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Cabarrús, SJ
Lo primero que queremos resaltar es que cuando hablamos de actitud queremos hacer
referencia a una tendencia constante de ser, de percibir a los demás y de actuar con ellos de
determinada manera. Es decir, la actitud de ser compañero(a) no es una acción esporádica o una
técnica puntual, sino un modo permanente de existir, que forma parte ya de la personalidad del que
acompaña. Ser compañero(a), por tanto, es un modo ordinario de ser, que se exalta de manera
especial, en la tarea de ser acompañante.
La palabra compañero(a) entraña en sí misma una riqueza que hace alusión a la idea de partir
y compartir el mismo pan. Ahora bien, el compartir supone también el romper, el quebrar el pan, como
metáfora que apunta a una realidad. Por tanto, quien acompaña se embarca en la tarea de romperse,
de desvivirse, de quebrarse, dándose.
El gran modelo que está en el trasfondo de todo ello, es la imagen evangélica de la Eucaristía:
Klasis tou artou, “el partir del pan” que los primeros compañeros del Señor compartían en las casas...
Esto nos da, por así decirlo, la fuerza del papel de quien acompaña: quien lo hace tiene que brindar
alimento y vida, y tiene que hacerlo partiéndose. Compañero(a) es quien “no te deja morir”, te hace
vivir... No deja morir el cuerpo, las ilusiones, la dignidad. Es quien no debe permitir que se mate más
a la persona, donde está Jesús.
Eso significa que sólo se puede ayudar eficazmente si se es persona de un determinado modo,
si se tiene una manera habitual y constante de ver a los(as) demás y de actuar en relación con
ellos(as). Esta actitud brota de grandes opciones personales. Brota de la opción por la vida -requisito
básico del discernimiento humano59- y brota del contacto con el propio pozo y el manantial –y, por
tanto, con el Agua Viva que es Dios-.
Ser compañero(a) habla también de igualdad... Es decir, “no se es más” por ser acompañante
-y es esto lo que genera la simetría fundamental para que se dé la relación- y, sin embargo, se
establece la distancia necesaria para ver el proceso de la otra persona. Quien acompaña tiene que
tener perspectiva, y ésta se logra por la “cierta distancia” que se establece y no por colocarse en un
nivel superior.
Sin duda alguna, es el concepto de compañero(a), el que describe mejor y más
adecuadamente la relación de afecto, ciertamente, pero también de distancia necesaria para poder
acompañar. Es una igualdad que no deja perder de vista que es el proceso de la persona que se está
acompañando y no el “nosotros” –nuestra amistad-, lo que se juega en la relación de acompañamiento.
La igualdad hace que se sepa ser compañero(a), pero también se sabe que el interés del
acompañamiento es fundamentalmente de quien está siendo acompañado(a). Por eso es una relación
que es de afecto, pero no es una relación de amistad; es decir, no es una relación recíproca de
compartir los datos de la vida.
Un aspecto muy importante para esta actitud vital, es que quien acompaña tenga capacidad
de percatarse de lo que le sucede, de todas las sensaciones y sentimientos, de las fronteras
(personales y de los otros) necesarias de guardar en toda relación humana, y de los propios límites
(debilidades, sombras, heridas, malos funcionamientos)60. Esto todavía más cuando los sentimientos
se producen precisamente frente a la persona acompañada. Todo el mecanismo de la transferencia y
contratransferencia –que veremos más adelante- deberá ser cuidadosamente trabajado a riesgo de
generar grandes complicaciones en la misma relación que se establece y en la persona que se
pretende ayudar, si no sabe manejársele. Es fundamental que sepa monitorear lo que va aconteciendo
durante el proceso de acompañamiento, en sí mismo(a) y en la persona que acompaña, pues la
manera como se maneje esto, puede llevar a que se realice o se desgarre la persona acompañada.
Esta comunicación consigo mismo(a) exige que siempre el(la) acompañante sea también
acompañado(a) para evitar los errores que se cometen por no estar siendo supervisado(a), por no
tener lucidez con el propio proceso, por no saber nombrar y trabajar sus propias realidades frente a
otra persona. “Mientras más acompaño, más tengo que tener quién me acompañe”, tiene que ser una
convicción honda de cualquier acompañante.
