminator
la alteración de los tiempos juega con el -enigma de los orígenes:
¿puede un hombre enviado al pasado salvar a su propia madre y, en
el ejercicio de esa tarea, engendrar a su padre?
Es indudable que estamos ante producciones de nuestro tiempo
que no dan cuenta del futuro real sino de los modos subjetivizados
con los cuales aún aquellos que pueden pensar lo impensable lo ima-
ginarizan. Pero expresan las preocupaciones y soluciones de nuestro
tiempo, y en esto son representativas de la ¡permanencia, en el inte­
rior de la tecnología, de las formas de concebir lo humano en el
campo abierto del pensamiento actual.
71
Los niños y adolescentes de hoy sueñan con Blade Runner o Termi-
nator, no los torna más sádicos o incestuosos ni menos creativos que
una generación atravesada por Havilet o King Kong -que alimentó los
fantasmas masoquistas femeninos durante más de una generación.
Apelo nuevamente a Ford: “Que nuestra subjetividad se construye
en medio de pluriculturalidades simultáneas no es un hecho que po­
damos negar... (Pero) Las diversas necesidades de anclaje o de idea­
lización que siempre aparecieron en la cultura del hombre com o es­
tructura fundamental de la supervivencia, no pueden ser fácilmente
borradas, aunque sí pensadas desde formas de construcción que ya
no sean aquellas que nos propuso el imperio instrumental de la es­
critura”. 4
Una digresión necesaria: una de las características más brutales del
mundo actual es una coexistencia de tiempos en la cual se yuxtapo­
nen modos diversos de confrontación con la realidad. Cuando deci­
mos niños y adolescentes de nuestro tiempo nos referimos a aquellos
que comparten nuestro horizonte cultural. Sería absurdo pretender
incluir en las cuestiones que estamos desplegando a los niños totzi-
les de Chiapas o a adolescentes marginados de Nigeria. Y aún, sin ir
tan lejos, ¿cuántos de los niños de nuestras estancias patagónicas
pueden tener idea de que existe un aparato acoplable a la televisión
-si es que la tienen, aún cuando la conozcan- en el cual instrumentar
juegos de alta tecnología?
Nuestra temporalidad hegeliana, progresiva, encaminada hacia su
maxima perfección, ha entrado en crisis hace ya demasiado tiempo
y, pese a ello, espontáneamente, tendemos a considerar como para­
digma histórico a lo “más avanzado”, en el marco de un tiempo lineal
que hasido cuestionado tanto por la física como por las ciencias so­
ciales. Pero sabemos de todos modos que no podemos escudarnos
611 v r , a' Cr0nia histórica com o coartada para preguntarnos sobre la
posibilidad de-nuevos modos de emergencia de lá subjetividad de los
nmos y adolescentes de “nuestro m undo” y “nuestro tiempo”.
En un texto reciente, Alejandro Piscitelli afirma, desde una pers­
pectiva webenana, que la tecnología está por todos lados, que no hay
nada fuera de la ciencia y la tecnología, así como no hay nada fuera
de la sociedad. Las dos o tres grandes innovaciones de la ciencia que
en este momento están dando vueltas: las telecomunicaciones -que
incluyen la realidad virtual, el camino hacia la inteligencia artificial
o las redes neuronales- y el proyecto de genoma humano -con la po­
72
sibilidad a largo plazo de una duplicación, clonación, de los seres hu­
manos-, revolucionan nuestro pensamiento y plantean tareas inéditas 5.
En nuestro mundo “contemporáneo” -contemporáneo a nosotros,
debemos agregar-, esto es así. También es cierto a nivel de lo real:
aún quienes no participan directamente de la ciencia y la tecnología
actuales sufren sus efectos; grandes sectores de la humanidad, mar­
ginados de la tecnología de punta, padecen las consecuencias de su
avance sin gozar sus beneficios (cuando estos grupos ejercen modos
de enfrentamiento supuestamente caducos se les cuestiona su desac­
tualización, exigiéndoles que sean nuestros contemporáneos, aun­
que sea, en ese aspecto).
Pero existen los niños y adolescentes de fin de siglo. Aquellos que
participan del modo de vida, preocupaciones y aspiraciones, adqui­
siciones tecnológicas y cambios de registro ideológico efecto de mu­
taciones sufridas a lo largo del siglo. A ellos nos enfrentamos diaria­
mente en nuestros consultorios. He visto, en los últimos tiempos, los
efectos de estos nuevos procesos en el campo de la clínica: por una
parte he tenido ocasión de asistir a la emergencia de un defirió pa­
ranoico, del estilo más clásico de “robo de pensamiento”, con atribu­
ción imaginaria a la computadora. Se trataba de un joven que, en su
decir, sabía que se le habían metido en su computadora para robar­
le toda su producción hasta dejarla vacía, y luego comenzaban a pe­
netrar en su cabeza con el mismo objeto. Los contenidos han cam­
biado -ya no hay restituciones bajo la forma de saberse Napoleón, co­
mo la vulgarización psiquiátrica nos lo hizo conocer hace años-, pe­
ro los determinantes del delirio eran del mismo carácter que aque­
llos que Víctor Tausk describiera en sus escritos cuando habló por
primera vez en psicoanálisis de “la máquina de influencia”. He teni­
do, también, oportunidad de recibir en mi consultorio a un niño
efecto de una gestación de probeta, respecto del cual el padre decla­
ra: “Comparto la paternidad con el m édico”. Qué consecuencias ten­
drá esto para su futura identidad, para la constitución de su subjeti­
vidad, es algo que debemos explorar. Pero sabemos que lo real de su
engendramiento no ingresará sino atravesado por el imaginario pa-
rental, y no se inscribirá sino en el engarce singular e histórico que
propicien los enigmas que su propio nacimiento impone. Y, de mo­
do idéntico pero diverso, como Edipo y todos los hombres -príncipes
o plebeyos lo hicieran- deberá acceder a una teorización fantasmati-
zada que dará origen tanto a su inteligencia com o a sus síntomas.

