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Caperucita Roja - La versión del

Lobo

Autor Anónimo

El bosque era mi hogar. Yo vivía allí y me gustaba mucho.


Siempre trataba de mantenerlo ordenado y limpio.

Un día soleado, mientras estaba recogiendo las basuras


dejadas por unos turistas sentí pasos. Me escondí detrás de un árbol y vi
venir una niña vestida en una forma muy divertida: toda de rojo y su
cabeza cubierta, como si no quisieran que la vean. Andaba feliz y comenzó
a cortar las flores de nuestro bosque, sin pedir permiso a nadie, quizás ni
se le ocurrió que estas flores no le pertenecían. Naturalmente, me puse a
investigar. Le pregunte quien era, de donde venia, a donde iba, a lo que
ella me contesto, cantando y bailando, que iba a casa de su abuelita con
una canasta para el almuerzo.

Me pareció una persona honesta, pero estaba en mi


bosque cortando flores. De repente, sin ningún remordimiento, mató a un
mosquito que volaba libremente, pues también el bosque era para el. Así
que decidí darle una lección y enseñarle lo serio que es meterse en el
bosque sin anunciarse antes y comenzar a maltratar a sus habitantes.
La dejé seguir su camino y corrí a la casa de la abuelita.
Cuando llegue me abrió la puerta una simpática viejecita, le expliqué la
situación. Y ella estuvo de acuerdo en que su nieta merecía una lección. La
abuelita aceptó permanecer fuera de la vista hasta que yo la llamara y se
escondió debajo de la cama.

Cuando llegó la niña la invite a entrar al dormitorio donde


yo estaba acostado vestido con la ropa de la abuelita. La niña llegó
sonrojada, y me dijo algo desagradable acerca de mis grandes orejas. He
sido insultado antes, así que traté de ser amable y le dije que mis
grandes orejas eran par oírla mejor.

Ahora bien me agradaba la niña y traté de prestarle


atención, pero ella hizo otra observación insultante acerca de mis ojos
saltones. Ustedes comprenderán que empecé a sentirme enojado. La niña
tenía bonita apariencia pero empezaba a serme antipática. Sin embargo
pensé que debía poner la otra mejilla y le dije que mis ojos me ayudaban
para verla mejor. Pero su siguiente insulto sí me encolerizo. Siempre he
tenido problemas con mis grandes y feos dientes y esa niña hizo un
comentario realmente grosero.

Se que debí haberme controlado pero salté de la cama y


le gruñí, enseñándole toda mi dentadura y diciéndole que eran así de
grande para comerla mejor. Ahora, piensen Uds.: ningún lobo puede
comerse a una niña. Todo el mundo lo sabe. Pero esa niña empezó a correr
por toda la habitación gritando y yo corría atrás de ella tratando de
calmarla. Como tenía puesta la ropa de la abuelita y me molestaba para
correr, me la quité pero fue mucho peor. La niña gritó aun más. De
repente la puerta se abrió y apareció un leñador con un hacha enorme y
afilada. Yo lo mire y comprendí que corría peligro así que salté por la
ventana y escapé.
Me gustaría decirles que este es el final del cuento, pero
desgraciadamente no es así. La abuelita jamás contó mi parte de la
historia y no pasó mucho tiempo sin que se corriera la voz que yo era un
lobo malo y peligroso. Todo el mundo comenzó a evitarme.

No se que le pasaría a esa niña antipática y vestida en


forma tan rara, pero si les puedo decir que yo nunca pude contar mi
versión. Ahora Ustedes ya lo sabe

Caperucita Roja. Versión del lobo enamorado.


POR ALGUIEN EL 3 FEBRERO 2008 • ( 54 )
La adaptación del cuento de Caperucita Roja que os presento a continuación, y que me he
permitido re-bautizar como la “Versión del lobo enamorado” se ha extraído del libro
“Caperucita roja y otras historias perversas” del escritor colombiano Triunfo Arciniegas.
Es un relato romántico de un lobo enamorado de una niña perversa… con caperuza roja… Si
os gustó la versión del lobo con la que iniciamos este recorrido en la historia de Caperucita,
no os podéis perder esta otra visión (amorosa) del lobo (feroz) narrada a través de la parodia,
el humor y la ironía.

