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C.

Angustia, dolor y duelo


Es tan poco lo que hay sobre la psicología de los procesos de sentimiento que
las siguientes, tímidas, puntualizacione:; tienen derecho a reclamar la mayor
indulgencia. El problema se nos plantea en este punto: deberíamos decir que la
angustia nace como reacción frente al peligro de la pérdida del objeto. Ahora
bien, ya tenemos noticia de una reacción así frente a la pérdida del objeto; es el
duelo. Entonces, ¿cuándo sobreviene uno y cuándo la otra? En el duelo, del
cual ya nos hemos ocupado antes, ha quedado un rasgo completamente sin
entender: su carácter particularmente doliente.'^^ [Cf. pág. 124.] Y a pesar de
todo, nos parece evidente que la separación del objeto deba ser dolorosa. Pero
entonces el problema se nos complica más: ¿Cuándo la separación del objeto
provoca angustia, cuándo duelo y cuándo quizá sólo dolor? Digamos
enseguida que no hay perspectiva alguna de responder estas preguntas. Nos
conformaremos con hallar algunos deslindes y algunas indicaciones. Tomemos
de nuevo como punto de partida una situación que creemos comprender: la del
lactante que, en lugar de avistar a su madre, avista a una persona extraña.
Muestra entonces angustia, que hemos referido al peligro de la pérdida del
objeto. Pero ella es sin duda más compleja y merece un examen más a fondo.
La angustia del lactante no ofrece por cierto duda alguna, pero la expresión del
rostro y la reacción de llanto hacen suponer que, además, siente dolor. Parece
que en él marchara conjugado algo que luego se dividirá. Aún no puede
diferenciar la ausencia temporaria de la pérdida duradera; cuando no ha visto a
la madre una vez, se comporta como si nunca más hubiera de verla, y hacen
falta repetidas experiencias consoladoras hasta que aprenda que a una
desaparición de la madre suele seguirle su reaparición. La madre hace
madurar ese discernimiento {Erkenntnis), tan importante para él, ejecutando el
familiar juego de ocultar su rostro ante el niño y volverlo a descubrir, para su
alegría.^® De este modo puede sentir, por así decir, una añoranza no
acompañada de desesperación. La situación en que echa de menos a la madre
es para él, a consecuencia de su malentendido, no una situación de peligro,
sino traumática o, mejor dicho, es una situación trau- " Cf. «Duelo y
melancolía» (1917e) [AE, 14, págs. 242-3]. '" [Véase el juego infantil del «fort-
da», descrito en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs, 14-6.]
158 mática cuando registra en ese momento una necesidad que la madre debe
satisfacer; se muda en situación de peligro cuando esa necesidad no es actual.
La primera condición de angustia que el yo mismo introduce es, por lo tanto, la
de la pérdida de percepción, que se equipara a la de la pérdida del objeto.
Todavía no cuenta una pérdida de amor. Más tarde la experiencia enseña que
el objeto permanece presente, pero puede ponerse malo para el niño, y
entonces la pérdida de amor por parte del objeto se convierte en un nuevo
peligro y nueva condición de angustia más permanentes. La situación
traumática de la ausencia de la madre diverge en un punto decisivo de la
situación traumática del nacimiento. En ese momento no existía objeto alguno
que pudiera echarse de menos. La angustia era la única reacción que podía
producirse. Desde entonces, repetidas situaciones de satisfacción han creado
el objeto de la madre, que ahora, en caso de despertarse la necesidad,
experimenta una investidura intensiva, que ha de llamarse «añorante». A esta
novedad es preciso referir la reacción del dolor. El dolor es, por tanto, la
genuina reacción frente a la pérdida del objeto; la angustia lo es frente al
peligro que esa pérdida conlleva, y en ulterior desplazamiento, al peligro de la
pérdida misma del objeto. También acerca del dolor es muy poco lo que
sabemos. He aquí el único contenido seguro: el hecho de que el dolor —en
primer término y por regla general— nace cuando un estímulo que ataca en la
periferia perfora los dispositivos de la protección antiestímulo y entonces actúa
como un estímulo pulsional continuado, frente al cual permanecen impotentes
las acciones musculares, en otro caso eficaces, que sustraerían del estímulo el