73
En tal sentido, cada nuevo cambio tecnológico será reprocesado en
el interior de un aparato psíquico donde los tiempos anteriores coe­
xisten porque están inscriptos los modos vivenciales de percepción
de la realidad de las generaciones anteriores. Los enigmas ño se
constituyen, en la infancia, respecto a una supuesta realidad sustan­
cial, sino a sus complejos entramados deseantes respecto al engen­
dramiento. Ningún niño tiene curiosidad por saber cómo era el qui­
rófano en el cual la madre alumbró; ningún niño erotiza el metal ni
queda fijado a él porque sea el material que constituye la pinza de
fórceps, porque sea el primer objeto extraño que tocó su cabeza fue­
ra del vientre materno. Del mismo modo, el "niño de probeta” que
tuve ocasión de entrevistar no estaba preocupado por la constitución
particular del vidrio, sino -en forma desplazada y sintomal- acerca del
por qué su madre no había podido engendrarlo en su propio cuer­
po, y por que su padre no tenía espermatozoides suficientemente po­
tentes para darle origen de modo natural.
¿Ha cambiado la informática los modos de vínculo con la realidad?
Hasta ahora, lo que percibimos en los niños y adolescentes atravesa­
dos por ella es que capturan de m odo distinto, inmediato, las posibi­
lidades de una imagen en la cual la narrativa clásica no tiene cabida.
Componen las secuencias de imágenes de un m odo diverso, pero la
sincronía de la pantalla no opera cuando de percibirse a sí mismos
en el mundo, como gestáll recortada y sufriente, cobra exigencia.
Una generación de jóvenes que se aburre con Columbcfi y ve videoclips
compone lo indiciarlo de modo diferente: se atiene menos al relato
que a la imagen, articula secuencias y construye sentidos. Pero cons­
truye sentidos, y esto es algo que ninguna red neuronal puede variar
en el ser humano. Aún cuando conectemos a un niño o a un joven a
miles de canales simultáneos de información que le permitan acce­
der a una información insospechada hasta hace algunos años, lo
esencial desde el punto de vista que nos ocupa, es que seguirá guian­
do su búsqueda por preocupaciones singulares que no son reducti-
bles a la información obtenida, y que procesará ésta bajo los modos
particulares que su subjetividad imponga.
Poique lo fundamental, mientras los seres humanos sigan nacien­
do de hombre y mujer, vale decir, sean producto del acoplamiento
de dos deseos ajenos, es que sus enigmas versarán -aún cuando sea
bajo nuevas formas-, sobre las mismas cuestiones. Y si la manipula­
ción genética puede hacer que un niño nacido de padres negros sea
74
blanco, o tenga ojos azules, este niño deberá preguntarse por qué sus
padres querían ojos azules, o piel blanca, y no cómo intervino el ge­
netista para producir la transformación -aún cuando ésta pueda de­
venir una inquietud por desplazamiento-.
Es evidente que estoy definiendo las cosas desde una perspectiva
que puede ser discutible a futuro. Hablo del hombre tal-: como ha si­
do dado hasta ahora, vale decir, como desprendimiento carnal y
amoroso de otro ser humano. El sentido de su existencia ño está pre­
visto sino como contigüidad, enlace amoroso, pasión -en todo el sen­
tido del término, aún el religioso. No me es dado hablar de produc­
tos con características corporales humanas destinadas a otro fin que
no sea este absurdo a-funcional que es la existencia misma.
De esta cuestión deriva el surgimiento de la subjetividad tal como
la conocemos. Tanto el residuo inconciente que de ella se estructu­
ra, como aquella que remite a la problemática del yo. Rota la ilusión
de un sujeto unido y homogéneo, el yo, en tanto residuo identifica-
torio -vale decir de las recomposiciones metabólicas de las acciones
y significaciones deseantes del otro-, opera com o una suerte de fija­
ción de la imagen virtual que garantiza la permanencia del sujeto en
el interior de un campo que no es menos ilusorio que real. “La ima­
gen virtual admite el punto de vista, pero no se da de una vez por to­
das como referencia estable y fiable... La'imagen del cuerpo que la
pantalla interactiva o el espejo virtual refleja no es la de un ser úni­
co [...]. Es la imagen de una red abierta, proteica, tentacular. El hom­
bre pasa por ella atravesando bosques de símbolos que lo observan
con miradas familiares (Charles Baudelaire). La única referencia du­
radera del yo ya no es su punto de vista que dejó de pertenecerle, si­
no su ‘punto de estar”, cita Aníbal Ford a Kerckhove, y agrega, polé­
micamente: “Que nuestra subjetividad se construye en medio de plu-
ricausalidades simultáneas, tampoco es un hecho que podamos ne­
gar. Pero... las diversas necesidades de anclaje o de focalización que
siempre aparecieron en la cultura del hombre com o estructura fun­
damental de la supervivencia, no pueden ser fácilmente borradas,
aunque sí pensadas desde formas de construcción que ya no sean
aquellas que nos propuso el imperio instrumental de la escritura”.
En tal sentido el sujeto, en sentido estricto, para el psicoanálisis, se
ubica en la articulación que Ford señala en el campo de las nuevas
cuestiones que abre la problemática de las nuevas tecnologías a nivel
semiótico: Se trata de un “punto de estar”, en términos de Kerckho-