Caperucita Roja de Triunfo Arciniegas.


Ese día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido
de buenos sentimientos y terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella y
busqué a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui por allá, hasta que tropecé con la
niña que le decían Caperucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la ocasión
de acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales
de abril. Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca se detuvieron
a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con la mano. Qué niña más
graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su cola de
caballo. Me quedaba oyendo su risa entre los árboles. Le escribí una carta y la
encontré sin abrir días después, cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada
por el mismo alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a un perro para divertirse. En
otra ocasión apedreaba los murciélagos del campanario. La última vez llevaba de la
oreja un conejo gris que nadie volvió a ver.
Detuve la bicicleta y desmonté. Me sacudí el polvo del camino y la saludé con respeto
y alegría. Caperucita hizo con su chicle un globo tan grande como el mundo, lo estalló
con la uña y se lo comió todo. Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrecita,
respiré profundo, siempre con la flor escondida. Caperucita me miró de arriba abajo
y respondió a mi saludo sin dejar de masticar.
–¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?
Me quedé mudo. Sí era el lobo pero no feroz. Y sólo pretendía regalarle una flor
recién cortada. Se la mostré de súbito, como por arte de magia. No esperaba que me
aplaudiera como a los magos que sacan conejos del sombrero, pero tampoco ese
gesto de fastidio. Titubeando, le dije:
– Quiero regalarte una flor, niña linda.
– ¿Esa flor? No veo por qué.
– Está llena de belleza –dije, lleno de emoción.
– No veo la belleza –dijo Caperucita–. Es una flor como cualquier otra.
Sacó el chicle y lo estiró. Luego lo volvió una pelotita y lo regresó a la boca. Se fue sin
despedirse. Me sentí herido, profundamente herido por su desprecio. Tanto, que se
me soltaron las lágrimas. Subí a la bicicleta y le di alcance.
– Mira mi reguero de lágrimas.
– ¿Te caíste? –dijo–. Corre a un hospital.
– No me caí.
– Así parece porque no te veo las heridas.
– Las heridas están en mi corazón –dije.
– Eres un imbécil.
Escupió el chicle con la violencia de una bala y me pareció ver en el polvo una
sangrienta herida. Volvió a alejarse sin despedirse.
Sentí que el polvo del camino era mi
pecho, traspasado por la bala de chicle, y el río de la sangre se estiraba hasta alcanzar
una niña que ya no se veía por ninguna parte. No tuve valor para subir a la bicicleta.
Me quedé toda la tarde sentado en la pena. Sin darme cuenta, uno tras otro, le
arranqué los pétalos a la flor. Me arrimé al campanario abandonado pero no
encontré consuelo entre los murciélagos, que se alejaron al anochecer. Atrapé una
pulga en mi barriga, la destripé con rabia y esparcí al viento los pedazos. Empujando
la bicicleta, con el peso del desprecio en los huesos y el corazón más desmigajado que
una hoja seca pisoteada por cien caballos, fui al pueblo y me tomé unas cervezas en
la primera tienda. “Bonito disfraz”, me dijeron unos borrachos, y quisieron
probárselo. Quise despedazarlos como pulgas pero eran más de tres.
Esa noche había fuegos artificiales. Todos estaban de fiesta. Vi a Caperucita con sus
padres debajo del samán del parque. Se comía un inmenso helado de chocolate y era
descaradamente feliz. Me alejé como alma que lleva el diablo.
Volví a ver a Caperucita unos días después en el camino del bosque.
– ¿Vas a la escuela? –le pregunté, y en seguida me di cuenta de que nadie asiste a
clases con sandalias plateadas, blusa ombliguera y faldita de juguete.
