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La portada de Segui vora el foc da vergüenza ajena. Lo siento, pero es así. Estuve a
punto de no leer la novela sólo por esto. Yo no conocía al autor, ni me sonaba el título de
la obra. Lo único que tenía frente a mí era esta horterada. Y las primeras impresiones
tienen mucho peso. La portada no es seria. Ni siquiera deliberadamente ridícula. Por
favor, ¡si tiene la tipografía, los colores y la maquetación propias de
un pakaging de muffins destinado a una target muy hipster!
Perdón, ya me he tomado las tilas. Prosigo. Intentaré controlarme; ya está bien de tanto
despotricar. A estas alturas de la reseña, parece que la novela no me haya gustado nada.
Y debo decir que, aunque no me ha parecido nada espectacular, tiene un aspecto positivo
a destacar. La historia es algo anárquica y no está muy pulida ni en tono ni en ritmo, su
protagonista no evoluciona demasiado, y, no obstante, el libro tiene frases interesantes.
No brillantes, pero sí perspicaces. El libro, de hecho, es un cajón de sastre (o a veces un
"cajón desastre") donde Jair Domínguez volcó todas estas frases y las interconectó como
buenamente pudo. Es decir, el libro es una excusa, vale, pero si fingimos que no nos
hemos percatado de lo endeble que es su razón de ser, puede funcionar a su manera.
Quedémonos con las frases, que son, cuanto menos, interesantes. Abordan temas como
la corrupción institucional de las editoriales, o la decadencia de la narrativa (¡qué
ironía!). También señala el triunfo que la mediocridad ha logrado gracias a internet. La
falta de moral en el sujeto contemporáneo. O la sociedad del cansancio, aunque expuesta
desde una perspectiva muy distinta a la ya vaticinada por autores como Byung-Chul Han
o Michelle Serra.