75
ve, pero al mismo tiempo, este “punto de estar” debe cobrar perma- :
nencia como “punto de ser” para que el sujeto se sostenga.
El psicoanálisis ha sido tal vez un anticipador fenomenal de la cons- ;:
titución de un campo de realidad virtual. La estructura temporal, na­
rrativa, se desarticula y recompone constantemente en una sesión de /
análisis, permitiendo la coexistencia de dos sistemas co-presentes: el :
preconciente y el inconciente, con legalidades distintas, modos de
funcionamiento y contenidos diferentes, entre los cuales el sujeto pi­
votea para sostenerse articulando en sistemas de verosimilitud que
remiten a una diacronía que se presentifica en simultaneidades de :
las cuales la narración sólo sostiene puntos de anclaje posibles.
Cuando Agustín me pregunta si “desde siempre los hermanos ma- ■
yores pegaron a los. menores”, busca un anclaje en el marco de la pla­
taforma que sostiene sus constelaciones edípicas, permitiéndose, en
la realidad virtual que la sesión de análisis impone, caer al vacío pa­
ra recuperarse en el movimiento entre columnas que su deambular
por el espacio impone. Sabe que yo estoy ahí, lista para ajustar el cas­
co, para establecer los puentes, para-impedir que la imagen lo devo­
re posibilitando una conjunción de narración y reactualización vi-
vencial que permita una rearticulación de las significaciones estable­
cidas.
Mi problema es ahora retranscribir las “capas de la cebolla” freu-
dianas en “windozus”, permitiendo que su mano mueva el cursor pe­
ro garantizando, al. mismo tiempo, que no se deslizará vertiginosa­
mente hacia el sinsentido. El horror al vacío puede ser tolerado en
la máquina de realidad virtual, pero el pájaro que lo levanta con el
pico puede devenir, en cualquier momento, com o para Leonardo,
aquel que le meta su cola en la boca o que le picotee el hígado co­
mo a Prometeo.
La tarea no consiste, ni mucho menos^ en ahogar la pulsión epis-
temofílica. Muy por,el contrario, juntos entraremos en la pantalla pa­
ra que la travesía pueda desplegarse por los nuevos y viejos enigmas
que su condición de “infantil sujeto” le impone.

