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La conspiración del silencio.


Etnografía histórica de los cabildos del Tucumán
colonial (1764–1769)

por Ana María Lorandi y Silvina Smietniansky1

Abstract. – The aim of this work is to depict the behaviour of members of the colonial
Tucumán Town Councils (“cabildos del Tucumán colonial”) by mid XVIII century. It is
based on the impeachment proceedings to governor don Manuel Fernández Campero.
The questionnaire has been analysed and the conditions under which life is developed in
these small provincial towns have been described. We focus on the types of responses as
well as silences as a hint of corporativism and rejection to the control that royal authori-
ties intended to install over the management of local public matters. The impeachment
proceedings reveal an environment of internal conflicts, concealed to agents from out of
the community. The small quantity of neighbours (“vecinos”) concentrated the control
of the Town Council in the hands of a few families that seem to have developed both
public and private businesses with no frontiers.

No es novedad que los miembros de los cabildos actuaron corporati-


vamente, defendiendo los intereses de una élite que gozaba de dere-
chos privilegiados, y que por su continuidad a través de generaciones
formaba un grupo que trascendía temporalmente a sus protagonistas
individuales.2 Nuestra intención es la de poner en escena los agentes
responsables de conservar intacto ese campo de poder político, recor-
dando además que, por las relaciones familiares y redes de fidelidades
que caracterizaban a esos grupos, no existía una neta separación entre

1
Esta investigación ha sido financiada por la Universidad de Buenos Aires y el
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
2
José María Imizcoz Beunza, “Communauté, réseau social, élites. L’armature so-
ciale de l’Ancien Régime”: J. L. Castellano/J-P. Dedieu (ed.), Réseaux, familles et pou-
voirs dans le monde ibérique á la fin de l’Ancien Régime (Paris 1998), pp. 31–66.

Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 41


© Böhlau Verlag Köln/Weimar/Wien 2004
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espacios públicos y espacios privados, condición que se podrá obser-


var en los ejemplos que traeremos a colación. De esa manera, la acti-
vidad social se convirtió en actividad política a partir de relaciones
pactadas que se expresaron por normas consuetudinarias o sobre
la base de privilegios escritos como las Leyes de Indias.3 Asimismo,
debemos recordar que los cabildos constituían la cédula local de una
estructura política y burocrática mayor integrada por diversas instan-
cias encapsuladas, cada una con esferas de poder que les eran propias,
pero que se encontraban en competencia permanente entre sí. Los
juicios de residencia desnudan esas competencias y las negociaciones
de los sentidos de legalidad e ilegalidad en las que todas se desenvol-
vían.
Esta investigación se ha realizado sobre la base del juicio de resi-
dencia al gobernador don Manuel Fernández Campero y a todos los
funcionarios de los cabildos que se desempeñaron durante su manda-
to, entre los años 1764 y 1769.4 Este juicio se llevó a cabo entre los
años 1775 y 1776.
Como es sabido, los juicios de residencia se realizaban en todo el
ámbito de la Corona de España a los funcionarios de todas las jerar-
quías una vez que hubiesen finalizado el ejercicio de sus mandatos.
Las residencias incluían a
“[...] los virreyes, gobernadores, corregidores, presidente y oidores de las Audien-
cias, protectores de naturales, intérpretes, alcaldes mayores, alcaldes y alguaciles de
la Santa Hermandad, contadores, factores, visitadores de indios, veedores, jueces
repartidores, tasadores de tributos, ensayadores, marcadores, fundidores y oficiales
de la casa de la moneda, depositarios generales, alcaldes ordinarios, files ejecutores,
regidores, procuradores generales, comisarios del campo, mayordomos de la ciudad,
mayordomo de hospital real, escribanos, oficiales reales, correos mayores, almiran-
tes, capitanes, maestros pilotos y oficiales de la armada de Indias”.5

3
Francois-Xavier Guerra, “Hacia una nueva historia política: actores sociales y ac-
tores políticos”: Anuario del Instituto de Estudios Histórico-Sociales 4 (Tandil 1989),
pp. 243–264, aquí: pp. 257–258.
4
Archivo Histórico Nacional (AHN), Consejos, 20373, exp.1. Es necesario aclarar
que el expediente, por omisión del Archivo General de Indias que realizó las fotocopias,
o por mal estado de los folios (aunque sin ninguna aclaración de parte del archivo), la re-
sidencia de San Miguel de Tucumán está incompleta, faltando 75 imágenes (unos 35 fo-
lios aproximadamente). Asimismo, la residencia de Jujuy no se pudo efectuar por razo-
nes que explicaremos en su momento.
5
José María Mariluz Urquijo, Ensayo sobre los juicios de residencia indiana (Se-
villa 1952), pp. 83–84.
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Cuando había gobernadores perpetuos se tomaban residencias de


cinco en cinco años. El juez debía presentarse en el cabildo para que
lo reconociera y obedeciera, y también ante las autoridades políticas.
Los jueces podían delegar funciones en subdelegados o comisionados.
En esta época, los juicios de residencia eran confiados a personas
ajenas a la jurisdicción que debía ser investigada y los cargos eran
generalmente comprados. En este caso de los tres postulantes pro-
puestos, se seleccionó a don Andrés Codecido, abogado radicado en
Buenos Aires que había sido administrador de correos durante el
gobierno de Campero. Sin embargo, en el expediente no existen prue-
bas de que haya comprado el cargo. Codecido actuó en forma personal
en la ciudad de Córdoba y nombró delegados en cada una de las otras
ciudades de la provincia.
En la jurisdicción del Tucumán, Fernández Campero estuvo a cargo
de la expulsión de los jesuitas, ordenada por Carlos III en 1767. Por esta
circunstancia y por otros conflictos previos,6 debió enfrentar, con las
armas, una rebelión encabezada por algunos pobladores de Salta y de
Jujuy, adictos a los jesuitas. Campero fue apresado y remitido a la
Audiencia de Charcas, donde quedó prisionero por orden del presidente
de la Audiencia, el ex-gobernador del Tucumán, Juan Victorino Mar-
tínez de Tineo, partidario de la Compañía.7 Gracias al apoyo del virrey
Manuel Amat y del gobernador de Buenos Aires Francisco de Bucare-
lli, fue liberado y repuesto en su cargo hasta el término de su mandato.
El expediente se ocupa prioritariamente de la labor de Fernández
Campero, pero miles de folios están dedicados también a juzgar
la conducta de los miembros de los cabildos, ofreciendo así una radio-
grafía de los mismos durante el lapso de los cinco años del mandato
del gobernador. El enfoque entonces es el de una microhistoria o,

6
Para estos temas, véanse Edberto Oscar Acevedo, “Antecedentes del levantamiento
tucumano de 1767”: Boletín de la Academia Nacional de la Historia 38 (Buenos Aires
1965), pp. 42–92; idem, “Noticia sobre la expulsión de los jesuitas del Tucumán y su trans-
cendencia”: Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinameri-
kas 4 (Bonn 1967); idem, La Rebelión de 1767 en el Tucumán (Mendoza s/f); Eduardo Sa-
guier, “Esplendor y crisis de las élites patricias. La endogamia en el Cabildo de Córdoba.
Los Allende (1760–1790)”: Genealogía LI, 25 (Buenos Aires 1992), pp. 211–266; idem.
“La lucha contra el nepotismo en los orígenes de las reformas borbónicas. La endogamia
en los cabildos de Salta y Tucumán (1760–1790)”: Andes 5 (Salta 1992), pp. 89–124.
7
Según Saguier, “La lucha” (nota 6), la esposa de Martínez Tineo, tenía parientes
en Salta que apoyaron a los rebeldes que se alzaron contra Campero.
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como lo define Jiménez Núñez,8 una etnografía histórica de estas


instituciones “republicanas”, puesto que mediante el análisis del inte-
rrogatorio y de las respuestas de los testigos se pueden vislumbrar
tanto las normas que regulaban su funcionamiento como la conducta
de los agentes en el plano individual y en el colectivo. Esta etnografía
permite acceder a los actores sociales, claramente individualizados e
identificados, y medir – por lo dicho y por lo no-dicho, por las res-
puestas y los silencios – el espacio que media entre las reglas y los
comportamientos de la élite como grupo de poder. Si ampliamos aún
más foco, variando la escala del análisis, se obtendrá un bosquejo de
la situación de la provincia en los años comprendidos en la residencia,
aunque otros aspectos del gobierno de Fernández Campero serán
reservados para un estudio específico sobre ese tema.

