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La historia interna del pueblo romano describe posiblemente todas las hipóstasis
posibles de la política: el nacimiento de una comunidad, la organización de los poderes
necesarios de una ciudad, la conquista de la igualdad de derechos por parte del pueblo
en contra de los “grandes”, las reivindicaciones de libertad contra la opresión, las
grandes cuestiones sociales que son la pobreza, las deudas, la “ley agraria”, los “auxilios
públicos”… . En definitiva, para los modernos, Roma es el modelo admirado o temido.
Los romanos, tanto bajo la República como bajo el Imperio, son ciudadanos.
Gobernados por asambleas, por magistrados anuales y por un Senado, o por un
emperador vitalicio. El “pueblo romano” es la totalidad extensiva de todos los
ciudadanos romanos. No hay en Roma, en el interior del “pueblo”, distinción entre los
que disfrutan del derecho de ciudad y los que no. La ciudad romana es unitaria.
Los itálicos, que son asimilables a los romanos, integran la “alianza romana”. La
principal diferencia con ellos es que no participan de la soberanía, además poseen una
gran autonomía local.
La ciudadanía, más que un modo de vida, es ante todo un estatus jurídico ( ius ). La
igualdad ante la ley es la base de esta forma de asociación que es la ciudad, pero esta
igualdad no evita diferencias inevitables, ya sean de tipo natural o de fortuna.
El periodo más igualitario es el último siglo de la república.
Hay un terreno donde el ciudadano estaba directamente implicado por las decisiones
que se le sometían: la commoda, las “ventajas materiales”.
A finales del s. II a.c. se empieza a aceptar el reclutamiento de proletarios, si era posible
de campesinos pobres.
Roma era una ciudad censitaria, donde al igual que todos los ciudadanos no son
admitidos en las legiones, o en las centurias preeminentes en los comicios, todos no
pueden ser admitidos en los cargos públicos. Desde el siglo IV a.c., con el
debilitamiento del patriciado, no hay ya para los plebeyos incapacitación por su
nacimiento. Bajo Augusto el acceso a los honores se cierra; en principio reservados a
hijos de senadores.
El modelo que ofrece la vida religiosa pública de Roma puede aplicarse a la vida
cultural privada, a los colegios, a las familias, o bien a las ciudades del Imperio, por
poco que profundicemos en las formas tradicionales de la religión.
Se considera sacerdotes romanos a todos aquellos que llevaban a cabo actos culturales
para una comunidad determinada. Eran además los depositarios del derecho sacro, los
únicos que podían administrarlo y desarrollarlo, y en estas actividades estaban
necesariamente asistidos por el Senado.
El acto sacerdotal no se podía confiar a las mujeres, pero no estaban excluidas del culto.
Cuando una mujer ejercía una función sacerdotal tenía que estar subordinada a un
hombre. El acto sacerdotal a menudo se representa en las tradiciones romanas como una
colaboración necesaria entre hombres y mujeres.
El sacerdocio no era cuestión de vocación, sino de estatus social.
Las acciones sacerdotales eran confiadas a todos aquellos que eran o habían sido
regularmente elegidos como magistrados o sacerdotes del pueblo romano.
Las dos grandes funciones religiosas de los magistrados eran los sacrificios en las
celebraciones y los auspicios.
Los cónsules tenían el derecho de iniciativa en el terreno de los asuntos religiosos.
Los romanos conciben la ciudad como el lugar donde conviven donde cohabitaban
dioses y hombres. Los dioses participaban con los hombres en la vida comunitaria y
aspiran a realizar el bien común. Los sacerdotes, por su proximidad permanente con y
vitalicia con los sagrado son más venerables que el cónsul, pero en el gobierno de la
ciudad se someten a él.
Los juristas romanos no sólo fueron sabios, conocedores o científicos del derecho.
Durante una parte de sus historia fueron también sus más importantes y prestigiosos
constructores y productores.
Los soldados debían sufrir más por el aislamiento y el aburrimiento que por el enemigo.
Poniendo fin a la crisis de la ciudad-estado mediante el establecimiento de un régimen
de autoridad basado en el absoluto control sobre el ejército, Augusto creó con carácter
duradero una nueva versión del soldado romano que el historiador moderno a menudo
toca por encima con hastío, habiendo establecido en la opinión política romana un
debate secular y que es objeto de un amplio rechazo: como profesional el soldado
romano imperial es tomado por un mercenario; siendo permanente, es visto como un
ocioso, una boca inútil durante todo el tiempo que no invertía en luchar, a menudo es un
ciudadano reciente, incluso apenas en la fecha de su reclutamiento, es considerado como
un bárbaro.