59
Cfr. CABARRUS, C. Aprender a discernir para elegir bien. En: 14 aprendizajes vitales. DDB, Bilbao,
1998. pp. 25 - 40
60
Ver ampliación acerca de las fronteras y los límites, más adelante, en este mismo capítulo.
61
Por último, ser compañero(a) exige encarnarse: ponerse en el mismo nivel del otro, desde la
propia debilidad, desde haber tocado la propia herida, el propio pecado, para que sea posible acoger, y
sobre todo, para que sea posible encontrar, en la persona que se está acompañando, la presencia de
Jesús.
Esta actitud vital de ser compañero(a) puede detectarse en 12 aspectos básicos que reflejan
claramente que un(a) acompañante es, de hecho, un(a) compañero(a) psico – histórico – espiritual.
1. Dotes naturales.
Las dotes naturales se manifiestan principalmente, en una fuerza interna que invita a esa tarea
y dispone a la escucha, al acompañamiento, a la disposición de estar con el(a) otro(a) sirviéndole de
faro para que haga su propio recorrido hacia el interior de sí mismo(a). Esta fuerza interna se confirma
porque se es buscado(a) por otras personas que le confían su intimidad, le comparten el rumbo de su
vida, creen en su capacidad para ayudar, y se dejan interpelar, confrontar y cuestionar por él(ella).
Otro elemento que confirma las dotes es que cada vez va siendo mayor el número de personas
que acuden a ser escuchadas, acompañadas por él(ella). Estas dotes naturales, confirmadas y
potenciadas por personas que se nutren de ellas, hacen que la persona que acompaña se sienta
empujada a crecer por una parte, y tome fuerza la necesidad de formarse cada vez mejor para este
servicio, por otra.
Una última manifestación característica de la persona que tiene dotes naturales para
acompañar es que siente que Dios le da todo este carisma. Tiene una dote sobrenatural que la hace
sentirse invitada por Dios, y hay también un referente eclesial que lo confirma, lo tiene en su pozo, ha
pasado un proceso personal que le da autoridad.
En síntesis, una persona tiene dotes naturales para ser compañero(a), cuando siente una
fuerza interna propia y de Dios, que la lanza a hacerlo, la buscan para esto, y -aunque lo hace bien, de
alguna manera- se siente urgida a formarse cada vez más y mejor.
62
Conciencia de que se es compañero(a). Ya habíamos dicho que compañero(a) es con quien
se comparte el pan, se comparte la vida. Ser consciente de lo que esto implica, hace que se comparta
lo que nutre, y a la vez, se esté dispuesto(a) a quebrarse 61, a partirse, a romperse para darse y
entregarse: porque ve tanto dolor, porque muchas veces no sabe qué hacer, porque sabe que
acompañar supone mucha abstinencia -como veremos más adelante-. Es necesario tener plena
conciencia de que ser compañero(a) lleva en sí mismo el quebrarse ante la frustración de procesos,
quebrarse ante la austeridad del agradecimiento, quebrarse al oír tanto sufrimiento, quebrarse por la
abstinencia del deseo, quebrarse por no saber de la continuidad de los procesos…
Conciencia de que es un ministerio dentro de la Iglesia. Otra implicación fundamental, es el
convencimiento y la aceptación de que acompañar es un ministerio en la Iglesia. No es
necesariamente un ministerio eclesiástico, sino que es un quehacer que puede equipararse y estar
incluido en la lista de los diferentes carismas y ministerios paulinos: el don de ayudar a discernir (1
Cor. 12, 10). Esta conciencia, hace que se valore y se acoja la tarea de acompañar, como una
auténtica vocación de ser “oído afilado” (Is. 50, 4)62.