CARACTERÍSTICAS DEL EXPEDIENTE

En cada ciudad se copió la cédula real que ordenaba la ejecución de la


residencia y un interrogatorio general, al que se agregaron algunas
preguntas vinculadas a problemas específicos locales. En cuanto a la
selección de los testigos, el principio general era el de no tener ningún
parentesco de consanguinidad o afinidad con los residenciados. O sea,
“si les tocaban las generales de la ley”, principio que fue vulnerado
por la escasez de vecinos en las ciudades tucumanas con el argumento
de que a pesar del parentesco eran individuos confiables y honestos
que no faltarían a la verdad. La escasez de testigos se vio agravada
porque el apoderado de Fernández Campero, don Gregorio Arrascaeta
impugnó a muchas personas, en particular en Córdoba, Salta y Jujuy,
aduciendo manifiesta enemistad con su mandante.

CARACTERÍSTICAS DEL INTERROGATORIO

El tono general del interrogatorio podría ser calificado de “presunti-


vo”. Revela un conocimiento detallado de las normas vigentes y a la

8
Alfredo Jiménez Núñez, “El juicio de residencia como fuente etnográfica: Fran-
cisco Briceño, gobernador de Guatemala (1565–1569)”: Revista Complutense de Histo-
ria de América 23 (Madrid 1997), pp. 11–21.
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vez de las formas en que se las podían eludir o quebrantar. El eje del
interrogatorio giraba en torno a la corrupción, la formación de parcia-
lidades y la obtención de beneficios personales para los residenciados,
o para sus parientes y amigos. Finalmente, se trataba de probar si hubo
negligencia u omisión en el cumplimiento de las respectivas funcio-
nes. Los ejes temáticos del interrogatorio se pueden sintetizar de la
siguiente manera:
1. Asuntos de gobierno, cumplimiento de leyes y normas. Estos afec-
taban en particular al gobernador, sus tenientes, los alcaldes, escri-
banos y otros funcionarios reales.
2. Conducta personal. Destinadas en especial al gobernador y su fami-
lia
3. Parcialidad y corrupción. Investigaban a casi todos los funcionarios
sobre este tema
4. Asuntos de indios. En particular en la frontera chaqueña, destinados
al gobernador
5. Control de criminalidad y moral pública. Para el gobernador, alcal-
des, regidores y alguaciles
6. Honestidad en el manejo de las finanzas públicas. Esto incluía a los
funcionarios responsables de cada ramo de la Hacienda (propios,
hospital, sisa, Bula de la Santa Cruzada).

Siendo los regidores, algunos perpetuos y otros renovables, junto con


los alcaldes de primero y segundo voto los que acumulaban más poder
en esa institución, también se los suponía los más proclives a faltar a
sus obligaciones, a concertar acuerdos, manipular las leyes o a distraer
las rentas públicas en favor de determinados grupos y perjuicio de
otros o de las finanzas de la Corona.

RESIDENCIA DEL CABILDO Y FUNCIONARIOS DE LA


CIUDAD DE CÓRDOBA9

En total, Codecido interroga a treinta y cuatro testigos, la mayoría con


manifestaciones favorables o sin opinión sobre los residenciados,
salvo en casos de faltas insoslayables.
9
AHN, Consejos, 20373, exp.1, cuadernos 1, 2, 5, 6, 7, 8 y 9.
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Córdoba es la única ciudad donde el juez de residencia cita, como


testigos voluntarios, a los miembros del clero secular y de las Órdenes
religiosas. Fuera de un problema ocurrido en torno a la elección del pro-
vincial de la Orden de La Merced, que incluso provocó un enfrenta-
miento armado y que ha merecido estudios particulares,10 todos los ecle-
siásticos presentan elogiosos testimonios en favor del gobernador y
sobre el resto de los funcionarios. Lo mismo puede comprobarse en las
deposiciones del resto de los testigos. Todos, o casi todos, sin embargo,
mencionan el asunto de La Merced, así como un conflicto provocado en
1767 por la orden superior de encarcelar a los portugueses,11 supuesta-
mente aliados con los siempre amenazantes ingleses. A raíz de este inci-
dente en el que intervinieron confusamente varios funcionarios y el pro-
pio cabildo, Campero destituyó a don Cayetano Terán, alcalde de
segundo voto, quien emprendió un largo litigio contra el gobernador,
recurriendo a la Audiencia y a otras instancias superiores.12
Entre los testigos hay incluso quien trata de dejar a salvo la reputa-
ción de algunos regidores. Don Joseph de Ariza, por ejemplo, afirma
que los regidores no han recibido dádivas ni cohechos y que más bien
le consta
“[...] lo contrario por haberse denegado, Don Joseph Moyano Oscariz a recibir cien
pesos que se le ofrecían por dicha razón, lo que presenció el que declara y eran por-
que diese su voto a favor de Don Gregorio Echenique, pero que no tiene presente
quien fue el sujeto que los ofreció y responde”.13

Para nuestra sorpresa, este testigo fue defensor de menores en el año


1766 y no se entiende cómo pudo ser citado, siendo él mismo uno de

10
Este tema ha suscitado el interés de varios investigadores. Por su magnitud, no lo
podemos tratar en este artículo, pero sería interesante replantearlo a la luz de nuevas
perspectivas. Véanse Jaime Peire, El taller de los espejos. Iglesia e imaginario
1767–1815 (Buenos Aires 2000); Alfredo Furlani, “Un intento pacificador de los jesui-
tas en el siglo XVIII”: Jesuitas 400 Años en Córdoba, tomo IV (Córdoba 1999), pp.
235–258 que trae una bibliografía completa sobre el tema; Saguier, “Esplendor” (nota 6).
11
Es probable que este asunto haya merecido investigaciones especiales, pero hasta
el momento no hemos tenido acceso a ellas. En caso contrario, merece ser abordado en
detalle.
12
Si bien Terán también acusa al cabildo de haber actuado en su contra, para inter-
narnos en este tema es necesario realizar una investigación paralela que escapa a nues-
tros objetivos.
13
AHN, Consejos, 20373, exp.1, 1er cuaderno, f. 71v.
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los residenciables.14 En el caso que se menciona en el párrafo citado,


la sospecha que había recaído sobre Moyano Oscariz tenía sus funda-
mentos en la conducta real y concreta de estos vecindarios. Don Gre-
gorio Echenique no fue electo en cargos de cabildo durante este perí-
odo, pero pertenecía a una poderosa familia que estuvo siempre
representada en esta institución republicana por varios de sus miem-
bros. La práctica de cohecho para comprar la voluntad de los regido-
res durante las elecciones anuales de los alcaldes debió ser común y
tolerada. Debe notarse que el testigo Ariza tira la piedra pero esconde
la mano, porque afirma haber olvidado quién intentó comprar al regi-
dor. Este doble juego, de admitir alguna irregularidad, acompañada de
un significativo olvido de los nombres de los actores involucrados,
será reiterativo a lo largo del juicio. El mismo testigo niega cargos con
respecto a los escribanos, pero admite una excepción. Se refiere a don
Clemente Guerrero, acusándolo de haber extendido falsas certificacio-
nes sobre la renuncia de un regidor depositario general.
También acusa al escribano don Pedro Antonio de Sosa por cobrar
excesivos estipendios por escrituras, afirmando que lo sabe de boca de
varias personas que han hecho oír sus quejas al respecto. Agrega que
él mismo fue perjudicado por el mencionado escribano cuando fue
defensor de menores en el año 1766, en un asunto referido a los hijos
de un tal Francisco González. Con respecto a los defensores de meno-
res, aprueba en general a quienes ocuparon el cargo, pero acusa a
Sebastián de los Reyes por introducir en la ciudad la costumbre de
pedir inventarios por muerte de las madres de los menores.
El resto de los testigos ignora la comisión de algún delito o sólo
acusan en los casos más notorios, como son los escribanos Guerrero y
Sosa, por los mismos motivos. El testigo don Antonio Matos Acevedo
acusa a los fieles ejecutores diciendo que, aunque visitan anualmente
tiendas y pulperías, no cuidan los mantenimientos de la ciudad, por lo
que se causa grave daño al vecindario.
Una vez concluida la pesquisa secreta, se solicitan declaraciones de
las personas mencionadas por los testigos. Algunos, como don Joachin
de Mendizábal, citado por Ariza, niegan haber sido testigo de la falsa
firma atribuida al escribano Guerrero. Otros, como Juan López Cobo,