– Estoy de vacaciones, lobo feroz –dijo–. ¿O te parece que éste es el uniforme?
El viento vino de lejos y se anidó en su ombligo.
– ¿Y qué llevas en el canasto?
– Un rico pastel para mi abuelita. ¿Quieres probar?
Casi me desmayo de la emoción. Caperucita me ofrecía su pastel. ¿Qué debía hacer?
¿Aceptar o decirle que acababa de almorzar? Si aceptaba pasaría por ansioso y
maleducado: era un pastel para la abuela. Pero si rechazaba la invitación, heriría a
Caperucita y jamás volvería a dirigirme la palabra. Me parecía tan amable, tan bella.
Dije que sí.
– Corta un pedazo.
Me prestó su navaja y con gran cuidado aparté una tajada. La comí con delicadeza,
con educación. Quería hacerle ver que tenía maneras refinadas, que no era un lobo
cualquiera. El pastel no estaba muy sabroso, pero no se lo dije para no ofenderla. Tan
pronto terminé sentí algo raro en el estómago, como una punzada que subía y se
transformaba en ardor en el corazón.
– Es un experimento –dijo Caperucita–. Lo llevaba para probarlo con mi abuelita
pero tú apareciste primero. Avísame si te mueres.
Y me dejó tirado en el camino, quejándome.
Así era ella, Caperucita Roja, tan bella y tan perversa. Casi no le perdono su
travesura. Demoré mucho para perdonarla: tres días. Volví al camino del bosque y
juro que se alegró de verme.
– La receta funciona –dijo–. Voy a venderla, lobo feroz.
Y con toda generosidad me contó el secreto: polvo de huesos de murciélago y picos
de golondrina. Y algunas hierbas cuyo nombre desconocía. Lo demás todo el mundo
lo sabe: mantequilla, harina, huevos y azúcar en las debidas proporciones. Dijo
también que la acompañara a casa de su abuelita porque necesitaba de mí un favor
muy especial. Batí la cola todo el camino. El corazón me sonaba como una
locomotora. Ante la extrañeza de Caperucita, expliqué que estaba en tratamiento
para que me instalaran un silenciador. Corrimos. El sudor inundó su ombligo,
redondito y profundo, la perfección del universo. Tan pronto llegamos a la casa y
pulsó el timbre, me dijo:
– Cómete a la abuela.
Abrí tamaños ojos.
– Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.
No podía creerlo. Le pregunté por qué.
Es una abuela rica – explicó–. Y tengo afán de heredar.
No tuve otra salida. Todo el mundo sabe eso. Pero
quiero que se sepa que lo hice por amor. Caperucita dijo que fue por hambre. La
policía se lo creyó y anda detrás de mí para abrirme la barriga, sacarme a la abuela,
llenarme de piedras y arrojarme al río, y que nunca se vuelva a saber de mí.
Quiero aclarar otros asuntos ahora que tengo su atención, señores. Caperucita dijo
que me pusiera las ropas de su abuela y lo hice sin pensar. No veía muy bien con esos
anteojos. La niña me llevó de la mano al bosque para jugar y allí se me escapó y
empezó a pedir auxilio. Por eso me vieron vestido de abuela. No quería comerme a
Caperucita, como ella gritaba. Tampoco me gusta vestirme de mujer, mis debilidades
no llegan hasta allá. Siempre estoy vestido de lobo.
Es su palabra contra la mía. ¿Y quién no le cree a Caperucita? Sólo soy el lobo de la
historia.
Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de mí.
Ni siquiera Caperucita Roja. Ahora más que nunca soy el lobo del bosque, solitario y
perdido, envenenado por la flor del desprecio. Nunca le conté a Caperucita la
indigestión de una semana que me produjo su abuela. Nunca tendré otra
oportunidad. Ahora es una niña muy rica, siempre va en moto o en auto, y es difícil
alcanzarla en mi destartalada bicicleta. Es difícil, inútil y peligroso. El otro día dijo
que si la seguía molestando haría conmigo un abrigo de piel de lobo y me enseñó el
resplandor de la navaja. Me da miedo. La creo muy capaz de cumplir su promesa.
«Caperucita Roja y otras historias perversas» de Arciniegas, Triunfo. © Panamericana. Editorial Ltda. (Re-edición El Barco

de Vapor, Ed. SM).