1 Ford, Aníbal, “Navegaciones”, en David y Goliat (CLACSO), T. XX, N. 58, Buenos Aires,
Octubre, 1981. !'

76
2 Ibidem.

3 Blade Runner, film de Warner Bros., 1982. Dirigida por Ridley Scott, Guión: Hampton
Fancher y David Webb Peoples, basado en la novela de Philp K Dick.

4 Op. Cit.

5 Piscitelli, Alejandro, “Com o será el futuro”, entrevista en revista La Maga, Bs. As., 29 de
diciembre de 1993.

6 Columba, serie de televisión interpretada p or Peter Falk, de 1971 a 1992.

77
1

s
!

C a p ít u l o X I ;

L ím it e s y e x c e s o s d e l c o n c e p t o d e su b je t iv id a d

EN PSICOANÁLISIS

Que el ser humano cambia históricamente, que la representación


de sí mismo y de su realidad no se mantiene estrictamente en los tér­
minos con los que fuera pensado por el psicoanálisis de los comien­
zos, no hay duda. Insisto, no tan en broma, que si a las histéricas del
siglo XIX se les quedaba la pierna dura por el deseo inconfesable de
caminar hacia el cuñado, nuestras histéricas de hoy padecen colap­
sos narcisistas cuando sus cuñados no les otorgan crédito sexual. ¿Se­
ría igúal el síntoma obsesivo del hombre de las ratas en una Argenti­
na en la cual el casamiento por dinero es considerado un gesto de
inteligencia y las deudas incumplidas parte del destino económico
de miles de personas cuya insolvencia nos convoca más a la piedad
que a la crítica? El hijo de un comerciante o de un banquero corrup­
to no sería hoy tampoco un melancólico dispuesto al suicidio sino
una patología narcisista cuya mayor angustia estribaría en la posibili­
dad de un secuestro extorsivo.
Pero todos estos seres humanos, sin embargo, y dentro de cierto
margen de variación, tienen las mismas reglas de funcionamiento
psíquico que los de los historiales clásicos: están atravesados por la
represión -aún cuando algunos contenidos de lo reprimido hayan
cambiado-, con una tópica que permite eLfilncionamiento diferen­
ciado de sus sistemas psíquicos, tienen un superyo cuyos enunciados
permiten la regulación tendiente a evitar la destrucción tanto física
com o psíquica, y cuando no cumplen estas regularidades se ven ex­
pulsados de la posibilidad de dominio sobre sí mismos y en riesgo de
saltar hacia modos de fractura psíquica.
Los cambios en la subjetividad producidos en estos años, y en la Ar-*

* “Límites y excesos del concepto de subjetividad en psicoanálisis”, Bleichmar, S., revista


Topía, Año XTV, Na 40, Buenos Aires, abril de 2004.

