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ANARQUISTAS DE PAPEL

Ecologistas de maceta, especistas de peluche, marchistas de cacerolazos virtuales. Así


somos los clasemedieros que el anterior domingo fuimos a depositar nuestro voto, los
mismos que luego tratamos de dibujar una desleída sonrisa de triunfo ante los tristes
resultados. Tristes porque ni remotamente alcanzaron la expectativa no dicha pero
esperada del 80 % en el mejor de los casos o de un 70% en el peor. Y fue peor, con un
resultado de 52% de votos nulos. Ni 10 % más que en la elección del 2011, cuando
ahora, las circunstancias del momento ameritaban un resultado simbólico de rechazo
contundente al prorroguismo, al autoritarismo y a la desinstitucionalización.
Desleida sonrisa ante la constatación que Evo Morales mantiene un núcleo duro de
apoyo a su liderazgo de un amplio sector de la población representado por ese 35%
sostenido por las organizaciones sociales tanto del urbe como del campo, que con su
voto garantizan el control ya también del poder jurídico y trazan la consolidación del
MAS IPS como partido único bajo la égida del caudillo. ¿Por qué no el festejo de la
mayoría ganada? Porque el viraje político trae consigo ciertas constataciones
inquietantes. Primero, que la votación pasada inaugura una época marcada por el
autoritarismo y el poder vertical que difícilmente podrá ser revertida en las próximas
elecciones precisamente por las características de la oposición conformada en su gran
mayoría por una clase media con los ribetes descritos al inicio de este escrito. Es decir,
una oposición que llora, amenaza y despotrica cotidianamente en las redes pero rara vez
sale a las calles. Una oposición de apariencia liberal y de avanzada que no es más que
pura “pose” debajo la cual se oculta su verdadero ser: reaccionario, conservador,
depredador, clasista, racista y machista. Formada o domesticada -como los otros, como
todos- bajo los principios autoritarios, violentos y poco democráticos de las
instituciones, y por eso mismo, absolutamente desconcertada ante la orfandad impuesta
por la carencia de un padre, de un caudillo que la guíe por los caminos tan bien
conocidos.
¿Qué se le avecina entonces? La monstruosa tarea de deconstruirse y reconstruirse en el
largo camino, paradójicamente, en contra de sí misma. De asumir acciones conjuntas
para deslegitimar todo autoritarismo y profundizar la democracia sin acudir –por su
inexistencia real- a sus antiguas instituciones (partidos políticos o comités cívicos). De
enfrentarse al reto de inventar nuevas formas de protesta y propuesta más imaginativas,
contundentes y comprometidas que las desplegadas hasta ahora; más autónomas, más
inclusivas; de hacer lo que nunca hizo: poner el cuerpo y sacrificar el trabajo y la
ganancia para hacerse escuchar, para poner de cabeza este desorden sin concierto sin
caer en la violencia de un 11 de Enero, inadmisible bajo ninguna circunstancia. De
fortalecerse en la acción ciudadana más organizada y menos timorata ante la
responsabilidad de representar un contrapoder (basta de hacerse a las vírgenes impolutas
ante los desafíos políticos). De considerar retomar una tarea largamente olvidada, la de
formar a los muy jóvenes en la política. Finalmente, de empezar a construir un proyecto
inclusivo que respete las acciones autónomas de las mujeres (bien por las kuña
mbarete), de los jóvenes, de los artistas, de los ecologistas, animalistas, pero que
considere también al otro, ese al que su sentido de casta siempre vio como al enemigo.

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