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10 puntos para desintoxicarse del crecimiento y reconectarse a la vida

Stefano Puddu / Decrecimiento 29-10-2010

Traducido por Eduard Folch para Dé Magazine

Una premisa

El decrecimiento, más que una teoría nueva, es un nombre impactante para


alertar de la necesidad de un cambio. La información que utiliza es conocida
desde hace tiempo, lo que aporta, tal vez, es una visión de conjunto, un
espacio de confluencia, como una cuenca hidrográfica extensa que recoge
ideas y prácticas "alternativas".

El decrecimiento reúne conocimientos y perspectivas que son el legado de


movimientos sociales y tradiciones culturales, espirituales y religiosas
diversas: el movimiento de las mujeres y, en general, los movimientos de
emancipación, los movimientos por la paz, los derechos civiles, la no
violencia, el movimiento ecologista, que trabaja por la protección y
recuperación de la diversidad biológica y sociocultural.

Pero también de una visión integrada de la realidad y de la vida, los


movimientos "alterglobalizadores", que se oponen a la exportación a nivel
mundial de una estructura de dominio, que es a la vez económico, tecnológica
y mental, donde la jerarquía, el control y la competición imponen su lógica
encima de cualquier otra.

Estas voces proponen un camino alternativo para compartir el mosaico de


diversidades y hacer -una red que abarque el mundo, basada en la equidad de
los intercambios y en la capacidad de cooperación ante los retos enormes a
los que las sociedades humanas han de hacer frente en las próximas
décadas.

Así, por un lado, se plantea la necesidad de salir de un conjunto de


adicciones que generan "deudas", y por otro, se propone restablecer una
serie de conexiones y arraigos, hoy en peligro, para volver a alimentar la
vida.

Entre estas polaridades, se abre un camino de experimentación y síntesis


creativa entre lo viejo y lo nuevo, las tradiciones y las innovaciones, que no
se puede agotar ni en diez ni en cien o mil puntos.

Desintoxicarse
1. Salir de la adicción energética

Gran parte de las sociedad humanas se han vuelto adictos, desde hace 150
años, a una inyección elevada y creciente de recursos energéticos,
especialmente de origen fósil, el principal es el petróleo. Este es un capital
energético "ahorrado" durante miles de millones de años de fotosíntesis,
que nos hemos medio gastado sin pedir permiso a las generaciones futuras, y
que seguimos utilizando para construir una sociedad cada vez más alejada de
su viabilidad ecológica.

El cambio climático es el síntoma más contundente que muestra el


contrasentido de esta cultura de falsa abundancia energética, que genera
una deuda ecológica que deberán pagar nuestros hijos y nietos. Se pondrá
freno a este abuso, y dar pasos decididos, desde ahora y progresivamente,
hacia un metabolismo social y tecnológico basado en la radiación solar-la
única que recibimos de forma gratuita-y sus derivados (eólica, hidráulica,
biomasas, mareas...).

Es necesario promover formas de generación distribuida de energía y


políticas de ahorro, con una revisión de todas las prácticas energívoros
(transporte, agricultura, etc.).

2. Salir de la adicción financiera

La desregulación de las finanzas nos ha hecho vivir los últimos cuarenta años
en un estado poco menos que alucinatorio. El espejismo del dinero fácil nos
ha hecho perder el mundo de vista. Muy pocos se han aprovechado y muchos,
muchísimos, han sufrido las consecuencias.

La suma de abstracción y anonimato ha hecho del dinero el arma de


destrucción masiva más devastadora del planeta, para que más inadvertida.
En pocas décadas se ha generado una deuda astronómica, que ha llevado el
sistema a su colapso y no sabemos cómo y cuándo se podrá devolver.

El poder del dinero mueve las palancas del poder a menudo en formas
ocultas, a través de operaciones delictivas que no dejan rastro. La actividad
especulativa no añade valor sino que aumenta precios, y recaudando sin
esfuerzo las rentas que otras personas han generado con trabajo e ingenio.
Es necesario adoptar medidas, como la Tasa Tobin o similares, que hagan
tributar la circulación del dinero en el mercado, para desincentivar las
operaciones puramente especulativas.
Hay que recuperar los bancos públicos el monopolio de la creación de dinero,
limitando el mecanismo del multiplicador bancario que facilita la expansión
incontrolada del crédito. Hay que avanzar hacia una moneda informativa y
hacia un sistema económico-transparente.