79
gentina actual los!procesos severos de desconstrucción de la subjeti­
vidad efecto de la desocupación, la marginalidad y la cosificación a
las cuales ha llevado la depredación económica son indudablemen­
te necesarios de explorar y de ser puestos en el centro de nuestras
preocupaciones cotidianas. Ellos invaden nuestra práctica y acosan
las teorías con las cuales nos manejamos cómodamente durante gran
parte del siglo pasado. Y yo misma he dedicado gran parte de mi tra­
bajo de estos últimos años a mostrar sus efectos, incluidos en ellos los
diversos modos con los cuales el padecimiento actual se inscribe en
estas formas de des-subjetivación y los modos posibles, de su recom­
posición.
Tal vez, precisamente, porque el sujeto no está en riesgo de ser des­
construido por la filosofía post-metafísica del siglo X X sino por las
condiciones mismas de existencia, es que la palabra subjetividad ocu­
pa hoy un lugar tan importante en los intercambios psicoanalíticos.
“Cambios en la subjetividad”, “procesos de des-subjetivación y re-sub-
jetivación”, “subjetividad en riesgo”, “desconstrucción de la subjetivi­
dad”, son enunciados frecuentes que ponen de manifiesto la preocu­
pación que atraviesa a todos aquellos que nos encontramos confron­
tados a los efectos, en el psiquismo humano, de las transformaciones
operadas entre el fin del siglo X X y los comienzos del XXI. Y esto es
inevitable en razón de que la subjetividad está atravesada por los mo­
dos históricos de representación con los cuales cada sociedad deter­
mina aquello que considera necesario para la conformación de suje­
tos aptos para desplegarse en su interior.
Es por ello que es el espacio en el cual los modos de clasificación,
los enunciados ideológicos, las representaciones del mundo y sus je ­
rarquías, todo aquello que alguien cómo Castoriadis ha agrupado
bajo el modo de “lógica identitaria”, toma un lugar central. Y en ra­
zón de ello, es necesario decirlo, la subjetividad no es, ni puede ser,
un concepto nuclear del psicoanálisis, aún cuando esté en el centro
mismo de nuestra ¡práctica. Pero ello en función de que es precisa­
mente el modo con el cual el cenframiento que posibilita la defensa
de los aspectos desintegrativos del inconciente opera. Razón por la
cual, cuando los seres humanos quedan expulsados de sus aspectos
identitanos, de sus ■constelaciones organizadoras que posibilitan la
operacionalidad en el mundo, el método clásico psicoanalítico, con­
sistente en el levantamiento de la defensa, entra en caución.
Más aún, es un concepto que se sitúa en las antípodas de la proble­
80
mática del inconciente. La noción de subjetividad en tanto categoría
filosófica alude a aquello que remite al sujeto, siendo un término co­
rriente en lógica, en psicología y en filosofía para designar a un in­
dividuo en tanto es a la vez observador de los otros, y en el caso del
lenguaje, a una partícula de discurso a la cual puede remitirse un
predicado o un atributo. El sujeto, en última instancia, sea moral, del
conocimiento, social, pero muy en particular la subjetividad, como
algo que concierne al sujeto pensante, opuesto a las cosas en sí, no
puede sino ser atravesado por las categorías que posibilitan el orde­
namiento espacio-temporal del mundo, y volcado a una intenciona­
lidad exterior, extro-vertido.
Es en razón de estos elementos que la subjetividad no podría remi­
tir al funcionamiento psíquico en su conjunto, no podría dar cuenta
de las formas con las cuales el sujeto se constituye ni de sus constela­
ciones inconcientes, en las cuales la lógica de la negación, de la tem­
poralidad, del tercero excluido, están ausentes. El inconciente está
regido por la lógica del proceso primario, algo tan ajeno al sujeto en
términos clásicos, tan impensable por la filosofía tradicional, que po­
ne en entredicho varios siglos de concebir pensamiento y sujeto co­
mo inseparables entre sí.
Hemos puntuado en múltiples oportunidades la diferencia entre
psiquismo y subjetividad, restringiendo esta última a aquello que re­
mite al sujeto, a la posición de sujeto, por lo cual se diferencia, en
sentido estricto, del inconciente. Más aún, nos detuvimos para plan­
tear firmemente el carácter pre-subjetivo en los orígenes y para-sub-
jetivo una vez constituida la tópica psíquica, del inconciente. Es ine­