La continuación de esta historia en: Caperucita Roja. Las razones del lobo.

_______________________
Triunfo Arciniegas. Nació en Málaga, Santander (Colombia), en 1957 y
actualmente vive a la orilla del camino de niebla de Monteadentro, en las afueras
de Pamplona (Colombia). Escribe con insistencia sobre gatos, bandidos, ángeles, vampiros y otros
monstruos amados, en tardes de lluvia para matar la nostalgia y en noches de luna llena para
alejar las pesadillas. Ha publicado numerosos libros: El cadáver de sol, En concierto, La silla que
perdió una pata y otras historias, El león que escribía cartas de amor, La media perdida, La
lagartija y el sol, Los casibandidos que casi roban el sol, La pluma más bonita, Serafín es un
diablo, El Superburro y otros héroes, El vampiro y otras visitas y las obras de teatro El pirata de
la pata de palo, La vaca de Octavio, La araña sube al monte, Lucy es pecosa, Después de la lluvia,
Mambrú se fue a la guerra. Con Las batallas de Rosalino obtuvo el VII Premio Enka de Literatura
Infantil, con La muchacha de Transilvania y otras historias de amor el Premio Nacional de
Literatura de Colcultura y con “Torcuato es un león viejo” el Premio Nacional de Dramaturgia. Fue
finalista del concurso A la orilla del viento (México) en 1993, por “Bariloche”. En 1997 recibió la
Mención de Honor del Premio Mundial de Literatura José Martí (San José de Costa Rica) por la
totalidad de su obra literaria. Dirigió el teatro de niñas “La Manzana Azul” durante diez años y
ahora realiza talleres de literatura en distintas ciudades, un buen pretexto para viajar, ver cine,
enriquecer la biblioteca y otras delicias.

El trabajo en equipo: “El cuento de las


herramientas”
En un pequeño pueblo, existía una diminuta carpintería famosa por los muebeles que allí se fabricaban. Cierto

día las herramientas decidieron reunirse en asamblea para dirimir sus diferencias. Una vez estuvieron todas

reunidas, el martillo, en su calidad de presidente tomó la palabra.

-Queridos compañerros, ya estamos constituidos en asamblea. ¿Cuál es el problema?. -Tienes que dimitir-

exclamaron muchas voces.

-¿Cuál es la razón? – inquirió el martillo. -¡Haces demasiado ruido!- se oyo al fondo de la sala, al tiempo que

las demás afirmaban con sus gestos. -Además -agregó otra herramienta-, te pasas el día golpeando todo.

El martillo se sintió triste y frustrado. _Está bien, me iré si eso es lo que quereis. ¿Quién se propone como

presidente?.
-Yo, se autoproclamó el tornillo -De eso nada -gritaron varias herramientas-.Sólo sirves si das muchas vueltas

y eso nos retrasa todo.

-Seré yo -exclamó la lija- -¡Jamás!-protesto la mayoría-. Eres muy aspera y siempre tienes fricciones con los

demás.

-¡Yo seré el próximo presidente! -anuncio el metro. -De ninguna manera, te pasas el día midiendo a los demás

como si tus medidas fueran las únicas válidas – dijo una pequeña herramienta.

En esa discusión estaban enfrascados cuando entró el carpintero y se puso a trabajar. Utilizó todas y cada

una de las herramientas en el momento oportuno. Después de unas horas de trabajo, los trozos de madera

apilados en el suelo fueron convertidos en un precioso mueble listo para entregar al cliente. El carpintero se

levanto, observo el mueble y sonrió al ver lo bien que había quedado. Se quitó el delantal de trabajo y salió de

la carpintería.