La nueva institución militar retenía aún ciertos puntos fundamentales de la tradición: el
ciudadano-soldado y el monopolio del mando por parte de la clase dirigente.
En Roma es el soldado profesional el que a creado al civil ya que antes todos los
ciudadanos eran soldados potenciales.
Es posible que muchos ciudadanos se alegraran internamente de que el ejército
profesional les liberase de la obligación militar y les permitiera estar enteramente
disponibles para su oficio o para el ocio.
Existían ciertas diferencias entre el este y el occidente romano. Mientras que el soldado
oriental tendía a menudo a volver, una vez licenciado, a su tierra nata, donde
eventualmente retomaba a su lugar en el círculo de magistrados y sacerdocios
municipales, en el occidente, más rural, originariamente los campamentos difundieron a
menudo la civilización urbana, fijando así en sus límites a sus propios soldados
licenciados, independientemente de las colonias de veteranos oficialmente creadas.
La regionalización de los militares trajo consigo a su vez un vínculo local del soldado
susceptible de disminuir su disponibilidad para dejar su territorio.
Los soldados eran dependientes de sus familias para equiparse, vestirse, mejorar el
rancho o pagarse ciertos placeres, sobre todo en el momento de empezar el servicio y
los primeros años de la milita.
El ejército romano cubría dos áreas lingüísticas muy diferentes, el Occidente latinófono
y el Oriente helenófono, donde el latín se había impuesto como idioma militar en los
archivos y en papeleos de campamentos auxiliares y legionarios. Esta situación ha
hecho al ejército un papel importante en los intercambios y préstamos del latín al
griego, y ha dado al lenguaje militar ciertos aspectos de lenguaje de comunicación
internacional. Pero la mayoría de los soldados no sabían escribir. El ejército no era un
desierto cultural, de hecho muchos soldados se hacían representar en monumentos
funerarios, y no funerarios y es posible que los mismos artífices de las representaciones
hubieran sido soldados.
Bajo el Alto Imperio, el papel y el lugar de los esclavos en la sociedad romana conocen
una profunda evolución. El hecho fundamental es de orden económico. A partir de la
primera mitad del s. I, la organización esclavista de la producción, que caracterizaba a
gran parte de Italia y que daba a ésta un papel predominante en los intercambios por el
Mediterráneo, empieza a estancarse y a entrar en decadencia.
De un modo general, la legislación protege cada vez más los derechos de los esclavos
sobre su patrimonio: confirma su situación objetiva de propietario.
Por otra parte, la situación de los que son libres pero pobres se acerca cada vez más a la
de la masa de esclavos.
La existencia de libertos y de sus condiciones demuestra que los antiguos ofrecían a sus
esclavos amplias posibilidades de libertad y progresión social.
Los libertos conforman un medio urbano, pero algunos de ellos vivieron siempre en el
campo, o al menos se dedicaron a la agricultura. No tiene la rústica sencillez del
verdadero campesino indígena, ni la tibia irreverencia del esclavo doméstico. El liberto
se encuentra en la encrucijada de varias divergentes o incluso opuestas. Por un lado ha
sido esclavo, y ni él ni los demás podrán olvidarlo. Por otro lado, tiene un estatus de
liberto, por lo demás en parte contradictorio. Además, cada liberto disfruta de una
situación económica y social determinada. Cada liberto tiene unos orígenes geográficos
y culturales que le son propios.
Algunos libertos del emperador muestran cierto afecto hacia la ciudad o región donde
nacieron. Los libertos parecen menos reacios de lo que se esperaría a hablar de su
nacimiento y de sus orígenes. Sus amos y patronos estaban sin duda mucho menos
implicados por el pasado de sus esclavos y antiguos esclavos que los mismos
interesados.
A fines de la República y durante el Imperio, los libertos de Roma e Italia, que no son ni
los más pobres ni los más ricos de los libertos, se hacen representar mediante bustos
sobre sus tumbas. Se relaciona con la imagines de los aristócratas. La imitación les lleva
en este caso a una práctica original.
Junto a los campesinos libres que trabajaban la tierra de su propiedad, existían grupos,
muy numerosos, de población agraria que trabajaban terrenos que pertenecían a grandes
propiedades agrícolas.
En primer lugar estaban los llamados colonos, que tuvieron un papel esencial en la
economía del Bajo Imperio, pero que también eran numerosos en el Alto Imperio, y que
abundaron incluso en las postrimerías de la República.