14
Codecido parecía muy cuidadoso en este punto y no puede haber confusión sobre
su identidad por una declaración que comentaremos más abajo.
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comerciante de la ciudad, confirman que el escribano Sosa les cobró


exagerados derechos por trámites en Potosí. El juez también pide que
se copie el expediente referido al escribano Guerrero, que fue suspen-
dido en su cargo por el justicia mayor, don Prudencio Palacios. Pero,
dada su extensión, se copia sólo la sentencia que inhibía a Guerrero y
a otros vinculados con la causa, incluyendo a sus familiares, por el tér-
mino de seis meses, mostrando que la transitividad de las responsabi-
lidades privadas y públicas excede la esfera de lo personal, hecho
característico de las sociedades de Antiguo Régimen, tema sobre el
que volveremos en los comentarios finales.
El juez ordena también confirmar, con varios testimonios indepen-
dientes, la acusación de don Joseph de Ariza contra el defensor de
menores Sebastián de los Reyes. Se presenta el damnificado Bernardo
Benítez, diciendo que por muerte de su esposa correspondía hacer
inventario de sus bienes, pero, como el defensor se demoraba, debió
“gratificarlo” una y otra vez a raíz de sus quejas y que, en total, el
asunto le había costado 100 pesos, sumando las dádivas y los derechos
reales.
Se observa que varias de las personas citadas a estos fines se encon-
traban en sus propiedades en el campo y pedían plazos para ir a la ciu-
dad porque se ocupaban personalmente de las tareas agrícolas. Tam-
bién es notable que Sebastián de los Reyes, a quien se multa bajo la
acusación de cohecho, debe ser perdonado a causa de su extrema
pobreza. Se ordena que se le embarguen los bienes, pero no tiene ni
casa ni muebles. La casa es de su esposa, habiendo sido donada por un
sacerdote. El único oficio que tiene es el de escribano y su esposa
“cose telas de lienzo”. Primero lo condenan a prisión pero luego lo
perdonan, prohibiéndole ejercer el oficio por el término de ocho años.
Llama la atención que personas que casi no tenían bienes hayan ejer-
cido cargos en el cabildo. ¿Es esto parte de las parcialidades que el
interrogatorio condena, y que incluye el “clientelismo”? ¿O se habían
flexibilizado las reglas para ser miembro del cabildo? El estudio de las
redes de cada ciudad, que no es nuestro objetivo, podrá responder a
estos interrogantes.
En definitiva, el juez Codecido presenta cargos contra tres funcio-
narios del cabildo: Enrique Olmedo como fiel ejecutor, Sebastián de
los Reyes como defensor de menores y Pedro Antonio Sosa como
escribano público. Guerrero ya fue condenado antes. Las multas ron-
dan en torno a los 50 pesos.
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RESIDENCIA DEL CABILDO DE LA CIUDAD DE


TODOS LOS SANTOS DE LA NUEVA RIOJA15

Tal como sucedía en otras ciudades, muchos de los testigos tenían vín-
culos de consanguinidad o afinidad con los residenciados pero fueron
aceptados sus testimonios por falta de otras personas hábiles para este
trámite. Se observa además que en las listas de residenciados aparecen
en distintos cargos las mismas personas o sus parientes, rotando en la
composición del cabildo. Las poderosas familias de los Villafañe y los
Bazán controlaban la ciudad, como lo han probado reiteradamente las
investigaciones de Roxana Boixadós.16
El interrogatorio revela la pobreza de la ciudad. Prácticamente no
tenía “propios” por la escasa circulación comercial que se registraba.
Tampoco había escribano público ni de cabildo. A su vez, los alcaldes
no cobraban derechos por sus intervenciones judiciales, atendiendo a
la resistencia de los pobladores a pagarlos por falta de recursos. En
suma, como lo expresa uno de los testigos, como no había regidores,
ni alcaldes de cárcel, ni escribanos, ni fieles, los alcaldes llevaban todo
el peso de la ciudad.
En general, no hay acusaciones contra los funcionarios, menos aún
contra Campero, sobre quien se deshacen en elogios sobre su honra-
dez, buena administración y sus esfuerzos para conciliar a las faccio-
nes en pugna dentro de la ciudad. gracias a sus buenos oficios, consi-
deran que se ha logrado una paz duradera. No obstante, un testigo
denuncia a Bernardino Villafañe por no haber dado libertad a una india
esclava, a pesar de la orden del gobernador, y a su pariente don Luis
Villafañe (alcalde de hermandad) por haber castigado injustamente a
varios indios de la comunidad de Los Sauces. Otro testigo critica la
iniquidad en el reparto del agua. Asimismo, se destaca en casi todos
los casos la pobreza general, la falta de recursos propios y la escasez

15
AHN, Consejos, 20373, exp.1, cuadernos 21 y 22.
16
Roxana Boixadós, “Familia e identidad en La Rioja colonial. Los Villafañe y Guz-
mán”: Actas del I Congreso de Investigación Social. Región y Sociedad en Latinoaméri-
ca. Su problemática en el Noroeste argentino (Tucumán 1996), pp. 45–50; idem, “He-
rencia, descendencia y patrimonio en La Rioja colonial”: Andes 8 (Salta 1997), pp.
199–224; idem, “Asuntos de familia, cuestiones de poder. La ‘concordia’ del Cabildo
riojano de 1708” (ponencia inédita presentada a las VIII Jornadas Interescuelas y/o De-
partamentos de Historia, Salta 2001).
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de moneda, por lo que persiste el trueque por géneros de la tierra que


Garzón Maceda ha denominado “economía natural”.17 Un largo escri-
to del procurador de la ciudad expresa las dificultades económicas que
resultaron del aislamiento con respecto a las principales rutas comer-
ciales, a lo que se agregan la aridez de la tierra y las largas distancias
– verdaderos secadales difíciles de atravesar – que separan a los dis-
tintos núcleos de población.
Los pocos casos denunciados fueron pasibles de merecer algunas
penas pecuniarias menores, justificando unas veces, otras no, los des-
cargos de los inculpados. El juez también libera a la india a quien Ber-
nardino Villafañe había retenido en su condición de esclava.18
De la misma manera que en la mayor parte de las ciudades, falta
mucha documentación o está ilegible. El juez Sosa exige datos sobre
las tasas cobradas a los inquilinos de las tierras del hospital y cuestio-
na en general la contabilidad vinculada a ese ramo. La intervención
del juez, mediante su inquisitoria, y las citaciones correspondientes
logran regular un tanto esas cuentas, haciendo que los imputados sal-
den sus deudas con el fisco y con la Iglesia, la principal administrado-
ra del hospital. Finalmente se pide razón del noveno y medio de los
diezmos que debe integrarse a las Cajas Reales, y de las disposiciones
del obispo Abad Illana sobre el tema, además de señalar la obligación
de que los réditos de esas tierras se apliquen a mejorar la situación de
los pobladores más miserables. El procurador de la ciudad explica que
se han suscitado muchos problemas por el cobro del diezmo a raíz de
que el diezmero reside en Córdoba, que mucho de ese dinero se aplicó
a la construcción de la catedral de dicha ciudad, y que, para aumentar
las dificultades, las Cajas Reales se encuentran en Jujuy. Es evidente
que hay competencias no resueltas entre la Iglesia y el poder civil, que
por el momento no podemos profundizar, y también que el procurador
trata de salvar la responsabilidad del cabildo en el asunto.
Los inculpados luego presentan los respectivos descargos. En gene-
ral, son largos lamentos sobre las miserias que los acosan, la falta de
conocimiento de las leyes por carecer de fuentes para informarse, y los
costos excesivos de los cargos y sus escasas remuneraciones. Se

