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OPINIÓN

El León herido

Un texto de 2013 para entender los últimos años de vida


de Grondona.
ALEJANDRO CARAVARIO

(Nota publicada en el número 56 de la revista Un Caño, de febrero de 2013)

Cuando Julio Humberto Grondona proclamó su voluntad de irse de la AFA, la señal


TN asoció la noticia a otra menos sorprendente: la denuncia de la revista France
Football sobre el supuesto voto comprado a don Julio para consagrar a Qatar como
sede del Mundial 2022. La información fue presentada de modo tal que las
acusaciones de corrupción de la prensa francesa quedaron como el módico repaso de
sus más de tres décadas al frente del fútbol argentino. El desdén ilustraba de manera
lacónica la consideración que le tiene el grupo de comunicaciones más poderoso de la
Argentina, ayer gran aliado y hermano del alma. Pero, sobre todo, describía el poder
de Grondona.

El hombre no le ha temido a ningún enemigo (¿quién dijo que no se puede desplazar


de un sopapo a Clarín del festín millonario de las transmisiones de fútbol?), así como
no le ha hecho asco a ningún aliado con tal de permanecer en la cúspide. De cumplir
la carrera que lo ha llevado, en vuelo placentero, desde la Comisión Directiva de
Independiente hasta la mesa chica de la FIFA. De la mítica ferretería de Sarandí a las
torres de Puerto Madero. Un verdadero self made man del arrabal que, sin embargo,
no se ha guiado por la ambiciosa ética protestante, sino por una sencilla filosofía de la
fugacidad: el todopasismo.

TODO UN ESTILO
Se ha dicho que su larguísima gestión se apoyó decisivamente en adhesiones pagas.
Sabedor de que el toma y daca es el lenguaje ineludible de la política, don Julio no
vacilaría en reconocer que aplicó el amiguismo, el acomodo, el nepotismo y otras
arbitrariedades como cimientos de su administración. De esta manera, no sólo
consiguió que sus colegas de los distintos clubes y las distintas épocas elogiaran en
forma unánime su “inteligencia”, sino que todos se resignaran al unicato como la
mejor fórmula de gobierno.

Si algo llama la atención del mandato de Grondona es que neutralizó cualquier atisbo
de oposición sin hacer alharaca. Nunca tuvo un contrincante real (salvo la parodia
protagonizada por Teodoro Nitti, que perdió 39 a 1 la votación), y tanto magnates de
espaldas anchas a lo Daniel Vila como directivos petardistas tipo Raúl Gámez
debieron envainar el sable y retirarse por alguna puerta discreta. Jóvenes y maduros,
promesas políticas de gran porte como Mauricio Macri, próceres de la pelota como
Passarella. Todos, a su debido tiempo, han agachado la cabeza ante don Julio. Han
hecho su aporte a la muerte de la política.

Por lo tanto, imaginar la sucesión es un ejercicio vano. ¿Le interesará a Grondona


gobernar desde el exilio y, por lo tanto, ungir un delfín? En ese caso, premiaría la
subordinación o se inclinaría por la familia. Son los únicos valores políticos confiables.
Lo demás es ingeniería inútil. Burocracia o cháchara. Grondona comprende mejor que
nadie a Calígula, quien designó cónsul a su amado caballo Incitatus. Para don Julio
eso no es locura ni exceso, sino una demostración palmaria de la soledad del poder,
que reduce ciertas posibilidades al círculo íntimo. Ahora bien, ¿le creemos a
Grondona cuando promete abandonar el trono y renunciar a un décimo mandato, con
lo tentadores que son los números redondos? Hay quienes vaticinan un operativo
clamor por parte de su séquito de alcahuetes. Otros se refieren a la incidencia del
Mundial del año próximo: el trofeo máximo, luego de la larga sequía, invitaría a don
Julio, que en septiembre cumplirá 82 años, a continuar.

ESA MUJER
Los que lo frecuentan hablan de un declive anímico notorio desde la muerte de su
esposa. Se ha llamado a silencio, ya no lo seducen tanto los viajes, ni lo afectan los
fracasos futbolísticos como el de los juveniles. El gladiador de las mil batallas se
quebró. Su lado débil no era el bolsillo, sino el corazón. ¿Por qué no? Recuerden que
el origen de la depresión de Tony Soprano fue la deserción de los patos que nadaban
en su piscina. Podía sobrellevar en la conciencia asesinatos atroces, pero no estaba
listo para el abandono de la bandada con la que se había encariñado.

Grondona ya nos había dado muestras de su fragilidad cuando Arsenal (club en cuya
fundación participó, en 1957, y del que fue el primer presidente) salió campeón por
única vez en su corta historia. No tuvo pudor en llorar el público. Décadas de
gerenciar el negocio parecían no haber mellado la candidez infantil. En fin, el fútbol
nos depara formas de sentimentalismo muy curiosas.

Ahora, el león herido no puede reponerse de la muerte de su esposa Nélida, ocurrida


en junio de 2012. Incluso se quitó el añillo con el lema que rige su vida, “Todo pasa”.
Algo así como “Todo me chupa un huevo”. ¿Renunció don Julio a aquel relativismo
cínico por la muerte de su compañera? Además de presidenta de la Comisión
Protocolar de Damas de la AFA, su esposa lo acompañaba en viajes de trabajo y
probablemente le prestara la oreja y le habilitara opiniones sobre el resbaloso mundo
del fútbol. Según la cultura de don Julio, los negocios y la familia son indistinguibles.
Si se resiente una parte, la otra no funciona. O pierde sentido.

La separación entre público y privado es un berretín higiénico del profesionalismo


moderno. No se trata de un hijo arrogante acomodado en el despacho de las
Selecciones nacionales en contra de toda lógica y sin ningún mérito. Aquí se ha roto
la sociedad (la cúpula de la corporación familiar) que justifica la expansión de los
bienes personales, la importancia de un apellido y el itinerario a pulmón desde
Avellaneda a Zurich “sin hablar una palabra de inglés”. Ya no hay equipo para el que
salir a jugar.

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