De inmediato la Asamblea volvió a reunirse y el alicate tomo la palabra: “Queridos compañeros, es evidente

que todos tenemos defectos pero acabamos de ver que nuestras cualidades hacen posible que se puedan

hacer muebles tan maravillosos como éste”. Las herramientas se miraron unas a otras sin decir nada y el

alicate continuo: “son nuestras cualidades y no nuestros defectos las que nos hacen valiosas. El martillo es

fuerte y eso nos hace unir muchas piezas. El tornillo también une y da fuerza allí donde no actua el martillo. La

lija lima aquello que es áspero y pule la superficie. El metro es preciso y exacto, nos permite no equivocar las

medidas que nos han encargado. Y así podría continuar con cada una de vosotras.

Después de aquellas palabras todas las herramientas se dieron cuenta que sólo el trabajo en equipo les hacia

realmente útiles y que debían de fijarse en las virtudes de cada una para conseguir el éxito.

Espero que os gustara este pequeño relato sacado de un libro que me he comprado recientemente de Juan

Mateo titulado “Cuentos que mi jefe nunca me contó” donde señala como una de las premisas para

trabajar en equipo o, como ha apuntado alguna vez SeniorManager en un post del blog, en grupos de

trabajo es tener la sensatez de admitir que no hay nadie perfecto y una alta vocación de servicio.

¿Qué opináis?

importancia de aprender a escuchar a los demás


Por qué es importante aprender a escuchar a los demás, frases y consejos.
Muchas veces no dejamos que los demás hablen tranquilamente y nos oponemos
agresivamente a cualquier cosa que estos digan. Aprender a escuchar a las otras personas,
por más que no estemos de acuerdo con lo que ellos dicen, tiene que ser una de las
cuestiones básicas de nuestro desenvolvimiento cotidiano.
Qué es la comunicación activa
Qué es la escucha activa
Qué es saber escuchar
Beneficios de saber escuchar
Cómo aprender a escuchar a los demás
Obstáculos que impiden la escucha activa
Consejos para escuchar activamente
Frases de escuchar
Más sobre el arte de escuchar
¿Crees que escuchas a los demás?

