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Genio de los genios, vino a este mundo para experimentar las vicisitudes de un verdadero
profeta y, al mismo tiempo, soportar todo el peso espiritual de su visión; vivió en plena
pobreza y suma inquietud interior, sin ser comprendido por la masa, decepcionado,
mortificado por los que estuvieron más próximos a él, nunca satisfecho en su inmenso
anhelo de amor, para ser enteramente lo que fue durante toda la vida: el más solitario de los
hombres.
El 16 de Diciembre del año 1770, nació Beethoven en una buhardilla miserable de los
barrios de la ciudad de Bonn, hijo del tenor Johann van Beethoven y de su mujer María
Magdalena Lamí.
El padre de Beethoven fue un hombre insensato y dado a la bebida, un hombre que ni
siquiera llegó nunca a escribir correctamente su nombre y quien obtuvo a duras penas una
modesta colocación como tenor.
De toda la miseria de su juventud, solamente conservó un grato recuerdo de dos personas:
la primera fue su abuelo y la otra su madre. Su abuelo, murió en 1773, antes de cumplir los
tres años de edad. Su madre, para la cual tuvo un cariño inextinguible, era una mujer
callada y agobiada por los constantes reveses de la fortuna, la muerte de su padre, de su
primer marido, la de su madre y de toda una serie de sus hijos. A ello se le añadieron las
penas provocadas por su segundo marido, las constantes preocupaciones económicas y una
enfermedad del pecho a la cual había de sucumbir prematuramente. Su madre fue una
verdadera mártir y una madre modelo. El padre en cambio tenía un carácter muy diferente.
No es de extrañar que considerara a su hijo, desde un principio, exclusivamente desde el
punto de vista de su utilización como fuente de ingresos. En cuanto se manifestaron los
primeros rasgos de talento musical del pequeño Lugwig, y esto ocurría a los 4 años de edad,
la única preocupación paterna fue la de convertirlo en niño prodigio, en una especie de
segundo Mozart. Lo que le faltó del talento pedagógico del padre de Mozart, lo sustituyó
por una brutalidad sin escrúpulos. De pie sobre el taburete del piano el niño hubo de hacer
sus ejercicios, (puesto que sentado no llegaba a las teclas), cuando sus progresos no
satisfacían a su atormentador, éste la encerraba en los sótanos.
En 1778 (a los 8 años) pudo por fin presentar públicamente a su hijo con la interpretación
de varios conciertos de piano y tríos. Aunque en aquella época casi había cumplido los ocho
años, su padre lo hizo pasar por un niño de seis, lo cual tuvo como consecuencia que el
propio Beethoven no conociera su verdadera edad.
El año siguiente, el padre confió su educación musical a su colega Tobías Friedrich Pfeiffer,
persona de carácter poco recomendable. Al salir muy tarde de la cantina, Pfeiffer y el padre
de Beethoven solían despertar al niño y obligarlo violentamente a dedicarse a sus estudios.
Beethoven pasó su niñez en un ambiente de verdadero infierno. No es de extrañar que
adquiera con el tiempo un carácter misántropo y retraído, que descuidara su ropa y su
higiene; a consecuencia de ese abandono, contrajo la viruela, que dejó para toda su vida
señales que le desfiguraron el rostro.
Igualmente descuidada fue su educación extramusical. Alos doce años concluyeron sus
estudios escolares.
A consecuencia de este ambiente terrible, se puede explicar ciertas particularidades de su
carácter, así como su desconfianza continua, su ortografía caprichosa y otros rasgos que
proporcionaron posteriormente a Beethoven una reputación de hombre raro.
Él supo, más completamente que nadie, sintetizar en su escritura musical los elementos
estilísticos de la tradición y las innovaciones del progreso. La forma de sonata, que heredó
de ellos, fue el fundamento ideal de toda su producción.