Conciencia de que es una concreción del trabajo por el Reino. Así como para otras personas
la inserción en la historia es una manera de concretar su compromiso, la inserción en las biografías,
con este talante, es el modo de ejercitar el compromiso con el Reino. La conciencia de que
acompañar es una manera de trabajar por el Reino, potencia la capacidad de vivir con gusto y
entusiasmo, el estar en la biografía de las personas y no en la historia de la humanidad –por lo menos
directamente-, pero para potenciar la historia y la salvación de la historia. Sin duda alguna el Reino
implica estructuras socio – históricas nuevas, pero concomitantemente exige “Humanidad Nueva”.
Esto sin desconocer lo difícil que es en ocasiones estar en la historia y en la biografía a la vez. Sin
duda alguna es esta una de las abstinencias que vive quien acompaña, y que le hace estar
constantemente buscando maneras creativas de insertarse en las biografías sin olvidar la historia, y
asumir con gozo la tensión que ello genera.
Conciencia de que es algo que da identidad. Finalmente, sentirse identificado(a) con este
quehacer. Esta conciencia de identidad es posible cuando se logran vincular las dotes naturales con
un ministerio en la Iglesia, pues entonces, se comprende que es un quehacer que responde a lo más
íntimo de sí mismo(a), puesto que las dotes no son extrínsecas sino que brotan del propio manantial.
Por tanto, aunque no sea la tarea específica que se tiene confiada, se experimenta como lo más
importante y significativo que se puede hacer, descubriendo que es una pieza clave para la
construcción del Reino, y despertando una gran disponibilidad para hacer este ejercicio.
61
Hacemos énfasis en que usamos la metáfora del pan en la acepción que empleamos de la palabra quebrarse, es
decir, no es un quebrarse de destruirse sino de dar la vida en el sentido evangélico: nadie tiene más amor que
quien da la vida por sus amigos (Jn. 15,13), es quien asume el dolor y la muerte de los demás –condoliéndose-
para que haya vida en otros(as).
62
Cfr. GONZALEZ FAUS, J. Servir la lucha por la justicia en los poemas de Isaías. En: Cuadernos CJ Nº 96,
febrero 2000, p. 14.
63
3. Personalidad capaz de gran humanidad.
Quien acompaña desde lo psico – histórico – espiritual es una persona con un excedente de
humanidad -que supera la norma, que va más allá de lo razonable, de lo comúnmente esperado... -
que se muestra en una actitud hacia los demás que se acerca a la incondicionalidad para acoger a la
otra persona en toda su realidad, con un más de ternura, de misericordia, de aceptación, de bondad,
de empatía…63 Este excedente de humanidad se expresa en el modo de ser de la persona que
acompaña, por medio de sus actitudes en general, pero sobre todo, se trasluce en la propia expresión
corpórea.
El cuerpo es, sin duda alguna, el gran revelador del excedente de humanidad de la persona
que acompaña porque éste genera, más que las palabras, un ambiente de confianza y empatía. Es
decir, la confianza y la empatía no se logran diciendo “confía en mi”, sino que se provocan por las
actitudes del cuerpo de quien acompaña: el rostro distendido, los ojos cercanos y atentos, la boca
sonriente, los músculos relajados que invitan al abrazo -aunque no abrace-, la cercanía sin invasión,
son expresiones corpóreas del(a) compañero(a) que invitan y llevan a quien es acompañado(a) a la
apertura, la transparencia, la confidencialidad. De igual manera, actitudes corpóreas contrarias,
generan bloqueos y cierran a la apertura (no podemos olvidar que en el cuerpo las partes que más
moralizan son: los ojos, las cejas, la boca y el dedo índice –en actitud de reprimenda o señalamiento-).
De aquí la importancia de conocer la propia expresión corporal, y sobre todo, saber reconocer en ella el
modo como se manifiesta el propio pozo y también la propia vulnerabilidad; como también, saber leer
la expresión corporal de la otra persona.
Uno de los rasgos más elocuentes de humanidad es la capacidad de sonreírse: es la
capacidad del humor en la vida. El humor –signo humano por excelencia- denota libertad frente a sí
mismo. Sitúa las cosas en su sitio. El saber reírse de sí mismo(a) y de los problemas, no es un acto
de superficialidad sino de sentirse criatura y no quien salva o quien es responsable mesiánico(a) del
mundo.