3. Salir de la adicción productivista

La actividad industrial ha dejado en gran medida de ser funcional a


satisfacer necesidades fundamentales y concretas. El engranaje
productivista responde más bien a la necesidad de amortizar gastos y
generar dividendos para los accionistas. La carrera hacia el crecimiento
parece ser el único camino para alimentar este mecanismo insaciable.

El circuito producción-consumo se va acelerando constantemente, gracias a


la cultura del usar y tirar ya la política de la obsolescencia programada. Por
otra parte, se genera al mismo tiempo la necesidad de ingresos
proporcionados a la fiebre consumidora. La adicción al consumo se prolonga
en la adicción al trabajo, en la dependencia del sueldo, que todavía se hace
más perversa con el difundirse de actividades "autónomas", que en realidad
se traducen en formas de autoesclavaje aún más alienante.

Repensar la actividad productiva, sus prioridades, sus procedimientos, el


ciclo de vida de los productos, los criterios de distribución... son pasos
indispensables y urgentes, igual que lo son el reparto de las horas de
trabajo, la participación de los trabajadores en el empresa, o unas nuevas
pautas en el consumo de manufacturas, su mantenimiento, reutilización,
reparación y reciclaje.

4. Salir de la adicción informativa

El imaginario ha sido y es la última frontera de un proyecto de colonización


planetaria. La publicidad, los medios de comunicación, la industria del
entretenimiento, han jugado un papel fundamental en decantar las
preferencias del gran público hacia la simplificación y superficialidad de los
mensajes.

La adicción a la "noticia", es decir, a "pastillas de información" de consumo


rápido, carentes a menudo de contexto y de profundidad temporal (ni
antecedentes, ni consecuencias) va paralela a la pérdida de capacidad
narrativa y sentido crítico. Televisión, videojuegos, imágenes sin conexión
que ocupan todo el espacio perceptivo, favorecen el adviento de una
sociedad más "fluida", donde se pasa del individuo a la masa sin pasajes
intermedios.
Se generan hábitos de participación ficticia, o bien porque directamente
virtuales, sin repercusión, o bien porque reducidos a esquema de la
competición bipolar, que banaliza cualquier motivo, incluso serio, de
conflicto.

Hay que reducir la dosis de exposición a inputs informativos desconectados


de la vida real de cada persona. Hay que favorecer el ejercicio del sentido
crítico ante lo que nos viene de fuera y que, con promesas inverosímiles, nos
manipula. En especial, hay que frenar la omnipresencia de la publicidad y
encontrar formas de reglamentación de sus mensajes.

5. Salir de la adicción jerárquica

Un modelo de dominio se basa en los mitos y en la retórica de la


independencia, la superioridad y el control. La geopolítica mundial sigue
respondiendo a esta lógica imperial, más o menos disimulada, y no a la
voluntad de gestionar en común el uso de los recursos y la solución de los
problemas. Con todos los medios alimenta una especie de aspiración colectiva
a liderazgos fuertes y carismáticos, a "hombres de la providencia" que nos
tengan que salvar los desastres que justamente esta ansia de dominio ha
generado.

Y aquí es pertinente hablar de hombres, ya que este modelo tiene


connotaciones históricamente masculinas. La burocratización creciente de
las sociedades y de sus servicios principales (administración, salud,
educación, justicia, representación política...) visualiza una tendencia
general a la cesión de las propias capacidades y responsabilidades, ya la
delegación de una cuota de poder personal.

Se siembra la sospecha, por otra parte, que los que quisieron participar en
la política no sea por civismo sino el síntoma de una ambición personal, y nos
hacen creer que la lucha competitiva es obligada. Todos los racismos -por
sexo, condición social, credo religioso o color de piel- nacen de esta cultura
de la superioridad, incentivada por la mayoría de culturas. Hay que salir de
este imaginario, de este modelo mental "único" y de las prácticas que genera
en todas las escalas, grandes y pequeñas.