Hay que recordar además a los braceros asalariados, que ejecutaban principalmente
labores estacionales, particularmente en el periodo en el que las labores del campo se
superponían, y cuyo papel en la economía fue siempre esencial.
Constituía una excepción el caso de los siervos, casi colonos; es decir, esclavos que
trabajaban parcelas de terreno y cuya posición era similar a la de los colonos.
A los campesinos se les denominaba en latín como rusticus . Los otros términos que
denominan al campesino –agrícola y colonus- se relacionan con otros aspectos de su
vida. Agrícola se llama a quien cultiva la tierra, que labora sus campos. También se
puede referir al rico propietario de tierras.
El Bajo Imperio fue un periodo en el cual la falta de mano de obra fue enorme.
Predominaba la situación de “tierra sin hombres”. Una de las maneras de hacer frente a
este estado de cosas fue instalar como colonos en la tierra a los bárbaros.
El artesano romano sólo aparece en las fuentes cuando la ley o el derecho tratan de él o
si se da alguna innovación técnica que pueda picar la curiosidad de los naturalistas, o
cuando un individuo debe su infamante notoriedad al haberse enriquecido con el
ejercicio de un oficio, o cuando un alto personaje demuestra un gusto perverso al buscar
la compañía de los artesanos.
Entre los romanos que se dedican a la artesanía a los que mejor conocemos por su
actividad y personalidad son los que hacen parte de una “burguesía”. Los artesanos
tienden a agruparse topográficamente por afinidades, por oficios.
Los aspectos económicos del artesanado, la vida económica del artesanado, son difíciles
de delimitar. Generalmente, sólo conseguimos aprenderlos a través de los escasos textos
concernientes sólo a escasos extremos.
Es indudable que la agricultura es en la Antigüedad la única actividad realmente
fundamental, ya que lo básico era asegurar la subsistencia de los individuos.
Sería erróneo querer vincular sistemáticamente la artesanía a la agricultura y subestimar
su propia importancia económica. La artesanía y la agricultura apenas tienen relación,
además, es en las ciudades donde trabaja la mayor parte de los artesanos.
En los contactos entre los grupos humanos, el comercio daba la medida de distancia y
de la diversidad. En la inquietante aparición del comerciante extranjero, la diferencia
exterior (de lengua, de indumentaria, …) venía a sumarse a la más oculta amenaza del
espíritu engañoso e insidioso. Sobre todo en las sociedades más cerradas, donde el
contraste con las figuras dinámicas de los comerciantes generaba inevitables tensiones
psicológicas, la reacción a la ganancia incontrolable fijaba un esquema mental en el cual
el ethnos diferente podía definirse a partir de algunos defectos irreductibles. Se trataba
de defectos milenarios de los comerciantes: la astucia, el engaño y el fraude.
La razón del comerciante es una razón que borda sobre el tiempo, que ve más allá: no es
casual que su beneficio será también indicado por una expresión como captare pretium ,
que expresa precisamente la captura rápida y astuta del precio favorable. Esta expresión
está relacionada con otra, también significativa: captare annonam , que indica la
especulación sobre el encarecimiento de los precios en tiempo de carestía, natural o
artificial.
El gran comercio, el que se hacía por mar, estaba fuera de la lista negra de los oficios
sórdidos. El valor del comerciante marítimo era un dato de hecho que acababa
inevitablemente por sostener la colocación de esta figura en la jerarquía de los valores
sociales. El valor y prestigio de un mercader marítimo, de un capitán de barco, se medía
por el número de viajes realizados.
Las naturales divisiones entre los pobres, junto con las rivalidades políticas entre
facciones de patronos ricos, hacen virtualmente imposible distinguir causas
genuinamente populares de los disturbios estimulados desde fuera.
La definición del bandido hecha por el Estado romano lo rechaza y reprobaba tanto
como tipo que el término “bandido” (latro) pudo ser libremente empleado para designar
a los oponentes políticos a los que se desaprobaba, y en especial a enemigos políticos
declarados que formulaban un tipo de violencia que amenazaba con hacer retroceder la
sociedad civilizada al caos primigenio.
Cuando Roma constata la sumisión de las provincias que ha conquistado, descubre que
había tenido una misión: hacer reinar la paz. La unificación moral se realiza en torno a
un ideal de civilización.
El poder central no intenta romanizar: los provinciales se romanizaban
espontáneamente, el poder central aplaude y sanciona la creación de nuevas ciudades.
Porque la ciudad se considera el marco natural de una vida civilizada.