17
Carlos Garzón Maceda, Economía del Tucumán. Economía natural y economía
monetaria. Siglos XVI, XVII y XVIII (Córdoba 1968).
18
No queda claro en el texto la verdadera condición de esta india, dado que no exis-
tía esclavitud indígena autorizada.
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defienden alegando buena fe y disposición, sin faltar veladas acusa-


ciones sobre las dificultades de ejercer justicia en una sociedad donde
todos son parientes que se protegen entre ellos. Pero hay que tener en
cuenta que la mayor parte de los cargos no provenía de denuncias de
testigos sino del análisis de los documentos sobre herencias y otros
temas similares que provocaron recursos de los damnificados o de los
que creyeron serlo.
Lo interesante de la actuación de Sosa en La Rioja son sus refle-
xiones acerca del incumplimiento de las normas legales y la falta de
aplicación de las penas impuestas por otros jueces. Sosa se dirige a los
alcaldes y alfereces reales diciendo que ha revisado las ordenanzas
municipales y que es notoria la total inobservancia de las mismas,
siendo que el anterior juez de residencia había moderado las penas
pecuarias que debían aplicarse, orden que el cabildo no cumplió, que
no aparece en los registros condenación alguna y que para esta resi-
dencia los funcionarios deberán dar cuenta de tal falencia. Porque,
“ [...] cómo se entiende o compone esta contrariedad de concepto, siendo así que el
escarmiento de no admitir distancia entre el delito y la pena, hizo inalterables tales
ordenanzas y estas como justas posibles y necesaria, mantienen en pro y justicia de
su pueblo por medio de sus fieles custodios que son las mimas justicias, y siendo los
que la han administrado en esta Residencia [ sigue la lista de los funcionarios] en
todo el tiempo que toca a esta Residencia, darán la razón que se les pide dentro de un
día [...]”19

Por cierto, nadie asume en sus descargos las consecuencias de la frase


central del precedente alegato. En su informe final, Juan Ricardo Sosa
hace una vibrante defensa de la función e importancia de las residen-
cias y de la obligación de los funcionarios a cumplir y hacer cumplir
las leyes. Sostiene que estos funcionarios han hecho “un juramento de
religión”, como también los cabildos y consejos “[...] para que miren
por el bien común de sus pueblos, a cuyo mayor beneficio, quiso tam-
bién la facultad de hacer ordenanzas justas posibles y necesarias a
ellos [...]”20 Según el autor, no se pueden aplicar las mismas penas a
“grandes y chicos”, o sea a ricos y pobres. Lamenta que no se hayan
cumplido las recomendaciones y ordenanzas dejadas por anteriores
jueces de residencia, siendo que éstas son los “muros y la defensa de

19
AHN, Consejos, 20373, exp.1, cuaderno 22, ff. 53r–53v.
20
Ibidem, f. 82v.
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76 Ana María Lorandi y Silvina Smietniansky

los pueblos que al paso de miserables y distantes aplican el remedio de


su real protección y amparo”.21 En general es un firme alegato en
defensa de la virtud y la moral pública y también de la responsabilidad
y eficiencia que puede esperarse de los funcionarios. Condena dura-
mente el descuido que la ciudad ha tenido de los papeles públicos, y de
los privados a ella confiados. Reprocha a los defensores de menores y
a los alcaldes de hermandad el haber dado comisiones para actuar en
casos de importancia, cayendo en flagrante inobservancia de sus obli-
gaciones. Comprueba también que se han puesto castigos sin hacer
constar claramente el delito y sostiene que esto se debe hacer, al
menos según su entendimiento, y luego pasarlos a los que entienden
de leyes. O sea, se observa un uso del poder arbitrario y probablemen-
te faccioso.

RESIDENCIA DEL CABILDO Y FUNCIONARIOS DE LA CIUDAD DE


SAN FERNANDO DEL VALLE DE CATAMARCA22

El juez delegado en Catamarca fue don Andrés Ortiz de Ocampo


Izfran, vecino de la ciudad.23 Se constata que el gobernador nunca
nombró lugarteniente y que la ciudad carecía de alguaciles mayores y
de cárcel y de escribano público y de cabildo.
Después de confeccionar la lista de los funcionarios que deben
someterse a la residencia, se comprueba que, de los dieciséis testigos
convocados, ocho tienen relaciones de afinidad o de consanguinidad
con los residenciados. Todos se expresan conformes con la actuación
del gobernador Campero y la mayoría también con el resto de los fun-
cionarios residenciados. No obstante, hay frecuentes sospechas de
cohecho, que en general no se concretan, así como de disturbios en
torno a las elecciones anuales de los alcaldes, pero en forma vaga,
poco explícita. Unas pocas acusaciones están referidas a hechos de
visibilidad insoslayable. Este es el caso, por ejemplo, del alcalde de

21
Ibidem, f. 83v.
22
AHN, Consejos, 20373, exp.1, cuaderno 20.
23
Este personaje tuvo una larga actuación, a veces conflictiva, en los asuntos públi-
cos de esa ciudad. Para más datos, véase Jorge Serrano Redonet, “Los Ortiz de Ocam-
po”: Revista del Centro de Estudios Genealógicos de Buenos Aires 1 (Buenos Aires
1979), pp. 167–227.
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Etnografía histórica de los cabildos del Tucumán colonial (1764–1769) 77

hermandad Salvador Díaz, “que fue omiso y negligente en su oficio”


ya que una vez obtenida su vara se retiró a Salta y no regresó a la ciu-
dad. El testigo don Bartolomé Urquiza dice que “ha oído” quejarse
contra Joseph Bernardo Villagras porque atropellaba y quitaba dinero
y el empleo a los pobres, pero él no lo vio, ni sabe por orden de quien
lo hizo. Y lo mismo dice sobre Don Nicolás Rosales, que atropellaba
e injuriaba a muchos pobres (pero no lo ha visto). Hay quien sostiene
que los alcaldes cobraban derechos excesivos por sus trámites judicia-
les.
Algunos testigos dicen que han oído que los regidores aceptaron
dádivas, pero que no saben si han tenido su efecto en perjuicio del bien
público. Pero nadie afirma haberlo comprobado o haber sido testigo de
tales comportamientos. Por ejemplo, el sargento mayor don Pablo
Rodríguez de Barrionuevo dice:
“[...] que por mantenerse independiente de dichos Regidores nunca ha penetrado el
origen de sus discordias pero que los ha visto discordes, y opuestos en sus votos unos
a otros, y supone que en estos casos nunca se puede estar bien servido ni Dios ni su
Majestad y por consiguiente la causa pública, pero que tampoco tiene presentes los
actos de conocido perjuicio que por razón de dicha discordia haya experimentado el
pueblo [...]”24

El mismo testigo agrega algunas otras acusaciones sobre funcionarios


que alteraron la marcha de los expedientes y que lo afectaron perso-
nalmente. No falta quien trate de justificar las relaciones “parciales”
entre los funcionarios diciendo, como por ejemplo don Francisco
Antonio de Segura, que “hubo parcialidades” pero no sabe si por votar
en favor de “sus amigos y deudos” se hayan producido perjuicios “al
bien común”.
En general no hay otras acusaciones sobre los regidores, alcaldes de
agua o protectores de naturales. Sobre estos últimos afirman que cono-
cen la lengua de los indígenas.
Ocampo solicita que se presenten los libros del cabildo en sus dis-
tintos rubros y los del ramo de hacienda, cárcel y hospital. En los juz-
gados de primero y segundo voto se encuentran registradas 41 causas
civiles y ocho criminales para los cinco años de la residencia. Cuando
se procede a revisar los papeles de los juzgados de primer y segundo
voto se encuentra que la documentación y el seguimiento de las cau-