lugar estimulado. •'^® En nada varía la situación cuando el estímulo no parte
de un lugar de la piel, sino de un órgano interno; no ocurre otra cosa que el
remplazo de la periferia externa por una parte de la interna. Es evidente que el
niño tiene ocasión de hacer esas vivencias de dolor, que son independientes
de sus vivencias de necesidad. Ahora bien, esta condición genética del dolor
parece tener muy poca semejanza con una pérdida del objeto; es indudable
que en la situación de añoranza del niño falta por completo el factor, esencial
para el dolor, de la estimulación periférica. Empero, no dejará de tener su
sentido que el lenguaje haya creado el concepto del dolor interior, aní- mico,
equiparando enteramente las sensaciones de la pérdida del objeto al dolor
corporal. 1" [Cf. Más allá del principio de placer (1920^), AE, 18, pág. 30', y el
«Proyecto de psicología» (1950£j), AE, 1, págs. 351-2.] 159 A raí'; del dolor
corporal se genera una investidura elevada, que ha de llamarse narcisista, del
lugar doliente del cuerpo;" esa investidura aumenta cada vez más y ejerce
sobre el yo un efecto de vaciamiento, por así decir.^^ Es sabido que con motivo
de dolores en órganos internos recibimos representaciones espaciales y otras
de partes del cuerpo que no suelen estar subrogadas en el representar
conciente. También el notable hecho de que aun los dolores corporales más
intensos no se producen (no es lícito decir aquí: permanecen inconcientes) si
un interés de otra índole provoca distracción psíquica halla su explicación en el
hecho de la concentración de la investidura en la agencia representante
psíquica del lugar doliente del cuerpo. Pues bien; en este punto parece residir
la analogía que ha permitido aquella trasferencia de la sensación dolorosa al
ámbito anímico. ¡La intensiva investidura de añoranza, en continuo crecimiento
a consecuencia de su carácter irrestañable, del objeto ausente (perdido) crea
las mismas condiciones económicas que la investidura de dolor del lugar
lastimado del cuerpo y hace posible prescindir del condicionamiento periférico
del dolor corporal! El paso del dolor corporal al dolor anímico corresponde n la
mudanza de investidura narcisista en investidura de objeto. La representación-
objeto, que recibe de la necesidad una elevada investidura, desempeña el
papel del lugar del cuerpo investido por el incremento de estímulo. La
continuidad del proceso de investidura y su carácter no inhibible producen
idéntico estado de desvalimiento psíquico. Si la sensación de displacer que
entonces nace lleva el carácter específico del dolor (no susceptible de otra
descripción), en lugar de exteriorizarse en la forma de reacción de la angustia,
cabe responsabilizar de ello a un factor que ha sido poco tenido en cuenta
hasta ahora en la explicación: el elevado nivel de las proporciones de
investidura y ligazón con que se consuman estos procesos que llevan a la
sensación de displacer.^" Tenemos noticia, además, de otra reacción de
sentimiento frente a la pérdida del objeto: el duelo. Pero su explicación ya no
depara más dificultades. El duelo se genera bajo el influjo del examen de
realidad, que exige categóricamente separarse del objeto porque él ya no
existe más.^" Debe !•' [Cf. «Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, pág.
79.] i>* [Cf. Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs. 29- 30, y el
Manuscrito G en la correspondencia con Fliess (Freud, 1950a), AE, 1, pág.
245, el cual probablemente data de principios de enero de 1895.] 1* [Cf. Más
allá del principio de placer, loe. cit., y el «Proyecto» (1950fl), AE, 1, pág. 365.]
2« [Cf. «Duelo y melancolía» (1917e), AE, 14, págs. 242-3.] 160 entonces
realizar el trabajo de llevar a cabo ese retiro del objeto en todas las situaciones
en que el objeto [Objekt] fue asunto {Gegenstand] de una investidura elevada.
El carácter doliente de esta separación armoniza con la explicación que
acabamos de dar, a saber, la elevada e incumplible investidura de añoranza del
objeto en el curso de la reproducción de las situaciones en que debe ser
desasida la ligazón con el objeto.

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