Esto implica que la persona que acompaña esté bien comunicada consigo misma, es decir, que
haya comunicación de su cuerpo a su conciencia; que exista un acuerdo entre su expresión verbal y la
no-verbal: entre las palabras y el lenguaje corporal. De no ser así, la comunicación será ambivalente.
Este excedente de humanidad se nutre, entre otras cosas, de la conciencia de estar en caravana 64, que
le ayuda a aceptar a la otra persona tal cual es, pues en sí mismo(a) también ha experimentado la
dificultad y la necesidad de ser ayudado(a). Esta conciencia de caravana es ya un pre-anuncio de la
Humanidad Nueva.
63
Es un excedente de humanidad que se tiene por naturaleza, se tiende a ello... por eso es buscado(a) por
otros(as)... Luego, ese excedente de humanidad, por la gracia, aumenta y potencia la propia persona, aún desde su
propia fragilidad –y precisamente por ella-.
64
Se usa la metáfora de la caravana porque resulta muy útil para entender la realidad humana: los ciclistas,
cuando van en caravana, el que va adelante abriendo brecha recibe el mayor impacto del viento, y por eso, es
quien más se fatiga en ese momento... pero luego, otro toma la delantera y él empieza a hacer parte de la
caravana. Si se ha compartido de cerca con grupos humanos que han hecho peregrinaciones largas, o han tenido
que huir de su tierra, por ejemplo, se comprende mejor la profundidad de lo que significa caminar en caravana: a
quien ya se daba por vencido se le ayudó con el peso de sus hijos, pero más adelante, esta misma persona, tiene
nuevas fuerzas para ayudar a quien ahora necesita ayuda… quizá se camina un poco más lento de lo que se puede
hacer cuando se va solo, pero se camina con la fuerza de ser y sentirse grupo. Esta experiencia genera excedente
de humanidad.
64
Para el cuaderno de bitácora personal…
¿En qué actitudes se manifiesta mi excedente de humanidad? ¿Cuáles de mis actitudes corpóreas ponen
en evidencia mi pozo y mi vulnerabilidad? ¿Soy consciente de ellas para potenciarlas o evitarlas? ¿Cómo
se reírme con otras personas y no de otras personas? ¿Cómo me nutro de la conciencia de ir en caravana?
¿En qué medida reconozco mi fragilidad y mi necesidad de ser también acompañado(a)?
Aunque con temor y temblor, quien acompaña tiene que ser consciente de que, en muchas
ocasiones, la figura de quien acompaña hace cercano -¡o lejano!- el rostro de Dios para quien está
siendo acompañado(a), porque a veces, es esta relación, lo más próximo que la persona ha vivido
como degustación de lo que puede ser la misericordia y la incondicionalidad de la acogida.
El(a) compañero(a) psico – histórico – espiritual, tiene que ir haciendo suyas, por tanto, las
características del Dios de Jesús, por medio del encuentro constante y cercano con Él. La alegre
misericordia, el amor incondicional, la gratuidad, el compromiso solidario, la libertad y la confianza, la
apertura al Misterio, la dinámica pascual muerte/vida, la encarnación en los más pobres, en los más
débiles, y la esperanza, son características del Padre reveladas por Jesús. Estas, de alguna manera,
tienen que ser parte de la identidad de quien acompaña. Quien acompaña tiene como oficio exagerar
a Dios65 en lo que Dios es de pasión –amor, preocupación y sufrimiento- por las personas pecadoras y
pobres de este mundo.
Por eso, la persona que acompaña está constantemente invitada a hacer un esfuerzo por vivir
con coherencia la vida, sus propias opciones, y a saber ser instrumento en manos de Dios, porque está
convencida de que es Él quien hace, quien trabaja... Esta triple actitud va gestando, en quien
acompaña, un modo ordinario de ser que le dispone a vivir con conciencia, el que puede ser reflejo del
rostro cercano de Dios, para los demás.
