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La festividad del Corpus Christi, impulsada por la beata Juliana de Mont-Comillón e instituida
por el Papa Urbano IV en 1264, forma parte de una tradición que se ha ido componiendo a
través de estos ocho siglos hasta llegar a ser considerada la fiesta más importante y
representativa de la ciudad de Toledo; tradición, cultura y religión en perfecto acorde.
Faroles, guirnaldas, vidrieras, forjas y otros objetos tradicionales disponen el recorrido por el
que marcha la Eucaristia; las paredes, balcones y ventanas se revisten con antiguos y bellos
tapices, mantones y estandartes. La ciudad se convierte entonces en una prolongación de la
Catedral y las calles en templo al aire libre.
El intenso olor a incienso quemado se funde con la fragancia que desprenden las plantas
aromáticas y los pétalos que se arrojan al paso de la Custodia; el sonido de los canticos y la
música se une para crear una atmósfera única e inundar Toledo en un escenario memorable
donde aromas, sonidos y colores compiten por embellecer la ciudad.