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Carlos Pagni
LA NACION
JUEVES 04 DE ENERO DE 2018
El Gobierno no esperó a que los usuarios se recuperaran de los excesos de las Fiestas para
mortificarlos con el aumento de los precios del transporte. Una semana antes, presentó una
nueva política monetaria. Y, lo que es tal vez más relevante, un nuevo diseño de la gestión
económica. El presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, se allanó a ejecutar una
estrategia elaborada en la Casa Rosada. El giro es esencial para el oficialismo. Como reiteró
Nicolás Dujovne al explicar la reforma tributaria, el gasto público, el déficit fiscal y la presión
impositiva no descenderán en términos absolutos, sino en relación con el crecimiento del
producto. Es la promesa que el gradualismo le hace a la inversión. La expansión de la
economía es, por lo tanto, la clave de bóveda de toda la gestión oficial. Incluida la reelección
del Presidente.
Durante dos años, Sturzenegger apostó a que ese crecimiento derivaría de una baja dramática
de la inflación. Pero el prodigio no ocurrió. Las tasas reales amenazaban con abortar la
reactivación, pero la inflación se empacaba en casi 10 puntos por encima de la meta
establecida. Ante la evidencia del fracaso, desde abril se fue gestando un consenso interno
para adoptar otra receta. Las críticas a la gestión del Banco Central, lideradas por Mario
Quintana, chocaban siempre con la misma pared: la negativa de Macri a corregir a
Sturzenegger.
Esa valla cedió a mediados de diciembre. Reunido con Marcos Peña, Quintana, Gustavo
Lopetegui y Dujovne, el Presidente escuchó una explicación de cómo evolucionaría la
economía si se reprogramaban las metas de inflación y, sobre todo, de los males que
aparecerían si se las mantenía: crecimiento muy mediocre, dificultades con el déficit fiscal y
mayor atraso cambiario. Los argumentos, esta vez, le sonaron convincentes. Coincidían con
los que había escuchado de varios banqueros y también de un economista, ex funcionario de
su propio gobierno, con el que había charlado a comienzos de diciembre.
Como cuando resolvió desprenderse de Alfonso Prat-Gay y, en una fecha casi coincidente,
Macri aprovechó el retiro de Cumelén y encomendó a Peña la reducción de Sturzenegger. La
víctima sorprendió: no ofreció la más mínima resistencia. En adelante, se coordinará con el
resto del equipo económico para ejecutar una política en la que, tal vez, no cree. El Presidente
resolvió dos problemas. Por un lado, reconoció que el gradualismo fiscal, al que está atado por
razones sociales y políticas, es incompatible con un shock monetario. Por otro, unificó el guión.
Canceló la confrontación, estimulada por él mismo, entre el Banco Central y el resto del
Gobierno. El objetivo de estas decisiones es bastante razonable: la inflación irá reduciéndose a
un ritmo anual del 5%. Salvo este año, que deberá bajar un escalón de 9 puntos. Importante
desafío si se consideran los aumentos de tarifas.
Macri pretende, superados estos sinsabores, anunciar buenas noticias. Más allá del
comportamiento de las variables económicas, llegarán varias novedades desde el exterior. En
la Casa Rosada esperan que el próximo 18 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE) habilite el trámite de incorporación de la Argentina, junto con Rumania.
Visto en la perspectiva del largo plazo, sería un éxito interesante. El proceso obliga a asumir
compromisos muy saludables, sobre todo en el campo de la calidad institucional. Para marzo
quedó pendiente la finalización del endiablado acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la
Unión Europea. Y los funcionarios confían en que el país será recategorizado de "frontera" a
"mercado emergente" por la banca de inversión. El ciclo de aplausos internacionales coronaría
con la reunión del G-20 en Buenos Aires.
El oficialismo también emitió, con el cambio de año, los signos de una nueva configuración
política. El anuncio más explícito lo pronunció Elisa Carrió. La diputada impugnó la
incorporación de Daniel Angelici a la conducción de la UCR porteña, siempre en manos de
Enrique Nosiglia.
Las objeciones de Carrió al acuerdo de Angelici con Nosiglia son relevantes porque permiten
advertir una decisiva disputa de poder que involucra al propio Macri. La dureza de Carrió no
debe sorprender. Ella arrastra una enemistad antediluviana con Nosiglia. Y es una fiscal
implacable de Angelici. Lo denunció por tráfico de influencias, pero el binguero logró que lo
sobreseyeran, lo que podría demostrar, dada la opacidad crónica de los tribunales federales,
que Carrió tenía razón. Meses más tarde lo trató de "delincuente". Y el 24 de diciembre, en una
entrevista con Jorge Liotti, emplazó a Macri a terminar antes de fin de este año con la influencia
de Angelici y Nosiglia dentro de Cambiemos, si quiere que ella continúa dentro de la coalición.
Para entender el valor político de este ultimátum no hay que pasar por alto dos detalles.
Primero: Carrió está opinando sobre una jugada ajena a Cambiemos. La UCR en la Capital
está fuera de esa alianza, como se demostró en la exclusión de Martín Lousteau de las
primarias. Segundo: Angelici tiene una participación importantísima en el gabinete de Horacio
Rodríguez Larreta, que hoy es el principal aliado de la diputada. Controla el área de Justicia, a
través de Martín Ocampo, y también influye en Seguridad, como demostraron algunas
licitaciones que debieron anularse para evitar escándalos. Carrió tal vez está obligada a tolerar
esa gravitación porque el poder de Angelici no está formalizado.
Para entender bien la virulencia de Carrió hay que entender lo que el pacto de la interna radical
puso en juego en materia de poder: al contribuir a que Nosiglia conserve el control del partido,
Angelici está garantizando a Martín Lousteau una plataforma institucional para competir en
2019. El aspecto más importante de estos alineamientos es que, como no podía ser de otra
manera, Angelici actuó después de consultar a Macri. Más aún: actuó por orden de Macri. Fue
el Presidente quien lo envió a sumarse a Nosiglia en la UCR.
La visión del Presidente sobre la escena porteña difiere de la de Larreta. Para él todos los
pasos deben dirigirse a conseguir la reelección. En la Capital eso significa contar como propios
también los votos de Lousteau.
De este ajedrez se desprende un corolario. En poco tiempo Macri ordenará que Cambiemos se
constituya en la ciudad de Buenos Aires. Las consecuencias de esa decisión son enigmáticas:
¿Lousteau terminaría enfrentando a Larreta en una interna de Cambiemos? ¿O le convendrá
más postularse desde una fuerza alternativa? Podría suceder que la realidad esté trabajando
para Larreta. A pesar de Larreta.
Es imposible que Carrió no esté calibrando estas alternativas prácticas que se abren en el
oficialismo. Sobre todo, porque lo que podría ocurrir en la escala porteña ya se está
adelantando en el orden nacional. El radicalismo ha tenido un cambio de perfil. Su conducción
no quedó a cargo de un funcionario del Gobierno, como José Cano, sino de Alfredo Cornejo, un
gobernador exitoso y con rasgos de marcada independencia.
Peña, Larreta y Vidal pudieron advertirlo cuando se discutió el Fondo del Conurbano y el
pretendido impuesto al vino. Además, las decisiones relevantes se tramitan en la Comisión de
Acción Política, a cuyo frente quedó Nosiglia. Entre esas decisiones puede estar promover un
candidato a vicepresidente. La evaluación que hace Macri sobre estos cambios todavía es un
misterio. ¿Pretenderá una UCR fortalecida para equilibrar la influencia determinante de Carrió?
Misterios encerrados en el paraíso de Cumelén.