Todo esto lleva también al(a) acompañante psico - histórico – espiritual a vivir con conciencia
que está frente al rostro de Cristo -muchas veces sufriente-. Es decir, quien acompaña desde lo psico -
histórico – espiritual, no sólo es consciente de que puede ser el rostro de Dios para quien acompaña,
sino que descubre –como gracia- el rostro de Jesús en la persona que está acompañando. Esto
significa que no sólo sabe –por gracia- que en el(a) otro(a) está Dios, sino que lo siente, sobre todo allí
donde está padeciendo más. Quien acompaña , por otra parte, desde su propia vida y la vida
resucitada que le comunica Dios, es capaz de detectar los signos de resurrección en las personas, en
los acontecimientos, en el mundo.
Esta conciencia exige también que quien acompaña sea una persona para la cual el
discernimiento es una actitud vital, y un ejercicio diario.
65
ALEIXANDRE, D. et GARCÍA, J. Seis imperativos, un aviso y un deseo. Cuadernos CONFER Nº 17 Madrid,
2000, p. 48
65
5. Capacidad de optimismo.
Quien acompaña desde lo psico - histórico - espiritual es una persona optimista, pero no
porque no conozca el sufrimiento, sino precisamente porque sabe de él y, sobre todo, porque tiene la
experiencia de haberlo superado y de que no le ha vencido ni le ha llevado a la negatividad.
Es, por tanto, una persona que ha hecho un proceso intenso de sanación personal: ha
integrado sus propios límites y les saca partido; ha integrado las sombras personales y sabe encontrar
lo positivo de ellas; ha desarrollado un nivel bueno de autoestima, refleja madurez en su expresión
corpórea -cuerpo distendido, armónico, conectado con la expresión verbal-. Es alguien que sonríe a la
vida y hace brotar la sonrisa de los demás.
Es un optimismo que no es ingenuidad y que viene de la experiencia de haber vencido su
propia muerte: la propia herida. Nace de la historia de sus victorias y de una experiencia de Dios que
lo ha cambiado, lo ha transformado. Por esto, sabe sanar desde la propia experiencia de estar
herido(a) y haber sido sanado(a), confía en su experiencia personal 66 debido a que reconoce que su
mismo manantial lo(a) ha abrazado suturando su herida y abriéndolo(a) a los(as) demás.
Las experiencias de mayor ternura y de mayor alegría las viven personajes heridos por una
ausencia, por una pérdida que los ha dinamizado hacia la búsqueda. Si el hijo o la oveja o la moneda
recobran tanto valor, es porque el hueco que dejaron al perderse hizo caer en la cuenta a los que lo
tenían junto a ellos de cuánto los querían y cuánto significaban en sus vidas. 67
La capacidad de optimismo es la implicación del propio proceso personal –positivo-, en la tarea
de acompañar. Implicación que no significa tener que contar lo propio, no es narrar su vida, puesto
que no es conveniente que un(a) acompañante cuente su proceso a la persona que está ayudando,
pero, sí es fundamental que por lo menos, no haya una falta de armonía, un desacuerdo entre lo que
brinda y lo que en realidad es y que, por tanto, sepa nutrirse de la experiencia personal para creer en la
experiencia personal de la persona a la que está acompañando.
66
Cfr. NOUWEN, H. El sanador herido. 2 ed. PPC, España, 1997. 119 pp.
67
ALEXANDRE, Dolores. Volver al Padre Nuestro. Diakonía Nº. 43. Managua, septiembre 1987. P. 249
68
Sobrevaloración personal, autocrítica rigorista, hipersensibilidad a la crítica, indecisión crónica, deseo excesivo
de complacer, culpabilidad neurótica, hostilidad flotante, actitud supercrítica, tendencia depresiva. Cfr.
CABARRUS, C. Crecer bebiendo… Op. Cit. p. 131
66
6. Actuaciones que son signos de compromiso con la vida y con la gente.
Quien acompaña es alguien que tiene sentido de la historia; alguien que capta la historia y las
circunstancias como estructura y no como un simple saber datos; y entonces enmarca en este
horizonte su quehacer. Su compromiso tiene como horizonte lógico la historia. Por tanto, como se
sabe responsable frente a ésta, no olvida la óptica de los necesitados. Ahora bien, no habrá estructura
nuevas sin personas nuevas. De ahí que se siente impelido a comprometerse a fondo para generar la
Humanidad Nueva que asegura que algún día acaezcan estructuras nuevas.
