Вы находитесь на странице: 1из 3

LA ÉTICA KANTIANA

Imprimir | Correo electrónico | Visto: 230108


inCompartir
Guardar
La ética kantiana se engloba dentro de las éticas del deber que niegan que se pueda justificar y fundamentar la corrección moral de
una acción en sus buenas consecuencias. En lugar de centrarse en las consecuencias, las éticas de deberes se centran en el deber.
Consideran que hay principios o normas que deben respetarse. De ahí que estas teorías se conozcan como "éticas de principios".

Contrariamente a lo que plantean muchas teorías consecuencialistas, el filósofo alemán Inmanuel Kant (1724- 1804) afirmó que la
felicidad no es siempre buena porque a veces conduce a la arrogancia y porque un espectador razonable e imparcial no sentirá
nunca satisfacción al contemplar a una persona a quien siempre le va todo bien, pero cuya felicidad es inmerecida ya que su
voluntad no manifiesta ningún rasgo de bondad.

Según Kant, lo único absolutamente bueno, siempre y en toda situación, es a buena voluntad. Y
decir que una persona actúa por buena voluntad equivale a decir que actúa por respeto al deber y no solo conforme al deber. Se
puede actuar conforme al deber, pero por motivos interesados, esto es, movido por inclinaciones, deseos, ventajas o consecuencias
beneficiosas. En cambio, actuar por respeto al deber es tener como único motivo el propio deber, el deber puro.

Ahora bien ¿qué significa actuar por deber? El deber es un imperativo. Un imperativo sin condiciones, un imperativo absoluto o
categórico. Sin embargo, no nos lo impone ni la sociedad, ni una autoridad externa, ni Dios, ni nuestras propias inclinaciones o
creencias: nos lo imponemos nosotros mismos en tanto que seres racionales. Actuar por deber es obedecer la voz de la razón que
hay en nosotros. La persona que escucha y se guía por la razón actúa como corresponde a un ser racional, Para nosotros,
humanos, la voz de la razón se nos impone como un deber porque somos seres racionales imperfectos. Y somos imperfectos
porque estamos dotados de deseos e inclinaciones que nos impulsan en sentido distinto al de la razón. Si fuésemos seres racionales
perfectos, dotados solamente de razón, la voz de la razón no nos parecería un deber, sino que la seguiríamos espontáneamente.

¿Y cuál es la voz de la razón? ¿Cuál es el deber que la razón nos impone, que nos imponemos en tanto que seres racionales? Según
kant, la razón prescribe la ley según la cual han de vivir los seres racionales: la ley moral. Y esta ley moral, que se dirige a los
mismos seres racionales que la dictan, ha de ser tan formal- tan universal y racional, diríamos- que no contenga referencia alguna
a circunstancias particulares- a deseos o inclinaciones, por ejemplo. Es como si la razón dijera: "Actúa solo según una máxima
(norma o regla) tal que puedas al mismo tiempo querer que se convierta en ley universal". Kant denomina a este imperativo de la
razón, del cual ofrece hasta cuatro formulaciones distintas, "imperativo categórico". Otra formulación interesante es la siguiente:
"Actúa de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre y al mismo tiempo
como fin, nunca simplemente como medio". Actuar correctamente nos obliga a no tratar a las personas- incluso a uno mismo- sólo
como medios, sino como fines en sí mismas: las personas merecen respeto.

La ley moral expresada en el imperativo categórico se concreta en normas morales que constituyen nuestras obligaciones o
deberes. Para conocer cuáles son esas normas, es decir, para saber si una determinada norma es compatible con la ley moral hay
que comprobar si es universalizable: si se puede pensar o querer que sea ley universal, es decir, que todos la cumplan. Una norma
es moral si y solo si es universalizable. Cabe afirmar, por tanto, que para Kant la corrección moral de una acción, o la obligación
moral de realizarla, se justifica solo por la existencia de principios y normas morales que deben respetarse. A su vez, el fundamento
de las normas morales reside en la exigencia de universalizabilidad de la razón.

Kant propone dos criterios para comprobar la universalizabilidad de una norma. El 'primero es el criterio de autocontradicción: hay
normas que es imposible pensar que sean leyes universales, ya que si todo el mundo las cumpliera no se podrían realizar. Si para
salir de un apuro económico pido prestado dinero prometiendo devolverlo aun a sabiendas de que no lo hará, la norma que justifica
mi acción ("hay que hacer promesas falsas") sería irrealizable al universalizarse. Si todo el que se encontrara en un apuro
prometiera algo con la intención de no cumplirlo, las promesas se harían imposibles, porque nadie creería lo que se le promete. En
un mundo en que todas las promesas hechas en un momento difícil fuesen falsas, sería lógicamente imposible hacer en un momento
difícil una promesa, porque al saber que era falsa todos sabrían que no era una promesa.