Desde pequeño te habrán hablando sobre la importancia de escuchar, pero ¿qué es


realmente? Bueno, el saber escuchar es algo que todo ser humano debe aprender ya que te
ayudará no sólo a mejorar tu comportamiento, sino que también te ayudará a mantener
interrelaciones positivas, además de generar confianza, interés, respeto y atención.
Es fácil decir que sabes escuchar y con esta palabra no sólo nos referimos a palabras
sonoras, sino que un sordo puede comprender a quien le hable con lenguaje de señas o bien
por el movimiento de sus labios. Cuando hablamos de escuchar nos referimos a la
importancia de la comunicación.
Escuchar bien a los demás no es tan sencillo como parece y para entender qué es realmente
escuchar y cómo hacerlo correctamente es importante que conozcas unos conceptos
esenciales.
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Qué es la comunicación activa
La comunicación activa es un concepto muy usado en mercadotecnia, pero que también
puedes aplicar en cualquier aspecto de tu vida, principalmente a la hora de conseguir un
empleo o cualquier otra conversación importante que debas llevar a cabo.
La comunicación activa está orientada a la persuasión y la colaboración. Se basa en no solo
escuchar, sino también en darle a el o los otros participantes (en el ámbito de la
mercadotecnia llamado usuarios) lo que buscan. La comunicación activa está compuesta
por: "qué busco" y "cómo lo hago". La idea de este tipo de comunicación es reemplazar el
monólogo por el diálogo, por ejemplo: "Yo soy esto y hago eso" por "¿Qué buscas? Puedo
ofrecerte lo que se y hago".
Este tipo de comunicación busca la igualdad entre los interlocutores, como también la
horizontalidad y al mismo tiempo busca sensaciones que motiven a los participantes a
comunicarse y relacionarse con el fin de ampliar sus conocimientos y modificar actitudes y
conductas.
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Qué es la escucha activa
La escucha activa es una forma de comunicación que se focaliza en la persona o las
personas que escuchas, para comprender lo que se te está diciendo o explicando. El oyente
en estos casos debe ser capaz de repetir (en sus propias palabras) lo que ha oído. El
escuchar activamente se basa en la comprensión de lo que dice la otra persona, pero atento,
que esto no significa estar 100% de acuerdo.
Escuchar activamente es indispensable para llevar a cabo una comunicación eficaz y está
compuesta por varios factores:
La expresión de quien habla (debe hacerlo correctamente para que el otro entienda).
Los sentimientos, ideas y pensamientos con que se expresa el hablante.
La empatía del oyente.
La comprensión del oyente.
Escuchar no es difícil pero escuchar activamente puede ser algo complicado,
principalmente por las distracciones que puede haber a tu alrededor. Aprender a escuchar a
los demás es muy importante ya que es la forma en que te relacionas con los otros,
resuelves tus problemas, aprendes nuevas lecciones y puedes crecer como persona.
Un buen ejemplo de esta cuestión puedes encontrarla en tus tiempos de escuela: a veces
estabas en clase y mientras el profesor hablaba lo mirabas, pero realmente no lo estabas
escuchando. En ese momento te preguntaba "¿qué acabo de decir?" y tú no podías repetir ni
una sola palabra de toda su explicación. Esto quiere decir que tu capacidad de escucha
estaba siendo bloqueada ya sea por otros pensamientos o porque estabas haciendo garabatos
en tu hoja. En este ejemplo no hay una escucha activa.
Qué es saber escuchar
Saber escuchar es una habilidad, aunque también se la describe como un arte. Aprender a
escuchar a los demás es esencial para llevar a cabo una comunicación eficaz. Es importante
distinguir escuchar de oír.
Como fue explicado anteriormente al oír no prestas una atención profunda, es decir que no
escuchas activamente, sólo prestas captas los sonidos que se producen a tu alrededor. Al
escuchar activamente no sólo escuchas los sonidos sino que comprendes el mensaje que
otra persona quiere enviarte.
Beneficios de saber escuchar
Escuchar con atención no sólo te hace una persona más atenta y empática, sino trae otros
beneficios que quizás ni te imaginas.
Aquel que es buen oyente se destaca sobre lo demás. Es que, además de escuchar y dejar
hablar a los otros, demuestra que tiene apertura mental.
Se reducen los conflictos. Al reducirse las malas interpretaciones y conocer mejor a las
otras personas, comprender sus intereses y necesidades las discusiones y conflictos se
reducen significativamente.
Sabes tolerar las críticas y las voces disidentes. Por eso mismo, cuando le toca dar su
opinión, lo hace sin ser agresivo y exponiendo claramente sus ideas. Quien sabe hablar
también sabe escuchar. Y viceversa. Todo parte del respeto, el entendimiento y la serenidad
mental.
