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El León herido
TODO UN ESTILO
Se ha dicho que su larguísima gestión se apoyó decisivamente en adhesiones pagas.
Sabedor de que el toma y daca es el lenguaje ineludible de la política, don Julio no
vacilaría en reconocer que aplicó el amiguismo, el acomodo, el nepotismo y otras
arbitrariedades como cimientos de su administración. De esta manera, no sólo
consiguió que sus colegas de los distintos clubes y las distintas épocas elogiaran en
forma unánime su “inteligencia”, sino que todos se resignaran al unicato como la
mejor fórmula de gobierno.
Si algo llama la atención del mandato de Grondona es que neutralizó cualquier atisbo
de oposición sin hacer alharaca. Nunca tuvo un contrincante real (salvo la parodia
protagonizada por Teodoro Nitti, que perdió 39 a 1 la votación), y tanto magnates de
espaldas anchas a lo Daniel Vila como directivos petardistas tipo Raúl Gámez
debieron envainar el sable y retirarse por alguna puerta discreta. Jóvenes y maduros,
promesas políticas de gran porte como Mauricio Macri, próceres de la pelota como
Passarella. Todos, a su debido tiempo, han agachado la cabeza ante don Julio. Han
hecho su aporte a la muerte de la política.
ESA MUJER
Los que lo frecuentan hablan de un declive anímico notorio desde la muerte de su
esposa. Se ha llamado a silencio, ya no lo seducen tanto los viajes, ni lo afectan los
fracasos futbolísticos como el de los juveniles. El gladiador de las mil batallas se
quebró. Su lado débil no era el bolsillo, sino el corazón. ¿Por qué no? Recuerden que
el origen de la depresión de Tony Soprano fue la deserción de los patos que nadaban
en su piscina. Podía sobrellevar en la conciencia asesinatos atroces, pero no estaba
listo para el abandono de la bandada con la que se había encariñado.
Grondona ya nos había dado muestras de su fragilidad cuando Arsenal (club en cuya
fundación participó, en 1957, y del que fue el primer presidente) salió campeón por
única vez en su corta historia. No tuvo pudor en llorar el público. Décadas de
gerenciar el negocio parecían no haber mellado la candidez infantil. En fin, el fútbol
nos depara formas de sentimentalismo muy curiosas.