vitable que se torne necesaria otra diferenciación, ya que se nos plan­
tea un nuevo problema: si la subjetividad es un producto histórico,
no sólo en el sentido de que surge de un proceso, que es efecto de
tiempos de constitución, sino que es efecto de determinadas varia­
bles históricas en el sentido de la Historia social, que varía en las di­
ferentes culturas y sufre transformaciones a partir de las mutaciones
que se dan en los sistemas histórico-políticos -pensemos en la pro­
ducción de subjetividad en Grecia, o en los modos con los cuales se
constituye la subjetividad en ciertas culturas indígenas, y las diferen­
cias que implican respecto a los sectores urbanos en los cuales esta­
mos habituados a movernos-, la pregunta que cabe es ¿qué elemen­
tos permanecen y cuáles sufren modificaciones a partir de las prácti­
cas originales específicas que lo constituyen?
81
Dicho de otro modo: ¿cómo hacer conciliar la idea de una ciencia
del inconciente en su universalidad, de la existencia de leyes que de­
ben cumplirse ya que rigen los procesos de constitución psíquica a
niveles básicos posibilitadores del funcionamiento del aparato, con
el reconocimiento de los modos particulares con los cuales vemos
emerger la subjetividad en sus rasgos dominantes compartidos en el
interior de la diversidad cultural? Siendo más específicos: la necesa-
riedad de una ley moral que rija las relaciones con el deseo y el con­
flicto tópico al cual esto da lugar, abre sin embargo la pregunta acer­
ca de la especificidad que esta ley moral toma en los enunciados que
la constituyen en cada sociedad particular. Decir que su universali­
dad radica en la prohibición del incesto es a esta altura no sólo ines­
pecífico sino obturador de toda posibilidad -de abrir nuevas vías de
investigación. Esta generalidad en la respuesta es herencia de una ac­
titud metodológica residual al estructuralismo, el cual si bien tuvo la
virtud de producir modelos que permitieron un ordenamiento del
campo propiciando un avance importante en la resolución de viejos
problemas que habían quedado capturados por aporías difíciles de
remontar, nos legó también una actitud metodológica que consiste
en tomar estas líneas de ordenamiento, estos modelos generales, por
contenidos explicativos, lo cual constituye hoy uno de los mayores
riesgos de reducción del psicoanálisis a una escolástica y de filosofi-
zación de la práctica clínica con la esterilización racionalizante que
esto conlleva.
A lo cual es necesario agregar una segunda cuestión: cuando deci­
mos función de las relaciones sociales en la producción de subjeti­
vidad , ¿a qué nos referimos? Porque es indudable que no se trata
del conjunto de las relaciones sociales, sino, en el espacio teórico
que nos corresponde, de definir de qué m odo ciertos aspectos de las
relaciones sociales mediatizan, vehiculizan, pautan, los modos pri­
marios de constitución de los intercambios que hacen a la produc­
ción de representaciones en el interior de la implantación y norma-
tivizacion de los intercambios sexuales. No nos interesa -cuestión que
puede importar mucho a la sociología o a la antropología, o que nos
conmueve com o sujetos sociales en general- de qué modo las relacio­
nes sociales pueden, en cierta época histórica, incrementar el some­
timiento de una mujer a un hombre, sino lo que de ello resulta: ba­
jo qué mediaciones, estos modos del sometimiento y despojo inscri­
ben circulaciones libidinales que metabólicamente transformadas
82
operan en los sistemas representacionales que se articulan, de modo
residual, en el psiquismo infantil. A la pregunta: ¿qué quiere decir
producción de subjetividad?, es decir, de qué manera se constituye la
singularidad humana en el entrecruzamiento de universales necesa­
rios y relaciones particulares que no sólo la transforman y la modifi­
can sino que la instauran, debemos articular una respuesta que ten­
ga en cuenta los universales que hacen a la constitución psíquica así
com o los modos históricos que generan lás condiciones del sujeto so-
cial.
El gran descubrimiento del psicoanálisis no es sólo la existencia del
inconciente, la posibilidad de que los seres humanos tengan un es­
pacio de su psiquismo que no .está definido por la conciencia. El
gran descubrimiento del psicoanálisis es haber planteado por prime­