24
AHN, Consejos, 20373, exp.1, cuaderno 20, f. 49v.
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78 Ana María Lorandi y Silvina Smietniansky

sas deja mucho que desear. No hay tasaciones, ni recibos, ni escriba-


no. Dos alcaldes de dicho tiempo, consultados al efecto y miembros
del presente cabildo, dicen que no se han concluido las causas porque
“las partes” no las “agitaron” y porque en medio de su substanciación
los jueces fueron mudados (por la alternancia anual), faltando instan-
cias intermedias. En lo referente a la no-tasación de costas dicen que
rara vez se satisfacía, sea por la pobreza de la tierra o por la repugnan-
cia con que se oponían las partes, por lo que los jueces, para evitar
quedar enemistados, decidían no tasar las costas.
El libro de propios del cabildo también es objetado por el juez dele-
gado. Comprueba que existió fraude en lo recaudado por el ramo de
propios y se detalla lo contenido en el libro, incluso se incorpora una
orden de la residencia anterior donde se observaban severamente estas
irregularidades, aunque, como se puede comprobar, no parecen haber
causado efecto alguno. Los jueces recaudaban por sí mismos, cuando
esto era función de los mayordomos. Para aclarar este asunto se manda
a citar al capitán don Francisco Granja, único mayordomo aún vivo para
preguntarle “[...] si en el tiempo que ejerció dicho empleo tuvo libertad
en la recaudación de las ventas de propios o se la quitaron los Jueces de
su tiempo”.25 La respuesta es que nunca conservó, ni distribuyó propios,
sino que sirvió para recoger los efectos o dineros de los deudores, pul-
peros, etc. Esto lo hacía por orden de don Andrés Herrera, regidor alfé-
rez real. Y así también sucedió con los demás mayordomos.
También se cita a dos ex-pulperos. Ambos confirman que pagaban
directamente a los jueces o al regidor Andrés Herrera (difunto), quie-
nes se negaban a darles recibos. Saben que lo mismo sucedió a otros
pulperos. Es más, no conocían quienes habían sido designados como
mayordomos porque nunca tuvieron tratos con ellos.
En los libros del ramo del hospital se confirman fraudes similares.
Las actividades del hospital eran fundamentalmente de caridad, estaban
a cargo de la Iglesia y el capital había sido integrado por donaciones de
particulares. Cuando el obispo Manuel Abad Illana realizó su visita ecle-
siástica y comprobó estas irregularidades, decidió hacer un auto de exco-
munión mayor a los curas y vicarios para que “comulgando sus censu-
ras”, procurasen restablecer el capital perdido. Pero esta severa orden

25
Ibidem, f. 92v.
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Etnografía histórica de los cabildos del Tucumán colonial (1764–1769) 79

nunca se ejecutó. No obstante, aparece documentado un exhorto hecho


al cabildo por el doctor Pedro Joseph Gutiérrez, cura y vicario de Cata-
marca, ahora canónigo en la ciudad de Córdoba, para que el cabildo no
interviniese (“se abstuviese de conocer”) en las cuentas del hospital que
eran de competencia de los obispos conjuntamente con los gobernadores
de las provincias y de quienes estos nombraran. El cabildo protesta pero
se sujeta a esa normativa, por lo que se siente liberado de los cargos pre-
sentados en la residencia con respecto al ramo del hospital. No obstante,
el juez estima que hay “[...] implicancia entre esta denegación” (a que el
cabildo intervenga en las cuentas del ramo del hospital) y el nombra-
miento anual de mayordomos que hace el cabildo. Estos tenían la obli-
gación de cobrar el ramo del hospital y distribuir los réditos entre los
pobres. El cabildo entonces, está obligado a inmiscuirse en las cuentas
de los mayordomos y del hospital.
El problema es la dificultad de averiguar o rescatar algo concreto
en este asunto porque “eran comprendidos todos los que hasta aquí
han ejercido cargos en el Cabildo”.26 A su vez, hay testigos de la inter-
vención del gobernador en este asunto diciendo que éste no permitió
que “se usurpase la jurisdicción real por los eclesiásticos”, o que
durante su mandato no “se presentaron oposiciones entre jueces ecle-
siásticos y seculares”.27 Con respecto a la cárcel hay una descripción
del desastroso estado de la misma, destacándose la falta de alguacil
mayor.
Los cargos que hace el juez subdelegado se limitan a los casos más
notorios que ya hemos señalado. Como puede observarse, lo que pre-
domina es la “conspiración del silencio”, aunque, es necesario admi-
tirlo, alguna culpa debía pesar sobre sus conciencias. La sombra de los
cohechos y las rencillas internas se filtran a través de respuestas sig-
nadas por una cierta reticencia, y de esa manera las acusaciones explí-
citas sólo se refieren a situaciones de amplia visibilidad pública o a
rivalidades personales. También es evidente el abandono general de la
administración de la ciudad, la falta de funcionarios y la impune usur-
pación de roles que quedan al descubierto en el acto de revisar los
libros pero no por denuncias de los testigos convocados. El tema de las
fricciones internas también es recurrente.

26
Ibidem, f. 95v.
27
Ibidem.
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80 Ana María Lorandi y Silvina Smietniansky

LA RESIDENCIA DE FUNCIONARIOS Y CABILDO DE LA CIUDAD


DE SANTIAGO DEL ESTERO28

El juez delegado fue don Joseph Molina, coronel de milicias y juez sub-
delegado de la Renta de Correos de San Miguel de Tucumán. Su prime-
ra actividad fue la de revisar los libros de los distintos organismos. Cons-
tata que no hay libros de copias de cédulas reales ni de otras provisiones.
En general, no se conservan, o no han llevado, libros en ninguno de los
rubros, ni de propios, ni de cárcel ni del hospital. En la época que abar-
ca la residencia no habían sido designados alguacil mayor ni alcalde de
cárcel ni fiel ejecutor y el cabildo tenía un solo regidor, don Roque
López de Velasco. A diferencia de otras ciudades, los conflictos internos
en Santiago del Estero son expuestos con especial virulencia. Se exami-
nan dieciocho testigos, a algunos los comprenden las generales de la ley,
pero el juez estima que sus testimonios serían honestos.
Uno de los temas centrales es el de los propios de la ciudad, aplica-
dos a la entrada y salida de la carretería y al aguardiente. Si bien algu-
nos testigos sostienen que se han aplicado en obras públicas, otros
denuncian de cohecho a los alcaldes. Lo mismo ocurre con las rentas
del hospital. Se acusa en particular a don Francisco Javier Gramajo,
don Antonio García, don Roque López de Velasco, alcalde provincial
(“que hace lo que quiere”, dirá un testigo), y don Francisco de Paz. El
testigo, el maestre de campo don Joseph Ignacio Lascano, afirma que
en el año 1769 los propios de carretas fueron arrendados por 20 años a
don Baltazar Galla, vecino, con el deber de reparar la acequia y las
casa capitulares y que así lo hizo. Luego de seis años devolvió el dere-
cho de cobrar los propios al cabildo, como antes había sucedido.
Sin embargo, don Joseph Lorenzo Gonzevat, aunque estuvo ausente
en Santa Fe por muchos años, sostiene por una parte que los alcaldes
ordinarios, don Antonio Arias y don Francisco Jiménez, no fueron hones-
tos, y por otra que no se han aplicado los propios de carretas al reparo de
la acequia porque sigue sin correr y no sabe en qué se invierte la plata y
que lo mismo pasó cuando lo arrendaron a Baltazar Gaya (o Galla) “por-
que se aprovechaba del agua él propio la vez que corría atajándola [...]”.29
Estas afirmaciones son reiteradas por varios otros testigos. Final-
mente, un testimonio asegura que el único regidor, don Roque López

28
AHN, Consejos, 20373, exp.1, cuadernos 18 y 19.
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Etnografía histórica de los cabildos del Tucumán colonial (1764–1769) 81

de Velasco, se quedó con los propios destinados a la acequia e impidió


que se arrendasen, “[...] mejor hubiese sido que no hubiese sido elegi-
do [...]”.30 De estas acusaciones queda excluido otro ex-alcalde, don
Antonio Arias, ya que, entre otros, don Claudio de Medina y Montal-
vo informa que, cuando le arrendaron a Arias los propios de carretas,
dejó la acequia en condiciones.
El otro tema se vincula a la administración de los bienes del hospi-
tal. Las acusaciones de malversación contra los alcaldes se reiteran
con respecto a este rubro. Don Manuel Horta afirma, por ejemplo, que
las rentas obtenidas en las tierras adjudicadas al hospital son para
pobres, pero “nada les dan” y sabe que fueron usadas para la “saca del
estandarte y arreglo de calles para Semana Santa y Corpus”. Finaliza
diciendo que “arreglan cuentas entre Alcaldes nuevos y viejos y se
arreglan entre ellos”.
Las rivalidades por las elecciones consejiles fueron moneda
corriente en la ciudad. Don Isidro Vicente de Ribero confirma que:

“Haber oído decir no haberse guardado toda la rectitud para la elección de los oficios
consejiles y el no haberse evitado parcialidades por parte de los tenientes y justicia
de dicho gobernador; y que le consta haber habido varios alborotos dimanados de los
dichos tenientes Don García Joseph de Paz y Don Manuel del Castaño por que se eli-
gieron alcaldes a su satisfacción [...]”31

Don Joseph Lorenzo Gonzevat reitera la denuncia:

“[...] en todo el tiempo del gobierno del Teniente Coronel y su Teniente y Justicia hasta
el presente que en las elecciones de Alcaldes Ordinarios y demás oficios consejiles han
habido parcialidades por cuya razón siempre han sido elegidos Alcaldes de la facción
de los Tenientes, pero que no sabe que por esto haya resultado daño perjuicio notable
al vecindario y en cuanto que si han llevado intereses por esto que lo ignora [...]”32

Los bandoleros fueron castigados, pero la poca seguridad de la cárcel


permitió la huida de algunos presos. El juego por dinero, las penden-
cias seguidas de muerte y los amancebamientos públicos tampoco fue-
ron debidamente controlados. Todos estos temas forman parte de los
cargos que el juez delegado incoa a varios de los funcionarios.

29
AHN, Consejos, 20373, exp.1, cuaderno 19, ff. 22v–23r.
30
Ibidem, ff. 29v–32r.
31
Ibidem, ff. 8r–9v.
32
Ibidem, ff. 22v–23r.
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82 Ana María Lorandi y Silvina Smietniansky

Los cargos impuestos por el juez delegado afectan a los alcaldes por
cobrar impuesto a las carretas con comestibles y a las mulas para man-
tener al carcelero y corchete – lo que perjudicó a Su Majestad haciendo
incobrable la real alcabala – y por no hacer las rondas nocturnas y otros
delitos menores. El escribano Francisco de Paz es acusado de no llevar
los libros de cuentas, ni haber anotado los propios o los gastos del cabil-
do, también de cobrar excesivos derechos, pero esto parece no haber
sido probado. Los cargos contra el regidor y alcalde provincial don
Roque López Velasco son los más graves y ominosos: a) que presas cri-
minosas se fugaron de la cárcel y él las amparó en su casa; b) por haber
provocado escándalos en la ciudad; c) que por su codicia quiso apro-
piarse de los propios; d) por mala verificación de los propios y apropia-
ción ilegítima de los mismos; e) en general por no haber observado las
leyes; f) por la falta de formalidad en las actuaciones y registros del
cabildo: no hay libros de hospital, de penas de cámara, de depósitos, de
tutelas y curadurías, censos, cédulas y provisiones, visitas de tiendas y
pulperías y propios. Todo es responsabilidad del regidor.
La defensa del acusado recurre a los mismos argumentos emocio-
nales con que se tiñen con frecuencia estas difíciles relaciones socia-
les. Responde uno a uno a los cargos, pero la respuesta más original es
la siguiente: “no respeta las leyes porque no le gusta leer y no las
conoce”. Don Joseph Molina considera que los jueces y demás com-
prendidos no hicieron descargos satisfactorios de esos delitos e impo-
ne 50 pesos de multa a cada uno de los inculpados.
En el caso de los alcaldes ordinarios y tenientes, culpables por omi-
siones que perjudicaron al público y partes interesadas, quedan inha-
bilitados para los oficios públicos de esa ciudad. Asimismo el juez
manda al cabildo que tome la necesaria responsabilidad en las admi-
nistraciones de los distintos ramos y ordena que se tengan libros en
asientos separados para cada actividad o rubro.

RESIDENCIA DE LA CIUDAD DE SAN MIGUEL DE TUCUMÁN33

La documentación sobre esta residencia está incompleta, de modo que


nos limitaremos a comentar la poca información recuperada. El comi-

33
AHN, Consejos, 20373, exp.1, cuaderno 17.
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Etnografía histórica de los cabildos del Tucumán colonial (1764–1769) 83

sionado o juez delegado fue don Francisco de Paz, familiar del Santo
Oficio y corregidor de la reducción de los Abipones. Su residencia
habitual era la ciudad de Santiago del Estero.
En este caso, San Miguel puede disfrutar de rentas propias: seis
pulperías que dan 30$ al año; mercedes de las chacritas de extramuros
10$ cada año; 12$ por solares vacos. El juez reprueba el desorden en
las cuentas y señala también la falta de libros separados por ramos.
Lamentablemente, hay muy escasa información adicional. Sólo pode-
mos agregar que, aunque la situación de San Miguel es económica-
mente una de las más desahogadas de la región, el tipo de negligencias
es común, así como la carencia de funcionarios idóneos. Tampoco
aquí hay, por ejemplo, escribano de cabildo. En general los pocos tes-
timonios recuperados elogian la actuación del gobernador Campero,
ya sea por las obras realizadas en la ciudad como en cuanto al castigo
de los delincuentes. Con respecto a los otros funcionarios, no se con-
signan acusaciones y por el contrario hay una unánime negativa a
presuponer un mal desempeño durante sus gestiones. En esto los de
San Miguel no se apartan, aparentemente, de la común tendencia de
defender a la corporación a la que pertenecen de cualquier embate
exterior.

RESIDENCIA DE LA CIUDAD DE SALTA34

El juez delegado en esta ciudad fue Adrián Fernández Cornejo. Arras-


caeta, el apoderado de Campero, se presenta en Salta e impugna una
larga lista de gente, incluidos sus parientes hasta cuarto grado, amigos
y comensales y allegados. Lo considera “memorial de enemigos”, a
pesar de lo cual, como en otras provincias, se admiten testimonios de
algunos de los recusados por falta de vecinos y en este caso agravado,
como lo justifica el mismo Cornejo, por “las muchas conexiones que
hay en este vecindario por lo comprendidos que se hallan en los dis-
turbios y quimeras pasadas y otros fundamentos y razones”35 a raíz de
que Salta fue uno de los epicentros del levantamiento contra Campero
por el asunto de la expulsión de los jesuitas.

34
AHN, Consejos, 20373, exp.1, cuadernos 14, 15 y 16.
35
AHN, Consejos, 20373, exp.1, cuaderno 15, f. 83v.
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84 Ana María Lorandi y Silvina Smietniansky

Cornejo encuentra resistencia en el cabildo para entregar la docu-


mentación que solicita, pero bajo la amenaza de penas, la situación se
normaliza. El escribano de cabildo, Antonio Gil Infante, dice que en
los archivos no hay registros de las penas de cámara, ni quien pueda
dar razón de su existencia, por haber fallecido don Francisco López y
Zeballos, el anterior escribano de cabildo. El tesorero real de la ciu-
dad, Santiago Pucheta, da cuenta de las mercedes otorgadas por Cam-
pero, la mayoría en solares urbanos o tierras. Entre los favorecidos se
encuentra el propio Adrián Cornejo.
Campero también había otorgado dos mercedes de indios, una de
tres indios a Calixto Ruiz Gaona y otra, mucho más importante, de 72
indios a don Cayetano Vienega “por don Nicolás Severo de Isasmendi
sucesión de la encomienda por muerte de su padre, de dichos indios de
los pueblos de Pulares y Tonocotés”.36 El juez comprueba que por cada
una de estas mercedes se pagó la correspondiente media anata. A con-
tinuación se visita la cárcel sin observar irregularidades. Luego son
revisados los libros de acuerdos del cabildo y las elecciones anuales.
Se comprueba que a la mayoría de dichos acuerdos asistió Campero y
el juez dictamina: “no he encontrado cosa alguna que notar ni corre-
gir”.
Cornejo le pide al escribano que apronte todas las causas civiles y
criminales que se siguieron en los juzgados de los alcaldes de primero
y segundo voto, los ya fenecidos y los por fenecer y los que hubiere
seguido el teniente Toledo Pimentel. Le pide también los protocolos
de escribanos e instrumentos públicos otorgados en ese tiempo por los
escribanos don Francisco López y Zevallos, don Miguel Ruiz de los
Llanos y don Francisco Briceño, y además el libro de copias en que se
asientan las provisiones y títulos de los oficios de regidores propieta-
rios y que da cuenta de la ausencia del alcalde provincial y alguacil
mayor.
Entre las causas seguidas por el justicia mayor don Francisco Tole-
do y Pimentel y los alcaldes, encuentra que están todas revueltas, sin
ningún orden, “modernas” con más antiguas, y falta de papeles y pro-
tocolos de instrumentos públicos por haberse mojado por goteras, que
se hallan “inteligibles y podridos”. Revisa lo que puede y no encuen-