Amplias tus conocimientos. No hay nada peor que mantenerse estancado. Escuchar a los
demás amplia tu cultura, conocimientos y capacidad de compresión.
Saber escuchar y dejar hablar a los demás es un síntoma de madurez. Sólo aquel que está
preparado para ello sabe aceptar a los demás, incluso sus prejuicios, exageraciones y otras
cosas que mucha gente no toleraría.
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Cómo aprender a escuchar a los demás
El arte de saber escuchar no es algo sencillo de aprender, pero es cuestión de cada día
practicarlo un poco. Para practicar la escucha efectiva necesitas conocer cuáles son los
obstáculos que impiden la escucha activa como también algunos consejos para llevarla a
cabo correctamente.
Obstáculos que impiden la escucha activa
Cuando comiences a leer estos obstáculos te darás cuenta que más de uno lo repites día a
día y casi sin darte cuenta.
Prestar atención dividida. Realizas otras actividades como mirar el móvil, el televisor, el
ordenador o incluso pensando en otras cosas hacia tu interior impide que escuches
activamente a los demás.
Pretender que escuchas. Esto es algo muy común y generalmente sucede cuando estás
ocupado con otros asuntos. En estos casos lo mejor que puedes hacer es pedirle a la otra
persona que te hable cuando termines o bien poner una pausa en tu actividad.
Interrumpir a la otra persona. No dejas que el otro termine de expresar su punto es un gran
error. Deja que el otro termine de hablar para expresar tu punto de opinión. Si tienes algo
muy urgente que decir interrúmpelo con respeto y exprésate, pero no te apresures.
Adoptar una actitud hostil. Puede que la otra persona diga algo que no te cae nada bien,
intenta no expresarlo con tu rostro o posición corporal, de esta forma podrías incomodarlo e
impedir que se exprese naturalmente.
Consejos para escuchar activamente
Ya sabes que cosas no hacer para mantener una comunicación activa. Es momento de que
conozcas las reglas de oro para aprender a escuchar y mantener una conversación en la que
todos los participantes puedan poner su parte.
Mantén silencio. Esencial para escuchar y comprender es mantener la boca cerrada, hasta
que sea tu turno de hablar.
Mira a los ojos. De esta forma la otra persona sentirá que lo que está diciendo te interesa.
Pero no debe ser una mirada penetrante, sino tranquila y empática.
Evita interrumpir. A menos que sea muy necesario. Puedes pausarla cuando necesites hacer
una pregunta porque no comprendiste algo o para agregar comentarios de interés. Pero
debes realizarlo en la medida justa.
Mantén el interés. Realiza gestos afirmativos o expresa frases como "lo entiendo" para que
la otra persona sepa que la estás escuchando.
Mantén la concentración. Libera tu mente de tus pensamientos y preocupaciones, ponte en
el lugar del otro y piensa cómo te gustaría ser escuchado. Aprovecha al máximo la
conversación para incorporar nuevos conocimientos a tu vida.
La escucha activa no sólo se produce gracias al que escucha, sino también al que habla. Si
tu eres quien se está expresando no divagues, mantén el hilo de lo que estás diciendo y si
ves que la otra persona pierde el interés intenta expresarte de otra forma para recuperar su
atención.
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Frases de escuchar
Aunque la tecnología es, sin dudas, uno de los grandes obstáculos que hacen que no puedas
mantener una comunicación activa, no es el único. El problema de no escuchar activamente
no es nuevo y muchos pensadores, autores y artistas han hablado al respecto, dejando
interesantes frases de escuchar y relacionadas al tema en cuestión.
"Aprende a escuchar y sonrie al hablar si quieres agradar". (Anónimo)
"Lo importante no es escuchar lo que se dice, sino averiguar lo que se piensa". (Juan
Donoso Cortés)
"Escuchar es más importante que hablar. Si esto no fuera cierto, Dios no nos hubiera dado
dos oídos y una boca. Demasiadas personas piensan con su boca en vez de escuchar para
absorber nuevas ideas y posibilidades. Discuten, en lugar de preguntar". (Robert Kiyosaki)
"Del escuchar procede la sabiduría, y del hablar el arrepentimiento". (Proverbio italiano)
"Tu verdad aumentará en la medida que sepas escuchar la verdad de los otros". (Martin
Luther King)
"No hay peor sordo que el que no puede oír; pero hay otro peor, aquél que por una oreja le
entra y por otra se le va". (Baltasar Gracián)
"Nada es fácil ni tan útil como escuchar mucho". (Juan Luis Vives)
"Oír es precioso para el que escucha". (Proverbio griego)
"Para saber hablar es preciso saber escuchar". (Plutarco)
"Saber escuchar es el mejor remedio contra la soledad, la locuacidad y la
laringitis". (William George Ward)

Leer más en: http://crecimiento-personal.innatia.com/c-frases-de-amistad/a-aprender-a-


escuchar.html

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