ra vez en la historia del pensamiento que es posible que exista un
pensamiento sin sujeto, y que ese pensaniiento sin sujeto no esté en
el otro trascendental -también sujeto-, ni en ningún lugar particular­
mente habitado por conciencia o por intencionalidad. Es haber des­
cubierto que existe un pensamiento que* antecede al sujeto y que el
sujeto debe apropiarse a lo largo de todá su vida de ese pensamien­
to. Y es este aspecto nodal y absolutameiite revolucionario en la his­
toria del pensamiento, lo que ha sido más difícil de comprender tan­
to por los psicoanalistas como por la cultura en general.
Lo difícil de asir es el carácter profundamente para-subjetivo del
inconciente, y el hecho de que la realidad psíquica, en sus orígenes
mismos, es eso, realidad, al margen de toda subjetividad y concien­
cia, vale decir, realidad pre-subjetiva, lo cual constituye el rasgo fun­
damental de su materialidad. Que una vez constituido el sujeto, esta
realidad pase a ser para-subjetiva, da cuenta de lo irreductible del
m odo de funcionamiento del inconciente como ajeno a toda signifi­
cación, a toda intencionalidad, res extensa, no cogitation. La resubjeti-
vización del inconciente, la intencionalización del inconciente, el re-
centramiento de un sujeto en el inconciente que actuaría como más
allá de mí pero que sería otro, es justamente la imposibilidad de en­
tender esta cuestión tan radical planteada por Freud respecto al in­
conciente como res extensa, como cosa del mundo, como conjunto de
representaciones en las cuales no hay un sujeto que esté definiendo
bajo los modos de la conciencia la forma de articulación representa-
cional.
El enunciado generado por Lacan respecto del “sujeto del incon-
83
cíente”, que intenta precisamente una desconstrucción radical del
sujeto, aludiendo por ello al modo con el cual un significante es lo
que representa el sujeto para otro significante -cuestión sobre la cual
no corresponde que me detenga, pero que no puedo dejar de men­
cionar- al ser banalizado hasta tomar un sentido contrario al pro­
puesto, de que el sujeto no está en el yo porque está en el inconcien­
te, da cuenta de la enorme dificultad presente aún hoy en psicoaná­
lisis para aceptar la existencia no-subjetiva de una parte del psiquis-
mo. Ya que la frase “sujeto del inconciente”, si se desplaza a la tópi­
ca freudiana, genera un malentendido, al reintroducir al sujeto “en”
el inconciente. Porjlo cual he preferido conservar la expresión “su-,
jeto de inconciente” para seguir a Freud en una de sus ideas más fe­
cundas, aquella relativa a la existencia de un inconciente en'su ma­
terialidad, en su “realismo” y en oposición a u n y o que no es sólo el
efecto de un punto de cierre en la cadena significante en la cual se
estájugando la posición de sujeto, sino que está afectado de una cier­
ta permanencia -al menos cuando la tópica está constituida, y esto es
central para una clínica diferencial de las patologías graves-.
Quisiera retomar ahora la cuestión de la producción de subjetivi­
dad, para señalar que concebida ésta en sus formas históricas, regu­
la los destinos del deseo en virtud de articular, del lado del yo, los
enunciados que posibilitan aquello que la sociedad considera “sintó­
nico” consigo misma. Las formas de la moral, las modalidades discur­
sivas con las cuales se organiza la realidad, que no es sólo articulada
por el código de la lengua sino por las coagulaciones de sentido que
cada sociedad instituye: negro y blanco no son sólo significantes en
oposición dentro de una lógica binaria sino modos de jerarquización
y valoración que impregnan múltiples formas de organización de la
realidad.
Si la producción de subjetividad es un componente fuerte de la so­
cialización, evidentemente ha sido regulada, a lo largo de la historia
de la humanidad, por los centros de poder que definen el tipo de in­
dividuo necesario para conservar al sistema y conservarse a sí mismo.
Sin embargo, en sus contradicciones, en sus huecos, en sus filtracio­
nes, anida la posibilidad de nuevas subjetividades. Pero éstas no pue­
den establecerse sino sobre nuevos modelos discursivos, sobre nue­
vas formas de re-definir la relación del sujeto singular con la socie­
dad en la cual se inserta y a la cual quiere de un modo u otro modi­
ficar.