En cada una de sus producciones supo convertir la base formal tradicional en un organismo
constructivo nuevo y propiamente suyo. En este aspecto, superó muy considerablemente a
todos los compositores anteriores, ampliando las proporciones constructivas hasta lo
gigantesco, al mismo tiempo que concentró el contenido musical en su expresión más
escueta. Intensificó el carácter “combativo” de los temas elevándolo a una expresión que
podríamos llamar “heroica”, con la cual no se agotaron, ni mucho menos, los recursos
expresivos de Beethoven como sabemos hoy por las últimas investigaciones musicológicas,
aunque este carácter heroico domina las obras escritas entre la Sinfonía Heroica de un lado
y las Oberturas para el Coriolano, Fidelio y la Quinta Sinfonía. Beethoven utilizó todos los
procedimientos posibles del trabajo motivito y del acompañamiento obligado para la
exposición de los temas. La coda, por fin, es la sección final de todo este proceso orgánico,
que en la sonata de Beethoven adquiere la importancia de un paso decisivo.
Beethoven afirmaba: “ amar la libertad por encima de todo”, “no ocultar nunca la verdad, ni
siquiera ante el trono”.
Goethe conoce a Beethoven y escribe en una carta “he conocido a Beethoven en Teplitz, su
talento me ha sorprendido; desgraciadamente es una personalidad totalmente desquiciada;
no está equivocado cuando encuentra detestable al mundo, pero con ello no lo hace más
aceptable, ni para sí mismo ni para los demás.”.
Quizás aquella personalidad halla obstaculizado siempre una relación duradera con un ser
femenino. Las diferentes mujeres que encontró en su camino produjeron diferentes
impresiones de Beethoven. Se le tuvo como un extravagante solitario, se enamoró una y
otra vez (generalmente de sus discípulas de piano) y fue un eterno soltero.
Debemos una de las más ardientes confesiones de amor de todos los tiempos a aquella
“Carta a la amada inmortal” de la cual no se ha podido todavía averiguar la autenticidad de
la destinataria.
Para este hombre impetuoso le fue vedada la realización de su amor, lograr la compañera de
su existencia terrena. Nunca se podrá descifrar la ley de la fatalidad misteriosa que cada
oportunidad de casarse con alguna mujer impidió la realización de su sueño. Lo único que
sabemos es que todas estas vicisitudes personales se convirtieron en arte musical sonoro.
Se ve realmente como una fatalidad que, incluso las últimas relaciones familiares que le
quedaron fueron motivo de nuevas preocupaciones y mortificaciones. En recompensa a sus
sacrificios y a la bondad infinita, sus hermanos sólo le propiciaron disgustos. Alrededor de
1800 existieron grandes desacuerdos entre él y su hermano menor Johann, mientras que
Karl ejerció todas sus influencias para dominar a Beethoven y hacerle sospechoso a sus más
antiguos amigos y admiradores.
Una vez introducido en estos círculos sociales, Beethoven halló múltiples oportunidades
para ejercer su arte como intérprete y compositor.
A partir del año 1800, el príncipe Lichnowsky asignó al maestro un sueldo anual de 600
florines. La estabilidad económica, el aprecio personal y artístico que se profesaba en todas
partes a Beethoven y la multiplicidad de problemas que le planteó su fantasía incansable,
repercutieron en la gigantesca erupción de sus fuerzas productivas. En un solo decenio,
entre los años 1793 y 1803, escribió no menos que sus primeros 50 opus, entre ellas la
Sonata Patética y la llamada Claro de Luna, los primeros conciertos para piano, entre ellos
el soberbio en Do menor. Al final de este riquísimo período de creación, que fue como una
despedida de Haydn y Mozart, Beethoven había adquirido, cuando contaba con treinta y
tres años de edad, su personalidad propia. La curva de su producción se elevó
ininterrumpidamente a expresiones de una significación lapidaria. Entre tales obras se
cuenta la sonata Waldstein (op.53), la Sinfonía Heróica (op.55), la sonata Appassionata
(op.57), el concierto de piano en sol mayor (op.58), los tres cuartetos Rasumowsky (op.59),
el concierto parta violín (op.61) y la ópera Fidelio, toda una serie de obras maestras, de una
tensión espiritual cada vez mayor que culminan en dos de sus más grandiosas producciones,
ambas en la tonalidad de do menor: la obertura Coriolano (op.62) y la Quinta Sinfonía
(op.67).
Beethoven elaboraba sus obras al piano, después de haber acumulado el material temático
para ellas, apuntándolo en ajados cuadernos. Sin embargo, las ocurrencias que
generalmente acudían a su mente a lo largo de paseos al aire libre, sufrían sorprendentes
transformaciones y rara vez las empleaba en las obras para las cuales las había pensado.