Conoce que la historia se mueve en dinamismos diversos, complejos: en unos momentos el
factor decisivo es la confrontación salario – trabajo, en otros el factor religioso, en otros lo étnico…,
esto hace que tenga conciencia de que la historia se estructura. En definitiva, es alguien que sabe de
la historia, y sabe concretar procesos para que se cambien estructuras que sirven de columna vertebral
a la historia.
Este sentido de historia da una gran libertad, porque lo que se presenta como el dogma de hoy,
se relativiza con el continuo de “dogmas” que ha habido en la historia de la humanidad, y
especialmente en el ámbito eclesiástico. A manera de ejemplo: en el siglo XX la Iglesia aboga por
estructuras democráticas y esa misma democracia la consideraba aberrante en el siglo XIX, cuando
apostaba por las monarquías.
Porque está o ha estado en “obras de punta”69 que de alguna manera modifican
estructuralmente la historia, está siempre en conexión y vibra con ellas. Por eso, hace las cosas de
manera diferente: desde la perspectiva de los necesitados, buscando, por lo tanto, todo lo que hace
diferencia, sin olvidar para esto la importancia de emplear la excelencia de los medios: si alguien tiene
visión estructural de las cosas, de los procesos, de la subjetividad, cuando escoge medios, escoge el
más efectivo. Es decir, la necesidad de la excelencia de los medios nace de comprender las cosas
como estructuras, y entonces, se usan los medios que tocan puntos neurálgicos 70.
Quien acompaña desde lo psico - histórico - espiritual, desempeña su tarea desde la gratuidad
más que desde el negocio o interés, aunque sea este su medio de subsistencia, apostando en primera
instancia por los que siempre pierden. Esto lo(a) abre a la disponibilidad y generosidad de su tiempo y
su trabajo, a ser diferencial en los costos de su servicio, a tener preferencia para servir en situaciones
límites de poco recursos. Es decir, hace lo que hace, porque se percata de que su trabajo de
acompañar, hace historia preparando Humanidad Nueva.
Es la implicación del propio compromiso histórico 71, en la tarea de acompañar. Es la
explicitación de la conciencia de que acompañar es una de las maneras de trabajar por la construcción
del Reino porque se engendra así la nueva humanidad.
69
Obras que de alguna manera incidan para hacer las cosas de otro modo, para servir mejor a más personas,
estructuralmente. Desde nuestra perspectiva, obras que además de esto, junten lo psicológico, lo espiritual, y lo
histórico. Cfr. CABARRUS, C. La espiritualidad ignaciana, es laical. En: Cardoner, URL, Guatemala, 2000.
70
Con frecuencia, por ejemplo en el tema de la inserción y el trabajo apostólico con los(as) pobres, se tiende a
pensar que se debe servir a ellos(as) con medios pobres. Y es precisamente allí, donde el aporte a los(as) pobres y
su lucha debe estar exento de toda mezquindad y avaricia en el momento de escoger las medios para
acompañarles! Escogiendo para ellos(as) siempre lo mejor en personas y cosas. Dialectizando todo esto, sin
embargo, con el anonadamiento típico de Jesús.
71
El capítulo de este libro dedicado al compromiso histórico armónico, da amplios elementos para profundizar en
esta temática.
67
¿Tengo sentido de historia: sé datos, o manejo datos, analizándolos, para ir haciendo que cambien las
estructuras? ¿Me siento libre frente a la relativización de los dogmas en la historia? ¿Cuáles de mis
acciones dan testimonio de mi compromiso con la historia? ¿Vibro con “obras punta” aunque no esté
directamente vinculado(a) a ellas? ¿Me abro a lo de la “excelencia de medios” para todos mis trabajos,
especialmente con los más necesitados? ¿Apostar por los que siempre pierden, es una opción que brota de
mí con suavidad? ¿Cómo he ido experimentando que brota en quienes acompaño, la humanidad nueva?
