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Jair Domínguez: Segui vora el foc

Idioma original: Catalán


Año de publicación: 2014
Valoración: Se deja leer

La portada de Segui vora el foc da vergüenza ajena. Lo siento, pero es así. Estuve a
punto de no leer la novela sólo por esto. Yo no conocía al autor, ni me sonaba el título de
la obra. Lo único que tenía frente a mí era esta horterada. Y las primeras impresiones
tienen mucho peso. La portada no es seria. Ni siquiera deliberadamente ridícula. Por
favor, ¡si tiene la tipografía, los colores y la maquetación propias de
un pakaging de muffins destinado a una target muy hipster!

Cuánta cursiva, diréis. No os enfadéis. Parece que hablar así es de cronistas


posmodernos. En Segui se explota mucho este recurso. Emo y selfie son sólo dos de las
muchas palabras en cursiva que aparecen en este libro. ¡Menudo repertorio!

Perdón, ya me he tomado las tilas. Prosigo. Intentaré controlarme; ya está bien de tanto
despotricar. A estas alturas de la reseña, parece que la novela no me haya gustado nada.
Y debo decir que, aunque no me ha parecido nada espectacular, tiene un aspecto positivo
a destacar. La historia es algo anárquica y no está muy pulida ni en tono ni en ritmo, su
protagonista no evoluciona demasiado, y, no obstante, el libro tiene frases interesantes.
No brillantes, pero sí perspicaces. El libro, de hecho, es un cajón de sastre (o a veces un
"cajón desastre") donde Jair Domínguez volcó todas estas frases y las interconectó como
buenamente pudo. Es decir, el libro es una excusa, vale, pero si fingimos que no nos
hemos percatado de lo endeble que es su razón de ser, puede funcionar a su manera.

Quedémonos con las frases, que son, cuanto menos, interesantes. Abordan temas como
la corrupción institucional de las editoriales, o la decadencia de la narrativa (¡qué
ironía!). También señala el triunfo que la mediocridad ha logrado gracias a internet. La
falta de moral en el sujeto contemporáneo. O la sociedad del cansancio, aunque expuesta
desde una perspectiva muy distinta a la ya vaticinada por autores como Byung-Chul Han
o Michelle Serra.

El problema es que Jair Domínguez no denuncia críticamente estos aspectos de nuestro


presente. Parece, más bien, señalarlos en un patético intento de ceñirse a un
determinado modelo de literatura, un modelo irreverente y ácido. Ya sabéis, en plan Bret
Easton Ellis o Chuck Palahniuk. Bueno, en los momentos en que ambos autores están
en más baja forma. Ah, no olvidemos el aderezo a lo Hunter S. Thompson.
Puro postureo, vamos.

Espontaneidad agradecida, pero sin contener mínimamente. Escándalo barato,


(mal)entendido como fin, no como medio. ¿Absurdo y experimental a lo David Lynch,
como pregonan algunos? ¡Ni de coña! ¡Ni de forma intencional ni sin querer! Pero las
frases... Les falta honestidad y mala leche, y sin embargo las frases no están tan
mal. Tenemos aquí a uno de esos escritores con la osadía de un acróbata, pero a los que
les falta la técnica necesaria para mantenerse en la cuerda. Jair Domínguez acaba por
precipitarse al vacío. Al menos grita durante su caída, eso tengo que reconocérselo. Y las
piruetas previas, aunque ahora sabemos que eran una fanfarronada, también han tenido
su qué.

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