Era el suyo un caótico modo de trabajar, que ocasiona problemas a la investigación casi tan
grandes como la apenas legible escritura del compositor.
Jamás en la historia musical había sido vinculados tan íntimamente, en una casualidad tan
profunda, la vida y la obra de un compositor como Beethoven. Con él nació la fuerza
gigantesca, inaudita, que impuso un nuevo tipo de artista. Beethoven realizó la legitimidad
del artista libre e independiente. Haydn pudo vivir dedicado exclusivamente a la creación,
gracias a una especie de jubilación, pero sólo después de cumplir los sesenta años. Mozart
intentó, a los veinticuatro años, romper las trabas paro murió antes de poder lograrlo. En
este nuevo tipo de música, el artista sólo se expresa a sí mismo, sus propias ideas,
sensaciones y emociones.
Con ello se impuso a la música una nueva ley creadora: la de la intuición.
El lenguaje musical de Beethoven
En su lenguaje musical, Beethoven, tuvo que partir del estilo creador por Haydn y Mozart.
En aquella casa conoció por primera vez el encanto del eterno femenino, no solo conoció a
Eleonore, sino también a Jeannette d´Honrath y Wilhelmine von Westerholt. Toda la vida
personal y artística de Beethoven está compenetrada con las impresiones espirituales y
emotivas de aquella época.
En las familias de la burguesía no solo se cultivaba la música sino también literatura, etc. El
conocimiento de loas obras clásicas del repertorio dramático y musical fue parta Beethoven
muy beneficioso y logró llenar lagunas de su cultura escolar defectuosa.
No cabe duda de que la muerte prematura de Mozart fue una noticia ruda para las
esperanzas de Beethoven en cuanto a su perfeccionamiento musical.
Pero pronto se abrió una nueva expectativa con Joseph Haydn. Para obtener una licencia
nuevamente, afortunadamente contó con la ayuda de un amigo de la aristocracia, el conde
Franz Waldstein, el cual también le había ayudado económicamente en varias ocasiones.
Gracias a esto Beethoven pudo emprender nuevamente el viaje a Viena a recibir e espíritu
de Mozart de las manos de Haydn.
Beethoven en Viena
Entró por segunda vez en Viena a finales del año 1792, poco antes de cumplir los 22 años.
Había pasado por una niñez cruel, por una juventud penosa, aunque también rica en
promesas. En realidad, su carrera habría de seguir derroteros muy diferentes.
Beethoven ya no abandonó más la capital austriaca. A pocas semanas de su llegada, recibió
la noticia de la muerte de su padre.
Haydn 8 Groschen!, esta nota se puede leer en un cuaderno de Beethoven con fecha del 12
de Diciembre del año 1792. Como se ve, el músico más famoso de su tiempo no pidió
honorarios de divo al que le iba a continuar. Es muy posible que Haydn halla fijado tan
modestamente los honorarios para sus clases con plena conciencia de sus muy limitadas
capacidades pedagógicas. Probablemente la relación entre ambos fue amistosa, casi de
colega a colega. Pronto las clases de Beethoven tuvieron que ser suspendidas
definitivamente porque Haydn tuvo que viajar a Londres.
Entre tanto, Beethoven tomó clases con Johann Schenk y con Johann Geor Albrechtsbeger,
con el que estudió toda la materia contrapuntística. Finalmente, Antonio Salieri estuvo
dispuesto a revisar en caso de necesidad, los intentos de Beethoven en la música vocal.
Alrededor de 1795, (a los 25 años), puede considerarse como concluidos sus años de
aprendizaje.
Beethoven se independizó, y cuidó nuevamente del sustento de la familia. Llevó a sus dos
hermanos menores a Viena, afortunadamente consiguió a una de ellos como oficinista y al
otro como boticario. Pronto hubo de ver como respondieron a su afecto. Las posibilidades
de ayudar eficazmente a sus hermanos, se le ofrecieron por sus actividades como virtuoso y
profesor de piano, y muy pronto también como compositor.
Los aristócratas daban mucha importancia no solamente a la posesión de manuscritos de
originales sino también a poder disponer del derecho de su interpretación, y solían
remunerar adecuadamente la dedicatoria de obras nuevas.