72
Cfr. CABARRUS, C. Puestos con el hijo: guía para un mes de Ejercicios en clave de justicia. IAPS, Santafé
de Bogotá, 1998. pp. 77 - 101
73
Es el remordimiento como acción de re-morderse. La culpabilización sin límites, es el centrarse en lo que se
produce en sí mismo(a) con lo que se hizo, en la manera cómo esto le afecta, o le daña, en vez de enfocarse a la
búsqueda de soluciones para reparar el daño hecho que es a lo que lleva la culpa fecunda. Algunos autores, para
hablar de culpa malsana hablan simplemente de “culpabilidad”, dejando el término de culpa para lo que nosotros
hemos llamado culpa sana. Cfr. CABARRÚS, C. Crecer bebiendo…Op. Cit. p. 141.
74
Arrepentimiento responsable que mueve a hacer una acción, de algún modo, reparadora de la falta.
75
Al hablar de la armonía espiritual, quedará ampliado este tema. Entre tanto, vale recordar las imágenes fetiches
que más comúnmente se tienen de dios –con minúscula-: un dios perfeccionista y exigente, que pide sacrificios y
efectividad, juez, todopoderoso, manipulable por el ser humano. Cfr. CABARRUS, C. El examen, una vía de
acceso al discernimiento. En: Revista de Teología Pastoral, Sal Terrae, diciembre, 98. pp. 897 - 907
68
Para el cuaderno de bitácora personal…
¿Me sé y me siento un(a) pecador(a) perdonado(a)? ¿Tengo experiencia de haber superado la culpa
malsana? ¿Descubro vinculación entre mi pecado personal y la tarea que se me encomienda?
¿Experimento que mi pecado no me aleja sino que me habilita? ¿Reconozco las imágenes fetichistas que
tengo de dios? ¿He experimentado que “Jesús ha muerto a causa de nuestros pecados” no es de manera
sacrificial sino causal? ¿Reconozco cómo se sigue matando -y cómo sigo matando- hoy a Jesús?
8. Actitud contemplativa.
69
9. Capacidad de amar y ser amado(a).
Quien acompaña desde lo psico - histórico – espiritual es una persona que ha amado y se ha
dejado amar, y por eso conoce lo que es la lucha por la vida, conoce lo difícil que es construir y
mantener la amistad. Tiene experiencia de relaciones afectivas profundas, sólidas, duraderas y esto
también, entre necesitados.
Esta capacidad de amar y ser amado(a) surge de la conciencia de que la sexualidad es una
fuerza de comunicación y de expresión: consigo mismo(a), con las otras personas y con Dios. Es un
impulso de vida que lo(a) lanza a comunicarse, a gozar, a ser capaz de fluir con la vida, de gozar con
otro(a) y de hacer gozar al otro(a).
La conciencia de su sexualidad hace que el compañero(a) psico - histórico – espiritual, sea
capaz de establecer relaciones afectivas sanas, en donde haya respeto y valoración de sus límites y
fronteras, y de los límites y fronteras de las otras personas, manteniendo, sin embargo, una profunda
conexión con los(as) otros(as), sin prescindir de la vitalidad que reside en la sexualidad.
La experiencia de saber amar y saber ser amado(a) se traduce en capacidad para vivir en
relaciones cercanas de intimidad –desde lo profundo y lo auténtico de cada persona- y a la vez, en la
capacidad para vivir en soledad –diferente de aislamiento-. Y es esto lo que, en última instancia,
posibilita la experiencia del encuentro más profundo consigo mismo(a) y con Dios, desde donde brota
toda la capacidad de amarse y amar.