36
Ibidem, ff. 22r–24v.
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Etnografía histórica de los cabildos del Tucumán colonial (1764–1769) 85

tra reparo tanto a los jueces ni a los escribanos o defensores de meno-


res y naturales. Sólo presenta observaciones serias contra las actuacio-
nes del escribano de Briceño que tienen vicios, tachas y nulidades, sin
firmas de las partes, ni autorizados, “muchos otorgó (¿?) y dejó en
blanco, por lo cual fue depuesto y metido en la cárcel de la que ‘hizo
fuga’”. Cornejo encuentra que los libros de propios, los del hospital, el
archivo de gobierno, causas penales, sisa y Santa Cruzada han sido lle-
vados correctamente.
Una vez enumerados todos los residenciables, se da comienzo al
interrogatorio. Salvo por un asunto menor, todos los testimonios son
altamente favorables a la actuación del gobernador, sus tenientes y
alcaldes. Tampoco hay acusaciones contra los alcaldes de Santa Her-
mandad y provincial ni contra los alguaciles mayores ni sus tenientes,
aunque en este último caso se debe suspender a dos testigos por ser
parientes muy cercanos de los residenciados. Los testimonios respec-
to a los regidores son unánimes, todos niegan que haya habido dispu-
tas o enemistades por las elecciones del cabildo, así como todos nie-
gan el nepotismo, el clientelismo o alianzas con consecuencias
perniciosas para la ciudad. Por el contrario, afirman que sus conductas
estaban orientadas a lograr el bien común. El mismo beneplácito es
adjudicado a la actuación de los procuradores, alcaldes de cárcel,
defensores de menores y protectores de naturales. Los escribanos de
cabildo pasan la prueba exitosamente, con excepción de Francisco
Briceño que ya fue condenado en su momento.
Cornejo no establece penas para ninguno de los funcionarios resi-
denciados. No hay duda que, a raíz de los serios conflictos de Campe-
ro con buena parte de la población salteña y por el hecho de que era un
notorio aliado del gobernador, Cornejo elige testigos favorables a su
gestión que además eviten ventilar cualquier otro tipo de conflicto que
pueda haber existido con el cabildo. Es notable que Cornejo aprueba
todo lo actuado, no encuentra ni delitos ni notoria negligencia y que
hace caso omiso de cualquier otra irregularidad que pueda existir en
los diversos libros que han sido inspeccionados. En suma, es evidente
la intención del juez delegado de no desatar nuevas disputas y de apa-
ciguar los antiguos rencores.
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86 Ana María Lorandi y Silvina Smietniansky

SAN SALVADOR DE JUJUY, LA RESIDENCIA FRUSTRADA37

Recordemos que San Salvador también había tenido intervención


directa en el levantamiento contra Campero y que esto explica la
conducta que el cabildo asume cuando debe enfrentar el juicio de resi-
dencia. Codecido encuentra serias dificultades para designar al juez
delegado en esa ciudad. Por diversas razones, excusaciones o imposi-
bilidades materiales de asumir esa función, se ve obligado a proponer
más de una terna. Finalmente, se elige a Antonio de León Carvajal que
es inmediatamente recusado por el cabildo de la ciudad. Residente en
Salta, es inculpado de rozarse con gente “de baja esfera” y de embria-
guez, aduciendo que por este motivo fue expulsado de Salta.38 Sostie-
nen que ya se le había puesto objeción cuando se presentó como can-
didato para la escribanía del cabildo de Jujuy.
Por su parte, el apoderado del ex-gobernador, don Gregorio Arras-
caeta, inhabilita a muchos posibles testigos y a sus parientes hasta el
cuarto grado por ser enemigos de Campero. Incluye en la “tacha” a
“sus comensales, familiares y allegados”. Los tacha como testigos y
como capitulares. El juez Codecido no opina y lo remite a Jujuy.39
El largo pleito por este asunto (cuyos detalles dejamos de lado por
razones de espacio) logra el objetivo que buscaban los de Jujuy: Por
orden de Codecido, la residencia no se realiza porque han culminado
los plazos. Es indudable que, más allá de algunas excusas objetivas
que pudieran tener los jujeños, la actuación de los miembros del cabil-
do estuvo dirigida a impedir la residencia y de esa manera evitar que
saliera a la luz la intervención que muchos de sus miembros tuvieron
en la prisión del gobernador Campero a raíz de la expulsión de los
jesuitas y las disputas previas con el gobernador.

COMENTARIOS FINALES

En su fallo final, el juez don Andrés Codecido declara a Campero y a


los restantes comprendidos en la residencia

37
AHN, Consejos, 20373, exp.1, cuaderno 10.
38
Ibidem, f. 11r.
39
Ibidem, ff. 27–28.
1438-4752_JBLA04_08_Lorandi.qxd 12.11.2004 10:52 Uhr Seite 87

Etnografía histórica de los cabildos del Tucumán colonial (1764–1769) 87

“[...] por libres de todos los cargos y aptos para los empleos de que se hacen dignos
a excepción de los regidores y demás sujetos que por providencias separada se hallan
condenados por mí en esta residencia [...]”40

Como hemos visto, con excepción de Santiago del Estero donde se


observan acusaciones cruzadas con respecto a la actuación de casi
todos sus funcionarios, en el resto de las ciudades, menos Jujuy por las
causas expuestas, la tendencia general de los testimonios es ignorar u
ocultar los delitos o negligencias, o bien tratar de justificarlos. Con
respecto a las últimas encontramos dos tipos de argumentos: aclarar
los delitos por las dificultades inherentes a la situación económica o
social de la región; o comprobar que esas conductas desviadas de las
reglas no causaron perjuicios a la ciudad. A pesar de que lo dicho es un
denominador común, no deja tampoco de reflejarse la sorda rivalidad
teñida de enconos personales o la sensación, aparentemente también
compartida, de que los negocios públicos se vieron afectados por esas
conductas irregulares. El análisis de los testimonios induce a pensar
que nos encontramos ante una sociedad consciente de sus falencias
éticas, tanto en los negocios públicos como privados, pero que pueden
desplazarse entre las grietas que deja el sistema y que por lo tanto no
vale la pena modificarlo. Hace ya varios años que Horst Pietschmann41
ha sugerido que este tipo de conductas permisivas formaba parte de lo
que calificó como constitutivas de una “mentalidad colonial”. Las pre-
ocupaciones de los jueces delegados, por ejemplo el caso de Ricardo
Sosa en La Rioja, caían en saco roto frente a esa anomia moral de la
sociedad local. Nadie deja de reconocer los esfuerzos del gobernador
Campero por limar las ásperas relaciones entre los vecinos, incluso se
admite que después de sus visitas y negociaciones las ciudades entra-
ron en períodos de calma. Sin embargo, a poco andar, seis años des-
pués de concluido su mandato, la residencia demostró que los conflic-
tos en realidad nunca fueron totalmente acallados. Y esto entra en la
lógica del funcionamiento de ese sistema, que logró el equilibro a
costa de su inestabilidad.42 Teniendo como marco de referencia un
sordo caldo de conflictos, la gente se desplazó con habilidades adqui-