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En momentos de catástrofe histórica como los que hemos padeci­
do los argentinos, la desocupación y la marginalización de grandes
sectores de la población produjeron modos de des-subjetivación que,
aunados al retiro del Estado de funciones que le compitieron tradi­
cionalmente, como la educación y la salud, dejaron devastados a los
habitantes del país. Estos modos de des-subjetivación dejan al psi-
quismo inerme, eñ razón de que la relación entre ambas variables:
organización psíquica y estabilidad de la subjetivación, están estre­
chamente relacionadas en función de que esta última es estabilizan­
te de la primera. Las formas de recomposición han venido, de mane­
ra evidente, durante todo este tiempo, de las reservas ideológicas y
morales que la sociedad argentina acumuló a lo largo del siglo XX.
De ellas esperamos, también, que surjan nuevos modos de subjetivi­
dad que den mayores condiciones de posibilidad a la riqueza repre-
sentacional que el psiquismo puede desplegar.

85
C a p ít u l o XII
í

L as h e pe r k in é tic a s c e r te za s d e l s e r *

Una vez que un enunciado cobra carácter público y se asienta, en


un momento histórico, como ideología compartida, es raro que al­
guien se pregunte por su cientificidad e intente poner a prueba sus
formulaciones de origen. De tal modo ha ocurrido, a lo largo del
tiempo, con las investigaciones que, a fines de los años ‘60, postula­
ban un .origen genético de la hiperkinesis infantil, basándose en la
aplicación de una metodología estadística de dudosa fiabilidad en lo
que atañe a la corroboración de hipótesis de validez científica.
Con la intención de demostrar el papel de los genes, el rastreo es­
tadístico de la familia ocupó, antes de que las pruebas de laboratorio'
pudieran instrumentarse al nivel que han alcanzado, un papel fun­
damental. Lo curioso es que aún hoy, ante la imposibilidad de pro­
bar la existencia de un desorden biológico de carácter específico en
ciertas entidades, aquellos estudios estadísticos siguen ocupando un
lugar probatorio para la justificación de las más disparatadas afirma­
ciones.
Los estudios publicados por Morrison y -Stewart en 1971, acerca de
una investigación realizada con 50 niños diagnosticados como hiper-
activos, consistieron básicamente en demostrar que entre los padres
de estos niños, el alcoholismo, la “sociopatía” y la~histeria” eran los
trastornos más frecuentes. “Hijo de tigre, pintita”, como dice el re­
frán, se tomó acá a la letra, más allá de to;do nivel metafórico. Y lue­
go, a través de los comentarios de los padres, los autores se sintieron
capaces de hacer diagnósticos retrospectivos acerca de la hiperactivi-
dad que los aquejó en su propia niñez, intentando demostrar que
ella “era hereditaria”. Era sin duda la vieja teoría de la degeneración

“Las hiperkinéticas certezas del ser”, Bleichmar, S., T^opía en la Clínica, N2 2, Buenos Ai­
res, invierno de 1999.

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