El segundo es el criterio de la inaceptabilidad: hay normas que es imposible querer que sean leyes universales, ya que si todo el
mundo las cumpliera resultarían inaceptables para los seres racionales. Si una persona renuncia a ayudar a otra que está en
dificultades. Aún pudiendo ayudarla, la norma que justifica su acción ("no hay que ayudar a nadie si no se obtiene beneficio, aunque
no cause inconveniente") sería inaceptable al universalizarse. Esta norma no podría ser querida por un ser racional, dado que es
racional pensar que puede haber muchos casos en que se necesitará la ayuda de otras personas.

Kant divide los deberes que emanan de las normas morales en deberes estrictos o perfectos (no admiten ser limitados por otros
deberes) y deberes meritorios o imperfectos (admiten ser limitados por otros deberes) y en deberes hacia uno mismo y deberes
hacia los demás. Esto da cuatro clases: deberes perfectos hacia uno mismo (conservar la propia vida), deberes perfectos hacia los
demás (no mentir, no hacer promesas falsas, cumplir las promesas), deberes imperfectos hacia uno mismo (cultivar los propios
talentos) y deberes imperfectos hacia los demás (contribuir a su felicidad, ser generoso).

Kant supone que las normas morales al ser universalizables no admiten excepciones. Eso significa, en primer lugar, que obligan a
todo ser racional y, por tanto, nadie es excepcional y, en segundo lugar, significa que han de cumplirse en toda circunstancia so
excepción, sean cuales sean las consecuencias: nada cambia si, en un caso determinado, tendría mejores consecuencias no decir la
verdad.

Con todo, según Kant, el valor moral de una acción no es sólo la conformidad con las normas morales que constituyen el deber. Una
acción conforme al deber es simplemente una acción correcta. Su valor moral depende del motivo por el cual ha sido realizada. Y el
único motivo que otorga valor moral a una acción es realizarla por respeto al deber. El tendero que no pide un precio excesivo al
comprador inexperto actúa honradamente, de conformidad con el deber, pero dado que el motivo de esta acción podría ser o la
inclinación- querer aumentar la clientela, por ejemplo- o el deber- querer cumplir el deber-, solo tendrá valor moral, si su motivo ha
sido este último. En definitiva, lo único que da valor moral a una acción es la intención: actuar por respeto al deber. Esto es la buena
voluntad.

Esta teoría también tiene ventajas e inconvenientes. De la ética kantiana se han destacado algunas características que la puedan
hacer convincente. En primer lugar, la preeminencia de que goza la razón, al convertirse en el fundamento último de la moral. En
segundo lugar, que las acciones correctas dependan de normas morales parece captar el carácter de obligatoriedad- y no de
deseo, aunque racional- que tiene la moral. En tercer lugar, el carácter universal de las normas morales, que hace que nadie pueda
considerarse una excepción, introduce el carácter de imparcialidad que tiene la moral. Y finalmente, que el auténtico valor moral
resuda en la intención, ya que parece más digno de valor moral decir la verdad porque es un deber, que hacerlo por inclinación
egoísta.

Los críticos han objetado a Kant el carácter absolutista de su teoría, es decir, que no atienda a las circunstancias particulares de
cada caso y, por tanto, que los deberes morales no tengan nunca en cuenta las consecuencias de las acciones. Si el deber obliga a
no mentir, las consecuencias de que una persona que esconde en la buhardilla a una familia judía diga la verdad a una patrulla nazi
pueden ser tan perjudiciales que parecería una inmoralidad confesar la verdad.

Otra objeción es que la teoría kantiana no parece que pueda resolver el problema del conflicto de normas. Si algunos deberes, como
los deberes perfectos, no admiten ser limitados por otros deberes, y esto significa que se han de cumplir en toda circunstancia,
muchos dilemas pueden resultar irresolubles. Si por cumplir una promesa no se puede salvar una vida, se incumple este deber. La
alternativa es salvar una vida, pero incumplir la promesa. Se haga lo que se haga parece que algún deber no se puede cumplir.

Por último, los objetores consideran que la universalizabilidad no es el fundamento adecuado de las normas morales. Por una parte,
no parece necesaria, porque puede haber normas morales que no sean universalizables (amar a los enemigos). Por otra parte, la
universalizabilidad no es suficiente, porque hay normas universalizables que no son morales (poner una flor en el balcón) e incluso
que son un deber moral no cumplir
(ser cruel: una persona racional a quien no importara vivir en un mundo cruel y padecer la crueldad de los demás podría
universalizarla).

Вам также может понравиться