Todo esto capacita al(a) acompañante para vivir la relación de acompañamiento, no como un
mero servicio, sino reconociendo el servir desde este quehacer específico, como una manera
privilegiada de amar. Entonces, puede establecer con la persona que acompaña una relación
auténtica de cercanía y afecto, pero clara en el modo: no es una relación de amistad, no es una
relación recíproca de compartir las historias de la vida, como lo dijimos anteriormente 76. Y como tiene
clara conciencia de eso, contagia afecto, cercanía, delicadeza, humor, pero expresa su relación de
amor, de amistad, en otros lugares, con personas con las que sí se puede relacionar con simetría e
intimidad.
Quien acompaña desde lo psico - histórico – espiritual tiene una actitud relativamente madura,
aunque sabe y siente que no es perfecto(a). Es la conciencia de que “no está listo(a)” definitivamente,
sino que tiene unas dotes y unas herramientas, pero a la vez está en continuo proceso de crecimiento.
Este convencimiento de estar siempre en formación y por tanto aprendiendo, cambiando,
sanando, lo(a) hace receptivo(a) a la sincronicidad, porque sabe que aún tiene mucho camino de
crecimiento, que no posee la verdad, que no es incuestionable. Este convencimiento hace que en las
76
Más adelante, cuando tratemos el tema de la contratransferencia ampliaremos este aspecto.
70
relaciones, y especialmente en las relaciones de acompañamiento, esté en actitud de dejarse interpelar
y cuestionar a sí mismo(a) por el proceso de la persona que está acompañando 77.
Este estar autoconfrontando lo que acontece en él(ella) en la interrelación con las personas
que acompaña, hace que se sienta la necesidad –y se satisfaga- de ser un(a) acompañante
acompañado(a). Y es esto lo que le permite mantenerse en pie a pesar de estarse quebrando –
partiendo, desde la metáfora del pan-, lo que le permite levantarse e ir integrando su propio proceso en
la medida en que acompaña a otros(as) a hacerlo.
77
En un punto posterior, trataremos con mayor amplitud lo que significa la conciencia de la sincronicidad y su
gran influencia en la tarea del acompañamiento.
78
Auctoritas (autoridad), viene de augmentare, aumentar. La persona que tiene autoridad, por tanto, es la que
hace crecer… Es decir, la autoridad propiamente, no es para mandar sino para aumentar, para engrandecer, para
hacer crecer a los(as) otros. Los indígenas Tzeltzales –Mayas en México-, tiene una expresión muy elocuente en
este sentido: cuando ven a alguien turbado le dicen “deja que te agrande el corazón”.
71
Para el cuaderno de bitácora personal…
¿Cuáles son los indicadores de que soy testigo y no protagonista de los procesos que acompaño? ¿Qué
conciencia poseo de la autoridad que tengo frente a la persona que me confía su historia, su proceso?
¿Cómo experimento en mi propio quehacer, el ser testigo de la otra persona y de Dios para ella?
Finalmente, la capacidad de hacer de Pigmalión en las personas que acompaña, cierra las
características del perfil de quien acompaña desde lo psico – histórico – espiritual.
El compañero, la compañera psico - histórico – espiritual intuye el potencial escondido que hay
en quien acompaña, lo despierta, y lo hace desarrollarse. Por la magia del afecto, se hace que nazca
lo que aparentemente no es tan obvio. Por tanto, va más allá de la metáfora de la partera: ésta, ayuda
a nacer lo que se sabe que está ahí, Pigmalión tiene la tarea de esculpir, de acompañar el proceso de
convertir una simple roca en una escultura, y luego, por el amor que siente por ella, transformarla en
una persona. Es decir, descubre en la persona que acompaña, capacidades que tal vez, ni ella misma
conocía.
Por eso, quien acompaña no sólo hace surgir lo mejor de sí misma en cada persona que
acompaña, sino que hace brotar a Jesús que ya habita dentro de ella, ayuda a engendrarlo. En esto es
instrumento de La Espíritu.
79
En el libro la Metamorfosis, Ovidio narra el mito de Pigmalión, rey de Chipre: hizo una escultura muy bella de
una mujer, y sintió tanto amor por ella que invocó a los dioses y le dio vida, la convirtió en una mujer de carne y
hueso...
72
CUADERNO DE BITÁCORA para caminantes…
Hago el NER
73