40
AHN, Consejos, 20373, exp.1, cuaderno 6, f. 7r.
41
Horst Pietschmann, “Estado colonial y mentalidad social. El ejercicio del poder
frente a distintos sistemas de valores. Siglo XVIII”: Antonio Anino et al. (ed), America
Latina. Dallo Stato Coloniale Allo Stato Nazione, tomo II (Milán 1987), pp. 425–447.
42
Georg Simmel, Le Conflit (Paris 1995).
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ridas a lo largo de la vida colonial, habilidades transformadas en habi-


tus que les permitieran conservar bajo un relativo control las fuerzas
que se disputaron ese “campo” político constituido por los cabildos.
Aún a riesgo de hacer una extrapolación conceptual que pueda ser
cuestionada, y salvando las diferencias de contexto, tiempo y espacio,
podría ser útil que nos apoyáramos en el concepto de “ilegalidad de
derechos” propuesto por Michel Foucault, para quien el ilegalísimo de
los derechos consiste en “eludir sus propios reglamentos y sus propias
leyes, [...] por un juego que se despliega en los márgenes de la legisla-
ción, márgenes previstos por sus silencios, o liberados por una tole-
rancia de hecho”.43
El grupo que nos concierne, los cabildantes y los vecinos, integra
una élite con capacidad para manipular las normas, generando alian-
zas tanto como pleitos, pero silenciándolo ante el procedimiento de
residencia, cuando alguien externo al funcionamiento del cabildo
busca evaluar y penar, de ser necesario, a los funcionarios. ¿Pueden
desvincularse las ideas que Foucault desarrolla sobre la ilegalidad en
la aplicación de las leyes de la trama histórica en la que se halla inserta
y que a su vez explica, para aplicarlo a otra realidad? Creemos que las
preguntas de los interrogatorios de la residencia marcan y detallan las
formas en que los diferentes cabildos podían violar las normas; pre-
guntas que pueden agruparse en ciertas temáticas, como corrupción,
parcialidad, incumplimiento de leyes, inmoralidad pública, etc.
Hemos visto que hay un silencio que envuelve a todo el juicio, bas-
tante manifiesto en las respuestas de los testigos que “saben pero no
recuerdan”, que “han oído pero no han estado presentes”, etc. Y hay
otros no-silencios, como la resistencia del cabildo de Jujuy a que se efec-
túe la residencia, que reflejan más claramente la contraposición entre la
imagen armónica que los testimonios intentan presentar y los conflictos
mediados por las parcialidades que se desarrollan al interior de cada
cabildo y que incluyen a buena parte de la sociedad vinculada con ellos.
¿Pueden entenderse las diferentes temáticas que surgen en el inte-
rrogatorio, los delitos testimoniados y aquellos silenciados en térmi-
nos de “ilegalidad de las prácticas”? O, explicado de otra manera, ¿se
trata de una superposición de leyes y reglamentos que, al contradecir-

43
Michel Foucault, Vigilar y Castigar. Nacimiento de la Prisión (Madrid 1995),
p. 91.
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Etnografía histórica de los cabildos del Tucumán colonial (1764–1769) 89

se, dejaban espacios para ser burladas?, o acaso, ¿nos encontramos


con normas impracticables en determinadas condiciones sociales y
económicas que favorecían su incumplimiento y permitían el ejercicio
de conductas censurables? El ojo del juicio está puesto en ver de qué
forma el gobernador, los alcaldes, los regidores, etc. han cumplido o
no con las funciones pertinentes a sus cargos. El no-cumplimiento se
explica en término de violación u omisión de esas normas.
Nuestra preocupación apunta a saber si la ilegalidad de derechos
era funcional a la estructura económica y de poder que constituyía y
sostenía el cabildo. Los autores que abordan la historia del Antiguo
Régimen pueden darnos algunas respuestas. En principio la de reco-
nocer, como lo hace por ejemplo François Xavier Guerra,44 que entre
la actividad social y la política no había diferencia. O, dicho de otra
manera, no había actividad política propiamente dicha durante esos
siglos. No se trata, por lo tanto, de cuestionar los derechos privilegia-
dos de estos grupos, sino de plantearnos los límites morales que impli-
caba el ejercicio de esos derechos. Como se ha visto en esta investiga-
ción, el problema central en la conducta de estos gobernantes era el del
nepotismo y el de las parcialidades y facciones que surgieron de esta
situación. Creemos que es lícito preguntar ¿por qué el interrogatorio
condena a las parcialidades o faccionalismo con tanta insistencia si es
la forma “natural” de la organización social durante el Antiguo Régi-
men? Si, como lo sostiene Moutoukias, estos grupos se organizaban
como “conjuntos” o “coaliciones” para la acción, con un objetivo
común y además resultaban funcionales al sistema,45 ¿cómo explicar
la contradicción con la condena que se observa en el interrogatorio del
juicio de residencia? Una respuesta posible es la siguiente: no se con-
dena la facción o parcialidad en sí misma, sino utilizar los cargos
públicos – o ampararse en ellos – para obtener beneficios personales,
causando perjuicios al bienestar general. Pero, ¿era posible en este tipo
de sociedad establecer estos límites? Pretender que la facción exista y
que no ejerza poder corporativamente es casi una utopía. Por eso, en
este tema, la contradicción entre reglas y prácticas no parece nunca
resuelta. Es más, tanto el apoderado de Campero, Arrascaeta, como

44
Guerra, “Hacia una nueva historia política” (nota 3).
45
Zacarías Moutoukias, “Réseaux personnels et activité coloniale: les négociants de
Buenos Aires au XVIIIe siècle”: Annales 47, 4–5 (Paris 1992), pp. 899–915.
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algunas penas aplicadas en Córdoba pusieron de manifiesto que el


delito de una persona afectaba a sus parientes y también a sus allega-
dos o “comensales”. La identificación de una persona con su entorno
familiar y social plantea el problema de una “responsabilidad” o ética
compartida, colectiva, con escaso desarrollo de la individuación.46
Finalmente, tal como lo propone la microhistoria, es necesario ente-
rrar estos análisis “situacionales” en un contexto más amplio, que
enfoque a la provincia en su conjunto e incluso en el del Virreinato del
Perú en ese período. Antes y después de la época que nos ocupa, la
distancia entre reglas o normas y los comportamientos parecen haber
sido un denominador común de las colonias hispanoamericanas.47 A
partir de la llegada de los Borbones a la Corona de España, se observa
un esfuerzo por recuperar el control de las instituciones y en particular
las locales que, como los cabildos, escapaban constantemente a las
regulaciones generales. Fueron los propios contemporáneos que, ade-
más de escandalizarse por la persistente corrupción en todo el virrei-
nato, señalaban la inoperancia de un sistema burocrático que superpo-
nía competencias y legislaciones contradictorias. Sin embargo, como
puede apreciarse por el análisis local efectuado, estos esfuerzos pare-
cen haber tenido pocos frutos positivos. En el caso de La Rioja hemos
podido observar que las regulaciones impuestas en residencias ante-
riores habían caído en saco roto. En otros casos, las penas aplicadas
eran inmediatamente revisadas y muchas veces suprimidas. La super-
posición de instancias que intervenían en cada conflicto, el virrey, la
Audiencia, los gobernadores, los cabildos, se anulaban con frecuencia
unas a otras. Los cabildos constituyeron el corazón del poder local, y
su rol fundamental en el posterior proceso de independencia a comien-
zos del siglo XIX muestra que el intento de desarticularlos por medio
de la creación de las intendencias en 1782 tampoco dio los resultados
esperados. En definitiva, el poder estaba localizado en aquellos que
debían ejecutar algunas de esas órdenes, leyes o disposiciones, gene-
ralmente los funcionarios de menor jerarquía que podían pervertir
impunemente el orden general.

46
Paul Ricouer, Sí mismo como otro (Madrid 1996); Anthony Cohen, Self Cons-
ciousness (Londres/Nueva York 1994).
47
Horst Pietschmann, “Burocracia y corrupción en Hispanoamérica colonial. Una
aproximación tentativa”: Nova Americana 5 (Torino 1982), pp. 11–37.

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