Reconectarse

6. Arraigarse en el territorio
La relocalización es la primera gran opción para reconectar a una forma de
vida posible. Hay que invertir la doble tendencia de urbanización acelerada
de una parte y despoblamiento del territorio por la otra. Hay que construir
una nueva síntesis entre actividades primaria, secundaria y terciaria basada
en el cuidado territorial y en un nuevo equilibrio de distribución de la
población. El territorio debe volver a ser la fuente principal de la riqueza
material y también identitaria. Reconstruir el mosaico de usos, aprovechar
al máximo la actividad fotosintética, redescubrir la biodiversidad local, las
rotaciones de cultivos, las complementariedades múltiples entre actividades
diversas...

7. Reencontrarse con el propio tiempo vital

Habría que tener muy clara la percepción de que el tiempo no es simplemente


un contenedor anónimo y abstracto, sino también tiempo vivido, y como tal
emanación de la persona, vinculado a su salud y etapas vitales. La actividad
de los individuos se inscribe en este marco, por lo que habría que repensar
las formas sociales de cesión del tiempo propio para garantizar las tareas
colectivas y el sustento personal y familiar.

Una renta básica universal permite reconocer un valor intrínseco al hecho de


ser persona y desvincular una parte de la capacidad adquisitiva de la
actividad "asalariada". El tiempo necesario para la reproducción y el
mantenimiento de la vida, o la participación en los asuntos colectivos
recibiría de esta manera una ayuda concreta para reservarlo. También se
evitan los mecanismos perversos del mercado laboral, donde la abundancia
de mano de obra modifica a la baja tanto la remuneración del trabajo como
sus garantías.

8. Redescubrir la dimensión comunitaria

La aceleración de los últimos 50 años ha "liquidado" estructuras sociales y


formas de convivencia muy antiguas. El ser humano es un mamífero, por el
que la sociabilidad y la identificación en un grupo tiene valor de
supervivencia. El haber sustituido los "bienes relacionales" con el consumo
de bienes materiales no siempre ha supuesto una mejora de nuestra
existencia.

El reencuentro de la sociabilidad y de los bienes que las personas pueden


intercambiarse sin hacer uso de dinero es un paso importante en la buena
dirección.
Un retorno a formas de propiedad pública o comunitaria del territorio
(referido a la nuda propiedad, con posible usufructo privado) permitiría dar
solidez a experiencias de moneda local en beneficio de la comunidad, para
favorecer intercambios dentro de un área geográfica concreta. El ámbito
local también es propicio para formas de democracia más participada, con un
mayor grado de consenso y de corresponsabilidad sobre el futuro colectivo.

9. Elegir la sobriedad

Con un planteamiento más sobrio, todos podríamos tener lo suficiente para


vivir con satisfacción. Volver a reconocer las necesidades reales ya
diferenciarlas de las necesidades falsas, es el paso previo para construir un
mundo en el que podemos sentirnos prósperos sin malgastar recursos ni
humillar a nadie. Es necesaria una mayor conexión entre necesidades y
consumo, tanto a la hora de comprar como, también, de producir.

Reorientar las prioridades productivas hacia bienes y servicios duraderos,


fáciles de arreglar, de poco impacto, por mercados lo menos alejados
posible, es otra de las prioridades. Esto será más fácil de realizar, si la
empresa se democratiza, con una mayor implicación de los trabajadores en
las decisiones de la empresa, según una lógica cercana a la del
cooperativismo.

10. Reanudar al sentido

Personas y comunidades tienen otra necesidad fundamental: dar un sentido a


la propia actividad y presencia en el mundo. La autodestrucción colectiva no
puede ser la respuesta que buscábamos. Hay que hacer espacio, redescubrir
el silencio, la quietud, la escucha, para imaginar un mundo posible donde el
diálogo, la convivencia, la simplicidad, la belleza, sean la base para un nuevo
equilibrio arraigado en la vida.

[Este escrito me solicitó Martí Olivella para intentar resumir la propuesta


del decrecimiento en el proceso del "Consenso de Barcelona", del que es uno
de los principales impulsores]

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